1. La Enfermedad, experiencia de Fe.
D.P. Dr. José Silvestre López S.
« Suplo en mi carne —dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento
— lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia. »
( Salvifici Doloris S.S. Juan Pablo II).
El dolor y el sufrimiento en la enfermedad, son de las realidades más conflictivas de la
experiencia humana, ya que desafían nuestro sentido de búsqueda de paz y de bienestar. En la
sociedad actual no solamente no se les encuentra sentido, sino que se les rechaza, de ahí los
movimientos a legalizar la eutanasia y el suicidio asistido. En el mundo, el dolor y el sufrimiento
no tienen valor, se considera que no deberían ser parte de la vida, ya que parecen poner en
cuestionamiento algunos de los aspectos de la persona que se tienen en alta estima, como la
autonomía, la autosuficiencia, la productividad. La sociedad consumista de hoy busca la
redención sin dolor.
Pero esta actitud no nos prepara para la vida. Se busca alivio de todo esfuerzo y de todo
sufrimiento. Todo esto es claramente positivo, pero encierra sus riesgos. Corremos el peligro de
que lleguemos a creer que lo podemos suprimir, cuando resulta que el dolor y el sufrimiento son
inevitables y forman parte de la naturaleza del ser humano.
Muchos enfermos encuentran que en la experiencia de la enfermedad, principalmente si
entra en su vida en forma intempestiva o es prolongada, es un momento muy importante de
manifestar y vivir la fe en forma personal, con sus familias y personas que los rodean. Su
experiencia de fe puede llenar de sentido lo que con el intelecto no somos capaces de explicar.
El enfermo en ocasiones se encuentra desahuciado por algunos sectores de la sociedad y
se siente solo y alejado de los demás, pareciera que a su vida se le hubiese robado el sentido y la
ilusión de vivir. Qué mejor que escuchar la voz del que sufre para encontrar una fe viva y
auténtica aún en situaciones desesperantes. Es el testigo veraz adecuado para señalar el sentido
de la fe en la enfermedad, a esa misma sociedad que no entiende sino el lenguaje de la utilidad y
eficacia. El que sufre clama que la persona es más que todo eso y que no podemos reducir su
esencia, su dignidad y su valor como hijo de Dios.
Cuando llega la enfermedad y se acepta y se ofrece, el hombre encuentra su integridad
porque comienza a depender de Dios y se siente creatura necesitado del creador, la fe se
agiganta, la esperanza se reaviva y es cuando el hombre alcanza su máxima productividad
porque toma conciencia de su trascendencia y no se le olvida su fin último, da un sentido a su
sufrimiento, es cuando se dona y se vuelve ofrenda, hostia viva, para alcanzar su santidad y se
convierte en caridad o amor para los demás, porque él refuerza como pilar las gracias en la
Iglesia.
La muerte de Cristo en la cruz es una demostración del poder del amor sobre el
sufrimiento; por su sacrificio se derraman innumerables gracias sobre los seres humanos. Su
sacrificio hizo posible la resurrección, que nos libera del pecado y de la muerte para darnos vida,
y vida en abundancia. Ahora bien, el que sufre no es solamente beneficiario pasivo de la
redención de Cristo, sino que coopera con Cristo en su pasión de tal forma que participa de su
resurrección. Con su Pasión y su cruz, asumió el dolor, aunque no lo buscó.
Nuestro Señor Jesucristo no ha venido a suprimir el sufrimiento, ni siquiera vino a
explicarlo, viene a llenarlo con su presencia, nos invita, aportando nuestro dolor y sufrimiento en
la enfermedad como testimonio de fe, alimentada por la escucha de la Palabra de Dios, la oración
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