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DISCURSOS 2008

DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVIA
LOS PARTICIPANTES EN LA XIV ASAMBLEA
GENERALDE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA
VIDA
Lunes 25 de febrero de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría os saludo a todos los que participáis en el
congreso organizado por la Academia pontificia para la vida sobre
el tema: "Junto al enfermo incurable y al moribundo: orientaciones
éticas y operativas". El congreso se celebra con ocasión de la XIV
asamblea general de la Academia, cuyos miembros también se
hallan presentes en esta audiencia. Doy las gracias ante todo al
presidente, monseñor Sgreccia, por sus cordiales palabras de
saludo; asimismo, expreso mi gratitud a toda la presidencia, al
consejo directivo de la Academia pontificia, a todos los
colaboradores y a los miembros ordinarios, honorarios y
correspondientes. Dirijo un saludo cordial y agradecido a los
relatores de este importante congreso, así como a todos los
participantes, que proceden de diferentes países del mundo.
Queridos hermanos, vuestro generoso compromiso y vuestro
testimonio merecen realmente encomio.

La simple consideración de los títulos de las relaciones tenidas
durante el congreso permite percibir el amplio panorama de
vuestras reflexiones y el interés que revisten para nuestro tiempo,
especialmente en el mundo secularizado de hoy. Tratáis de
responder a los numerosos problemas planteados cada día por el
incesante progreso de las ciencias médicas, cuya actividad cuenta
cada vez más con la ayuda de instrumentos tecnológicos de
elevado nivel. Frente a todo esto, se plantea para todos, y en
especial para la Iglesia, vivificada por el Señor resucitado, el
urgente desafío de llevar al amplio horizonte de la vida humana el
esplendor de la verdad revelada y el apoyo de la esperanza.

Cuando se apaga una vida en edad avanzada, en la aurora de la
existencia terrena o en la plenitud de la edad, por causas
imprevistas, no se ha de ver en ello un simple hecho biológico que
se agota, o una biografía que se concluye, sino más bien un nuevo
nacimiento y una existencia renovada, ofrecida por el Resucitado a
quien no se ha opuesto voluntariamente a su amor.

Con la muerte se concluye la experiencia terrena, pero a través de
la muerte se abre también, para cada uno de nosotros, más allá del
tiempo, la vida plena y definitiva. El Señor de la vida está presente
al lado del enfermo como quien vive y da la vida, pues él mismo
dijo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia» (Jn 10, 10), «Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11, 25) y «Yo lo resucitaré
el último día» (Jn 6, 54). En ese momento solemne y sagrado,
todos los esfuerzos realizados en la esperanza cristiana para
mejorarnos a nosotros mismos y mejorar el mundo que se nos ha
encomendado, purificados por la Gracia, encuentran su sentido y
se enriquecen gracias al amor de Dios Creador y Padre. Cuando, en
el momento de la muerte, la relación con Dios se realiza
plenamente en el encuentro con «Aquel que no muere, que es la
Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida,
entonces "vivimos"» (Spe salvi, 27).

Para la comunidad de los creyentes, este encuentro del moribundo
con la Fuente de la vida y del amor constituye un don que tiene
valor para todos, que enriquece la comunión de todos los fieles.
Como tal, debe suscitar el interés y la participación de la
comunidad, no sólo de la familia de los parientes próximos, sino,
en la medida y en las formas posibles, de toda la comunidad que ha
estado unida a la persona que muere. Ningún creyente debería
morir en la soledad y en el abandono.

La madre Teresa de Calcuta se esforzaba de modo particular por
recoger a los pobres y a los abandonados, para que al menos en el
momento de la muerte pudieran experimentar, en el abrazo de las
hermanas y de los hermanos, el calor del Padre.

Pero la comunidad cristiana, con sus vínculos particulares de
comunión sobrenatural, no es la única que está comprometida en
acompañar y celebrar en sus miembros el misterio del dolor y de la
muerte y el alba de la nueva vida. En realidad, toda la sociedad, a
través de sus instituciones sanitarias y civiles, está llamada a
respetar la vida y la dignidad del enfermo grave y del moribundo.

Aun conscientes de que "no es la ciencia la que redime al hombre"
(Spe salvi, 26), toda la sociedad y en particular los sectores
relacionados con la ciencia médica deben expresar la solidaridad
del amor, la salvaguardia y el respeto de la vida humana en todos
los momentos de su desarrollo terreno, sobre todo cuando se
encuentra en situación de enfermedad o en su fase terminal.

Más en concreto, se trata de asegurar a toda persona que lo
necesite el apoyo necesario por medio de terapias e intervenciones
médicas adecuadas, realizadas y gestionadas según los criterios de
la proporcionalidad médica, teniendo siempre en cuenta el deber
moral de suministrar (el médico) y de acoger (el paciente) los
medios de conservación de la vida que, en la situación concreta, se
consideren "ordinarios".

Al contrario, por lo que se refiere a las terapias especialmente
arriesgadas o que prudentemente puedan considerarse
"extraordinarias", recurrir a ellas es moralmente lícito, aunque
facultativo. Además, es necesario asegurar siempre a cada persona
los cuidados necesarios y debidos, así como el apoyo a las familias
más probadas por la enfermedad de uno de sus miembros, sobre
todo si es grave o prolongada.

En el campo de la reglamentación laboral normalmente se
reconocen los derechos específicos de los familiares en el
momento de un nacimiento. Del mismo modo, y especialmente en
ciertas circunstancias, deberían reconocerse unos derechos
parecidos a los parientes próximos en el momento de la
enfermedad terminal de un familiar. Una sociedad solidaria y
humanitaria no puede menos de tener en cuenta las difíciles
condiciones de las familias que, en ocasiones durante largos
períodos, deben cargar con el peso de la asistencia a domicilio de
enfermos graves no autosuficientes. Un respeto mayor de la vida
humana individual pasa inevitablemente por la solidaridad
concreta de todos y de cada uno, constituyendo uno de los desafíos
más urgentes de nuestro tiempo.

Como recordé en la encíclica Spe salvi, «la grandeza de la
humanidad está determinada esencialmente por su relación con el
sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el
individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra
aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la
com-pasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado
también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana» (n. 38).

En una sociedad compleja, fuertemente influenciada por las
dinámicas de la productividad y por las exigencias de la economía,
las personas frágiles y las familias más pobres corren el riesgo de
no ser capaces de afrontar los momentos de dificultad económica
y/o de enfermedad. En las grandes ciudades hay cada vez más
personas ancianas y solas, incluso en los momentos de enfermedad
grave y de cercanía de la muerte. En estas situaciones es fuerte la
tentación de recurrir a la eutanasia, sobre todo cuando se insinúa
una visión utilitarista en relación con la persona. A este respecto,
aprovecho la ocasión para reafirmar, una vez más, la firme y
constante condena ética de toda forma de eutanasia directa, según
la enseñanza plurisecular de la Iglesia.

El esfuerzo conjunto de la sociedad civil y de la comunidad de los
creyentes debe orientarse a que todos puedan no sólo vivir de
forma digna y responsable, sino también atravesar el momento de
la prueba y de la muerte en la mejor condición de fraternidad y
solidaridad, incluso cuando la muerte se produce en una familia
pobre o en el lecho de un hospital. La Iglesia, con sus instituciones
ya activas y con nuevas iniciativas, está llamada a dar el testimonio
de la caridad operante, especialmente en las situaciones críticas de
personas no autosuficientes y privadas de apoyos familiares, y en
los casos de enfermos graves que necesitan cuidados paliativos, así
como una adecuada asistencia religiosa.

Por una parte, la movilización espiritual de las comunidades
parroquiales y diocesanas, y por otra, la creación o potenciación de
las instituciones dependientes de la Iglesia, podrán animar y
sensibilizar a todo el ambiente social, para que a todo hombre que
sufre, y de modo especial a quien se acerca al momento de la
muerte, se le brinden y testimonien la solidaridad y la caridad.

La sociedad, por su parte, debe asegurar el debido apoyo a las
familias que quieren atender en casa, durante períodos a veces
largos, a enfermos que sufren patologías degenerativas (tumorales,
neurodegenerativas, etc.) o que necesitan una asistencia
particularmente comprometedora. De manera especial, se necesita
la colaboración de todas las fuerzas vivas y responsables de la
sociedad en favor de las instituciones de asistencia específica que
requieren personal numeroso y especializado así como equipos
muy caros. La sinergia entre la Iglesia y las instituciones puede ser
especialmente importante en estos campos, para asegurar la ayuda
necesaria a la vida humana en el momento de la fragilidad.

A la vez que deseo que en este congreso internacional, celebrado
en concomitancia con el Jubileo de las apariciones de Lourdes, se
puedan sugerir nuevas propuestas para aliviar la situación de
quienes tienen que afrontar las formas terminales de la
enfermedad, os exhorto a continuar vuestro benemérito
compromiso al servicio de la vida en cada una de sus fases.

Con estos sentimientos, os aseguro mi oración para apoyar vuestro
trabajo y os acompaño con una bendición apostólica especial.
ENCUENTRO      CON                      LOS           JÓVENES
DISCAPACITADOS

PALABRAS DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Seminario de San José, Yonkers, Nueva YorkSábado 19 de abril de
2008

Eminencia, Excelencia, queridos amigos:

Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme brevemente con
ustedes. Agradezco el saludo del Señor Cardenal y, sobre todo, doy
las gracias a vuestros representantes por sus atentas palabras y por
el regalo de vuestra composición. Sepan que estoy muy contento
de estar con ustedes. Les ruego que transmitan mi saludo a sus
padres y familiares, a sus profesores y a los que les atienden.

Dios les ha bendecido con el don de la vida, y con otros talentos y
cualidades, por medio de las cuales pueden servirlo a Él y a la
sociedad de diferentes modos. Aunque la contribución de algunos
puede parecer grande y la de otros más modesta, el valioso
testimonio de nuestros esfuerzos constituye siempre un signo de
esperanza para todos.

A veces es un reto encontrar una razón para lo que aparece
solamente como una dificultad que superar o un dolor que afrontar.
No obstante, la fe nos ayuda a ampliar el horizonte más allá de
nosotros mismos para ver la vida como Dios la ve. El amor
incondicional de Dios, que alcanza a todo ser humano, otorga un
significado y finalidad a cada vida humana. Por su Cruz, Jesús nos
introduce realmente en su amor salvador (cf. Jn 12,32) y así nos
muestra la dirección, el camino de la esperanza que nos
transfigura, de modo que nosotros mismos lleguemos a ser para los
demás transmisores de esperanza y amor.
Queridos amigos, les animo a rezar todos los días por nuestro
mundo. Hay muchas intenciones y personas por las que poder orar,
también por los que todavía no han llegado a conocer a Jesús. Les
ruego que recen también por mí. Como saben, acabo de cumplir un
año más. El tiempo vuela.

Reitero a todos mi gratitud, también a los Jóvenes Cantores de la
Catedral de San Patricio y a los miembros del Coro de Sordos de la
Archidiócesis. Como signo de vigor y de paz y con gran afecto en
el Señor, les imparto a ustedes y a sus familias, a sus profesores y a
los que les cuidan mi Bendición Apostólica.
DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A
LOS   NIÑOS   ENFERMOS    DEL  HOSPITAL
"GIANNINA GASLINI" DE GÉNOVA
Domingo 18 de mayo de 2008

Señora alcaldesa; señor comisario extraordinario; queridos
niños; queridos hermanos y hermanas:

Después de orar ante la Virgen de la Guardia, en el hermoso
santuario que desde lo alto domina la ciudad, mi primer encuentro
es con vosotros, en este lugar de sufrimiento y de esperanza, que
fue inaugurado el 15 de mayo de 1938, hace exactamente setenta
años.

Os abrazo a vosotros, amadísimos niños, que sois acogidos y
asistidos con solicitud y amor en este hospital, "punto de
excelencia" de la pediatría al servicio de Génova, de Italia y de
toda el área mediterránea. Vuestro portavoz me ha manifestado
vuestros sentimientos de afecto, a los que correspondo de corazón
y acompaño con un recuerdo especial también para vuestros
padres. Un saludo cordial a la señora Marta Vincenzi, alcaldesa de
Génova, que se ha hecho intérprete de la acogida de la ciudad.
Saludo al profesor Vincenzo Lorenzelli, comisario extraordinario
del instituto "Giannina Gaslini", que ha recordado la finalidad de
este hospital y su desarrollo futuro tal como se ha programado.

El hospital "Gaslini" nació del corazón de un bienhechor generoso,
el industrial y senador Gerolamo Gaslini, que dedicó esta obra a su
hija fallecida a los 12 años, y forma parte de la historia de caridad
que hace de Génova una "ciudad de la caridad cristiana". También
hoy la fe sugiere a numerosas personas de buena voluntad gestos
de amor y de apoyo concreto a esta institución, que con sano
orgullo los genoveses consideran un patrimonio valioso. A todos
doy las gracias y los animo a proseguir.
En particular, me alegro por el nuevo complejo, cuya primera
piedra se colocó recientemente y ha encontrado un bienhechor
munífico. También la atención efectiva y cordial de las
administraciones públicas es signo de reconocimiento del valor
social que el hospital "Gaslini" representa para los niños de la
ciudad y de otros lugares. En efecto, cuando un bien es para todos,
merece el apoyo de todos, respetando en su justa medida las
funciones y las competencias.

Me dirijo ahora a vosotros, queridos médicos, investigadores,
personal paramédico y administrativo; a vosotros, queridos
capellanes, voluntarios, y los que os encargáis de la asistencia
espiritual de los pequeños huéspedes y de sus familiares. Sé que
vuestro compromiso común es lograr que el hospital "Gaslini" sea
un auténtico "santuario de la vida" y un "santuario de la familia",
donde, además de la profesionalidad, los agentes de todos los
sectores muestren ternura y atención a la persona. La decisión del
fundador, según la cual el presidente de la Fundación debe ser el
arzobispo pro tempore de Génova, manifiesta la voluntad de que
nunca se pierda la inspiración cristiana de la institución y de que
todos se apoyen siempre en los valores evangélicos.

En 1931, al poner las bases de la construcción, el senador
Gerolamo Gaslini auguraba "una obra perenne de bien que deberá
irradiarse de la institución misma". Así pues, irradiar el bien a
través de la asistencia amorosa a los pequeños enfermos es el
objetivo de vuestro hospital. Por eso, a la vez que agradezco a todo
el personal —directivo, administrativo y sanitario— la
profesionalidad y la dedicación de su servicio, deseo que este
excelente hospital pediátrico siga desarrollándose en las
tecnologías, los tratamientos y los servicios; pero que también siga
ensanchando cada vez más los horizontes desde la óptica de una
globalización positiva, gracias a la cual se reconocen los recursos,
los servicios y las necesidades, creando y reforzando una red de
solidaridad, hoy muy urgente y necesaria. Todo esto sin descuidar
jamás el suplemento de afecto que los niños hospitalizados
perciben como la terapia primera e indispensable. Así, el hospital
será cada vez más un lugar de esperanza.

La esperanza aquí, en el hospital "Gaslini", tiene el rostro del
cuidado de pacientes en edad pediátrica, a los que se trata de
proveer mediante la formación permanente de los agentes
sanitarios. De hecho, vuestro hospital, como estimada institución
de investigación y asistencia de carácter científico, se distingue por
ser monotemática y polifuncional, cubriendo casi todas las
especialidades en el campo pediátrico. Por tanto, la esperanza que
se alimenta aquí tiene buenos fundamentos. Sin embargo, para
afrontar eficazmente el futuro, es indispensable que esta esperanza
se apoye en una visión más elevada de la vida, que permita al
científico, al médico, al profesional, al asistente y a los padres
mismos aplicar todas sus capacidades, sin escatimar esfuerzos,
para obtener los mejores resultados que la ciencia y la técnica
pueden ofrecer hoy en el ámbito de la prevención y la curación.

Así aflora el pensamiento de la presencia silenciosa de Dios, que
acompaña casi imperceptiblemente al hombre en su largo camino
en la historia. La única verdadera esperanza "fiable" es Dios, que
en Jesucristo y en su Evangelio ha abierto de par en par sobre el
futuro la puerta oscura del tiempo. "He resucitado y ahora estoy
siempre contigo —nos repite Jesús, especialmente en los
momentos más difíciles—; mi mano te sostiene. Dondequiera que
caigas, caerás entre mis brazos. Estoy presente también a la puerta
de la muerte".

Aquí, en el hospital "Gaslini", se atiende a niños. ¿Cómo no pensar
en la predilección que Jesús tuvo por los niños? Quiso que
estuvieran a su lado, los señaló a los Apóstoles como modelos que
hay que seguir por su fe espontánea y generosa, por su inocencia.
Con palabras duras, puso en guardia contra quienes los desprecian
y escandalizan. Se conmovió ante la viuda de Naím, una madre
que había perdido a su hijo, a su hijo único. El evangelista san
Lucas refiere que el Señor la tranquilizó y le dijo: "No llores" (Lc
7, 13). Jesús sigue repitiendo a quien sufre estas palabras
consoladoras: "No llores". Es solidario con cada uno de nosotros y,
si queremos ser sus discípulos, nos pide que testimoniemos su
amor a todo el que se encuentre en dificultades.

Por último, me dirijo a vosotros, amadísimos niños, para repetiros
que el Papa os quiere mucho. Veo que junto a vosotros están
vuestros familiares, que comparten con vosotros momentos de
preocupación y esperanza. Tened todos la certeza de que Dios no
nos abandona jamás. Permaneced unidos a él y no perderéis jamás
la serenidad, ni siquiera en los momentos más oscuros y
complejos. Os aseguro mi recuerdo en la oración y os encomiendo
a María santísima, que como madre sufrió por los dolores de su
Hijo divino, pero ahora vive con él en la gloria. Os agradezco una
vez más a cada uno este encuentro, que permanecerá grabado en
mi corazón. Con afecto os bendigo a todos.
DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI A LOS
PARTICIPANTES    EN   LA   XXIII   CONFERENCIA
INTERNACIONAL ORGANIZADA POR EL CONSEJO
PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LA SALUD

Sala Clementina

Sábado 15 de noviembre de 2008

Señor cardenal; venerados hermanos en el episcopado y en el
sacerdocio; ilustres profesores; queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la
Conferencia internacional anual organizada por el Consejo
pontificio para la pastoral de la salud, que ha llegado a su vigésima
tercera edición. Saludo cordialmente al cardenal Javier Lozano
Barragán, presidente del dicasterio, y le agradezco las amables
palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Extiendo mi
gratitud al secretario, a los colaboradores de este Consejo
pontificio, a los relatores, a las autoridades académicas, a las
personalidades, a los responsables de los centros de atención
médica, a los agentes sanitarios y a los que han prestado su
colaboración, participando de distintas maneras en la realización
del congreso, que este año tiene como tema: "La pastoral en el
cuidado de los niños enfermos".

Estoy seguro de que estos días de reflexión y confrontación sobre
un tema tan actual contribuirán a sensibilizar la opinión pública
sobre el deber de dedicar a los niños todas las atenciones
necesarias para su armonioso desarrollo físico y espiritual. Si esto
vale para todos los niños, tiene más valor aún para los enfermos y
necesitados de cuidados médicos especiales.

El tema de vuestra Conferencia, que concluye hoy, gracias a la
aportación de expertos de fama mundial y de personas que están en
contacto directo con la infancia en dificultad, os ha permitido
poner de relieve la difícil situación en la que sigue encontrándose
un número muy notable de niños en vastas regiones de la tierra, y
sugerir cuáles son las intervenciones necesarias, más aún, urgentes,
para acudir en su ayuda. Ciertamente, los progresos de la medicina
durante los últimos cincuenta años han sido notables: han llevado a
una considerable reducción de la mortalidad infantil, aunque aún
queda mucho por hacer desde este punto de vista. Basta recordar,
como habéis observado, que cada año mueren cuatro millones de
recién nacidos con menos de veintiséis días de vida.

En este contexto, el cuidado del niño enfermo representa un asunto
que no puede menos de suscitar el atento interés de cuantos se
dedican a la pastoral de la salud. Es indispensable un esmerado
análisis de la situación actual para emprender, o continuar, una
acción decidida para prevenir en la medida de lo posible las
enfermedades y, cuando ya están contraídas, a curar a los niños
enfermos con los más modernos descubrimientos de la ciencia
médica, así como a promover mejores condiciones higiénico-
sanitarias, sobre todo en los países menos favorecidos. El desafío
hoy consiste en conjurar la aparición de muchas patologías antes
típicas de la infancia y, en general, favorecer el crecimiento, el
desarrollo y el mantenimiento de un estado de salud conveniente
para todos los niños.

En esta vasta acción todos están implicados: familias, médicos y
agentes sociales y sanitarios. La investigación médica se encuentra
a veces ante opciones difíciles cuando se trata, por ejemplo, de
lograr un buen equilibrio entre insistencia y desistencia terapéutica
para garantizar los tratamientos adecuados a las necesidades reales
de los pequeños pacientes, sin caer en la tentación del
experimentalismo. No es superfluo recordar que toda intervención
médica debe buscar siempre el verdadero bien del niño,
considerado en su dignidad de sujeto humano con plenos derechos.
Por tanto, es necesario cuidarlo siempre con amor, para ayudarle a
afrontar el sufrimiento y la enfermedad, incluso antes del
nacimiento, de modo adecuado a su situación.

Además, teniendo en cuenta el impacto emotivo debido a la
enfermedad y a los tratamientos a los que se somete al niño, los
cuales a menudo resultan particularmente invasores, es importante
garantizarle una comunicación constante con sus familiares. Si los
agentes sanitarios, médicos y enfermeros, sienten el peso del
sufrimiento de los pequeños pacientes a los que atienden, se puede
imaginar muy bien ¡cuánto más fuerte es el dolor que viven los
padres! Los aspectos sanitario y humano jamás deben separarse, y
toda estructura asistencial y sanitaria, sobre todo si está animada
por un auténtico espíritu cristiano, tiene el deber de ofrecer lo
mejor en competencia y humanidad. El enfermo, de modo especial
el niño, comprende sobre todo el lenguaje de la ternura y del amor,
expresado a través de un servicio solícito, paciente y generoso,
animado en los creyentes por el deseo de manifestar la misma
predilección que Jesús sentía por los niños.

"Maxima debetur puero reverentia" (Juvenal, Sátira XIV, v. 479).
Ya los antiguos reconocían la importancia de respetar al niño, don
y bien precioso para la sociedad, al que se debe reconocer la
dignidad humana que posee plenamente ya desde el momento en
que, antes de nacer, se encuentra en el seno materno. Todo ser
humano tiene valor en sí mismo, porque ha sido creado a imagen
de Dios, a cuyos ojos es tanto más valioso cuanto más débil
aparece a la mirada del hombre. Por eso, ¡con cuánto amor hay que
acoger incluso a un niño aún no nacido y ya afectado por
patologías médicas! "Sinite parvulos venire ad me", dice Jesús en
el evangelio (cf. Mc 10, 14), mostrándonos cuál debe ser la actitud
de respeto y acogida con la que hay que tratar a todo niño,
especialmente cuando es débil y tiene dificultades, cuando sufre y
está indefenso. Pienso, sobre todo, en los niños huérfanos o
abandonados a causa de la miseria y la disgregación familiar;
pienso en los niños víctimas inocentes del sida, de la guerra o de
los numerosos conflictos armados existentes en diversas partes del
mundo; pienso en la infancia que muere a causa de la miseria, de la
sequía y del hambre. La Iglesia no olvida a estos hijos suyos más
pequeños y si, por una parte, alaba las iniciativas de las naciones
más ricas para mejorar las condiciones de su desarrollo, por otra,
siente con fuerza el deber de invitar a prestar mayor atención a
estos hermanos nuestros, para que gracias a nuestra solidaridad
común puedan mirar la vida con confianza y esperanza.

Queridos hermanos y hermanas, a la vez que expreso el deseo de
que numerosas condiciones de desequilibrio aún existentes se
solucionen cuanto antes con intervenciones resolutivas en favor de
estos hermanos nuestros más pequeños, manifiesto mi profundo
aprecio por quienes dedican energías personales y recursos
materiales a su servicio. Pienso con particular gratitud en nuestro
hospital del "Niño Jesús" y en las numerosas asociaciones e
instituciones socio-sanitarias católicas, las cuales, siguiendo el
ejemplo de Jesucristo, buen Samaritano, y animadas por su
caridad, dan apoyo y alivio humano, moral y espiritual a
numerosos niños que sufren, amados por Dios con singular
predilección.

La Virgen María, Madre de todos los hombres, vele sobre los niños
enfermos y proteja a cuantos se prodigan para cuidarlos con
solicitud humana y espíritu evangélico. Con estos sentimientos,
expresando sincero aprecio por la labor de sensibilización realizada
en esta Conferencia internacional, aseguro un recuerdo constante
en la oración e imparto a todos la bendición apostólica.




DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI A LOS
PARTICIPANTES      EN   UN CONGRESO
INTERNACIONAL SOBRE LA DONACIÓN DE
ÓRGANOS ORGANIZADO POR LA ACADEMIA
PONTIFICIA PARA LA VIDA

Sala ClementinaViernes 7 de noviembre de 2008

Venerados hermanos en el episcopado; ilustres señores y señoras:

La donación de órganos es una forma peculiar de testimonio de la
caridad. En un tiempo como el nuestro, con frecuencia marcado
por diferentes formas de egoísmo, es cada vez más urgente
comprender cuán determinante es para una correcta concepción de
la vida entrar en la lógica de la gratuidad. En efecto, existe una
responsabilidad del amor y de la caridad que compromete a hacer
de la propia vida un don para los demás, si se quiere
verdaderamente la propia realización. Como nos enseñó el Señor
Jesús, sólo quien da su vida podrá salvarla (cf. Lc 9, 24).

A la vez que saludo a todos los presentes, en particular al senador
Maurizio Sacconi, ministro de Trabajo, salud y políticas sociales
de Italia, doy las gracias al arzobispo monseñor Rino Fisichella,
presidente de la Academia pontificia para la vida por las palabras
que me ha dirigido, ilustrando el profundo significado de este
encuentro y presentando la síntesis de los trabajos del Congreso.
Asimismo, también doy las gracias al presidente de la Federación
internacional de las Asociaciones médicas católicas y al director
del Centro nacional de trasplantes, subrayando con aprecio el
valor de la colaboración de estos organismos en un ámbito como el
del trasplante de órganos, que ha sido objeto, ilustres señores y
señoras, de vuestras jornadas de estudio y de debate.

La historia de la medicina muestra con evidencia los grandes
progresos que se han podido realizar para permitir una vida cada
vez más digna a toda persona que sufre. Los trasplantes de tejidos
y de órganos constituyen una gran conquista de la ciencia médica y
son ciertamente un signo de esperanza para muchas personas que
atraviesan graves y a veces extremas situaciones clínicas.

Si extendemos nuestra mirada al mundo entero, es fácil constatar
los numerosos y complejos casos en los que, gracias a la técnica
del trasplante de órganos, muchas personas han superado fases
sumamente críticas y han recuperado la alegría de vivir. Esto
nunca hubiera podido suceder si el compromiso de los médicos y
la competencia de los investigadores no hubieran podido contar
con la generosidad y el altruismo de quienes han donado sus
órganos. Por desgracia, el problema de la disponibilidad de
órganos vitales para trasplantes no es teórico, sino dramáticamente
práctico; se puede constatar en la larga lista de espera de muchos
enfermos cuyas únicas posibilidades de supervivencia están
vinculadas a las pocas donaciones que no corresponden a las
necesidades objetivas.

Es útil, sobre todo en el contexto actual, volver a reflexionar en
esta conquista de la ciencia, para que la multiplicación de las
peticiones de trasplantes no altere los principios éticos que
constituyen su fundamento. Como dije en mi primera encíclica, el
cuerpo nunca podrá ser considerado como un mero objeto (cf.
Deus caritas est, 5); de lo contrario, se impondría la lógica del
mercado. El cuerpo de toda persona, junto con el espíritu que es
dado a cada uno individualmente, constituye una unidad
inseparable en la que está impresa la imagen de Dios mismo.
Prescindir de esta dimensión lleva a perspectivas incapaces de
captar la totalidad del misterio presente en cada persona. Por tanto,
es necesario que en primer lugar se ponga el respeto a la dignidad
de la persona y la defensa de su identidad personal.

Por lo que se refiere a la técnica del trasplante de órganos, esto
significa que sólo se puede donar si no se pone en serio peligro la
propia salud y la propia identidad, y siempre por un motivo
moralmente válido y proporcionado. Eventuales lógicas de
compraventa de órganos, así como la adopción de criterios
discriminatorios o utilitaristas, desentonarían hasta tal punto con el
significado mismo de la donación que por sí mismos se pondrían
fuera de juego, calificándose como actos moralmente ilícitos. Los
abusos en los trasplantes y su tráfico, que con frecuencia afectan a
personas inocentes, como los niños, deben ser unánimemente
rechazados de inmediato por la comunidad científica y médica
como prácticas inaceptables. Por tanto, deben ser condenados con
decisión como abominables. Es preciso reafirmar el mismo
principio ético cuando se quiere llegar a la creación y destrucción
de embriones humanos con fines terapéuticos. La sola idea de
considerar el embrión como "material terapéutico" contradice los
fundamentos culturales, civiles y éticos sobre los que se basa la
dignidad de la persona.

Con frecuencia, la técnica del trasplante de órganos se realiza por
un gesto de total gratuidad por parte de los familiares de pacientes
cuya muerte se ha certificado. En estos casos, el consentimiento
informado es condición previa de libertad para que el trasplante se
considere un don y no se interprete como un acto coercitivo o de
abuso. En cualquier caso, es útil recordar que los órganos vitales
sólo pueden extraerse de un cadáver (ex cadavere), el cual, por lo
demás, posee una dignidad propia que se debe respetar.

La ciencia, en estos años, ha hecho progresos ulteriores en la
constatación de la muerte del paciente. Conviene, por tanto, que
los resultados alcanzados reciban el consenso de toda la
comunidad científica para favorecer la búsqueda de soluciones que
den certeza a todos. En un ámbito como este no puede existir la
mínima sospecha de arbitrio y, cuando no se haya alcanzado
todavía la certeza, debe prevalecer el principio de precaución. Para
esto es útil incrementar la investigación y la reflexión
interdisciplinar, de manera que se presente a la opinión pública la
verdad más transparente sobre las implicaciones antropológicas,
sociales, éticas y jurídicas de la práctica del trasplante.

En estos casos, desde luego, debe regir como criterio principal el
respeto a la vida del donante de modo que la extracción de órganos
sólo tenga lugar tras haber constatado su muerte real (cf.
Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, n. 476). El acto
de amor que se expresa con el don de los propios órganos vitales es
un testimonio genuino de caridad que sabe ver más allá de la
muerte para que siempre venza la vida. El receptor debería ser muy
consciente del valor de este gesto, pues es destinatario de un don
que va más allá del beneficio terapéutico. Lo que recibe, antes que
un órgano, es un testimonio de amor que debe suscitar una
respuesta igualmente generosa, de manera que se incremente la
cultura del don y de la gratuidad.

El camino real que es preciso seguir, hasta que la ciencia descubra
nuevas formas posibles y más avanzadas de terapia, deberá ser la
formación y la difusión de una cultura de la solidaridad que se abra
a todos, sin excluir a nadie. Una medicina de los trasplantes
coherente con una ética de la donación exige de todos el
compromiso de realizar todos los esfuerzos posibles en la
formación y en la información a fin de sensibilizar cada vez más a
las conciencias en lo referente a un problema que afecta
directamente a la vida de muchas personas. Será necesario, por
tanto, superar prejuicios y malentendidos, disipar desconfianzas y
temores para sustituirlos con certezas y garantías, permitiendo que
crezca en todos una conciencia cada vez más generalizada del gran
don de la vida. Con estos sentimientos, a la vez que deseo a cada
uno de vosotros que continúe su trabajo con la debida competencia
y profesionalidad, invoco la ayuda de Dios sobre las actividades
del Congreso e imparto a todos de corazón mi bendición.

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  • 1. DISCURSOS 2008 DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVIA LOS PARTICIPANTES EN LA XIV ASAMBLEA GENERALDE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA Lunes 25 de febrero de 2008 Queridos hermanos y hermanas: Con gran alegría os saludo a todos los que participáis en el congreso organizado por la Academia pontificia para la vida sobre el tema: "Junto al enfermo incurable y al moribundo: orientaciones éticas y operativas". El congreso se celebra con ocasión de la XIV asamblea general de la Academia, cuyos miembros también se hallan presentes en esta audiencia. Doy las gracias ante todo al presidente, monseñor Sgreccia, por sus cordiales palabras de saludo; asimismo, expreso mi gratitud a toda la presidencia, al consejo directivo de la Academia pontificia, a todos los colaboradores y a los miembros ordinarios, honorarios y correspondientes. Dirijo un saludo cordial y agradecido a los relatores de este importante congreso, así como a todos los participantes, que proceden de diferentes países del mundo. Queridos hermanos, vuestro generoso compromiso y vuestro testimonio merecen realmente encomio. La simple consideración de los títulos de las relaciones tenidas durante el congreso permite percibir el amplio panorama de vuestras reflexiones y el interés que revisten para nuestro tiempo, especialmente en el mundo secularizado de hoy. Tratáis de responder a los numerosos problemas planteados cada día por el incesante progreso de las ciencias médicas, cuya actividad cuenta cada vez más con la ayuda de instrumentos tecnológicos de elevado nivel. Frente a todo esto, se plantea para todos, y en
  • 2. especial para la Iglesia, vivificada por el Señor resucitado, el urgente desafío de llevar al amplio horizonte de la vida humana el esplendor de la verdad revelada y el apoyo de la esperanza. Cuando se apaga una vida en edad avanzada, en la aurora de la existencia terrena o en la plenitud de la edad, por causas imprevistas, no se ha de ver en ello un simple hecho biológico que se agota, o una biografía que se concluye, sino más bien un nuevo nacimiento y una existencia renovada, ofrecida por el Resucitado a quien no se ha opuesto voluntariamente a su amor. Con la muerte se concluye la experiencia terrena, pero a través de la muerte se abre también, para cada uno de nosotros, más allá del tiempo, la vida plena y definitiva. El Señor de la vida está presente al lado del enfermo como quien vive y da la vida, pues él mismo dijo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10), «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11, 25) y «Yo lo resucitaré el último día» (Jn 6, 54). En ese momento solemne y sagrado, todos los esfuerzos realizados en la esperanza cristiana para mejorarnos a nosotros mismos y mejorar el mundo que se nos ha encomendado, purificados por la Gracia, encuentran su sentido y se enriquecen gracias al amor de Dios Creador y Padre. Cuando, en el momento de la muerte, la relación con Dios se realiza plenamente en el encuentro con «Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida, entonces "vivimos"» (Spe salvi, 27). Para la comunidad de los creyentes, este encuentro del moribundo con la Fuente de la vida y del amor constituye un don que tiene valor para todos, que enriquece la comunión de todos los fieles. Como tal, debe suscitar el interés y la participación de la comunidad, no sólo de la familia de los parientes próximos, sino, en la medida y en las formas posibles, de toda la comunidad que ha estado unida a la persona que muere. Ningún creyente debería
  • 3. morir en la soledad y en el abandono. La madre Teresa de Calcuta se esforzaba de modo particular por recoger a los pobres y a los abandonados, para que al menos en el momento de la muerte pudieran experimentar, en el abrazo de las hermanas y de los hermanos, el calor del Padre. Pero la comunidad cristiana, con sus vínculos particulares de comunión sobrenatural, no es la única que está comprometida en acompañar y celebrar en sus miembros el misterio del dolor y de la muerte y el alba de la nueva vida. En realidad, toda la sociedad, a través de sus instituciones sanitarias y civiles, está llamada a respetar la vida y la dignidad del enfermo grave y del moribundo. Aun conscientes de que "no es la ciencia la que redime al hombre" (Spe salvi, 26), toda la sociedad y en particular los sectores relacionados con la ciencia médica deben expresar la solidaridad del amor, la salvaguardia y el respeto de la vida humana en todos los momentos de su desarrollo terreno, sobre todo cuando se encuentra en situación de enfermedad o en su fase terminal. Más en concreto, se trata de asegurar a toda persona que lo necesite el apoyo necesario por medio de terapias e intervenciones médicas adecuadas, realizadas y gestionadas según los criterios de la proporcionalidad médica, teniendo siempre en cuenta el deber moral de suministrar (el médico) y de acoger (el paciente) los medios de conservación de la vida que, en la situación concreta, se consideren "ordinarios". Al contrario, por lo que se refiere a las terapias especialmente arriesgadas o que prudentemente puedan considerarse "extraordinarias", recurrir a ellas es moralmente lícito, aunque facultativo. Además, es necesario asegurar siempre a cada persona los cuidados necesarios y debidos, así como el apoyo a las familias más probadas por la enfermedad de uno de sus miembros, sobre
  • 4. todo si es grave o prolongada. En el campo de la reglamentación laboral normalmente se reconocen los derechos específicos de los familiares en el momento de un nacimiento. Del mismo modo, y especialmente en ciertas circunstancias, deberían reconocerse unos derechos parecidos a los parientes próximos en el momento de la enfermedad terminal de un familiar. Una sociedad solidaria y humanitaria no puede menos de tener en cuenta las difíciles condiciones de las familias que, en ocasiones durante largos períodos, deben cargar con el peso de la asistencia a domicilio de enfermos graves no autosuficientes. Un respeto mayor de la vida humana individual pasa inevitablemente por la solidaridad concreta de todos y de cada uno, constituyendo uno de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo. Como recordé en la encíclica Spe salvi, «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la com-pasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana» (n. 38). En una sociedad compleja, fuertemente influenciada por las dinámicas de la productividad y por las exigencias de la economía, las personas frágiles y las familias más pobres corren el riesgo de no ser capaces de afrontar los momentos de dificultad económica y/o de enfermedad. En las grandes ciudades hay cada vez más personas ancianas y solas, incluso en los momentos de enfermedad grave y de cercanía de la muerte. En estas situaciones es fuerte la tentación de recurrir a la eutanasia, sobre todo cuando se insinúa una visión utilitarista en relación con la persona. A este respecto, aprovecho la ocasión para reafirmar, una vez más, la firme y constante condena ética de toda forma de eutanasia directa, según
  • 5. la enseñanza plurisecular de la Iglesia. El esfuerzo conjunto de la sociedad civil y de la comunidad de los creyentes debe orientarse a que todos puedan no sólo vivir de forma digna y responsable, sino también atravesar el momento de la prueba y de la muerte en la mejor condición de fraternidad y solidaridad, incluso cuando la muerte se produce en una familia pobre o en el lecho de un hospital. La Iglesia, con sus instituciones ya activas y con nuevas iniciativas, está llamada a dar el testimonio de la caridad operante, especialmente en las situaciones críticas de personas no autosuficientes y privadas de apoyos familiares, y en los casos de enfermos graves que necesitan cuidados paliativos, así como una adecuada asistencia religiosa. Por una parte, la movilización espiritual de las comunidades parroquiales y diocesanas, y por otra, la creación o potenciación de las instituciones dependientes de la Iglesia, podrán animar y sensibilizar a todo el ambiente social, para que a todo hombre que sufre, y de modo especial a quien se acerca al momento de la muerte, se le brinden y testimonien la solidaridad y la caridad. La sociedad, por su parte, debe asegurar el debido apoyo a las familias que quieren atender en casa, durante períodos a veces largos, a enfermos que sufren patologías degenerativas (tumorales, neurodegenerativas, etc.) o que necesitan una asistencia particularmente comprometedora. De manera especial, se necesita la colaboración de todas las fuerzas vivas y responsables de la sociedad en favor de las instituciones de asistencia específica que requieren personal numeroso y especializado así como equipos muy caros. La sinergia entre la Iglesia y las instituciones puede ser especialmente importante en estos campos, para asegurar la ayuda necesaria a la vida humana en el momento de la fragilidad. A la vez que deseo que en este congreso internacional, celebrado en concomitancia con el Jubileo de las apariciones de Lourdes, se
  • 6. puedan sugerir nuevas propuestas para aliviar la situación de quienes tienen que afrontar las formas terminales de la enfermedad, os exhorto a continuar vuestro benemérito compromiso al servicio de la vida en cada una de sus fases. Con estos sentimientos, os aseguro mi oración para apoyar vuestro trabajo y os acompaño con una bendición apostólica especial.
  • 7. ENCUENTRO CON LOS JÓVENES DISCAPACITADOS PALABRAS DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI Seminario de San José, Yonkers, Nueva YorkSábado 19 de abril de 2008 Eminencia, Excelencia, queridos amigos: Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme brevemente con ustedes. Agradezco el saludo del Señor Cardenal y, sobre todo, doy las gracias a vuestros representantes por sus atentas palabras y por el regalo de vuestra composición. Sepan que estoy muy contento de estar con ustedes. Les ruego que transmitan mi saludo a sus padres y familiares, a sus profesores y a los que les atienden. Dios les ha bendecido con el don de la vida, y con otros talentos y cualidades, por medio de las cuales pueden servirlo a Él y a la sociedad de diferentes modos. Aunque la contribución de algunos puede parecer grande y la de otros más modesta, el valioso testimonio de nuestros esfuerzos constituye siempre un signo de esperanza para todos. A veces es un reto encontrar una razón para lo que aparece solamente como una dificultad que superar o un dolor que afrontar. No obstante, la fe nos ayuda a ampliar el horizonte más allá de nosotros mismos para ver la vida como Dios la ve. El amor incondicional de Dios, que alcanza a todo ser humano, otorga un significado y finalidad a cada vida humana. Por su Cruz, Jesús nos introduce realmente en su amor salvador (cf. Jn 12,32) y así nos muestra la dirección, el camino de la esperanza que nos transfigura, de modo que nosotros mismos lleguemos a ser para los demás transmisores de esperanza y amor.
  • 8. Queridos amigos, les animo a rezar todos los días por nuestro mundo. Hay muchas intenciones y personas por las que poder orar, también por los que todavía no han llegado a conocer a Jesús. Les ruego que recen también por mí. Como saben, acabo de cumplir un año más. El tiempo vuela. Reitero a todos mi gratitud, también a los Jóvenes Cantores de la Catedral de San Patricio y a los miembros del Coro de Sordos de la Archidiócesis. Como signo de vigor y de paz y con gran afecto en el Señor, les imparto a ustedes y a sus familias, a sus profesores y a los que les cuidan mi Bendición Apostólica.
  • 9. DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A LOS NIÑOS ENFERMOS DEL HOSPITAL "GIANNINA GASLINI" DE GÉNOVA Domingo 18 de mayo de 2008 Señora alcaldesa; señor comisario extraordinario; queridos niños; queridos hermanos y hermanas: Después de orar ante la Virgen de la Guardia, en el hermoso santuario que desde lo alto domina la ciudad, mi primer encuentro es con vosotros, en este lugar de sufrimiento y de esperanza, que fue inaugurado el 15 de mayo de 1938, hace exactamente setenta años. Os abrazo a vosotros, amadísimos niños, que sois acogidos y asistidos con solicitud y amor en este hospital, "punto de excelencia" de la pediatría al servicio de Génova, de Italia y de toda el área mediterránea. Vuestro portavoz me ha manifestado vuestros sentimientos de afecto, a los que correspondo de corazón y acompaño con un recuerdo especial también para vuestros padres. Un saludo cordial a la señora Marta Vincenzi, alcaldesa de Génova, que se ha hecho intérprete de la acogida de la ciudad. Saludo al profesor Vincenzo Lorenzelli, comisario extraordinario del instituto "Giannina Gaslini", que ha recordado la finalidad de este hospital y su desarrollo futuro tal como se ha programado. El hospital "Gaslini" nació del corazón de un bienhechor generoso, el industrial y senador Gerolamo Gaslini, que dedicó esta obra a su hija fallecida a los 12 años, y forma parte de la historia de caridad que hace de Génova una "ciudad de la caridad cristiana". También hoy la fe sugiere a numerosas personas de buena voluntad gestos de amor y de apoyo concreto a esta institución, que con sano orgullo los genoveses consideran un patrimonio valioso. A todos doy las gracias y los animo a proseguir.
  • 10. En particular, me alegro por el nuevo complejo, cuya primera piedra se colocó recientemente y ha encontrado un bienhechor munífico. También la atención efectiva y cordial de las administraciones públicas es signo de reconocimiento del valor social que el hospital "Gaslini" representa para los niños de la ciudad y de otros lugares. En efecto, cuando un bien es para todos, merece el apoyo de todos, respetando en su justa medida las funciones y las competencias. Me dirijo ahora a vosotros, queridos médicos, investigadores, personal paramédico y administrativo; a vosotros, queridos capellanes, voluntarios, y los que os encargáis de la asistencia espiritual de los pequeños huéspedes y de sus familiares. Sé que vuestro compromiso común es lograr que el hospital "Gaslini" sea un auténtico "santuario de la vida" y un "santuario de la familia", donde, además de la profesionalidad, los agentes de todos los sectores muestren ternura y atención a la persona. La decisión del fundador, según la cual el presidente de la Fundación debe ser el arzobispo pro tempore de Génova, manifiesta la voluntad de que nunca se pierda la inspiración cristiana de la institución y de que todos se apoyen siempre en los valores evangélicos. En 1931, al poner las bases de la construcción, el senador Gerolamo Gaslini auguraba "una obra perenne de bien que deberá irradiarse de la institución misma". Así pues, irradiar el bien a través de la asistencia amorosa a los pequeños enfermos es el objetivo de vuestro hospital. Por eso, a la vez que agradezco a todo el personal —directivo, administrativo y sanitario— la profesionalidad y la dedicación de su servicio, deseo que este excelente hospital pediátrico siga desarrollándose en las tecnologías, los tratamientos y los servicios; pero que también siga ensanchando cada vez más los horizontes desde la óptica de una globalización positiva, gracias a la cual se reconocen los recursos, los servicios y las necesidades, creando y reforzando una red de solidaridad, hoy muy urgente y necesaria. Todo esto sin descuidar
  • 11. jamás el suplemento de afecto que los niños hospitalizados perciben como la terapia primera e indispensable. Así, el hospital será cada vez más un lugar de esperanza. La esperanza aquí, en el hospital "Gaslini", tiene el rostro del cuidado de pacientes en edad pediátrica, a los que se trata de proveer mediante la formación permanente de los agentes sanitarios. De hecho, vuestro hospital, como estimada institución de investigación y asistencia de carácter científico, se distingue por ser monotemática y polifuncional, cubriendo casi todas las especialidades en el campo pediátrico. Por tanto, la esperanza que se alimenta aquí tiene buenos fundamentos. Sin embargo, para afrontar eficazmente el futuro, es indispensable que esta esperanza se apoye en una visión más elevada de la vida, que permita al científico, al médico, al profesional, al asistente y a los padres mismos aplicar todas sus capacidades, sin escatimar esfuerzos, para obtener los mejores resultados que la ciencia y la técnica pueden ofrecer hoy en el ámbito de la prevención y la curación. Así aflora el pensamiento de la presencia silenciosa de Dios, que acompaña casi imperceptiblemente al hombre en su largo camino en la historia. La única verdadera esperanza "fiable" es Dios, que en Jesucristo y en su Evangelio ha abierto de par en par sobre el futuro la puerta oscura del tiempo. "He resucitado y ahora estoy siempre contigo —nos repite Jesús, especialmente en los momentos más difíciles—; mi mano te sostiene. Dondequiera que caigas, caerás entre mis brazos. Estoy presente también a la puerta de la muerte". Aquí, en el hospital "Gaslini", se atiende a niños. ¿Cómo no pensar en la predilección que Jesús tuvo por los niños? Quiso que estuvieran a su lado, los señaló a los Apóstoles como modelos que hay que seguir por su fe espontánea y generosa, por su inocencia. Con palabras duras, puso en guardia contra quienes los desprecian y escandalizan. Se conmovió ante la viuda de Naím, una madre
  • 12. que había perdido a su hijo, a su hijo único. El evangelista san Lucas refiere que el Señor la tranquilizó y le dijo: "No llores" (Lc 7, 13). Jesús sigue repitiendo a quien sufre estas palabras consoladoras: "No llores". Es solidario con cada uno de nosotros y, si queremos ser sus discípulos, nos pide que testimoniemos su amor a todo el que se encuentre en dificultades. Por último, me dirijo a vosotros, amadísimos niños, para repetiros que el Papa os quiere mucho. Veo que junto a vosotros están vuestros familiares, que comparten con vosotros momentos de preocupación y esperanza. Tened todos la certeza de que Dios no nos abandona jamás. Permaneced unidos a él y no perderéis jamás la serenidad, ni siquiera en los momentos más oscuros y complejos. Os aseguro mi recuerdo en la oración y os encomiendo a María santísima, que como madre sufrió por los dolores de su Hijo divino, pero ahora vive con él en la gloria. Os agradezco una vez más a cada uno este encuentro, que permanecerá grabado en mi corazón. Con afecto os bendigo a todos.
  • 13. DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI A LOS PARTICIPANTES EN LA XXIII CONFERENCIA INTERNACIONAL ORGANIZADA POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LA SALUD Sala Clementina Sábado 15 de noviembre de 2008 Señor cardenal; venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; ilustres profesores; queridos hermanos y hermanas: Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la Conferencia internacional anual organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud, que ha llegado a su vigésima tercera edición. Saludo cordialmente al cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del dicasterio, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Extiendo mi gratitud al secretario, a los colaboradores de este Consejo pontificio, a los relatores, a las autoridades académicas, a las personalidades, a los responsables de los centros de atención médica, a los agentes sanitarios y a los que han prestado su colaboración, participando de distintas maneras en la realización del congreso, que este año tiene como tema: "La pastoral en el cuidado de los niños enfermos". Estoy seguro de que estos días de reflexión y confrontación sobre un tema tan actual contribuirán a sensibilizar la opinión pública sobre el deber de dedicar a los niños todas las atenciones necesarias para su armonioso desarrollo físico y espiritual. Si esto vale para todos los niños, tiene más valor aún para los enfermos y necesitados de cuidados médicos especiales. El tema de vuestra Conferencia, que concluye hoy, gracias a la aportación de expertos de fama mundial y de personas que están en contacto directo con la infancia en dificultad, os ha permitido
  • 14. poner de relieve la difícil situación en la que sigue encontrándose un número muy notable de niños en vastas regiones de la tierra, y sugerir cuáles son las intervenciones necesarias, más aún, urgentes, para acudir en su ayuda. Ciertamente, los progresos de la medicina durante los últimos cincuenta años han sido notables: han llevado a una considerable reducción de la mortalidad infantil, aunque aún queda mucho por hacer desde este punto de vista. Basta recordar, como habéis observado, que cada año mueren cuatro millones de recién nacidos con menos de veintiséis días de vida. En este contexto, el cuidado del niño enfermo representa un asunto que no puede menos de suscitar el atento interés de cuantos se dedican a la pastoral de la salud. Es indispensable un esmerado análisis de la situación actual para emprender, o continuar, una acción decidida para prevenir en la medida de lo posible las enfermedades y, cuando ya están contraídas, a curar a los niños enfermos con los más modernos descubrimientos de la ciencia médica, así como a promover mejores condiciones higiénico- sanitarias, sobre todo en los países menos favorecidos. El desafío hoy consiste en conjurar la aparición de muchas patologías antes típicas de la infancia y, en general, favorecer el crecimiento, el desarrollo y el mantenimiento de un estado de salud conveniente para todos los niños. En esta vasta acción todos están implicados: familias, médicos y agentes sociales y sanitarios. La investigación médica se encuentra a veces ante opciones difíciles cuando se trata, por ejemplo, de lograr un buen equilibrio entre insistencia y desistencia terapéutica para garantizar los tratamientos adecuados a las necesidades reales de los pequeños pacientes, sin caer en la tentación del experimentalismo. No es superfluo recordar que toda intervención médica debe buscar siempre el verdadero bien del niño, considerado en su dignidad de sujeto humano con plenos derechos. Por tanto, es necesario cuidarlo siempre con amor, para ayudarle a afrontar el sufrimiento y la enfermedad, incluso antes del
  • 15. nacimiento, de modo adecuado a su situación. Además, teniendo en cuenta el impacto emotivo debido a la enfermedad y a los tratamientos a los que se somete al niño, los cuales a menudo resultan particularmente invasores, es importante garantizarle una comunicación constante con sus familiares. Si los agentes sanitarios, médicos y enfermeros, sienten el peso del sufrimiento de los pequeños pacientes a los que atienden, se puede imaginar muy bien ¡cuánto más fuerte es el dolor que viven los padres! Los aspectos sanitario y humano jamás deben separarse, y toda estructura asistencial y sanitaria, sobre todo si está animada por un auténtico espíritu cristiano, tiene el deber de ofrecer lo mejor en competencia y humanidad. El enfermo, de modo especial el niño, comprende sobre todo el lenguaje de la ternura y del amor, expresado a través de un servicio solícito, paciente y generoso, animado en los creyentes por el deseo de manifestar la misma predilección que Jesús sentía por los niños. "Maxima debetur puero reverentia" (Juvenal, Sátira XIV, v. 479). Ya los antiguos reconocían la importancia de respetar al niño, don y bien precioso para la sociedad, al que se debe reconocer la dignidad humana que posee plenamente ya desde el momento en que, antes de nacer, se encuentra en el seno materno. Todo ser humano tiene valor en sí mismo, porque ha sido creado a imagen de Dios, a cuyos ojos es tanto más valioso cuanto más débil aparece a la mirada del hombre. Por eso, ¡con cuánto amor hay que acoger incluso a un niño aún no nacido y ya afectado por patologías médicas! "Sinite parvulos venire ad me", dice Jesús en el evangelio (cf. Mc 10, 14), mostrándonos cuál debe ser la actitud de respeto y acogida con la que hay que tratar a todo niño, especialmente cuando es débil y tiene dificultades, cuando sufre y está indefenso. Pienso, sobre todo, en los niños huérfanos o abandonados a causa de la miseria y la disgregación familiar; pienso en los niños víctimas inocentes del sida, de la guerra o de los numerosos conflictos armados existentes en diversas partes del
  • 16. mundo; pienso en la infancia que muere a causa de la miseria, de la sequía y del hambre. La Iglesia no olvida a estos hijos suyos más pequeños y si, por una parte, alaba las iniciativas de las naciones más ricas para mejorar las condiciones de su desarrollo, por otra, siente con fuerza el deber de invitar a prestar mayor atención a estos hermanos nuestros, para que gracias a nuestra solidaridad común puedan mirar la vida con confianza y esperanza. Queridos hermanos y hermanas, a la vez que expreso el deseo de que numerosas condiciones de desequilibrio aún existentes se solucionen cuanto antes con intervenciones resolutivas en favor de estos hermanos nuestros más pequeños, manifiesto mi profundo aprecio por quienes dedican energías personales y recursos materiales a su servicio. Pienso con particular gratitud en nuestro hospital del "Niño Jesús" y en las numerosas asociaciones e instituciones socio-sanitarias católicas, las cuales, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, buen Samaritano, y animadas por su caridad, dan apoyo y alivio humano, moral y espiritual a numerosos niños que sufren, amados por Dios con singular predilección. La Virgen María, Madre de todos los hombres, vele sobre los niños enfermos y proteja a cuantos se prodigan para cuidarlos con solicitud humana y espíritu evangélico. Con estos sentimientos, expresando sincero aprecio por la labor de sensibilización realizada en esta Conferencia internacional, aseguro un recuerdo constante en la oración e imparto a todos la bendición apostólica. DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI A LOS
  • 17. PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE LA DONACIÓN DE ÓRGANOS ORGANIZADO POR LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA Sala ClementinaViernes 7 de noviembre de 2008 Venerados hermanos en el episcopado; ilustres señores y señoras: La donación de órganos es una forma peculiar de testimonio de la caridad. En un tiempo como el nuestro, con frecuencia marcado por diferentes formas de egoísmo, es cada vez más urgente comprender cuán determinante es para una correcta concepción de la vida entrar en la lógica de la gratuidad. En efecto, existe una responsabilidad del amor y de la caridad que compromete a hacer de la propia vida un don para los demás, si se quiere verdaderamente la propia realización. Como nos enseñó el Señor Jesús, sólo quien da su vida podrá salvarla (cf. Lc 9, 24). A la vez que saludo a todos los presentes, en particular al senador Maurizio Sacconi, ministro de Trabajo, salud y políticas sociales de Italia, doy las gracias al arzobispo monseñor Rino Fisichella, presidente de la Academia pontificia para la vida por las palabras que me ha dirigido, ilustrando el profundo significado de este encuentro y presentando la síntesis de los trabajos del Congreso. Asimismo, también doy las gracias al presidente de la Federación internacional de las Asociaciones médicas católicas y al director del Centro nacional de trasplantes, subrayando con aprecio el valor de la colaboración de estos organismos en un ámbito como el del trasplante de órganos, que ha sido objeto, ilustres señores y señoras, de vuestras jornadas de estudio y de debate. La historia de la medicina muestra con evidencia los grandes progresos que se han podido realizar para permitir una vida cada vez más digna a toda persona que sufre. Los trasplantes de tejidos
  • 18. y de órganos constituyen una gran conquista de la ciencia médica y son ciertamente un signo de esperanza para muchas personas que atraviesan graves y a veces extremas situaciones clínicas. Si extendemos nuestra mirada al mundo entero, es fácil constatar los numerosos y complejos casos en los que, gracias a la técnica del trasplante de órganos, muchas personas han superado fases sumamente críticas y han recuperado la alegría de vivir. Esto nunca hubiera podido suceder si el compromiso de los médicos y la competencia de los investigadores no hubieran podido contar con la generosidad y el altruismo de quienes han donado sus órganos. Por desgracia, el problema de la disponibilidad de órganos vitales para trasplantes no es teórico, sino dramáticamente práctico; se puede constatar en la larga lista de espera de muchos enfermos cuyas únicas posibilidades de supervivencia están vinculadas a las pocas donaciones que no corresponden a las necesidades objetivas. Es útil, sobre todo en el contexto actual, volver a reflexionar en esta conquista de la ciencia, para que la multiplicación de las peticiones de trasplantes no altere los principios éticos que constituyen su fundamento. Como dije en mi primera encíclica, el cuerpo nunca podrá ser considerado como un mero objeto (cf. Deus caritas est, 5); de lo contrario, se impondría la lógica del mercado. El cuerpo de toda persona, junto con el espíritu que es dado a cada uno individualmente, constituye una unidad inseparable en la que está impresa la imagen de Dios mismo. Prescindir de esta dimensión lleva a perspectivas incapaces de captar la totalidad del misterio presente en cada persona. Por tanto, es necesario que en primer lugar se ponga el respeto a la dignidad de la persona y la defensa de su identidad personal. Por lo que se refiere a la técnica del trasplante de órganos, esto significa que sólo se puede donar si no se pone en serio peligro la propia salud y la propia identidad, y siempre por un motivo
  • 19. moralmente válido y proporcionado. Eventuales lógicas de compraventa de órganos, así como la adopción de criterios discriminatorios o utilitaristas, desentonarían hasta tal punto con el significado mismo de la donación que por sí mismos se pondrían fuera de juego, calificándose como actos moralmente ilícitos. Los abusos en los trasplantes y su tráfico, que con frecuencia afectan a personas inocentes, como los niños, deben ser unánimemente rechazados de inmediato por la comunidad científica y médica como prácticas inaceptables. Por tanto, deben ser condenados con decisión como abominables. Es preciso reafirmar el mismo principio ético cuando se quiere llegar a la creación y destrucción de embriones humanos con fines terapéuticos. La sola idea de considerar el embrión como "material terapéutico" contradice los fundamentos culturales, civiles y éticos sobre los que se basa la dignidad de la persona. Con frecuencia, la técnica del trasplante de órganos se realiza por un gesto de total gratuidad por parte de los familiares de pacientes cuya muerte se ha certificado. En estos casos, el consentimiento informado es condición previa de libertad para que el trasplante se considere un don y no se interprete como un acto coercitivo o de abuso. En cualquier caso, es útil recordar que los órganos vitales sólo pueden extraerse de un cadáver (ex cadavere), el cual, por lo demás, posee una dignidad propia que se debe respetar. La ciencia, en estos años, ha hecho progresos ulteriores en la constatación de la muerte del paciente. Conviene, por tanto, que los resultados alcanzados reciban el consenso de toda la comunidad científica para favorecer la búsqueda de soluciones que den certeza a todos. En un ámbito como este no puede existir la mínima sospecha de arbitrio y, cuando no se haya alcanzado todavía la certeza, debe prevalecer el principio de precaución. Para esto es útil incrementar la investigación y la reflexión interdisciplinar, de manera que se presente a la opinión pública la verdad más transparente sobre las implicaciones antropológicas,
  • 20. sociales, éticas y jurídicas de la práctica del trasplante. En estos casos, desde luego, debe regir como criterio principal el respeto a la vida del donante de modo que la extracción de órganos sólo tenga lugar tras haber constatado su muerte real (cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, n. 476). El acto de amor que se expresa con el don de los propios órganos vitales es un testimonio genuino de caridad que sabe ver más allá de la muerte para que siempre venza la vida. El receptor debería ser muy consciente del valor de este gesto, pues es destinatario de un don que va más allá del beneficio terapéutico. Lo que recibe, antes que un órgano, es un testimonio de amor que debe suscitar una respuesta igualmente generosa, de manera que se incremente la cultura del don y de la gratuidad. El camino real que es preciso seguir, hasta que la ciencia descubra nuevas formas posibles y más avanzadas de terapia, deberá ser la formación y la difusión de una cultura de la solidaridad que se abra a todos, sin excluir a nadie. Una medicina de los trasplantes coherente con una ética de la donación exige de todos el compromiso de realizar todos los esfuerzos posibles en la formación y en la información a fin de sensibilizar cada vez más a las conciencias en lo referente a un problema que afecta directamente a la vida de muchas personas. Será necesario, por tanto, superar prejuicios y malentendidos, disipar desconfianzas y temores para sustituirlos con certezas y garantías, permitiendo que crezca en todos una conciencia cada vez más generalizada del gran don de la vida. Con estos sentimientos, a la vez que deseo a cada uno de vosotros que continúe su trabajo con la debida competencia y profesionalidad, invoco la ayuda de Dios sobre las actividades del Congreso e imparto a todos de corazón mi bendición.