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LOS USOS DE LA OPINION PÚBLICA
Agosto 27 de 2002
El significado del concepto de “opinión pública” parece ser evidente para muchas personas,
desde políticos y politólogos hasta ciudadanos comunes y corrientes. Para el caso que me
interesa: el de los editorialistas y columnistas de prensa, en casi todos los casos que he
leído, el asunto tampoco parece plantear ninguna duda. Pero si uno atiende al uso que se
hace en la prensa escrita (también en la TV) de ese concepto, se encuentra una pluralidad
de usos que sugiere igual numero de sentidos (o significados). Uno se siente tentado a creer
que el concepto de opinión pública es algo así como lo que Perelman llama una “noción
confusa”, sin que tal apelativo implique demeritar la utilidad de tales nociones en la
argumentación de la vida real. Las nociones confusas (lo mismo que los “valores
universales”, según Perelman), permiten suponer acuerdos en torno a nociones abstractas y
generales, - que nadie acierta a definir con la precisión necesaria para que la acepten todos
los interesados – son nociones que sólo se vuelven motivo de debate cuando uno intenta
hacer valer su definición particular como la que todo mundo debe aceptar, o actúa
suponiendo o buscando que su particular visión de tal noción sea válida para todos.1
Si el que habla o escribe presupone, en el discurso, que su auditorio ya acepta una noción
que realmente no acepta, está cometiendo una “petición de principio”; si da a la noción un
significado distinto al que su oyente le otorga, está cometiendo una falacia de ambigüedad.
Recuérdese que las discusiones bizantinas resultan, muchas veces de estar dando
significados distintos a los conceptos. ¿No se incurre permanentemente en los medios de
1
El acuerdo sobre la existencia de algo así como una opinión pública, surge históricamente con el concepto
mismo, al inicio de la modernidad. El estudio histórico del desarrollo de este concepto se puede rastrear en el
libro de Jürgen Habermas La transformación estructural de la esfera de lo público, traducido al español como
Historia y crítica de la opinión pública.
2
comunicación en esta petición y esta falacia? Constantemente los discursos periodísticos y
de opinión se atribuyen abusivamente el conocimiento y la representación de la opinión
pública; muchas veces con el único respaldo de encuestas parciales o con posiciones
creadas por los mismos medios.
Un importante sociólogo contemporáneo, analizando las encuestas o sondeos de opinión, ha
concluido, tal vez apresuradamente, que la opinión pública no existe2
. Desde la óptica de la
socio – semiótica, Landowski declara que, sin embargo, la “opinión pública”, “aunque
desprovista de referencia,... no está desprovista de sentido”3
. En la medida en que la noción
de opinión pública es efectiva, es usada y tiene logros performativos, en la vida social (y no
sólo en el discurso), vale la pena indagar por el grado en que ella alude a un referente
concreto.
¿Es la opinión pública la “la opinión del público” (que es quizás su sentido más lato,
aunque, como veremos, no el único)?. Y ¿quién es este público? ¿Somos todos, o sólo los
que pueden opinar? Opinamos todos, pero, ¿qué tanto son consideradas las opiniones de la
mayoría? ¿Qué efectividad pueden tener? ¿Acaso no consiste la democracia representativa
en la delegación del poder decisorio en otros, los políticos, los expertos, los técnicos?
¿Incluye esta delegación el derecho de ser tenido en cuenta de cada uno de los miembros de
la sociedad? Son demasiadas preguntas, que tendrían que responder distintas disciplinas
sociales. Aquí se trata sólo de rastrear la posible efectividad social de algunos de los
discursos que se hacen alrededor del denominado “proceso de paz”, ente 1998 y 2002.
2
Pierre Bourdieu (1972): “La opinión pública no existe” en Sociología y cultura, Grijalbo 1990.
3
Para tratar de aclarar esta confusa noción, veamos si los usos de la opinión pública (algunos
de ellos) se dejan clasificar en las cuatro actitudes que, según Landowski, adopta la “clase
política” ante dicho ente semiótico. Siguiendo la analogía que este autor propone tratemos
de situar el escenario y los personajes de nuestro drama.
El escenario es la realidad social de Colombia, en cuyo espacio a la vez se desarrollan
diversos dramas. De ellos privilegiaremos uno: el enfrentamiento armado de diferentes
grupos y los esfuerzos por terminarlo mediante un acuerdo político. A tal enfrentamiento
algunos no han dudado en llamarlo guerra, pero no hay claridad sobre en carácter
específico de ésta: no se trata de una guerra civil entre dos amplios sectores políticos por
motivos de ideología política, al estilo del siglo XIX; tampoco es la repetición o mera
continuación de la violencia entre liberales y conservadores de los años cincuenta4
;
tampoco parece ser una guerra del proletariado o una insurrección general. Aquí me
limitaré a hablar de “conflicto armado”, sin polemizar sobre el carácter de éste.
Es sabido que el escenario real de la guerra es principalmente el campo; pero su amenaza y
efectos se sienten también en los centros urbanos, en las fronteras geográficas y en las
fronteras políticas (Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Europea).
Los actores del drama serán entonces los actores armados, e indirectamente, la población
afectada (o beneficiada) por su accionar (desplazados, ganaderos, etc.).
3
Landowski (1993), cap. 1: “La opinión pública y sus portavoces”.
4
Véase el artículo de Gonzalo Sánchez: “Colombia: sociedad del desarraigo”, sobre el libro de Daniel Pècaut:
Guerra contra la sociedad, en la Revista de El Espectador. (La caracterización que sugiere el título del texto
de Pécaut, señala una verdad de hecho - los efectos desastrosos del conflicto sobre la sociedad civil -, pero me
temo que ninguno de los actores del conflicto, y sus posibles simpatizantes, aceptarían que se considerara a su
accionar militar de tal modo. La tesis de Pécaut sería correcta, pero no daría cuenta cabal de los imaginarios
de la guerra: cada uno de los actores armados se considera en lucha por los ideales de justicia, libertad y
democracia; otras ‘nociones confusas,’ propuestas en Occidente como valores universales).
4
Aquí sin embargo, el conflicto armado será considerado como el telón de fondo de otra
lucha: la que se da en el lenguaje de los medios escritos, como filtro y caja de resonancia de
los posibles debates de la opinión pública; más específicamente, me propongo analizar el
reflejo del conflicto en el discurso de los orientadores y manipuladores de la opinión
pública. En el análisis de Landowski, inspirado en el teatro griego, estos ocupan el lugar del
corifeo, personaje encargado de comentar al público los hechos del drama, pero también de
dirigir a los actores los reclamos del público. Dado su enfoque estructuralista, el modelo de
Landowski puede resultar demasiado estático y esquemático. La realidad, como siempre, es
infinitamente más compleja; pues además de la pluralidad de escenarios y actores, tenemos
que considerar gran cantidad de coros y corifeos: los portavoces oficiales de los bandos
enfrentados (o en búsqueda de cesación del conflicto), los representantes de cada fracción
de la clase política, los representantes de gremios económicos, de ONG’s nacionales e
internacionales, los editorialistas de la gran prensa, los analistas y politólogos de la
academia y los autores de columnas de opinión (casi sobra decir que la lista es parcial y que
los roles mencionados se solapan cuando una misma persona ejerce varios de ellos).
Inicialmente me limitaré a las tres ultimas categorías: editorialistas, politólogos y
columnistas de opinión.
Recordemos el cuadro en el que Landowski intenta sintetizar las actitudes de la “clase
política” (en nuestro caso, los actores en conflicto y los “opinadores” profesionales
mencionados) ante la opinión pública:
5
Analicemos ahora algunos casos de nuestra prensa nacional, con el doble propósito de
aclarar su noción de opinión pública y su actitud frente a ella. Inicialmente sólo tendré en
cuenta las alusiones directas a la “opinión pública”; luego veremos que se acostumbra
aludir a ella de modo indirecto usando expresiones como “los colombianos”, “el país”, “la
ciudadanía”, etc.
1. “No se puede concebir un 'canje' sin unos compromisos creíbles y
absolutamente verificables de la guerrilla - con continuidad en el tiempo - para
terminar con el secuestro y respetar a la población civil y a los miembros de la
fuerza pública puestos en estado de indefensión.
Estas tendrían que ser las mínimas y muy precisas condiciones del 'canje',
cualquiera que sea la formalidad jurídica que se escoja para hacerlo efectivo, y
una vez se llegue a ese acuerdo político. Además, probablemente esta sería la
única manera como la opinión pública lo apoyaría, pues hoy ella se muestra
mayoritariamente en contra de esa posibilidad”.
(Las alambradas de la paz, editorial El Tiempo, 15 de octubre de 2000)
En este caso, como en casi todos, se trata a la opinión pública como un sujeto (femenino en
el idioma español). El autor afirma que, bajo determinadas condiciones, la opinión pública
aceptaría el canje (de guerrilleros presos por policías y soldados que la insurgencia llama
“retenidos” o “prisioneros de guerra” y que sus enemigos llaman “secuestrados”). Afirma,
además, el autor que la opinión pública está, en el momento, “mayoritariamente en contra”
de tal canje (lo que también supone que hay una minoría a favor). ¿Cómo sabe esto? Dado
que no se remite a encuestas o testimonios, podemos suponer que el autor acude a su
información e intuición personales. Tendremos que volver sobre este “olfato” especial que
parecen poseer algunos para determinar las posiciones de la opinión pública.
1) “Opinión” = destinador
“La clase política sigue a la
opinión”
3) “Opinión” = antidestinador
“La clase política engaña a la
opinión”
2) “Opinión” = no antidestinador
“La clase política desafía a la
opinión”
4) “Opinión” = no destinador
“La clase política se enfrenta a
la opinión”
6
El autor señala las circunstancias en las cuales los bandos en conflicto podrían ganar la
aprobación de la opinión pública; de allí que su actitud se pueda enmarcar en el caso 1 de la
clasificación de Landowski. De no satisfacerse las condiciones mencionadas, el autor
podría considerar que la aprobación del canje estaría enfrentando al gobierno con la opinión
pública (caso 4).
2. “Cuando se propuso el diálogo, nadie creyó que iba a ser fácil. La guerrilla
exigió el despeje de algunos municipios del país y rechazó la posibilidad de
sentarse a la mesa con las autodefensas; estos grupos armados, a su vez,
exigieron garantías de la voluntad de paz de la guerrilla y parte de la opinión
pública, estimulada por algunos medios de comunicación, reclamó medidas de
fuerza y un ejercicio vigoroso de la autoridad, rechazó cualquier clase de
concesión o de acuerdo, consideró inaceptable que al guerrillero se lo tratara
como negociador y calificó los arreglos como una derrota y una debilidad, y no
como una posibilidad de paz. Otro sector de la opinión, en cambio, vio los
diálogos como una salida; quiso que cesaran los enfrentamientos y entendió que
para una paz duradera se requerían concesiones económicas y políticas que
modificarían, necesariamente las relaciones de poder y construirían un nuevo
marco institucional.
Esos sectores, enfrentados en una ardiente pugna verbal, bajaron el tono cuando
cinco años más tarde se hicieron posibles los acuerdos que generaron una tregua.
A partir de ahí siguió un proceso largo, con una agenda extensa y con propuestas
polémicas como la de reunir una nueva Constituyente y la de constituir un nuevo
gobierno con participación de la insurgencia. El gobierno, puesto entre la espada
de los insurgentes y la pared de una opinión pública desconfiada y exigente,
presionado por la realidad insoslayable de una economía golpeada y en crisis por
la multiplicación de los atentados y emplazado por la opinión pública
internacional y por agentes de otros gobiernos, optó por transigir. Así se abrió el
paso para cambios tan drásticos como una Constituyente, un gobierno de
coalición y cambios significativos en los distintos campos de la vida nacional.
Fueron medidas que tuvieron un impacto significativo en la vida del país y que
generaron altos costos.
(DESTINO COLOMBIA, Proceso de planeación por escenarios. Segundo
escenario: “más vale pájaro en mano que ciento volando”).
El texto no presenta una situación ocurrida realmente, pues constituye parte de un ejercicio
de escenarios posibles. En el primer párrafo se habla de una opinión pública dividida en dos
partes: una que es “estimulada por los medios de comunicación” para exigir, al gobierno,
medidas de fuerza, ejercicio vigoroso de la autoridad; para rechazar concesiones o
acuerdos, para rechazar a los guerrilleros como negociadores, y para calificar los arreglos
como derrotas y debilidades y no como una posibilidad de paz. La otra parte de la opinión
pública ve (por sí misma) los diálogos como una salida, quiere que cesen los
enfrentamientos y entiende “que para una paz duradera se requerían concesiones
económicas y políticas que modificarían, necesariamente las relaciones de poder y
7
construirían un nuevo marco institucional”. Los autores prevén, además, una “ardiente
pugna verbal” entre estos dos sectores de la opinión pública. En un periodo posterior, sitúan
al gobierno como sometido a la triple presión de “la espada de la insurgencia” y “la pared”
de “una opinión pública desconfiada y exigente”, debida a causas económicas y al temor
de los “atentados”, y, finalmente, por la “opinión pública internacional”.
Sintetizando, para los autores del texto, la opinión pública, o un sector de ella, puede ser
“influenciada” (supongo que por diplomacia evitan usar el término “manipulada”) por los
medios de comunicación para oponerse a todo acuerdo con la guerrilla. Por el otro lado, se
presenta un sector de la opinión pública que puede “ver, querer y entender” la posibilidad y
las implicaciones de la paz. Enseguida se habla de una opinión pública que tiene razones
para ser desconfiada y exigente. Se alude, finalmente, a una opinión pública internacional,
ligada a la posición de los gobiernos extranjeros, que puede emplazar al gobierno nacional
a tomar decisiones.
Así, los autores sitúan dos posiciones posibles: la de los medios de comunicación que
pueden influir (para el caso, negativamente) en la opinión pública, y en tal caso la estarían
engañando o manipulando (caso 3); y la posición de una opinión pública consciente de su
fuerza que no sólo reconoce las opciones adecuadas sino que, además, obliga al gobierno a
seguirla (caso 1).
3. Con evidente irritación la extrema derecha –armada y desarmada– recibió el
saludo cordial entre Manuel Marulanda y Hernán Echavarría. Aunque la opinión
pública no lo esperara, el encuentro entre estos dos hombres, que representan el
uno la crítica de las armas y el otro las armas de la crítica contra el latifundio, no
sólo era lógico y necesario sino que estaba cantado.
(Alfredo Molano, “Cruce de caminos”, El Espectador, 22-04-2000)
Aquí, según el autor, la opinión pública es sorprendida por algo inesperado. El autor asume
la tarea de ilustrar a la opinión pública para que esta vea la “lógica” y “necesidad” del
acontecimiento sorprendente (el encuentro del líder guerrillero con el terrateniente). Este
caso es típico de los autores que asumen la tarea de ilustrar a la opinión pública; el caso no
consiste tanto en seguir a la opinión pública, como en hacer que ella perciba mejor la
situación, tenga elementos de verdad y analisis correctos que la opinión deberá aceptar.
¿Permite este caso considerar a la opinión pública como una encarnación del auditorio
universal?, hablan en contra de esta posibilidad: el hecho de ser, casi siempre, una opinión
pública nacional (que, sin embargo, debe concordar con la opinión pública internacional);
también, la posibilidad de que la opinión pública esté dividida en dos o más sectores de
opinión, lo que condena a la parcialidad casi todos los discursos que se dirigen a alguno de
ellos. Volveré sobre esto.
4. “Nuestra investigación muestra los peligros de que los oficiales entrenados por
los norteamericanos, radicalizados por la situación de combate en que se
encuentran, incurran en violaciones a los derechos humanos.
El riesgo de que así vuelva a ocurrir se incrementa en la medida en que exista un
8
mayor secreto sobre la información de la nueva ayuda militar; es decir, sin una
verdadera fiscalización de las autoridades y de la opinión pública, para que no
vuelvan a ocurrir mapiripanes.
(“Los peligros de la ayuda militar” (Congresistas de E.U. indagan sobre la masacre
de Mapiripán), Ignacio Gómez, El Espectador, 27-02-2000)
Aquí se espera que la opinión pública, al lado de las autoridades, pueda fiscalizar la ayuda
militar norteamericana, oponiéndose así al secreto de la información sobre el asunto. Se
considera que la ausencia de tal fiscalización hace posible las matanzas como la de
Mapiripán (realizada por los paramilitares el 20 de julio de 1997). Valga anotar que el autor
de este texto tuvo que salir exiliado del país por amenazas contra su vida. Aquí tendríamos
un caso de lo que no se puede decir, por el riesgo que se corre con ello.
5. “en procura de sostener la cordialidad con la insurgencia, sus vacilaciones (de
Victor G.)y excesiva generosidad han sido interpretadas por ésta como síntomas
de debilidad que ella ha sabido usufructuar, y, además, han provocado tensiones
dentro del Estado y dudas entre la opinión pública;. El celo con que cuidaba esas
buenas relaciones contribuyó al aislamiento del proceso de paz, cuyo manejo ha
pecado de exclusivista. Así, el Alto Comisionado logró mantener la confianza de la
guerrilla en su persona, pero a costa de la pérdida de confianza de la opinión
pública en el proceso.”
(“La gestión de Víctor G. Ricardo”, Editorial, El Tiempo, 31-01-2000).
El editorialista interpreta la actuación del Alto Comisionado, y su efecto sobre la opinión
pública. El primero es calificado como vacilante, excesivamente generoso, exclusivista en
su gestión, que procura la cordialidad de la guerrilla y logra mantener la confianza de ella
en su persona, (posiblemente débil y pusilánime con la guerrilla). El editorialista conceptúa
que la actuación del comisionado ha sembrado dudas entre la opinión pública y que, a la
postre, ésta ha perdido la confianza en el proceso de paz. En estos casos siempre puede
surgir la pregunta ¿Cómo sabe esto el editorialista?
Está implícito que el editorialista respeta a la opinión pública, a la vez que insinúa un
enfrentamiento entre ella y el Comisionado. Esta será una constante en la evaluación
general que hacen los medios de una actitud negativa de la opinión pública frente al
proceso de paz. En general, apuntan a la idea de que el ejecutivo (Pastrana, los Altos
Comisionados, y algunos más) se enfrentan a la opinión pública; los críticos más radicales
afirmarán incluso que el Gobierno engaña a la opinión, al crearle falsas expectativas con el
proceso. En los últimos meses se ha sembrado la duda sobre posibles acuerdos secretos de
Pastrana con Marulanda (la realización de una asamblea Constituyente que disolvería el
Congreso y aplazaría las elecciones...).
Esta ilustración del caso 3 de Landowski, nos permite anotar que en nuestra pesquiza
encontramos pocos casos de autores que se enfrenten a la opinión pública, más común es
que se acuse a otros de enfrentársele.
6. “Si los medios de comunicación aceptan que su papel básico es el de
formadores de opinión, deben priorizar los cambios positivos que se evidencian en
el proceso de paz, haciendo esfuerzos por asumir un papel formativo y educativo
no solo sobre la sociedad sino sobre los propios contendientes armados, ya que
9
es muy fácil caricaturizar y responder a las declaraciones agresivas con
declaraciones de guerra, con los efectos que sobre la opinión pública conlleva esta
actitud que enerva y neutraliza cualquier esfuerzo y avance en el proceso de las
negociaciones”.
(“Marulanda y los medios de comunicación”, Gustavo Ruiz M., El Colombiano, 13-
02-00).
El columnista del diario conservador El Colombiano invita a los medio de comunicación a
asumir su papel de formadores de la opinión, a educar a la sociedad y a la misma
insurgencia; de tal modo que los medios eviten el lenguaje guerrero, (“no responder
declaraciones agresivas con declaraciones de guerra”) y acepten los logros del proceso de
paz (y, por tanto, inciten a la opinión y a la sociedad a aceptarlos). Parece haber una
constante en la actitud partidista de los grandes diarios: mientras que El Tiempo y El
Espectador sostienen una línea editorial crítica de las actuaciones del Gobierno
conservador, El País y El Colombiano suelen ser solidarios con el Ejecutivo.
7. “Con una opinión pública adversa a la clase política, motivada en recientes
escándalos de corrupción, el presidente Andrés Pastrana le propuso anoche a los
colombianos revocar el mandato del actual Congreso y elegir, cuanto antes, uno
nuevo con 88 parlamentarios menos”.
(“"Pastranaso" al congreso”, El Tiempo, 05/04/2000).
Aquí el redactor de noticias del tiempo señala una posición de la opinión pública como
adversa a la “clase política” (el término alude a los congresistas), debido a los casos de
corrupción; y muestra la actitud asumida por el presidente, que aprovecharía esta situación
de desprestigio para proponer una reforma radical del parlamento.
8. “Si la fuerza de la opinión pública no se canaliza hacia un ejercicio político
sano, que adquiera peso específico en el cambio de rumbo de esta embarcación
que hace aguas, el naufragio la sorprenderá (como a los músicos del Titanic)
desafinando en cubierta. Qué tontería. La ‘gente de bien’ puede llegar a creer que
con salir a marchar queda saldado su compromiso con un mejor país. Y no es así”.
(“La guerra del absurdo”, Alberto Aguirre, Cromos, 27-06-1999).
El autor reconoce en la opinión pública una fuerza que puede y debe ser “canalizada hacia
un ejercicio político sano”; que, con tal canalización, debe adquirir un “peso específico” en
la corrección del rumbo de la embarcación (el país) que se dirige al naufragio. Enseguida
critica a la ‘gente de bien’ que limita su compromiso con la situación saliendo a marchar.
Aquí se supone un concepto positivo de la opinión pública, como agente políticamente
activo, que se diferencia de la ‘gente de bien’. La opinión pública debe ser ‘canalizada’
para que se realice su potencial político.
9. Mientras Cano, aupado por Tirofijo, creyó ver en el gesto del nuevo mandatario
la apertura de un camino hacia una sólida negociación de paz; Jojoy sostuvo que
Pastrana sólo estaba jugando a ganar puntos ante la opinión pública y que
carecía de la capacidad y del liderazgo para conducir un verdadero proceso de
paz como el que demandaban las Farc.
(“¿Por qué se definieron las Farc?”, Revista Cambio, 10-05-1999).
10
El autor intenta mostrar una diferencia de criterios entre los comandantes de las Farc. Cano
y Marulanda creerían en la buena voluntad de Pastrana, mientras que Briceño (‘Jojoy’),
representante de la actitud militarista, interpretaría la actitud del presidente como una
búsqueda de “ganar puntos ante la opinión pública”, acompañada de una real incapacidad
para conseguir un proceso de paz “como el que demandaban las Farc”. Así se atribuye a la
opinión una actitud pasiva que posibilita su engaño por el Presidente.
10. “El mecanismo es tan diabólico que la versión oficial, elaborada dentro de
“ciertos límites”, repetida y repetida termina siendo adoptada por la gente como su
propia verdad. Entonces se hace incontrastable, evidente. Se ha convertido en
opinión pública, en verdad de a puño, en vox populi. El nazismo entendió el
método: una mentira machacada mil veces se vuelve una verdad absoluta. (...) lo
que existe en el mundo social, político, económico, son intereses y por tanto,
verdades parciales. La única verdad es la existencia de esas múltiples versiones, y
la verdadera libertad de expresión que debe imperar en una democracia...”
(“El mango de la sartén”, Alfredo Molano Bravo; El Espectador, 02 07 2000).
11. ”En los Estados Unidos(...), la opinión pública vigila celosa y directamente la
gestión de cada quien, desconfiando de los prestigios fabricados por los medios
de comunicación”.
(“Palo porque bogas... y palo porque no”.William Jaramillo Gómez, El Espectador,
25/06/2000).
12. La gente grita porque no la oyen. Porque nunca la han oído. Porque sustituyen
sus voces, falsifican sus argumentos, los manipulan; nunca los medios de
comunicación miran desde abajo. Es cierto que en Colombia no hay censura de
prensa, pero existe algo quizás peor: el desconocimiento de las razones y de los
intereses de la gente llana. No la ven. No existe para los publicistas del
establecimiento, salvo como un “imaginario” folclórico y curioso.
(“Con la vara que mides”, Alfredo Molano, El Espectador, 16/04/2000).
13. “El Gobierno creyó que con la opinión pública que maneja –que es ante todo
teleaudiencia – podría ganarle la partida al resto, la otra opinión, más política, más
pragmática La corrupción pública en Colombia está íntimamente ligada al Frente
Nacional, al bipartidismo con que siempre nos han gobernado. La manguala, la
llamó Gaitán.
Democracia sí ha habido, pero, como dicen los chilenos, ha sido una democracia
para la aristocracia. Sin oposición la democracia es un gesto y la cosa pública se
vuelve patrimonio privado”.
(“Nido de paloma”, Alfredo Molano, El Espectador, 09/04/2000).
14. “porque convocando a un referendo que ataque la corrupción del Congreso,
Andrés Pastrana gana legitimidad frente a la opinión pública, que le es
indispensable para negociar con la guerrilla, afirma el analista político Fernando
Cepeda. "Mientras más se modernicen las costumbres políticas, mejor para ellos",
11
afirma el representante a la Cámara Antonio Navarro.(...) Aunque el referendo
'descaguaniza' la discusión política y la coloca en el ámbito institucional, no agota
el debate sobre una reforma política más profunda que subsane el tema de mayor
interés para las Farc”.
(“Impacto sobre negociación con Farc”, Unidad de Paz, El Tiempo, 06/04/2000).
15.
16. “¿Dónde está la frontera ética –se preguntaba el semanario[Semana]– que
divide a una sociedad bien informada de una prensa manipulada por los actores
en conflicto?”. Lo que sí es preocupante es el cambio de actitud que se percibe
frente a los medios en la opinión pública.. Hasta ahora en el país había
sobrevivido la tesis belisarista de que era preferible una prensa desbordada que
una prensa amordazada. que vaya ganando más audiencia la tesis contraria: la de
que entre menos se informe, menos se muestre la violencia o los hechos
violentos, a Colombia y a nosotros los colombianos nos va a ir mejor.(...)”
(“Los medios”, Maria Jimena Duzán; El Espectador, 07-09-99).
17. “Las prisas y dificultades de Pastrana para tratar de convencer a los generales
y a la opinión pública de que, de hecho, él nunca aprobó un indefinido despeje de
los 42.000 kilómetros cuadrados administrados por las FARC en el selvático sur
colombiano demuestran que los cuarteles y las fuerzas económicas y sociales
asociadas a sus tesis están hartos de entregas sin contrapartidas guerrilleras que
les salven la cara”.
(“Pastrana, obligado a dar un giro al proceso de paz en Colombia”, Juan Jesús
Aznarez, El País, España, 30-05-99).
18. “(...) a la gente le dio por plantear consultas sobre cualquier cosa a la hora de
elegir a los miembros de las corporaciones públicas, para tomarle el pulso a la
opinión en cuestiones que le parecen de interés público en la coyuntura que vive
el país
Se trata de que el Gobierno siga a la opinión pública predominante, de que ésta
sea la que lidere la gestión pública, de que se pueda cambiar de giro como a la
gente se le ocurra
De consulta en consulta, aquí, todo está pendiente. Quienes deben saber qué hay
qué hacer deben hacerlo. Sin esperar el resultado de las consultas, porque la
indecisión tiene perdido al país.”
(“La consultadera participativa”, Luis Carlos Sáchica, El Espectador, 16/10/2000).
19. “Porque una opinión pública desinformada y con un enfoque superficial, puede
convertirse en un obstáculo fatal para un proceso de paz.(...) que los periodistas
cambiaran por un momento su paradigma tradicional, el de no involucrarse
directamente en el proceso para mantener la objetividad asumir una perspectiva
diferente, y muy especialmente la de las personas directamente involucradas en el
conflicto, pueden entender mucho mejor las complejidades”
(“Lecciones de un seminario. Juegos de guerra y paz”, Juan Manuel Santos, El
Tiempo, 28/01/1999).
12
20. “un proceso de paz se hace, no solo en las mesas de conversaciones sino en
ese ámbito colectivo de la opinión pública. Una opinión desconfiada, insegura,
agresiva, debilita cualquier proceso. Una opinión optimista, esperanzada,
participante y exigente, se vuelve el alma de una gestión de paz”.
(“La verdad bajo fuego”, Javier Darío Restrepo)
"¿Colombia necesita una derecha?... Es la típica pregunta inductiva para ahormar
la llamada opinión pública y aumentar las ganancias del medio de comunicación
que la impone. Habrá que considerar el sistema electoral, la llamada democracia
participativa, los medio de comunicación, la justicia, la inequidad laboral que se ha
generado y otros temas alusivos que podrán darle sentido a una respuesta y
contenido a un aporte constructivo posterior para construir algo entre la mayoría."
"Debemos defender nuestras convicciones, creencias, propuestas y patrimonio
moral, pero sin necesidad de torcerle el pescuezo a la verdad... ni a las
preguntas."
(“Así no se apaga el fuego”, Alfonso Cano, El Tiempo, 20-10-2000).

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Los usos de la opinion publica

  • 1. LOS USOS DE LA OPINION PÚBLICA Agosto 27 de 2002 El significado del concepto de “opinión pública” parece ser evidente para muchas personas, desde políticos y politólogos hasta ciudadanos comunes y corrientes. Para el caso que me interesa: el de los editorialistas y columnistas de prensa, en casi todos los casos que he leído, el asunto tampoco parece plantear ninguna duda. Pero si uno atiende al uso que se hace en la prensa escrita (también en la TV) de ese concepto, se encuentra una pluralidad de usos que sugiere igual numero de sentidos (o significados). Uno se siente tentado a creer que el concepto de opinión pública es algo así como lo que Perelman llama una “noción confusa”, sin que tal apelativo implique demeritar la utilidad de tales nociones en la argumentación de la vida real. Las nociones confusas (lo mismo que los “valores universales”, según Perelman), permiten suponer acuerdos en torno a nociones abstractas y generales, - que nadie acierta a definir con la precisión necesaria para que la acepten todos los interesados – son nociones que sólo se vuelven motivo de debate cuando uno intenta hacer valer su definición particular como la que todo mundo debe aceptar, o actúa suponiendo o buscando que su particular visión de tal noción sea válida para todos.1 Si el que habla o escribe presupone, en el discurso, que su auditorio ya acepta una noción que realmente no acepta, está cometiendo una “petición de principio”; si da a la noción un significado distinto al que su oyente le otorga, está cometiendo una falacia de ambigüedad. Recuérdese que las discusiones bizantinas resultan, muchas veces de estar dando significados distintos a los conceptos. ¿No se incurre permanentemente en los medios de 1 El acuerdo sobre la existencia de algo así como una opinión pública, surge históricamente con el concepto mismo, al inicio de la modernidad. El estudio histórico del desarrollo de este concepto se puede rastrear en el libro de Jürgen Habermas La transformación estructural de la esfera de lo público, traducido al español como Historia y crítica de la opinión pública.
  • 2. 2 comunicación en esta petición y esta falacia? Constantemente los discursos periodísticos y de opinión se atribuyen abusivamente el conocimiento y la representación de la opinión pública; muchas veces con el único respaldo de encuestas parciales o con posiciones creadas por los mismos medios. Un importante sociólogo contemporáneo, analizando las encuestas o sondeos de opinión, ha concluido, tal vez apresuradamente, que la opinión pública no existe2 . Desde la óptica de la socio – semiótica, Landowski declara que, sin embargo, la “opinión pública”, “aunque desprovista de referencia,... no está desprovista de sentido”3 . En la medida en que la noción de opinión pública es efectiva, es usada y tiene logros performativos, en la vida social (y no sólo en el discurso), vale la pena indagar por el grado en que ella alude a un referente concreto. ¿Es la opinión pública la “la opinión del público” (que es quizás su sentido más lato, aunque, como veremos, no el único)?. Y ¿quién es este público? ¿Somos todos, o sólo los que pueden opinar? Opinamos todos, pero, ¿qué tanto son consideradas las opiniones de la mayoría? ¿Qué efectividad pueden tener? ¿Acaso no consiste la democracia representativa en la delegación del poder decisorio en otros, los políticos, los expertos, los técnicos? ¿Incluye esta delegación el derecho de ser tenido en cuenta de cada uno de los miembros de la sociedad? Son demasiadas preguntas, que tendrían que responder distintas disciplinas sociales. Aquí se trata sólo de rastrear la posible efectividad social de algunos de los discursos que se hacen alrededor del denominado “proceso de paz”, ente 1998 y 2002. 2 Pierre Bourdieu (1972): “La opinión pública no existe” en Sociología y cultura, Grijalbo 1990.
  • 3. 3 Para tratar de aclarar esta confusa noción, veamos si los usos de la opinión pública (algunos de ellos) se dejan clasificar en las cuatro actitudes que, según Landowski, adopta la “clase política” ante dicho ente semiótico. Siguiendo la analogía que este autor propone tratemos de situar el escenario y los personajes de nuestro drama. El escenario es la realidad social de Colombia, en cuyo espacio a la vez se desarrollan diversos dramas. De ellos privilegiaremos uno: el enfrentamiento armado de diferentes grupos y los esfuerzos por terminarlo mediante un acuerdo político. A tal enfrentamiento algunos no han dudado en llamarlo guerra, pero no hay claridad sobre en carácter específico de ésta: no se trata de una guerra civil entre dos amplios sectores políticos por motivos de ideología política, al estilo del siglo XIX; tampoco es la repetición o mera continuación de la violencia entre liberales y conservadores de los años cincuenta4 ; tampoco parece ser una guerra del proletariado o una insurrección general. Aquí me limitaré a hablar de “conflicto armado”, sin polemizar sobre el carácter de éste. Es sabido que el escenario real de la guerra es principalmente el campo; pero su amenaza y efectos se sienten también en los centros urbanos, en las fronteras geográficas y en las fronteras políticas (Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Europea). Los actores del drama serán entonces los actores armados, e indirectamente, la población afectada (o beneficiada) por su accionar (desplazados, ganaderos, etc.). 3 Landowski (1993), cap. 1: “La opinión pública y sus portavoces”. 4 Véase el artículo de Gonzalo Sánchez: “Colombia: sociedad del desarraigo”, sobre el libro de Daniel Pècaut: Guerra contra la sociedad, en la Revista de El Espectador. (La caracterización que sugiere el título del texto de Pécaut, señala una verdad de hecho - los efectos desastrosos del conflicto sobre la sociedad civil -, pero me temo que ninguno de los actores del conflicto, y sus posibles simpatizantes, aceptarían que se considerara a su accionar militar de tal modo. La tesis de Pécaut sería correcta, pero no daría cuenta cabal de los imaginarios de la guerra: cada uno de los actores armados se considera en lucha por los ideales de justicia, libertad y democracia; otras ‘nociones confusas,’ propuestas en Occidente como valores universales).
  • 4. 4 Aquí sin embargo, el conflicto armado será considerado como el telón de fondo de otra lucha: la que se da en el lenguaje de los medios escritos, como filtro y caja de resonancia de los posibles debates de la opinión pública; más específicamente, me propongo analizar el reflejo del conflicto en el discurso de los orientadores y manipuladores de la opinión pública. En el análisis de Landowski, inspirado en el teatro griego, estos ocupan el lugar del corifeo, personaje encargado de comentar al público los hechos del drama, pero también de dirigir a los actores los reclamos del público. Dado su enfoque estructuralista, el modelo de Landowski puede resultar demasiado estático y esquemático. La realidad, como siempre, es infinitamente más compleja; pues además de la pluralidad de escenarios y actores, tenemos que considerar gran cantidad de coros y corifeos: los portavoces oficiales de los bandos enfrentados (o en búsqueda de cesación del conflicto), los representantes de cada fracción de la clase política, los representantes de gremios económicos, de ONG’s nacionales e internacionales, los editorialistas de la gran prensa, los analistas y politólogos de la academia y los autores de columnas de opinión (casi sobra decir que la lista es parcial y que los roles mencionados se solapan cuando una misma persona ejerce varios de ellos). Inicialmente me limitaré a las tres ultimas categorías: editorialistas, politólogos y columnistas de opinión. Recordemos el cuadro en el que Landowski intenta sintetizar las actitudes de la “clase política” (en nuestro caso, los actores en conflicto y los “opinadores” profesionales mencionados) ante la opinión pública:
  • 5. 5 Analicemos ahora algunos casos de nuestra prensa nacional, con el doble propósito de aclarar su noción de opinión pública y su actitud frente a ella. Inicialmente sólo tendré en cuenta las alusiones directas a la “opinión pública”; luego veremos que se acostumbra aludir a ella de modo indirecto usando expresiones como “los colombianos”, “el país”, “la ciudadanía”, etc. 1. “No se puede concebir un 'canje' sin unos compromisos creíbles y absolutamente verificables de la guerrilla - con continuidad en el tiempo - para terminar con el secuestro y respetar a la población civil y a los miembros de la fuerza pública puestos en estado de indefensión. Estas tendrían que ser las mínimas y muy precisas condiciones del 'canje', cualquiera que sea la formalidad jurídica que se escoja para hacerlo efectivo, y una vez se llegue a ese acuerdo político. Además, probablemente esta sería la única manera como la opinión pública lo apoyaría, pues hoy ella se muestra mayoritariamente en contra de esa posibilidad”. (Las alambradas de la paz, editorial El Tiempo, 15 de octubre de 2000) En este caso, como en casi todos, se trata a la opinión pública como un sujeto (femenino en el idioma español). El autor afirma que, bajo determinadas condiciones, la opinión pública aceptaría el canje (de guerrilleros presos por policías y soldados que la insurgencia llama “retenidos” o “prisioneros de guerra” y que sus enemigos llaman “secuestrados”). Afirma, además, el autor que la opinión pública está, en el momento, “mayoritariamente en contra” de tal canje (lo que también supone que hay una minoría a favor). ¿Cómo sabe esto? Dado que no se remite a encuestas o testimonios, podemos suponer que el autor acude a su información e intuición personales. Tendremos que volver sobre este “olfato” especial que parecen poseer algunos para determinar las posiciones de la opinión pública. 1) “Opinión” = destinador “La clase política sigue a la opinión” 3) “Opinión” = antidestinador “La clase política engaña a la opinión” 2) “Opinión” = no antidestinador “La clase política desafía a la opinión” 4) “Opinión” = no destinador “La clase política se enfrenta a la opinión”
  • 6. 6 El autor señala las circunstancias en las cuales los bandos en conflicto podrían ganar la aprobación de la opinión pública; de allí que su actitud se pueda enmarcar en el caso 1 de la clasificación de Landowski. De no satisfacerse las condiciones mencionadas, el autor podría considerar que la aprobación del canje estaría enfrentando al gobierno con la opinión pública (caso 4). 2. “Cuando se propuso el diálogo, nadie creyó que iba a ser fácil. La guerrilla exigió el despeje de algunos municipios del país y rechazó la posibilidad de sentarse a la mesa con las autodefensas; estos grupos armados, a su vez, exigieron garantías de la voluntad de paz de la guerrilla y parte de la opinión pública, estimulada por algunos medios de comunicación, reclamó medidas de fuerza y un ejercicio vigoroso de la autoridad, rechazó cualquier clase de concesión o de acuerdo, consideró inaceptable que al guerrillero se lo tratara como negociador y calificó los arreglos como una derrota y una debilidad, y no como una posibilidad de paz. Otro sector de la opinión, en cambio, vio los diálogos como una salida; quiso que cesaran los enfrentamientos y entendió que para una paz duradera se requerían concesiones económicas y políticas que modificarían, necesariamente las relaciones de poder y construirían un nuevo marco institucional. Esos sectores, enfrentados en una ardiente pugna verbal, bajaron el tono cuando cinco años más tarde se hicieron posibles los acuerdos que generaron una tregua. A partir de ahí siguió un proceso largo, con una agenda extensa y con propuestas polémicas como la de reunir una nueva Constituyente y la de constituir un nuevo gobierno con participación de la insurgencia. El gobierno, puesto entre la espada de los insurgentes y la pared de una opinión pública desconfiada y exigente, presionado por la realidad insoslayable de una economía golpeada y en crisis por la multiplicación de los atentados y emplazado por la opinión pública internacional y por agentes de otros gobiernos, optó por transigir. Así se abrió el paso para cambios tan drásticos como una Constituyente, un gobierno de coalición y cambios significativos en los distintos campos de la vida nacional. Fueron medidas que tuvieron un impacto significativo en la vida del país y que generaron altos costos. (DESTINO COLOMBIA, Proceso de planeación por escenarios. Segundo escenario: “más vale pájaro en mano que ciento volando”). El texto no presenta una situación ocurrida realmente, pues constituye parte de un ejercicio de escenarios posibles. En el primer párrafo se habla de una opinión pública dividida en dos partes: una que es “estimulada por los medios de comunicación” para exigir, al gobierno, medidas de fuerza, ejercicio vigoroso de la autoridad; para rechazar concesiones o acuerdos, para rechazar a los guerrilleros como negociadores, y para calificar los arreglos como derrotas y debilidades y no como una posibilidad de paz. La otra parte de la opinión pública ve (por sí misma) los diálogos como una salida, quiere que cesen los enfrentamientos y entiende “que para una paz duradera se requerían concesiones económicas y políticas que modificarían, necesariamente las relaciones de poder y
  • 7. 7 construirían un nuevo marco institucional”. Los autores prevén, además, una “ardiente pugna verbal” entre estos dos sectores de la opinión pública. En un periodo posterior, sitúan al gobierno como sometido a la triple presión de “la espada de la insurgencia” y “la pared” de “una opinión pública desconfiada y exigente”, debida a causas económicas y al temor de los “atentados”, y, finalmente, por la “opinión pública internacional”. Sintetizando, para los autores del texto, la opinión pública, o un sector de ella, puede ser “influenciada” (supongo que por diplomacia evitan usar el término “manipulada”) por los medios de comunicación para oponerse a todo acuerdo con la guerrilla. Por el otro lado, se presenta un sector de la opinión pública que puede “ver, querer y entender” la posibilidad y las implicaciones de la paz. Enseguida se habla de una opinión pública que tiene razones para ser desconfiada y exigente. Se alude, finalmente, a una opinión pública internacional, ligada a la posición de los gobiernos extranjeros, que puede emplazar al gobierno nacional a tomar decisiones. Así, los autores sitúan dos posiciones posibles: la de los medios de comunicación que pueden influir (para el caso, negativamente) en la opinión pública, y en tal caso la estarían engañando o manipulando (caso 3); y la posición de una opinión pública consciente de su fuerza que no sólo reconoce las opciones adecuadas sino que, además, obliga al gobierno a seguirla (caso 1). 3. Con evidente irritación la extrema derecha –armada y desarmada– recibió el saludo cordial entre Manuel Marulanda y Hernán Echavarría. Aunque la opinión pública no lo esperara, el encuentro entre estos dos hombres, que representan el uno la crítica de las armas y el otro las armas de la crítica contra el latifundio, no sólo era lógico y necesario sino que estaba cantado. (Alfredo Molano, “Cruce de caminos”, El Espectador, 22-04-2000) Aquí, según el autor, la opinión pública es sorprendida por algo inesperado. El autor asume la tarea de ilustrar a la opinión pública para que esta vea la “lógica” y “necesidad” del acontecimiento sorprendente (el encuentro del líder guerrillero con el terrateniente). Este caso es típico de los autores que asumen la tarea de ilustrar a la opinión pública; el caso no consiste tanto en seguir a la opinión pública, como en hacer que ella perciba mejor la situación, tenga elementos de verdad y analisis correctos que la opinión deberá aceptar. ¿Permite este caso considerar a la opinión pública como una encarnación del auditorio universal?, hablan en contra de esta posibilidad: el hecho de ser, casi siempre, una opinión pública nacional (que, sin embargo, debe concordar con la opinión pública internacional); también, la posibilidad de que la opinión pública esté dividida en dos o más sectores de opinión, lo que condena a la parcialidad casi todos los discursos que se dirigen a alguno de ellos. Volveré sobre esto. 4. “Nuestra investigación muestra los peligros de que los oficiales entrenados por los norteamericanos, radicalizados por la situación de combate en que se encuentran, incurran en violaciones a los derechos humanos. El riesgo de que así vuelva a ocurrir se incrementa en la medida en que exista un
  • 8. 8 mayor secreto sobre la información de la nueva ayuda militar; es decir, sin una verdadera fiscalización de las autoridades y de la opinión pública, para que no vuelvan a ocurrir mapiripanes. (“Los peligros de la ayuda militar” (Congresistas de E.U. indagan sobre la masacre de Mapiripán), Ignacio Gómez, El Espectador, 27-02-2000) Aquí se espera que la opinión pública, al lado de las autoridades, pueda fiscalizar la ayuda militar norteamericana, oponiéndose así al secreto de la información sobre el asunto. Se considera que la ausencia de tal fiscalización hace posible las matanzas como la de Mapiripán (realizada por los paramilitares el 20 de julio de 1997). Valga anotar que el autor de este texto tuvo que salir exiliado del país por amenazas contra su vida. Aquí tendríamos un caso de lo que no se puede decir, por el riesgo que se corre con ello. 5. “en procura de sostener la cordialidad con la insurgencia, sus vacilaciones (de Victor G.)y excesiva generosidad han sido interpretadas por ésta como síntomas de debilidad que ella ha sabido usufructuar, y, además, han provocado tensiones dentro del Estado y dudas entre la opinión pública;. El celo con que cuidaba esas buenas relaciones contribuyó al aislamiento del proceso de paz, cuyo manejo ha pecado de exclusivista. Así, el Alto Comisionado logró mantener la confianza de la guerrilla en su persona, pero a costa de la pérdida de confianza de la opinión pública en el proceso.” (“La gestión de Víctor G. Ricardo”, Editorial, El Tiempo, 31-01-2000). El editorialista interpreta la actuación del Alto Comisionado, y su efecto sobre la opinión pública. El primero es calificado como vacilante, excesivamente generoso, exclusivista en su gestión, que procura la cordialidad de la guerrilla y logra mantener la confianza de ella en su persona, (posiblemente débil y pusilánime con la guerrilla). El editorialista conceptúa que la actuación del comisionado ha sembrado dudas entre la opinión pública y que, a la postre, ésta ha perdido la confianza en el proceso de paz. En estos casos siempre puede surgir la pregunta ¿Cómo sabe esto el editorialista? Está implícito que el editorialista respeta a la opinión pública, a la vez que insinúa un enfrentamiento entre ella y el Comisionado. Esta será una constante en la evaluación general que hacen los medios de una actitud negativa de la opinión pública frente al proceso de paz. En general, apuntan a la idea de que el ejecutivo (Pastrana, los Altos Comisionados, y algunos más) se enfrentan a la opinión pública; los críticos más radicales afirmarán incluso que el Gobierno engaña a la opinión, al crearle falsas expectativas con el proceso. En los últimos meses se ha sembrado la duda sobre posibles acuerdos secretos de Pastrana con Marulanda (la realización de una asamblea Constituyente que disolvería el Congreso y aplazaría las elecciones...). Esta ilustración del caso 3 de Landowski, nos permite anotar que en nuestra pesquiza encontramos pocos casos de autores que se enfrenten a la opinión pública, más común es que se acuse a otros de enfrentársele. 6. “Si los medios de comunicación aceptan que su papel básico es el de formadores de opinión, deben priorizar los cambios positivos que se evidencian en el proceso de paz, haciendo esfuerzos por asumir un papel formativo y educativo no solo sobre la sociedad sino sobre los propios contendientes armados, ya que
  • 9. 9 es muy fácil caricaturizar y responder a las declaraciones agresivas con declaraciones de guerra, con los efectos que sobre la opinión pública conlleva esta actitud que enerva y neutraliza cualquier esfuerzo y avance en el proceso de las negociaciones”. (“Marulanda y los medios de comunicación”, Gustavo Ruiz M., El Colombiano, 13- 02-00). El columnista del diario conservador El Colombiano invita a los medio de comunicación a asumir su papel de formadores de la opinión, a educar a la sociedad y a la misma insurgencia; de tal modo que los medios eviten el lenguaje guerrero, (“no responder declaraciones agresivas con declaraciones de guerra”) y acepten los logros del proceso de paz (y, por tanto, inciten a la opinión y a la sociedad a aceptarlos). Parece haber una constante en la actitud partidista de los grandes diarios: mientras que El Tiempo y El Espectador sostienen una línea editorial crítica de las actuaciones del Gobierno conservador, El País y El Colombiano suelen ser solidarios con el Ejecutivo. 7. “Con una opinión pública adversa a la clase política, motivada en recientes escándalos de corrupción, el presidente Andrés Pastrana le propuso anoche a los colombianos revocar el mandato del actual Congreso y elegir, cuanto antes, uno nuevo con 88 parlamentarios menos”. (“"Pastranaso" al congreso”, El Tiempo, 05/04/2000). Aquí el redactor de noticias del tiempo señala una posición de la opinión pública como adversa a la “clase política” (el término alude a los congresistas), debido a los casos de corrupción; y muestra la actitud asumida por el presidente, que aprovecharía esta situación de desprestigio para proponer una reforma radical del parlamento. 8. “Si la fuerza de la opinión pública no se canaliza hacia un ejercicio político sano, que adquiera peso específico en el cambio de rumbo de esta embarcación que hace aguas, el naufragio la sorprenderá (como a los músicos del Titanic) desafinando en cubierta. Qué tontería. La ‘gente de bien’ puede llegar a creer que con salir a marchar queda saldado su compromiso con un mejor país. Y no es así”. (“La guerra del absurdo”, Alberto Aguirre, Cromos, 27-06-1999). El autor reconoce en la opinión pública una fuerza que puede y debe ser “canalizada hacia un ejercicio político sano”; que, con tal canalización, debe adquirir un “peso específico” en la corrección del rumbo de la embarcación (el país) que se dirige al naufragio. Enseguida critica a la ‘gente de bien’ que limita su compromiso con la situación saliendo a marchar. Aquí se supone un concepto positivo de la opinión pública, como agente políticamente activo, que se diferencia de la ‘gente de bien’. La opinión pública debe ser ‘canalizada’ para que se realice su potencial político. 9. Mientras Cano, aupado por Tirofijo, creyó ver en el gesto del nuevo mandatario la apertura de un camino hacia una sólida negociación de paz; Jojoy sostuvo que Pastrana sólo estaba jugando a ganar puntos ante la opinión pública y que carecía de la capacidad y del liderazgo para conducir un verdadero proceso de paz como el que demandaban las Farc. (“¿Por qué se definieron las Farc?”, Revista Cambio, 10-05-1999).
  • 10. 10 El autor intenta mostrar una diferencia de criterios entre los comandantes de las Farc. Cano y Marulanda creerían en la buena voluntad de Pastrana, mientras que Briceño (‘Jojoy’), representante de la actitud militarista, interpretaría la actitud del presidente como una búsqueda de “ganar puntos ante la opinión pública”, acompañada de una real incapacidad para conseguir un proceso de paz “como el que demandaban las Farc”. Así se atribuye a la opinión una actitud pasiva que posibilita su engaño por el Presidente. 10. “El mecanismo es tan diabólico que la versión oficial, elaborada dentro de “ciertos límites”, repetida y repetida termina siendo adoptada por la gente como su propia verdad. Entonces se hace incontrastable, evidente. Se ha convertido en opinión pública, en verdad de a puño, en vox populi. El nazismo entendió el método: una mentira machacada mil veces se vuelve una verdad absoluta. (...) lo que existe en el mundo social, político, económico, son intereses y por tanto, verdades parciales. La única verdad es la existencia de esas múltiples versiones, y la verdadera libertad de expresión que debe imperar en una democracia...” (“El mango de la sartén”, Alfredo Molano Bravo; El Espectador, 02 07 2000). 11. ”En los Estados Unidos(...), la opinión pública vigila celosa y directamente la gestión de cada quien, desconfiando de los prestigios fabricados por los medios de comunicación”. (“Palo porque bogas... y palo porque no”.William Jaramillo Gómez, El Espectador, 25/06/2000). 12. La gente grita porque no la oyen. Porque nunca la han oído. Porque sustituyen sus voces, falsifican sus argumentos, los manipulan; nunca los medios de comunicación miran desde abajo. Es cierto que en Colombia no hay censura de prensa, pero existe algo quizás peor: el desconocimiento de las razones y de los intereses de la gente llana. No la ven. No existe para los publicistas del establecimiento, salvo como un “imaginario” folclórico y curioso. (“Con la vara que mides”, Alfredo Molano, El Espectador, 16/04/2000). 13. “El Gobierno creyó que con la opinión pública que maneja –que es ante todo teleaudiencia – podría ganarle la partida al resto, la otra opinión, más política, más pragmática La corrupción pública en Colombia está íntimamente ligada al Frente Nacional, al bipartidismo con que siempre nos han gobernado. La manguala, la llamó Gaitán. Democracia sí ha habido, pero, como dicen los chilenos, ha sido una democracia para la aristocracia. Sin oposición la democracia es un gesto y la cosa pública se vuelve patrimonio privado”. (“Nido de paloma”, Alfredo Molano, El Espectador, 09/04/2000). 14. “porque convocando a un referendo que ataque la corrupción del Congreso, Andrés Pastrana gana legitimidad frente a la opinión pública, que le es indispensable para negociar con la guerrilla, afirma el analista político Fernando Cepeda. "Mientras más se modernicen las costumbres políticas, mejor para ellos",
  • 11. 11 afirma el representante a la Cámara Antonio Navarro.(...) Aunque el referendo 'descaguaniza' la discusión política y la coloca en el ámbito institucional, no agota el debate sobre una reforma política más profunda que subsane el tema de mayor interés para las Farc”. (“Impacto sobre negociación con Farc”, Unidad de Paz, El Tiempo, 06/04/2000). 15. 16. “¿Dónde está la frontera ética –se preguntaba el semanario[Semana]– que divide a una sociedad bien informada de una prensa manipulada por los actores en conflicto?”. Lo que sí es preocupante es el cambio de actitud que se percibe frente a los medios en la opinión pública.. Hasta ahora en el país había sobrevivido la tesis belisarista de que era preferible una prensa desbordada que una prensa amordazada. que vaya ganando más audiencia la tesis contraria: la de que entre menos se informe, menos se muestre la violencia o los hechos violentos, a Colombia y a nosotros los colombianos nos va a ir mejor.(...)” (“Los medios”, Maria Jimena Duzán; El Espectador, 07-09-99). 17. “Las prisas y dificultades de Pastrana para tratar de convencer a los generales y a la opinión pública de que, de hecho, él nunca aprobó un indefinido despeje de los 42.000 kilómetros cuadrados administrados por las FARC en el selvático sur colombiano demuestran que los cuarteles y las fuerzas económicas y sociales asociadas a sus tesis están hartos de entregas sin contrapartidas guerrilleras que les salven la cara”. (“Pastrana, obligado a dar un giro al proceso de paz en Colombia”, Juan Jesús Aznarez, El País, España, 30-05-99). 18. “(...) a la gente le dio por plantear consultas sobre cualquier cosa a la hora de elegir a los miembros de las corporaciones públicas, para tomarle el pulso a la opinión en cuestiones que le parecen de interés público en la coyuntura que vive el país Se trata de que el Gobierno siga a la opinión pública predominante, de que ésta sea la que lidere la gestión pública, de que se pueda cambiar de giro como a la gente se le ocurra De consulta en consulta, aquí, todo está pendiente. Quienes deben saber qué hay qué hacer deben hacerlo. Sin esperar el resultado de las consultas, porque la indecisión tiene perdido al país.” (“La consultadera participativa”, Luis Carlos Sáchica, El Espectador, 16/10/2000). 19. “Porque una opinión pública desinformada y con un enfoque superficial, puede convertirse en un obstáculo fatal para un proceso de paz.(...) que los periodistas cambiaran por un momento su paradigma tradicional, el de no involucrarse directamente en el proceso para mantener la objetividad asumir una perspectiva diferente, y muy especialmente la de las personas directamente involucradas en el conflicto, pueden entender mucho mejor las complejidades” (“Lecciones de un seminario. Juegos de guerra y paz”, Juan Manuel Santos, El Tiempo, 28/01/1999).
  • 12. 12 20. “un proceso de paz se hace, no solo en las mesas de conversaciones sino en ese ámbito colectivo de la opinión pública. Una opinión desconfiada, insegura, agresiva, debilita cualquier proceso. Una opinión optimista, esperanzada, participante y exigente, se vuelve el alma de una gestión de paz”. (“La verdad bajo fuego”, Javier Darío Restrepo) "¿Colombia necesita una derecha?... Es la típica pregunta inductiva para ahormar la llamada opinión pública y aumentar las ganancias del medio de comunicación que la impone. Habrá que considerar el sistema electoral, la llamada democracia participativa, los medio de comunicación, la justicia, la inequidad laboral que se ha generado y otros temas alusivos que podrán darle sentido a una respuesta y contenido a un aporte constructivo posterior para construir algo entre la mayoría." "Debemos defender nuestras convicciones, creencias, propuestas y patrimonio moral, pero sin necesidad de torcerle el pescuezo a la verdad... ni a las preguntas." (“Así no se apaga el fuego”, Alfonso Cano, El Tiempo, 20-10-2000).