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Rocio Culebras 4ºD Diana y Calisto
 
Comentario del cuadro En el cuadro vemos a Diana expulsando a Calisto al contemplar que está embarazada. El resto de las ninfas miran con enfado y reproche a la ninfa que pretende ocultar con vergüenza la prueba de su embarazo.  Rubens Escuela Flamenca - Siglo XVII
Mito Considerada ninfa del séquito de Diana, era una joven muy bella y como todas las ninfas de la diosa Diana, Ártemis para los griegos, guardaba celosamente su virginidad y no tenía ninguna relación con los varones. Zeus se sintió muy atraído por la ninfa y, convertido en Diana, tuvo amores con Calisto. La ninfa o bien castigada por Diana o bien por los celos de la esposa de Zeus, Hera, es convertida en osa y su hijo, Ärcade, es criado por el centauro Quirón, llegando a ser un gran cazador. Cuando Árcade crece, en una de sus múltiples cacerías por los bosques encuentra a su madre transformada en osa y, sin reconocerla, la va a matar. Zeus viendo el cruel destino que va a sufrir Calisto y su propio hijo, decide intervenir y la lleva al cielo convertida en la Osa Mayor y a su hijo Árcade lo transforma en la constelación Arturo.
La metamorfosis de ovideo Júpiter y Calisto        Mas el padre omnipotente las ingentes murallas del cielo  rodea y que no haya algo vacilante, por las fuerzas del fuego  derruido, explora. Las cuales, después de que firmes y con su reciedumbre  propia que están ve, las tierras y los trabajos de los hombres  indaga. El de la Arcadia suya, aun así, es su más precioso 405  cuidado, y sus fontanas y, las que todavía no osaban bajar,  sus corrientes restituye, da a la tierra gramas, frondas  a los árboles, y ordena retoñar, lastimadas, a las espesuras.  Mientras vuelve y va incesante, en una virgen nonacrina  quedó prendido, y encajados caldearon bajo sus huesos unos fuegos. 410  No era de ella obra la lana mullir tirando,  ni de disposición variar los cabellos: cuando un broche su vestido,  una cinta sujetara blanca sus descuidados cabellos,  y ora en la mano una leve jabalina, ora tomara el arco,  un soldado era de Febe, y no al Ménalo alcanzó alguna 415  más grata que ella a Trivia. Pero ninguna potencia larga es.      Más allá de medio su espacio el sol alto ocupaba,  cuando alcanza ella un bosque que ninguna edad había cortado.  Despojó aquí su hombro de su aljaba y los flexibles arcos  destensó, y en el suelo, que cubriera la hierba, yacía, 420  y su pinta aljaba, con su cuello puesto, hundía.  Júpiter cuando la vio, cansada y de custodia libre:  «Este hurto, ciertamente, la esposa mía no sabrá», dice, «o si lo vuelve a saber, son, oh, son unas disputas por tanto...».  Al punto se viste de la faz y el culto de Diana 425  y dice: «Oh, de las acompañantes mías, virgen, parte única,  ¿en qué sierras has cazado?». Del césped la virgen  se eleva y: «Salud, numen a mi juicio», dijo,  «aunque lo oiga él mismo, mayor que Júpiter». Ríe y oye,  y de que a él, a sí mismo, se prefiera se goza y besos le une 430  ni moderados bastante, ni que así una virgen deba dar.  En qué espesura cazado hubiera a la que a narrar se disponía,  la impide él con su abrazo, y no sin crimen se delata.  Ella, ciertamente, en contra, cuanto, sólo una mujer, pudiera  -ojalá lo contemplaras, Saturnia, más compasiva serías-, 435  ella, ciertamente, lucha, pero ¿a quién vencer una muchacha,  o quién a Júpiter podría? Al éter de los altísimos acude vencedor  Júpiter: para ella causa de odio el bosque es y la cómplice espesura,  de donde, su pie al retirar, casi se olvidó de coger  su aljaba con las flechas y, que había suspendido, su arco. 440      He aquí que de su coro acompañada Dictina por el alto  Ménalo entrando, y de su matanza orgullosa de fieras,  la vio a ella y vista la llama: llamada ella rehúye  y temió a lo primero que Júpiter estuviera en ella,  pero después de que al par a las ninfas avanzar vio, 445  sintió que no había engaños y al número accedió de ellas.  Ay, qué difícil es el crimen no delatar con el rostro.  Apenas los ojos levanta de la tierra, y no, como antes solía,  junta de la diosa al costado está, ni de todo es el grupo la primera,  sino que calla y da signos con su rubor de su lastimado pudor 450  y, salvo porque virgen es, podría sentir Diana
en mil señales su culpa -las ninfas que lo notaron refieren-.  En su orbe noveno resurgían de la luna cuernos,  cuando la diosa, de la cacería bajo las fraternas llamas lánguida,  alcanzado había un bosque helado desde el que con su murmullo bajando 455  iba, y sus trilladas arenas viraba un río;  cuando esos lugares alabó, lo alto con el pie tocó de sus ondas.  Ellas también alabadas, «Lejos queda», dijo, «árbitro todo;  desnudos, sumergidos en las linfas bañemos nuestros cuerpos».  La Parráside rojeció; todas sus velos dejan; 460  una demoras busca; a la que dudaba su vestido quitado le es,  el cual dejado, se hizo patente, con su desnudo cuerpo, su delito.  A ella, atónita, y con sus manos el útero esconder queriendo:  «Vete lejos de aquí», le dijo Cintia, «y estas sagradas fontanas  no mancilles», y de su unión le ordenó separarse. 465      Había sentido esto hacía tiempo la matrona del gran Tonante,  y había diferido, graves, hasta idóneos tiempos los castigos.  Causa de demora ninguna hay, y ya el niño Árcade -esto mismo  dolió a Juno- había de su rival nacido.  Al cual nada más volvió su salvaje mente junto con su luz: 470  «Claro es que esto también restaba, adúltera», dijo,  «que fecunda fueras y se hiciera tu injuria por tu parto  conocida y del Júpiter mío testimoniado el desdoro fuera.  No impunemente lo harás, puesto que te arrancaré a ti la figuraen la que a ti misma, y en la que complaces, importuna, a nuestro marido», 475  dijo, y de su frente, a ella opuesta, prendiéndole los cabellos,  la postra en el suelo de bruces; tendía sus brazos suplicantes:  sus brazos empezaron a erizarse de negros vellos  y a curvarse sus manos y a crecer en combadas uñas  y el servicio de los pies a cumplir, y alabada un día 480  su cara por Júpiter, a hacerse deforme en una ancha comisura,  y para que sus súplicas los ánimos, y sus palabras suplicantes, no dobleguen,  el poder hablar le es arrebatado: una voz iracunda y amenazante  y llena de terror de su ronca garganta sale.  Su mente antigua le queda -también permaneció en la osa hecha-, 485  y con su asiduo gemido atestiguando sus dolores,  cuales ellas son, sus manos al cielo y a las estrellas alza,  e ingrato a Júpiter, aunque no pueda decirlo, siente. Ay, cuántas veces, no osando descansar en la sola espesura,  delante de su casa y, otro tiempo suyos, vagó por los campos. 490  Ay, cuántas veces por las rocas los ladridos de los perros la llevaron,  y la cazadora, por el miedo de los cazadores aterrada, huyó.  Muchas veces fieras se escondió al ver, olvidada de qué era,  y, la osa, de ver en los montes osos se horrorizó,  y temió a los lobos, aunque su padre estuviese entre ellos. 495      He aquí que su prole, desconocedor de su Licaonia madre,  Árcade, llega, por tercera vez sus quintos casi cumpleaños pasados,  y mientras fieras persigue, mientras los sotos elige aptos  y de nodosas mallas las espesuras del Erimanto rodea,  cae sobre su madre, la cual se detuvo Árcade al ver 500  y como aquella que lo conociera se quedó. Él rehúye,  y de quien inmóviles sus ojos en él sin fin tenía  sin saber tuvo miedo y a quien más cerca avanzar ansiaba  hubiera atravesado el pecho con una heridora flecha.  Lo evitó el omnipotente, y al par a ellos y su abominación 505  contuvo, y, al par, arrebatados por el vacío merced al viento,  los impuso en el cielo, y vecinas estrellas los hizo.      Se inflamó Juno después que entre las estrellas su rival  fulgió, y hasta la cana Tetis descendió a las superficies,  y al Océano viejo, cuya reverencia conmueve 510  a menudo a los dioses, y a aquéllos que la causa de su ruta preguntaban, empieza:  «¿Preguntáis por qué, reina de los dioses, de las etéreas  sedes aquí vengo? En vez de mí tiene otra el cielo.
    Miento si cuando oscuro la noche haya hecho el orbe,  recién honoradas -mis heridas- con el supremo cielo, 515  no vierais unas estrellas allí, donde el círculo último,  por su espacio el más breve, el eje postrero rodea.  ¿Hay en verdad razón por que alguien a Juno herir no quiera,  y ofendida le trema, la que sola beneficio daño haciendo?  ¡Oh, yo, qué cosa grande he hecho! ¡Cuán vasta la potencia nuestra es! 520  Ser humana le veté: hecho se ha diosa. Así yo los castigos  a los culpables impongo, así es mi gran potestad.  Que le reclame su antigua hermosura y los rasgos ferinos  le detraiga, lo cual antes en la argólica Forónide hizo.  ¿Por qué no también, echada Juno, se la lleva 525  y la coloca en mi tálamo y por suegro a Licaón toma?  Mas vosotros, si os mueve el desprecio de vuestra herida ahijada,  del abismo azul prohibid a los Siete Triones,  y esas estrellas, en el cielo en pago de un estupro recibidas,  rechazad, para que no se bañe en la superficie pura una rival». 530      Los dioses del mar habían asentido: en su manejable carro la Saturnia  ingresa en el fluente éter con sus pavones pintados.
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  • 1. Rocio Culebras 4ºD Diana y Calisto
  • 2.  
  • 3. Comentario del cuadro En el cuadro vemos a Diana expulsando a Calisto al contemplar que está embarazada. El resto de las ninfas miran con enfado y reproche a la ninfa que pretende ocultar con vergüenza la prueba de su embarazo. Rubens Escuela Flamenca - Siglo XVII
  • 4. Mito Considerada ninfa del séquito de Diana, era una joven muy bella y como todas las ninfas de la diosa Diana, Ártemis para los griegos, guardaba celosamente su virginidad y no tenía ninguna relación con los varones. Zeus se sintió muy atraído por la ninfa y, convertido en Diana, tuvo amores con Calisto. La ninfa o bien castigada por Diana o bien por los celos de la esposa de Zeus, Hera, es convertida en osa y su hijo, Ärcade, es criado por el centauro Quirón, llegando a ser un gran cazador. Cuando Árcade crece, en una de sus múltiples cacerías por los bosques encuentra a su madre transformada en osa y, sin reconocerla, la va a matar. Zeus viendo el cruel destino que va a sufrir Calisto y su propio hijo, decide intervenir y la lleva al cielo convertida en la Osa Mayor y a su hijo Árcade lo transforma en la constelación Arturo.
  • 5. La metamorfosis de ovideo Júpiter y Calisto        Mas el padre omnipotente las ingentes murallas del cielo  rodea y que no haya algo vacilante, por las fuerzas del fuego  derruido, explora. Las cuales, después de que firmes y con su reciedumbre  propia que están ve, las tierras y los trabajos de los hombres  indaga. El de la Arcadia suya, aun así, es su más precioso 405  cuidado, y sus fontanas y, las que todavía no osaban bajar,  sus corrientes restituye, da a la tierra gramas, frondas  a los árboles, y ordena retoñar, lastimadas, a las espesuras.  Mientras vuelve y va incesante, en una virgen nonacrina  quedó prendido, y encajados caldearon bajo sus huesos unos fuegos. 410  No era de ella obra la lana mullir tirando,  ni de disposición variar los cabellos: cuando un broche su vestido,  una cinta sujetara blanca sus descuidados cabellos,  y ora en la mano una leve jabalina, ora tomara el arco,  un soldado era de Febe, y no al Ménalo alcanzó alguna 415  más grata que ella a Trivia. Pero ninguna potencia larga es.      Más allá de medio su espacio el sol alto ocupaba,  cuando alcanza ella un bosque que ninguna edad había cortado.  Despojó aquí su hombro de su aljaba y los flexibles arcos  destensó, y en el suelo, que cubriera la hierba, yacía, 420  y su pinta aljaba, con su cuello puesto, hundía.  Júpiter cuando la vio, cansada y de custodia libre:  «Este hurto, ciertamente, la esposa mía no sabrá», dice, «o si lo vuelve a saber, son, oh, son unas disputas por tanto...».  Al punto se viste de la faz y el culto de Diana 425  y dice: «Oh, de las acompañantes mías, virgen, parte única,  ¿en qué sierras has cazado?». Del césped la virgen  se eleva y: «Salud, numen a mi juicio», dijo,  «aunque lo oiga él mismo, mayor que Júpiter». Ríe y oye,  y de que a él, a sí mismo, se prefiera se goza y besos le une 430  ni moderados bastante, ni que así una virgen deba dar.  En qué espesura cazado hubiera a la que a narrar se disponía,  la impide él con su abrazo, y no sin crimen se delata.  Ella, ciertamente, en contra, cuanto, sólo una mujer, pudiera  -ojalá lo contemplaras, Saturnia, más compasiva serías-, 435  ella, ciertamente, lucha, pero ¿a quién vencer una muchacha,  o quién a Júpiter podría? Al éter de los altísimos acude vencedor  Júpiter: para ella causa de odio el bosque es y la cómplice espesura,  de donde, su pie al retirar, casi se olvidó de coger  su aljaba con las flechas y, que había suspendido, su arco. 440      He aquí que de su coro acompañada Dictina por el alto  Ménalo entrando, y de su matanza orgullosa de fieras,  la vio a ella y vista la llama: llamada ella rehúye  y temió a lo primero que Júpiter estuviera en ella,  pero después de que al par a las ninfas avanzar vio, 445  sintió que no había engaños y al número accedió de ellas.  Ay, qué difícil es el crimen no delatar con el rostro.  Apenas los ojos levanta de la tierra, y no, como antes solía,  junta de la diosa al costado está, ni de todo es el grupo la primera,  sino que calla y da signos con su rubor de su lastimado pudor 450  y, salvo porque virgen es, podría sentir Diana
  • 6. en mil señales su culpa -las ninfas que lo notaron refieren-.  En su orbe noveno resurgían de la luna cuernos,  cuando la diosa, de la cacería bajo las fraternas llamas lánguida,  alcanzado había un bosque helado desde el que con su murmullo bajando 455  iba, y sus trilladas arenas viraba un río;  cuando esos lugares alabó, lo alto con el pie tocó de sus ondas.  Ellas también alabadas, «Lejos queda», dijo, «árbitro todo;  desnudos, sumergidos en las linfas bañemos nuestros cuerpos».  La Parráside rojeció; todas sus velos dejan; 460  una demoras busca; a la que dudaba su vestido quitado le es,  el cual dejado, se hizo patente, con su desnudo cuerpo, su delito.  A ella, atónita, y con sus manos el útero esconder queriendo:  «Vete lejos de aquí», le dijo Cintia, «y estas sagradas fontanas  no mancilles», y de su unión le ordenó separarse. 465      Había sentido esto hacía tiempo la matrona del gran Tonante,  y había diferido, graves, hasta idóneos tiempos los castigos.  Causa de demora ninguna hay, y ya el niño Árcade -esto mismo  dolió a Juno- había de su rival nacido.  Al cual nada más volvió su salvaje mente junto con su luz: 470  «Claro es que esto también restaba, adúltera», dijo,  «que fecunda fueras y se hiciera tu injuria por tu parto  conocida y del Júpiter mío testimoniado el desdoro fuera.  No impunemente lo harás, puesto que te arrancaré a ti la figuraen la que a ti misma, y en la que complaces, importuna, a nuestro marido», 475  dijo, y de su frente, a ella opuesta, prendiéndole los cabellos,  la postra en el suelo de bruces; tendía sus brazos suplicantes:  sus brazos empezaron a erizarse de negros vellos  y a curvarse sus manos y a crecer en combadas uñas  y el servicio de los pies a cumplir, y alabada un día 480  su cara por Júpiter, a hacerse deforme en una ancha comisura,  y para que sus súplicas los ánimos, y sus palabras suplicantes, no dobleguen,  el poder hablar le es arrebatado: una voz iracunda y amenazante  y llena de terror de su ronca garganta sale.  Su mente antigua le queda -también permaneció en la osa hecha-, 485  y con su asiduo gemido atestiguando sus dolores,  cuales ellas son, sus manos al cielo y a las estrellas alza,  e ingrato a Júpiter, aunque no pueda decirlo, siente. Ay, cuántas veces, no osando descansar en la sola espesura,  delante de su casa y, otro tiempo suyos, vagó por los campos. 490  Ay, cuántas veces por las rocas los ladridos de los perros la llevaron,  y la cazadora, por el miedo de los cazadores aterrada, huyó.  Muchas veces fieras se escondió al ver, olvidada de qué era,  y, la osa, de ver en los montes osos se horrorizó,  y temió a los lobos, aunque su padre estuviese entre ellos. 495      He aquí que su prole, desconocedor de su Licaonia madre,  Árcade, llega, por tercera vez sus quintos casi cumpleaños pasados,  y mientras fieras persigue, mientras los sotos elige aptos  y de nodosas mallas las espesuras del Erimanto rodea,  cae sobre su madre, la cual se detuvo Árcade al ver 500  y como aquella que lo conociera se quedó. Él rehúye,  y de quien inmóviles sus ojos en él sin fin tenía  sin saber tuvo miedo y a quien más cerca avanzar ansiaba  hubiera atravesado el pecho con una heridora flecha.  Lo evitó el omnipotente, y al par a ellos y su abominación 505  contuvo, y, al par, arrebatados por el vacío merced al viento,  los impuso en el cielo, y vecinas estrellas los hizo.      Se inflamó Juno después que entre las estrellas su rival  fulgió, y hasta la cana Tetis descendió a las superficies,  y al Océano viejo, cuya reverencia conmueve 510  a menudo a los dioses, y a aquéllos que la causa de su ruta preguntaban, empieza:  «¿Preguntáis por qué, reina de los dioses, de las etéreas  sedes aquí vengo? En vez de mí tiene otra el cielo.
  • 7.     Miento si cuando oscuro la noche haya hecho el orbe,  recién honoradas -mis heridas- con el supremo cielo, 515  no vierais unas estrellas allí, donde el círculo último,  por su espacio el más breve, el eje postrero rodea.  ¿Hay en verdad razón por que alguien a Juno herir no quiera,  y ofendida le trema, la que sola beneficio daño haciendo?  ¡Oh, yo, qué cosa grande he hecho! ¡Cuán vasta la potencia nuestra es! 520  Ser humana le veté: hecho se ha diosa. Así yo los castigos  a los culpables impongo, así es mi gran potestad.  Que le reclame su antigua hermosura y los rasgos ferinos  le detraiga, lo cual antes en la argólica Forónide hizo.  ¿Por qué no también, echada Juno, se la lleva 525  y la coloca en mi tálamo y por suegro a Licaón toma?  Mas vosotros, si os mueve el desprecio de vuestra herida ahijada,  del abismo azul prohibid a los Siete Triones,  y esas estrellas, en el cielo en pago de un estupro recibidas,  rechazad, para que no se bañe en la superficie pura una rival». 530      Los dioses del mar habían asentido: en su manejable carro la Saturnia  ingresa en el fluente éter con sus pavones pintados.
  • 8.
  • 10. Museo del prado on-line