1. SER CATEQUISTA ES UNA VOCACIÓN
“No me escogisteis vosotros a Mí,
sino que yo os escogí a vosotros” (Jn 15,16)
¿Por qué te has hecho catequista ? Es posible que no
sepas dar una respuesta inmediata a esta pregunta. Si
reflexionas y tratas de reconstruir el entramado de las
circunstancias, a veces fortuitas, de las situaciones
imprevistas, o de los encuentros ocasionales de los que ha
brotado tu opción de poner manos a la obra catequética, te
quedas desconcertado.
¿Ha sido una invitación... una toma de conciencia de tu condición de creyente a
fondo... una propuesta... un testimonio... un deseo de comprometerte con la comunidad
cristiana?..
No lo sé; tal vez ni siquiera tú mismo lo sepas. Todo esto, visto de un modo
superficial, puede parecer que haya sucedido así, casi como por casualidad... Pero en
realidad nada, a los ojos de Dios, ocurre por casualidad. Sobre todo cuando él escoge a
sus colaboradores inmediatos, como lo es todo catequista. ¡Sería una decisión
irresponsable!
Jesús pasa una noche en oración antes de llamar a sus discípulos: “Subió al monte a
hacer oración” (Lc 6,13). En otra ocasión les afirma: “No me escogisteis vosotros a mí,
sino que yo os escogí a vosotros” (Jn 15,16).
Con un asombro unido al sentido de la Sorpresa, de la gratitud de la responsabilidad
observa el evangelista Marcos: “Llamando a los que quiso, vinieron a él” (Mc 3.13).
“Es importante volver al origen de este llamamiento que te ha sido dirigido también a
ti, reconstruirlo, volverlo a escuchar de nuevo como la primera vez para responder hoy
como ayer, más aún, mejor que ayer, con tu “sí” gozoso a la invitación del Señor que te
envía a anunciar su Palabra.
1.1. LLAMADOS PERSONALMENTE A ANUNCIAR LA
PALABRA DE
DIOS:
La vocación, que está en el comienzo del ministerio catequético, es algo que pertenece
al género de lo extraordinario por ser “don y gracia del Espíritu Santo" (EM 68), sin que
esto implique manifestación exterior excepcional alguna.
La vocación es siempre un gesto de predilección.
Es necesaria la mirada de la fe que nos permite descubrir a Dios actuando en medio de
nosotros. Por lo demás, el modo como Jesucristo mismo llama a los apóstoles y a los
discípulos no tiene nada de excepcional. Invita a Juan y a Andrés a seguirle mientras
éstos van de camino : “Venid y veréis” (Jn 1,39; llama a Mateo mientras éste se
encuentra en su mesa de trabajo: “Sigueme” (Mc 2,14); a Pedro mientras se afana en
2. arreglar las redes de “No temas : de ahora en
adelante serás pescador de hombres” (Lc 5,11).
Las situaciones cotidianas se convierten en el
lugar en que resuena la palabra del Señor y donde
los acogen su propuesta. Algo semejante, aunque
tono diverso, ha ocurrido también en tu propia
vida constituyendo el comienzo de la historia de
tu vocación catequética. El redescubrirlo en la fe te ayuda a sentirte de continuo un
llamado, un escogido, y te responsabiliza cada vez más.
Consagrado por Cristo (RdC 185)
La vocación del catequista nace y se precisa dentro de la llamada sacramental, en la
que encuentra su fundamento el ejercicio del ministerio de la Palabra. Aquí es donde el
Señor invita, cita, otorga sus dones, envía en misión.
“La vocación profética de cada uno de los miembros del pueblo de Dios tiene su origen
en la consagración bautismal a Cristo; se desarrolla y se especifica, a través de los otros
sacramentos, en ministerios diversos...” (RdC 197).
Por tanto, “todo cristiano es responsable de la Palabra de Dios según su vocación y sus
circunstancias vitales... Es una responsabilidad enraizada en la vocación cristiana. Brota
del bautismo; es solemnemente vigorizada en la confirmación; se califica de maneras
singulares con el matrimonio y con la ordenación consagrada; se sostiene con la
Eucaristía”(RdC 183).
En esta perspectiva tu llamamiento no tiene, pues, que ser entendido como un
encargo ocasional, sino que proviene ante todo de la situación inherente a tu estado de
vida en la comunidad cristiana como bautizado, confirmado, desposado, célibe...
Es, por consiguiente, una consagración de toda la persona, a la que Dios mismo
provee con la gracia sacramental haciendo madurar en el cristiano “al catequista”.
Estás efectivamente comprometido a hacer patente la proclamación de la fe en
correlación con tu experiencia de vida, a fin de que la salvación se haga realidad y sea
proclamada también a los demás.
“El catequista es consagrado y enviado por Cristo y puede tener su confianza
puesta en esta gracia: más aún, debe solicitar la abundancia de la misma, a fin
de hacerse en el Espíritu instrumento adecuado de la benevolencia del Padre”
(RdC 185).
Enviado por el Espíritu para la comunidad:
El ministerio de la Palabra nace de una vocación específica que el Espíritu suscita en
la comunidad y para la comunidad.
De hecho, todo “ministerio es un servicio puramente eclesial en su esencia y en su
finalidad” (EM 68).
La vocación no es nunca genérica, sino que se halla situada en relación con toda la
comunidad, donde adquiere sus contornos específicos y sus matices originales. Cada
cual descubre, por lo mismo, el sentido de la corresponsabilidad conexa a la llamada del
3. Espíritu dentro de la comunión eclesial. Los ministerios, efectivamente, son dones que
el Señor hace a la Iglesia.
“El dio a unos ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros,
pastores y doctores... para la edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef4,11_12).
El encuentro habitual con tus muchachos debe hacer te cada vez más consciente de los
dones que el Señor, a través de tu voz y de tus gestos, quiere comunicarles a ellos.
En un determinado sentido te conviertes en el mediador único e insustituible de los
mismos, en aquel momento y en aquel determinado ambiente.
El reconocimiento de la Iglesia:
El catequista, para poder desempeñar el servicio de la Palabra, tiene necesidad de la
fe de la comunidad, que reconoce en él los dones del Espíritu. Es efectivamente la
Iglesia la que descubre su propio misterio en las palabras y en la vida de uno de sus
miembros, le aprueba y le otorga el consentimiento para el ejercicio del ministerio
catequístico (cf RdC 197).
La Iglesia local, bajo la guía del Espíritu y la dirección de sus responsables, no crea
ministerio alguno, sino que lo descubre, lo hace visible, a fin de que cada cual pueda
asumir la propia responsabilidad en la construcción del Reino de Dios. El catequista,
por su parte, al acoger la propuesta que le llega a través de la comunidad, responde a la
invitación del Espíritu.
“Los pastores tienen autoridad para reconocer y alimentar la vocación de cada cual, así
como también para asignar tareas especificas en el servicio a la comunidad. Toda
misión catequética se ve de esta manera robustecida también por la llamada que, de
diversas maneras, lanzan los pastores para asociar a todos a su ministerio apostólico: en
los encargos que el obispo y el párroco confían, es posible siempre percibir el mandato
que, reconociendo los dones del Señor, los pastores confían en su nombre a los fieles
para confirmar su misión” (RdC 197).
Tu servicio catequético es una expresión de la fe de tu comunidad en el Espíritu, que
no la abandona nunca, sino que continuamente la renueva con sus dones. Te conviertes
por tanto, ante tus muchachos, en un signo de la confianza de la Iglesia.
Próximo envío:
1.2 UNA VOCACIÓN QUE ES
GRACIA Y DON DEL
ESPÍRITU SANTO