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El espacio
geografico
OLIVIER DOLLFUS
COLECCIÓN ¿ q u é s é ? NUEVA SERIE
oikos-tau
Olivier Dollfus
Profesor en la Universidad de París VII
EL ESPACIO
GEOGRÁFICO
I
oikos-tau, s. a. - ediciones
APARTADO 5347 - BARCELONA
VILASSAR DE MAR - BARCELONA - ESPAÑA
Traducción de Damià Bas
Primera edición en lengua castellana 1976
Segunda edición en lengua castellana 1982
Título original de la obra:
«L'ESPACE GÉOGRAPHIQUE»
par Olivier D ollfus
Copyright ® Presses Universitaires de France 1976
ISBN 8 4 -2 8 1 -0 3 0 3 -8
Depósito Legal: B -1 7.2 47-1982
Cubierta de Juli Blasco
® oikos-tau, s. a. - ediciones
Derechos reservados para todos los países de habla castellana
Printed in Spain - Impreso en España
Industrias Gráficas García
Montserrat, 12-14 - Vilassar de Mar (Barcelona)
índice
In tro d u cció n ..................................................................................... 7
1. Los caracteres del espacio geográfico....................... 9
Un espacio localizable y dife ren ciad o............................. 9
Un espacio cambiante que se describe ........................ 11
La homogeneidad de los espacios g e o g rá fic o s ........... 20
La noción de escala aplicada al espacio geográfico . 23
2. El hombre y el espacio geográfico ............................. 31
Paisajes naturales, paisajes modificados y paisajes
ordenados .......................................................................... 32
Los tipos de ordenación de un mismo medio natural. 36
La noción de recursos naturales ..................................... 39
La noción de obstáculo natural ........................................ 40
3. El hombre y el medio ........................................................ 43
La influencia del medio en el hombre ........................... 44
El hombre y el medio modificado ................................... 48
El espacio geográfico es un espacio percibido y sentido. 53
4. El significado de las d e n s id a d e s .................................. 57
Densidades diferentes en unos medios semejantes . . 57
Mismas densidades y significado d ife re n te ................... 58
Óptimo de población, superpoblación y subpoblación. 61
5. Espacio rural y espacio u r b a n o ..................................... 71
El espacio ru ra l........................................................................ 72
El espacio u rb a n o ................................................................... 80
La influencia de las ciudades sobre su entorno . . . . 94
6. El espacio regional .......................................................... 101
Las familias de regiones ..................................................... 102
El cometido de las ciudades en la formación de las
re g io n e s ................................................................................ 105
La evolución de la región ................................................... 108
7. Los tipos de organización del espacio geográfico. 1 1 1
Los espacios recorridos, pero no organizados............. 111
Los espacios acondicionados por sociedades «no desa-
rrolladas» ............................................................................. 112
Los espacios en los países subdesarrollados ............. 115
La organización del espacio en los países industriales. 1 18
C o n clu sió n ........................................................................................ 123
Bibliografía ..................................................................................... 125
Introducción
En su sentido más amplio, el ámbito del espacio
geográfico es la «epidermis de la Tierra» (J. Tricart), es
decir, la superficie terrestre y la biosfera. En una acep-
ción sólo en apariencia más restrictiva, es el espacio
habitable, la oikuméne de los antiguos, allí donde las
condiciones naturales permiten la organización de la
vida en sociedad. Hasta una fecha reciente la oikumé
ne coincidía poco más o menos con las tierras
cultivables y utilizables para la agricultura y la ganade-
ría. Quedaban excluidos los desiertos en donde no es
posible la irrigación, y los espacios helados de las
altas latitudes y de alta montaña. Pero esta noción de
la oikuméne debe ser revisada. Lo constataba el pro-
pio geógrafo Max. Sorre, quien lo desarrolló y empleó
ampliamente: «Al igual que para los antiguos, para
nosotros la oikuméne sigue siendo la tierra habitada,
aunque con sus anexos; el área de extensión del géne-
ro humano tiende a confundirse con la superficie del
planeta». El espacio geográfico es «el espacio acce-
8 El espacio geográfico
sible al hombre» (J. Gottman), usado por la huma
nidad para su existencia. Por lo tanto, incluye los
mares y los aires.
El espacio geográfico es localizable, concreto, di
ríamos «trivial», usando una expresión del economista
F. Perroux. Aunque cada punto del espacio puede ser
localizado, lo que importa es su situación con relación
a un conjunto en el cual se inscribe y las relaciones
que mantiene con los diversos medios de los que for
ma parte. Lo mismo que el espacio de los matemáti
cos o los de los economistas, el espacio geográfico se
forma y evoluciona partiendo de unos conjuntos de
relaciones, pero estas relaciones se establecen en un
marco concreto: el de la superficie de la Tierra.
El espacio geográfico es cambiante y diferencia
do, y su apariencia visible es el paisaje. Es un espacio
recortado y dividido, pero en función de las luces que
le aportamos. Espacio troceado cuyos elementos son
desigualmente solidarios unos con otros. «La ¡dea de
área de extensión incluye la de límite, que le es
inseparable y que ofrece distintos grados de determi
nación, desde el límite lineal hasta la zona límite, con
sus franjas de degradación» (Max. Sorre).
El espacio geográfico se presenta, pues, como el
soporte de unos sistemas de relaciones, determinán
dose unas a partir de los elementos del medio físico
(arquitectura de los volúmenes rocosos, clima, vegeta
ción), y las otras procedentes de las sociedades huma
nas que ordenan el espacio en función de la densidad
del poblamiento, de la organización social y económi
ca, del nivel de las técnicas, en una palabra, de todo el
tupido tejido histórico que constituye una civilización.
1. Los caracteres
del espacio geográfico
Un espacio localizable y diferenciado
Todos los puntos del espacio geográfico se locali
zan en la superficie de la Tierra, definiéndose por sus
coordenadas y por su altitud, pero también por su
emplazamiento (que es su asiento), así como por su
posición, que evoluciona en función de un conjunto de
relaciones que se establecen respecto a otros puntos
y a otros espacios. Como espacio localizable, el espa
cio geográfico es cartografiable. Y la geografía pone
en primer plano de sus formas de expresión a la repre
sentación cartográfica, que permite situar los fenóme
nos y esquematizar los componentes del espacio de
acuerdo con la escala elegida y con las referencias
adoptadas.
Este espacio es asimismo un espacio diferencia
do. Debido a su localización y al juego de las combina
ciones que preside su evolución, cualquier elemento
del espacio y cualquier forma de paisaje son fenóme
nos únicos que jamás encontramos estrictamente
10 El espacio geográfico
idénticos en otra parte ni en otro momento. Una ciu
dad, una montaña o un río, tienen una personalidad y
una identidad. Jamás un paisaje es estrictamente
igual a otro. Dentro de una visión somera del espacio,
esta diferenciación puede parecer incompatible con la
noción de homogeneidad del espacio; nada menos
cierto. Como veremos más adelante, la homogeneidad
es la consecuencia de la repetición de determinado
número de formas, de un juego de combinaciones que
se reproducen de una manera parecida, aunque no
perfectamente idéntica, en una determinada superfi
cie. Pero, como consecuencia de las desigualdades
que se presentan, incluso dentro de las familias de for
mas y de sistemas, el espacio geográfico se presenta
dotado de cierta rugosidad, que hace que las compa
raciones y las esquematizaciones rápidas sean más
difíciles.
No obstante, al propio tiempo que muestra lo que
constituye la originalidad de su esfera, el geógrafo que
analiza el espacio localizado y diferenciado se esfuerza
al mismo tiempo por poner de relieve los elementos
de comparación que permiten el reagrupamiento de
los principales elementos, de las formas, de los siste
mas y de los procesos en grandes familias. Aunque la
originalidad únicamente puede surgir por compara
ción con situaciones análogas, lo mismo que la excep
ción únicamente aparece una vez conocido el término
medio. El geógrafo puede parafrasear a Goethe escri
biendo que «todas las formas son semejantes y que
ninguna es igual a las demás». El geógrafo describe a
la vez lo único y lo cambiante, poniendo de relieve, si
no unas leyes en el sentido de las ciencias exactas,
por lo menos unos grupos de combinaciones dinámi
cas que explican las formas y facilitan su clasificación,
indispensable para las comparaciones.
Cada día es más necesario el uso de las matemá
ticas para el establecimiento de las correlaciones, para
Los caracteres del espacio geográfico
la determinación de las interrelaciones, y para cifrar
ciertos volúmenes. Este uso exige unos datos que
sean a la vez localizables, precisos y comparables.
Pero muchas veces los datos utilizados por los geó
grafos no se pueden cuantificar tan fácilmente como
los que emplean los economistas, y de ahí unas inves
tigaciones que a menudo son más cualitativas que
cuantitativas. No obstante, parece vano comparar las
ventajas de una investigación cualitativa con las de
una investigación más cuantitativa. No existe más que
una única y misma investigación, que puede perfec
cionarse por medio de unos análisis que no son
cuantificables, aunque algunos de cuyos resultados
pueden exponerse más claramente gracias a una
formulación cifrada, y de ahí la utilidad del instrumen
tal matemático.
Un espacio cambiante que se describe
La faz de la tierra se modifica continuamente.
Cualquier paisaje que refleje una porción del espacio
lleva las señales de un pasado más o menos lejano,
desigualmente borrado o modificado, pero siempre
presente. Es como un palimsesto en el que los análisis
de las herencias permiten rehacer sus evoluciones. El
espacio geográfico está impregnado de historia, y por
ello se diferencia de los espacios económicos, que
casi siempre dejan de lado la profundidad histórica.
Este espacio concreto y localizable es un espacio cuya
apariencia —el paisaje— se describe. Vidal de La Bla
che, uno de los fundadores de la geografía francesa a
principios de este siglo, para nombrar al paisaje
empleaba igualmente la palabra «fisonomía».
«La originalidad de una parte del espacio terrestre se
expresa por su "fisonom ía" en un estilo particular de orga
nización espacial nacido de la unión de la naturaleza y de la
12 El espacio geográfico
historia; en otras palabras, en lo que más tarde llamaremos
un paisaje. Vidal de La Blache ha puesto ai servicio de esta
nueva noción su arte incomparable de la descripción, que
sabe —mediante la elección de los detalles típicos, por la
habilidad de la generalización, por el resumen de ciertas
comparaciones— ofrecer un cuadro evocador y preciso de
estos "seres geográficos" que son los paisajes» (E. Juillard,
Région et régionalisation).
La descripción es indispensable para la explica
ción, y los trámites de la investigación están constitui
dos por un constante vaivén entre la descripción y la
explicación. Debido a este juego entre descripción y
explicación existe una dialéctica de la gestión geográ
fica. La descripción valora, clasifica y ordena los ele
mentos del paisaje que son motivo de análisis. La des
cripción permite plantear los problemas y buscar las
relaciones entre las combinaciones. Es una condición
previa al estudio, aunque es mucho más que una con
dición previa. En las diferentes etapas de la explica
ción se acude a la descripción. En el análisis del espa
cio geográfico se parte de lo que está presente, de lo
que es visible, para aquilatar la importancia de las
herencias y la velocidad de las evoluciones, para des
cifrar los sistemas que son las estructuras que actúan
sobre el espacio.
Los altiplanos cristalinos del Macizo Central fran
cés son elevadas superficies onduladas, con pequeños
valles repletos de derrubios y fondos húmedos; en
estas superficies los ríos están encajados en gargan
tas. La relativa horizontalidad de los altiplanos es una
herencia de las superficies de erosión terciarias, ela
boradas bajo climas casi siempre húmedos y cálidos
que favorecen las alteraciones, y a veces más secos, y
de ahí los esparcimientos debidos a la arroyada. Una
parte del material de descomposición y de disgrega
ción, que se remonta a las fases cálidas del Terciario,
fue reorganizada por fenómenos de solifluxión en los
períodos fríos del Cuaternario, lo cual provocó el relle
Los caracteres del espacio geográfico 13
nado de ciertos valles y retocó el perfil de las pendien
tes. El corte de las gargantas es una consecuencia de
los movimientos tectónicos de la segunda parte del
Terciario, que levantaron las superficies de erosión, y a
veces las bascularon. La red hidrográfica principal se
hunde en mesetas formadas de un material rocoso
resistente a la erosión (granitos, esquistos cristalinos,
etc.), de donde la lentitud en el ensanchamiento de los
valles, que quedan estrechos (Sioule, Dordogne). Este
paisaje tiene su explicación, pues, al encontrar en los
distintos conjuntos topográficos los testimonios de las
formas heredadas de un pasado más o menos lejano.
No obstante, también sabemos que una herencia se
conserva mejor o peor, y que constantemente se al
tera. Pero las superficies planas próximas a la
horizontalidad pueden mantenerse duraderamente, lo
que explica la conservación de las superficies de ero
sión en rocas duras, mientras que las entalladuras
lineales pueden formarse rápidamente a escala de los
tiempos geológicos. Así, es posible que la excavación
del Gran Cañón del Colorado, que rebasa los 2.000 m,
tuviese lugar en sus rasgos esenciales en el transcurso
del Cuaternario, es decir, durante los dos últimos
millones de años.
El análisis de un paisaje urbano es asimismo
revelador de su historia y de sus condiciones de
desarrollo, y muestra el peso del pasado en la organi
zación del espacio urbano en la época contemporá
nea. Numerosas ciudades de Europa occidental
poseen un núcleo medieval con callejuelas estrechas,
amontonado alrededor de la iglesia o de la catedral.
Las antiguas fortificaciones que limitaban el área
urbana contribuyendo a su defensa se han podido
suprimir, y su emplazamiento se ha utilizado para la
construcción de una avenida circular, más allá de la
cual se extienden los barrios más recientes; a menudo
los del siglo XIX se construyeron en las proximidades
14 El espacio geográfico
de la estación del ferrocarril. A veces en la trama urba­
na todavía encontramos el dibujo de la parcelación
rural, lo cual a la vez señala la extensión de la ciudad
por el campo y la inercia que permite conservar una
estructura antigua dentro de una estructura de
naturaleza distinta. Pero, así como los altiplanos del
Macizo Central francés están cortados por gargantas,
el viejo barrio medieval se ha cortado con arterias
mejor adaptadas a la circulación automovilística, pero
que rompen la organización viaria medieval.
Algunas zonas de Europa occidental o del norte
de África conservan todavía testimonios de la coloni­
zación romana. El cuadriculado agrario de ciertos sec­
tores de la Emilia es el resultado de la distribución del
espacio que hicieron los centuriones. En la disposición
de algunos campos del llano de Alsacia encontraría­
mos aún las huellas de la organización de los terrenos
del Neolítico. Los ejemplos de este tipo podrían
multiplicarse.
El análisis de las herencias partiendo de la obser­
vación del paisaje lleva necesariamente al estudio de
las interacciones, que es una de las bases de la ges­
tión geográfica.
Una montaña levantada por movimientos tectóni­
cos queda expuesta inmediatamente a los ataques de
la erosión. Pero, como sea que la velocidad del levan­
tamiento es superior al borrado debido a la erosión, se
forma un relieve culminante. El aumento del volumen
montañoso provoca una modificación del clima regio­
nal y local. Las formaciones vegetales experimentan
un cambio a consecuencia del escalonamiento si la
amplitud de las desnivelaciones es suficiente, y al mis­
mo tiempo debido a la evolución del sistema de pen­
dientes, sistema que depende de la tectónica, de la
erosión y de las características de los volúmenes roco­
sos sobre los que se ejerce-la erosión. Todos los relie­
ves terrestres son el resultado de las interacciones
Los caracteres del espacio geográfico 15
entre las fuerzas endógenas, tectógenas, y las fuerzas
exógenas, vinculadas en gran medida con el clima. No
obstante, los tiempos de respuesta a las transforma­
ciones no son los mismos para los distintos grupos de
fenómenos ni para las diferentes escalas. La constitu­
ción de un inlandsis, de un gran glaciar continental,
requiere decenas de millares de años, mientras que la
de un glaciar alpino únicamente unos siglos. Por su
volumen, el inlandsis acarrea modificaciones climáti­
cas regionales y generales, que durante un tiempo
favorecen su crecimiento (retroacciones positivas
relacionadas con el enfriamiento) y luego actúan en
sentido inverso (retroacciones negativas, aumento de
la sequía). El inlandsis responderá muy lentamente a
un cambio climático, y las consecuencias de un cam­
bio climático se dejarán sentir en las márgenes glacia­
res únicamente varios siglos después del desencade­
namiento de los fenómenos. El tiempo de respuesta
de un glaciar alpino será mucho más corto: en pocos
años acusará una modificación del clima. Pero la
fusión de un inlandsis unida a un aumento duradero
de la temperatura tendrá toda una serie de conse­
cuencias generales, regionales y locales. La fusión de
grandes masas de hielo entraña la liberación del agua
capitalizada y provoca una elevación del nivel general
de los océanos: es el glacieustatismo. El aumento de
la temperatura del agua del mar contribuye, aunque
ligeramente (a razón de 2 m por cada °C de calenta­
miento medio), al aumento del volumen líquido: es el
termoeustatismo. El aumento del volumen oceánico
se traduce en transgresiones que modifican la disposi­
ción de las líneas de costa al borde de todos los océa­
nos, repercutiendo en el curso inferior de los ríos, y
ello lo mismo en las zonas frías que en las zonas cáli­
das. Aunque con cierto retraso, se elevan los sectores
liberados por la fusión del inlandsis, cuya masa pesa­
ba sobre la corteza terrestre. Diez milenios después de
16 El espacio geográfico
la desaparición de los glaciares, las costas del golfo de
Botnia continúan elevándose por compensación isos
tática, lo cual ocasiona un desplazamiento de los
puertos aguas abajo.
Cualquier cambio tiene lugar partiendo de una
situación dada, y se alimenta a partir de herencias. En
un período determinado se depositan en el fondo de
un valle unas capas de guijarros. Luego, al cambiar el
clima, se modifican las relaciones entre el caudal y la
carga del río; entonces el río hace una incisión en las
capas aluviales, que se convierten en terrazas. Pero la
mayoría de los guijarros que el río transporta durante
las crecidas proceden de las formaciones aluviales
depositadas en el período precedente. El desplaza­
miento de un elemento rocoso casi nunca se efectúa
con continuidad, sino por una serie de intermitencias,
de fases de movimientos separadas por prolongadas
fases de «silencio»; tal desplazamiento se efectúa a
través de una serie de sistemas de erosión, a veces
muy diferentes, y en cada fase el fragmento se trans­
forma y cambia de identidad. Un fragmento rocoso se
desprende de una pared bajo la acción del hielo del
agua que actúa dentro de las grietas; rodando, pasa a
acumularse en un cono de derrubios, por el que des­
cenderá lentamente, en una sucesión de pequeños
movimientos. Con motivo de un cambio climático
puede ocurrir que un glaciar lo capte y lo convierta en
un elemento de una morrena, desgastándole ligera­
mente las aristas. Las aguas de fusión se lo llevan
como carga y lo transforman en canto rodado y en
arena. Si queda depositado en una capa aluvial puede
alterarse y quedar reducido al estado de arenisca, la
cual es arrastrada por el río que erosiona la terraza, o
bien, en el caso de que el clima se preste a ello, los
elementos más finos pueden ser desplazados por la
acción del viento.
Incluso cuando parece efectuarse de manera con­
Los caracteres del espacio geográfico 17
tinua, la evolución tiene lugar casi siempre por medio
de sacudidas, por crisis. Únicamente es continua en
relación con la escala de tiempo adoptada para el
estudio del fenómeno. En su obra sobre Les phéno­
mènes de discontinuité en géographie (CNRS, París,
1968), R. Brunet ha tenido el mérito de insistir en el
significado de la discontinuidad. En una región en
donde reine un clima semiárido la arroyada se ejerce
sobre superficies que no están totalmente cubiertas
de vegetación, y tiene lugar con motivo de violentos
aguaceros. Durante un lapso de tiempo muy corto una
importante masa de derrubios es transportada por la
arroyada. Pero estas fases activas están separadas por
dilatados períodos de inmovilidad. No obstante, si las
lluvias fuesen menos violentas pero estuviesen menos
distanciadas, favorecerían el establecimiento de una
cobertura vegetal continua, y en tal caso los procesos
erosivos serían distintos. Generalmente se observa
que el vigor de las transformaciones se ve favorecido
por el paso de un sistema a otro o la sucesión de siste­
mas distintos en el tiempo. En alta montaña una fase
fría y relativamente seca ayuda a la gelifracción; la
fragmentación de las rocas bajo el efecto del hielo del
agua dentro de las grietas próximas a la superficie ali­
menta los taludes de derrubios al pie de las paredes.
Pero el aumento del volumen del talud quedará pro­
gresivamente frenado a medida que la superficie roco­
sa sometida a la acción del hielo se reduzca a causa
de que la pared va quedando protegida por sus pro­
pios derrubios. El paso a una fase más húmeda, pero
igualmente fría, ocasiona la formación de un glaciar,
que se lleva los derrubios, despeja el pie de la pared y
transporta aguas abajo los fragmentos rocosos, que a
continuación son captados por las aguas de fusión. De
este modo la erosión, de la que depende la importan­
cia del material arrancado a L
a alta montaña, será más
v ig o ro s a si en un mismo lapso de tiempo hay una
19 El espacio geográfico
alternancia de fases periglaciares y glaciares, que si
los procesos periglaciares o glaciares ejercen solos su
acción.
Una fase climática cálida y húmeda origina suelos
nacidos de la alt eración de la roca viva y de la existen­
cia de una cobertura vegetal. El paso a una fase más
seca se traduce por un cambio de la vegetación, que
se vuelve dispersa, y por una arroyada que será tanto
más eficaz, por lo menos durante un tiempo, cuanto
más carga pueda tomar de productos de disgregación
heredados de la fase precedente.
Sin embargo, las fases y la actuación de las inte­
racciones no son simétricos, ni en el tiempo ni en sus
efectos. En una región en la linde de un desierto, en un
«sahel», el mantenimiento de una asociación vegetal
—por ejemplo, la de acacias y de gramíneas que rever
dean esporádicamente con ocasión de las lluvias— va
unida a la existencia de unos equilibrios precarios.
Basta con que los ciclos de años lluviosos se espacíen,
o bien que la intervención humana provoque la des­
trucción de los árboles, para que el desierto se instale
rapidísimamente y de un modo difícilmente reversible,
a menos de un profundo cambio del clima. El umbral
para el paso de la estepa al desierto se franquea con
mucha facilidad, pero es más difícil que un desierto
pueda convertirse en una estepa arbustiva.
El análisis de los ritmos de los cambios conduce a
la investigación de los umbrales más allá de los cuales
se modifican los procesos. Cada proceso es activo úni­
camente entre dos umbrales, dos límites. Cuando se
rebasa un umbral se desencadena un proceso y otro
se extingue. Así, la arroyada sólo actúa sobre una
superficie dada si la lluvia es lo suficientemente inten­
sa o si el suelo está saturado de agua. Una lluvia que
totalice la misma cantidad de precipitaciones, pero
repartida por una duración mayor y con gotas de dis­
tinto calibre, tendrá diferente efecto. Como conse­
Los caracteres del espacio geográfico 19
cuencia del juego de las interacciones, basta con que
se modifique un proceso para que cambie de naturale­
za todo un sistema. Así ocurre con el proceso del
hielo. Pero, como hemos visto anteriormente, los
umbrales no son los mismos según el lado por el que
son abordados; por otra parte, si bien determinados
umbrales pueden determinarse claramente debido a
su diafanidad (por ejemplo, el hielo a 0 °C), otros
experimentan unas franjas de incertidumbre, de inde­
terminación, que hacen acto de presencia cuando
varios fenómenos actúan en la misma dirección.
El estudio de los umbrales es tan importante para
la comprensión de los fenómenos que intervienen
para modificar el medio natural como para los que
rigen la organización de las sociedades que ocupan el
espacio. Sabemos que cualquier equipamiento y que
cualquier servicio únicamente pueden funcionar entre
dos límites: un límite inferior más allá del cual el servi­
cio ya no es rentable, y un límite superior que si se
rebasa hace que la congestión paralice el tráfico. Entre
ambos existe una zona de utilización óptima. La cons­
trucción de una autopista no es rentable para un tráfi­
co de 200 vehículos al día; pero si su capacidad hora­
ria es de 3.500 coches, el aflujo de 5.000 paralizará el
tráfico.
Como consecuencia de las relaciones que se com­
binan, el franqueo de un umbral generalmente supone
toda una cascada de transformaciones, consecuencia
del juego de los procesos acumulativos. Un paisaje de
montaña acondicionado no puede ser conservado si
una parte de la población lo abandona. El manteni­
miento de los servicios es demasiado oneroso para
quienes se quedan, y el cuidado de los campos es una
carga demasiado pesada para los habitantes que no
han emigrado. Campos y prados se ven invadidos por
la landa y el bosque. Eventualmente puede acelerarse
la erosión: las terrazas que no se cuidan se hunden, lo
20 El espacio geográfico
cual provoca el desarrollo de los fenómenos
torrenciales. La carga sólida de los ríos aumenta y
entraña un aumento del aluvionamiento en los llanos
situados más abajo, provocando inundaciones, como
en Florencia en octubre de 1966. Un paisaje ordenado
lentamente en el curso de los siglos cae hecho añicos
en pocas décadas como consecuencia del éxodo rural.
Esto es lo que se observa en las montañas de Umbría
desde 1950, descritas por H. Desplanques.
Una evolución jamás conduce al punto de partida.
Una superficie de erosión levantada por un movimien­
to tectónico será atacada, disecada; otra superficie de
erosión podrá formarse, y no será ya la misma. No hay
verdaderamente ciclo en el espacio geográfico, sino el
ciclo de elementos físicos que intervienen como agen­
tes en el espacio, como el ciclo del agua o el ciclo de
las estaciones. Ciertamente, es posible utilizar este
término por comodidad didáctica, como ha hecho uno
de los fundadores de la geomorfología, el americano
W. M. Davis, pero a condición de saber que la llegada
jamás estará en el punto de partida. Así pues, parece
preferible reemplazar el término «ciclo» por el de «rit­
mo», que admite el avance y la evolución, y que sobre
todo permite descubrir las «anomalías» dentro de un
ritmo dado, y ver lo que constituye la originalidad de
una situación en el interior de una familia de formas,
de un sistema, o de una evolución que se inserta en el
espacio.
La homogeneidad de los espacios geográficos
La noción de espacio homogéneo es de un uso
tan corriente entre los geógrafos como entre los eco­
nomistas. Para J. R. Boudeville1, un espacio homogé-
’ Boudeville. J. R.. Les espaces économiques, col. «Que sais-je?», núm. 950
PUF, Paris.
Los caracteres del espacio geográfico 2 !
neo es un espacio continuo, cada una de cuyas partes
constituyentes, o zona, presenta unas características
tan cercanas como las del conjunto. En una determi­
nada superficie hay, pues, una identidad pasiva o acti­
va de los lugares y, eventualmente, de los hombres
que la ocupan. La identidad puede proceder de un ele­
mento que imprime una nota determinante al paisaje,
o bien de un tipo de relaciones que queda indirecta­
mente marcado en el paisaje.
La homogeneidad puede ser externa: en tal caso,
una región homogénea será la que corresponde al
área de extensión de un paisaje; la homogeneidad la
proporciona entonces una formación vegetal depen­
diente del clima (el prado, el bosque), o bien un tipo de
topografía que se repite (la alternancia de colinas y de
valles de Armagnac). Puede deberse a un tipo de
ordenación en un espacio bastante poco diferenciado:
el bocage del oeste de Francia, con los campos y los
prados cerrados y la dispersión del hábitat rural. A
veces la homogeneidad está vinculada a determinada
forma de ocupación del espacio que corresponde a
una densidad regular, señalando la presencia de un
grupo étnico que se individualiza por técnicas
originales, como la región Serer, en el sur de Senegal,
en donde el cultivo de secano está asociado con la
ganadería, y en donde el paisaje tiene el aspecto de
parque, salpicado de kad, árboles que se pueblan de
hojas en la estación seca (lo que representa un forraje
muy apreciado), pero de parque compartimentado con
empalizadas para proteger del ganado a los cultivos.
La homogeneidad también puede ser interna; la
estructura que rige la organización del espacio res­
ponde a dos condiciones: como escribe C. Lévi-
Strauss, «es un sistema, regido por una cohesión
interna; y esta cohesión, inaccesible a la observación
de un sistema aislado, se revela en el estudio de las
transformaciones, gracias a las cuales encontramos
22 El espacio geográfico
propiedades similares dentro de sistemas aparente­
mente distintos»: como la organización de los Estados
en las sociedades industriales, lo mismo si son
socialistas como si están regidos por la economía de
mercado. Un Estado nacional en el que los ciudadanos
obedecen las mismas leyes constituye igualmente un
espacio homogéneo. La homogeneidad nace de un
sistema de relaciones que determina unas combina­
ciones que se repiten, análogas en una determinada
fracción del espacio geográfico. Además, es posible
que en vez de la expresión «homogéneo» se prefiera la
de «isoesquema», como hace R. Brunet, quien usa la
palabra esquema en función de la definición que de
ella da el diccionario francés Robert: «estructura o
movimiento de conjunto de un objeto, de un proceso».
Inmediatamente vemos la riqueza y la ambigüe­
dad de la noción de homogeneidad aplicada al espacio
geográfico. Cualquier porción de la epidermis de la
Tierra pertenece a varios espacios homogéneos. En
función del enfoque del análisis damos preferencia a
tal o cual tipo de las relaciones que se establecen en
el espacio. Por ejemplo, las grandes zonas climáticas,
con sus consecuencias derivadas biogeográficas e
hidrológicas, son «espacios homogéneos», con el mis­
mo rango que una pequeña parte de la superficie
terrestre cuya originalidad se debe a un clima local,
como por ejemplo un valle seco en los Andes colom­
bianos, entre montañas húmedas, o el valle de
Magdalena, cerca de Girardot (Francia), entre las
cordilleras oriental y central abundantemente regadas.
Los países industriales de Europa occidental forman
un espacio homogéneo si nos situamos a escala mun­
dial y si la observación se consagra prioritariamente a
las formas de organización económica y a los niveles
de desarrollo. Pero, por ejemplo, la Beauce es por sí
misma un espacio homogéneo original, caracterizado
por un tipo de paisaje agrario aplicado a una topogra­
Los caracteres del espacio geográfico 23
fía de meseta baja; forma parte del conjunto de los lla­
nos y baja meseta de la cuenca parisiense, en donde
se practica la «gran agricultura». Es un espacio homo­
géneo, con sus fajas de degradación (como hacia el
Gâtinais) y de indeterminación (hacia el Hurepoix).
Pero la Beauce es un elemento dentro de espacios
homogéneos más vastos: espacio nacional francés,
países de Europa occidental, zona templada, etc.
El análisis de la homogeneidad del espacio sólo es
esclarecedora cuando recurre a la noción de escala, de
taxonomía de los fenómenos, e implica el estudio de
áreas de extensión de las formas y de los sistemas, y
de los procesos que los engendran, por el camino de
las consecuencias. Este análisis plantea el problema
de la relación de las formas dentro de conjuntos más
vastos, y únicamente él permite las comparaciones
que nutren la cultura geográfica. Es por ello por lo que
se sitúa en el centro de la reflexión geográfica.
La noción de escala aplicada al espacio geográfico
El análisis de cualquier espacio geográfico, de
cualquier elemento que interviene en su composición,
y de cualquier combinación de procesos que actúan
en y sobre el espacio, no deviene inteligible más que si
tiene lugar en el interior de un sistema de escalas de
magnitud. Nadie compara la población y las modalida­
des de su distribución entre Costa Rica y Brasil, aun­
que en ambos casos se trate de Estados pertenecien­
tes a América Latina. Nadie estudia con los mismos
métodos ni con las mismas perspectivas el macizo
prealpino de la Chartreuse y el conjunto de las
cordilleras alpinas, aunque en ambos casos la palabra
«montaña» se aplique a estos relieves. También sabe­
mos que al cambiar de escala los fenómenos cambian
no solamente de magnitud, sino también de naturale-
24 El espacio geográfico
za. Una ciudad de un millón de habitantes no puede
compararse con veinte aglomeraciones de cincuenta
mil almas, a pesar de que el total de la población es
equivalente, porque un mismo término está aplicado a
dos realidades diferentes. El equipamiento urbano y
los servicios, pero también el ritmo de vida de los
habitantes, no son iguales en una aglomeración millo
naria y en una ciudad de cincuenta mil habitantes. La
utilización de una misma palabra induce a ambigüeda­
des y a confusiones cuando engloba realidades de dis­
tinto orden dimensional. Por lo tanto, cuando se trata
de comprender el significado de una forma —ya sea un
relieve, un paisaje o una aglomeración—, es necesario
compararla con formas parecidas para ver las analo­
gías que hay entre los procesos y las combinaciones
que intervienen en la evolución y permiten explicarla.
La llamada geografía «general» tiene por objeto
establecer comparaciones entre formas y sistemas de
interacción basados en elementos similares. Sabiendo
que las formas son plenamente inteligibles sólo en el
caso de que estén situadas en su medio, la compren­
sión de los hechos únicamente tiene valor cuando
estos se colocan en unas escalas de magnitud
comparable. Así, el problema de la escala interviene
de dos maneras: a nivel de las comparaciones —que
es esencial para comprender la generalidad, y, en con­
secuencia, la originalidad de un fenómeno o de una
situación— y a nivel de las transferencias de escalas
dentro de un mismo conjunto. Cuando estudiamos un
macizo montañoso es tan indispensable que conozca­
mos su lugar en el sistema de relieve como que anali­
cemos los elementos que lo componen. Las funciones
de una pequeña ciudad se definen con relación a la
red urbana de la que forma parte y por sus relaciones
con su entorno rural; tales funciones deben comparar­
se asimismo con las que poseen otras pequeñas ciu­
dades análogas.
Los caracteres del espacio geográfico 25
Se han presentado diversos intentos de clasifica­
ción de los espacios geográficos, tanto por parte de
geógrafos orientados hacia el estudio de las formas
del relieve como por geógrafos «humanos».
En Le modelé des chaînes plissées (CDU), Cailleux
y Tricart clasifican las montañas de acuerdo con siete
u ocho órdenes de magnitud basados en la superficie.
Es cierto que puede haber otros criterios de clasifica­
ción: por ejemplo, la génesis o la amplitud del volu­
men montañoso, o la altitud relativa o absoluta de las
cimas. El criterio fundamental es de orden espacial. El
primer orden de magnitud es el de las grandes
cordilleras que, junto con los escudos, constituyen el
armazón de los continentes: las cordilleras del oeste
de América, que tienen 15.000 km de extensión, des­
de Alaska hasta la Tierra de Fuego, y cubren millones
de kilómetros cuadrados, o bien el conjunto alpino-
himalayo, que corta al sesgo el dominio mediterráneo
y una gran parte de Asia. El segundo orden procede de
una elemental división del precedente: por ejemplo, el
arco antillano o los Alpes. El tercer orden de magnitud
es un elemento del número precedente: así, dentro del
sistema montañoso del Oeste americano, las Coast
Range y Sierra Nevada, con el gran valle californiano
entre ambas. Avanzando hacia las escalas inferiores
llegamos al séptimo orden, constituido por un pliegue:
la dimensión del sector implicado es de unos kilóme­
tros. El octavo orden puede ser el flanco de un pliegue
o una parte de una vertiente, en cuyo caso el territorio
analizado abarca sólo algunos centenares de metros.
A cada orden de magnitud le corresponde un enfoque
particular del análisis. Así, en los ejemplos preceden­
tes, para los primeros órdenes el estudio se orienta
primero hacia la tectónica y la física del globo, que
permiten explicar la formación del conjunto montaño­
so en el curso de dilatados períodos geológicos, y en
gran parte su evolución. Por el contrario, el estudio de
El espacio geográfico
la evolución de una vertiente se dedica a la forma de
la pendiente y a su evolución en función de los proce­
sos de erosión que intervienen sobre el material que
aflora o cubre la vertiente.
Una clasificación de este mismo tipo puede
basarse en los climas. En cabeza figuran las grandes
zonas climáticas que dependen de los fenómenos pla­
netarios; al final de la escala encontramos el clima
local, que posee una identidad gracias a unos elemen­
tos particulares que pueden estar vinculados con la
topografía: una posición resguardada proporcionada
por una pantalla montañosa, y en el último nivel el
microclima, que es el clima de un volumen de aire res­
tringido, particular y muy localizado: el clima de una
pared rocosa o de una sala.
Es posible dividir el espacio en función de los
niveles de desarrollo: los países subdesarrollados y los
países desarrollados, con las etapas de transición o de
degradación; en los países subdesarrollados hay una
diferencia muy considerable —no solamente relaciona­
da con la dimensión nacional o población—entre Boli
via y Venezuela, o, en los países desarrollados, entre
Suecia e Italia. A continuación es posible recortar
cada espacio en función de unos criterios específicos.
En un esfuerzo de síntesis, R. Brunet presenta una cla­
sificación por conjuntos espaciales isoesquemas, que
por su dimensión y su especificidad ofrecen cierta uni­
dad. Esta clasificación (presentada aquí bajo una for­
ma simplificada) tiene el mérito esencial de situar en
un mismo orden de magnitud los diferentes elementos
—tanto del medio físico como del medio humano—
que contribuyen a la organización y a la evolución de
las distintas partes del espacio.
Partiendo de la clasificación de acuerdo con la
escala de los fenómenos, es posible ver cómo se
entrelazan las combinaciones y analizar el cometido
de los procesos en función del tiempo y de la dimen-
Escalas
d
e
los
conjuntos
espaciales
isoesquem
as
según
Roger
Brunet
(cuadro
sim
plificad
o
)
os caracteres del espacio geográfico 27
28 El espacio geográfico
sión. El análisis de un paisaje agrario requiere que lo
situemos en una zona climática, un clima regional,
que veamos los eventuales matices debidos a un cli­
ma local que favorecen o perjudican tal o cual activi­
dad agrícola, que conozcamos las características de
los suelos. Pero es necesario saber a qué tipo de
sociedad pertenecen los hombres que lo trabajan y lo
han trabajado en el pasado, que expliquemos las rela­
ciones tanto sociales como económicas a nivel local y
regional, nacional e internacional, que conozcamos las
técnicas de ordenación del espacio utilizadas en fun­
ción de la densidad de los hombres, pero también de
las formas de apropiación del suelo. Al estudiar una
montaña granítica, el geomorfólogo sabe que es nece­
sario situarla en el conjunto morfoestructural de! que
es una de las partes, pero también que es preciso
conocer los caracteres petrográficos de los volúmenes
rocosos; su comportamiento frente a las presiones
tectónicas o a las acciones meteóricas, que son distin­
tas según los climas que hayan podido sucederse en
el transcurso de los tiempos. Le es necesario trabajar
tanto a escala del millar o de la decena de millares de
kilómetros cuadrados, como a escala del microscopio
polarizante, que permite la observación de los
cristales; debe intentar descifrar una evolución en el
curso de los últimos millones de años, pero saber tam­
bién cómo reacciona esta superficie rocosa ante el
hielo o frente a un aguacero. Y únicamente por medio
de esta sucesión de análisis efectuados en todas las
dimensiones y con técnicas y un instrumental adecua­
dos a cada escala de estudio se podrá llegar a una
explicación coherente del paisaje y de las formas que
lo caracterizan.
La cartografía es una técnica que, al permitir la
figuración y la esquematización del espacio localizan­
do sus elementos, implica obligatoriamente la elec­
ción de una escala. La escala de reproducción y las
Los caracteres del espacio geográfico 29
necesidades de la figuración gráfica exigen que se
seleccionen lógicamente y de una manera parecida
los fenómenos que deben figurar en el documento. A
cada escala le corresponde una forma de representa­
ción, que no siempre es posible transcribir a otras
escalas. A escala 1/10.000 el catastro señala las
parcelas de las propiedades, dibujando la forma y la
situación precisa de las construcciones. El mapa a
escala 1/50.000 permite ver la disposición de las
aglomeraciones, el trazado de las calles principales y
la distribución de los bosques y de los prados, mencio­
nando todos los lugares habitados; partiendo de este
documento se puede analizar el emplazamiento de las
aglomeraciones y la distribución del hábitat. El mapa a
escala 1/200.000 señala la localización de las aldeas;
las aglomeraciones están representadas por un
símbolo que expresa la cifra de su población o bien su
importancia administrativa; los caseríos y los edificios
aislados desaparecen de la representación, por lo
menos en las regiones densamente pobladas. Con el
mapa a escala 1/200.000 podemos estudiar la situa­
ción de las aglomeraciones, su distribución, y ciertos
aspectos de la vida de relación. Un mapa a escala
1/10.000.000 únicamente menciona las grandes ciu­
dades o sólo indica los grandes conjuntos del relieve.
El análisis y la comprensión de los fenómenos locali­
zados en el espacio geográfico pasan necesariamente
por la utilización de documentos cartográficos, en
donde son seleccionados y representados unos ele­
mentos de naturaleza distinta en función de las
escalas usadas.
.......
2. El hom
y el espacio geográfico
La acción humana1 tiende a transformar el medio
natural en un medio geográfico, es decir, modelado
por la acción de los hombres en el curso de la historia.
Este es un hecho reciente en la historia del mundo.
Efectivamente, si bien la paleontología nos dice que
los seres que podemos considerar como los primeros
hombres aparecieron en África oriental hace dos
millones de años, el cometido del hombre como agen­
te de intervención en el espacio geográfico data sola­
mente de unos 6.500 a 7.000 años, con el inicio de la
agricultura. La generalización de la agricultura tuvo
lugar en diversas regiones del mundo hace tres o cua­
tro milenios. Pero la acción humana en el espacio geo­
gráfico se vuelve cada vez más vigoroso bajo los efec­
tos conjugados del crecimiento demográfico mundial
y de los progresos técnicos. Aunque si bien la historia
humana no es más que una fina película en el espesor
de la historia del mundo, es una película que ostenta
una posición capital para la comprensión y la explica­
ción del espacio geográfico.
George, P., L'action humaine, col. «SUP», PUF, París, 1968.
32 El espacio geográfico
Paisajes naturales, paisajes modificados
y paisajes ordenados
Por comodidad y para facilitar la exposición,
podemos clasificar los paisajes —reflejos de espacios—
en tres familias, en función de las modalidades de la
intervención humana.
El paisaje natural. — El paisaje «natural» o «vir­
gen» es la expresión visible de un medio que, en la me­
dida en que nos es posible saberlo, no ha experimen­
tado la huella del hombre, por lo menos en una fecha
reciente. Inmediatamente vemos cuáles son sus lími­
tes. En nuestra época los paisajes naturales son los
que no se inscriben en el oikuméne en sentido estric­
to. Se trata de regiones no aptas para las actividades
agrícolas o la ganadería, por razones climáticas: piso
de alta montaña o regiones heladas de las altas latitu­
des, desiertos fríos o cálidos, a veces extensiones
forestales o pantanosas del dominio tropical. No obs­
tante, en algunos puntos encontramos instalaciones
que responden a unas actividades precisas: bases
científicas y estratégicas de las altas latitudes, minas
en los desiertos o en la alta montaña. El coste de la
presencia del hombre moderno en estos difíciles
medios es muy elevado a causa del clima, de la difi­
cultad de las comunicaciones y del aislamiento. En
estas bases se reduce la duración de la estancia de
sus habitantes, que generalmente son técnicos y
especialistas de elevada cualificación. Aunque la
instalación puntual del hombre en estos espacios
vacíos puede contribuir a modificar localmente el
medio, de ningún modo queda afectado el carácter
general del conjunto.
Algunas regiones tórridas, selváticas o estépicas,
pueden ser recorridas por pequeños grupos de caza­
El hombre y el espacio geográfico 33
dores y de recolectores. Los guayaki de Paraguay se
limitan a perseguir animales, a buscar moluscos y a
recolectar bayas; mientras para la caza no utilicen el
fuego, no ejercerán en el medio una acción fundamen­
talmente distinta a la de determinados animales. Pero
ello no quiere decir que estos grupos nómadas no ten­
gan una clara percepción del espacio por el que se
desplazan, de sus límites, y de sus posibilidades de
utilización para su género de vida.
El paisaje modificado. —Aunque no ejerzan acti­
vidades pastoriles ni agrícolas, estas colectividades de
cazadores y de recolectores en constante desplaza­
miento pueden modificar el paisaje de manera
irreversible. La práctica del fuego en la maleza o en el
bosque para la caza desemboca en una transforma­
ción del medio. Ello es visible principalmente en las
lindes de los grandes dominios forestales tropicales,
allí donde la selva es más fácilmente combustible que
la selva permanentemente verde. Este es el motivo
por el cual a menudo se discute sobre el origen de las
sabanas. ¿En qué medida es la sabana una formación
originaria, y en qué medida está relacionada a una
empresa humana a veces lejana e inconsciente de sus
consecuencias? Así, las cimas redondeadas cubiertas
de prados, y los pajonales que cubren las colinas
rodeadas de selva en las lindes de la Amazonia perua­
na, ¿se deben a la ruptura de un equilibrio ecológico
causado por el fuego de los indios que encontraron en
estas colinas areniscosas un medio más permeable, y
por ello más favorable a ¡a combustión que la vecina
selva, tan húmeda? La pregunta sigue en pie. Obser­
vemos que a menudo existe la convergencia de dos
elementos: un medio local, más frágil por razones
edáficas que su entorno, será modificado más fácil­
mente por el fuego —ya sea accidental o bien provoca­
do por los cazadores— que una espesa selva.
34 El espacio geográfico
Aunque unas actividades pastoriles no presenten
huellas visibles en forma de cercados y de abrevade­
ros, provocan igualmente una modificación del medio.
Para su alimentación, los bueyes, los corderos y las
cabras eligen determinadas plantas, lo cual motiva
una transformación de la alfombra vegetal; el pisoteo
de las vertientes o de las orillas de las corrientes de
agua favorece los procesos erosivos, etc. Así, con los
incendios de matorrales y el pastoreo, aunque sea
extensivo, se llega a la noción de paisaje modificado.
Se rompe un equilibrio y otro tiende a instaurarse, y
entre ambos hay un período de cambios más o menos
rápidos que pueden ser desastrosos. De una manera
general, cuando unos fenómenos naturales —cuya
evolución corriente, media, es lenta y poco apta para
la observación directa— empiezan a evolucionar a una
velocidad que los hace visibles y perceptibles, se corre
el riesgo de desembocar en catástrofes, eventualmen­
te perjudiciales para las instalaciones humanas. Algu­
nas regiones actualmente casi deshabitadas y que
parece que jamás hayan sido pobladas, son de hecho
unos sectores transformados y depauperados por una
acción inconscientemente devastadora del hombre. La
selva que se extiende al sur de Yucatán, en las proxi­
midades de la frontera guatemalteca, está casi desha­
bitada; pero esta región fue uno de los focos de la
civilización maya hace unos mil años. En el aspecto
agrícola, esta civilización se basaba en el cultivo del
maíz, practicado en claros abiertos en la selva; el
abandono de este medio fue debido posiblemente a la
ruina de los suelos consecutiva a una rotación dema­
siado rápida de los cultivos como consecuencia del
aumento de la población. Salvo que la región se vol­
viese insalubre, por una razón todavía desconocida.
No siempre los paisajes modificados io son en el sen­
tido de una deterioración del medio natural, sino que
pueden constituir una transición, un paso hacia los
paisajes ordenados.
El hombre y el espacio geográfico 35
Los paisajes ordenados. — Son el reflejo de una
acción meditada, concertada y continua sobre el
medio natural.
—Acción meditada, es decir, consciente. El grupo
se esfuerza por sacar partido de ciertos elementos del
medio en vistas a una producción determinada o a
unas ventajas para la vida de relación. El grupo organi­
za el espacio en función de su sistema económico, de
su estructura social y de las técnicas de que dispone.
Su acción es una de las imágenes de su civilización,
que según P. Gourou es «una opción entre las condi­
ciones naturales y las técnicas».
—Acción concertada, es decir, que no es el resul­
tado de un individuo que actúa solo, sino de una
sociedad encaminada a alcanzar determinados objeti­
vos. Para lograrlo, las tareas se reparten en función de
las posibilidades de los individuos, de sus tradiciones,
de sus categorías sociales o profesionales, y, en cier­
tos casos, de su origen étnico.
—Acción continua. Esta noción es la consecuen­
cia de las dos relaciones precedentes. La acción debe
ser necesariamente continua, proseguida durante cier­
ta duración para que el medio sea modificado y se le
pueda sacar el partido deseado. Es, pues, una acción
que se realiza en función de un futuro más o menos
lejano y que exige unos esfuerzos escalonados en el
tiempo. Cualquier producción que sea el resultado de
una serie de acciones se expresa en tiempo necesario
entre el comienzo de los trabajos y el producto termi­
nado. Recoger una pepita de oro por azar en un río no
es ningún acto productivo, pero la explotación de alu­
viones auríferos, ya sea por medios rudimentarios, o
con técnicas modernas, grandes dragas, cribado y flo­
tación, constituye una acción productiva.
Los acondicionamientos que transforman el
medio natural en un medio geográfico dependen tanto
de la naturaleza como del grado de evolución econó­
36 El espacio geográfico
mica y social de la colectividad, y son el resultado del
encuentro de un medio y de las técnicas de organiza­
ción del espacio.
Los tipos de ordenación
de un mismo medio natural
Un mismo medio natural (o virgen) puede originar
una serie de paisajes distintos. A través de un mismo
medio hay todo un juego de posibles utilizaciones. No
obstante, en un momento dado de su historia, una
sociedad a veces no tiene más que una sola posibili­
dad para acondicionar el espacio que ocupa.
Una selva densa tropical puede:
— No ser utilizada por el hombre; en tal caso sigue
siendo una selva primaria, virgen según la terminolo­
gía popular.
— Ser roturada periódicamente, y en los claros
temporales así creados es posible tener una sucesión
de cultivos, o bien su mezcla en un mismo campo (por
ejemplo mandioca, maíz, bananos y patatas); el cam­
po está en activo durante tres, cuatro, o cinco años,
hasta el agotamiento de los suelos. Entonces se aban­
dona y la selva secundaria brota en su lugar, hasta el
momento en que, al cabo de quince, veinte, o treinta
años, el mismo lugar se rotura de nuevo y se prende
fuego a la selva talada. Se trata del sistema de culti­
vos itinerantes en chamicera, escasamente productivo
pero muy extendido en el dominio tropical, donde se
le dan nombres locales: conuco en Venezuela, milpa
en América Central, lougan en África occidental, ray
en la península indochina. Permite cubrir modesta­
mente la subsistencia de una sociedad de agricultores
con escasas herramientas, y mantiene el capital
pedológico a condición, no obstante, de que las rota­
ciones no se aceleren. Casi no proporciona excedentes
El hombre y el espacio geográfico 37
comercializables. El instrumental es rudimentario:
azada, machete, o incluso bastón de cavar; la densi­
dad de ocupación permanece escasa, quedando limi­
tada a unos pocos habitantes por kilómetro cuadrado,
salvo cuando este sistema se asocia a cultivos perma­
nentes. Solamente una fracción del espacio utilizable,
del orden de una décima parte, se usa en un momento
dado.
— La selva puede ser roturada y reemplazada por
un cultivo arbustivo permanente: cacao, jebe, cafeto,
agrios, etc. En este caso se llega a una utilización más
o menos permanente del suelo. La producción se
organiza de acuerdo con la venta en los mercados
nacionales o internacionales. El sistema de propiedad
y de explotación del suelo puede ser distinto para una
misma planta y para un mismo producto. La planta­
ción está en manos de pequeños cultivadores autóc­
tonos que comercializan sus cosechas a través de
cooperativas o de sociedades comerciales, o bien per­
tenece a grandes empresas con importantes capitales
(United Fruit para los frutos tropicales en América
Central, o plantaciones de jebes en Vietnam del Sur).
La densidad de ocupación varía desde veinte hasta
cien habitantes por kilómetro cuadrado.
— El mismo terreno puede igualmente ser rotura­
do y reemplazado por pastos que alimenten un gana­
do para carne o producción láctea.
De este modo tenemos cuatro formas de utiliza­
ción de la selva densa, que pueden estar muy próxi­
mas. Así, en el piedemonte amazónico de los países
andinos encontramos aún restos de selva primaria;
calveros temporales se abren en una selva periódica­
mente roturada por agricultores itinerantes, mientras
que unas plantaciones o unas granjas ganaderas
señalan las implantaciones fijas de una colonización
organizada para una producción comercializada. Even­
tualmente esta vecindad va acompañada del estable­
38 El espacio geográfico
cimiento de relaciones de complementariedad: un
modesto agricultor puede ir a trabajar eventualmente
a la plantación, o bien proporcionar algunas legum­
bres para el avituallamiento de la mano de obra asala­
riada de la gran empresa. También pueden presentar­
se conflictos: los cultivadores itinerantes necesitan
vastas superficies, cuyas mejores porciones pueden
ser acaparadas por explotaciones más pujantes que
ocupan el suelo permanentemente, y de ahí se derivan
litigios y tensiones.
A veces estas formas de utilización del espacio se
suceden en el tiempo y en un mismo emplazamiento.
El cultivo en chamicera desaparece ante la plantación,
y esta puede verse reemplazada por una granja gana­
dera si las ventajas económicas son superiores: entre
los Andes y el sur del lago Maracaibo, en Venezuela,
la selva densa fue roturada al mismo tiempo que se
suprimía la malaria y que se construía la carretera
asfaltada panamericana. Muy a menudo la etapa del
conuco, de la roturación practicada por los agriculto­
res bajados de los Andes o llegados de Colombia, ha
precedido a la creación de las haciendas ganaderas
que posee la burguesía de Maracaibo. A orillas del
lago, una plantación de caña de azúcar se ha transfor­
mado progresivamente en granja ganadera que produ­
ce carne y leche para los mercados urbanos.
A través de este tipo de ejemplo, que podríamos
multiplicar, vemos que el medio natural no es más que
un elemento en el establecimiento de un paisaje acon­
dicionado. Una estepa herbácea sirve de soporte a
una explotación pastoril extensiva, que mediante irri­
gación y con el empleo de abonos puede convertirse
en un sector agrícola y ganadero intensivo. Los
ejemplos abundan: basta con analizar las sucesivas
transformaciones de la pampa argentina, de las prade­
ras canadienses o de una parte de las estepas del Asia
central soviética para ilustrar este punto. Estas modifi­
caciones van unidas a un aumento de la densidad, o lo
El hombre y el espacio geográfico 39
motivan, implicando una modificación de las técnicas
de utilización del espacio en las que intervienen
aquellas relacionadas con la producción (mecaniza­
ción y motorización agrícolas, uso de abonos, etc.), y
las de los transportes a gran distancia, con una organi­
zación de los mercados dentro de unos vastos conjun­
tos económicos: el de los países socialistas para las
estepas del Asia central soviética, y el de los países
del norte del Atlántico para Canadá.
Según las sociedades, la velocidad y el ritmo de
las transformaciones son extremadamente desiguales:
los sucesivos acondicionamientos del valle del Nilo se
espacian por una cincuentena de siglos, pero el apro­
vechamiento de las estepas y de los desiertos del
noroeste de México por medio de la irrigación se ha
hecho en dos décadas. En el primer caso no contabili­
zamos el esfuerzo de las generaciones sucesivas,
excepto cuando una gran realización modifica deter­
minados elementos, como la creación de la presa de
Assuán en Egipto; en el segundo caso nos esforzamos
por rentabilizar al máximo la inversión efectuada y por
amortizarla en un espacio de tiempo dado.
La noción de recursos naturales
Los «recursos naturales» de un espacio determina­
do tienen valor únicamente en función de una socie­
dad, de una época, y de unas técnicas de producción
determinadas; están en relación con una forma de
producción y con la coyuntura de una época. La propia
noción de recursos naturales se presenta singular­
mente estática, y a menudo su inventario tiene algo
de irrisorio. La noción de recursos naturales plantea de
un modo falso las relaciones entre el hombre y el
medio. Sabemos que, desde un punto de vista absolu­
to, los recursos no existen: un «recurso» únicamente
es utilizable con relación a cierto nivel de desarrollo
técnico y a la situación geográfica de un espacio. Un
40 El espacio geográfico
siglo atrás una mina de uranio no era un recurso. Pero
un recurso puede perder su utilidad y su significado:
aunque las bellotas eran la base de la alimentación de
los indios yana californianos a principios del siglo
pasado, actualmente ya no las consumen los habi­
tantes de la California urbana... La mineta de
Lorena, mineral de hierro fosforoso, no fue apro­
vechable por la siderurgia hasta que se descubrió un
procedimiento de reducción del mineral; hoy este
mineral de bajo contenido ha perdido una parte de sus
ventajas, cuando los grandes barcos para transporte
de mineral han permitido transportar a buen precio
hasta los puertos de las regiones industriales un mine­
ral de hierro de alto contenido extraído de lejanos
yacimientos. Por este motivo, Lorena queda en infe­
rioridad frente a Dunkerque, y a no tardar frente a Fos.
Un mismo recurso ofrece distintas posibilidades
de utilización según las épocas y las técnicas. Un río
puede hacer girar las ruedas de los molinos, suminis­
trar el agua necesaria para un perímetro de regadío,
usarse para un molino papelero o una fábrica textil,
contribuir a la refrigeración de una central térmica, ali­
mentar de agua potable a una aglomeración urbana, o
servir de soporte a los transportes fluviales. Existe,
pues, una posible pluralidad de las utilizaciones de un
mismo recurso, o bien competencia por su uso; puede
tratarse de la elección entre el agua para una ciudad y
la central térmica, entre la irrigación y la hidroelectrici
dad en los ríos de llanura. Uno de los problemas de la
ordenación del territorio es el del mejor uso posible de
un elemento del espacio en función de las necesida­
des de la sociedad.
La noción de obstáculo natural
El significado de los distintos obstáculos naturales
que suponen subordinaciones en la ordenación del
espacio es también cambiante según las épocas y las
El hombre y el espacio geográfico 41
técnicas. Un espacio puede ser más o menos per­
meable y más o menos franqueable.
Una vertiente en pendiente se acondiciona en for­
ma de terrazas para permitir su aprovechamiento
agrícola. Para un campesinado que únicamente se sir­
ve de la energía muscular, los trabajos agrícolas en
una pendiente no son mucho más difíciles ni más cos­
tosos que en un campo más llano. Si la vertiente ofre­
ce suficientes desniveles, el escalonado de acuerdo
con la altitud permite tener diferentes producciones o
cosechas en distintos períodos del año, según la alti­
tud; de este modo es posible tener producciones a la
vez más variadas y eventualmente complementarias
en unos espacios reducidos, como el campo de ciertas
aldeas andinas, escalonados de 1.500 a 2.000 m de
desnivel y que comprenden, de abajo a arriba, bana­
nos, campos de maíz y árboles frutales, en el piso
intermedio trigo y alfalfa, y más arriba cebada y pata­
tas, mientras que a partir de los 4.000 m la puna (es­
tepa herbácea) sirve de pasto para una ganadería
extensiva. Cuando los transportes se efectúan a lomos
de animales, no representarán una gran dificultad los
caminos de herradura. Por el contrario, la introducción
de la rueda, de los ejes, y de la tracción motorizada,
modifica profundamente los elementos de utilización
de un espacio en pendiente. La agricultura de las ver­
tientes está en inferioridad de condiciones comparada
con la agricultura del llano, en donde la mecanización
y la motorización permiten grandes aumentos en la
productividad del trabajo y en la producción, y su
mecanización será difícil y su coste particularmente
oneroso a causa de la necesaria especialización del
material adaptado a la pendiente, y los gastos de fun­
cionamiento más elevados, para una misma unidad de
superficie, en comparación con una agricultura de lla­
no. A causa del relieve, a menudo los campos están
divididos, tienen formas irregulares y son de pequeñas
42 El espacio geográfico
dimensiones, lo cual constituye un freno suplementa­
rio para el uso de maquinaria. Finalmente, el suelo
puede ser pedregoso y estar sembrado de bloques
rocosos, fáciles de evitar cuando la tierra se labra a
mano, pero que estropea las máquinas. La ventaja de
poder obtener en pequeñas superficies (a escala
comarcal) unas producciones variadas gracias al
escalonamiento, pierde todo interés en una economía
más comercial y con las posibilidades de transporte a
grandes distancias y a bajo precio. En cambio, el
desplazamiento motorizado por una pendiente es cos­
toso, y requiere la construcción de carreteras a un
coste muy elevado, en ciertos casos varias veces
superior al de la construcción de carreteras en terreno
llano, y cuya conservación es onerosa. También las
regiones montañosas se presentan menos favorecidas
en una sociedad industrial que en una sociedad rural
tradicional, en donde la rueda tractora no se utiliza.
Ello explica el éxodo masivo que desde hace un siglo
afecta a la mayoría de las montañas europeas.
Muchos municipios rurales han perdido la mitad o las
tres cuartas partes de su población en unos cien años,
y los paisajes ordenados se desmoronan, a pesar de
que a mediados del siglo pasado estas regiones tenían
unas densidades rurales bastante próximas al prome­
dio nacional, excluidas las ciudades.
Podríamos encontrar numerosos ejemplos, ya se
trate del significado de los ríos, de las selvas o de
determinados suelos, en la ordenación del espacio.
Existe así una valorización o una desvalorización de
ciertos espacios geográficos en función de limitacio­
nes naturales que, aun siendo las mismas, tienen un
valor, un significado cambiante, según las sociedades,
su nivel técnico y económico, y las finalidades que
tales sociedades persiguen.
3. El hombre y el medio1
Uno de los problemas planteados por el análisis
del espacio geográfico es el de las relaciones entre el
hombre y el medio físico que le rodea. En el capítulo
precedente hemos visto que un mismo medio puede
dar lugar a paisajes humanizados distintos. Ahora es
necesario estudiar en qué medida el medio físico ejer­
ce una acción sobre el hombre al actuar sobre su
fisiología y su comportamiento, y cómo responde la
sociedad a las coacciones del medio natural.
Una vez rebasada la fase de la localización y de la
nomenclatura, la geografía intentó investigar las rela­
ciones de causalidad entre el hombre y la naturaleza.
Con ello se planteaba el problema del determinismo
geográfico, que fue uno de los debates de la geografía
en el siglo pasado y a principios del actual. Bajo la
influencia de Comte, de Taine y de Buckle, la geogra­
fía pretendidamente científica tendió a subestimar
unilateralmente y de una manera a veces somera la
1 «Medio» es aquí sinónimo de «medio ambiente».
44 El espacio geográfico
influencia del medio sobre el hombre. Uno de los mé­
ritos de Vidal de La Blache consiste en haber demos­
trado que no existe un determinismo absoluto y con­
vergente, y subrayado que todo cuanto concierne al
hombre está aquejado de contingencia. Señaló tam­
bién que cada medio ofrece una serie de posibilidades
que podemos combinar de maneras distintas. Pero
conviene ver cuál es el margen de combinación otor­
gado al hombre frente a la naturaleza, y cuáles son las
posibles soluciones para interpretar el medio, habida
cuenta del número de hombres, su densidad, las técni­
cas de que disponen, y su organización social. Pero
asimismo, es necesario plantear en otros términos la
cuestión del determinismo: ¿están o no relacionados
con la influencia duradera del medio físico la fisiología
y el comportamiento del hombre que vive en socie­
dad, y su aptitud para la innovación y las transforma­
ciones?
La influencia del medio en el hombre
La influencia de la naturaleza puede ejercerse a
través de unos circuitos más o menos largos, de unos
filtros más o menos complejos, o de una serie de
carambolas.
Estas acciones pueden ser obra del clima y del
complejo biológico que de él deriva. Primeramente,
existe el caso de la adaptación de unas poblaciones
que viven en regiones de clima dificilísimo, helado, tó­
rrido, muy seco o muy húmedo, en las franjas del oiku
méne en sentido estricto. Es un tema apasionante
para la biología, pero que quizás es de un interés geo­
gráfico algo más limitado a causa de la escasez numé­
rica de las poblaciones implicadas.
Las poblaciones del Ártico, los esquimales por
ejemplo, tienen que habituarse a la larga noche inver­
El hombre y el medio 45
nal, soportar grandes fríos y vientos violentos, y tener
una alimentación basada principalmente en proteínas
y grasas. Estas poblaciones amarillas poseen una
extraordinaria resistencia al frío (que encontrábamos
igualmente en los fueguinos que vivían casi desnudos
entre los fuertes vientos helados de la Tierra de Fue­
go). Tienen una capa de grasa protectora; los inter­
cambios a través de los poros de la piel están reduci­
dos; su sistema digestivo está adaptado para digerir
un gran consumo de grasas, altamente caloríficas, y
los menudillos significan alimentos selectos gracias a
su variedad en materias nutritivas. Sus posibilidades
de hibernación son destacables, lo que les permite
tener una existencia hibernal aminorada. Los reghei-
bat, grandes nómadas del oeste sahariano, soportan
bien un aire muy seco, cuyo contenido en humedad
puede descender por debajo del 10%, y unas tempe­
raturas exteriores superiores a la del cuerpo; al igual
que los tubu de Tibesti, tienen una temperatura corpo­
ral inferior al promedio de la humanidad, tensión ar­
terial baja, y reducida tasa de sudoración; al ser altos
y delgados, la superficie de su cuerpo es importante
en relación con su peso. Los aymará del altiplano
peruano-boliviano, que viven a más de 3.800 m de
altitud, poseen un músculo cardíaco y una caja toráci­
ca desarrollados; pero, por otro lado, constatamos que
una parte de los anticuerpos que permiten resistir a
una serie de agresiones microbianas han desapareci­
do debido al ambiente de aire puro de la gran altitud;
para estos indios ello entraña una menor resistencia a
las enfermedades que hacen estragos en las regiones
cálidas, dificultades de supervivencia, y una tasa ele­
vada de morbosidad en el dominio tropical de las
bajas altitudes (trabajos del equipo del profesor Ruf-
fié). Todas estas modificaciones patológicas y fisioló­
gicas manifiestan una larga y progresiva adaptación a
unas condiciones climáticas difíciles para el hombre,
46 El espacio geográfico
con una selección que se opera en el curso de las
generaciones. En ello vemos una indiscutible acción
de un medio físico riguroso sobre el hombre, y la
demostración de su aptitud para modificar su stock
genético por un largo período. También con ello
vemos que la noción de fijeza racial no constituye más
que un modelo puramente teórico.
Existen modalidades más indirectas de adapta­
ción del hombre a un medio dado: J. Bernard y J. Ruf-
fié citan un ejemplo interesante en L'hémotypologie
géographique. Los muong (o moi) viven actualmente
en la región media de la cordillera annamita, siendo
los restos de un poblamiento de origen indonesio
repartido antaño por el conjunto de la península indo­
china, que fueron empujados a las montañas por los
invasores llegados de China meridional, y que consti­
tuyen el actual pueblo vietnamita. La parte alta de la
montaña fue ocupada por grupos meo, lolo y thai; así,
los muong quedaron atrapados entre los vietnamitas y
los pueblos montañeses, y se mantienen en la región
media, aunque estén menos organizados que los viet­
namitas y sean menos combativos que los montañe­
ses. Ahora bien, se observa que la alta región, debido
al frescor de las temperaturas, está al abrigo del palu­
dismo, y que en el llano un cuidadoso aprovechamien­
to contribuyó a la supresión de esta enfermedad y de
sus vectores; por el contrario, el piso ocupado por los
muong está plagado de anofeles vectores: el paludis­
mo ataca a los recién llegados, mientras que los
muong no padecen esta enfermedad gracias a la pre­
sencia en su sangre de hemoglobina E. De este modo,
están protegidos de las invasiones por su resistencia
al paludismo, elemento de superioridad con respecto
a los vietnamitas y a los pueblos montañeses2.
Al tema de la influencia del medio físico sobre
el hombre se le pueden aportar otros elementos. La
2 Actualmente la malaria está en camino de desaparecer de la reglón media.
El hombre y el medio 47
abundancia de enfermedades específicas en el domi­
nio tropical (paludismo, amibiasis variadas, filariosis,
bilharziosis, anquilostomiasis, etc., sin hablar de la
fiebre amarilla, actualmente yugulada) contribuye a
debilitar una parte de las poblaciones de las regiones
cálidas. A todo esto se añaden las enfermedades
carenciales (avitaminosis) y todo el cortejo de las
enfermedades de la pobreza, consecuencia del
subdesarrollo. Pero esta enumeración de graves enfer­
medades no impide que ciertas regiones tropicales
figuren entre las más pobladas del mundo: Java y los
llanos deltaicos del Asia monzónica tienen densidades
iguales y superiores a las de las regiones industrializa­
das de Europa occidental. Estas altas acumulaciones
de poblaciones primordialmente rurales únicamente
son posibles en zonas cálidas y húmedas, en donde el
volumen de producción vegetal es muy superior al que
con métodos comparables se obtiene en zonas más
frescas. Estas altas densidades, que sólo son posibles
gracias a un cuidadoso aprovechamiento del espacio,
muy a menudo van acompañadas del saneamiento del
medio. Y ya es sabido que determinadas regiones
tropicales han albergado a brillantes civilizaciones
caracterizadas por una sólida organización política y
por vigorosas expresiones artísticas, desde los mayas
de América Central hasta los khamers camboyanos.
No obstante, hay que destacar que en la zona templa­
da es donde han tenido efecto desde hace un siglo y
medio los principales inventos y el paso del descubri­
miento a su aplicación práctica mediante la técnica
industrial. Desde hace algunos siglos la voluntad de
acometer se ha señalado más vigorosamente en la
zona templada que en la zona tropical. Pero la única
relación «hombre - medio físico» casi siempre ha sido
incapaz de proporcionar explicaciones satisfactorias.
Las correlaciones —que sobre el mapa son apa­
rentemente fáciles de establecer— entre característi­
48 El espacio geográfico
cas del medio y comportamientos humanos y sociales,
se revelan generalmente muy complejas y se estable­
cen a través de numerosos intermediarios. Cuando, a
principios de este siglo, A. Siegfried distinguió en las
lindes armoricanas una actitud política diferente en
sus habitantes, según se encontraran en el antiguo
macizo cristalino o en la cobertura sedimentaria cali­
za, no redujo su análisis de ciencia política a la simple
confrontación del mapa geológico con el mapa de los
votos en las elecciones, sino que hizo intervenir los
datos sociales, económicos, con sus eventuales enla­
ces con el medio físico para la explotación agrícola o
las actitudes religiosas; en toda esta combinación la
caliza y el granito intervienen sólo oblicuamente.
El hombre y el medio modificado
Hemos visto que hay tipos de adaptaciones más
o menos indirectas a determinadas coacciones del
medio natural; también sabemos cuál puede ser la
acción del hombre transformando y ordenando el
medio bruto. Por ejemplo, la cuidadosa explotación de
los llanos aluviales del Asia húmeda y cálida para el
cultivo del arroz va acompañada de la disminución y
de la desaparición de la malaria, lo cual entraña toda
una serie de importantes consecuencias para el pobla
miento; la roturación desconsiderada de bosques que
cubrían las pendientes montañosas provoca una
catastrófica erosión de los suelos, e inundaciones de
los llanos. No obstante, a estas acciones del hombre
sobre la naturaleza conviene añadirles las consecuen­
cias que sobre el mismo hombre provoca el medio por
él creado, tanto sobre su fisiología como sobre su
comportamiento. El clima de las grandes ciudades
industriales ya no es el de los campos circundantes.
El hombre y el medio 49
pues en la zona templada se caracteriza por tempera­
turas invernales más elevadas que las del espacio
rural vecino, por una luminosidad celeste disminuida,
y por más neblinas, constituyendo el polvo unos
núcleos de condensación. La vida urbana es parcial­
mente indiferente a las estaciones: los locales en los
que el habitante de la ciudad pasa la mayor parte de
su tiempo, tienen calefacción en invierno, y eventual­
mente están «climatizados» en verano. La misma ali­
mentación cada vez está menos diferenciada por las
producciones de cada estación, y a lo largo de todo el
año es muy igual. El ruido, el aire contaminado y con­
finado, las tensiones de la vida cotidiana, y la ausencia
de ejercicio físico por parte de numerosísimos habi­
tantes de la ciudad, contribuyen a crear una patología
particular en tales individuos, siendo el estado de fati­
ga solamente uno de sus aspectos. En el análisis de
las relaciones entre el hombre y el medio es
indispensable estudiar el papel extremadamente
complejo que representa el medio creado y segregado
por las sociedades, sobre las propias sociedades y los
individuos que las componen. Para numerosas colecti­
vidades, el entorno del hombre es cada día menos
natural. La geografía no desprecia el estudio de estas
interacciones entre el hombre y su obra.
Al analizar un espacio, el geógrafo debe integrar
el conjunto de los datos, buscar correlaciones en los
distintos niveles, medir las interacciones. Entonces la
utilización de las matemáticas puede mostrarse
indispensable para manejar una importantísima canti­
dad de datos, calcular múltiples correlaciones, y com­
binar las interacciones. Pero las matemáticas no son
más que un instrumento, neutro como cualquier ins­
trumento; por una parte, los resultados obtenidos
dependen de la calidad de los datos tratados, y por
otra de los métodos empleados. Las matemáticas
pueden también servir de lenguaje para acortar la
50 El espacio geográfico
demostración y abreviar el discurso; a este respecto,
el conocimiento de las matemáticas presta los mayo­
res servicios en el análisis del espacio geográfico, aun­
que su uso es bastante más delicado que en el trata­
miento de los espacios económicos, en los cuales
pueden ser cifradas la mayoría de las relaciones. Ello
explica cierto retraso en el empleo de las matemáticas
por parte de la mayoría de geógrafos en comparación
con sus colegas economistas. Muchos elementos que
intervienen en el espacio geográfico son difícilmente
cuantificables, de donde una aproximación más cuali­
tativa de las cuestiones, y una interpretación más his­
tórica de los fenómenos.
El geógrafo sabe que existe una relación entre un
paisaje y una historia, y se esfuerza por saber cuál ha
sido la respuesta de una sociedad en desafío con la
naturaleza, traduciendo así la expresión challenge and
reponse, tan querida de A. Toynbee.
El ejemplo de Egipto es bien conocido: a una fase
desértica en el Neolítico, sucedió una fase algo más
húmeda, hará unos 7.000 años; en el Alto Egipto va
acompañada de la extensión de una vegetación suda­
nesa frecuentada por grandes mamíferos, seguidos
por los cazadores y los pastores. El retorno a una fase
más seca está señalado por la disminución de la caza;
unas variaciones climáticas, aunque sean débiles,
pueden tener importantes consecuencias en estos
espacios secos del dominio subtropical. Aquí vuelve a
aparecer la importancia de los umbrales más allá de
los cuales intervienen unos fenómenos diferentes; con
la desertificación se ofrecieron dos soluciones a estas
poblaciones hamitas: una emigración hacia zonas más
favorables para la caza, o bien la intensificación de la
producción por medio de la irrigación en el valle del
Nilo. La solución que se adoptó fue esta última: las
limitaciones naturales provocaron el progreso técnico.
Se trata de the challenge of dessication, el desafío de
E
lh
o
m
b
r
e
y
e
lm
e
d
i
o
la desecación, al cual responde la sociedad mediante
innovaciones fructíferas. Como escribe Carl Troll:
«La construcción de canales y la parcelación de las tie­
rras arables suponían el conocimiento de la agrimensura,
basada en las matemáticas. La práctica de la irrigación
implicaba la división del año en un calendario basado en la
observación de los astros y las condiciones atmosféricas.
Los problemas técnicos planteados por la utilización del
suelo y el duro trabajo de aprovechamiento dieron origen a
las ciencias, particularm ente a las matemáticas, a la astro­
nomía y a la geodesia. El control del agua, su distribución
equitativa, y la reglamentación de las desavenencias con
ello relacionadas, únicamente podían ser atendidos con la
instauración de una organización jurídica superior. La divi­
sión del trabajo, l a especialización profesional, y la organi­
zación del trabajo, llevaron a una centralización política y a
la formación de unos sistemas de gobierno rígidos, con una
jerarquización complicada de la población tanto desde el
punto de vista social como jurídico... Otra consecuencia fue
la formación de una población no rural, de localidades
centrales y ciudades, en las cuales se individualizó una cla­
se de artesanos y de comerciantes. Así fue como los inter­
cambios comerciales y la actividad artesanal se apartaron
totalm ente de la producción. Y así fue como se form ó lo
que W ittfogel llama una civilización "hidráulica".»
La adaptación a las condiciones de un medio dado
puede ser el resultado de unas contingencias históri­
cas que obligan a las colectividades a buscar refugio o
a adaptarse a medios a priori difíciles. Las comunida­
des cristianas arrojadas por los turcos a las montañas
de los Balcanes adoptaron un género de vida monta­
ñés y poblaron densamente las montañas, mientras
que el llano, a menudo vuelto insalubre, estaba domi­
nado por las explotaciones extensivas de los grandes
terratenientes turcos. Así encontramos por todo el
mundo numerosísimos ejemplos de minuciosos acon­
dicionamientos de montañas por parte de unas pobla­
ciones refugiadas, desde los beréberes del norte de
África hasta los bamileké de la meseta de Dschang en
el Camerún, grupos que a veces constituyeron colecti­
vidades caracterizadas por un género de vida adapta­
52 El espacio geográfico
do al marco montañoso, cuando en su origen se trata­
ba de poblaciones diversas (notoriamente en el caso
de los bamiliké).
Son muy frecuentes los ejemplos de inadaptación
a las condiciones del medio natural; los encontramos
en todas las épocas y en sociedades muy variadas. Su
estudio para la comprensión del hombre-habitante es
tan interesante como el de las adaptaciones.
En Haití, y después de la revolución de Toussaint
Louverture a principios del siglo XIX, desaparece el
sistema colonial de la plantación, en el que se basa­
ban la sociedad y la economía de la isla; los propieta­
rios criollos son exterminados, o bien regresan a la
metrópoli, o se van a otras islas de las Antillas; los
esclavos insurrectos y liberados se distribuyen por las
montañas y los llanos. Entonces se asiste a una dis­
persión casi total del hábitat; pero se trataba de traba­
jadores de plantación que no tenían tradiciones cam­
pesinas, incapaces de encontrar unas prácticas
agrícolas bien adaptadas al medio. Como sea que era
preciso sobrevivir, cada familia sembraba aquello que
le era necesario: algunas judías, mandioca, maíz,
bananos y cafetos; el trabajo se efectuaba con técni­
cas muy rudimentarias y sin buscar la producción
mejor adaptada al medio, y de ahí unos rendimientos
bajos, un relativo despilfarro de energía, y una eviden­
te regresión técnica con relación a las sociedades afri­
canas de las que estos haitianos habían surgido, e
incluso con relación a la plantación.
En el noroeste de la India, en Punjab y en Uttar
Pradesh, la agricultura se basa primordialmente en el
trigo, que se siembra y cosecha en la estación seca, y
por ello se obtienen mediocres rendimientos y es
necesario llevar a cabo costosos trabajos de irrigación
para paliar la falta de agua durante la estación
agrícola. Por el contrario, en el momento de las lluvias
de verano, en plena expansión vegetal, los campos
El hombre y el medio 53
permanecen en barbecho. Esta inadaptación a las
situaciones climáticas es propia de poblaciones
indoeuropeas de origen ario, que han conservado unas
costumbres alimentarias a base de trigo, aunque a
causa de las migraciones su nuevo marco de existen­
cia sea poco favorable para este cultivo. La conserva­
ción de las costumbres alimentarias ha sido más fuer­
te que la presión del medio físico, el cual se ha sentido
mediocremente.
La casa tradicional de Hokkaido no está concebi­
da para los inviernos fríos y nivosos del norte del
archipiélago nipón, sino que está vinculada a la llega­
da de los japoneses, que anteriormente vivían en las
islas del sur, con inviernos más templados, pero que
no quisieron o no supieron cambiar su tipo de
habitáculo, inadaptado a la crudeza de los inviernos.
El espacio geográfico
es un espacio percibido y sentido
El espacio geográfico es un espacio percibido y
sentido por los hombres tanto en función de sus siste­
mas de pensamiento como de sus necesidades. A la
percepción del espacio real —campo, aldea, ciudad—
se añaden o se combinan unos elementos irracionales,
míticos o religiosos. Así, las grandes montañas son la
sede de los dioses, desde el Olimpo para los griegos
hasta el Annapurna para las poblaciones nepalesas. El
agua está preñada de significado: manantiales o lagos
son sagrados, aunque lo sagrado puede estar relacio­
nado con la utilización precisa de un elemento del
espacio. Cada grupo humano tiene una percepción
propia del espacio que ocupa, y que de una forma u
otra le pertenece. Teodora Kroeber, en Ishi, indica que
los indios yana tenían una idea muy precisa del espa­
cio que recorrían, que hasta el siglo XIX fue una parte
54 El espacio geográfico
de la vertiente occidental de la californiana Sierra
Nevada, desde el monte Lassen hasta el valle de
Sacramento. Allí, en los encinares recolectaban las
bellotas que servían para sus papillas, en los prados-
bosque arrancaban el trébol, y cuando remontaban los
torrentes pescaban el salmón; el gamo y el oso eran
cazados en los bosques de pinos, así como en el cha­
parral. Era un territorio a la vez variado y limitado,
conocido en sus menores detalles, y cuyas fronteras
estaban a varios días de marcha unas de otras. Era un
espacio de los que sólo se abandonan como último
recurso y de los que no se violan. Casi todas las pobla­
ciones de pescadores, de cazadores y de recolectores
poseen una visión precisa, aunque especializada, alre­
dedor del conocimiento de los medios que permiten
su supervivencia, del espacio que frecuentan; esta
percepción a la vez exacta y concreta del espacio pue­
de doblarse o superponerse a una visión mítica o
cosmológica de la naturaleza. Lo mismo ocurre con
las poblaciones campesinas.
En la época precolonial, los indios de los valles
andinos conocían el espacio de cada comunidad; el lí­
mite de la colectividad estaba dispuesto en forma de
aureolas o de fajas según el escalonamiento, o bien en
sectores alejados unos de otros, pero establecidos en
unos medios diferentes que ofrecían posibilidades de
producciones complementarias. Así, las comunidades
de Huanuco, en los Andes centrales, tenían su centro
en un ancho valle situado a 2.000 m de altitud, pero
poseían tierras en un medio cálido y húmedo, unos
campos hacia los 3.400 m para los cultivos templa­
dos, y pastos en la estepa herbácea de la puna, por
encima de los 4.000 m; las diversas partes estaban
separadas unas de otras por decenas de kilómetros.
Al proceder al reagrupamiento de las comunida­
des alrededor de los núcleos urbanos proyectados de
acuerdo con el plano cuadriculado castellano, los
El hombre y el medio 55
españoles reunieron también las tierras en un espacio
dispuesto en continuidad; con esta política que permi­
tía un mejor control del país, rompieron cierto concep­
to del espacio para reemplazarlo por el concepto
romano de un espacio continuo, limitado, apropiado, y
de ahí surgieron los conflictos que varios siglos des­
pués aún perduran.
Gallais indica que en sus investigaciones en el
delta interior del Níger, en Mali, le ha sido necesario
llegar a captar la percepción que los habitantes tienen
del territorio que ocupan para comprender el paisaje:
«He vagado prolongadamente en el análisis regional de
una comarca africana: el delta interior del Níger. De una
parte tenía una región natural vigorosa, unas llanuras inun­
dadas y su terraza seca. De otra parte, en el interior, una
trama de pequeñas regiones —territorios de grupos fulbe—
aparentemente independientes unas de otras. ¿Cuál era la
relación geográfica entre estos pequeños territorios y la
aparente unidad, situándose una y otra a distintas escalas?
Se me apareció la relación cuando empecé a hablar peul y
el azar de las circunstancias me desveló su nomenclatura.
Ningún documento cartográfico ni adm inistrativo me podía
dar su clave. En este m om ento las pequeñas unidades se
situaron en un esquema organizador de naturaleza geográ­
fica y no política.»
La necesidad de descubrir el conocimiento que
cada sociedad posee de su espacio es indispensable
tanto para los análisis del geógrafo como para los del
etnólogo, y también es útil para el historiador. Uno de
los méritos de Fernand Braudel consiste en haber
mostrado cuál era la percepción del espacio medite­
rráneo entre los hombres mediterráneos de la época
de Felipe II.
El significado del espacio cambia según los indivi­
duos y sus funciones, y también según las épocas. En
una época en que la velocidad de desplazamiento era
la misma para todos, cuando únicamente se circulaba
a pie o a caballo, la distancia se expresaba en unida­
des de tiempo iguales, cualesquiera que fuesen el
56 El espacio geográfico
individuo y el país. Las medidas del espacio eran las
mismas para todos, pero la escala de su utilización no
era la misma para el campesino que vivía entre su
campo, su aldea y el burgo (en el marco de una
comarca, espacio homogéneo que se podía recorrer
en una jornada), y el mercader veneciano que comer­
ciaba con Oriente. Actualmente el espacio y la distan­
cia expresados en tiempo de recorrido son variables
según los países y las categorías sociales: para la
mayoría de los campesinos de los llanos aluviales del
Asia monzónica, el espacio practicado es el terruño,
que se puede cruzar en una o dos horas; el espacio del
notable de la aldea es más vasto y está situado a dos
niveles: a nivel local y a nivel regional, en el que es el
interlocutor privilegiado de las autoridades y el aboga­
do interesado por los asuntos locales; para el trabaja­
dor de la ciudad, el espacio practicado es el área cer­
cana al domicilio y al lugar de trabajo, y eventualmen­
te el lugar de las vacaciones; para el responsable de
una gran firma, es el área de aprovisionamiento o de
mercado, que puede ser un país, un conjunto de
naciones, o el mundo entero en las más pujantes
empresas. Para comprender a una sociedad es preciso
conocer los espacios que frecuentan sus diferentes
miembros, las razones de esta frecuentación, y la idea
que ellos tienen de su organización.
4. El significado
de las densidades
En el análisis del espacio habitado, el geógrafo
sitúa en primer plano los fenómenos de localización y
de distribución de la población, y se dedica a descifrar
su contenido y su significado. Podemos presentar
algunas observaciones elementales: un mismo medio
ofrece mayúsculas desigualdades en su poblamiento,
y la densidad bruta es un dato que debemos situar en
función de la escala considerada. Unas densidades
brutas cuantitativamente parecidas tienen un conteni­
do geográfico completamente distinto.
Densidades diferentes
en unos medios semejantes
En las páginas precedentes hemos destacado
suficientemente que la ocupación del suelo es la con­
secuencia de toda una historia, el reflejo de una civili­
zación, para que sea necesario insistir en este punto.
En el dominio tropical las densidades rurales son muy
58 El espacio geográfico
distendidas, en una relación de uno a quinientos, o
incluso a mil; y ello sin que en la mayoría de los casos
las condiciones del medio físico puedan constituir
unas explicaciones suficientes. El casi vacío delta del
Orinoco contrasta con la densidad de ocupación del
delta del Ganges.
La interpretación de las densidades no es la mis­
ma según la escala considerada. En 1970; Perú tenía
una densidad nacional de 11 ó 12 habitantes por kiló­
metro cuadrado; pero sólo muy excepcionalmente
encontramos este promedio a escala local. Vastos
sectores del desierto, de la alta montaña y de la selva
amazónica están deshabitados, mientras que algunos
núcleos de población soportan densidades superiores
a 50 ó 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Esta
distorsión entre la densidad media considerada a
pequeña escala y la que se observa a gran escala, es
uno de los rasgos característicos del poblamiento de
la América andina, que tiene lugar en forma de
«archipiélagos habitados». No obstante, debido a la
estructura agraria se notaban diferentes densidades
en un mismo medio. Antes de la reforma agraria, los
altiplanos de la estepa herbácea de la puna, en los
Ancles centrales, a más de 4.000 m de altitud, tenían
una densidad de 30 habitantes por kilómetro cuadra­
do en los terrenos sobrecargados de pastoreo de las
comunidades indias, mientras que las grandes hacien­
das ganaderas mantenían una densidad próxima a un
habitante por kilómetro cuadrado.
Mismas densidades y significado diferente
A escala local y en un mismo país, parecidas den­
sidades tienen un contenido geográfico diferente. Los
cantones rurales de Alsacia y de Bretaña tienen una
misma densidad. En Bretaña se trata de una población
El significado de las densidades 59
que se ha mantenido esencialmente agrícola y se
reparte en caseríos que salpican el bocage. En el
campo alsaciano, en donde domina el openfield con
campos en forma de tiras, la población se agrupa en
aldeas. Pero el porcentaje de familias de agricultores
no cesa de declinar, principalmente a partir de las dos
últimas décadas; la mayoría de la población activa tra­
baja en las ciudades o en fábricas. Las mentalidades,
el estilo de vida y la disposición de las viviendas no
son los mismos en un municipio en el que el 25% de
la población depende de la agricultura y el resto de
actividades secundarias y terciarias, y en un municipio
en el que el 75% de sus habitantes vive directamente
del trabajo de la tierra.
La densidad de ocupación del suelo únicamente
tiene valor si se le compara con el espacio concreto en
el que está inscrita, en relación con la estructura
socioprofesional de la población, su forma y su nivel
de vida, así como la vida de relaciones que la anima.
No habría ningún interés en comparar densidades
análogas, en cifras absolutas, en un país desarrollado
y en un país subdesarrollado, si no fuese para notar el
significado de las diferencias. Las densidades de los
deltas del Rhin y del Mosa no pueden compararse
con las del Ganges, a pesar de que las cifras son
semejantes.
En los llanos aluviales del Asia monzónica la utili­
zación del suelo se basa principalmente en la agricul­
tura, acompañada de una gran movilización de trabajo
humano para una producción que es escasa, aunque
con relación a la unidad de superficie pueda parecer
satisfactoria como consecuencia de los minuciosos
cuidados puestos en las labores de los campos, y de
unas condiciones climáticas que permiten un ciclo
vegetativo ampliamente escalonado durante el año. A
la débil productividad del trabajo se añade una alta
concentración de empleos por unidad de superficie. La
60 El espacio geográfico
existencia de densidades de varios centenares de
habitantes por kilómetro cuadrado en los campos de
Bengala tiene como corolario un nivel de vida bajísi
mo, primordialmente marcado por una alimentación
insuficiente, esencialmente vegetal, puesto que el
cambio para la producción animal sería demasiado
costoso en calorías (es sabido que la producción de
una caloría animal requiere, por lo menos, el consumo
de siete calorías vegetales). Se observa un complejo
de pobreza. Como consecuencia de la estructura
social y de las mentalidades, y de la miseria fisiológica
de los habitantes, se nota una gran dificultad de adap­
tación a los cambios y una ineptitud o una imposibili­
dad de innovar. El bloqueo de la innovación se debe a
todo un sistema. Los intercambios quedan limitados
en volumen y se inscriben en una escasa superficie. El
circuito entre el trabajo, la producción y el consumo es
corto, y son locales. Cuando existen, los escasos exce­
dentes productivos se los quedan los propietarios de
las tierras, los usureros o los comerciantes que gozan
de rentas de dominio. Es imposible disponer de unos
ahorros, por limitados que sean, capaces de reinvertir
se en actividades de producción. Cuando existe, el
ahorro se gasta en fiestas y en ceremonias momentá­
neamente liberadoras o que constituyen un olvido del
presente.
Por el contrario, en los Países Bajos la población
es urbana en su gran mayoría. Profesionalmente está
en extremo diversificada a causa de la apuradísima
división del trabajo característica de las sociedades
industriales. Solamente una pequeña parte de la
población se dedica a las actividades agrícolas, que
son altamente productivas a la vez bajo el punto de
vista de la productividad de la tierra y del empleo. La
gran mayoría de la población activa está empleada en
la transformación de ios productos, en su comerciali­
zación y en las actividades de servicio. En el espacio,
El significado de las densidades 61
las comunicaciones representan una función absoluta­
mente capital, y todo el sistema está basado en una
vida de relaciones muy densa y diversificada, que
entraña flujos de productos, de hombres y de comuni­
caciones, a la vez locales, regionales, y que se insertan
en un conjunto muy vasto. En todas las actividades se
persigue la productividad. El progreso nace de una
serie de ajustes, y la capacidad de innovar es el motor
de la evolución.
Todas estas circunstancias se inscriben en el
espacio y se reflejan en los paisajes, lo cual es eviden­
te si comparamos densidades análogas de sociedades
diferentes, incluso en el caso de que la población de
estas regiones tenga actividades aparentemente pare­
cidas. El Condado Venosino no tiene el mismo aspec­
to que determinadas partes de oasis próximas a Lima,
igualmente dedicadas a cultivos hortícolas para el
mercado urbano. La fisonomía del hábitat y la densi­
dad de equipamiento no componen el mismo paisaje,
ni siquiera dejando de lado diferencias del medio geo­
gráfico, y no obstante se trata de unos espacios que
tienen poco más o menos las mismas densidades (su­
periores a 100 habitantes por kilómetro cuadrado) y
con producciones aparentemente comparables. Pero
en el Condado Venosino la renta por habitante es del
orden de las 75.000 pesetas anuales, y en los oasis de
la costa central peruana es de unas 18.000.
Óptimo de población,
superpoblación y subpoblación
Las observaciones precedentes, esquemáticas y
rápidas, llevan a una crítica de las nociones de óptimo
de población y de las que se desprenden de esta,
como la superpoblación y la subpoblación. Pierre
George ha hecho acertadamente su crítica en la Intro-
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  • 1. El espacio geografico OLIVIER DOLLFUS COLECCIÓN ¿ q u é s é ? NUEVA SERIE oikos-tau
  • 2. Olivier Dollfus Profesor en la Universidad de París VII EL ESPACIO GEOGRÁFICO I oikos-tau, s. a. - ediciones APARTADO 5347 - BARCELONA VILASSAR DE MAR - BARCELONA - ESPAÑA
  • 3. Traducción de Damià Bas Primera edición en lengua castellana 1976 Segunda edición en lengua castellana 1982 Título original de la obra: «L'ESPACE GÉOGRAPHIQUE» par Olivier D ollfus Copyright ® Presses Universitaires de France 1976 ISBN 8 4 -2 8 1 -0 3 0 3 -8 Depósito Legal: B -1 7.2 47-1982 Cubierta de Juli Blasco ® oikos-tau, s. a. - ediciones Derechos reservados para todos los países de habla castellana Printed in Spain - Impreso en España Industrias Gráficas García Montserrat, 12-14 - Vilassar de Mar (Barcelona) índice In tro d u cció n ..................................................................................... 7 1. Los caracteres del espacio geográfico....................... 9 Un espacio localizable y dife ren ciad o............................. 9 Un espacio cambiante que se describe ........................ 11 La homogeneidad de los espacios g e o g rá fic o s ........... 20 La noción de escala aplicada al espacio geográfico . 23 2. El hombre y el espacio geográfico ............................. 31 Paisajes naturales, paisajes modificados y paisajes ordenados .......................................................................... 32 Los tipos de ordenación de un mismo medio natural. 36 La noción de recursos naturales ..................................... 39 La noción de obstáculo natural ........................................ 40 3. El hombre y el medio ........................................................ 43 La influencia del medio en el hombre ........................... 44 El hombre y el medio modificado ................................... 48 El espacio geográfico es un espacio percibido y sentido. 53
  • 4. 4. El significado de las d e n s id a d e s .................................. 57 Densidades diferentes en unos medios semejantes . . 57 Mismas densidades y significado d ife re n te ................... 58 Óptimo de población, superpoblación y subpoblación. 61 5. Espacio rural y espacio u r b a n o ..................................... 71 El espacio ru ra l........................................................................ 72 El espacio u rb a n o ................................................................... 80 La influencia de las ciudades sobre su entorno . . . . 94 6. El espacio regional .......................................................... 101 Las familias de regiones ..................................................... 102 El cometido de las ciudades en la formación de las re g io n e s ................................................................................ 105 La evolución de la región ................................................... 108 7. Los tipos de organización del espacio geográfico. 1 1 1 Los espacios recorridos, pero no organizados............. 111 Los espacios acondicionados por sociedades «no desa- rrolladas» ............................................................................. 112 Los espacios en los países subdesarrollados ............. 115 La organización del espacio en los países industriales. 1 18 C o n clu sió n ........................................................................................ 123 Bibliografía ..................................................................................... 125 Introducción En su sentido más amplio, el ámbito del espacio geográfico es la «epidermis de la Tierra» (J. Tricart), es decir, la superficie terrestre y la biosfera. En una acep- ción sólo en apariencia más restrictiva, es el espacio habitable, la oikuméne de los antiguos, allí donde las condiciones naturales permiten la organización de la vida en sociedad. Hasta una fecha reciente la oikumé ne coincidía poco más o menos con las tierras cultivables y utilizables para la agricultura y la ganade- ría. Quedaban excluidos los desiertos en donde no es posible la irrigación, y los espacios helados de las altas latitudes y de alta montaña. Pero esta noción de la oikuméne debe ser revisada. Lo constataba el pro- pio geógrafo Max. Sorre, quien lo desarrolló y empleó ampliamente: «Al igual que para los antiguos, para nosotros la oikuméne sigue siendo la tierra habitada, aunque con sus anexos; el área de extensión del géne- ro humano tiende a confundirse con la superficie del planeta». El espacio geográfico es «el espacio acce-
  • 5. 8 El espacio geográfico sible al hombre» (J. Gottman), usado por la huma nidad para su existencia. Por lo tanto, incluye los mares y los aires. El espacio geográfico es localizable, concreto, di ríamos «trivial», usando una expresión del economista F. Perroux. Aunque cada punto del espacio puede ser localizado, lo que importa es su situación con relación a un conjunto en el cual se inscribe y las relaciones que mantiene con los diversos medios de los que for ma parte. Lo mismo que el espacio de los matemáti cos o los de los economistas, el espacio geográfico se forma y evoluciona partiendo de unos conjuntos de relaciones, pero estas relaciones se establecen en un marco concreto: el de la superficie de la Tierra. El espacio geográfico es cambiante y diferencia do, y su apariencia visible es el paisaje. Es un espacio recortado y dividido, pero en función de las luces que le aportamos. Espacio troceado cuyos elementos son desigualmente solidarios unos con otros. «La ¡dea de área de extensión incluye la de límite, que le es inseparable y que ofrece distintos grados de determi nación, desde el límite lineal hasta la zona límite, con sus franjas de degradación» (Max. Sorre). El espacio geográfico se presenta, pues, como el soporte de unos sistemas de relaciones, determinán dose unas a partir de los elementos del medio físico (arquitectura de los volúmenes rocosos, clima, vegeta ción), y las otras procedentes de las sociedades huma nas que ordenan el espacio en función de la densidad del poblamiento, de la organización social y económi ca, del nivel de las técnicas, en una palabra, de todo el tupido tejido histórico que constituye una civilización. 1. Los caracteres del espacio geográfico Un espacio localizable y diferenciado Todos los puntos del espacio geográfico se locali zan en la superficie de la Tierra, definiéndose por sus coordenadas y por su altitud, pero también por su emplazamiento (que es su asiento), así como por su posición, que evoluciona en función de un conjunto de relaciones que se establecen respecto a otros puntos y a otros espacios. Como espacio localizable, el espa cio geográfico es cartografiable. Y la geografía pone en primer plano de sus formas de expresión a la repre sentación cartográfica, que permite situar los fenóme nos y esquematizar los componentes del espacio de acuerdo con la escala elegida y con las referencias adoptadas. Este espacio es asimismo un espacio diferencia do. Debido a su localización y al juego de las combina ciones que preside su evolución, cualquier elemento del espacio y cualquier forma de paisaje son fenóme nos únicos que jamás encontramos estrictamente
  • 6. 10 El espacio geográfico idénticos en otra parte ni en otro momento. Una ciu dad, una montaña o un río, tienen una personalidad y una identidad. Jamás un paisaje es estrictamente igual a otro. Dentro de una visión somera del espacio, esta diferenciación puede parecer incompatible con la noción de homogeneidad del espacio; nada menos cierto. Como veremos más adelante, la homogeneidad es la consecuencia de la repetición de determinado número de formas, de un juego de combinaciones que se reproducen de una manera parecida, aunque no perfectamente idéntica, en una determinada superfi cie. Pero, como consecuencia de las desigualdades que se presentan, incluso dentro de las familias de for mas y de sistemas, el espacio geográfico se presenta dotado de cierta rugosidad, que hace que las compa raciones y las esquematizaciones rápidas sean más difíciles. No obstante, al propio tiempo que muestra lo que constituye la originalidad de su esfera, el geógrafo que analiza el espacio localizado y diferenciado se esfuerza al mismo tiempo por poner de relieve los elementos de comparación que permiten el reagrupamiento de los principales elementos, de las formas, de los siste mas y de los procesos en grandes familias. Aunque la originalidad únicamente puede surgir por compara ción con situaciones análogas, lo mismo que la excep ción únicamente aparece una vez conocido el término medio. El geógrafo puede parafrasear a Goethe escri biendo que «todas las formas son semejantes y que ninguna es igual a las demás». El geógrafo describe a la vez lo único y lo cambiante, poniendo de relieve, si no unas leyes en el sentido de las ciencias exactas, por lo menos unos grupos de combinaciones dinámi cas que explican las formas y facilitan su clasificación, indispensable para las comparaciones. Cada día es más necesario el uso de las matemá ticas para el establecimiento de las correlaciones, para Los caracteres del espacio geográfico la determinación de las interrelaciones, y para cifrar ciertos volúmenes. Este uso exige unos datos que sean a la vez localizables, precisos y comparables. Pero muchas veces los datos utilizados por los geó grafos no se pueden cuantificar tan fácilmente como los que emplean los economistas, y de ahí unas inves tigaciones que a menudo son más cualitativas que cuantitativas. No obstante, parece vano comparar las ventajas de una investigación cualitativa con las de una investigación más cuantitativa. No existe más que una única y misma investigación, que puede perfec cionarse por medio de unos análisis que no son cuantificables, aunque algunos de cuyos resultados pueden exponerse más claramente gracias a una formulación cifrada, y de ahí la utilidad del instrumen tal matemático. Un espacio cambiante que se describe La faz de la tierra se modifica continuamente. Cualquier paisaje que refleje una porción del espacio lleva las señales de un pasado más o menos lejano, desigualmente borrado o modificado, pero siempre presente. Es como un palimsesto en el que los análisis de las herencias permiten rehacer sus evoluciones. El espacio geográfico está impregnado de historia, y por ello se diferencia de los espacios económicos, que casi siempre dejan de lado la profundidad histórica. Este espacio concreto y localizable es un espacio cuya apariencia —el paisaje— se describe. Vidal de La Bla che, uno de los fundadores de la geografía francesa a principios de este siglo, para nombrar al paisaje empleaba igualmente la palabra «fisonomía». «La originalidad de una parte del espacio terrestre se expresa por su "fisonom ía" en un estilo particular de orga nización espacial nacido de la unión de la naturaleza y de la
  • 7. 12 El espacio geográfico historia; en otras palabras, en lo que más tarde llamaremos un paisaje. Vidal de La Blache ha puesto ai servicio de esta nueva noción su arte incomparable de la descripción, que sabe —mediante la elección de los detalles típicos, por la habilidad de la generalización, por el resumen de ciertas comparaciones— ofrecer un cuadro evocador y preciso de estos "seres geográficos" que son los paisajes» (E. Juillard, Région et régionalisation). La descripción es indispensable para la explica ción, y los trámites de la investigación están constitui dos por un constante vaivén entre la descripción y la explicación. Debido a este juego entre descripción y explicación existe una dialéctica de la gestión geográ fica. La descripción valora, clasifica y ordena los ele mentos del paisaje que son motivo de análisis. La des cripción permite plantear los problemas y buscar las relaciones entre las combinaciones. Es una condición previa al estudio, aunque es mucho más que una con dición previa. En las diferentes etapas de la explica ción se acude a la descripción. En el análisis del espa cio geográfico se parte de lo que está presente, de lo que es visible, para aquilatar la importancia de las herencias y la velocidad de las evoluciones, para des cifrar los sistemas que son las estructuras que actúan sobre el espacio. Los altiplanos cristalinos del Macizo Central fran cés son elevadas superficies onduladas, con pequeños valles repletos de derrubios y fondos húmedos; en estas superficies los ríos están encajados en gargan tas. La relativa horizontalidad de los altiplanos es una herencia de las superficies de erosión terciarias, ela boradas bajo climas casi siempre húmedos y cálidos que favorecen las alteraciones, y a veces más secos, y de ahí los esparcimientos debidos a la arroyada. Una parte del material de descomposición y de disgrega ción, que se remonta a las fases cálidas del Terciario, fue reorganizada por fenómenos de solifluxión en los períodos fríos del Cuaternario, lo cual provocó el relle Los caracteres del espacio geográfico 13 nado de ciertos valles y retocó el perfil de las pendien tes. El corte de las gargantas es una consecuencia de los movimientos tectónicos de la segunda parte del Terciario, que levantaron las superficies de erosión, y a veces las bascularon. La red hidrográfica principal se hunde en mesetas formadas de un material rocoso resistente a la erosión (granitos, esquistos cristalinos, etc.), de donde la lentitud en el ensanchamiento de los valles, que quedan estrechos (Sioule, Dordogne). Este paisaje tiene su explicación, pues, al encontrar en los distintos conjuntos topográficos los testimonios de las formas heredadas de un pasado más o menos lejano. No obstante, también sabemos que una herencia se conserva mejor o peor, y que constantemente se al tera. Pero las superficies planas próximas a la horizontalidad pueden mantenerse duraderamente, lo que explica la conservación de las superficies de ero sión en rocas duras, mientras que las entalladuras lineales pueden formarse rápidamente a escala de los tiempos geológicos. Así, es posible que la excavación del Gran Cañón del Colorado, que rebasa los 2.000 m, tuviese lugar en sus rasgos esenciales en el transcurso del Cuaternario, es decir, durante los dos últimos millones de años. El análisis de un paisaje urbano es asimismo revelador de su historia y de sus condiciones de desarrollo, y muestra el peso del pasado en la organi zación del espacio urbano en la época contemporá nea. Numerosas ciudades de Europa occidental poseen un núcleo medieval con callejuelas estrechas, amontonado alrededor de la iglesia o de la catedral. Las antiguas fortificaciones que limitaban el área urbana contribuyendo a su defensa se han podido suprimir, y su emplazamiento se ha utilizado para la construcción de una avenida circular, más allá de la cual se extienden los barrios más recientes; a menudo los del siglo XIX se construyeron en las proximidades
  • 8. 14 El espacio geográfico de la estación del ferrocarril. A veces en la trama urba­ na todavía encontramos el dibujo de la parcelación rural, lo cual a la vez señala la extensión de la ciudad por el campo y la inercia que permite conservar una estructura antigua dentro de una estructura de naturaleza distinta. Pero, así como los altiplanos del Macizo Central francés están cortados por gargantas, el viejo barrio medieval se ha cortado con arterias mejor adaptadas a la circulación automovilística, pero que rompen la organización viaria medieval. Algunas zonas de Europa occidental o del norte de África conservan todavía testimonios de la coloni­ zación romana. El cuadriculado agrario de ciertos sec­ tores de la Emilia es el resultado de la distribución del espacio que hicieron los centuriones. En la disposición de algunos campos del llano de Alsacia encontraría­ mos aún las huellas de la organización de los terrenos del Neolítico. Los ejemplos de este tipo podrían multiplicarse. El análisis de las herencias partiendo de la obser­ vación del paisaje lleva necesariamente al estudio de las interacciones, que es una de las bases de la ges­ tión geográfica. Una montaña levantada por movimientos tectóni­ cos queda expuesta inmediatamente a los ataques de la erosión. Pero, como sea que la velocidad del levan­ tamiento es superior al borrado debido a la erosión, se forma un relieve culminante. El aumento del volumen montañoso provoca una modificación del clima regio­ nal y local. Las formaciones vegetales experimentan un cambio a consecuencia del escalonamiento si la amplitud de las desnivelaciones es suficiente, y al mis­ mo tiempo debido a la evolución del sistema de pen­ dientes, sistema que depende de la tectónica, de la erosión y de las características de los volúmenes roco­ sos sobre los que se ejerce-la erosión. Todos los relie­ ves terrestres son el resultado de las interacciones Los caracteres del espacio geográfico 15 entre las fuerzas endógenas, tectógenas, y las fuerzas exógenas, vinculadas en gran medida con el clima. No obstante, los tiempos de respuesta a las transforma­ ciones no son los mismos para los distintos grupos de fenómenos ni para las diferentes escalas. La constitu­ ción de un inlandsis, de un gran glaciar continental, requiere decenas de millares de años, mientras que la de un glaciar alpino únicamente unos siglos. Por su volumen, el inlandsis acarrea modificaciones climáti­ cas regionales y generales, que durante un tiempo favorecen su crecimiento (retroacciones positivas relacionadas con el enfriamiento) y luego actúan en sentido inverso (retroacciones negativas, aumento de la sequía). El inlandsis responderá muy lentamente a un cambio climático, y las consecuencias de un cam­ bio climático se dejarán sentir en las márgenes glacia­ res únicamente varios siglos después del desencade­ namiento de los fenómenos. El tiempo de respuesta de un glaciar alpino será mucho más corto: en pocos años acusará una modificación del clima. Pero la fusión de un inlandsis unida a un aumento duradero de la temperatura tendrá toda una serie de conse­ cuencias generales, regionales y locales. La fusión de grandes masas de hielo entraña la liberación del agua capitalizada y provoca una elevación del nivel general de los océanos: es el glacieustatismo. El aumento de la temperatura del agua del mar contribuye, aunque ligeramente (a razón de 2 m por cada °C de calenta­ miento medio), al aumento del volumen líquido: es el termoeustatismo. El aumento del volumen oceánico se traduce en transgresiones que modifican la disposi­ ción de las líneas de costa al borde de todos los océa­ nos, repercutiendo en el curso inferior de los ríos, y ello lo mismo en las zonas frías que en las zonas cáli­ das. Aunque con cierto retraso, se elevan los sectores liberados por la fusión del inlandsis, cuya masa pesa­ ba sobre la corteza terrestre. Diez milenios después de
  • 9. 16 El espacio geográfico la desaparición de los glaciares, las costas del golfo de Botnia continúan elevándose por compensación isos tática, lo cual ocasiona un desplazamiento de los puertos aguas abajo. Cualquier cambio tiene lugar partiendo de una situación dada, y se alimenta a partir de herencias. En un período determinado se depositan en el fondo de un valle unas capas de guijarros. Luego, al cambiar el clima, se modifican las relaciones entre el caudal y la carga del río; entonces el río hace una incisión en las capas aluviales, que se convierten en terrazas. Pero la mayoría de los guijarros que el río transporta durante las crecidas proceden de las formaciones aluviales depositadas en el período precedente. El desplaza­ miento de un elemento rocoso casi nunca se efectúa con continuidad, sino por una serie de intermitencias, de fases de movimientos separadas por prolongadas fases de «silencio»; tal desplazamiento se efectúa a través de una serie de sistemas de erosión, a veces muy diferentes, y en cada fase el fragmento se trans­ forma y cambia de identidad. Un fragmento rocoso se desprende de una pared bajo la acción del hielo del agua que actúa dentro de las grietas; rodando, pasa a acumularse en un cono de derrubios, por el que des­ cenderá lentamente, en una sucesión de pequeños movimientos. Con motivo de un cambio climático puede ocurrir que un glaciar lo capte y lo convierta en un elemento de una morrena, desgastándole ligera­ mente las aristas. Las aguas de fusión se lo llevan como carga y lo transforman en canto rodado y en arena. Si queda depositado en una capa aluvial puede alterarse y quedar reducido al estado de arenisca, la cual es arrastrada por el río que erosiona la terraza, o bien, en el caso de que el clima se preste a ello, los elementos más finos pueden ser desplazados por la acción del viento. Incluso cuando parece efectuarse de manera con­ Los caracteres del espacio geográfico 17 tinua, la evolución tiene lugar casi siempre por medio de sacudidas, por crisis. Únicamente es continua en relación con la escala de tiempo adoptada para el estudio del fenómeno. En su obra sobre Les phéno­ mènes de discontinuité en géographie (CNRS, París, 1968), R. Brunet ha tenido el mérito de insistir en el significado de la discontinuidad. En una región en donde reine un clima semiárido la arroyada se ejerce sobre superficies que no están totalmente cubiertas de vegetación, y tiene lugar con motivo de violentos aguaceros. Durante un lapso de tiempo muy corto una importante masa de derrubios es transportada por la arroyada. Pero estas fases activas están separadas por dilatados períodos de inmovilidad. No obstante, si las lluvias fuesen menos violentas pero estuviesen menos distanciadas, favorecerían el establecimiento de una cobertura vegetal continua, y en tal caso los procesos erosivos serían distintos. Generalmente se observa que el vigor de las transformaciones se ve favorecido por el paso de un sistema a otro o la sucesión de siste­ mas distintos en el tiempo. En alta montaña una fase fría y relativamente seca ayuda a la gelifracción; la fragmentación de las rocas bajo el efecto del hielo del agua dentro de las grietas próximas a la superficie ali­ menta los taludes de derrubios al pie de las paredes. Pero el aumento del volumen del talud quedará pro­ gresivamente frenado a medida que la superficie roco­ sa sometida a la acción del hielo se reduzca a causa de que la pared va quedando protegida por sus pro­ pios derrubios. El paso a una fase más húmeda, pero igualmente fría, ocasiona la formación de un glaciar, que se lleva los derrubios, despeja el pie de la pared y transporta aguas abajo los fragmentos rocosos, que a continuación son captados por las aguas de fusión. De este modo la erosión, de la que depende la importan­ cia del material arrancado a L a alta montaña, será más v ig o ro s a si en un mismo lapso de tiempo hay una
  • 10. 19 El espacio geográfico alternancia de fases periglaciares y glaciares, que si los procesos periglaciares o glaciares ejercen solos su acción. Una fase climática cálida y húmeda origina suelos nacidos de la alt eración de la roca viva y de la existen­ cia de una cobertura vegetal. El paso a una fase más seca se traduce por un cambio de la vegetación, que se vuelve dispersa, y por una arroyada que será tanto más eficaz, por lo menos durante un tiempo, cuanto más carga pueda tomar de productos de disgregación heredados de la fase precedente. Sin embargo, las fases y la actuación de las inte­ racciones no son simétricos, ni en el tiempo ni en sus efectos. En una región en la linde de un desierto, en un «sahel», el mantenimiento de una asociación vegetal —por ejemplo, la de acacias y de gramíneas que rever dean esporádicamente con ocasión de las lluvias— va unida a la existencia de unos equilibrios precarios. Basta con que los ciclos de años lluviosos se espacíen, o bien que la intervención humana provoque la des­ trucción de los árboles, para que el desierto se instale rapidísimamente y de un modo difícilmente reversible, a menos de un profundo cambio del clima. El umbral para el paso de la estepa al desierto se franquea con mucha facilidad, pero es más difícil que un desierto pueda convertirse en una estepa arbustiva. El análisis de los ritmos de los cambios conduce a la investigación de los umbrales más allá de los cuales se modifican los procesos. Cada proceso es activo úni­ camente entre dos umbrales, dos límites. Cuando se rebasa un umbral se desencadena un proceso y otro se extingue. Así, la arroyada sólo actúa sobre una superficie dada si la lluvia es lo suficientemente inten­ sa o si el suelo está saturado de agua. Una lluvia que totalice la misma cantidad de precipitaciones, pero repartida por una duración mayor y con gotas de dis­ tinto calibre, tendrá diferente efecto. Como conse­ Los caracteres del espacio geográfico 19 cuencia del juego de las interacciones, basta con que se modifique un proceso para que cambie de naturale­ za todo un sistema. Así ocurre con el proceso del hielo. Pero, como hemos visto anteriormente, los umbrales no son los mismos según el lado por el que son abordados; por otra parte, si bien determinados umbrales pueden determinarse claramente debido a su diafanidad (por ejemplo, el hielo a 0 °C), otros experimentan unas franjas de incertidumbre, de inde­ terminación, que hacen acto de presencia cuando varios fenómenos actúan en la misma dirección. El estudio de los umbrales es tan importante para la comprensión de los fenómenos que intervienen para modificar el medio natural como para los que rigen la organización de las sociedades que ocupan el espacio. Sabemos que cualquier equipamiento y que cualquier servicio únicamente pueden funcionar entre dos límites: un límite inferior más allá del cual el servi­ cio ya no es rentable, y un límite superior que si se rebasa hace que la congestión paralice el tráfico. Entre ambos existe una zona de utilización óptima. La cons­ trucción de una autopista no es rentable para un tráfi­ co de 200 vehículos al día; pero si su capacidad hora­ ria es de 3.500 coches, el aflujo de 5.000 paralizará el tráfico. Como consecuencia de las relaciones que se com­ binan, el franqueo de un umbral generalmente supone toda una cascada de transformaciones, consecuencia del juego de los procesos acumulativos. Un paisaje de montaña acondicionado no puede ser conservado si una parte de la población lo abandona. El manteni­ miento de los servicios es demasiado oneroso para quienes se quedan, y el cuidado de los campos es una carga demasiado pesada para los habitantes que no han emigrado. Campos y prados se ven invadidos por la landa y el bosque. Eventualmente puede acelerarse la erosión: las terrazas que no se cuidan se hunden, lo
  • 11. 20 El espacio geográfico cual provoca el desarrollo de los fenómenos torrenciales. La carga sólida de los ríos aumenta y entraña un aumento del aluvionamiento en los llanos situados más abajo, provocando inundaciones, como en Florencia en octubre de 1966. Un paisaje ordenado lentamente en el curso de los siglos cae hecho añicos en pocas décadas como consecuencia del éxodo rural. Esto es lo que se observa en las montañas de Umbría desde 1950, descritas por H. Desplanques. Una evolución jamás conduce al punto de partida. Una superficie de erosión levantada por un movimien­ to tectónico será atacada, disecada; otra superficie de erosión podrá formarse, y no será ya la misma. No hay verdaderamente ciclo en el espacio geográfico, sino el ciclo de elementos físicos que intervienen como agen­ tes en el espacio, como el ciclo del agua o el ciclo de las estaciones. Ciertamente, es posible utilizar este término por comodidad didáctica, como ha hecho uno de los fundadores de la geomorfología, el americano W. M. Davis, pero a condición de saber que la llegada jamás estará en el punto de partida. Así pues, parece preferible reemplazar el término «ciclo» por el de «rit­ mo», que admite el avance y la evolución, y que sobre todo permite descubrir las «anomalías» dentro de un ritmo dado, y ver lo que constituye la originalidad de una situación en el interior de una familia de formas, de un sistema, o de una evolución que se inserta en el espacio. La homogeneidad de los espacios geográficos La noción de espacio homogéneo es de un uso tan corriente entre los geógrafos como entre los eco­ nomistas. Para J. R. Boudeville1, un espacio homogé- ’ Boudeville. J. R.. Les espaces économiques, col. «Que sais-je?», núm. 950 PUF, Paris. Los caracteres del espacio geográfico 2 ! neo es un espacio continuo, cada una de cuyas partes constituyentes, o zona, presenta unas características tan cercanas como las del conjunto. En una determi­ nada superficie hay, pues, una identidad pasiva o acti­ va de los lugares y, eventualmente, de los hombres que la ocupan. La identidad puede proceder de un ele­ mento que imprime una nota determinante al paisaje, o bien de un tipo de relaciones que queda indirecta­ mente marcado en el paisaje. La homogeneidad puede ser externa: en tal caso, una región homogénea será la que corresponde al área de extensión de un paisaje; la homogeneidad la proporciona entonces una formación vegetal depen­ diente del clima (el prado, el bosque), o bien un tipo de topografía que se repite (la alternancia de colinas y de valles de Armagnac). Puede deberse a un tipo de ordenación en un espacio bastante poco diferenciado: el bocage del oeste de Francia, con los campos y los prados cerrados y la dispersión del hábitat rural. A veces la homogeneidad está vinculada a determinada forma de ocupación del espacio que corresponde a una densidad regular, señalando la presencia de un grupo étnico que se individualiza por técnicas originales, como la región Serer, en el sur de Senegal, en donde el cultivo de secano está asociado con la ganadería, y en donde el paisaje tiene el aspecto de parque, salpicado de kad, árboles que se pueblan de hojas en la estación seca (lo que representa un forraje muy apreciado), pero de parque compartimentado con empalizadas para proteger del ganado a los cultivos. La homogeneidad también puede ser interna; la estructura que rige la organización del espacio res­ ponde a dos condiciones: como escribe C. Lévi- Strauss, «es un sistema, regido por una cohesión interna; y esta cohesión, inaccesible a la observación de un sistema aislado, se revela en el estudio de las transformaciones, gracias a las cuales encontramos
  • 12. 22 El espacio geográfico propiedades similares dentro de sistemas aparente­ mente distintos»: como la organización de los Estados en las sociedades industriales, lo mismo si son socialistas como si están regidos por la economía de mercado. Un Estado nacional en el que los ciudadanos obedecen las mismas leyes constituye igualmente un espacio homogéneo. La homogeneidad nace de un sistema de relaciones que determina unas combina­ ciones que se repiten, análogas en una determinada fracción del espacio geográfico. Además, es posible que en vez de la expresión «homogéneo» se prefiera la de «isoesquema», como hace R. Brunet, quien usa la palabra esquema en función de la definición que de ella da el diccionario francés Robert: «estructura o movimiento de conjunto de un objeto, de un proceso». Inmediatamente vemos la riqueza y la ambigüe­ dad de la noción de homogeneidad aplicada al espacio geográfico. Cualquier porción de la epidermis de la Tierra pertenece a varios espacios homogéneos. En función del enfoque del análisis damos preferencia a tal o cual tipo de las relaciones que se establecen en el espacio. Por ejemplo, las grandes zonas climáticas, con sus consecuencias derivadas biogeográficas e hidrológicas, son «espacios homogéneos», con el mis­ mo rango que una pequeña parte de la superficie terrestre cuya originalidad se debe a un clima local, como por ejemplo un valle seco en los Andes colom­ bianos, entre montañas húmedas, o el valle de Magdalena, cerca de Girardot (Francia), entre las cordilleras oriental y central abundantemente regadas. Los países industriales de Europa occidental forman un espacio homogéneo si nos situamos a escala mun­ dial y si la observación se consagra prioritariamente a las formas de organización económica y a los niveles de desarrollo. Pero, por ejemplo, la Beauce es por sí misma un espacio homogéneo original, caracterizado por un tipo de paisaje agrario aplicado a una topogra­ Los caracteres del espacio geográfico 23 fía de meseta baja; forma parte del conjunto de los lla­ nos y baja meseta de la cuenca parisiense, en donde se practica la «gran agricultura». Es un espacio homo­ géneo, con sus fajas de degradación (como hacia el Gâtinais) y de indeterminación (hacia el Hurepoix). Pero la Beauce es un elemento dentro de espacios homogéneos más vastos: espacio nacional francés, países de Europa occidental, zona templada, etc. El análisis de la homogeneidad del espacio sólo es esclarecedora cuando recurre a la noción de escala, de taxonomía de los fenómenos, e implica el estudio de áreas de extensión de las formas y de los sistemas, y de los procesos que los engendran, por el camino de las consecuencias. Este análisis plantea el problema de la relación de las formas dentro de conjuntos más vastos, y únicamente él permite las comparaciones que nutren la cultura geográfica. Es por ello por lo que se sitúa en el centro de la reflexión geográfica. La noción de escala aplicada al espacio geográfico El análisis de cualquier espacio geográfico, de cualquier elemento que interviene en su composición, y de cualquier combinación de procesos que actúan en y sobre el espacio, no deviene inteligible más que si tiene lugar en el interior de un sistema de escalas de magnitud. Nadie compara la población y las modalida­ des de su distribución entre Costa Rica y Brasil, aun­ que en ambos casos se trate de Estados pertenecien­ tes a América Latina. Nadie estudia con los mismos métodos ni con las mismas perspectivas el macizo prealpino de la Chartreuse y el conjunto de las cordilleras alpinas, aunque en ambos casos la palabra «montaña» se aplique a estos relieves. También sabe­ mos que al cambiar de escala los fenómenos cambian no solamente de magnitud, sino también de naturale-
  • 13. 24 El espacio geográfico za. Una ciudad de un millón de habitantes no puede compararse con veinte aglomeraciones de cincuenta mil almas, a pesar de que el total de la población es equivalente, porque un mismo término está aplicado a dos realidades diferentes. El equipamiento urbano y los servicios, pero también el ritmo de vida de los habitantes, no son iguales en una aglomeración millo naria y en una ciudad de cincuenta mil habitantes. La utilización de una misma palabra induce a ambigüeda­ des y a confusiones cuando engloba realidades de dis­ tinto orden dimensional. Por lo tanto, cuando se trata de comprender el significado de una forma —ya sea un relieve, un paisaje o una aglomeración—, es necesario compararla con formas parecidas para ver las analo­ gías que hay entre los procesos y las combinaciones que intervienen en la evolución y permiten explicarla. La llamada geografía «general» tiene por objeto establecer comparaciones entre formas y sistemas de interacción basados en elementos similares. Sabiendo que las formas son plenamente inteligibles sólo en el caso de que estén situadas en su medio, la compren­ sión de los hechos únicamente tiene valor cuando estos se colocan en unas escalas de magnitud comparable. Así, el problema de la escala interviene de dos maneras: a nivel de las comparaciones —que es esencial para comprender la generalidad, y, en con­ secuencia, la originalidad de un fenómeno o de una situación— y a nivel de las transferencias de escalas dentro de un mismo conjunto. Cuando estudiamos un macizo montañoso es tan indispensable que conozca­ mos su lugar en el sistema de relieve como que anali­ cemos los elementos que lo componen. Las funciones de una pequeña ciudad se definen con relación a la red urbana de la que forma parte y por sus relaciones con su entorno rural; tales funciones deben comparar­ se asimismo con las que poseen otras pequeñas ciu­ dades análogas. Los caracteres del espacio geográfico 25 Se han presentado diversos intentos de clasifica­ ción de los espacios geográficos, tanto por parte de geógrafos orientados hacia el estudio de las formas del relieve como por geógrafos «humanos». En Le modelé des chaînes plissées (CDU), Cailleux y Tricart clasifican las montañas de acuerdo con siete u ocho órdenes de magnitud basados en la superficie. Es cierto que puede haber otros criterios de clasifica­ ción: por ejemplo, la génesis o la amplitud del volu­ men montañoso, o la altitud relativa o absoluta de las cimas. El criterio fundamental es de orden espacial. El primer orden de magnitud es el de las grandes cordilleras que, junto con los escudos, constituyen el armazón de los continentes: las cordilleras del oeste de América, que tienen 15.000 km de extensión, des­ de Alaska hasta la Tierra de Fuego, y cubren millones de kilómetros cuadrados, o bien el conjunto alpino- himalayo, que corta al sesgo el dominio mediterráneo y una gran parte de Asia. El segundo orden procede de una elemental división del precedente: por ejemplo, el arco antillano o los Alpes. El tercer orden de magnitud es un elemento del número precedente: así, dentro del sistema montañoso del Oeste americano, las Coast Range y Sierra Nevada, con el gran valle californiano entre ambas. Avanzando hacia las escalas inferiores llegamos al séptimo orden, constituido por un pliegue: la dimensión del sector implicado es de unos kilóme­ tros. El octavo orden puede ser el flanco de un pliegue o una parte de una vertiente, en cuyo caso el territorio analizado abarca sólo algunos centenares de metros. A cada orden de magnitud le corresponde un enfoque particular del análisis. Así, en los ejemplos preceden­ tes, para los primeros órdenes el estudio se orienta primero hacia la tectónica y la física del globo, que permiten explicar la formación del conjunto montaño­ so en el curso de dilatados períodos geológicos, y en gran parte su evolución. Por el contrario, el estudio de
  • 14. El espacio geográfico la evolución de una vertiente se dedica a la forma de la pendiente y a su evolución en función de los proce­ sos de erosión que intervienen sobre el material que aflora o cubre la vertiente. Una clasificación de este mismo tipo puede basarse en los climas. En cabeza figuran las grandes zonas climáticas que dependen de los fenómenos pla­ netarios; al final de la escala encontramos el clima local, que posee una identidad gracias a unos elemen­ tos particulares que pueden estar vinculados con la topografía: una posición resguardada proporcionada por una pantalla montañosa, y en el último nivel el microclima, que es el clima de un volumen de aire res­ tringido, particular y muy localizado: el clima de una pared rocosa o de una sala. Es posible dividir el espacio en función de los niveles de desarrollo: los países subdesarrollados y los países desarrollados, con las etapas de transición o de degradación; en los países subdesarrollados hay una diferencia muy considerable —no solamente relaciona­ da con la dimensión nacional o población—entre Boli via y Venezuela, o, en los países desarrollados, entre Suecia e Italia. A continuación es posible recortar cada espacio en función de unos criterios específicos. En un esfuerzo de síntesis, R. Brunet presenta una cla­ sificación por conjuntos espaciales isoesquemas, que por su dimensión y su especificidad ofrecen cierta uni­ dad. Esta clasificación (presentada aquí bajo una for­ ma simplificada) tiene el mérito esencial de situar en un mismo orden de magnitud los diferentes elementos —tanto del medio físico como del medio humano— que contribuyen a la organización y a la evolución de las distintas partes del espacio. Partiendo de la clasificación de acuerdo con la escala de los fenómenos, es posible ver cómo se entrelazan las combinaciones y analizar el cometido de los procesos en función del tiempo y de la dimen- Escalas d e los conjuntos espaciales isoesquem as según Roger Brunet (cuadro sim plificad o ) os caracteres del espacio geográfico 27
  • 15. 28 El espacio geográfico sión. El análisis de un paisaje agrario requiere que lo situemos en una zona climática, un clima regional, que veamos los eventuales matices debidos a un cli­ ma local que favorecen o perjudican tal o cual activi­ dad agrícola, que conozcamos las características de los suelos. Pero es necesario saber a qué tipo de sociedad pertenecen los hombres que lo trabajan y lo han trabajado en el pasado, que expliquemos las rela­ ciones tanto sociales como económicas a nivel local y regional, nacional e internacional, que conozcamos las técnicas de ordenación del espacio utilizadas en fun­ ción de la densidad de los hombres, pero también de las formas de apropiación del suelo. Al estudiar una montaña granítica, el geomorfólogo sabe que es nece­ sario situarla en el conjunto morfoestructural de! que es una de las partes, pero también que es preciso conocer los caracteres petrográficos de los volúmenes rocosos; su comportamiento frente a las presiones tectónicas o a las acciones meteóricas, que son distin­ tas según los climas que hayan podido sucederse en el transcurso de los tiempos. Le es necesario trabajar tanto a escala del millar o de la decena de millares de kilómetros cuadrados, como a escala del microscopio polarizante, que permite la observación de los cristales; debe intentar descifrar una evolución en el curso de los últimos millones de años, pero saber tam­ bién cómo reacciona esta superficie rocosa ante el hielo o frente a un aguacero. Y únicamente por medio de esta sucesión de análisis efectuados en todas las dimensiones y con técnicas y un instrumental adecua­ dos a cada escala de estudio se podrá llegar a una explicación coherente del paisaje y de las formas que lo caracterizan. La cartografía es una técnica que, al permitir la figuración y la esquematización del espacio localizan­ do sus elementos, implica obligatoriamente la elec­ ción de una escala. La escala de reproducción y las Los caracteres del espacio geográfico 29 necesidades de la figuración gráfica exigen que se seleccionen lógicamente y de una manera parecida los fenómenos que deben figurar en el documento. A cada escala le corresponde una forma de representa­ ción, que no siempre es posible transcribir a otras escalas. A escala 1/10.000 el catastro señala las parcelas de las propiedades, dibujando la forma y la situación precisa de las construcciones. El mapa a escala 1/50.000 permite ver la disposición de las aglomeraciones, el trazado de las calles principales y la distribución de los bosques y de los prados, mencio­ nando todos los lugares habitados; partiendo de este documento se puede analizar el emplazamiento de las aglomeraciones y la distribución del hábitat. El mapa a escala 1/200.000 señala la localización de las aldeas; las aglomeraciones están representadas por un símbolo que expresa la cifra de su población o bien su importancia administrativa; los caseríos y los edificios aislados desaparecen de la representación, por lo menos en las regiones densamente pobladas. Con el mapa a escala 1/200.000 podemos estudiar la situa­ ción de las aglomeraciones, su distribución, y ciertos aspectos de la vida de relación. Un mapa a escala 1/10.000.000 únicamente menciona las grandes ciu­ dades o sólo indica los grandes conjuntos del relieve. El análisis y la comprensión de los fenómenos locali­ zados en el espacio geográfico pasan necesariamente por la utilización de documentos cartográficos, en donde son seleccionados y representados unos ele­ mentos de naturaleza distinta en función de las escalas usadas.
  • 16. ....... 2. El hom y el espacio geográfico La acción humana1 tiende a transformar el medio natural en un medio geográfico, es decir, modelado por la acción de los hombres en el curso de la historia. Este es un hecho reciente en la historia del mundo. Efectivamente, si bien la paleontología nos dice que los seres que podemos considerar como los primeros hombres aparecieron en África oriental hace dos millones de años, el cometido del hombre como agen­ te de intervención en el espacio geográfico data sola­ mente de unos 6.500 a 7.000 años, con el inicio de la agricultura. La generalización de la agricultura tuvo lugar en diversas regiones del mundo hace tres o cua­ tro milenios. Pero la acción humana en el espacio geo­ gráfico se vuelve cada vez más vigoroso bajo los efec­ tos conjugados del crecimiento demográfico mundial y de los progresos técnicos. Aunque si bien la historia humana no es más que una fina película en el espesor de la historia del mundo, es una película que ostenta una posición capital para la comprensión y la explica­ ción del espacio geográfico. George, P., L'action humaine, col. «SUP», PUF, París, 1968.
  • 17. 32 El espacio geográfico Paisajes naturales, paisajes modificados y paisajes ordenados Por comodidad y para facilitar la exposición, podemos clasificar los paisajes —reflejos de espacios— en tres familias, en función de las modalidades de la intervención humana. El paisaje natural. — El paisaje «natural» o «vir­ gen» es la expresión visible de un medio que, en la me­ dida en que nos es posible saberlo, no ha experimen­ tado la huella del hombre, por lo menos en una fecha reciente. Inmediatamente vemos cuáles son sus lími­ tes. En nuestra época los paisajes naturales son los que no se inscriben en el oikuméne en sentido estric­ to. Se trata de regiones no aptas para las actividades agrícolas o la ganadería, por razones climáticas: piso de alta montaña o regiones heladas de las altas latitu­ des, desiertos fríos o cálidos, a veces extensiones forestales o pantanosas del dominio tropical. No obs­ tante, en algunos puntos encontramos instalaciones que responden a unas actividades precisas: bases científicas y estratégicas de las altas latitudes, minas en los desiertos o en la alta montaña. El coste de la presencia del hombre moderno en estos difíciles medios es muy elevado a causa del clima, de la difi­ cultad de las comunicaciones y del aislamiento. En estas bases se reduce la duración de la estancia de sus habitantes, que generalmente son técnicos y especialistas de elevada cualificación. Aunque la instalación puntual del hombre en estos espacios vacíos puede contribuir a modificar localmente el medio, de ningún modo queda afectado el carácter general del conjunto. Algunas regiones tórridas, selváticas o estépicas, pueden ser recorridas por pequeños grupos de caza­ El hombre y el espacio geográfico 33 dores y de recolectores. Los guayaki de Paraguay se limitan a perseguir animales, a buscar moluscos y a recolectar bayas; mientras para la caza no utilicen el fuego, no ejercerán en el medio una acción fundamen­ talmente distinta a la de determinados animales. Pero ello no quiere decir que estos grupos nómadas no ten­ gan una clara percepción del espacio por el que se desplazan, de sus límites, y de sus posibilidades de utilización para su género de vida. El paisaje modificado. —Aunque no ejerzan acti­ vidades pastoriles ni agrícolas, estas colectividades de cazadores y de recolectores en constante desplaza­ miento pueden modificar el paisaje de manera irreversible. La práctica del fuego en la maleza o en el bosque para la caza desemboca en una transforma­ ción del medio. Ello es visible principalmente en las lindes de los grandes dominios forestales tropicales, allí donde la selva es más fácilmente combustible que la selva permanentemente verde. Este es el motivo por el cual a menudo se discute sobre el origen de las sabanas. ¿En qué medida es la sabana una formación originaria, y en qué medida está relacionada a una empresa humana a veces lejana e inconsciente de sus consecuencias? Así, las cimas redondeadas cubiertas de prados, y los pajonales que cubren las colinas rodeadas de selva en las lindes de la Amazonia perua­ na, ¿se deben a la ruptura de un equilibrio ecológico causado por el fuego de los indios que encontraron en estas colinas areniscosas un medio más permeable, y por ello más favorable a ¡a combustión que la vecina selva, tan húmeda? La pregunta sigue en pie. Obser­ vemos que a menudo existe la convergencia de dos elementos: un medio local, más frágil por razones edáficas que su entorno, será modificado más fácil­ mente por el fuego —ya sea accidental o bien provoca­ do por los cazadores— que una espesa selva.
  • 18. 34 El espacio geográfico Aunque unas actividades pastoriles no presenten huellas visibles en forma de cercados y de abrevade­ ros, provocan igualmente una modificación del medio. Para su alimentación, los bueyes, los corderos y las cabras eligen determinadas plantas, lo cual motiva una transformación de la alfombra vegetal; el pisoteo de las vertientes o de las orillas de las corrientes de agua favorece los procesos erosivos, etc. Así, con los incendios de matorrales y el pastoreo, aunque sea extensivo, se llega a la noción de paisaje modificado. Se rompe un equilibrio y otro tiende a instaurarse, y entre ambos hay un período de cambios más o menos rápidos que pueden ser desastrosos. De una manera general, cuando unos fenómenos naturales —cuya evolución corriente, media, es lenta y poco apta para la observación directa— empiezan a evolucionar a una velocidad que los hace visibles y perceptibles, se corre el riesgo de desembocar en catástrofes, eventualmen­ te perjudiciales para las instalaciones humanas. Algu­ nas regiones actualmente casi deshabitadas y que parece que jamás hayan sido pobladas, son de hecho unos sectores transformados y depauperados por una acción inconscientemente devastadora del hombre. La selva que se extiende al sur de Yucatán, en las proxi­ midades de la frontera guatemalteca, está casi desha­ bitada; pero esta región fue uno de los focos de la civilización maya hace unos mil años. En el aspecto agrícola, esta civilización se basaba en el cultivo del maíz, practicado en claros abiertos en la selva; el abandono de este medio fue debido posiblemente a la ruina de los suelos consecutiva a una rotación dema­ siado rápida de los cultivos como consecuencia del aumento de la población. Salvo que la región se vol­ viese insalubre, por una razón todavía desconocida. No siempre los paisajes modificados io son en el sen­ tido de una deterioración del medio natural, sino que pueden constituir una transición, un paso hacia los paisajes ordenados. El hombre y el espacio geográfico 35 Los paisajes ordenados. — Son el reflejo de una acción meditada, concertada y continua sobre el medio natural. —Acción meditada, es decir, consciente. El grupo se esfuerza por sacar partido de ciertos elementos del medio en vistas a una producción determinada o a unas ventajas para la vida de relación. El grupo organi­ za el espacio en función de su sistema económico, de su estructura social y de las técnicas de que dispone. Su acción es una de las imágenes de su civilización, que según P. Gourou es «una opción entre las condi­ ciones naturales y las técnicas». —Acción concertada, es decir, que no es el resul­ tado de un individuo que actúa solo, sino de una sociedad encaminada a alcanzar determinados objeti­ vos. Para lograrlo, las tareas se reparten en función de las posibilidades de los individuos, de sus tradiciones, de sus categorías sociales o profesionales, y, en cier­ tos casos, de su origen étnico. —Acción continua. Esta noción es la consecuen­ cia de las dos relaciones precedentes. La acción debe ser necesariamente continua, proseguida durante cier­ ta duración para que el medio sea modificado y se le pueda sacar el partido deseado. Es, pues, una acción que se realiza en función de un futuro más o menos lejano y que exige unos esfuerzos escalonados en el tiempo. Cualquier producción que sea el resultado de una serie de acciones se expresa en tiempo necesario entre el comienzo de los trabajos y el producto termi­ nado. Recoger una pepita de oro por azar en un río no es ningún acto productivo, pero la explotación de alu­ viones auríferos, ya sea por medios rudimentarios, o con técnicas modernas, grandes dragas, cribado y flo­ tación, constituye una acción productiva. Los acondicionamientos que transforman el medio natural en un medio geográfico dependen tanto de la naturaleza como del grado de evolución econó­
  • 19. 36 El espacio geográfico mica y social de la colectividad, y son el resultado del encuentro de un medio y de las técnicas de organiza­ ción del espacio. Los tipos de ordenación de un mismo medio natural Un mismo medio natural (o virgen) puede originar una serie de paisajes distintos. A través de un mismo medio hay todo un juego de posibles utilizaciones. No obstante, en un momento dado de su historia, una sociedad a veces no tiene más que una sola posibili­ dad para acondicionar el espacio que ocupa. Una selva densa tropical puede: — No ser utilizada por el hombre; en tal caso sigue siendo una selva primaria, virgen según la terminolo­ gía popular. — Ser roturada periódicamente, y en los claros temporales así creados es posible tener una sucesión de cultivos, o bien su mezcla en un mismo campo (por ejemplo mandioca, maíz, bananos y patatas); el cam­ po está en activo durante tres, cuatro, o cinco años, hasta el agotamiento de los suelos. Entonces se aban­ dona y la selva secundaria brota en su lugar, hasta el momento en que, al cabo de quince, veinte, o treinta años, el mismo lugar se rotura de nuevo y se prende fuego a la selva talada. Se trata del sistema de culti­ vos itinerantes en chamicera, escasamente productivo pero muy extendido en el dominio tropical, donde se le dan nombres locales: conuco en Venezuela, milpa en América Central, lougan en África occidental, ray en la península indochina. Permite cubrir modesta­ mente la subsistencia de una sociedad de agricultores con escasas herramientas, y mantiene el capital pedológico a condición, no obstante, de que las rota­ ciones no se aceleren. Casi no proporciona excedentes El hombre y el espacio geográfico 37 comercializables. El instrumental es rudimentario: azada, machete, o incluso bastón de cavar; la densi­ dad de ocupación permanece escasa, quedando limi­ tada a unos pocos habitantes por kilómetro cuadrado, salvo cuando este sistema se asocia a cultivos perma­ nentes. Solamente una fracción del espacio utilizable, del orden de una décima parte, se usa en un momento dado. — La selva puede ser roturada y reemplazada por un cultivo arbustivo permanente: cacao, jebe, cafeto, agrios, etc. En este caso se llega a una utilización más o menos permanente del suelo. La producción se organiza de acuerdo con la venta en los mercados nacionales o internacionales. El sistema de propiedad y de explotación del suelo puede ser distinto para una misma planta y para un mismo producto. La planta­ ción está en manos de pequeños cultivadores autóc­ tonos que comercializan sus cosechas a través de cooperativas o de sociedades comerciales, o bien per­ tenece a grandes empresas con importantes capitales (United Fruit para los frutos tropicales en América Central, o plantaciones de jebes en Vietnam del Sur). La densidad de ocupación varía desde veinte hasta cien habitantes por kilómetro cuadrado. — El mismo terreno puede igualmente ser rotura­ do y reemplazado por pastos que alimenten un gana­ do para carne o producción láctea. De este modo tenemos cuatro formas de utiliza­ ción de la selva densa, que pueden estar muy próxi­ mas. Así, en el piedemonte amazónico de los países andinos encontramos aún restos de selva primaria; calveros temporales se abren en una selva periódica­ mente roturada por agricultores itinerantes, mientras que unas plantaciones o unas granjas ganaderas señalan las implantaciones fijas de una colonización organizada para una producción comercializada. Even­ tualmente esta vecindad va acompañada del estable­
  • 20. 38 El espacio geográfico cimiento de relaciones de complementariedad: un modesto agricultor puede ir a trabajar eventualmente a la plantación, o bien proporcionar algunas legum­ bres para el avituallamiento de la mano de obra asala­ riada de la gran empresa. También pueden presentar­ se conflictos: los cultivadores itinerantes necesitan vastas superficies, cuyas mejores porciones pueden ser acaparadas por explotaciones más pujantes que ocupan el suelo permanentemente, y de ahí se derivan litigios y tensiones. A veces estas formas de utilización del espacio se suceden en el tiempo y en un mismo emplazamiento. El cultivo en chamicera desaparece ante la plantación, y esta puede verse reemplazada por una granja gana­ dera si las ventajas económicas son superiores: entre los Andes y el sur del lago Maracaibo, en Venezuela, la selva densa fue roturada al mismo tiempo que se suprimía la malaria y que se construía la carretera asfaltada panamericana. Muy a menudo la etapa del conuco, de la roturación practicada por los agriculto­ res bajados de los Andes o llegados de Colombia, ha precedido a la creación de las haciendas ganaderas que posee la burguesía de Maracaibo. A orillas del lago, una plantación de caña de azúcar se ha transfor­ mado progresivamente en granja ganadera que produ­ ce carne y leche para los mercados urbanos. A través de este tipo de ejemplo, que podríamos multiplicar, vemos que el medio natural no es más que un elemento en el establecimiento de un paisaje acon­ dicionado. Una estepa herbácea sirve de soporte a una explotación pastoril extensiva, que mediante irri­ gación y con el empleo de abonos puede convertirse en un sector agrícola y ganadero intensivo. Los ejemplos abundan: basta con analizar las sucesivas transformaciones de la pampa argentina, de las prade­ ras canadienses o de una parte de las estepas del Asia central soviética para ilustrar este punto. Estas modifi­ caciones van unidas a un aumento de la densidad, o lo El hombre y el espacio geográfico 39 motivan, implicando una modificación de las técnicas de utilización del espacio en las que intervienen aquellas relacionadas con la producción (mecaniza­ ción y motorización agrícolas, uso de abonos, etc.), y las de los transportes a gran distancia, con una organi­ zación de los mercados dentro de unos vastos conjun­ tos económicos: el de los países socialistas para las estepas del Asia central soviética, y el de los países del norte del Atlántico para Canadá. Según las sociedades, la velocidad y el ritmo de las transformaciones son extremadamente desiguales: los sucesivos acondicionamientos del valle del Nilo se espacian por una cincuentena de siglos, pero el apro­ vechamiento de las estepas y de los desiertos del noroeste de México por medio de la irrigación se ha hecho en dos décadas. En el primer caso no contabili­ zamos el esfuerzo de las generaciones sucesivas, excepto cuando una gran realización modifica deter­ minados elementos, como la creación de la presa de Assuán en Egipto; en el segundo caso nos esforzamos por rentabilizar al máximo la inversión efectuada y por amortizarla en un espacio de tiempo dado. La noción de recursos naturales Los «recursos naturales» de un espacio determina­ do tienen valor únicamente en función de una socie­ dad, de una época, y de unas técnicas de producción determinadas; están en relación con una forma de producción y con la coyuntura de una época. La propia noción de recursos naturales se presenta singular­ mente estática, y a menudo su inventario tiene algo de irrisorio. La noción de recursos naturales plantea de un modo falso las relaciones entre el hombre y el medio. Sabemos que, desde un punto de vista absolu­ to, los recursos no existen: un «recurso» únicamente es utilizable con relación a cierto nivel de desarrollo técnico y a la situación geográfica de un espacio. Un
  • 21. 40 El espacio geográfico siglo atrás una mina de uranio no era un recurso. Pero un recurso puede perder su utilidad y su significado: aunque las bellotas eran la base de la alimentación de los indios yana californianos a principios del siglo pasado, actualmente ya no las consumen los habi­ tantes de la California urbana... La mineta de Lorena, mineral de hierro fosforoso, no fue apro­ vechable por la siderurgia hasta que se descubrió un procedimiento de reducción del mineral; hoy este mineral de bajo contenido ha perdido una parte de sus ventajas, cuando los grandes barcos para transporte de mineral han permitido transportar a buen precio hasta los puertos de las regiones industriales un mine­ ral de hierro de alto contenido extraído de lejanos yacimientos. Por este motivo, Lorena queda en infe­ rioridad frente a Dunkerque, y a no tardar frente a Fos. Un mismo recurso ofrece distintas posibilidades de utilización según las épocas y las técnicas. Un río puede hacer girar las ruedas de los molinos, suminis­ trar el agua necesaria para un perímetro de regadío, usarse para un molino papelero o una fábrica textil, contribuir a la refrigeración de una central térmica, ali­ mentar de agua potable a una aglomeración urbana, o servir de soporte a los transportes fluviales. Existe, pues, una posible pluralidad de las utilizaciones de un mismo recurso, o bien competencia por su uso; puede tratarse de la elección entre el agua para una ciudad y la central térmica, entre la irrigación y la hidroelectrici dad en los ríos de llanura. Uno de los problemas de la ordenación del territorio es el del mejor uso posible de un elemento del espacio en función de las necesida­ des de la sociedad. La noción de obstáculo natural El significado de los distintos obstáculos naturales que suponen subordinaciones en la ordenación del espacio es también cambiante según las épocas y las El hombre y el espacio geográfico 41 técnicas. Un espacio puede ser más o menos per­ meable y más o menos franqueable. Una vertiente en pendiente se acondiciona en for­ ma de terrazas para permitir su aprovechamiento agrícola. Para un campesinado que únicamente se sir­ ve de la energía muscular, los trabajos agrícolas en una pendiente no son mucho más difíciles ni más cos­ tosos que en un campo más llano. Si la vertiente ofre­ ce suficientes desniveles, el escalonado de acuerdo con la altitud permite tener diferentes producciones o cosechas en distintos períodos del año, según la alti­ tud; de este modo es posible tener producciones a la vez más variadas y eventualmente complementarias en unos espacios reducidos, como el campo de ciertas aldeas andinas, escalonados de 1.500 a 2.000 m de desnivel y que comprenden, de abajo a arriba, bana­ nos, campos de maíz y árboles frutales, en el piso intermedio trigo y alfalfa, y más arriba cebada y pata­ tas, mientras que a partir de los 4.000 m la puna (es­ tepa herbácea) sirve de pasto para una ganadería extensiva. Cuando los transportes se efectúan a lomos de animales, no representarán una gran dificultad los caminos de herradura. Por el contrario, la introducción de la rueda, de los ejes, y de la tracción motorizada, modifica profundamente los elementos de utilización de un espacio en pendiente. La agricultura de las ver­ tientes está en inferioridad de condiciones comparada con la agricultura del llano, en donde la mecanización y la motorización permiten grandes aumentos en la productividad del trabajo y en la producción, y su mecanización será difícil y su coste particularmente oneroso a causa de la necesaria especialización del material adaptado a la pendiente, y los gastos de fun­ cionamiento más elevados, para una misma unidad de superficie, en comparación con una agricultura de lla­ no. A causa del relieve, a menudo los campos están divididos, tienen formas irregulares y son de pequeñas
  • 22. 42 El espacio geográfico dimensiones, lo cual constituye un freno suplementa­ rio para el uso de maquinaria. Finalmente, el suelo puede ser pedregoso y estar sembrado de bloques rocosos, fáciles de evitar cuando la tierra se labra a mano, pero que estropea las máquinas. La ventaja de poder obtener en pequeñas superficies (a escala comarcal) unas producciones variadas gracias al escalonamiento, pierde todo interés en una economía más comercial y con las posibilidades de transporte a grandes distancias y a bajo precio. En cambio, el desplazamiento motorizado por una pendiente es cos­ toso, y requiere la construcción de carreteras a un coste muy elevado, en ciertos casos varias veces superior al de la construcción de carreteras en terreno llano, y cuya conservación es onerosa. También las regiones montañosas se presentan menos favorecidas en una sociedad industrial que en una sociedad rural tradicional, en donde la rueda tractora no se utiliza. Ello explica el éxodo masivo que desde hace un siglo afecta a la mayoría de las montañas europeas. Muchos municipios rurales han perdido la mitad o las tres cuartas partes de su población en unos cien años, y los paisajes ordenados se desmoronan, a pesar de que a mediados del siglo pasado estas regiones tenían unas densidades rurales bastante próximas al prome­ dio nacional, excluidas las ciudades. Podríamos encontrar numerosos ejemplos, ya se trate del significado de los ríos, de las selvas o de determinados suelos, en la ordenación del espacio. Existe así una valorización o una desvalorización de ciertos espacios geográficos en función de limitacio­ nes naturales que, aun siendo las mismas, tienen un valor, un significado cambiante, según las sociedades, su nivel técnico y económico, y las finalidades que tales sociedades persiguen. 3. El hombre y el medio1 Uno de los problemas planteados por el análisis del espacio geográfico es el de las relaciones entre el hombre y el medio físico que le rodea. En el capítulo precedente hemos visto que un mismo medio puede dar lugar a paisajes humanizados distintos. Ahora es necesario estudiar en qué medida el medio físico ejer­ ce una acción sobre el hombre al actuar sobre su fisiología y su comportamiento, y cómo responde la sociedad a las coacciones del medio natural. Una vez rebasada la fase de la localización y de la nomenclatura, la geografía intentó investigar las rela­ ciones de causalidad entre el hombre y la naturaleza. Con ello se planteaba el problema del determinismo geográfico, que fue uno de los debates de la geografía en el siglo pasado y a principios del actual. Bajo la influencia de Comte, de Taine y de Buckle, la geogra­ fía pretendidamente científica tendió a subestimar unilateralmente y de una manera a veces somera la 1 «Medio» es aquí sinónimo de «medio ambiente».
  • 23. 44 El espacio geográfico influencia del medio sobre el hombre. Uno de los mé­ ritos de Vidal de La Blache consiste en haber demos­ trado que no existe un determinismo absoluto y con­ vergente, y subrayado que todo cuanto concierne al hombre está aquejado de contingencia. Señaló tam­ bién que cada medio ofrece una serie de posibilidades que podemos combinar de maneras distintas. Pero conviene ver cuál es el margen de combinación otor­ gado al hombre frente a la naturaleza, y cuáles son las posibles soluciones para interpretar el medio, habida cuenta del número de hombres, su densidad, las técni­ cas de que disponen, y su organización social. Pero asimismo, es necesario plantear en otros términos la cuestión del determinismo: ¿están o no relacionados con la influencia duradera del medio físico la fisiología y el comportamiento del hombre que vive en socie­ dad, y su aptitud para la innovación y las transforma­ ciones? La influencia del medio en el hombre La influencia de la naturaleza puede ejercerse a través de unos circuitos más o menos largos, de unos filtros más o menos complejos, o de una serie de carambolas. Estas acciones pueden ser obra del clima y del complejo biológico que de él deriva. Primeramente, existe el caso de la adaptación de unas poblaciones que viven en regiones de clima dificilísimo, helado, tó­ rrido, muy seco o muy húmedo, en las franjas del oiku méne en sentido estricto. Es un tema apasionante para la biología, pero que quizás es de un interés geo­ gráfico algo más limitado a causa de la escasez numé­ rica de las poblaciones implicadas. Las poblaciones del Ártico, los esquimales por ejemplo, tienen que habituarse a la larga noche inver­ El hombre y el medio 45 nal, soportar grandes fríos y vientos violentos, y tener una alimentación basada principalmente en proteínas y grasas. Estas poblaciones amarillas poseen una extraordinaria resistencia al frío (que encontrábamos igualmente en los fueguinos que vivían casi desnudos entre los fuertes vientos helados de la Tierra de Fue­ go). Tienen una capa de grasa protectora; los inter­ cambios a través de los poros de la piel están reduci­ dos; su sistema digestivo está adaptado para digerir un gran consumo de grasas, altamente caloríficas, y los menudillos significan alimentos selectos gracias a su variedad en materias nutritivas. Sus posibilidades de hibernación son destacables, lo que les permite tener una existencia hibernal aminorada. Los reghei- bat, grandes nómadas del oeste sahariano, soportan bien un aire muy seco, cuyo contenido en humedad puede descender por debajo del 10%, y unas tempe­ raturas exteriores superiores a la del cuerpo; al igual que los tubu de Tibesti, tienen una temperatura corpo­ ral inferior al promedio de la humanidad, tensión ar­ terial baja, y reducida tasa de sudoración; al ser altos y delgados, la superficie de su cuerpo es importante en relación con su peso. Los aymará del altiplano peruano-boliviano, que viven a más de 3.800 m de altitud, poseen un músculo cardíaco y una caja toráci­ ca desarrollados; pero, por otro lado, constatamos que una parte de los anticuerpos que permiten resistir a una serie de agresiones microbianas han desapareci­ do debido al ambiente de aire puro de la gran altitud; para estos indios ello entraña una menor resistencia a las enfermedades que hacen estragos en las regiones cálidas, dificultades de supervivencia, y una tasa ele­ vada de morbosidad en el dominio tropical de las bajas altitudes (trabajos del equipo del profesor Ruf- fié). Todas estas modificaciones patológicas y fisioló­ gicas manifiestan una larga y progresiva adaptación a unas condiciones climáticas difíciles para el hombre,
  • 24. 46 El espacio geográfico con una selección que se opera en el curso de las generaciones. En ello vemos una indiscutible acción de un medio físico riguroso sobre el hombre, y la demostración de su aptitud para modificar su stock genético por un largo período. También con ello vemos que la noción de fijeza racial no constituye más que un modelo puramente teórico. Existen modalidades más indirectas de adapta­ ción del hombre a un medio dado: J. Bernard y J. Ruf- fié citan un ejemplo interesante en L'hémotypologie géographique. Los muong (o moi) viven actualmente en la región media de la cordillera annamita, siendo los restos de un poblamiento de origen indonesio repartido antaño por el conjunto de la península indo­ china, que fueron empujados a las montañas por los invasores llegados de China meridional, y que consti­ tuyen el actual pueblo vietnamita. La parte alta de la montaña fue ocupada por grupos meo, lolo y thai; así, los muong quedaron atrapados entre los vietnamitas y los pueblos montañeses, y se mantienen en la región media, aunque estén menos organizados que los viet­ namitas y sean menos combativos que los montañe­ ses. Ahora bien, se observa que la alta región, debido al frescor de las temperaturas, está al abrigo del palu­ dismo, y que en el llano un cuidadoso aprovechamien­ to contribuyó a la supresión de esta enfermedad y de sus vectores; por el contrario, el piso ocupado por los muong está plagado de anofeles vectores: el paludis­ mo ataca a los recién llegados, mientras que los muong no padecen esta enfermedad gracias a la pre­ sencia en su sangre de hemoglobina E. De este modo, están protegidos de las invasiones por su resistencia al paludismo, elemento de superioridad con respecto a los vietnamitas y a los pueblos montañeses2. Al tema de la influencia del medio físico sobre el hombre se le pueden aportar otros elementos. La 2 Actualmente la malaria está en camino de desaparecer de la reglón media. El hombre y el medio 47 abundancia de enfermedades específicas en el domi­ nio tropical (paludismo, amibiasis variadas, filariosis, bilharziosis, anquilostomiasis, etc., sin hablar de la fiebre amarilla, actualmente yugulada) contribuye a debilitar una parte de las poblaciones de las regiones cálidas. A todo esto se añaden las enfermedades carenciales (avitaminosis) y todo el cortejo de las enfermedades de la pobreza, consecuencia del subdesarrollo. Pero esta enumeración de graves enfer­ medades no impide que ciertas regiones tropicales figuren entre las más pobladas del mundo: Java y los llanos deltaicos del Asia monzónica tienen densidades iguales y superiores a las de las regiones industrializa­ das de Europa occidental. Estas altas acumulaciones de poblaciones primordialmente rurales únicamente son posibles en zonas cálidas y húmedas, en donde el volumen de producción vegetal es muy superior al que con métodos comparables se obtiene en zonas más frescas. Estas altas densidades, que sólo son posibles gracias a un cuidadoso aprovechamiento del espacio, muy a menudo van acompañadas del saneamiento del medio. Y ya es sabido que determinadas regiones tropicales han albergado a brillantes civilizaciones caracterizadas por una sólida organización política y por vigorosas expresiones artísticas, desde los mayas de América Central hasta los khamers camboyanos. No obstante, hay que destacar que en la zona templa­ da es donde han tenido efecto desde hace un siglo y medio los principales inventos y el paso del descubri­ miento a su aplicación práctica mediante la técnica industrial. Desde hace algunos siglos la voluntad de acometer se ha señalado más vigorosamente en la zona templada que en la zona tropical. Pero la única relación «hombre - medio físico» casi siempre ha sido incapaz de proporcionar explicaciones satisfactorias. Las correlaciones —que sobre el mapa son apa­ rentemente fáciles de establecer— entre característi­
  • 25. 48 El espacio geográfico cas del medio y comportamientos humanos y sociales, se revelan generalmente muy complejas y se estable­ cen a través de numerosos intermediarios. Cuando, a principios de este siglo, A. Siegfried distinguió en las lindes armoricanas una actitud política diferente en sus habitantes, según se encontraran en el antiguo macizo cristalino o en la cobertura sedimentaria cali­ za, no redujo su análisis de ciencia política a la simple confrontación del mapa geológico con el mapa de los votos en las elecciones, sino que hizo intervenir los datos sociales, económicos, con sus eventuales enla­ ces con el medio físico para la explotación agrícola o las actitudes religiosas; en toda esta combinación la caliza y el granito intervienen sólo oblicuamente. El hombre y el medio modificado Hemos visto que hay tipos de adaptaciones más o menos indirectas a determinadas coacciones del medio natural; también sabemos cuál puede ser la acción del hombre transformando y ordenando el medio bruto. Por ejemplo, la cuidadosa explotación de los llanos aluviales del Asia húmeda y cálida para el cultivo del arroz va acompañada de la disminución y de la desaparición de la malaria, lo cual entraña toda una serie de importantes consecuencias para el pobla miento; la roturación desconsiderada de bosques que cubrían las pendientes montañosas provoca una catastrófica erosión de los suelos, e inundaciones de los llanos. No obstante, a estas acciones del hombre sobre la naturaleza conviene añadirles las consecuen­ cias que sobre el mismo hombre provoca el medio por él creado, tanto sobre su fisiología como sobre su comportamiento. El clima de las grandes ciudades industriales ya no es el de los campos circundantes. El hombre y el medio 49 pues en la zona templada se caracteriza por tempera­ turas invernales más elevadas que las del espacio rural vecino, por una luminosidad celeste disminuida, y por más neblinas, constituyendo el polvo unos núcleos de condensación. La vida urbana es parcial­ mente indiferente a las estaciones: los locales en los que el habitante de la ciudad pasa la mayor parte de su tiempo, tienen calefacción en invierno, y eventual­ mente están «climatizados» en verano. La misma ali­ mentación cada vez está menos diferenciada por las producciones de cada estación, y a lo largo de todo el año es muy igual. El ruido, el aire contaminado y con­ finado, las tensiones de la vida cotidiana, y la ausencia de ejercicio físico por parte de numerosísimos habi­ tantes de la ciudad, contribuyen a crear una patología particular en tales individuos, siendo el estado de fati­ ga solamente uno de sus aspectos. En el análisis de las relaciones entre el hombre y el medio es indispensable estudiar el papel extremadamente complejo que representa el medio creado y segregado por las sociedades, sobre las propias sociedades y los individuos que las componen. Para numerosas colecti­ vidades, el entorno del hombre es cada día menos natural. La geografía no desprecia el estudio de estas interacciones entre el hombre y su obra. Al analizar un espacio, el geógrafo debe integrar el conjunto de los datos, buscar correlaciones en los distintos niveles, medir las interacciones. Entonces la utilización de las matemáticas puede mostrarse indispensable para manejar una importantísima canti­ dad de datos, calcular múltiples correlaciones, y com­ binar las interacciones. Pero las matemáticas no son más que un instrumento, neutro como cualquier ins­ trumento; por una parte, los resultados obtenidos dependen de la calidad de los datos tratados, y por otra de los métodos empleados. Las matemáticas pueden también servir de lenguaje para acortar la
  • 26. 50 El espacio geográfico demostración y abreviar el discurso; a este respecto, el conocimiento de las matemáticas presta los mayo­ res servicios en el análisis del espacio geográfico, aun­ que su uso es bastante más delicado que en el trata­ miento de los espacios económicos, en los cuales pueden ser cifradas la mayoría de las relaciones. Ello explica cierto retraso en el empleo de las matemáticas por parte de la mayoría de geógrafos en comparación con sus colegas economistas. Muchos elementos que intervienen en el espacio geográfico son difícilmente cuantificables, de donde una aproximación más cuali­ tativa de las cuestiones, y una interpretación más his­ tórica de los fenómenos. El geógrafo sabe que existe una relación entre un paisaje y una historia, y se esfuerza por saber cuál ha sido la respuesta de una sociedad en desafío con la naturaleza, traduciendo así la expresión challenge and reponse, tan querida de A. Toynbee. El ejemplo de Egipto es bien conocido: a una fase desértica en el Neolítico, sucedió una fase algo más húmeda, hará unos 7.000 años; en el Alto Egipto va acompañada de la extensión de una vegetación suda­ nesa frecuentada por grandes mamíferos, seguidos por los cazadores y los pastores. El retorno a una fase más seca está señalado por la disminución de la caza; unas variaciones climáticas, aunque sean débiles, pueden tener importantes consecuencias en estos espacios secos del dominio subtropical. Aquí vuelve a aparecer la importancia de los umbrales más allá de los cuales intervienen unos fenómenos diferentes; con la desertificación se ofrecieron dos soluciones a estas poblaciones hamitas: una emigración hacia zonas más favorables para la caza, o bien la intensificación de la producción por medio de la irrigación en el valle del Nilo. La solución que se adoptó fue esta última: las limitaciones naturales provocaron el progreso técnico. Se trata de the challenge of dessication, el desafío de E lh o m b r e y e lm e d i o la desecación, al cual responde la sociedad mediante innovaciones fructíferas. Como escribe Carl Troll: «La construcción de canales y la parcelación de las tie­ rras arables suponían el conocimiento de la agrimensura, basada en las matemáticas. La práctica de la irrigación implicaba la división del año en un calendario basado en la observación de los astros y las condiciones atmosféricas. Los problemas técnicos planteados por la utilización del suelo y el duro trabajo de aprovechamiento dieron origen a las ciencias, particularm ente a las matemáticas, a la astro­ nomía y a la geodesia. El control del agua, su distribución equitativa, y la reglamentación de las desavenencias con ello relacionadas, únicamente podían ser atendidos con la instauración de una organización jurídica superior. La divi­ sión del trabajo, l a especialización profesional, y la organi­ zación del trabajo, llevaron a una centralización política y a la formación de unos sistemas de gobierno rígidos, con una jerarquización complicada de la población tanto desde el punto de vista social como jurídico... Otra consecuencia fue la formación de una población no rural, de localidades centrales y ciudades, en las cuales se individualizó una cla­ se de artesanos y de comerciantes. Así fue como los inter­ cambios comerciales y la actividad artesanal se apartaron totalm ente de la producción. Y así fue como se form ó lo que W ittfogel llama una civilización "hidráulica".» La adaptación a las condiciones de un medio dado puede ser el resultado de unas contingencias históri­ cas que obligan a las colectividades a buscar refugio o a adaptarse a medios a priori difíciles. Las comunida­ des cristianas arrojadas por los turcos a las montañas de los Balcanes adoptaron un género de vida monta­ ñés y poblaron densamente las montañas, mientras que el llano, a menudo vuelto insalubre, estaba domi­ nado por las explotaciones extensivas de los grandes terratenientes turcos. Así encontramos por todo el mundo numerosísimos ejemplos de minuciosos acon­ dicionamientos de montañas por parte de unas pobla­ ciones refugiadas, desde los beréberes del norte de África hasta los bamileké de la meseta de Dschang en el Camerún, grupos que a veces constituyeron colecti­ vidades caracterizadas por un género de vida adapta­
  • 27. 52 El espacio geográfico do al marco montañoso, cuando en su origen se trata­ ba de poblaciones diversas (notoriamente en el caso de los bamiliké). Son muy frecuentes los ejemplos de inadaptación a las condiciones del medio natural; los encontramos en todas las épocas y en sociedades muy variadas. Su estudio para la comprensión del hombre-habitante es tan interesante como el de las adaptaciones. En Haití, y después de la revolución de Toussaint Louverture a principios del siglo XIX, desaparece el sistema colonial de la plantación, en el que se basa­ ban la sociedad y la economía de la isla; los propieta­ rios criollos son exterminados, o bien regresan a la metrópoli, o se van a otras islas de las Antillas; los esclavos insurrectos y liberados se distribuyen por las montañas y los llanos. Entonces se asiste a una dis­ persión casi total del hábitat; pero se trataba de traba­ jadores de plantación que no tenían tradiciones cam­ pesinas, incapaces de encontrar unas prácticas agrícolas bien adaptadas al medio. Como sea que era preciso sobrevivir, cada familia sembraba aquello que le era necesario: algunas judías, mandioca, maíz, bananos y cafetos; el trabajo se efectuaba con técni­ cas muy rudimentarias y sin buscar la producción mejor adaptada al medio, y de ahí unos rendimientos bajos, un relativo despilfarro de energía, y una eviden­ te regresión técnica con relación a las sociedades afri­ canas de las que estos haitianos habían surgido, e incluso con relación a la plantación. En el noroeste de la India, en Punjab y en Uttar Pradesh, la agricultura se basa primordialmente en el trigo, que se siembra y cosecha en la estación seca, y por ello se obtienen mediocres rendimientos y es necesario llevar a cabo costosos trabajos de irrigación para paliar la falta de agua durante la estación agrícola. Por el contrario, en el momento de las lluvias de verano, en plena expansión vegetal, los campos El hombre y el medio 53 permanecen en barbecho. Esta inadaptación a las situaciones climáticas es propia de poblaciones indoeuropeas de origen ario, que han conservado unas costumbres alimentarias a base de trigo, aunque a causa de las migraciones su nuevo marco de existen­ cia sea poco favorable para este cultivo. La conserva­ ción de las costumbres alimentarias ha sido más fuer­ te que la presión del medio físico, el cual se ha sentido mediocremente. La casa tradicional de Hokkaido no está concebi­ da para los inviernos fríos y nivosos del norte del archipiélago nipón, sino que está vinculada a la llega­ da de los japoneses, que anteriormente vivían en las islas del sur, con inviernos más templados, pero que no quisieron o no supieron cambiar su tipo de habitáculo, inadaptado a la crudeza de los inviernos. El espacio geográfico es un espacio percibido y sentido El espacio geográfico es un espacio percibido y sentido por los hombres tanto en función de sus siste­ mas de pensamiento como de sus necesidades. A la percepción del espacio real —campo, aldea, ciudad— se añaden o se combinan unos elementos irracionales, míticos o religiosos. Así, las grandes montañas son la sede de los dioses, desde el Olimpo para los griegos hasta el Annapurna para las poblaciones nepalesas. El agua está preñada de significado: manantiales o lagos son sagrados, aunque lo sagrado puede estar relacio­ nado con la utilización precisa de un elemento del espacio. Cada grupo humano tiene una percepción propia del espacio que ocupa, y que de una forma u otra le pertenece. Teodora Kroeber, en Ishi, indica que los indios yana tenían una idea muy precisa del espa­ cio que recorrían, que hasta el siglo XIX fue una parte
  • 28. 54 El espacio geográfico de la vertiente occidental de la californiana Sierra Nevada, desde el monte Lassen hasta el valle de Sacramento. Allí, en los encinares recolectaban las bellotas que servían para sus papillas, en los prados- bosque arrancaban el trébol, y cuando remontaban los torrentes pescaban el salmón; el gamo y el oso eran cazados en los bosques de pinos, así como en el cha­ parral. Era un territorio a la vez variado y limitado, conocido en sus menores detalles, y cuyas fronteras estaban a varios días de marcha unas de otras. Era un espacio de los que sólo se abandonan como último recurso y de los que no se violan. Casi todas las pobla­ ciones de pescadores, de cazadores y de recolectores poseen una visión precisa, aunque especializada, alre­ dedor del conocimiento de los medios que permiten su supervivencia, del espacio que frecuentan; esta percepción a la vez exacta y concreta del espacio pue­ de doblarse o superponerse a una visión mítica o cosmológica de la naturaleza. Lo mismo ocurre con las poblaciones campesinas. En la época precolonial, los indios de los valles andinos conocían el espacio de cada comunidad; el lí­ mite de la colectividad estaba dispuesto en forma de aureolas o de fajas según el escalonamiento, o bien en sectores alejados unos de otros, pero establecidos en unos medios diferentes que ofrecían posibilidades de producciones complementarias. Así, las comunidades de Huanuco, en los Andes centrales, tenían su centro en un ancho valle situado a 2.000 m de altitud, pero poseían tierras en un medio cálido y húmedo, unos campos hacia los 3.400 m para los cultivos templa­ dos, y pastos en la estepa herbácea de la puna, por encima de los 4.000 m; las diversas partes estaban separadas unas de otras por decenas de kilómetros. Al proceder al reagrupamiento de las comunida­ des alrededor de los núcleos urbanos proyectados de acuerdo con el plano cuadriculado castellano, los El hombre y el medio 55 españoles reunieron también las tierras en un espacio dispuesto en continuidad; con esta política que permi­ tía un mejor control del país, rompieron cierto concep­ to del espacio para reemplazarlo por el concepto romano de un espacio continuo, limitado, apropiado, y de ahí surgieron los conflictos que varios siglos des­ pués aún perduran. Gallais indica que en sus investigaciones en el delta interior del Níger, en Mali, le ha sido necesario llegar a captar la percepción que los habitantes tienen del territorio que ocupan para comprender el paisaje: «He vagado prolongadamente en el análisis regional de una comarca africana: el delta interior del Níger. De una parte tenía una región natural vigorosa, unas llanuras inun­ dadas y su terraza seca. De otra parte, en el interior, una trama de pequeñas regiones —territorios de grupos fulbe— aparentemente independientes unas de otras. ¿Cuál era la relación geográfica entre estos pequeños territorios y la aparente unidad, situándose una y otra a distintas escalas? Se me apareció la relación cuando empecé a hablar peul y el azar de las circunstancias me desveló su nomenclatura. Ningún documento cartográfico ni adm inistrativo me podía dar su clave. En este m om ento las pequeñas unidades se situaron en un esquema organizador de naturaleza geográ­ fica y no política.» La necesidad de descubrir el conocimiento que cada sociedad posee de su espacio es indispensable tanto para los análisis del geógrafo como para los del etnólogo, y también es útil para el historiador. Uno de los méritos de Fernand Braudel consiste en haber mostrado cuál era la percepción del espacio medite­ rráneo entre los hombres mediterráneos de la época de Felipe II. El significado del espacio cambia según los indivi­ duos y sus funciones, y también según las épocas. En una época en que la velocidad de desplazamiento era la misma para todos, cuando únicamente se circulaba a pie o a caballo, la distancia se expresaba en unida­ des de tiempo iguales, cualesquiera que fuesen el
  • 29. 56 El espacio geográfico individuo y el país. Las medidas del espacio eran las mismas para todos, pero la escala de su utilización no era la misma para el campesino que vivía entre su campo, su aldea y el burgo (en el marco de una comarca, espacio homogéneo que se podía recorrer en una jornada), y el mercader veneciano que comer­ ciaba con Oriente. Actualmente el espacio y la distan­ cia expresados en tiempo de recorrido son variables según los países y las categorías sociales: para la mayoría de los campesinos de los llanos aluviales del Asia monzónica, el espacio practicado es el terruño, que se puede cruzar en una o dos horas; el espacio del notable de la aldea es más vasto y está situado a dos niveles: a nivel local y a nivel regional, en el que es el interlocutor privilegiado de las autoridades y el aboga­ do interesado por los asuntos locales; para el trabaja­ dor de la ciudad, el espacio practicado es el área cer­ cana al domicilio y al lugar de trabajo, y eventualmen­ te el lugar de las vacaciones; para el responsable de una gran firma, es el área de aprovisionamiento o de mercado, que puede ser un país, un conjunto de naciones, o el mundo entero en las más pujantes empresas. Para comprender a una sociedad es preciso conocer los espacios que frecuentan sus diferentes miembros, las razones de esta frecuentación, y la idea que ellos tienen de su organización. 4. El significado de las densidades En el análisis del espacio habitado, el geógrafo sitúa en primer plano los fenómenos de localización y de distribución de la población, y se dedica a descifrar su contenido y su significado. Podemos presentar algunas observaciones elementales: un mismo medio ofrece mayúsculas desigualdades en su poblamiento, y la densidad bruta es un dato que debemos situar en función de la escala considerada. Unas densidades brutas cuantitativamente parecidas tienen un conteni­ do geográfico completamente distinto. Densidades diferentes en unos medios semejantes En las páginas precedentes hemos destacado suficientemente que la ocupación del suelo es la con­ secuencia de toda una historia, el reflejo de una civili­ zación, para que sea necesario insistir en este punto. En el dominio tropical las densidades rurales son muy
  • 30. 58 El espacio geográfico distendidas, en una relación de uno a quinientos, o incluso a mil; y ello sin que en la mayoría de los casos las condiciones del medio físico puedan constituir unas explicaciones suficientes. El casi vacío delta del Orinoco contrasta con la densidad de ocupación del delta del Ganges. La interpretación de las densidades no es la mis­ ma según la escala considerada. En 1970; Perú tenía una densidad nacional de 11 ó 12 habitantes por kiló­ metro cuadrado; pero sólo muy excepcionalmente encontramos este promedio a escala local. Vastos sectores del desierto, de la alta montaña y de la selva amazónica están deshabitados, mientras que algunos núcleos de población soportan densidades superiores a 50 ó 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Esta distorsión entre la densidad media considerada a pequeña escala y la que se observa a gran escala, es uno de los rasgos característicos del poblamiento de la América andina, que tiene lugar en forma de «archipiélagos habitados». No obstante, debido a la estructura agraria se notaban diferentes densidades en un mismo medio. Antes de la reforma agraria, los altiplanos de la estepa herbácea de la puna, en los Ancles centrales, a más de 4.000 m de altitud, tenían una densidad de 30 habitantes por kilómetro cuadra­ do en los terrenos sobrecargados de pastoreo de las comunidades indias, mientras que las grandes hacien­ das ganaderas mantenían una densidad próxima a un habitante por kilómetro cuadrado. Mismas densidades y significado diferente A escala local y en un mismo país, parecidas den­ sidades tienen un contenido geográfico diferente. Los cantones rurales de Alsacia y de Bretaña tienen una misma densidad. En Bretaña se trata de una población El significado de las densidades 59 que se ha mantenido esencialmente agrícola y se reparte en caseríos que salpican el bocage. En el campo alsaciano, en donde domina el openfield con campos en forma de tiras, la población se agrupa en aldeas. Pero el porcentaje de familias de agricultores no cesa de declinar, principalmente a partir de las dos últimas décadas; la mayoría de la población activa tra­ baja en las ciudades o en fábricas. Las mentalidades, el estilo de vida y la disposición de las viviendas no son los mismos en un municipio en el que el 25% de la población depende de la agricultura y el resto de actividades secundarias y terciarias, y en un municipio en el que el 75% de sus habitantes vive directamente del trabajo de la tierra. La densidad de ocupación del suelo únicamente tiene valor si se le compara con el espacio concreto en el que está inscrita, en relación con la estructura socioprofesional de la población, su forma y su nivel de vida, así como la vida de relaciones que la anima. No habría ningún interés en comparar densidades análogas, en cifras absolutas, en un país desarrollado y en un país subdesarrollado, si no fuese para notar el significado de las diferencias. Las densidades de los deltas del Rhin y del Mosa no pueden compararse con las del Ganges, a pesar de que las cifras son semejantes. En los llanos aluviales del Asia monzónica la utili­ zación del suelo se basa principalmente en la agricul­ tura, acompañada de una gran movilización de trabajo humano para una producción que es escasa, aunque con relación a la unidad de superficie pueda parecer satisfactoria como consecuencia de los minuciosos cuidados puestos en las labores de los campos, y de unas condiciones climáticas que permiten un ciclo vegetativo ampliamente escalonado durante el año. A la débil productividad del trabajo se añade una alta concentración de empleos por unidad de superficie. La
  • 31. 60 El espacio geográfico existencia de densidades de varios centenares de habitantes por kilómetro cuadrado en los campos de Bengala tiene como corolario un nivel de vida bajísi mo, primordialmente marcado por una alimentación insuficiente, esencialmente vegetal, puesto que el cambio para la producción animal sería demasiado costoso en calorías (es sabido que la producción de una caloría animal requiere, por lo menos, el consumo de siete calorías vegetales). Se observa un complejo de pobreza. Como consecuencia de la estructura social y de las mentalidades, y de la miseria fisiológica de los habitantes, se nota una gran dificultad de adap­ tación a los cambios y una ineptitud o una imposibili­ dad de innovar. El bloqueo de la innovación se debe a todo un sistema. Los intercambios quedan limitados en volumen y se inscriben en una escasa superficie. El circuito entre el trabajo, la producción y el consumo es corto, y son locales. Cuando existen, los escasos exce­ dentes productivos se los quedan los propietarios de las tierras, los usureros o los comerciantes que gozan de rentas de dominio. Es imposible disponer de unos ahorros, por limitados que sean, capaces de reinvertir se en actividades de producción. Cuando existe, el ahorro se gasta en fiestas y en ceremonias momentá­ neamente liberadoras o que constituyen un olvido del presente. Por el contrario, en los Países Bajos la población es urbana en su gran mayoría. Profesionalmente está en extremo diversificada a causa de la apuradísima división del trabajo característica de las sociedades industriales. Solamente una pequeña parte de la población se dedica a las actividades agrícolas, que son altamente productivas a la vez bajo el punto de vista de la productividad de la tierra y del empleo. La gran mayoría de la población activa está empleada en la transformación de ios productos, en su comerciali­ zación y en las actividades de servicio. En el espacio, El significado de las densidades 61 las comunicaciones representan una función absoluta­ mente capital, y todo el sistema está basado en una vida de relaciones muy densa y diversificada, que entraña flujos de productos, de hombres y de comuni­ caciones, a la vez locales, regionales, y que se insertan en un conjunto muy vasto. En todas las actividades se persigue la productividad. El progreso nace de una serie de ajustes, y la capacidad de innovar es el motor de la evolución. Todas estas circunstancias se inscriben en el espacio y se reflejan en los paisajes, lo cual es eviden­ te si comparamos densidades análogas de sociedades diferentes, incluso en el caso de que la población de estas regiones tenga actividades aparentemente pare­ cidas. El Condado Venosino no tiene el mismo aspec­ to que determinadas partes de oasis próximas a Lima, igualmente dedicadas a cultivos hortícolas para el mercado urbano. La fisonomía del hábitat y la densi­ dad de equipamiento no componen el mismo paisaje, ni siquiera dejando de lado diferencias del medio geo­ gráfico, y no obstante se trata de unos espacios que tienen poco más o menos las mismas densidades (su­ periores a 100 habitantes por kilómetro cuadrado) y con producciones aparentemente comparables. Pero en el Condado Venosino la renta por habitante es del orden de las 75.000 pesetas anuales, y en los oasis de la costa central peruana es de unas 18.000. Óptimo de población, superpoblación y subpoblación Las observaciones precedentes, esquemáticas y rápidas, llevan a una crítica de las nociones de óptimo de población y de las que se desprenden de esta, como la superpoblación y la subpoblación. Pierre George ha hecho acertadamente su crítica en la Intro-