El documento describe la rutina matutina de Nicolás y su madre. Nicolás le cuenta entusiasmado a su madre sobre su primer día en la escuela infantil. A continuación, la madre describe su agotador viaje al trabajo a través del tráfico, donde se siente abrumada por el calor y la multitud de personas. Finalmente, llega a su destino y vuelve a casa, donde Nicolás y ella toman zumo de naranja y se sienten renovados.
1. En alma
Nicolás viene corriendo, apresurado por los nervios, es su primer día en el colegio infantil, y
quiere contarme cómo ha sido la experiencia. Viene, se sienta en su silla preferida y comienza
a parlotear. Los libros, chaqueta y deberes en el coche. Ya solos los dos en el comedor
empieza su boca a moverse ágilmente, las palabras vuelan y se liberan. Es como cuando veo la
línea verde que separa el mar del cielo: Nicolás con asombro, Nicolás con mágia, Nicolás con
pálpitos, Nicolás en estado puro. Vida.
No me he dado cuenta, ya llevamos media hora y sigue hablando, es un ruido incesante como
agua que lleva el rio que no cesa pero tampoco estorba. Nicolás está empezado su caminar, su
despertar. Yo creo que no viví la infancia más bien la intuí. Pasaron 40 inviernos.
Ya amaneció, amarillo, gigante y claro sol me mira al otro lado de la ventana, Nicolás me da la
bolsa con la fiambrera, un beso en las mejillas, el adiós es breve. Emprendo mi primer día yo
también.
Sucio como el aire que respiro, prisas, ruidos, colas, una y otra vez, así es mi primer día
dirección al trabajo. No sé qué me espera, pero está siendo difícil llegar allí. “Kilos y kilos de
corazones hirviendo”, una fila de hormigas que no rechistan ni se quejan, impresiona tanta
obediencia. Estamos a 29 grados, pero no pongo el aire acondicionado, no hay combustible
suficiente para refrescarme y bajo la ventanilla. Que estupidez, recibo una bofetada de calor.
Verano sin corazón y con infernales tentáculos que llegan al infinito.
Ya ha pasado media hora y no he conseguido ni acercarme a mi destino, mi campo de visión
se difumina y mis compañeras hormigas empiezan a desdibujarse, ya no puedo más y me
desanimo sin remedio.
La suerte me ha sonreído, he conseguido llagar por fin a mi destino, eso sí, después de bailar
un tango intenso con mis compañeras de ruta. Pasaron dos horas. Y “kilos y kilos de corazones
hirviendo” son sustituidos por otros “kilos y kilos de corazones hirviendo”, de color blanco,
negro, metalizado, verde, pequeño, mediano, grande, súper familiar. Somos una masa
uniforme que pudre el aire y nos movemos al mismo mortal compás.
Vuelvo a casa y mis palabras casi no suenan, los fonemas están huecos, tan exhaustos como su
dueña. Nicolás y yo tomamos un zumo fresco de naranjas y todo parece mejor. El dulce
frescor me devuelve otra vez a la calma, a la infancia vivida y olvidada.
Por : Mª Rosa Garrido Mateo