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1
El rostro apareció ante sus ojos. La mujer
lanzó un grito lacerante, angustioso, mientras
todo se ponía a dar frenéticas vueltas en
torno suyo.
Apenas pudo repetir:
—Nooooo…
Y fue entonces cuando supo que estaba
condenada a muerte. Fue entonces cuando las
manos dejaron de acariciarla para buscar sólo
su garganta, para segar la fuente de su vida.
Los ojos de la mujer se dilataron
espantosamente. La estaban estrangulando.
Se le iban las fuerzas, el alma.
Por fin, todo se nubló ante ella.
Todo dejó de girar.
Era el fin.
Pero ella no podía sospechar aún que también
era el espantoso principio.
Que aún moriría cinco veces más.
2
«Anoche salí de la tumba.
»Había temido tanto por ese momento...
»Cuando uno muere y es amortajado, cuando
la tapa del féretro se cierra encima, y se escucha
el golpe seco de las cerraduras ajustando el
fúnebre arcón, se sabe que de allí ya no va a
salir el cuerpo, sino convertido en huesos
salpicados de jirones de tejidos podridos, o
acaso hecho carne corrompida, maloliente, con
vello desordenado y los gusanos pululando en
las vacías cuencas donde antes hubo unos ojos
llenos de vida. Eso es la Muerte. De ella, no se
vuelve. Nadie ha vuelto, que yo sepa. Yo, sí. Yo
volví de mi ataúd para vivir una segunda
existencia que nadie hubiese creído. Yo regresé
de las tinieblas del panteón, como terrible
emisario de ultratumba. Yo, Jason Shelley.»
3
—Dicen los brujos que si se sacrifica un niño
como ése, y se deja su cuerpo lacerado en la
bifurcación de caminos, Satán lo llevará con
él y, a cambio, revelará al brujo cualquier
cosa que éste quiera saber.
—Otra salvajada. Vamos, regresemos. Hay
que avisar al coronel Ellicott de este nuevo
crimen. Ya debe haber llegado a la casa, si le
han notificado la muerte de su agente.
Se alejaron del horrendo despojo que en
mitad de los caminos quedaba como el mudo
testigo de un horror sin nombre.
Testigo del embrujo de Satán quizá.
4
Hay veces en que los pensamientos son tan
rápidos que llegan a producir un verdadero
shock. Hay momentos en que uno piensa las
cosas con una velocidad de vértigo: cosas que
quizá antes no se le hubieran ocurrido. Y eso
fue lo que pasó entonces con Mara.
Se le ocurrió que aquel cargamento de muertos
que iban en el barco japonés estaban
destinados a las cocinas del restaurante
indonesio. Sus clientes, todos abonados, ya
debían estar en el secreto y apreciaban la carne
humana finamente cortada y condimentada
con vinos olorosos y con suaves hierbas. Y
habían robado el cadáver de tío Fred... ¡para
comérselo! ¡Para servirlo como una fina
especialidad indonesia!
5
—Y nadie viene a ver qué sucede —
murmuró, sintiéndose presa de una
indefinible opresión.
—Todos, todos están quietos en sus casas.
¿A quién o a qué temen, Dinorah?
—¿Será verdad que Payneville es la
propiedad del diablo?
Guardaron un momento de silencio. El
tejado de la casa de Peale se derrumbó de
pronto con gran estrépito. Un enorme
chorro de chispas subió a lo alto,
brillando con rojos resplandores contra el
cielo progresivamente oscuro del
atardecer.
6
Contempló, alucinado, el cuerpo exangüe
del desconocido, sus ojos desorbitados y
vidriosos, fijos en la cúpula del panteón.
Miró las oscuras manchas en el pavimento,
en los muros, en el pequeño altar sin cruces
ni imágenes...
Y, sobre todo, contempló las tres lápidas de
mármol desatornilladas, los féretros de
madera putrefacta, las cajas de cinc forradas
de seda desvaída, de un gastado tono
púrpura... Y sangre. Más sangre por
doquier, con salpicaduras oscuras. Algunas
alimañas se alejaron, presurosas, ante la
claridad del día y la mirada de los intrusos.
7
Un periodista llega a un pueblo para
hacer un trabajo de investigación sobre
unos acontecimientos ocurridos en la
Edad Media relacionados con la
Inquisición.
Tras conocer a una extraña y atractiva
mujer se ve envuelto en varios asesinatos
relacionados con lo acontecido en el siglo
XIII. ¿Puede alguien volver del Más Allá
para cumplir una diabólica venganza?
8
En una noche tormentosa y empapados
por la lluvia en plena carretera, un grupo
de hippies acceden a subir a un autobús
que los conducirá a un lugar apacible
donde refugiarse.
Al llegar a su destino, descubren que se
encuentran en un viejo monasterio
perdido en medio de la nada. Allí
comienza su pesadilla...
9
La figura negra avanzó hacia él.
La muchacha miraba todo aquello con
ojos desencajados.
Aquella especie de vampiro, aquel ser
del otro mundo era extraordinariamente
parecido al que yacía enterrado en el
jardín Hubiera podido decirse que se
trataba de su hermano. Tenía las uñas
espantosamente largas, los dientes
amarillos y los ojos desencajados. El
cabello descuidado y largo cayéndole
sobre los hombros. La siniestra capa que
le llegaba hasta los pies parecía flotar al
viento.
10
Poco después, hasta diez presidiarios que salieran
a la calle aullando su júbilo por la repentina,
inesperada liberación, encajonados entre dos
carruajes, aullaban como dementes, atacados por
fuerzas incontrolables para ellos.
Y la muerte ensangrentó la calleja, bajo la lluvia,
cuando el arma actuó sobre los bribones
aterrorizados. Otros hallaron la muerte en las
garras mortales de una mujer que no parecía de
este mundo, y cuyas fuerzas eran las de un titán.
Esos últimos, aquellos cuyos cuerpos no fueron
heridos a golpes de arma blanca, pronto
desaparecieron del lugar de la tragedia, sin dejar
rastro. Eran exactamente cuatro.
La lluvia seguía cayendo sobre París, ahora con
intensidad. Sangre y agua corrían entre las
rendijas del empedrado. Y cuando las gentes se
atrevieron a salir, atraídas por aquellos gritos
inhumanos de terror y agonía, no vieron sino un
coche celular asaltado, unos cuerpos sin vida,
acuchillados...
11
Eran los ayudantes del verdugo, Monsieur de Paris, en
el lenguaje popular, l’Executeur des Hautes Oeuvres, en
términos forenses. Los ayudantes empujaron a Bisson
con cierta medida violencia hacia la guillotina. Bisson
tenía los pies ligados y caminaba muy mal.
De pronto, uno de los ayudantes le empujó por los
hombros. Bisson cayó sobre una tabla inclinada, que
basculó en el acto. Fue un tropezón hábilmente
provocado, facilitado por las ligaduras que unían los
tobillos del reo.
El otro ayudante bajó el cepo que sujetaba el cuello de
Bisson. Durante un segundo, Bisson tuvo tiempo
todavía de ver el cesto lleno de serrín que tenía bajo
sus ojos. Luego oyó un ligero chasquido.
Monsieur de Paris había accionado el resorte. La
cuchilla, con su peso añadido de sesenta kilos, bajó
como un relámpago de plata, que parecía amarilla al
reflejar la luz de los faroles del patio. Se oyó un fuerte
zumbido y luego un seco golpe.
A Bisson le pareció que sentía un frío horrible en el
cuello.
12
Un grupo de supervivientes del
naufragio de un crucero de estudios,
tras pasar varios días en un bote
salvavidas, avistan un barco que se
acerca a ellos, envuelto en una densa
niebla.
Tras lograr subir a él, descubren con
horror que aquel buque en lugar de ser
su salvación, puede significar su
muerte...
13
El matrimonio Graf recorría el mundo de
ciudad en ciudad luciendo su aire de
distinción y señorío casi decimonónico.
En todos los lugares que visitaban,
aparecían personas muertas sin una sola
gota de sangre en sus venas.
Era un viejo ritual que les había
permitido seguir viviendo desde hacía
siglos y perpetuar su estirpe.
14
Un vuelo de recreo nocturno en avioneta
para contemplar la belleza de Viena y el
Danubio a la luz de la luna, se convierte
en la más horrible pesadilla de terror y
muerte para el grupo de ocho personas
que lo emprenden.
Un ancestral culto a un dios sediento de
sangre pone en peligro sus vidas...
15
16
Spectro es un personaje de ficción creado
por un dibujante y escritor de fama para
sus publicaciones.
¿Es posible que ese siniestro personaje y
su mujer aparezcan en la realidad
sembrando de muerte y sangre todo lo
que hay a su alrededor...?
17
Tengo sed... Sed de sangre, de muerte, de destrucción, de
aniquilar cuanto me rodea...
¡Quiero destruir, acabar con todos!
Pero sobre todo con ella.
Ella...
La mujer amada. La auténtica mujer a quien amo cuando soy
humano. Ahora, siendo hombre-lobo... es el ser más
aborrecible del mundo. ¡Quiero despedazar su hermoso
cuerpo con mis zarpas velludas, hincar mis garras en su
cuello y desgarrárselo! Quiero verla con los ojos desorbitados
por el pánico, la angustia y el dolor... Quiero ver que todos
huyen mientras ella agoniza bajo el peso de mi cuerpo
hediondo y fétido, de erizado vello rojizo.
Sí, eso es lo que deseo ahora...
Ya, ni siquiera soy yo. Ya no queda dentro de mí nada de él.
Afuera brilla la luna. Me toca, me ilumina con luz de plata.
Y deseo matar. Destruir.
Soy ya el lobo, el hombre-bestia. ¡Tengo que matar! ¡Tengo
que hacerlo!
No, no quiero pensar más... No quiero recordar...
Voy hacia la puerta. Hacía ellos... Hacia ella.
Nada ni nadie me detendrá. Nada tiene una furia como la
mía... No deseo recordar. No, no recordaré nada...
18
Para Nancy el hecho de ver y hablar con
la abuelita Fanny, era algo normal, desde
que la vio cuando tenía diez años. Lo
extraño e insólito era que sólo ella era
capaz de verla. Nadie más que ella...
Toda su familia pensaba que padecía un
trastorno psicológico ya que la abuelita
Fanny... había muerto en un incendio
hacía muchos años
19
De un modo literal, la llevaba a rastras por los
cabellos, sin que, pese a los desesperados
esfuerzos que ella hacía, pudiera librarse de
aquella mano que parecía hecha de dedos de
hierro. Los ojos del hombre brillaban
demoníacamente, expeliendo destellos en los
que se apreciaba al mismo tiempo una ciega
cólera y una morbosa satisfacción.
Ella era todavía joven, aún no había cumplido
los treinta años, muy rubia y de agradable
figura. En aquellos momentos, su cuerpo estaba
cubierto solamente por un largo camisón
blanco, que le hubiera dado cierto aspecto
fantasmal en otras circunstancias.
20
¡Pasen, señores, pasen!
¡Entren a contemplar el gran espectáculo del siglo!
Su guía soy yo. Entren, entren, por favor. No se queden
en la puerta. El frío que sienten en su nuca en estos
momentos, no es el frío de una simple corriente de aire,
sino... el helado aliento que surge de una tumba abierta...
Pronto van a sentir también el fétido olor de la
putrefacción humana.
Y después... todo lo que está más allá de la vida, en las
tinieblas de la Muerte y de lo Oculto, vendrá hacia
ustedes...
No se preocupen de ese escalofrío que notan en la
espalda, ni ese roce helado que toca su nuca ahora. Ni esa
sensación de que les miran, les observan desde atrás, a
espaldas suyas, en la oscuridad, debe de inquietarles...
No, eso no es nada. Miren, miren ante sí... ¡y entonces sí
sentirán horror!
Pero es sólo diversión. Esparcimiento sano. Usted pagó
ya su boleto. Entre, entre conmigo a nuestra única y
maravillosa Cámara de los Horrores...
¿Mi nombre? Ah, sí... Curtis Garland, querido amigo. Soy
su guía. Sígame... sin temblar.
21
Michael entró en el estudio y prendió fuego a
un pitillo. Luego se sentó frente a la cuartilla
inconclusa, que tenía frente a la máquina de
escribir.
Se sonrió abiertamente y murmuró:
—¡Bedankos! ¡Vaya nombrecito se me
ocurrió! Bedankos... Bueno, pero es un
nombre que suena... Lo malo, mi querido
monstruo, es que ahora tengo que matarte. Y
es lástima, porque me resultabas un
monstruo simpático... Veamos... ahí hay cien
folios escritos; ya no te queda mucho tiempo
de vida, querido Bedankos, tengo que
empezar el final... Tu final.
22
Aguzó el oído, escuchando el silencio. Sólo oyó el
lamento del aire y los latidos locos de su propio
corazón.
Después, cuando empezaba a suspirar con alivio, lo
oyó.
Era algo aterrador, sin nombre ni forma, un
espanto que ululaba dentro de sus propios oídos,
con la fuerza del mal. Lo había oído antes, y sabía
que se deslizaba entre los pinos, enorme, negro,
mortal, con el horror de lo desconocido.
Incluso percibió el ruido de la maleza batida.
Después, todo se extinguió, incluso el viento,
quedando sólo un leve aire, que susurraba entre el
follaje con acento temeroso, una queja infinita que
llevara en su voz el miedo instintivo de todos los
espantos que en el tiempo han sido.
23
A partir de aquel momento, la central de
teléfonos de la Jefatura de Policía de Riverdale se
«congestionó» de llamadas:
—¡Ha caído un pie en mi casa!
—Me ha llovido un muslo humano.
—El tronco, sí, señor, el tronco, desprovisto de
su cabeza y extremidades. Era un espectáculo
horripilante..., ni siquiera le habían dejado los
calzoncillos puestos.
—Treinta centímetros de brazo humano...
—Una mano derecha...
El jefe de policía de Riverdale empezó a pensar
en una epidemia de demencia.
24
Su mano izquierda temblaba al abrir el
candado, que cayó al suelo, y retirar el pestillo.
Abrió la puerta, sin notar el hediondo hedor
que salió de aquella estancia mucho más
nauseabundo que el del laboratorio de la
muerte, y penetró en el lugar.
Algo que no podía ser considerado como un ser
humano, de rostro salvaje, cubierto de andrajos,
pústulas, pelo revuelto, y que estaba amarrado
al muro con dos argollas a sus pies, se agitó en
la oscuridad. Los rugidos de su garganta
arreciaron. Pero se acercó a él y le golpeó
furiosamente con el palo, mientras gritaba:
—¡Cállate, maldito! ¡Vive como un animal, ya
que no sabes ser una persona!
25
¿Qué le parece esto?
—Asombroso.
—La sensación de realismo es sobrecogedora,
¿verdad?
—Claro —dijo él—. Lord Clayton ha conseguido
algo que no tiene parangón en el mundo entero.
Este museo en el que se resume la historia de la
pena de muerte, y que ahora sólo cuenta con dos
salas, será una macabra obra de arte, pero obra de
arte al fin. ¿Se ha fijado?
—¿Fijado en qué?
—La piel —dijo suavemente Tuc—. La piel humana
es auténtica. Las figuras están moldeadas en cera y
plástico, pero han sido cubiertas con piel humana de
verdad, debidamente tratada. La habrán obtenido
de personas muertas, claro.
—Claro... —dijo ella, con un soplo de voz—. Es
espantoso.
26
—Voy a matarte.
Fue lo primero que dijo aquel hombre, recio, de
elevada estatura.
Y apenas pronunciadas estas palabras, aumentó, si
cabe, el miedo, el espanto de la muchacha. Pero no
sólo por lo que aquel hombre acababa de decirle,
sino porque su voz no era humana. No, no podía ser
la voz de un ser viviente. Imposible. Enteramente
imposible.
Era una voz rasgada como una herida abierta, y
desgarradoramente profunda, como los mismísimos
abismos del infierno.
—Yo no le he hecho nada malo —consiguió articular
la muchacha, aunque precisando hacer un
desesperado esfuerzo. Temblaba de pies a cabeza—.
¿Por qué quiere matarme?
—Tú no tienes la culpa —dijo aquella voz
cavernosa, a través del pañuelo negro que ocultaba
su cara—, pero la lluvia me pone nervioso, me da
dolor en las sienes... Un dolor horrible,
insoportable... Me irrita mucho, enormemente...
27
Con un grito alucinante, que se quebró de pronto
para transformarse en un ronco estertor, en un
gorgoteo que también cesó con una convulsión
cuando el muñeco, representando la figura de un
negro, con saña diabólica, levantó una y otra vez el
brazo y el agudo y fino estilete entró y entró en el
cuello de cisne de la muchacha.
Más tarde, como si se hubiera cansado de su brutal
juego, el muñeco dejó de ensañarse con el cadáver,
limpió el estilete con la sábana, dio media vuelta,
saltó de la cama al suelo, rodó por el pavimento
dando unas cuantas vueltas y avanzó hacia la
abierta ventana.
Trepó sobre el alféizar, saltó al exterior, sobre la
escalerilla de emergencia, empezó también a saltar,
de escalón en escalón, hacia la calle que ciento o
ciento cincuenta yardas más abajo aparecía casi
desierta.
28
La primera cuartilla del paquete contenía un mensaje,
escrito con grandes letras mayúsculas:
A decir verdad, no me fio de ustedes. Presiento que quieren
quitarme de en medio, una vez hayan conseguido mi formula . He
reflexionado largamente y he llegado a la conclusión de que es un
arma demasiado terrible para ponerla en manos de alguien que
podría utilizarla indiscriminadamente, con resultados
catastróficos para la humanidad. Por tanto, he destruido cuantas
notas y apuntes había tomado de mis experimentos, desde el
principio de los mismos, hasta llegar a la formula final C-400.
Pero, si muero, todos ustedes recibirán una dosis del C-400. Y ya
saben lo que eso significa. En tal caso, seria mi venganza póstuma.
Vinson h. Daniels.
Un escalofrío recorrió ocho espaldas. Durante unos
momentos, todos los presentes se sintieron helados de
horror.
Morris fue el primero que reaccionó. Pegó un fuerte
puñetazo en la mesa y exclamó:
—¡Tonterías! El doctor Daniels está muerto y bien muerto.
No puede salir de su tumba para vengarse de nosotros.
Hemos perdido un montón de dinero, eso es todo.
29
Tefbet era hombre altamente sensible, dado a
conversar con los difuntos a través de sesiones que
hoy día calificaríamos de «espiritistas». No sé si
eran ciertas o formaban parte de una argucia suya
para hacerse importante ante los demás, pero
existen diversas teorías sobre las facultades
extrasensoriales del escriba Tefbet. Y ese
manuscrito, «dictado por el espíritu errante y
torturado del Faraón Maldito, que no pudo hallar
la paz más allá de la tumba, y cuya alma o Ka fue
rechazada por el Tribunal de los Muertos, cuando
el dios Anubis procedió a contrapesar en la
balanza su verdad y su espíritu», puede ser,
repito, el citado papiro, una de las pruebas más
contundentes de su poder extraño para
comunicarse con los muertos.
30
—¿Va a sacar el Maligno de ese hombre al exterior,
profesor? —preguntó Basil, roncamente.
—Así es. Pondré el Maligno materializado dentro
de esa caja de cristal que, como pueden ver, está
vacía.
Todos quedaron callados, expectantes. El profesor
manipulaba sus aparatos electrónicos hasta que le
pareció que todo estaba dispuesto. Luego, se volvió
de nuevo hacia ellos para decirles:
—Tuve la primera idea al respecto cuando me
interesé en la cirugía del cerebro y lo que
significaba extraer cierta parte del hipotálamo. La
agresividad quedaba anulada, un asesino podía
convertirse en un ser lleno de mansedumbre,
aunque también perdía toda su personalidad,
porque la personalidad de cada uno es la mezcla
del bien y del mal y de nuestro cuerpo físico-
biológico.

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1 30 - seleccion terror

  • 1.
  • 2. 1 El rostro apareció ante sus ojos. La mujer lanzó un grito lacerante, angustioso, mientras todo se ponía a dar frenéticas vueltas en torno suyo. Apenas pudo repetir: —Nooooo… Y fue entonces cuando supo que estaba condenada a muerte. Fue entonces cuando las manos dejaron de acariciarla para buscar sólo su garganta, para segar la fuente de su vida. Los ojos de la mujer se dilataron espantosamente. La estaban estrangulando. Se le iban las fuerzas, el alma. Por fin, todo se nubló ante ella. Todo dejó de girar. Era el fin. Pero ella no podía sospechar aún que también era el espantoso principio. Que aún moriría cinco veces más.
  • 3. 2 «Anoche salí de la tumba. »Había temido tanto por ese momento... »Cuando uno muere y es amortajado, cuando la tapa del féretro se cierra encima, y se escucha el golpe seco de las cerraduras ajustando el fúnebre arcón, se sabe que de allí ya no va a salir el cuerpo, sino convertido en huesos salpicados de jirones de tejidos podridos, o acaso hecho carne corrompida, maloliente, con vello desordenado y los gusanos pululando en las vacías cuencas donde antes hubo unos ojos llenos de vida. Eso es la Muerte. De ella, no se vuelve. Nadie ha vuelto, que yo sepa. Yo, sí. Yo volví de mi ataúd para vivir una segunda existencia que nadie hubiese creído. Yo regresé de las tinieblas del panteón, como terrible emisario de ultratumba. Yo, Jason Shelley.»
  • 4. 3 —Dicen los brujos que si se sacrifica un niño como ése, y se deja su cuerpo lacerado en la bifurcación de caminos, Satán lo llevará con él y, a cambio, revelará al brujo cualquier cosa que éste quiera saber. —Otra salvajada. Vamos, regresemos. Hay que avisar al coronel Ellicott de este nuevo crimen. Ya debe haber llegado a la casa, si le han notificado la muerte de su agente. Se alejaron del horrendo despojo que en mitad de los caminos quedaba como el mudo testigo de un horror sin nombre. Testigo del embrujo de Satán quizá.
  • 5. 4 Hay veces en que los pensamientos son tan rápidos que llegan a producir un verdadero shock. Hay momentos en que uno piensa las cosas con una velocidad de vértigo: cosas que quizá antes no se le hubieran ocurrido. Y eso fue lo que pasó entonces con Mara. Se le ocurrió que aquel cargamento de muertos que iban en el barco japonés estaban destinados a las cocinas del restaurante indonesio. Sus clientes, todos abonados, ya debían estar en el secreto y apreciaban la carne humana finamente cortada y condimentada con vinos olorosos y con suaves hierbas. Y habían robado el cadáver de tío Fred... ¡para comérselo! ¡Para servirlo como una fina especialidad indonesia!
  • 6. 5 —Y nadie viene a ver qué sucede — murmuró, sintiéndose presa de una indefinible opresión. —Todos, todos están quietos en sus casas. ¿A quién o a qué temen, Dinorah? —¿Será verdad que Payneville es la propiedad del diablo? Guardaron un momento de silencio. El tejado de la casa de Peale se derrumbó de pronto con gran estrépito. Un enorme chorro de chispas subió a lo alto, brillando con rojos resplandores contra el cielo progresivamente oscuro del atardecer.
  • 7. 6 Contempló, alucinado, el cuerpo exangüe del desconocido, sus ojos desorbitados y vidriosos, fijos en la cúpula del panteón. Miró las oscuras manchas en el pavimento, en los muros, en el pequeño altar sin cruces ni imágenes... Y, sobre todo, contempló las tres lápidas de mármol desatornilladas, los féretros de madera putrefacta, las cajas de cinc forradas de seda desvaída, de un gastado tono púrpura... Y sangre. Más sangre por doquier, con salpicaduras oscuras. Algunas alimañas se alejaron, presurosas, ante la claridad del día y la mirada de los intrusos.
  • 8. 7 Un periodista llega a un pueblo para hacer un trabajo de investigación sobre unos acontecimientos ocurridos en la Edad Media relacionados con la Inquisición. Tras conocer a una extraña y atractiva mujer se ve envuelto en varios asesinatos relacionados con lo acontecido en el siglo XIII. ¿Puede alguien volver del Más Allá para cumplir una diabólica venganza?
  • 9. 8 En una noche tormentosa y empapados por la lluvia en plena carretera, un grupo de hippies acceden a subir a un autobús que los conducirá a un lugar apacible donde refugiarse. Al llegar a su destino, descubren que se encuentran en un viejo monasterio perdido en medio de la nada. Allí comienza su pesadilla...
  • 10. 9 La figura negra avanzó hacia él. La muchacha miraba todo aquello con ojos desencajados. Aquella especie de vampiro, aquel ser del otro mundo era extraordinariamente parecido al que yacía enterrado en el jardín Hubiera podido decirse que se trataba de su hermano. Tenía las uñas espantosamente largas, los dientes amarillos y los ojos desencajados. El cabello descuidado y largo cayéndole sobre los hombros. La siniestra capa que le llegaba hasta los pies parecía flotar al viento.
  • 11. 10 Poco después, hasta diez presidiarios que salieran a la calle aullando su júbilo por la repentina, inesperada liberación, encajonados entre dos carruajes, aullaban como dementes, atacados por fuerzas incontrolables para ellos. Y la muerte ensangrentó la calleja, bajo la lluvia, cuando el arma actuó sobre los bribones aterrorizados. Otros hallaron la muerte en las garras mortales de una mujer que no parecía de este mundo, y cuyas fuerzas eran las de un titán. Esos últimos, aquellos cuyos cuerpos no fueron heridos a golpes de arma blanca, pronto desaparecieron del lugar de la tragedia, sin dejar rastro. Eran exactamente cuatro. La lluvia seguía cayendo sobre París, ahora con intensidad. Sangre y agua corrían entre las rendijas del empedrado. Y cuando las gentes se atrevieron a salir, atraídas por aquellos gritos inhumanos de terror y agonía, no vieron sino un coche celular asaltado, unos cuerpos sin vida, acuchillados...
  • 12. 11 Eran los ayudantes del verdugo, Monsieur de Paris, en el lenguaje popular, l’Executeur des Hautes Oeuvres, en términos forenses. Los ayudantes empujaron a Bisson con cierta medida violencia hacia la guillotina. Bisson tenía los pies ligados y caminaba muy mal. De pronto, uno de los ayudantes le empujó por los hombros. Bisson cayó sobre una tabla inclinada, que basculó en el acto. Fue un tropezón hábilmente provocado, facilitado por las ligaduras que unían los tobillos del reo. El otro ayudante bajó el cepo que sujetaba el cuello de Bisson. Durante un segundo, Bisson tuvo tiempo todavía de ver el cesto lleno de serrín que tenía bajo sus ojos. Luego oyó un ligero chasquido. Monsieur de Paris había accionado el resorte. La cuchilla, con su peso añadido de sesenta kilos, bajó como un relámpago de plata, que parecía amarilla al reflejar la luz de los faroles del patio. Se oyó un fuerte zumbido y luego un seco golpe. A Bisson le pareció que sentía un frío horrible en el cuello.
  • 13. 12 Un grupo de supervivientes del naufragio de un crucero de estudios, tras pasar varios días en un bote salvavidas, avistan un barco que se acerca a ellos, envuelto en una densa niebla. Tras lograr subir a él, descubren con horror que aquel buque en lugar de ser su salvación, puede significar su muerte...
  • 14. 13 El matrimonio Graf recorría el mundo de ciudad en ciudad luciendo su aire de distinción y señorío casi decimonónico. En todos los lugares que visitaban, aparecían personas muertas sin una sola gota de sangre en sus venas. Era un viejo ritual que les había permitido seguir viviendo desde hacía siglos y perpetuar su estirpe.
  • 15. 14 Un vuelo de recreo nocturno en avioneta para contemplar la belleza de Viena y el Danubio a la luz de la luna, se convierte en la más horrible pesadilla de terror y muerte para el grupo de ocho personas que lo emprenden. Un ancestral culto a un dios sediento de sangre pone en peligro sus vidas...
  • 16. 15
  • 17. 16 Spectro es un personaje de ficción creado por un dibujante y escritor de fama para sus publicaciones. ¿Es posible que ese siniestro personaje y su mujer aparezcan en la realidad sembrando de muerte y sangre todo lo que hay a su alrededor...?
  • 18. 17 Tengo sed... Sed de sangre, de muerte, de destrucción, de aniquilar cuanto me rodea... ¡Quiero destruir, acabar con todos! Pero sobre todo con ella. Ella... La mujer amada. La auténtica mujer a quien amo cuando soy humano. Ahora, siendo hombre-lobo... es el ser más aborrecible del mundo. ¡Quiero despedazar su hermoso cuerpo con mis zarpas velludas, hincar mis garras en su cuello y desgarrárselo! Quiero verla con los ojos desorbitados por el pánico, la angustia y el dolor... Quiero ver que todos huyen mientras ella agoniza bajo el peso de mi cuerpo hediondo y fétido, de erizado vello rojizo. Sí, eso es lo que deseo ahora... Ya, ni siquiera soy yo. Ya no queda dentro de mí nada de él. Afuera brilla la luna. Me toca, me ilumina con luz de plata. Y deseo matar. Destruir. Soy ya el lobo, el hombre-bestia. ¡Tengo que matar! ¡Tengo que hacerlo! No, no quiero pensar más... No quiero recordar... Voy hacia la puerta. Hacía ellos... Hacia ella. Nada ni nadie me detendrá. Nada tiene una furia como la mía... No deseo recordar. No, no recordaré nada...
  • 19. 18 Para Nancy el hecho de ver y hablar con la abuelita Fanny, era algo normal, desde que la vio cuando tenía diez años. Lo extraño e insólito era que sólo ella era capaz de verla. Nadie más que ella... Toda su familia pensaba que padecía un trastorno psicológico ya que la abuelita Fanny... había muerto en un incendio hacía muchos años
  • 20. 19 De un modo literal, la llevaba a rastras por los cabellos, sin que, pese a los desesperados esfuerzos que ella hacía, pudiera librarse de aquella mano que parecía hecha de dedos de hierro. Los ojos del hombre brillaban demoníacamente, expeliendo destellos en los que se apreciaba al mismo tiempo una ciega cólera y una morbosa satisfacción. Ella era todavía joven, aún no había cumplido los treinta años, muy rubia y de agradable figura. En aquellos momentos, su cuerpo estaba cubierto solamente por un largo camisón blanco, que le hubiera dado cierto aspecto fantasmal en otras circunstancias.
  • 21. 20 ¡Pasen, señores, pasen! ¡Entren a contemplar el gran espectáculo del siglo! Su guía soy yo. Entren, entren, por favor. No se queden en la puerta. El frío que sienten en su nuca en estos momentos, no es el frío de una simple corriente de aire, sino... el helado aliento que surge de una tumba abierta... Pronto van a sentir también el fétido olor de la putrefacción humana. Y después... todo lo que está más allá de la vida, en las tinieblas de la Muerte y de lo Oculto, vendrá hacia ustedes... No se preocupen de ese escalofrío que notan en la espalda, ni ese roce helado que toca su nuca ahora. Ni esa sensación de que les miran, les observan desde atrás, a espaldas suyas, en la oscuridad, debe de inquietarles... No, eso no es nada. Miren, miren ante sí... ¡y entonces sí sentirán horror! Pero es sólo diversión. Esparcimiento sano. Usted pagó ya su boleto. Entre, entre conmigo a nuestra única y maravillosa Cámara de los Horrores... ¿Mi nombre? Ah, sí... Curtis Garland, querido amigo. Soy su guía. Sígame... sin temblar.
  • 22. 21 Michael entró en el estudio y prendió fuego a un pitillo. Luego se sentó frente a la cuartilla inconclusa, que tenía frente a la máquina de escribir. Se sonrió abiertamente y murmuró: —¡Bedankos! ¡Vaya nombrecito se me ocurrió! Bedankos... Bueno, pero es un nombre que suena... Lo malo, mi querido monstruo, es que ahora tengo que matarte. Y es lástima, porque me resultabas un monstruo simpático... Veamos... ahí hay cien folios escritos; ya no te queda mucho tiempo de vida, querido Bedankos, tengo que empezar el final... Tu final.
  • 23. 22 Aguzó el oído, escuchando el silencio. Sólo oyó el lamento del aire y los latidos locos de su propio corazón. Después, cuando empezaba a suspirar con alivio, lo oyó. Era algo aterrador, sin nombre ni forma, un espanto que ululaba dentro de sus propios oídos, con la fuerza del mal. Lo había oído antes, y sabía que se deslizaba entre los pinos, enorme, negro, mortal, con el horror de lo desconocido. Incluso percibió el ruido de la maleza batida. Después, todo se extinguió, incluso el viento, quedando sólo un leve aire, que susurraba entre el follaje con acento temeroso, una queja infinita que llevara en su voz el miedo instintivo de todos los espantos que en el tiempo han sido.
  • 24. 23 A partir de aquel momento, la central de teléfonos de la Jefatura de Policía de Riverdale se «congestionó» de llamadas: —¡Ha caído un pie en mi casa! —Me ha llovido un muslo humano. —El tronco, sí, señor, el tronco, desprovisto de su cabeza y extremidades. Era un espectáculo horripilante..., ni siquiera le habían dejado los calzoncillos puestos. —Treinta centímetros de brazo humano... —Una mano derecha... El jefe de policía de Riverdale empezó a pensar en una epidemia de demencia.
  • 25. 24 Su mano izquierda temblaba al abrir el candado, que cayó al suelo, y retirar el pestillo. Abrió la puerta, sin notar el hediondo hedor que salió de aquella estancia mucho más nauseabundo que el del laboratorio de la muerte, y penetró en el lugar. Algo que no podía ser considerado como un ser humano, de rostro salvaje, cubierto de andrajos, pústulas, pelo revuelto, y que estaba amarrado al muro con dos argollas a sus pies, se agitó en la oscuridad. Los rugidos de su garganta arreciaron. Pero se acercó a él y le golpeó furiosamente con el palo, mientras gritaba: —¡Cállate, maldito! ¡Vive como un animal, ya que no sabes ser una persona!
  • 26. 25 ¿Qué le parece esto? —Asombroso. —La sensación de realismo es sobrecogedora, ¿verdad? —Claro —dijo él—. Lord Clayton ha conseguido algo que no tiene parangón en el mundo entero. Este museo en el que se resume la historia de la pena de muerte, y que ahora sólo cuenta con dos salas, será una macabra obra de arte, pero obra de arte al fin. ¿Se ha fijado? —¿Fijado en qué? —La piel —dijo suavemente Tuc—. La piel humana es auténtica. Las figuras están moldeadas en cera y plástico, pero han sido cubiertas con piel humana de verdad, debidamente tratada. La habrán obtenido de personas muertas, claro. —Claro... —dijo ella, con un soplo de voz—. Es espantoso.
  • 27. 26 —Voy a matarte. Fue lo primero que dijo aquel hombre, recio, de elevada estatura. Y apenas pronunciadas estas palabras, aumentó, si cabe, el miedo, el espanto de la muchacha. Pero no sólo por lo que aquel hombre acababa de decirle, sino porque su voz no era humana. No, no podía ser la voz de un ser viviente. Imposible. Enteramente imposible. Era una voz rasgada como una herida abierta, y desgarradoramente profunda, como los mismísimos abismos del infierno. —Yo no le he hecho nada malo —consiguió articular la muchacha, aunque precisando hacer un desesperado esfuerzo. Temblaba de pies a cabeza—. ¿Por qué quiere matarme? —Tú no tienes la culpa —dijo aquella voz cavernosa, a través del pañuelo negro que ocultaba su cara—, pero la lluvia me pone nervioso, me da dolor en las sienes... Un dolor horrible, insoportable... Me irrita mucho, enormemente...
  • 28. 27 Con un grito alucinante, que se quebró de pronto para transformarse en un ronco estertor, en un gorgoteo que también cesó con una convulsión cuando el muñeco, representando la figura de un negro, con saña diabólica, levantó una y otra vez el brazo y el agudo y fino estilete entró y entró en el cuello de cisne de la muchacha. Más tarde, como si se hubiera cansado de su brutal juego, el muñeco dejó de ensañarse con el cadáver, limpió el estilete con la sábana, dio media vuelta, saltó de la cama al suelo, rodó por el pavimento dando unas cuantas vueltas y avanzó hacia la abierta ventana. Trepó sobre el alféizar, saltó al exterior, sobre la escalerilla de emergencia, empezó también a saltar, de escalón en escalón, hacia la calle que ciento o ciento cincuenta yardas más abajo aparecía casi desierta.
  • 29. 28 La primera cuartilla del paquete contenía un mensaje, escrito con grandes letras mayúsculas: A decir verdad, no me fio de ustedes. Presiento que quieren quitarme de en medio, una vez hayan conseguido mi formula . He reflexionado largamente y he llegado a la conclusión de que es un arma demasiado terrible para ponerla en manos de alguien que podría utilizarla indiscriminadamente, con resultados catastróficos para la humanidad. Por tanto, he destruido cuantas notas y apuntes había tomado de mis experimentos, desde el principio de los mismos, hasta llegar a la formula final C-400. Pero, si muero, todos ustedes recibirán una dosis del C-400. Y ya saben lo que eso significa. En tal caso, seria mi venganza póstuma. Vinson h. Daniels. Un escalofrío recorrió ocho espaldas. Durante unos momentos, todos los presentes se sintieron helados de horror. Morris fue el primero que reaccionó. Pegó un fuerte puñetazo en la mesa y exclamó: —¡Tonterías! El doctor Daniels está muerto y bien muerto. No puede salir de su tumba para vengarse de nosotros. Hemos perdido un montón de dinero, eso es todo.
  • 30. 29 Tefbet era hombre altamente sensible, dado a conversar con los difuntos a través de sesiones que hoy día calificaríamos de «espiritistas». No sé si eran ciertas o formaban parte de una argucia suya para hacerse importante ante los demás, pero existen diversas teorías sobre las facultades extrasensoriales del escriba Tefbet. Y ese manuscrito, «dictado por el espíritu errante y torturado del Faraón Maldito, que no pudo hallar la paz más allá de la tumba, y cuya alma o Ka fue rechazada por el Tribunal de los Muertos, cuando el dios Anubis procedió a contrapesar en la balanza su verdad y su espíritu», puede ser, repito, el citado papiro, una de las pruebas más contundentes de su poder extraño para comunicarse con los muertos.
  • 31. 30 —¿Va a sacar el Maligno de ese hombre al exterior, profesor? —preguntó Basil, roncamente. —Así es. Pondré el Maligno materializado dentro de esa caja de cristal que, como pueden ver, está vacía. Todos quedaron callados, expectantes. El profesor manipulaba sus aparatos electrónicos hasta que le pareció que todo estaba dispuesto. Luego, se volvió de nuevo hacia ellos para decirles: —Tuve la primera idea al respecto cuando me interesé en la cirugía del cerebro y lo que significaba extraer cierta parte del hipotálamo. La agresividad quedaba anulada, un asesino podía convertirse en un ser lleno de mansedumbre, aunque también perdía toda su personalidad, porque la personalidad de cada uno es la mezcla del bien y del mal y de nuestro cuerpo físico- biológico.