El documento presenta la homilía del Maestro de la Orden de Predicadores, fray Bruno Cadoré, en la Misa del Espíritu Santo al inicio del Capítulo General. En su homilía, fray Bruno compara el Capítulo General con el episodio bíblico en que Jesús se reúne con los apóstoles y les pide descansar. Luego explica que el Capítulo requerirá trabajo pero también descanso en el Espíritu Santo. Finalmente, pide que el Espíritu Santo guíe las decisiones del Capítulo para enfocarse en
Crónica del Capítulo General de la Orden de Predicadores
1. Presentaremos en entregas sucesivas la crónica de fray Miguel Ángel
Ríos, vicario del Vicariato General de San Lorenzo Mártir en Chile. En
el portal de la Orden de Predicadores se puede leer la crónica oficial.
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Homilía del Maestro de la Orden, fray Bruno Cadoré
en la Misa del Espíritu Santo al inicio del Capítulo General
Podríamos comparar la celebración de un capítulo
con este episodio del Evangelio según Marcos (6, 30-
34) que acabamos de escuchar. Cada tres años los
hermanos nos reunimos para hablar de lo que
hemos hecho y enseñado. Y después de varios
meses de preparación, llegamos a este momento en
que presentamos las realidades de nuestras
provincias y vicariatos, identificando los principales
desafíos para nuestro servicio de la Palabra,
buscando en la motivación de Domingo la fuente
común de nuestra motivación evangélica y apostólica para el hoy y el mañana de nuestra misión.
Este Capítulo celebrado en Bolonia en el año del Jubileo de la Orden nos da la alegría de
agradecer al Señor la fidelidad con la que, después de ochocientos años, Él nos “precede en
Galilea”, tal como lo prometió la mañana de su Resurrección (Mc 16,7).
Sí; capitulares y también peregrinantes, podemos seguir el ejemplo de Domingo: para vivir
nuestra vida evangélica y apostólica, el modelo es esta primera comunidad de predicadores
reunidos por Jesús. Esta es nuestra escuela de vida.
El Evangelio según San Marcos nos propone celebrar este capítulo conjugando dos
movimientos complementarios:
1º Vengan aparte y descansen un poco (Mc 6, 31)
¡Oh!, pero nosotros bien sabemos que un capítulo no es exactamente el tiempo para tomar
un gran descanso: vamos a tener que leer muchos textos, escuchar y hablar en lenguas
diferentes, tratar de comprendernos mutuamente en medio de culturas con las que no estamos
familiarizados, proponer orientaciones, tomar decisiones… Pero al mismo tiempo también
sabemos que todo esto tendrá sentido en la medida en que estará fundado en una confianza
fuerte en el apoyo del Espíritu Santo al cual hemos invocado esta mañana.
2. Capítulo General – Crónica
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El tiempo de reposo durante las semanas de este capítulo no será un tiempo de inactividad,
sino que será el tiempo de la confianza en la acción del Espíritu en medio de nosotros. Es el
Espíritu el que nos permite leer con confianza,
gratitud y realismo lo que ha sucedido en la
“santa predicación” de la Orden durante estos
últimos tres años. Es el Espíritu el que nos
aclara la mirada, nos hace sabios y ajusta las
decisiones humanas al plan de Dios, que
promete la salvación al mundo. Estar con Él en
el capítulo, como los apóstoles en la barca,
aparte, con la confianza en la acción del
Espíritu. Descansarnos, es decir, dejar al
espíritu Santo obrar en nuestra vida, configurarla a Cristo, hacer más clara nuestra mirada sobre
los desafíos, entender con la ayuda del Espíritu la llamada del Padre.
2º Pero el movimiento de la respiración tiene dos tiempos. Escuchándonos unos a otros,
evocaremos las realidades de quienes, en todos los continentes y ciudades de donde venimos,
piden la compasión de Jesús. Después del descanso, aprender la compasión de Jesús (Mc 6, 34).
Por cierto, vamos a hablar mucho de nuestras realidades “dominicanas”, de nuestra manera
de organizarlas y orientarlas lo mejor posible, para el servicio de la misión de la Iglesia. Pero
esta mañana, pidamos al Espíritu Santo “clarificar nuestra mirada”, de modo que a través de
estas realidades, nos dejemos habitar por aquellas y aquellos con quienes nuestros hermanos
llevan a cabo el ministerio de la predicación.
Un capítulo es el tiempo para escuchar la esperanza de la gente a la cual somos enviados.
Pidamos también al Espíritu Santo que nos anime sin cesar, dándonos la fuerza de su vida, de
modo que yendo más allá de las preocupaciones que tenemos por todo lo que ya hacemos, nos
preocupemos de ese “gentío” por el cual Jesús tiene compasión, ese “gentío” al que Jesús
quiere dirigirse para estar con ellos, enseñarles y reunirlos en una sola comunión.
Que el Espíritu Santo haga que nuestro capítulo –y particularmente este capítulo del
Jubileo– nos lleve a tomar las orientaciones y decisiones que radicarán nuestra preocupación
apostólica en la compasión por las muchedumbres que nosotros quisiéramos encontrar y a
quienes quisiéramos anunciar la llamada a saborear la alegría de ser pueblo de Dios. El Espíritu
Santo constituye nuestra asamblea en este doble movimiento: actuar en nosotros para
constituir nuestra unidad en una misma preocupación por el mundo y por la Iglesia, y configurar
en nosotros la compasión de Cristo.
El Espíritu Santo va a configurar nuestra asamblea capitular con la vida de Cristo, su amor al
mundo, su compasión por quienes esperan vivir en la alegría de comunión.
Hermanos míos, esta es la alegría de la cual nosotros estamos llamados a ser predicadores,
mediante la palabra y el ejemplo. Si es verdad que en Cristo estamos unidos en el Espíritu,
entonces busquemos la unidad. Busquemos la unidad como Jesús que, viendo el gentío, se llenó
de compasión por ellos. La fuerza y el misterio de la “santa predicación” iniciada por Domingo no
reside en el hecho de hacer realidad para siempre la perfección moral de la fraternidad. Más bien
reside en el deseo –de cada uno, de cada comunidad, de cada provincia y de la Orden entera– de
dejar al Espíritu establecer en este mundo y en la Iglesia nuestra comunidad de predicadores
como una de tantas “parábolas de comunión” (expresión de hermano Roger de Taizé).
Pedimos al Espíritu Santo para que haga a nuestras comunidades volver a ser parábolas de
comunión. ¡Que el Señor nos conceda esta gracia! [tr. Miguel Ángel Ríos]