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ASOCIACIÓN DE PROFESIONALES SANITARIOS CRISTIANOS




           DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO PROMOVIDO POR EL
CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS AGENTES SANITARIOS (PARA
               LA PASTORAL DE LA SALUD)


               Aula Pablo VI, sábado 17 de noviembre de 2012


¡Señores Cardenales, venerados Hermanos en el Episcopado y en el
Sacerdocio, amados hermanos y hermanas!

¡Os doy mi calurosa bienvenida! Agradezco al Presidente del Consejo
Pontificio para los Agentes Sanitarios, Mons. Zygmunt Zimowski, sus
corteses palabras; saludo a los ilustres relatores y a todos los presentes. El
tema de vuestra Conferencia – «El Hospital, lugar de evangelización: misión
humana y espiritual» - me ofrece la ocasión de extender mi saludo a todos los
agentes sanitarios, en particular a los miembros de la Asociación de Médicos
Católicos Italianos y de la Federación Europea de Asociaciones Médicas
Católicas, que, en la Universidad del Sagrado Corazón de Roma, han
reflexionado sobre el tema «Bioética y Europa cristiana». Saludo además a los
enfermos aquí presentes, a sus familiares, a los capellanes y voluntarios, a los
miembros de asociaciones, en particular de la UNITALSI, a los estudiantes
de las Facultades de Medicina y Cirugía y de los Cursos de doctorado de las
Profesiones Sanitarias.

La Iglesia se dirige siempre con el mismo ánimo de compartirlo
fraternalmente, a cuantos viven la experiencia del dolor, animada por el
Espíritu de Aquel que, con la potencia del amor, volvió a dar sentido y
dignidad al misterio del sufrimiento. A estas personas el Concilio Vaticano II
les dijo: no sois «ni abandonados ni inútiles», porque, unidos a la Cruz de
Cristo, contribuís a su obra salvífica (cfr. Mensaje a los pobres, a los enfermos
y a cuantos sufren, 8 de diciembre de 1965). Y con los mismos acentos de
esperanza, la Iglesia hace un llamamiento también a los profesionales y a los
voluntarios de la sanidad. Es, la vuestra, una vocación especial, que exige
estudio, sensibilidad y experiencia. Con todo, a quien elige trabajar en el
mundo del sufrimiento viviendo su propia actividad como una «misión
humana y espiritual» se le exige una ulterior competencia, que va más allá de
los títulos académicos. Se trata de la «ciencia cristiana del sufrimiento»,
señalada explícitamente por el Concilio como «la única verdad capaz de
responder al misterio del sufrimiento» y de aportar a quien está padeciendo la
enfermedad «un alivio sin falsas esperanzas»: «No está en nuestro poder –dice
el Concilio- procuraros la salud corporal, ni la disminución de vuestros
dolores físicos… Tenemos no obstante algo más valioso y más profundo que
daros… Cristo no suprimió el sufrimiento; no quiso siquiera desvelarnos del
todo su misterio: lo cargó sobre sí, y esto basta para que comprendamos todo
su valor» (ibid.). De esta «ciencia cristiana del sufrimiento» ¡sed expertos
cualificados! El hecho de que seáis católicos, sin temor, os da una mayor
responsabilidad en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia: se trata de una
verdadera vocación, como recientemente ha sido testimoniado por figuras
ejemplares como las de San José Moscati, San Ricardo Pampuri, Santa Juana
Beretta Molla, Santa Ana Schäffer y el Siervo de Dios Jerónimo Lejeune.

Es éste un compromiso de nueva evangelización también en tiempos de crisis
económica, que retrae recursos al cuidado de la salud. Precisamente en ese
contexto, hospitales y estructuras asistenciales deben reconsiderar su propio
papel para evitar que la salud, en lugar de un bien universal que asegurar y
defender, se convierta en una simple «mercancía» sometida a las leyes del
mercado, en consecuencia un bien reservado a unos pocos. No puede olvidarse
nunca la especial atención debida a la dignidad de la persona que sufre,
aplicando también en el ámbito de las políticas sanitarias el principio de
subsidiariedad y el de solidaridad (cfr. Enc. Caritas in veritate, 58). Hoy, si
por un lado, con motivo de los avances en el campo técnico-científico, crece la
capacidad de curar físicamente a quien está enfermo, por otro parece irse
debilitando la capacidad de «cuidar» a la persona que sufre, considerada en su
integridad y unicidad. Parecen por tanto perderse de vista los horizontes
éticos de la ciencia médica, que corre el riesgo de olvidar que su vocación es
servir a todo hombre y a todo el hombre, en las diversas fases de su
existencia. Es deseable que el lenguaje de la «ciencia cristiana del
sufrimiento» - al cual pertenecen la compasión, la solidaridad, el compartir, la
abnegación, la gratuidad, la entrega de sí mismo- se convierta en el
vocabulario universal de cuantos trabajan en el campo de la asistencia
sanitaria. Es el lenguaje del Buen Samaritano de la parábola evangélica, que
puede ser considera –según el Beato Papa Juan Pablo II- «una de las
componentes esenciales de la cultura moral y de la civilización
universalmente humana» (Carta Ap.            Salvifici doloris, 29). En esta

                                       2
perspectiva los hospitales son considerados como lugar privilegiado de
evangelización, porque allí donde la Iglesia se hace «vehículo de la presencia
de Dios» se convierte al mismo tiempo en «instrumento para una verdadera
humanización del hombre y del mundo» (Congr. Para la Doctrina de la Fe,
Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización, 9). Sólo teniendo
bien claro que en el centro de la actividad médica y asistencial se sitúa el
bienestar del hombre en su condición más frágil e indefensa, del hombre en
busca de sentido ante el misterio insondable del dolor, se puede concebir el
hospital como «lugar en que la relación de curar no es oficio, sino misión;
donde la caridad del Buen Samaritano es la primera cátedra, y el rostro del
hombre que sufre es el Rostro del mismo Cristo» (Discurso en la Universidad
Católica del Sagrado Corazón de Roma, 3 de mayo de 2012).

Queridos amigos, esta asistencia sanadora y evangelizadora es la tarea que
os aguarda siempre. Ahora más que nunca nuestra sociedad tiene necesidad
de «buenos samaritanos» de corazón generoso y con los brazos abiertos a
todos, sabiendo que «la medida de la humanidad viene determinada
esencialmente en relación con el sufrimiento y con el que sufre» (Enc. Spe
salvi, 38). Este «ir más allá» del abordaje clínico os abre a la dimensión de la
trascendencia, hacia la cual un papel fundamental lo desarrollan los
capellanes y los auxiliares religiosos. A ellos corresponde en primer lugar, en
el heterogéneo panorama sanitario, hacer que se entrevea, también en el
misterio del sufrimiento, la gloria del Crucificado Resucitado.

Una última palabra deseo reservarla para vosotros, queridos enfermos.
Vuestro silencioso testimonio es un eficaz signo e instrumento de
evangelización para las personas que os cuidan y para vuestras familias, en
la seguridad de que «ninguna lágrima de quien sufre, ni de quien está junto a
él, se pierde ante Dios». (Angelus, 1 de febrero de 2009). Vosotros «¡sois los
hermanos del Cristo doliente; y con Él, si lo queréis, salváis al mundo!» (Conc.
Vat. II, Mensaje).

Mientras os encomiendo a todos a la Virgen María, Salus Infirmorum, para
que guíe vuestros pasos y os haga siempre testigos laboriosos e incansables
de la ciencia cristiana del sufrimiento, os imparto de corazón la Bendición
Apostólica.

Traducción: Felipe Blanco




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  • 1. ASOCIACIÓN DE PROFESIONALES SANITARIOS CRISTIANOS DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO PROMOVIDO POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS AGENTES SANITARIOS (PARA LA PASTORAL DE LA SALUD) Aula Pablo VI, sábado 17 de noviembre de 2012 ¡Señores Cardenales, venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, amados hermanos y hermanas! ¡Os doy mi calurosa bienvenida! Agradezco al Presidente del Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios, Mons. Zygmunt Zimowski, sus corteses palabras; saludo a los ilustres relatores y a todos los presentes. El tema de vuestra Conferencia – «El Hospital, lugar de evangelización: misión humana y espiritual» - me ofrece la ocasión de extender mi saludo a todos los agentes sanitarios, en particular a los miembros de la Asociación de Médicos Católicos Italianos y de la Federación Europea de Asociaciones Médicas Católicas, que, en la Universidad del Sagrado Corazón de Roma, han reflexionado sobre el tema «Bioética y Europa cristiana». Saludo además a los enfermos aquí presentes, a sus familiares, a los capellanes y voluntarios, a los miembros de asociaciones, en particular de la UNITALSI, a los estudiantes de las Facultades de Medicina y Cirugía y de los Cursos de doctorado de las Profesiones Sanitarias. La Iglesia se dirige siempre con el mismo ánimo de compartirlo fraternalmente, a cuantos viven la experiencia del dolor, animada por el Espíritu de Aquel que, con la potencia del amor, volvió a dar sentido y dignidad al misterio del sufrimiento. A estas personas el Concilio Vaticano II
  • 2. les dijo: no sois «ni abandonados ni inútiles», porque, unidos a la Cruz de Cristo, contribuís a su obra salvífica (cfr. Mensaje a los pobres, a los enfermos y a cuantos sufren, 8 de diciembre de 1965). Y con los mismos acentos de esperanza, la Iglesia hace un llamamiento también a los profesionales y a los voluntarios de la sanidad. Es, la vuestra, una vocación especial, que exige estudio, sensibilidad y experiencia. Con todo, a quien elige trabajar en el mundo del sufrimiento viviendo su propia actividad como una «misión humana y espiritual» se le exige una ulterior competencia, que va más allá de los títulos académicos. Se trata de la «ciencia cristiana del sufrimiento», señalada explícitamente por el Concilio como «la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento» y de aportar a quien está padeciendo la enfermedad «un alivio sin falsas esperanzas»: «No está en nuestro poder –dice el Concilio- procuraros la salud corporal, ni la disminución de vuestros dolores físicos… Tenemos no obstante algo más valioso y más profundo que daros… Cristo no suprimió el sufrimiento; no quiso siquiera desvelarnos del todo su misterio: lo cargó sobre sí, y esto basta para que comprendamos todo su valor» (ibid.). De esta «ciencia cristiana del sufrimiento» ¡sed expertos cualificados! El hecho de que seáis católicos, sin temor, os da una mayor responsabilidad en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia: se trata de una verdadera vocación, como recientemente ha sido testimoniado por figuras ejemplares como las de San José Moscati, San Ricardo Pampuri, Santa Juana Beretta Molla, Santa Ana Schäffer y el Siervo de Dios Jerónimo Lejeune. Es éste un compromiso de nueva evangelización también en tiempos de crisis económica, que retrae recursos al cuidado de la salud. Precisamente en ese contexto, hospitales y estructuras asistenciales deben reconsiderar su propio papel para evitar que la salud, en lugar de un bien universal que asegurar y defender, se convierta en una simple «mercancía» sometida a las leyes del mercado, en consecuencia un bien reservado a unos pocos. No puede olvidarse nunca la especial atención debida a la dignidad de la persona que sufre, aplicando también en el ámbito de las políticas sanitarias el principio de subsidiariedad y el de solidaridad (cfr. Enc. Caritas in veritate, 58). Hoy, si por un lado, con motivo de los avances en el campo técnico-científico, crece la capacidad de curar físicamente a quien está enfermo, por otro parece irse debilitando la capacidad de «cuidar» a la persona que sufre, considerada en su integridad y unicidad. Parecen por tanto perderse de vista los horizontes éticos de la ciencia médica, que corre el riesgo de olvidar que su vocación es servir a todo hombre y a todo el hombre, en las diversas fases de su existencia. Es deseable que el lenguaje de la «ciencia cristiana del sufrimiento» - al cual pertenecen la compasión, la solidaridad, el compartir, la abnegación, la gratuidad, la entrega de sí mismo- se convierta en el vocabulario universal de cuantos trabajan en el campo de la asistencia sanitaria. Es el lenguaje del Buen Samaritano de la parábola evangélica, que puede ser considera –según el Beato Papa Juan Pablo II- «una de las componentes esenciales de la cultura moral y de la civilización universalmente humana» (Carta Ap. Salvifici doloris, 29). En esta 2
  • 3. perspectiva los hospitales son considerados como lugar privilegiado de evangelización, porque allí donde la Iglesia se hace «vehículo de la presencia de Dios» se convierte al mismo tiempo en «instrumento para una verdadera humanización del hombre y del mundo» (Congr. Para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización, 9). Sólo teniendo bien claro que en el centro de la actividad médica y asistencial se sitúa el bienestar del hombre en su condición más frágil e indefensa, del hombre en busca de sentido ante el misterio insondable del dolor, se puede concebir el hospital como «lugar en que la relación de curar no es oficio, sino misión; donde la caridad del Buen Samaritano es la primera cátedra, y el rostro del hombre que sufre es el Rostro del mismo Cristo» (Discurso en la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Roma, 3 de mayo de 2012). Queridos amigos, esta asistencia sanadora y evangelizadora es la tarea que os aguarda siempre. Ahora más que nunca nuestra sociedad tiene necesidad de «buenos samaritanos» de corazón generoso y con los brazos abiertos a todos, sabiendo que «la medida de la humanidad viene determinada esencialmente en relación con el sufrimiento y con el que sufre» (Enc. Spe salvi, 38). Este «ir más allá» del abordaje clínico os abre a la dimensión de la trascendencia, hacia la cual un papel fundamental lo desarrollan los capellanes y los auxiliares religiosos. A ellos corresponde en primer lugar, en el heterogéneo panorama sanitario, hacer que se entrevea, también en el misterio del sufrimiento, la gloria del Crucificado Resucitado. Una última palabra deseo reservarla para vosotros, queridos enfermos. Vuestro silencioso testimonio es un eficaz signo e instrumento de evangelización para las personas que os cuidan y para vuestras familias, en la seguridad de que «ninguna lágrima de quien sufre, ni de quien está junto a él, se pierde ante Dios». (Angelus, 1 de febrero de 2009). Vosotros «¡sois los hermanos del Cristo doliente; y con Él, si lo queréis, salváis al mundo!» (Conc. Vat. II, Mensaje). Mientras os encomiendo a todos a la Virgen María, Salus Infirmorum, para que guíe vuestros pasos y os haga siempre testigos laboriosos e incansables de la ciencia cristiana del sufrimiento, os imparto de corazón la Bendición Apostólica. Traducción: Felipe Blanco 3