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Kaoru despertaba cada día justo antes del amanecer.
Aún medio dormida se aseaba, agarraba sus libros
y se encaminaba hacia la escuela junto a su prima,
Akemi.
Kaoru y Akemi vivían en casitas de madera y
papel en el corazón de Japón; en una islita milenaria,
pequeña y remota, que no veía llover desde hacía
más de un año. La senda que las niñas recorrían cada
mañana de camino a la escuela se había tornado seca
y amarillenta hacía largos meses. Kaoru había hecho
rutina marchar montaña abajo junto a su prima muy
temprano, antes de que el sol despertase, para que su
jornada no les fatigase tanto.
Cuenta la leyenda que aquel año el agua era tan
escasa, que el lago del pueblo había desaparecido. En
su lugar, quedaba una gran cavidad que los campesinos
se veían forzados a cavar periódicamente en búsqueda
de un arroyo subterráneo que, ocasionalmente, les
regalaba algo del preciado líquido.
MientrasKaoruyAkemicaminaban,cadapasohacía
crujir el suelo bajo sus sandalias. Aunque tratasen mil
veces, no eran capaces de recordar la última vez que
vieron llover. Con dificultad, trataban de recordar el
olor de la lluvia sobre la hierba fresca, o la manera en
que las gotitas de agua caían desde el cielo, posándose
en sus rostros.
Una tarde, mientras las niñas regresaban de la
escuela cerca de la puesta del sol, la curiosa Kaoru
le preguntó a su prima: —¿Akemi, sabías que los
dragones respiran fuego?
—¿De qué hablas? ¡Los dragones no existen! Sólo
aparecen en las leyendas.
Insatisfecha con la respuesta de Akemi, Kaoru
guardó silencio durante el resto del camino. Cabizbaja,
pensaba y pensaba… Nunca había visto una sequía tan
larga y hacía días que se rumoraba que unos niños de
la aldea habían visto un dragón sobre las montañas, al
oeste. Todo le parecía muy sospechoso. Aunque no se
había vuelto a hablar del asunto en el pueblo, Kaoru
estaba segura de que algún dragón mitológico – de
esos de los que hablaban los abuelos en sus historias de
antaño – estaba detrás de la sequía. Seguramente cada
Mizu y la lluvia por Mariela Jurado Figueroa
ilustrado por Nicole Wong
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noche, mientras todos dormían, un dragón
pasaba por la aldea exhalando fuego, secando
la tierra, riachuelos y árboles. Kaoru lo había
pensado muy bien y estaba casi segura de que
aquella era la razón por la cual cada mañana
todo amanecía más seco que el día anterior…
Aunque su prima no le creyese, sabía que el
culpable de aquello era un dragón.
Mientras en esto pensaba, Kaoru sintió una
brisa helada rozar sus mejillas, seguida por
un frío que traspasaba la piel y los huesos.
Las niñas se detuvieron perplejas. No podían
entender por qué hacía tanto frío tan de
repente, cuando lo que predominaba en aquel
tiempo era el calor. Entonces, abrigándose
un poco con los brazos, apresuraron el paso.
No habían adelantado nada cuando, llenas de
esperanza,percibieronunasensaciónfamiliar.
El viento comenzaba a soplar desde el oeste y
con él traía un aroma peculiar, que se colaba
en sus narices: era el inconfundible olor a
humedad. Entonces, un relámpago iluminó el
cielo, seguido por un estruendo. Comenzó a
llover.
Kaoru y Akemi reían y brincaban,
chapoteando en las pequeñas lagunas que
comenzaban a formarse. Era verdaderamente
increíble. ¡Al fin llovía! Estaban tan felices
que olvidaron que la tía Megumi les esperaba
en casa para cenar. Tampoco se dieron
cuenta cuando sus libretas y cuadernos se
empaparon, echándose a perder. ¡Era tiempo
de celebrar! Con gran destreza inclinaban
sus rostros hasta el cielo, dejando que las
sabrosas y refrescantes gotitas de agua nueva
se deslizaran pos sus lenguas estiradas.
Dentro de poco había caído la oscuridad
y no paraba de llover. Llovió tanto y tanto
aquella noche que el suelo, que había estado
seco por tanto tiempo, se inundó con gran
rapidez. La cortina de lluvia era tan densa
que apenas permitía a las niñas distinguir el
camino a casa. Entonces, divisaron a lo lejos
dos cavidades, como cuevas. Decidieron que
lo mejor sería guarecerse en lo que cesaba la
lluvia y escalaron las paredes de limo verdoso
y húmedo, hasta entrar en una de las cuevas.
La cueva era tan angosta, que apenas cabían
22
las dos encorvadas, hombro con hombro.
Empapadas desde los pies a la cabeza, Kaoru y
Akemi estaban felices. En la cueva olía a azufre
y hacía calor. Esperarían a que escampase para
retomar el camino a casa.
—Ojalá que mamá y la tía Megumi no estén
muy preocupadas —repetía Kaoru.
Entonces, con un fuerte movimiento de
tierra la cueva tembló expulsando a las niñas,
quienes cayeron de bruces en el suelo mojado.
Horrorizadas, vieron cómo la enorme pared
comenzaba a levantarse a sus espaldas. En un
abrir y cerrar de ojos aparecieron dos luceros
del color del fuego que parpadeaban justo sobre
las pequeñas cuevas. De la nada brotó una
veloz bola de llamas que incendió el esqueleto
de un árbol a dos metros de distancia. A la luz
de las llamas, Kaoru y Akemi pudieron ver con
espanto que aquellas no eran cuevas, sino la
nariz de un gigantesco dragón de apariencia
serpentina que les miraba de frente. Pero justo
cuando se disponían a correr despavoridas, el
monstruo habló: —No se asusten. Sólo tengo
alergia.
Kaoru y Akemi se miraron perplejas. ¿Un
dragón? ¿Y hablaba? Espantadas y sin poder
pronunciar palabra, quedaron estáticas. Luego
de algunos segundos que parecieron eternos,
Kaoru logró juntar toda su valentía.
—¿Quién eres? —preguntó.
—¿Yo? Soy Mizuchi, pero mis amigos me
llaman Mizu. ¿Están perdidas?
Entonces, las niñas le contaron cómo
había comenzado a llover torrencialmente
obligándoles a detenerse de camino a casa,
y cómo habían confundido su nariz con una
cálida cueva. Para la tranquilidad de nuestras
heroínas el dragón Mizu resultó ser muy
amable contrario a todo pronóstico. Finalmente
descubrieron que los dragones no provocaban
sequías. Por el contrario, aquellas mágicas
criaturas, capaces de volar sin alas, ¡traían la
lluvia! Y si bien exhalaban fuego, ¡no era a
propósito! Como habían confirmado, la bola de
fuego que produjo Mizu se debía a un simple
caso de alergia.
Con gran agilidad las niñas subieron al
escamosolomodeMizu,quienofrecióllevarlesa
casa.Enlaobscuridad,serpenteabanporencima
23www.IGUANArevista.com 23
de las nubes con gran velocidad. ¡Kaoru y Akemi se
sentían tan grandes desde allá arriba! Los cuernos y
garras del poderoso dragón rasgaban con destreza los
bultos en donde las negras nubes guardaban el agua.
Entonces, Kaoru y Akemi comprendieron cómo en la
isla llovía una vez al año desde los cielos, para que la
tierra se nutriese y renovara.
Cuando descendieron en la aldea, Mizu permaneció
oculto. Los dragones, explicó, sólo podían ser vistos
porlosniños.Sedespidióconunasonrisaquemostraba
todos sus colmillos, prometiendo regresar durante la
próxima temporada de lluvia. Entonces, extendió su
largo cuerpo hacia el cielo. Emprendiendo el vuelo,
desapareció tras el velo de la noche.
Al otro día, el pueblecito amaneció de fiesta. Todos
se reunieron a disfrutar del preciado líquido que había
bajado como una bendición y en abundancia desde el
cielo. Aquel año llovió por cinco días y cinco noches,
hasta que la tierra y las plantas quedaron saturadas.
Kaoru y Akemi mantuvieron su increíble aventura
en secreto. Esperaban fielmente a su amigo año tras
año, cuya llegada siempre indicaba el inicio de la
temporada de lluvia. Aunque su reunión anual las
llenaba de alegría, sentían el pesar que producía su
partida. Cuando ya no le vieron más, con tristeza
comprendieron que ya no eran niñas, pero dentro de
sí sabían que Mizu siempre regresaría con la promesa
de la lluvia.

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  • 1. Kaoru despertaba cada día justo antes del amanecer. Aún medio dormida se aseaba, agarraba sus libros y se encaminaba hacia la escuela junto a su prima, Akemi. Kaoru y Akemi vivían en casitas de madera y papel en el corazón de Japón; en una islita milenaria, pequeña y remota, que no veía llover desde hacía más de un año. La senda que las niñas recorrían cada mañana de camino a la escuela se había tornado seca y amarillenta hacía largos meses. Kaoru había hecho rutina marchar montaña abajo junto a su prima muy temprano, antes de que el sol despertase, para que su jornada no les fatigase tanto. Cuenta la leyenda que aquel año el agua era tan escasa, que el lago del pueblo había desaparecido. En su lugar, quedaba una gran cavidad que los campesinos se veían forzados a cavar periódicamente en búsqueda de un arroyo subterráneo que, ocasionalmente, les regalaba algo del preciado líquido. MientrasKaoruyAkemicaminaban,cadapasohacía crujir el suelo bajo sus sandalias. Aunque tratasen mil veces, no eran capaces de recordar la última vez que vieron llover. Con dificultad, trataban de recordar el olor de la lluvia sobre la hierba fresca, o la manera en que las gotitas de agua caían desde el cielo, posándose en sus rostros. Una tarde, mientras las niñas regresaban de la escuela cerca de la puesta del sol, la curiosa Kaoru le preguntó a su prima: —¿Akemi, sabías que los dragones respiran fuego? —¿De qué hablas? ¡Los dragones no existen! Sólo aparecen en las leyendas. Insatisfecha con la respuesta de Akemi, Kaoru guardó silencio durante el resto del camino. Cabizbaja, pensaba y pensaba… Nunca había visto una sequía tan larga y hacía días que se rumoraba que unos niños de la aldea habían visto un dragón sobre las montañas, al oeste. Todo le parecía muy sospechoso. Aunque no se había vuelto a hablar del asunto en el pueblo, Kaoru estaba segura de que algún dragón mitológico – de esos de los que hablaban los abuelos en sus historias de antaño – estaba detrás de la sequía. Seguramente cada Mizu y la lluvia por Mariela Jurado Figueroa ilustrado por Nicole Wong 20
  • 2. 21 noche, mientras todos dormían, un dragón pasaba por la aldea exhalando fuego, secando la tierra, riachuelos y árboles. Kaoru lo había pensado muy bien y estaba casi segura de que aquella era la razón por la cual cada mañana todo amanecía más seco que el día anterior… Aunque su prima no le creyese, sabía que el culpable de aquello era un dragón. Mientras en esto pensaba, Kaoru sintió una brisa helada rozar sus mejillas, seguida por un frío que traspasaba la piel y los huesos. Las niñas se detuvieron perplejas. No podían entender por qué hacía tanto frío tan de repente, cuando lo que predominaba en aquel tiempo era el calor. Entonces, abrigándose un poco con los brazos, apresuraron el paso. No habían adelantado nada cuando, llenas de esperanza,percibieronunasensaciónfamiliar. El viento comenzaba a soplar desde el oeste y con él traía un aroma peculiar, que se colaba en sus narices: era el inconfundible olor a humedad. Entonces, un relámpago iluminó el cielo, seguido por un estruendo. Comenzó a llover. Kaoru y Akemi reían y brincaban, chapoteando en las pequeñas lagunas que comenzaban a formarse. Era verdaderamente increíble. ¡Al fin llovía! Estaban tan felices que olvidaron que la tía Megumi les esperaba en casa para cenar. Tampoco se dieron cuenta cuando sus libretas y cuadernos se empaparon, echándose a perder. ¡Era tiempo de celebrar! Con gran destreza inclinaban sus rostros hasta el cielo, dejando que las sabrosas y refrescantes gotitas de agua nueva se deslizaran pos sus lenguas estiradas. Dentro de poco había caído la oscuridad y no paraba de llover. Llovió tanto y tanto aquella noche que el suelo, que había estado seco por tanto tiempo, se inundó con gran rapidez. La cortina de lluvia era tan densa que apenas permitía a las niñas distinguir el camino a casa. Entonces, divisaron a lo lejos dos cavidades, como cuevas. Decidieron que lo mejor sería guarecerse en lo que cesaba la lluvia y escalaron las paredes de limo verdoso y húmedo, hasta entrar en una de las cuevas. La cueva era tan angosta, que apenas cabían
  • 3. 22 las dos encorvadas, hombro con hombro. Empapadas desde los pies a la cabeza, Kaoru y Akemi estaban felices. En la cueva olía a azufre y hacía calor. Esperarían a que escampase para retomar el camino a casa. —Ojalá que mamá y la tía Megumi no estén muy preocupadas —repetía Kaoru. Entonces, con un fuerte movimiento de tierra la cueva tembló expulsando a las niñas, quienes cayeron de bruces en el suelo mojado. Horrorizadas, vieron cómo la enorme pared comenzaba a levantarse a sus espaldas. En un abrir y cerrar de ojos aparecieron dos luceros del color del fuego que parpadeaban justo sobre las pequeñas cuevas. De la nada brotó una veloz bola de llamas que incendió el esqueleto de un árbol a dos metros de distancia. A la luz de las llamas, Kaoru y Akemi pudieron ver con espanto que aquellas no eran cuevas, sino la nariz de un gigantesco dragón de apariencia serpentina que les miraba de frente. Pero justo cuando se disponían a correr despavoridas, el monstruo habló: —No se asusten. Sólo tengo alergia. Kaoru y Akemi se miraron perplejas. ¿Un dragón? ¿Y hablaba? Espantadas y sin poder pronunciar palabra, quedaron estáticas. Luego de algunos segundos que parecieron eternos, Kaoru logró juntar toda su valentía. —¿Quién eres? —preguntó. —¿Yo? Soy Mizuchi, pero mis amigos me llaman Mizu. ¿Están perdidas? Entonces, las niñas le contaron cómo había comenzado a llover torrencialmente obligándoles a detenerse de camino a casa, y cómo habían confundido su nariz con una cálida cueva. Para la tranquilidad de nuestras heroínas el dragón Mizu resultó ser muy amable contrario a todo pronóstico. Finalmente descubrieron que los dragones no provocaban sequías. Por el contrario, aquellas mágicas criaturas, capaces de volar sin alas, ¡traían la lluvia! Y si bien exhalaban fuego, ¡no era a propósito! Como habían confirmado, la bola de fuego que produjo Mizu se debía a un simple caso de alergia. Con gran agilidad las niñas subieron al escamosolomodeMizu,quienofrecióllevarlesa casa.Enlaobscuridad,serpenteabanporencima
  • 4. 23www.IGUANArevista.com 23 de las nubes con gran velocidad. ¡Kaoru y Akemi se sentían tan grandes desde allá arriba! Los cuernos y garras del poderoso dragón rasgaban con destreza los bultos en donde las negras nubes guardaban el agua. Entonces, Kaoru y Akemi comprendieron cómo en la isla llovía una vez al año desde los cielos, para que la tierra se nutriese y renovara. Cuando descendieron en la aldea, Mizu permaneció oculto. Los dragones, explicó, sólo podían ser vistos porlosniños.Sedespidióconunasonrisaquemostraba todos sus colmillos, prometiendo regresar durante la próxima temporada de lluvia. Entonces, extendió su largo cuerpo hacia el cielo. Emprendiendo el vuelo, desapareció tras el velo de la noche. Al otro día, el pueblecito amaneció de fiesta. Todos se reunieron a disfrutar del preciado líquido que había bajado como una bendición y en abundancia desde el cielo. Aquel año llovió por cinco días y cinco noches, hasta que la tierra y las plantas quedaron saturadas. Kaoru y Akemi mantuvieron su increíble aventura en secreto. Esperaban fielmente a su amigo año tras año, cuya llegada siempre indicaba el inicio de la temporada de lluvia. Aunque su reunión anual las llenaba de alegría, sentían el pesar que producía su partida. Cuando ya no le vieron más, con tristeza comprendieron que ya no eran niñas, pero dentro de sí sabían que Mizu siempre regresaría con la promesa de la lluvia.