1. EL ESPÍRITU SANTO OS ENSEÑARÁ
6º DOMINGO DE PASCUA – CICLO C
En las tres lecturas de este domingo hay un protagonista silencioso
que a menudo olvidamos: es el Espíritu Santo, este dulce huésped
del alma que está siempre presente y que es el fuego que anima la
Iglesia y nuestra vida cristiana.
El Espíritu Santo es la presencia de Dios que brilla en la Jerusalén
celestial de la visión de San Juan, en el Apocalipsis. En esta ciudad
no hay templo porque Dios mismo y el Cordero, Jesucristo, son el
santuario. Tampoco hay sol, ni luna, ni estrellas, porque la misma luz
de Dios la alumbra.
El Espíritu Santo es el que ilumina el entendimiento de los apóstoles
cuando surgen disputas en las primeras comunidades. ¿Cómo
resuelven los dilemas? Rezando, en grupo y contando con el buen
consejo del mejor aliado: el propio Espíritu de Dios. Por eso en la
carta enviada a los cristianos de Antioquía, Siria y Cilicia, los de
Jerusalén dicen: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…»
Una decisión reflexionada con calma, tomando a Dios como
consejero, seguro que será acertada, la mejor para todos. ¿Actuamos
así en nuestras vidas? Cuando tenemos problemas, ¿nos detenemos
a rezar, a poner el problema ante Dios y a deliberar con la ayuda
de su Espíritu Santo? ¡Lo primeros cristianos nos dan ejemplo!
En el evangelio leemos una parte de las palabras que Jesús dirige a
sus discípulos, en la última cena. Les habla de lo que sucederá tras
su muerte y resurrección. Ellos ahora quizás no entienden, él les da
ánimos y los avisa para que, llegado el momento, crean en él. El
Espíritu Santo les dará el don de comprensión y les enseñará todo
lo que necesiten. Les dará fuerza, lucidez, coraje, inteligencia y una
inmensa capacidad para amar y entregarse. Con él, jamás se sentirán
solos. Será el lazo que los mantenga unidos con Jesús y con el
Padre. El Espíritu es el fuego que los animará y les infundirá una paz
que nadie les podrá quitar.
Hoy los cristianos tenemos mucha necesidad de recordar a este
Espíritu de amor y de unidad. Lo necesitamos como agua de mayo
para regenerar nuestra vida espiritual y comprometernos de verdad
con nuestra comunidad y con el mundo. Todos estamos llamados a
ser apóstoles, cada uno en su lugar y de una manera distinta.
Invocar al Espíritu y escuchar su voz, con docilidad y apertura de
corazón, puede cambiar nuestras vidas y las de muchos que viven a
nuestro alrededor.