1. El pescador y la tortuga
Hace mucho, mucho tiempo, en una aldea a orillas del mar, vivía un joven pescador llamado
Urashima Taroo. Un día, un grupo de chicos estaba maltratando a una tortuga en la playa. Y
Urashima Taroo les gritó:
- Dejen en paz a esa tortuga.
Pero los muchachos no le hicieron caso y le contestaron:
- Con mucho trabajo logramos cazarla.
Urashima Taroo, sintiendo compasión por la tortuga, dio todo el dinero que llevaba consigo
y la compró. Y acto seguido la soltó en el mar.
Unos días después, cuando Urashima Taroo estaba en alta mar pescando, se le acercó nadando
una tortuga. Y una vez al lado del bote, le dijo:
- Me salvaste el otro día en la playa. En agradecimiento deseo conducirte al Palacio del Rey
Dragón del Mar donde vivo.
Urashima Taroo montó sobre el lomo de la tortuga. La tortuga se hundió en el mar y empezó
a nadar hacia lo más profundo.
“Qué extraño, estoy dentro del agua pero me siento perfectamente” pensaba Urashima Taroo
excitado y feliz.
Hasta que finalmente llegaron al Palacio. Y entonces, la tortuga dijo:
- Aquí estamos. Este es el Palacio del Rey Dragón del Mar.
El palacio estaba decorado con rojos corales, deslumbrantes perlas, oro y plata, que lo hacían
brillar. Urashima Taroo quedé admirado.
- ¿Esto es realmente el fondo del mar? - preguntó.
Mientras Urashima Taroo miraba todo embelesado, una bella jovencita salió a recibirlo.
Haciendo una ligera reverencia le dijo:
- Bienvenido. Yo soy la Princesa menor. Esta tortuga es mi criada. Te agradezco mucho que la
salvaras. Por favor, quédate y disfruta.
Y la Princesa lo condujo al interior del palacio.
Urashima Taroo vistió hermosos trajes, comió manjares y tomó buen vino, y bailó y cantó con
las danzarinas y con los peces, y no se aburría en ningún momento, y disfrutaba de todo.
De ese modo pasaron tres años. Una noche, Urashima Taroo tuvo un sueño. Soñó con su padre
y su madre, que vivían humildemente en la aldea a orillas del mar. Y le dijo a la Princesa:
- Extraño mi lugar natal. Permíteme volver a mi casa.
La Princesa se puso muy triste, pero no podía impedirle a Taroo que regresara a su casa.
Llegó el día de la partida. La Princesa le entregó a Urashima Taroo un cofrecito.
- Por favor, acéptalo y llévalo en tu regreso- le dijo mirándolo fijamente - Pero prométeme una
cosa: que no lo abrirás por nada. Si cumples esta promesa, podrás ser feliz.
Y así fue como Urashima Taroo otra vez montó en el lomo de la tortuga y regresó a su aldea a
orillas del mar.
Llegó al lugar natal tan añorado. Pero no estaba su casa. Le preguntó a un anciano que estaba
por allí.
- ¿Dónde está la casa de la familia Urashima?
- Hubo una casa de esa familia. El hijo fue al mar, y nunca volvió.
- ¿Me está contando algo que sucedió hace tres años?
Pero el viejito negó con la cabeza.
- No, es una historia de hace mucho tiempo.
Urashima Taroo no entendía qué sucedía. De repente se acordó del cofrecito. “¿Qué habrá
dentro del cofre? Me prohibieron abrirlo pero me han entrado unas ganas tremendas de ver
qué contiene” se dijo.
Y Urashima Taroo levantó la tapa del cofrecito.
Y un humo blanco salió del interior.
Y Urashima Taroo se dio cuenta de que tenía los cabellos y la barba completamente blancos.
2. Y que era un anciano.
El Páucar y la Víbora
Cuenta la leyenda que el Páucar era un niño que tenía la lengua demasiado suelta y que
gustaba de burlarse de las personas de la aldea imitando sus voces; solía llevar siempre puestos
un pantalón negro y camisa amarilla.
Cierto día, por inventar que una anciana que acababa de llegar al poblado era una runa-mula
que los viernes en la noche volaba sobre una escoba, ésta –que en verdad era un hada
disfrazada- lo transformó en un pájaro que aún mantuvo los colores de la ropa que llevaba
puesta.
Pero el hada tuvo una deferencia con el niño: una vez transformado en ave también mantuvo
su inteligencia y su habilidad para imitar el sonido de las gentes y de otros animales. Además
de eso, también fue otorgado con una fina habilidad para tejer con pequeñas ramas unos
cubículos donde todos anidan muy cerca los unos a los otros.
Cierto día en que el páucar estaba en lo más alto de un delgado árbol, pudo observar cómo
llegaba reptando una víbora que venía huyendo de un búho y un águila que la habían
expulsado de la zona del bosque donde solía cazar.
Hambrienta y con todo el peso de los cielos sobre su cuerpo, dejó llevarse hasta los árboles
buscando algo con que saciar su enorme apetito. Trepó y trepó hasta llegar a la parte más alta
de la punga, árbol de tallo blanco, y al llegar allí no pudo moverse más. Se sentía segura allá
arriba y decidió dormir desde que se pusiera el sol hasta que se levantara el día siguiente.
Al abrir los ojos, la víbora vio un festín en los nidos de las hembras del páucar. Brillantes
huevos relucían con la caricia del sol, haciéndolos aún más apetecibles a la mirada hambrienta
de la víbora.
Tampoco pasó desapercibido para ella que bajo los nidos había un avispero donde las avispas
se revolvían al compás de los rayos del sol. “De todas formas este suculento manjar valdrá
correr el riesgo”, pensó la víbora.
Con cuidado y sin hacer ningún ruido, la víbora comenzó a subir y a subir hacia donde estaban
los nidos, pero el súbito grito del águila que la perseguía la otra noche sonó como un estruendo
y ésta cayó directamente sobre el avispero. Los cientos de picotazos que recibió sobre todo su
cuerpo hicieron que las esperanzas de la víbora se desvanecieran y saliera huyendo en un
ondulante y rápido movimiento.
Ni siquiera sospechó que quien realmente realizó ese sonido de águila fue el propio páucar,
que reía ahora tranquilo y orgulloso por su buena imitación. Sin duda no verían a la víbora
por esas tierras en mucho, mucho tiempo.
El amor que surgió de Pacaya Samiria
Hace un siglo atrás, cuando los ríos que dan nombre a la reserva de Pacaya Samiria aún no
tenían nombre, sucedió una bella historia de amor que aún sigue transmitiéndose de
3. generación en generación. La tribu de los Cocamas, que vivían en las orillas del Río Pacaya
eran enemigos de los Cocamillas, que gobernaban las riberas del Río Samiria.
En la época de lluvias el bosque que circunscribe estas orillas está inundado, por lo que sus
fronteras de caza y pesca son más amplias.
Cierto día la bella Irini, hija querida del jefe de la tribu que dominaba los Pacaya, amiga íntima
del páucar, se adentró en canoa en las lagunas del bosque junto a su amigo para explorar la
zona. La época de lluvias era además su preferida para hacer este tipo de incursiones sin el
permiso de su padre.
Pero el destino quiso que su barca se adentrara cada vez más en el afluente del río y se fuera
alejando más y más de su aldea; tan ensimismada estaba en los colores que iban adornando la
tarde reflejándose en la corriente de agua, que hubo un momento en que ya no supo regresar.
Asustada preguntó al páucar si sabía el camino de vuelta, pero éste había estado tan absorto
en sus pensamientos como ella.
La noche llegó, e Irini junto a su amigo descubrieron una hermosa Punga junto a la orilla. Le
pidió al árbol sagrado que le dieran cobijo durante la noche, pues el suelo de la selva estaba
plagada de peligros y depredadores. Así fue que escalaron a sus ramas, aunque Irini seguía
preocupada por saber cómo estaría su padre al darse cuenta de que no había aparecido en su
casa durante el día.
Mientras tanto, Nanuqii, cazador de la tribu de los Cocamillas salió a buscar animales para
alimentar a su aldea. El joven, que había sido adoptado por su tío, el Gran Jefe del grupo de
los Samiria, era huérfano, y tan buen mozo que todas las chicas de su aldea lo pretendían. No
obstante, él no sentía interés por ninguna.
En uno de sus viajes para cazar decidió adentrarse en el bosque para alcanzar buenas presas,
topándose con el árbol sagrado donde la misma noche había pedido refugio Irini. Era de noche
y el joven volvió a preguntar a la Punga si podría colgar allí su hamaca.
No bien trató de dormir, escuchó el canto del páucar. “Qué extraño lugar para un páucar”,
pensó, pero acto seguido escuchó una voz de mujer que le decía: “¡Cuidado! Me puedes
chancar”. Nanuqii no dio crédito a lo que acababa de escuchar y miró hacia abajo. Irini y
Nanuqii charlaron y charlaron, y de repente ambos notaron como si se conocieran de toda la
vida.
“Por qué no tomas mi lugar en la hamaca”, le propuso Nanuqii a Irini. Al día siguiente
recorrieron juntos el bosque, mientras el joven cazador le enseñaba a la chica los secretos que
él conocía de los árboles, las propiedades que ofrecían, y la mejor forma para cazar y pescar
en la zona. Los días pasaron y ambos se dieron cuenta de que el tiempo se había detenido sin
que ni siquiera lo notaran.
Irini urgió de pronto a Nanuqii para volver a su tierra. Cuando llegaron a la aldea de los Pacaya,
el cazador se armó de valor y pidió al cacique a Irini en matrimonio.
Tras interrogar al joven y saber de qué tribu provenía, amenazante le dijo: “Nunca permitiría
que el hijo de una tribu enemiga se case con mi hija. No te mataremos en este momento por
haberme devuelto a Irini sana y salva, así que retírate y no se te ocurra volver nunca por estas
tierras”.
4. Nanuqii e Irini se miraron con lágrimas en los ojos, sin entender nada de la rivalidad entre sus
dos aldeas. Cuando Nanuqii se retiró, la joven fue llorando hasta su cabaña, pero el páucar
entristeciéndose de esto voló hasta el cazador y le dijo: “¡Espera! No te vayas. Esta noche te
ayudaré a robarte a Irini, pero prométeme que jamás se les ocurrirá volver de nuevo, pues el
cacique los matará a los dos”.
De esta forma Nanuquii e Irini huyeron lejos y formaron una bella familia, allá donde los dos
Ríos que los separaban se unían, como una dulce metáfora de la unión de sus dos corazones.
La leyenda pasó de generación a generación, y los habitantes de la reserva decidieron así poner
fin a sus rivalidades y convivir como uno solo en la tierra que los vio nacer.
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La mágica curación del árbol del Chuchuhuasi
La mitología de la selva está íntimamente unida con el alma de los árboles y las plantas, que
otorgarán sus propiedades curativas a quien de verdad tenga el corazón puro y pida sus favores
sin buscar otro beneficio que no sea el de la sanación del cuerpo.
Cuenta la leyenda que entre los nativos Cocamas había desaparecido el hijo del curandero de
la aldea. La desaparición de un miembro de la tribu era algo bien extraño a no ser que fuera
llamado por alguna divinidad de la selva, y los habitantes de la zona se preguntaban qué podía
haber pasado.
Los Cocamas se apiadaron del curandero, que triste no dejaba de buscar a su niño en cualquier
rincón del bosque. Buscaba y buscaba, pero no aparecía, hasta que sus ojos finalmente se
secaron de tanto llorar.
Pasaron los días, y junto a la humilde cabaña del curandero comenzó a crecer un árbol. Y tanto
creció con el paso del tiempo que pronto superó a todos los que había a su alrededor. Estaba
grande y orgulloso junto a la cabaña, dándole su sombra y su protección a diario durante las
calurosas jornadas que azotaban la selva.
El sol, que asomaba cada mañana por el este, bañaba su lado derecho al amanecer y cuando
se ponía tras el poniente, acariciaba dulcemente su lado izquierdo. Una noche el espíritu del
árbol se apareció ante el curandero en sueños y éste quedó petrificado. “¿Es la voz de mi hijo
la que habla?”, pensó, “Es este árbol el alma de mi hijo querido y perdido hace tanto tiempo
atrás?”.
Escuchaba atentamente en sueños la voz de su hijo que le decía: “Padre, estoy aquí para
ayudarte, nunca desaparecí, siempre estuve aquí a tu lado”.
El curandero abrió los ojos en la noche con una gran emoción en su pecho. ¡Cómo no se dio
cuenta antes! El mensaje que estaba recibiendo eran las palabras de su hijo que le estaba
dictando: “Padre, escucha. Toma de mí el lado chuchu, el lado bañado por el sol saliente; y
toma de mí el lado huasi, el que es acariciado por el sol de poniente. Macéralos solo así…
primero el uno y luego el otro, juntos serán tu tesoro. Con eso podrás curar a muchos y darás
alegría a muchos más”.
Su hijo le estaba diciendo que si seguía su secreto podría ofrecer el bien a los habitantes de su
aldea y las comunidades vecinas. Las semillas del Chuchuhuasi se extendieron por la selva, y
5. el curandero sigue curando junto a su hijo, para todos aquellos que crean en el poder del
espíritu del árbol.