2. 481
—Esta niña murió hace treinta años.
—¡No!
—Usted no ha sido la única que ha visto a la niña en
semejantes circunstancias. Cuando esta niña aparece es
siempre para poner en peligro a alguien o para preceder a
la muerte. Las personas que han muerto jamás podrán
explicarnos que vieron a una niña de siete u ocho años,
rubia y candorosa, muy sonriente, que les pedía algo. Los
muertos no hablan, pero los que se han salvado como
usted sí pueden contarlo. Tuvo mucha suerte de que
pasara un vigilante del parque y viera sus cabellos
flotando en el lago. Se ha salvado gracias a que el
vigilante estaba cerca, pero estuvo a punto de no
contarlo, claro que, mi labor, era averiguar si usted era
una presunta suicida o una simple accidentada.
—No fue un accidente, la niña me empujó…
3. 482
… La puerta volvió a abrirse, a su derecha. La muchacha debió oír
algo, porque volvió la cabeza hacia allí, con una grandísima expresión
de esperanza, de alivio..., que se convirtió en el acto en la más grande
expresión de terror, de locura, al ver aparecer al primer ser que entró
en el cuarto.
Era un monstruo. Sólo así podía definirse. Un auténtico monstruo.
Era de baja estatura, grueso, y su cuerpo era de color verde, cubierto
completamente de escamas. Su cabeza era de pez, y sus ojos parecían
ciegos, de celuloide. Su cuerpo no tenía brazos, y apenas piernas; sólo
dos pequeñas extremidades que parecían aletas.
Detrás de este monstruo entró otro.
Un gorila de dos metros, por lo menos.
Y detrás del gorila entró otro ser, otro monstruo. De cintura para
arriba parecía un pulpo. De cintura para abajo, tenía diez o doce patas
que parecían de araña.
Y todavía entró otro monstruo, de color rojo, con cuatro ojos en la
frente, y cuatro brazos y cuatro piernas, fino y liso como si fuese de
finísima goma.
Y sólo al cerrarse la puerta la muchacha pudo reaccionar lanzando un
nuevo grito que no se oyó, mientras se llevaba las manos a la cabeza,
y se daba fuertes tirones de sus bonitos cabellos rubios. Su gesto de
terror era indescriptible, alucinante.
Los murciélagos seguían volando…
4. 483
—El fuego eterno... Mi fuego va a caer sobre la traidora
—clamó Ashakel.
Ashakel movió la mano otra vez. Entonces sucedió algo
horripilante.
Se oyó un intenso silbido, de tonos muy bajos, sin
embargo. Una enorme llamarada brotó del suelo y
envolvió por completo a la mujer.
Sonó un chillido horroroso. La mujer parecía haberse dado
cuenta de su situación y, abrasada por aquel potente fuego,
gritaba espeluznantemente.
Los cabellos ardieron de golpe. Su hermoso cuerpo se
puso rojo primero y luego ennegreció. Un espantoso hedor
a carne quemada se expandió por la atmósfera.
En los labios de Ashakel lucía una sonrisa infernal. De
pronto, movió la mano y la mujer y el fuego
desaparecieron súbitamente.
—Me vuelvo a mis dominios. Recordad lo que os dije y
pensad en todo momento en los castigos que puede sufrir
la que nos traicione. Os saludo, amadas mías.
Brotó una nube de humo del estrado y, cuando se disipó,
Ashakel había desaparecido…
5. 484
Hubo como una oscilación en la luminosidad de la
mancha, que terminó por estabilizarse de nuevo y, a los
pocos segundos, adquirió mayor luminosidad.
—Hermanos, estoy bien —retumbó de nuevo la voz—.
Estoy todo lo bien que se me prometió en mis visiones
cuando era un humano como vosotros y era yo quien
recibía la visita de espíritus orientadores. Hoy, sois
vosotros, queridos hermanos, quienes me veis a mí, y
deseo que recibáis todos mis efluvios de amor hacia los
que todavía sufrís en las injustas circunstancias de esa
vida en la que se os está privado el desarrollo de
vuestra fuerza espiritual debido a las miserias físicas de
los espíritus malvados que están ocupando vuestro
cuerpo en la Tierra...
La anciana encorvada y cuyo rostro estaba comido por
la viruela se puso temblorosamente en pie y gimió
suplicando:
—¡Llévame contigo, llévame cont...!
Y rodó fulminada entre dos bancos…
6. 485
Cuando regresaba con el humeante chocolate y la tarta,
notó que los ojos del forastero estaban fijos en la
vidriera. Miró por ella, intrigada.
Helen Casey estaba en la iluminada entrada del cine,
sacando su entrada en la taquilla, tras haber hecho cola.
Su figura envuelta en pieles, de esbeltas formas y finas
pantorrillas sobre tacón muy alto, era bien visible desde
allí.
Molly miró al hombre. Este humedecía sus labios con la
lengua, desagradablemente. Los ojos que miraban a
Helen estaban vidriosos. Crispaba sus manos fuertes
sobre el borde del mostrador.
A Molly no le gustó nada de todo eso.
Y sin saber por qué, tuvo miedo.
Apenas si esa incómoda sensación le duró un par de
segundos. Luego varias llamadas de su clientela
impaciente distrajeron su atención y olvidó el hecho.
Iba a tener ocasión sobrada de recordarlo, sin
embargo…
7. 486
Comenzó a remover las cosas, buscando algo para
tapar el agujero, y entonces, justo al mover unas
cajas, sobre las cuales había una vieja hacha
herrumbrosa, la vio en el fondo de la última caja,
recogida en sí misma, con sus redondos ojos fijos
en ella. Una fijeza terrible, escalofriante.
Una sola rata... grande.
Porque alrededor de ella, casi ocultas por el sucio
pelaje del repugnante animal, había más.
Diminutas, inquietas, asquerosas como nada en la
vida, las crías de la rata grande buscaban su
alimento en la madre. Una madre de ojos brillantes,
estremecedores, que estaban fijos, fijos, fijos, en
los de ella, que había quedado petrificada,
desencajado el rostro, desorbitados los ojos fijos,
fijos, fijos, en los de la rata…
8. 487
¡Se vio a sí misma, de nuevo, en el espejo!
A pesar de la oscuridad, se estaba contemplando. Su figura,
su rostro, todo su profundo terror reflejado en aquel cristal
envejecido, cubierto por el polvo de años.
Un raro resplandor cárdeno parecía brotar del propio
espejo, permitiendo esa visión estremecedora. La mujer
chilló al fin, rotos sus nervios. Chilló aguda,
profundamente... y arrojó la pata del escabel contra el
espejo, con rabia infinita.
Luego, todos aquellos vidrios, en vez de caer, dispersos,
por el suelo polvoriento, volaron hacia la mujer, como
cuchillos afilados. El alarido de ella fue largo, profundo,
estremecedor...
Miles de fragmentos de vidrio se hincaron en sus manos
crispadas, en su rostro, en su boca, sus ojos, sus cabellos,
su cuerpo todo, acribillándola... Regueros repentinos de
sangre escaparon de aquella figura cosida a cortes, a
medida que oscilaba, cedía, se desplomaba de bruces, y una
risa extraña, fantástica, rebotaba de muro en muro, hasta
herir los oídos, si es que alguien hubiese podido oírla
realmente…
9. 488
—Sigue usted la ruta equivocada.
El hombre se sobresaltó.
—¿Eh? ¿Qué? ¿Cómo dice?
—Digo que sigue el camino equivocado.
Robinson se volvió un instante. No había nadie en el
asiento posterior.
—Si sigue el camino de la derecha, llegará mucho antes al
final de su viaje.
Enormemente sobresaltado, Robinson vio ante él una
desviación de la carretera. Jamás la había contemplado
antes, pero le pareció que, efectivamente, acortaría el viaje
de manera considerable.
La curva del desvío era muy suave y no tuvo necesidad de
reducir la velocidad, que en aquellos momentos alcanzaba
ya los noventa kilómetros por hora. Entonces, la nueva
carretera desapareció y se encontró frente a un roble cuyo
tronco no medía menos de un metro de diámetro.
En una fracción de segundo comprendió el significado de
la última frase. Sí, había llegado mucho antes al final de su
viaje... por la vida.
10. 489
—¡Quiero salir! —gritaba—. ¡Quiero salir! ¡Yo no estoy
loca...!
Y siguió gritando como si de la fuerza, de la potencia de su
voz, dependiera su libertad.
Hasta que, finalmente, oyó que alguien se acercaba de
nuevo.
Esta vez eran dos enfermeros. Altos, recios y fornidos.
Parecían gladiadores.
Dio una patada a uno de ellos y un mordisco en la mano al
otro. Como si no hubiera hecho nada. Debían estar
acostumbrados.
Le colocaron la camisa de fuerza.
Seguidamente se fueron. Al parecer, sin sentir ni
experimentar sentimiento alguno. Lo mismo que si
carecieran de corazón.
Caída en el suelo, hecha un ovillo, vencida por la
implacable camisa de fuerza que anulaba sus movimientos,
Helen se quedó sollozando.
Ya había dejado de sentir miedo.
Ahora sentía un auténtico terror…
11. 490
La bestia asesina penetró en la cabaña, dando un rugido
estremecedor.
—Dios mío, ¿qué cosa es «eso»...? —musitó, creyendo estar
sufriendo una horrible pesadilla.
«Lobo» sabía que no se trataba de ninguna pesadilla, que el
escalofriante ser era real, y como él era un perro valeroso,
atacó a la bestia.
Sus magníficos colmillos hicieron presa en el brazo derecho
de la aterradora criatura, pero no consiguieron hincarse en
su carne.
El alucinante ser le soltó un zarpazo con su brazo izquierdo
y le desgarró el vientre de arriba abajo, haciendo brotar un
torrente de sangre.
«Lobo» lanzó un aullido desgarrador y se desplomó, herido
de muerte.
La estremecedora acción del monstruo hizo reaccionar a
dueño, quien sintió una dolorosa punzada en el corazón al
ver caer a su peno con el vientre deshecho.
—¡«Lobo»! —rugió, al tiempo que empuñaba su escopeta
—. ¡Yo te vengaré, camarada!
Se echó el arma a la cara y apretó el gatillo.
La bestia resultó alcanzada de lleno, pero el disparo no
pareció hacerle mella alguna, pues avanzó hacia el cazador
dando torpes, pero largas zancadas…
12. 491
Un doctor salva la vida de su hija, tras un accidente,
haciéndole una transfusión con la sangre de su mejor
amigo hasta matarlo. Lo que no podían sospechar era
que esa sangre estaba contaminada…
»Las púas de aquella extraña planta se incrustaron en
mi carne. Desde entonces, cuando menos lo espero,
siento un terrible dolor en las manos. Un incisivo y
terrible dolor que me sube por los brazos, me llega al
cuello y se me mete en la cabeza... La cabeza parece
que vaya a estallarme. Es entonces cuando, entre
gemidos de sufrimientos, de espantoso y atroz
sufrimiento, me convierto en un ser repelente...
«¿Cuánto tiempo dura mi mutación? No mucho. Pero
en ese tiempo, que me parece largo como una
alucinante agonía, soy... ¿Qué es lo que soy en
realidad...?
13. 492
Era la tercera víctima.
El constable Jackson meneó la cabeza con desaliento,
cambiando una mirada de estupor y rabia con el doctor
Dogherty, que se incorporaba en ese momento,
limpiando sus manos en un paño que había sacado de su
maletín negro.
—¿Igual que en otras ocasiones, doctor? —preguntó el
policía.
—Igual, sí —convino el médico, con un asentimiento de
cabeza.
—Dios mío —se lamentó el constable—. Otra más...
—Ya son tres, Jackson.
—¿Me lo va a decir a mí? Claro que son tres. Y siempre
del mismo modo... Pero ¿qué está ocurriendo aquí,
maldita sea?
—Eso quisiera saber yo. Es evidente que un loco anda
suelto, amigo mío.
—Un loco asesino sin conciencia. Y siempre eligiendo
mujeres...
14. 493
El anciano comenzó a balbucear, sin conseguir articular ninguna otra
palabra, contemplando con espantados ojos la figura surgida bajo el
porche.
La casa era grande, antigua, aunque de sólida construcción en
bloques de piedra. De dos plantas. La fachada principal recubierta de
hiedra hasta el tejado. Respetando únicamente los ventanales de las
habitaciones.
Junto a la entrada, en la parte superior y grabado en piedra, el
escudo, el emblema: aquella cabeza de león de desencajadas fauces y
ojos desmesurados.
Lo que había impresionado a Hopkins era la mujer.
Como un esqueleto andante.
Extremadamente delgada.
Una enlutada anciana surgida bajo el porche. Con su sarmentosa piel
materialmente pegada a los huesos. En aquel ajado rostro destacaban
unos ojos de sempiterno brillo. La nariz ganchuda. La sonrisa
siniestra...
Era como la maligna bruja de un cuento de hadas.
—Bienvenidos al Salmac Hotel...
La voz de la mujer, una voz ronca y de ultratumba, incrementó
aquella impresión.
Parecía la muerte personificada.
—Felicitándoles por la llegada al Averno…
15. 494
—Bien, amigos —dijo con voz tonante—. Supongo que
más de uno se pregunta por qué he venido aquí, ¿verdad?
Pues bien, voy a dar la respuesta inmediatamente, ahora
mismo. Quizá esté aquí alguno de los que han manifestado
ciertos propósitos hacia mí, pero tanto si está como si no,
me da igual, y todos deben saber que no me asustan las
amenazas que han proferido contra mí una partida de
imbéciles, cretinos y retrasados mentales. ¡No, no me
asusto en absoluto! Un Marks no le teme ni al mismísimo
diablo, y yo soy Marks de los pies a la cabeza. ¿Está
claro? Supongo que el caballero no tendrá inconveniente
en beber conmigo —dijo jovialmente—. Aunque sea
forastero, espero me hará el honor de aceptarme esta
invitación, señor.
—Con mucho gusto —sonrió Holbert.
Marks levantó su copa.
—A la salud de los tontos que quieren ponerme seis pies
de tierra encima —gritó—. ¡Que se cuiden mucho, no sea
yo el que cave su sepultura!
16. 495
Un clamor colectivo brotó en el corredor. Fue un grito de
pánico y horror común, ante el más horrible espectáculo
imaginable.
La mulata Esther y la jovencísima, casi adolescente
Marion, yacían ahora fuera del lecho. Las piernas morenas
de la primera yacían estiradas fuera de su cama, hasta tocar
el suelo con los pies desnudos. Marion reposaba de bruces
sobre el suelo, a los pies de su lecho.
Ambas con los ojos desorbitados, color ceniza la mulata
Esther, color cera la infortunada Marion, ambas con la
lengua fuera, hinchada y amoratada, entre sus labios
contraídos. Sobre sus cuerpos desnudos, jirones de ropa
desgarrada, sangre, arañazos en pechos y nalgas,
hematomas, señales claras de abusos sexuales horribles...
—¡Muertas! —sollozó Sharon, crispada, sacudida por un
escalofrío de supremo horror—. ¡Asesinadas... por el loco
violador! ¡Dios mío, no, nooooo...!
Las manos del enlutado se apoyaron en sus hombros, y le
dieron la sensación de un frío glacial, de un soplo de hielo
surgido de la tumba…
17. 496
—Es muy hermosa —oyó.
Volvió la cabeza, y vio a un hombre y una mujer.
—No se preocupe —dijo el hombre con cara de sapo,
sonriendo—, todo va bien, se encuentra perfectamente.
Quiso decir algo, pero le pareció que su lengua era enorme
y que pesaba una tonelada. Apenas pudo balbucir tres o
cuatro palabras que, evidentemente, no entendieron. Ni
ella misma las entendió.
Oyó el sonido de una puerta y enseguida vio otro rostro de
facciones muy acusadas. Era como si sobre aquel cráneo
solamente hubiera piel. Destacaban mucho los pómulos,
los maxilares, la barbilla; la nariz parecía a punto de
rasgar la fina piel tirante, y en la amplísima frente
destacaban las formas de los huesos. Sí, como una
calavera recubierta de una fina capa de chicle. Los ojos
eran grandes y de una negrura pavorosa, estremecedora...
como si dentro de ellos hubiera fuego negro.
Debía tener un cerebro muy grande, dentro de aquella
enorme calavera... Muy grande. Un cerebro muy grande...
18. 497
—Señor Spencer, ¿sabe que la mujer cuyo corazón fue
atravesado por una estaca de madera era mi madre?
Spencer se quedó estupefacto.
—Su madre...
—Sí —confirmó Ursula—. Y si es cierto lo que se decía de
ella, entonces yo soy hija de un vampiro... de estirpe de
vampiros, para ser más exactos.
—No puedo creerlo. Estas cosas ya no pasan hoy día.
—Pero, sin embargo, presenció aquella horrible ceremonia.
—Sí, desde luego, y la mujer que estaba en el ataúd chilló
horriblemente, cuando sintió que la estaca hería su pecho. No
sé qué pensar, señorita; desde entonces, me he atormentado,
tratando de hallar una explicación lógica para tales sucesos.
Debo confesar humildemente que no la he encontrado.
Ursula lanzó una amarga carcajada.
—La explicación es mucho más sencilla —contestó —. El
castillo de Schwarzstein y las tierras que lo circundan,
pertenecen desde hace más de ciento cincuenta años a los Von
Gézanyi. Simplemente, mi madre murió para que un
desaprensivo pudiera quedarse con nuestras propiedades.
19. 498
Cuando se rehízo de la primera impresión, avanzó un par de
pasos. Le había parecido que aquellos párpados se movían...
Se dio cuenta, tras contener el aliento y mirar fijamente al
muerto, que los nervios le habían hecho creer de nuevo lo que no
era. El cadáver permanecía quieto, inmóvil. Tétrica mente
inmóvil.
Retrocedió, volviendo hasta el pasillo. Recobraría la calma, o al
menos una relativa calma, cuanto antes se alejara de aquel lugar.
Pero volvió sobre sus pasos, no sin ciertos reparos.
De nuevo en la habitación, o mejor dicho en la antesala de la
misma, un grito ahogado, estrangulado, salió de su boca.
¡El ataúd estaba vacío!
Había desorbitado los ojos. Había desencajado la mirada.
—Hola, Jeanet...
El cadáver estaba en pie, ante ella, como si nada le hubiera
pasado ni antes ni nunca. Acababa de dirigirle la palabra y le
sonreía de un modo entre cínico y simpático.
—Oh, no, no... —jadeó la muchacha.
20. 499
Uno de los demonios se inclinó sobre su cara y ella
pudo sentir el aliento fétido que emanaba de su boca.
Murmuró palabras que ella no pudo entender porque
estaban dichas en el idioma de los demonios. Después
se alejó, pero ella sabía que volvería con su terrible
arma mortal y ella volvería a hundirse en los abismos
del Averno del Dante de la Divina Comedia del libro de
su infancia.
El techo de la caverna era alto y abovedado. Abovedado
viene de bóveda y viene de muerto. «Yo estoy muerta».
Pero no era cierto porque veía pasar junto a ella los
demonios y los demonios estaban vivos, por lo que ella
también tenía que estar viva. Además, los muertos no
sienten ni calor ni frío y ella sentía mucho frío. Por lo
tanto, ella estaba viva, pero en el Infierno…
21. 500
La quietud del barrio fue rota bruscamente por un
horripilante alarido.
—¡Adam, algo me ha mordido! —chilló la señora
Pembroke.
Adam Pembroke encendió la luz. Tenía los pelos de punta.
Su mujer seguía chillando a más y mejor, contemplando
desorbitada aquella enorme araña, de patas y cuerpo
peludo, que estaba encima de la cama, a un palmo escaso
del rostro de su mujer.
—¡Adam, por el amor de Dios! ¡Quítame este horrible
bicho de encima!
La araña mordió la lengua. Edna empezó de pronto a
moverse con espantosas convulsiones.
Al fin, Pembroke pudo separar el arácnido de la cara de su
mujer. Pembroke contempló a su mujer. Ella seguía
agitándose espasmódicamente y gritaba palabras
ininteligibles. Su rostro adquiría un horrendo tinte rojizo
con tremenda rapidez.
Enloquecido de pánico. Pembroke corrió hacia la ventana
y levantó el bastidor.
—¡Socorro! ¡Mi mujer se muere! ¡Llamen a un médico!
¡Socorro!
22. 501
La muchacha se giró en el acto, descubriendo al hombre
que acababa de surgir al fondo del vestíbulo. Era alto y
corpulento.
Brigitte no pudo saber más, ya que el individuo se cubría
la cabeza con una capucha negra y vestía una túnica roja,
tan larga, que rozaba sus pies. De su cuello, pendía una
gruesa cadena dorada con una cruz en posición invertida.
El encapuchado avanzó unos pasos.
—Soy un adorador de Satán. Él te ha elegido a ti,
Brigitte. Él, con su infinito poder, ha guiado tu coche
aquí.
Debes sentirte orgullosa, dichosa, feliz.
—¿De qué? —acertó a balbucear la joven.
—De que el poderoso Satán te haya elegido a ti, entre
tantas y tantas mujeres como hay en París para que le des
un hijo.
De nada le sirvió resistirse.
Los adoradores de Satán la colocaron sobre la mesa de
sacrificios, la desnudaron completamente, y la sujetaron
por las muñecas y los tobillos con las correas…
23. 502
—No lo intentes. Si vuelves a tocarme, gritaré con todas mis
fuerzas. Eres un bastardo. Un repulsivo y viscoso bastardo.
Creí tener suficiente estómago para aguantarte, pero estaba
equivocada.
Una idea demoniaca surgió en la mente de él. Sonrió
sádicamente.
Alargó su diestra atrapando la botella de whisky. Alzó el
brazo para seguidamente bajarlo con rapidez. Con brutal
violencia.
Un desgarrador alarido de dolor brotó de la mujer silenciado
de inmediato por la zurda del hombre que atenazó la garganta
femenina. Apretando con fuerza.
Ella desencajó las facciones. Boqueando. Pugnando por
gritar. Con los ojos desorbitados. Moviendo brazos y piernas.
Él reía como un poseso.
Su zurda no cedió en la presión ejercida sobre el cuello de la
muchacha. Controlando todo grito. Su mirada había estado
centrada en la botella hundida entre sus muslos.
Ella tenía las facciones desencajadas. La lengua asomando
por su abierta boca. Los ojos casi fuera de las órbitas. Fijos
en el techo. Muy fijos...
24. 503
El desconocido vestía una larga capa, absurda prenda en aquellos
parajes y más con el tiempo tan excelente que hacía. Debajo. Ealing
pudo ver algo que le pareció un chaleco de color rojo sangre.
—Le he asustado, sin duda —dijo el desconocido.
—Un poco... No creí hallar a nadie en estos parajes —admitió
Ealing.
—No debió haber tomado fotografías de la tumba del diablo —
dijo.
—¿Por qué no? ¿Hay alguna ley que lo prohíba?
—Lo prohíbo yo, señor...
—¿Con qué derecho? —se encrespó Ealing.
—Con el derecho que me confiere mi poder. Con el derecho que
tengo a no ser molestado en mi descanso eterno.
Ealing abrió la boca, estupefacto.
—¿Piensa que voy a creer que usted es Ulrich von Schaffeln? Ese
hombre murió hace más de trescientos años...
—Sólo fue enterrado, pero no murió —atajó el desconocido—. Y
sigo sin querer que nadie me moleste en mi descanso eterno.
—Bueno, bueno, dejemos esto, ¿eh? No he bailado encima de su
tumba ni he organizado una fiesta con música y licores... Sólo
quería encontrar la tumba de Ulrich... perdón, la suya...
La cabeza del desconocido se movió pesarosamente.
—Lo malo es que también ha encontrado su tumba...
25. 504
El negro gigantesco alcanzó a una persona. Se
trataba de una muchacha rubia, vestida con un
insólito atuendo, una túnica blanca con una
guirnalda de flores rojas adornando su cabeza. La
cogió por los hombros pero la muchacha
consiguió desasirse y huyó.
Fue entonces, segundo más o menos, cuando la
muchacha desapareció de pronto. Acababa de ser
tragada por el suelo. Igual que si la tierra se
hubiera abierto, engulléndola.
—No... eso no es posible... —murmuró Stefanie,
sobresaltada.
Siguió mirando con los prismáticos, empeñada en
ver de nuevo a la muchacha. Pero nada, ésta no
volvió a aparecer. Sólo vio al gigantesco negro,
había ascendido la loma, metiéndose de nuevo en
la vieja mansión…
26. 505
Recorrió su cuello ávidamente, con los labios, pero volvió a
sentir aquel pinchazo, ahora mucho más violento, y no pudo
contener una exclamación de dolor.
—¡Maldita sea! —juró, a la vez que se ponía en pie,
frotándose el vientre con las manos—. ¿Qué diablos había en
la cena?
El sujeto cayó de rodillas.
—No veo apenas... Me arde el estómago... ¡Dios mío! ¿Qué
me sucede?
—Es lógico —contestó ella—. Había veneno en la sopa.
—Bromeas...
—Hablo muy en serio. Le queda un minuto de vida.
El viajero lanzó un ronco sonido. Volvió a mirarla. Ella
sonreía como un demonio. En aquella sonrisa vio la muerte y
gimió desesperadamente.
Cayó hacia adelante. Su cara chocó contra la alfombra. Un
súbito espasmo le hizo volverse hacia arriba.
La chica, con las piernas separadas, le miraba fríamente a
poca distancia. Era muy hermosa... parecía un ángel... pero si
lo era... tenía... las... alas... ne... gras...
27. 506
Allí, ante sus desorbitados ojos, el profesor iba
rejuveneciendo cada vez más rápidamente. Fue un
proceso increíble, alucinante. En menos de cinco
minutos después de haber comenzado, el señor
profesor se fue irguiendo, pared a ensancharse,
crecer... Hasta que el proceso se detuvo.
Para entonces, la señora tenía sentado en el borde
de su lecho a un hombre que no aparentaba más de
treinta y cinco años. No podía hablar, no podía
moverse. Algo extraño estaba sucediendo en su
mente: era como si todos aquellos años pasados
junto a aquel hombre, envejeciendo con él, no
hubiesen existido. Era como si, de pronto, se
encontrase de nuevo en el momento en que había
conocido al atractivo, interesante, apuesto
profesor, justo en el momento en que se lo habían
presentado aquellos amigos, en Portofino, durante
aquel verano que fue tan hermoso...
28. 507
La señora asomó medio cuerpo fuera del agua.
Repentinamente, lanzó un horroroso alarido.
Los dos hombres tiraban con todas sus fuerzas. Su cuerpo
emergió por completo. Se sintieron enfermos al ver los
enormes chorros de sangre que brotaban de la parte
inferior de su cuerpo, hacia el lado izquierdo.
Bruscamente, algo tiró de la mujer hacia abajo. Se pudo
escuchar el horripilante ruido de unas mandíbulas que
partían huesos. La boca de la desafortunada se abrió para
emitir un sonido imposible.
El tiburón seguía aferrado a la pierna derecha y sacudía
con todas sus fuerzas. Otro escualo saltó por detrás y la
golpeó. Un tercero se llevó uno de sus brazos.
Ella ya no gritaba y la cabeza pendía sobre su pecho.
Aflojaron súbitamente la presión de sus manos.
—Ya no se puede hacer nada —dijo sombríamente.
Su destrozado cuerpo se hundió en el mar. Una mancha
roja se extendió sobre la superficie, ahora terriblemente
agitada por los tiburones, que se disputaban la presa con
voracidad inaudita.
Al cabo de unos momentos volvió la tranquilidad. Los
escualos desaparecieron y el mar recobró su calma…
29. 508
¡SENSACIONAL!
¡RESUCITA UN MUERTO!
UN CADÁVER ASESINA A SU FORENSE
Aunque, como siempre, la policía trate de meternos gato
por liebre, lo cierto..., ¡lo terriblemente cierto!, es que en
la sala de autopsias del Memorial Hospital ha tenido
lugar la noche pasada un hecho verdaderamente
escalofriante.
Según hemos podido saber de fuentes allegadas a esa
entidad hospitalaria, dignas de todo crédito, cuando el
forense se disponía a efectuar la autopsia en un cuerpo
sin vida, éste... ha vuelto al mundo para cometer en la
persona del médico un crimen tan estremecedor como
increíble. Valiéndose de un bisturí, ha destrozado bestial
y sanguinariamente la garganta del médico por la que ha
escapado gran cantidad de sangre a causa de los tajos y
heridas, causando su muerte casi instantáneamente.
Esto no es un hecho común y corriente, esto es algo que
escapa a las fronteras de lo humano…
30. 509
—Manipularon todos los parámetros en
funcionamiento. Alteraron los instrumentos... y
retornamos a la vida convertidos en monstruos. En
muertos vivientes. Eso somos... Ya no hay posibilidad
alguna para nosotros.
—Te equivocas. Hay posibilidades de tratamiento en
los Estados Unidos. Sométete a ellos. Investigarán lo
ocurrido y...
—No. Ya es demasiado tarde... Ahora soy inmortal.
Inmune a las enfermedades. A las balas. Soy como un
autómata. Un robot infernal. Ahora que quiero morir...
tengo vida eterna. He despertado para comprobar la
traición de la mujer amada. Tengo poderes sensoriales
extraordinarios. Puedo ver aun careciendo de ojos...
soy realmente un monstruo... Un monstruo con
impulsos de matar, destruir... También los otros
despertarán... Mis compañeros... Ella ya estará junto a
su esposo..., pero no será aceptada... Ya no somos
humanos...
Y prosiguió avanzando con sus monstruosas manos
extendidas…
31. 510
Las cabezas humanas penetraron en la cabaña como si fueran
proyectiles lanzados con las manos. Eran proyectiles
sanguinolentos, con los ojos abiertos y las mandíbulas caídas,
mostrando sus hileras de dientes como prestos a hacer presa
en algo o en alguien.
Aquello parecía una alucinación.
Las cabezas cortadas iban de un lado a otro y varios fueron
los jóvenes que resultaron golpeados por las diabólicas
cabezas que volaban sin orden. Se producían horrorosos
chasquidos de huesos que helaban la sangre, era como si un
vendaval las moviera.
Rompían todo contra lo que chocaban, había que protegerse
con brazos y manos para evitar ser golpeados mortalmente
por aquellas cabezas que eran como proyectiles.
Tres cabezas cayeron en medio del fuego que crepitaba y
quedaron quietas sobre los troncos que ardían.
Los cabellos se inflamaron. Resultaba dantesco presenciar el
achicharramiento de las cabezas cortadas, que comenzaron a
ennegrecer. Los ojos reventaban mientras por boca, nariz y
orejas escapaban humores de repugnante y estremecedora
visión…