Primera mención del Jurado del Concurso "100 cuentos cortos para jóvenes" organizado por Fundación Telefónica de Argentina: "Rueda cronológica" de Julián Mizrahi (16 años).
3. Rueda Cronol?gica
Empieza a escucharse la típica brisa matutina. Las aves silban felizmente. Se filtran los primeros rayos de
sol del día, hasta que abro un ojo. Pienso. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba ahí? Miro hacia delante:
quedaron las cenizas de lo que probablemente la noche anterior había sido un rico y tibio fuego. En la
mano tenía mi libro entreabierto, con las páginas dobladas.
Desconcertado y tapado de sueño, pero con ganas de empezar el día, voy al baño.
En la mesa ya me esperan mi café y el diario. Terminando un pedazo de galleta, me pongo el sobretodo y
mi bufanda colorida.
El invierno domina la capital. Las copas de los árboles resoplan en el vacío. Camino a paso ligero
abriéndome lugar entre las hojas secas. Los vidrios de los autos desprenden enormes pedazos de escarcha.
Bajando las escaleras hacia el subterráneo, la cara de un niño me pide monedas. Con esos ojos pobres,
mirando algún punto vago al que solo él puede alcanzar. Encuentro cincuenta centavos en mi bolsillo y
se los doy.
Una vez bajo tierra, le pago a la boletera, una mujer gorda de pelo canoso, que me recuerda a mi maestra
de tercer grado.
Entro al subte lleno de viajeros. En la séptima estación, subiendo las escaleras miro hacia arriba: los
mismos rascacielos de siempre siguen anclados a la vereda, siendo fieles a su base. En la altura, se
contrastan las fachadas de las construcciones antiguas, con el claro cielo invernal.
Camino lo que me queda hacia mi oficina, advirtiendo el frío de agosto en mi nariz.
Me siento en una rueda de tiempo, una rueda que nunca falla. Percibo una repetición constante de los
hechos. En estos últimos tiempos, mi vida se tornó a una rutina, a una serie de patrones que se repiten día a
día.
El reloj da paso a las siete cuando entro. Mi puntualidad no falla. El lugar está repleto como de
costumbre. Voy caminando hacia mi despacho, hipnotizado por el rico aroma a madera nueva.
Para almorzar camino unas cuadras hasta un restorán. El microcentro ya esta abarrotado de gente.
El cielo se tiñe de noche. La claridad no logra arrancarle ni un minuto al ocaso, los días siguen su marcha
imperturbable.
Volviendo para mi casa, otra vez bajo tierra, escucho a dos hombres tocar la guitarra para ganarse la vida.
Pienso en la pobreza, en la cantidad de gente sin hogar. Por un instante fugaz, me retumba la voz del niño
pidiendo monedas. ¿Tanta maldad nos rodea, para ver a un jovencito pedir limosna?
Casi me paso. Subo las escaleras y me reencuentro con mi barrio de techos bajos.
En mi casa me espera mi esposa con la cena servida. El armonioso calor que me rodea revuelve en mi
mente aquellas tardes soleadas de mi infancia, donde la rutina no me envolvía.
Después de un rico pollo con puré, me recuesto en el sofá frente al hogar. Tranquilo, leo mi novela. Las
pestañas no resisten el peso de un largo día de trabajo, me duermo.
Empieza a escucharse la típica brisa matutina. Las aves silban felizmente. Se filtran los primeros rayos de
sol del día, hasta que abro un ojo. Pienso. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba ahí? Miro hacia delante:
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4. Rueda Cronol?gica
quedaron las cenizas de lo que probablemente la noche anterior había sido un rico y tibio fuego. En la
mano tenía mi libro entreabierto, con las páginas dobladas.
Julián Mizrahi
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