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LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA MORAL
1.- Introducción
Haciendo una lectura crítica y objetiva de la sociedad occidental podemos
afirmar sin titubeos que ella esta sumergida en una crisis de moralidad. Crisis
caracterizada por la caída de los valores tradicionalmente compartidos por
todos, por la ausencia en las personas de una percepción clara de su jerarquía,
por la pérdida de evidencias éticas comunes. Esto es visible para todos como el
efecto de un cataclismo que ha destruido el conocimiento y las adquisiciones
éticas acumuladas a lo largo de los siglos. No existe más esa sociedad cristiana
sostenida y guiada por los valores evangélicos, esa sociedad que presentaba a
sus miembros, desde su infancia, una ética y moralidad clara a seguir. Esta es
la sociedad en la que todos nosotros estamos y a la cual somos enviados como
misioneros. Además, la mayoría de ustedes, de manera particular, hermanos
jóvenes en formación, han sido educados en esta sociedad en crisis. Es verdad
que algunos de ustedes provienen de otras culturas, del Asia o del África, a
pesar de ello, no creo equivocarme al afirmar que también estas sociedades
viven una crisis profunda de valores y de principios morales.
Ante esta realidad, es importante que asumamos el reto de la formación de la
conciencia moral, comenzando por la propia, dado que, aún nosotros hemos
crecido en medio de este cataclismo de valores. De hecho, la conciencia y la
necesidad de su maduración son temas que se repiten incesantemente en todo
discurso formativo. Todos somos conscientes de que solo las conciencias
maduras pueden discernir el bien que se puede hacer en un contexto
determinado, como el nuestro, por ejemplo, marcado por la complejidad, por
los procesos de globalización y por un cambio acelerado, o cambio de época.
Solo las consciencias maduras podrán ser capaces de discernir los signos de los
tiempos y llevar hacia adelante esta sociedad en crisis.
La educación de la conciencia moral es una responsabilidad personal de cada
uno, pero al mismo tiempo una corresponsabilidad compartida por todos,
especialmente por aquellos que, dentro de la comunidad cristiana, están
llamados a realizar un ministerio específico, llamados a ser pastores, guías,
ministros, misioneros.
Esta corresponsabilidad es aún más urgente en nuestro contexto, donde graves
episodios de incoherencia moral de sacerdotes y religiosos, enfatizados por los
medios de comunicación, están planteando considerables dificultades a la
propia credibilidad de la Iglesia. (Ej. El lamento de un obispo, en Burundi ante
las faltas repetitivas de su sacerdote; la respuesta de mi hermano Xaveriano
ante la evidencia de su falta moral)
Démonos cuenta del contexto en el que vivimos y debemos ejercer nuestro ser
misioneros; la Iglesia desde años atrás lo viene denunciando y lanzando
exhortaciones a trabajar en esta formación de la conciencia moral. Ya lo decía
San Juan Pablo II: “En primer lugar es necesario tener claro lo generalizada y
profunda que es la crisis moral de nuestra sociedad: no comporta sólo la
pérdida de la fe o su falta de relevancia para la vida, sino también y
necesariamente una decadencia u oscurecimiento del sentido moral ...”
(Veritatis splendor 106). El magisterio del Papa Francisco también está lleno de
estos llamados a la recuperación de la moralidad en las relaciones sociales,
políticas, económicas; en la ecología, en la justica, en fin, en las relaciones
humanas, basta recordar el segundo y cuarto capítulo de la Evangelii Gaudium,
así como sus encíclicas sociales “Laudato sii y Fratelli Tutti”, siempre insistiendo
sobre las repercusiones dramáticas de esta crisis de valores en el mundo actual.
Nuestra congregación también lo ha señalado y nos ha invitado a retomar en
nuestra formación este importante tema (Cfr. Carta de P. Fernando García, 20
agosto 2019).
2.- Aclarando conceptos
¿Qué entendemos por conciencia? Me llama la atención esta definición de
Newman: “La conciencia «es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá
de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza [...]
La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza
como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos
gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo» (Juan
Enrique Newman, Carta al duque de Norfolk, 5). Me gusta la afirmación porque
insiste en la presencia de un Dios que con su Espíritu nos guía y eso es
profético en una sociedad como la nuestra en la que el hombre se obstina a
querer vivir por propia cuenta. No podemos madurar en nuestra consciencia sin
darle nuevamente a Dios su lugar en nuestra vida. Además, habla de
responsabilidad y deber, aquí es donde entra la cuestión de una formación
necesaria para hacer nuestra consciencia moral aún más operativa, eficaz e
instrumento útil en nuestra santificación. La conciencia moral es el resultado de
un largo y complejo proceso de maduración de la persona: se estructura
paulatina y progresivamente, a veces no sin bloqueos o fijaciones, a partir de
experiencias vividas, de dinámicas sufridas y decisiones tomadas
conscientemente durante todo el período de existencia.
Hablar de conciencia no significa inmediatamente referirse a la moralidad o un
código sobre el cual evaluar la validez de las decisiones y acciones de uno;
antes que nada, hay que reconocer ese “dinamismo interno”, habitado por Dios
y por nuestra historia, costumbres, tradiciones, educación, etc. Cada sujeto está
movido por un “dinamismo concienzudo” compuesto de experiencia,
inteligencia, juicio y decisión, que le revela al sujeto diferentes tipos de
presencia de sí mismo en el mundo.
En esta lógica de cosas, formar significa ir a incidir en ese dinamismo de
conciencia para que las personas sean cada vez más capaces de prestar
atención, de comprender, de juzgar, de elegir sus operaciones de conciencia y
así ser capaces de vivir su propio tiempo. Hay que prestar atención a la esfera
de la interioridad, es decir, a ese lugar en el que el sujeto elabora el significado,
auto apropiándose no solo del conjunto de intuiciones o de las operaciones de
la conciencia ... sino del conjunto de las operaciones de su propia estructura
trascendental, de su propia historicidad y diferenciación. Esta tarea es continua,
como bien nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La educación de la
conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al
niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia
moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo,
del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los
movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas.
La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del
corazón.” (n. 1784).
La acción formativa tiene, por tanto, la tarea no sólo de ayudar a la persona a
conocerse a sí misma (conocimiento de sí), sino también a apropiarse de sí
misma (capacidad de decidir en coherencia con sí mismo). Se trata de ayudar a
la persona a tomar conciencia de cuál es el horizonte desde el que se interpreta
a sí mismo y su comportamiento. ¿Cómo ves tu vida en relación con la realidad
que te rodea y los significados que están en juego? ¿Con qué criterio de
actuación afrontas la realidad para afirmar tu identidad? ¿Cómo eres fiel a tu
camino personal y tus valores y cómo juegas tu libertad en términos de
originalidad, rechazando la aprobación o transgresión de conveniencia?
La educación moral de la persona, consistente en la formación de la conciencia
y las virtudes, hace responsable a la persona, capacitándola para discernir el
bien y el mal y fortaleciéndola para hacer el bien y evitar el mal. Esto parece
decisivo ante la emergencia educativa actual por la desorientación y la
fragilidad moral reinante, la incapacidad de las personas (especialmente de los
jóvenes) para reconocer el bien y perseguirlo.
3.- Formar nuestra conciencia moral a imagen de Cristo
Quisiera empezar este apartado con una pregunta ¿qué camino debe tomar la
comunidad cristiana para devolverle sentido a la formación de la conciencia
moral hoy? Pudiéramos caer en la superficialidad de pensar que la formación de
la conciencia es una cuestión de programas y herramientas pedagógicas y
pastorales, estudios psicológicos o terapias de acompañamiento que pudieran
llevarnos a una refundación de la teoría moral cristiana o en un estudio de
casuística para los problemas éticos de hoy. No es eso, la verdadera cuestión
que nos tenemos que hacer es la siguiente: ¿cómo el creyente, la iglesia misma
como cuerpo de Cristo, vive en conformidad con la persona de Cristo, el
hombre pleno? ¿Qué podemos hacer para que el hombre de hoy pueda
conformarse a Jesús, es decir, que Cristo sea formado en él? (cf. Ga 4,19).
Recordemos nuestro origen: somos seres formados a imagen del Dios trinitario
(cf. Gn 1, 26). Es a partir de esta identidad recuperada que podemos situar la
educación de la conciencia moral, el punto de partida es la auto comunicación
amorosa del Padre a través del Espíritu en su Hijo, mediante la cual el hombre
se involucra en un camino que lo lleva a una progresión divinizadora por medio
de Jesucristo. De hecho, el modo de ser de Dios es esencialmente amor, que es
también la única categoría ontológica y axiológica que lo determina éticamente.
De esta manera, el hombre al ser creado a su imagen y semejanza, se define
ontológicamente por el amor (Gn 1, 26-27), es decir, creado para participar y
comunicarse en la vida trinitaria y personal de Dios amor.
Nuestra acción moral surge y es expresión de esta dimensión ontológica de la
conciencia moral trinitaria; es por lo tanto un proyectarse y meterse en
continua relación, caracterizada por la reciprocidad, la apertura y aceptación del
otro, en una palabra, en nuestra opción de amor. Muchas veces consideramos o
calificamos la moralidad en cuanto al cumplimiento de normas o leyes
establecidas, en esta lógica trinitaria, el criterio de juicio es otro, es nuestra
capacidad de entrar en relación y de vivir bajo la gracia de la Trinidad que nos
invita a amar y hacer del amor nuestra propia identidad. Concretamente, entrar
en esta conciencia trinitaria nos exige tres movimientos: “el des-centrarme”,
como acto de identificación y puesta de atención sobre el otro; “el con-
centrarme” como capacidad de asumir tareas comunes y participar en ellas,
como miembros que se reconocen vivos, activos, parte de una comunidad; y
“el en-contrarse” como compromiso de unidad, más allá de las diferencias de
condiciones y/o posiciones individuales.
Y todo ello con una sola finalidad: “Para que Cristo sea formado en nosotros”
(cf. Gá 4,19). El dinamismo trinitario del Ágape se revela a la conciencia en su
plenitud total en el misterio pascual de Jesucristo. Para ello el creyente se
inserta en el ritmo de la vida trinitaria a través del misterio de la muerte y
resurrección de Jesús. En este sentido, la conciencia es el lugar donde el
hombre se entiende a sí mismo como un don de Dios en Cristo. De ello se
desprende que el juicio moral del cristiano está llamado a ser un juicio de valor
sobre la capacidad de vivir la propia vocación en Cristo y a evaluar si las
elecciones morales concretas que realiza son una expresión de su ser una
nueva persona en Cristo. En definitiva, no se accede a la formación de una
conciencia unitaria que tenga el criterio objetivo de su acción moral sino es en
el seguimiento y en la pasión mesiánica de Jesús.
En esta dirección, la educación de la conciencia moral cristiana se logra no solo
a través de una instrucción "sobre los valores éticos en sí mismos", sino
también, y sobre todo, introduciendo a la persona "en la correspondiente
experiencia salvífica vivida en su relación con Cristo”.
La acción de formar nuestra conciencia moral tiene en Cristo su verdadera
realización profunda y su finalidad última; en la medida que logro conformarme
en Cristo, mi conciencia adquiere esos valores y esas virtudes que me ayudaran
a saber siempre elegir el bien y vencer al mal.
4.- Algunos consejos prácticos
Quisiera concluir este tema con algunos consejos prácticos, cinco pensamientos
que nos ayuden en concreto a formar nuestra conciencia moral.
a. De los contenidos aprendidos al proceso de aprendizaje
Como lo hemos dicho anteriormente, y citando al Catecismo de la Iglesia
Católica, la formación de la conciencia moral no se da de un solo golpe, es algo
que te compromete toda la vida. Una de las piedras angulares en este proceso
es la capacidad de aprender continuamente, durante toda la existencia. Formar
la conciencia moral, por tanto, no es solo aprender contenidos, sino aprender a
aprender. La pregunta que nos debemos hacer continuamente no es: ¿He
cambiado como seminarista en los años de formación?, sino mas bien ¿He
crecido en mi capacidad de cambiar más y más? ¿He adquirido los mecanismos
de movimiento interno y progresivo que continuarán también en el futuro? En
otras palabras, es adquirir día a día el papel de actor principal de su propia
formación de la conciencia moral. Ante la conciencia moral, nos debemos saber
siempre actores y en acción para llevarla, en todo momento a la realización en
Cristo (conformarme en Cristo).
b. La importancia del diálogo
No hay formación sin diálogo sea personal con la misma consciencia que con el
director espiritual o formador. Un error recurrente es el hecho de jamás
“dialogar” con la propia consciencia, para ello es importante el examen de
consciencia, recurrir periódicamente a este ejercicio, pues formar también
significa ejercitar.
Además del esfuerzo personal a través del diálogo con la propia consciencia,
existe también otro diálogo que ayuda a formarla, es la apertura al “mediador”
del espíritu del Señor, como lo es el confesor, el director espiritual.
Siendo honestos con nosotros mismos, estamos condicionados siempre por una
perspectiva subjetiva desde la cual miramos e interpretamos cada área de
nuestra vida (perspectiva condicionada, por ejemplo, de una mentalidad
estrecha, un conjunto de expectativas que uno tiene de sí mismo, la idea que
tenemos de una vida pacífica, o de problemas, o de la misma vocación ...). A
veces este subjetivismo nos impide ser coherentes y por lo tanto bloquea una
formación profunda de nuestra conciencia. A raíz de lo tácito, del silencio, de no
dialogar, corremos el riesgo de encharcarnos en problemas contingentes sin
poder encontrar la clave del problema y / o perder la capacidad de enfrentarse
a uno mismo. Es importante pues el diálogo, decimos en México, dos cabezas
piensan más que una. No pretendas formar tu conciencia a partir de ti mismo y
nada más en ti mismo.
c. La prueba (verificar)
La conciencia moral evoluciona en la medida en que nos entregamos, nos
comprometemos, pero también nos confrontamos o nos dejamos confrontar.
Ante la enseñanza recibida, la espiritualidad adquirida en nuestra formación es
importante verificarnos en términos de estabilidad, perseverancia, coherencia y
apego a la realidad. Entendiendo esta verificación en un contexto de
estimulación empática, debemos saber acoger reproches y correcciones (por
ejemplo: realizadas por el formador tras reflexionar sobre actitudes o
comportamientos nuestros o realizadas en un ambiente constructivo de
corrección fraterna): serán recibidos como un estímulo contra el fatalismo y la
resignación, como un estímulo al realismo y saber cómo soportar las
consecuencias de las propias decisiones.
No tengamos miedos o bloqueos ante la posibilidad de verificar nuestros actos y
actitudes; nuestra conciencia moral también puede ser formada por el fuego de
la corrección fraterna, de la guía amorosa y empática, reveladora y veraz de la
persona que nos acompaña en nuestro interior.
d. La vida comunitaria
Entre los recursos que tenemos para formar nuestra conciencia está la vida
comunitaria; este confrontarse para poder objetivarse también se hace en la
comunidad. Es verdad que la vida comunitaria puede generar gente
“invertebrada” en su conciencia, gente que se refugia en la protección y
seguridad que da la comunidad para nunca ejercer su obligación a discernir; es
verdad también que, la abundancia de reglas y estructuras puede generar
gente “independentista” que siempre anda buscando como saltar las normas.
Las personas que caen en esta visión atrofiada de la comunidad mañana serán
personas con una conciencia muy “liquida” o muy “rígida”.
Un criterio válido de discernimiento es ver cómo reacciona el individuo aquí y
ahora ante los estímulos de una casa de formación, de una comunidad. Si la
vida comunitaria es pensada y vivida adecuadamente, ella dará ese mínimo de
seguridad que permite que los “frágiles” crezcan en consistencia y los “rígidos”
en flexibilidad. Es cierto que, para formar una buena conciencia, los miembros
de una comunidad deben contar con tiempos adecuados de autodeterminación,
para que puedan intentar darse prioridades, organizarse y elegir. En todo caso,
la forma de reaccionar de cada quien ante los estímulos que ofrece una
comunidad es una experiencia que debe llevarse al ámbito de la dirección
espiritual y dialogarse en la misma comunidad.
e. La experiencia pastoral
Con el objetivo de estructurar la conciencia moral, el servicio pastoral es
también un recurso eficaz a condición, sin embargo, de que no se reduzca al
experiencialismo, pequeñas experiencias insignificantes. Es deseable para un
hermano que tenga la oportunidad de experimentarse a sí mismo a largo plazo,
en duración y continuidad. De hecho, es al permanecer en una situación que la
conciencia adquiere las dotes para elegir y decidir qué hacer por el bien del otro
y de toda la comunidad. Todo esto es formativo si, además, el formando está
adecuadamente acompañado y evaluado, porque es solo en una experiencia
reelaborada, junto con los formadores y dentro de un contexto comunitario de
referencia, que se logra estructurar la conciencia en el tiempo.
5.- Conclusión
Hermanos “es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír
y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más
necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda
reflexión, examen o interiorización” (CIC 1779): dejémonos animar por aquellas
palabras del filósofo y santo: «Retorna a tu conciencia, interrógala. [...]
Retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al testigo, Dios»
(San Agustín, In epistulam Ioannis ad Parthos tractatus 8, 9).

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  • 1. LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA MORAL 1.- Introducción Haciendo una lectura crítica y objetiva de la sociedad occidental podemos afirmar sin titubeos que ella esta sumergida en una crisis de moralidad. Crisis caracterizada por la caída de los valores tradicionalmente compartidos por todos, por la ausencia en las personas de una percepción clara de su jerarquía, por la pérdida de evidencias éticas comunes. Esto es visible para todos como el efecto de un cataclismo que ha destruido el conocimiento y las adquisiciones éticas acumuladas a lo largo de los siglos. No existe más esa sociedad cristiana sostenida y guiada por los valores evangélicos, esa sociedad que presentaba a sus miembros, desde su infancia, una ética y moralidad clara a seguir. Esta es la sociedad en la que todos nosotros estamos y a la cual somos enviados como misioneros. Además, la mayoría de ustedes, de manera particular, hermanos jóvenes en formación, han sido educados en esta sociedad en crisis. Es verdad que algunos de ustedes provienen de otras culturas, del Asia o del África, a pesar de ello, no creo equivocarme al afirmar que también estas sociedades viven una crisis profunda de valores y de principios morales. Ante esta realidad, es importante que asumamos el reto de la formación de la conciencia moral, comenzando por la propia, dado que, aún nosotros hemos crecido en medio de este cataclismo de valores. De hecho, la conciencia y la necesidad de su maduración son temas que se repiten incesantemente en todo discurso formativo. Todos somos conscientes de que solo las conciencias maduras pueden discernir el bien que se puede hacer en un contexto determinado, como el nuestro, por ejemplo, marcado por la complejidad, por los procesos de globalización y por un cambio acelerado, o cambio de época. Solo las consciencias maduras podrán ser capaces de discernir los signos de los tiempos y llevar hacia adelante esta sociedad en crisis. La educación de la conciencia moral es una responsabilidad personal de cada uno, pero al mismo tiempo una corresponsabilidad compartida por todos, especialmente por aquellos que, dentro de la comunidad cristiana, están llamados a realizar un ministerio específico, llamados a ser pastores, guías, ministros, misioneros. Esta corresponsabilidad es aún más urgente en nuestro contexto, donde graves episodios de incoherencia moral de sacerdotes y religiosos, enfatizados por los medios de comunicación, están planteando considerables dificultades a la propia credibilidad de la Iglesia. (Ej. El lamento de un obispo, en Burundi ante las faltas repetitivas de su sacerdote; la respuesta de mi hermano Xaveriano ante la evidencia de su falta moral) Démonos cuenta del contexto en el que vivimos y debemos ejercer nuestro ser misioneros; la Iglesia desde años atrás lo viene denunciando y lanzando
  • 2. exhortaciones a trabajar en esta formación de la conciencia moral. Ya lo decía San Juan Pablo II: “En primer lugar es necesario tener claro lo generalizada y profunda que es la crisis moral de nuestra sociedad: no comporta sólo la pérdida de la fe o su falta de relevancia para la vida, sino también y necesariamente una decadencia u oscurecimiento del sentido moral ...” (Veritatis splendor 106). El magisterio del Papa Francisco también está lleno de estos llamados a la recuperación de la moralidad en las relaciones sociales, políticas, económicas; en la ecología, en la justica, en fin, en las relaciones humanas, basta recordar el segundo y cuarto capítulo de la Evangelii Gaudium, así como sus encíclicas sociales “Laudato sii y Fratelli Tutti”, siempre insistiendo sobre las repercusiones dramáticas de esta crisis de valores en el mundo actual. Nuestra congregación también lo ha señalado y nos ha invitado a retomar en nuestra formación este importante tema (Cfr. Carta de P. Fernando García, 20 agosto 2019). 2.- Aclarando conceptos ¿Qué entendemos por conciencia? Me llama la atención esta definición de Newman: “La conciencia «es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza [...] La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo» (Juan Enrique Newman, Carta al duque de Norfolk, 5). Me gusta la afirmación porque insiste en la presencia de un Dios que con su Espíritu nos guía y eso es profético en una sociedad como la nuestra en la que el hombre se obstina a querer vivir por propia cuenta. No podemos madurar en nuestra consciencia sin darle nuevamente a Dios su lugar en nuestra vida. Además, habla de responsabilidad y deber, aquí es donde entra la cuestión de una formación necesaria para hacer nuestra consciencia moral aún más operativa, eficaz e instrumento útil en nuestra santificación. La conciencia moral es el resultado de un largo y complejo proceso de maduración de la persona: se estructura paulatina y progresivamente, a veces no sin bloqueos o fijaciones, a partir de experiencias vividas, de dinámicas sufridas y decisiones tomadas conscientemente durante todo el período de existencia. Hablar de conciencia no significa inmediatamente referirse a la moralidad o un código sobre el cual evaluar la validez de las decisiones y acciones de uno; antes que nada, hay que reconocer ese “dinamismo interno”, habitado por Dios y por nuestra historia, costumbres, tradiciones, educación, etc. Cada sujeto está movido por un “dinamismo concienzudo” compuesto de experiencia, inteligencia, juicio y decisión, que le revela al sujeto diferentes tipos de presencia de sí mismo en el mundo. En esta lógica de cosas, formar significa ir a incidir en ese dinamismo de conciencia para que las personas sean cada vez más capaces de prestar
  • 3. atención, de comprender, de juzgar, de elegir sus operaciones de conciencia y así ser capaces de vivir su propio tiempo. Hay que prestar atención a la esfera de la interioridad, es decir, a ese lugar en el que el sujeto elabora el significado, auto apropiándose no solo del conjunto de intuiciones o de las operaciones de la conciencia ... sino del conjunto de las operaciones de su propia estructura trascendental, de su propia historicidad y diferenciación. Esta tarea es continua, como bien nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.” (n. 1784). La acción formativa tiene, por tanto, la tarea no sólo de ayudar a la persona a conocerse a sí misma (conocimiento de sí), sino también a apropiarse de sí misma (capacidad de decidir en coherencia con sí mismo). Se trata de ayudar a la persona a tomar conciencia de cuál es el horizonte desde el que se interpreta a sí mismo y su comportamiento. ¿Cómo ves tu vida en relación con la realidad que te rodea y los significados que están en juego? ¿Con qué criterio de actuación afrontas la realidad para afirmar tu identidad? ¿Cómo eres fiel a tu camino personal y tus valores y cómo juegas tu libertad en términos de originalidad, rechazando la aprobación o transgresión de conveniencia? La educación moral de la persona, consistente en la formación de la conciencia y las virtudes, hace responsable a la persona, capacitándola para discernir el bien y el mal y fortaleciéndola para hacer el bien y evitar el mal. Esto parece decisivo ante la emergencia educativa actual por la desorientación y la fragilidad moral reinante, la incapacidad de las personas (especialmente de los jóvenes) para reconocer el bien y perseguirlo. 3.- Formar nuestra conciencia moral a imagen de Cristo Quisiera empezar este apartado con una pregunta ¿qué camino debe tomar la comunidad cristiana para devolverle sentido a la formación de la conciencia moral hoy? Pudiéramos caer en la superficialidad de pensar que la formación de la conciencia es una cuestión de programas y herramientas pedagógicas y pastorales, estudios psicológicos o terapias de acompañamiento que pudieran llevarnos a una refundación de la teoría moral cristiana o en un estudio de casuística para los problemas éticos de hoy. No es eso, la verdadera cuestión que nos tenemos que hacer es la siguiente: ¿cómo el creyente, la iglesia misma como cuerpo de Cristo, vive en conformidad con la persona de Cristo, el hombre pleno? ¿Qué podemos hacer para que el hombre de hoy pueda conformarse a Jesús, es decir, que Cristo sea formado en él? (cf. Ga 4,19).
  • 4. Recordemos nuestro origen: somos seres formados a imagen del Dios trinitario (cf. Gn 1, 26). Es a partir de esta identidad recuperada que podemos situar la educación de la conciencia moral, el punto de partida es la auto comunicación amorosa del Padre a través del Espíritu en su Hijo, mediante la cual el hombre se involucra en un camino que lo lleva a una progresión divinizadora por medio de Jesucristo. De hecho, el modo de ser de Dios es esencialmente amor, que es también la única categoría ontológica y axiológica que lo determina éticamente. De esta manera, el hombre al ser creado a su imagen y semejanza, se define ontológicamente por el amor (Gn 1, 26-27), es decir, creado para participar y comunicarse en la vida trinitaria y personal de Dios amor. Nuestra acción moral surge y es expresión de esta dimensión ontológica de la conciencia moral trinitaria; es por lo tanto un proyectarse y meterse en continua relación, caracterizada por la reciprocidad, la apertura y aceptación del otro, en una palabra, en nuestra opción de amor. Muchas veces consideramos o calificamos la moralidad en cuanto al cumplimiento de normas o leyes establecidas, en esta lógica trinitaria, el criterio de juicio es otro, es nuestra capacidad de entrar en relación y de vivir bajo la gracia de la Trinidad que nos invita a amar y hacer del amor nuestra propia identidad. Concretamente, entrar en esta conciencia trinitaria nos exige tres movimientos: “el des-centrarme”, como acto de identificación y puesta de atención sobre el otro; “el con- centrarme” como capacidad de asumir tareas comunes y participar en ellas, como miembros que se reconocen vivos, activos, parte de una comunidad; y “el en-contrarse” como compromiso de unidad, más allá de las diferencias de condiciones y/o posiciones individuales. Y todo ello con una sola finalidad: “Para que Cristo sea formado en nosotros” (cf. Gá 4,19). El dinamismo trinitario del Ágape se revela a la conciencia en su plenitud total en el misterio pascual de Jesucristo. Para ello el creyente se inserta en el ritmo de la vida trinitaria a través del misterio de la muerte y resurrección de Jesús. En este sentido, la conciencia es el lugar donde el hombre se entiende a sí mismo como un don de Dios en Cristo. De ello se desprende que el juicio moral del cristiano está llamado a ser un juicio de valor sobre la capacidad de vivir la propia vocación en Cristo y a evaluar si las elecciones morales concretas que realiza son una expresión de su ser una nueva persona en Cristo. En definitiva, no se accede a la formación de una conciencia unitaria que tenga el criterio objetivo de su acción moral sino es en el seguimiento y en la pasión mesiánica de Jesús. En esta dirección, la educación de la conciencia moral cristiana se logra no solo a través de una instrucción "sobre los valores éticos en sí mismos", sino también, y sobre todo, introduciendo a la persona "en la correspondiente experiencia salvífica vivida en su relación con Cristo”. La acción de formar nuestra conciencia moral tiene en Cristo su verdadera realización profunda y su finalidad última; en la medida que logro conformarme
  • 5. en Cristo, mi conciencia adquiere esos valores y esas virtudes que me ayudaran a saber siempre elegir el bien y vencer al mal. 4.- Algunos consejos prácticos Quisiera concluir este tema con algunos consejos prácticos, cinco pensamientos que nos ayuden en concreto a formar nuestra conciencia moral. a. De los contenidos aprendidos al proceso de aprendizaje Como lo hemos dicho anteriormente, y citando al Catecismo de la Iglesia Católica, la formación de la conciencia moral no se da de un solo golpe, es algo que te compromete toda la vida. Una de las piedras angulares en este proceso es la capacidad de aprender continuamente, durante toda la existencia. Formar la conciencia moral, por tanto, no es solo aprender contenidos, sino aprender a aprender. La pregunta que nos debemos hacer continuamente no es: ¿He cambiado como seminarista en los años de formación?, sino mas bien ¿He crecido en mi capacidad de cambiar más y más? ¿He adquirido los mecanismos de movimiento interno y progresivo que continuarán también en el futuro? En otras palabras, es adquirir día a día el papel de actor principal de su propia formación de la conciencia moral. Ante la conciencia moral, nos debemos saber siempre actores y en acción para llevarla, en todo momento a la realización en Cristo (conformarme en Cristo). b. La importancia del diálogo No hay formación sin diálogo sea personal con la misma consciencia que con el director espiritual o formador. Un error recurrente es el hecho de jamás “dialogar” con la propia consciencia, para ello es importante el examen de consciencia, recurrir periódicamente a este ejercicio, pues formar también significa ejercitar. Además del esfuerzo personal a través del diálogo con la propia consciencia, existe también otro diálogo que ayuda a formarla, es la apertura al “mediador” del espíritu del Señor, como lo es el confesor, el director espiritual. Siendo honestos con nosotros mismos, estamos condicionados siempre por una perspectiva subjetiva desde la cual miramos e interpretamos cada área de nuestra vida (perspectiva condicionada, por ejemplo, de una mentalidad estrecha, un conjunto de expectativas que uno tiene de sí mismo, la idea que tenemos de una vida pacífica, o de problemas, o de la misma vocación ...). A veces este subjetivismo nos impide ser coherentes y por lo tanto bloquea una formación profunda de nuestra conciencia. A raíz de lo tácito, del silencio, de no dialogar, corremos el riesgo de encharcarnos en problemas contingentes sin poder encontrar la clave del problema y / o perder la capacidad de enfrentarse a uno mismo. Es importante pues el diálogo, decimos en México, dos cabezas piensan más que una. No pretendas formar tu conciencia a partir de ti mismo y nada más en ti mismo.
  • 6. c. La prueba (verificar) La conciencia moral evoluciona en la medida en que nos entregamos, nos comprometemos, pero también nos confrontamos o nos dejamos confrontar. Ante la enseñanza recibida, la espiritualidad adquirida en nuestra formación es importante verificarnos en términos de estabilidad, perseverancia, coherencia y apego a la realidad. Entendiendo esta verificación en un contexto de estimulación empática, debemos saber acoger reproches y correcciones (por ejemplo: realizadas por el formador tras reflexionar sobre actitudes o comportamientos nuestros o realizadas en un ambiente constructivo de corrección fraterna): serán recibidos como un estímulo contra el fatalismo y la resignación, como un estímulo al realismo y saber cómo soportar las consecuencias de las propias decisiones. No tengamos miedos o bloqueos ante la posibilidad de verificar nuestros actos y actitudes; nuestra conciencia moral también puede ser formada por el fuego de la corrección fraterna, de la guía amorosa y empática, reveladora y veraz de la persona que nos acompaña en nuestro interior. d. La vida comunitaria Entre los recursos que tenemos para formar nuestra conciencia está la vida comunitaria; este confrontarse para poder objetivarse también se hace en la comunidad. Es verdad que la vida comunitaria puede generar gente “invertebrada” en su conciencia, gente que se refugia en la protección y seguridad que da la comunidad para nunca ejercer su obligación a discernir; es verdad también que, la abundancia de reglas y estructuras puede generar gente “independentista” que siempre anda buscando como saltar las normas. Las personas que caen en esta visión atrofiada de la comunidad mañana serán personas con una conciencia muy “liquida” o muy “rígida”. Un criterio válido de discernimiento es ver cómo reacciona el individuo aquí y ahora ante los estímulos de una casa de formación, de una comunidad. Si la vida comunitaria es pensada y vivida adecuadamente, ella dará ese mínimo de seguridad que permite que los “frágiles” crezcan en consistencia y los “rígidos” en flexibilidad. Es cierto que, para formar una buena conciencia, los miembros de una comunidad deben contar con tiempos adecuados de autodeterminación, para que puedan intentar darse prioridades, organizarse y elegir. En todo caso, la forma de reaccionar de cada quien ante los estímulos que ofrece una comunidad es una experiencia que debe llevarse al ámbito de la dirección espiritual y dialogarse en la misma comunidad. e. La experiencia pastoral Con el objetivo de estructurar la conciencia moral, el servicio pastoral es también un recurso eficaz a condición, sin embargo, de que no se reduzca al experiencialismo, pequeñas experiencias insignificantes. Es deseable para un hermano que tenga la oportunidad de experimentarse a sí mismo a largo plazo,
  • 7. en duración y continuidad. De hecho, es al permanecer en una situación que la conciencia adquiere las dotes para elegir y decidir qué hacer por el bien del otro y de toda la comunidad. Todo esto es formativo si, además, el formando está adecuadamente acompañado y evaluado, porque es solo en una experiencia reelaborada, junto con los formadores y dentro de un contexto comunitario de referencia, que se logra estructurar la conciencia en el tiempo. 5.- Conclusión Hermanos “es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización” (CIC 1779): dejémonos animar por aquellas palabras del filósofo y santo: «Retorna a tu conciencia, interrógala. [...] Retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al testigo, Dios» (San Agustín, In epistulam Ioannis ad Parthos tractatus 8, 9).