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El PRINCIPE (NICOLÁS MAQUIAVELO)
El Príncipe fue la obra póstuma de Maquiavelo. En ella podemos decir que el autor
acabó de definir el “descubrimiento” de la posibilidad de una ciencia política autónoma,
independiente de los antiguos principios generales y al margen de consideraciones de
orden moral. Según Maquiavelo, el príncipe ha de seguir los preceptos de la utilidad, el
valor, la virtud, la fuerza y la astucia.
Al escribir esta obra, el secretario florentino parte de realidades, a veces experimentadas
personalmente, siendo coherente con su idea de la autonomía de la ciencia política. Se
propone dejar de lado las utopías políticas, como la de Platón, para teorizar sobre un
nuevo modelo de política más realista y aplicable a los gobiernos de su época. Francis
Bacón decía que Maquiavelo se limita a describir lo que los hombres hacen realmente,
lo que son, no lo que debiera ser.
Aunque Maquiavelo empieza describiendo los diferentes tipos de principados, su
objetivo es hablar del “príncipe nuevo”, es decir, del hombre que llega a dirigir un
Estado por factores como la propia virtud, la buena fortuna, el favor del pueblo o la
colaboración militar de otros príncipes. Para cada uno de estos casos, Maquiavelo
expone causas y motivaciones, analiza posibles peligros y desequilibrios del poder o de
las relaciones de éste con los súbditos y con los nobles o magnates del Estado.
Teniendo en cuenta las vivencias personales de Maquiavelo y su entorno político-social,
no es de extrañar su pesimismo extremo.
Maquiavelo da mucha importancia al arte de la guerra como medio para lograr mantener
un Estado íntegro y próspero, al igual que insiste en la importancia que el pueblo
respete y tema a su señor. Él cree que un príncipe ha de dar una buena imagen de sus
atributos, aunque en realidad no los tenga. Maquiavelo alaba la virtud de los
gobernantes que son crueles con unos pocos y así mantienen el Estado, mientras que
critica a los pueblos y príncipes crédulos que son buenos y dejan que sus enemigos
destruyan una parte de su patria, seguros de que así la sed de conquista de sus enemigos
se saciará. El bien del Estado no se subordina al bien del individuo, y su fin se sitúa
absolutamente por encima de todos los fines particulares por más sublimes que se
consideren.
CAPÍTULO I DE LAS DISTINTAS CLASES DE PRINCIPADOS Y LA FORMA EN
QUE SE ADQUIEREN.
Todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre
los hombres, fueron y son repúblicas o principados. Los principados son o hereditarios o
como miembros agregados al estado hereditario del príncipe que los adquiere. Los
dominios así adquiridos están acostumbrados a vivir bajo un príncipe o a ser
libres; y se adquieren por las armas propias o por las ajenas, por la suerte o por la
virtud.
CAPÍTULO II.- DE LOS PRINCIPADOS HEREDITARIOS
Este capítulo señala como pueden y deben y deben gobernarse los principados. Es más
fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una familia y basta con no alterar
el orden establecido por príncipes anteriores, y con temporalizar después con los
cambios que pueden producirse. Es lógico que sea más amado y a que menos vicios
excesivos le traigan el odio es razonable que le quieran con naturalidad los suyos.
Es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno
nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores, y
contemporizar después con los cambios que puedan producirse. De tal modo que, si el
príncipe es de mediana inteligencia, se mantendrá siempre en su Estado.
CAPÍTULO III.- DE LOS PRINCIPADOS MIXTOS.
Las dificultades que existen en los nuevos principados como miembro agregado a un
conjunto anterior, sus incertidumbres nacen de una simple dificultad que se encuentra
en todos los principados nuevos, dificultad que consiste en que los hombres cambian
con gusto de señor, creyendo mejorar, impulsados a tomar armas contra él en lo cual se
engañan pues luego han empeorado. El príncipe se ve obligado a ofender a sus súbditos,
de modo que tiene por enemigos a todos los que se ha ofendido al ocupar el principado,
y no se puede conservar como amigos a los que les han ayudado a conquistarlo porque
no se pueden satisfacer las necesidades como ellos esperaban. Los territorios revoltosos
se pierden con más dificultad cuando se conquistan por segunda vez.
Estos estados que al adquirirse se agrega a uno más antiguo, de la misma provincia y de
la misma lengua es muy fácil conservados, sobre todo cuando están acostumbrados a
vivir libres; y para afianzarse en el poder, siempre que se conserven sus costumbres y
las ventajas que gozaban permanecerán tranquilos y pueden permanecer en total
armonía. Se deben tener dos cuidados: que la descendencia del príncipe anterior
desaparezca y que ni sus leyes ni sus atributos sean alterados.
Cuando se adquieren Estados en una provincia con idioma, costumbres y organización
diferentes, surgen dificultades y uno de los remedios que la persona que los adquiera es
que fuera a vivir en ellos, así se ven nacer los desórdenes y se pueden reprimir con
prontitud, de este modo también adquieren más respeto y con mucha dificultad suelen
perderlo.
Otro buen remedio es enviar a algunas colonias a alguno de los lugares que sean como
llaves para aquel Estado.; las colonias no cuestan, son más fieles y entrañan menos
peligro, los damnificados no pueden causar molestias porque son pobres y están
demasiado aislados. A los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, la ofensa que se
le haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse.
Si en vez de colonias se emplean tropas, e gasto es mucho mayor, por el mantenimiento
de la guardia, se perjudica e incomoda a todos y por lo cual, se vuelven enemigos. El
príncipe que anexe una provincia con organización y costumbres diferentes a la suya
debe convertirse en defensor de los vecinos menos poderosos para debilitar a los de
mayor imperio y cuidarse de que entre a su estado un extranjero tan poderoso cómo él
ya que se le adhieren todos los que sienten envidia del que es más fuerte ya que
enseguida y de buena gana forman un bloque con el Estado invasor.
El deseo de conquista es un sentimiento muy natural y común, y siempre que lo hagan
los que pueden, antes serán alabados que censurados; pero cuando intentan hacerlo a
toda cota los que no pueden, la censura es admitida. Para evitar una guerra nunca se
debe dejar que el desorden siga su curso. Es natural que se ha vuelto poderoso recelo de
la misma astucia o de la misma fuerza gracias a las cuales se ha obtenido la ayuda.
CAPÍTULO IV.- POR QUE EL REINO DE DARIO, OCUPADO POR ALEJANDRO,
NO SE REVELÓ CONTRA LOS SUCESORES DE ÉSTE, DESPUÉS DE SU
MUERTE
Un príncipe elige de entre sus siervos, que o son todos, los ministros que lo ayudarán a
gobernar, o por un príncipe asistido por nobles que, a la antigüedad de su linaje, deben
la posición que ocupan. Estos nobles tienen estados y súbditos propios, que los
reconocen por señores y les tienen natural inclinación. Mientras que en los Estados que
eran gobernados por un príncipe asistido por siervos, el príncipe goza de mayor
autoridad por que en toda la provincia no se reconoce a otro soberano, sino a él, y si se
obedece a otro, sólo se le hace por tratarse de un ministro o magistrado del príncipe.
No bastará que extermines la raza del príncipe: quedarán los nobles, que se harán
cabecillas de los nuevos movimientos, y como no podrás conformarlos ni matarlos a
todos, perderás el Estado en la primera oportunidad que se les presente. Lo contrario
sucede en los reinos organizados como el de Francia, donde, si te
atraes a algunos de los nobles, que siempre existen descontentos y amigos de las
mudanzas, fácil te será entrar.
CAPÍTULO V.- DE QUÉ MODO HAY QUE GOBERNAR EN LAS CIUDADES
PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGÍAN POR SUS
PROPIAS LEYES.
Hay tres modos de conservar un Estado que estaba acostumbrado a regirse por sus
propias leyes y a vivir en libertad; Destruirlo radicarse en él dejarlo regir por sus leyes,
obligándolo a pagar tributo y establecer un gobierno compuesto por un pequeño número
de personas para que se encarguen de velar por la conquista.
Nada hay mejor para conservar una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla
gobernar por los mismos ciudadanos. El único sistema seguro de dominar una ciudad
acostumbrada a vivir libre es destruirla. Quien se haga dueño de una ciudad así y no la
aplaste, debe esperar a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre serán
representadas con el nombre de libertad. El recuerdo de su antigua liberad no les
concede ni un momento de reposo si los habitantes no se separan ni se dispersan,
inmediatamente recurren a cualquier contingencia.
Cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la
extinción de este y su linaje queda vacante el gobierno, por un lado los habitantes están
acostumbrados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para
elegir a uno entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco se deciden a
tomar armas contra el invasor.
CAPÍTULO VI.- DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON
LAS ARMAS PROPIAS Y EL TALETO PERSONAL
Los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en limitar
las acciones de los demás. Todo hombre que sea prudente debe imitar a los que han sido
excelsos, para que, si no los iguala en virtud, por lo menos se les acerque.
Los principados de nueva creación, son más o menos difíciles de conservar según que
sea más o menos hábil e inteligente el príncipe que los adquiere. El que menos ha
confiado en el azar es el que siempre se ha conservado en su conquista. También facilita
enormemente las cosas el que un príncipe, al no poseer otros Estados, se vea obligado a
establecerse en el que ha adquirido, aquellos que no se convirtieron en príncipes por
azar, sino por sus virtudes.
Las dificultades nacen de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a
implantar para fundar el Estado y proveer sus seguridad. No hay nada más fácil de
emprender, ni más dudoso de triunfar, ni más peligroso de manejar que el introducir
nuevas leyes. El innovador se transforma en enemigo de todos los que se benefician con
las leyes antiguas, se consigue la amistad tibia de los que se benefician con las leyes
nuevas.
Es preciso ver si esos innovadores lo son por sí mismos, o si dependen de otros; si
necesita recurrir a la súplica para su obra, o si pueden imponerla por la fuerza, entonces,
rara vez dejan de conseguir sus propósitos. Los rublos volubles, si es fácil convencerlos
de algo, es difícil mantenerlos fieles a la convicción, por lo que conviene estar
preparados.
CAPÍTULO VII.- DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON
ARLMAS Y FORTUNA DE OTROS
Los que sólo por suerte se convierten en príncipes y poco esfuerzo necesitan para llegar
a serlo, se mantienen pero con muchísimo trabajo. Porque, como ya he dicho, el que
no coloca los cimientos con anticipación podría colocarlos luego si tiene talento,
aun con riesgo de disgustar al arquitecto y de hacer peligrar el edificio. Si se
examinan los progresos del duque, se verá que ya había echado las bases para su
futura grandeza; y creo que no es superfluo hablar de ello, porque no sabría qué
mejores consejos dar a un príncipe nuevo que el ejemplo de las medidas tomadas por
él.
Las dificultades se presentan una vez instaladas. Estos príncipes no se sostienen más
que por la voluntad y la fortuna de quienes los elevaron y no saben ni pueden conservar
aquella dignidad. No es factible que conozca el arte del mando. Ya que han vivido
siempre como simples ciudadanos.
Los que compran un Estado o a los que lo obtienen como regalo, tal cual sucedió a
muchos en Grecia, en las ciudades de Jonia y del Helesponto, donde fueron hechos
príncipes por Darío a fin de que le conservasen dichas ciudades para su seguridad
y gloria; y como sucedió a muchos emperadores que llegaban al trono
corrompiéndolos soldados. Estos príncipes no se sostienen sino por la voluntad y la
fortuna; cosas ambas mudables e inseguras.
CAPÍTULO VIII.- DE LOS QUE LLEGARON AL PRINCIPADO MEDIANTE
CRÍMENES
Está el caso en el que se asciende al principado por un camino de perversidades y
delitos y en el que se llega a ser príncipe por favor de otros ciudadanos. Los ciudadanos
no tienen entonces más remedio que someterse y constituir un gobierno del cual alguien
se hace nombrar jefe. Muertos todos los que pudiesen significar u peligro para él se
preocupa por reforzar su poder con nuevas leyes civiles y militares, de manera que
mientras gobierne, no sólo está seguro, sino que se hace temer por todos los vecinos. Al
apoderarse de un Estado todo usurpador debe considerar todos los crímenes que le es
preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día.
Quien procede de otra manera, por timidez o por haber sido mal aconsejado, se ve
siempre obligado a conserva el cuchillo en la mano, y mal puede contar con súbditos a
quienes sus ofensas continúas y todavía recientes llenan de desconfianza. Por que las
defensas deben inferirse de una sola vez, para que durando menos; mientras que los
beneficios deben procurarse poco a poco, con fin de que se deben saborear mejor.
Sobre todas las cosas, un príncipe vivirá con sus súbditos de manera tal,
que ningún acontecimiento, favorable o adverso, lo haga variar; pues la necesidad
que se presenta en los tiempos difíciles y que no se ha previsto, tú no puedes
remediarla; y el bien que tú hagas ahora de nada sirve ni nadie te lo agradece,
porque se considera hecho a la fuerza.
CAPÍTULO IX.- DEL PRINCIPADO CIVIL
El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que
la ocasión se presente a uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no
pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen
príncipe, para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos.
Un ciudadano gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en príncipe. El Estado
así constituido puede llamarse principado civil. El legar a él no depende de una cierta
habilidad propiciada por la fortuna, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de los
nobles. En toda ciudad se encuentran dos fuerzas contrarias, una lucha por mandar y
oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de las dos
corrientes surge uno de estos tres efectos: principado, libertad o licencia.
Los nobles cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la
autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe para poder, a su sombra, dar rienda suelta
a sus apetitos. El pueblo cuando no puede hacer fuerte a sus grandes, cede su autoridad
a uno y lo hace príncipe para que lo defienda. El que llega al principado con ayuda de
los nobles se mantiene con más dificultad que el sí o hombre que ha legado con el
apoyo del pueblo, porque los que o rodean se sientes sus iguales.
Un príncipe jamás podrá dominar al pueblo cuando tenga por enemigo. Lo peor que un
príncipe puede esperar de un pueblo que no o ame es el ser abandonado por él; de los
nobles, si los tiene por enemigos, es que se rebelen contra él. Es una necesidad del
príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con os mismos nobles, puede crear
nuevos o deshacerse de lo que tenía a su conveniencia.
El que llegue a ser príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse por conservar
su afecto, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. El que se convierta en príncipe por
ayuda de los nobles perecerá si se empeña en conquistarlo, lo que sólo será fácil si lo
toma bajo su protección.
Un príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, pues de lo contrario no tiene
remedio en la adversidad.
Estos principados peligran cuando quieren pasar de un principado civil a un principado
absoluto. Agréguese a esto que un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo
tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se
trata de pocos, le será fácil.
CAPÍTULO X COMO DEBEN MEDIARSE LA FUERZAS DE TODOS LOS
PRINCIPADOS
Quien tenga bien fortificada su ciudad, y con respecto a sus súbditos se haya
conducido de acuerdo con lo ya expuesto y con lo que expondré más adelante,
difícilmente será asaltado; porque los hombres son enemigos de las empresas
demasiado arriesgadas, y no puede reputarse por fácil el asalto a alguien que
tiene su ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo.
Son capaces de sostenerse a sí mismos los que, o por abundancia de los hombres o de
dinero, pueden levantar un ejército respetable y presentar batalla a quien quiera que se
atreva a atacarlos. Los que no son capaces de presentar batalla al enemigo en campo
abierto. Del segundo caso lo se puede aconsejar a los príncipes que fortifiquen y
establezcan la ciudad en que vivan y se despreocupen por la campaña. Quien tenga bien
fortificada su ciudad difícilmente será asaltado; porque los hombres son enemigos de las
empresas demasiado arriesgadas.
Un príncipe que obtiene una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no puede ser
atacado. Si fuese el atacado se vería obligado a retirarse sin gloria, son tan vitales las
cosas de este mundo que es imposible que alguien permanezca con sus ejércitos un año
situando ociosamente una ciudad.
CAPÍTULO XI.- DE LOS PRINCIPADOS ECLESIÁTICOS
En los principados eclesiásticos existen dificultades antes de poseerlos, se adquieren o
por valor o por suerte, mantiene a sus príncipes en el poder sea cual fuere el modo que
estos procedan o vivan.
Estos son los únicos que tienen Estados y no los defienden; súbditos no os gobiernan.
Pero a pesar de eso no les son arrebatados y los súbditos no se preocupan, ni piensan, ni
podían situarse a su soberanía. Son los únicos principados seguros y felices.
Antes que Carlos, rey de Francia, entrase en Italia, esta provincia estaba bajo
la dominación del papa, de los venecianos, del rey de Nápoles, del duque de Milán
y de los florentinos.
Estas potencias debían tener dos cuidados principales: evitar
que un ejército extranjero invadiese a Italia y procurar que ninguna de ellas
preponderara. Los que despertaban más recelos eran los venecianos y el papa.
Para contener a aquéllos era necesaria una coalición de todas las demás
potencias, como se hizo para la defensa de Ferrara.
CAPÍTULO XII.- DE LAS DISTINTAS CLASES DE MILICIAS Y DE LOS
SOLDADOS MERCENARIOS
En este capítulo el autor menciona, que un príncipe eche los cimientos de su poder,
porque, de lo contrario, fracasaría inevitablemente. Y los cimientos indispensables
a todos los Estados Las formas de ataque y de defensa pueden ser necesarias un cada
uno de los Estados antes mencionados.
Las tropas con las que un príncipe defiende a sus Estados son propias, mercenarias,
auxiliares o mixtas. Las auxiliares y mercenarias son útiles y peligrosas; el príncipe que
descanse en mercenarios nunca estará seguro ni tranquilo, porque están desunidos,
ambiciosos y desleales, violentos entre los amigos y cobardes cuando se encuentran
frente al enemigo por que no tienen disciplina y durante la paz despoja a su príncipe
tanto como los enemigos durante la guerra. Quieren ser soldados mientras el príncipe no
hace guerra.
Los capitanes mercenarios o son hombres de mérito o no lo son; no se puede confiar
en ellos sí lo son porque aspirarán siempre a forjar su propia grandeza
CAPÍTULO XIII.- DE LOS SOLDADOS AUXILARES, MIXTOS Y PROPIOS.
Las tropas auxiliares son aquellas que se pide a un príncipe poderoso para que os
socorra y los defienda. Pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien las
llama son casi siempre funestas pues si pierden queda derrotado, pero si gana, se
convierte en prisionero.
Se concluye de esto que todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de
esas tropas, muchísimo más peligrosas que las mercenarias, porque están
perfectamente unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, con lo cual la ruina es
inmediata; mientras que las mercenarias, para someter al príncipe, una vez que han
triunfado
Todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de esa tropas, muchísimo más
peligrosas que las mercenarias, porque están perfectamente unidas y obedecen
ciegamente a sus jefes, con o cual la ruina es inmediata; mientras que las mercenarias,
someten al príncipe una vez que han triunfado. En ellas un tercero al que el príncipe
haya hecho jefe no puede cobrar enseguida tanta autoridad como para perjudicarlo. Por
ello, todo el príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las
propias, y ha preferido vencer con las suyas a hacerlo con otras.
Sucede siempre que las armas ajenas no se caen de los hombros del príncipe o le pesan,
solo oprimen. Sin milicias propias no esta seguro, está por completo en las manos del
azar. Aquel que en un principado no descubre los males antes mencionados una vez
nacidos, no es verdaderamente sabio, pero esta virtud la tienen pocos.
CAPÍTULO XIV.- DE LOS DEBERES DE UN PRÍNCIPE PARA CON LA MILICIA.
Un príncipe no debe tener más objeto ni pensamiento que se fuera del arte de la guerra y
lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien
manda. No sólo conserva en su puesto a los que han nacido príncipes , sino que muchas
veces eleva a esta dignidad a hombres de condición modesta, por el contrario, ha hecho
perder el Estado a príncipes que han pensado más en las diversiones que en las armas, la
pérdida del Estado se haya siempre en el olvido de este arte. En consecuencia, un
príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante los tiempos de paz
debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos modos: con la
acción y con el estudio.
La acción, debe, de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse
constantemente a la caza con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y a
conocer la naturaleza de los terrenos; primero, se aprende a conocer la región donde se
vive, en virtud del conocimiento práctico de una comarca, se hace más fácil el
conocimiento de otra donde sea necesario actuar.
En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la historia, examinar las
acciones de los hombres ilustres, ver como se ha conducido en la guerra, analizar el
porqué de sus victorias y derrotas para evitar estas y tratar de lograr aquellas; un
príncipe prudente: no permanece inactivo nunca en tiempos de paz, hacer acopio de
enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, lo halle preparado para
resistirle.
CAPÍTULO XV.- DE AQUELLAS COSAS POR LAS CUALES LOS HOMBRES Y
ESPECIALMENTE LOS PRINCIPES, SON ALABADOS O CENSURADOS.
El autor en este capítulo se cuestiona; como debe comportarse un príncipe en el trato de
sus súbitos y amigos. Hay diferencia entre como se vive y como se debería vivir, que
aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de
beneficiarse; todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno y a
participarlo o no de acuerdo con la necesidad. Todos los hombres, y en particular los
príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por alguno de estas
cualidades, tacañas, avaras
Un príncipe posee las cualidades que son consideradas buenas pero como no es posible
consérvalas todas, es preciso ser tan cuerdo que pueda evitar la vergüenza de aquellas
que le significarán la pérdidas del Estado, si no puede, no debe preocuparse y mucho
menos incurrir en la infamia de vicios sin os cuales difícilmente podrá salvar el Estado,
porque a veces lo que parece virtud escasa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por
trae el bienestar y la seguridad.
CAPÍTULO XVI.- DE LA PRODIGALIDAD Y DE LA AVARICIA
Estaría bien ser tenido por pródigo de manera que se sepa que uno es, perjudica; y por
otra parte, si se le practica como se le debe practicar no será conocida y se le
considerará como el vicio contrario. Un príncipe así acostumbrado a proceder
consumirá en tales obras todas sus riquezas y se verá obligado, si desea conservar su
reputación, a imponer excesivos tributos, a ser riguroso en el cobro y hacer todas las
cosas que hay que hacer para procurarse dinero. Lo cual comenzará a tornarlo odioso.
Ya que el príncipe no puede practicar públicamente esta virtud sin que se le perjudique,
convendrá que no se preocupe si es tachado de tacaño porque con el tiempo será tenido
siempre como más pródigo
Sólo hemos visto hacer grandes cosas a los hombres considerados tacaños; los demás
siempre han fracasado. Un príncipe debe reparar poco, con tal de que ello le permita
defenderse, no robar a los súbditos, no volverse pobre y despreciable, no mostrarse
ladrón, en incurrir en el vicio de tacaño; porque este es uno de los vicios que le hacen
posible reinar.
Y si hay algo que deba evitarse, es el ser despreciado y odioso, y a ambas cosa conduce
la prodigalidad. Por lo tanto, es más prudente contentarse con la tilde de tacaño que
implica una vergüenza sin odio, que, por ganar fama de pródigo, incurrir en el de
expoliador, que implica una vergüenza con odio.
CAPÍTULO XVII.- DE LA CRUELDADY LA CLEMENCIA; Y SI ES MEJOR SER
AMADO QUE TEMIDO, O SER TEMIDO QUE AMADO.
Todos los príncipes desean ser tenidos por clementes y no por crueles, deben cuidarse
de emplear mal esta clemencia. Un príncipe no debe preocuparse porque o acusen de
cruel, y siempre cuando su crueldad tenga por objeto l mantener unidos y fieles a los
súbditos; con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por
excesiva clemencia dejan manipular sus órdenes.
Debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de sí mismo y proceder con
moderación y humanidad. Surge una cuestión: si vale más ser amado que temido, o
temido que amado. Nada sería mejor que ser las dos a la vez, ya que es difícil unirlas y
siempre ha de faltar una.
Los hombres tienen más cuidado al ofender a uno que se haga amar que a uno que se
haga temer; el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos rompen cada
vez que pueden beneficiarse, el temor es el miedo al castigo que no se pierde nunca. El
príncipe debe hacerse temer de modo que vite el odio.
Cuando el príncipe está al frente de sus ejércitos, es necesario que no se preocupe si
merece fama de cruel, porque sin esta fama jamás podrá tenerse ejército alguno unido y
dispuesto a la lucha.
Como el amar depende de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del
príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, tratando
siempre de evitar el odio.
CAPÍTULO XVII.- DE QUE MODO LOS PROMESAS
Hay dos maneras de combatir: una, con las leyes, otra, con la fuerza. La primera es
distintiva del hombre; la segunda de la bestia. Un príncipe debe saber comportarse como
bestia y como hombre. Como el receptor es mitad bestia y mitad hombre, un príncipe
debe saber emplear las cualidades de ambas naturalezas, ya que una no puede durar
mucho tiempo sin la otra.
Como bestia conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león; porque el león
no sabe protegerse de las trampas y el zorro no se protege de los lobos. Un príncipe
prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de
sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer ya que
los hombres son perversos.
Se podrían citar innumerables ejemplos modernos de tratados de paz y promesas vueltas
inútiles por la infidelidad de los príncipes. Hay que saber disfrazarse bien y ser más
hábil en el fingir y el disimular; es preciso que un príncipe posea todas las virtudes
mencionadas, pero es indispensable que aparente poseerlas.
Hay ocasiones que el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar
tenerlas es útil. Esta bien mostrarse piadoso, fiel, recto, humano y religioso, así mismo
serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto irse al otro extremo si ello, fuera
necesario.
Un príncipe debe tener muchísimo cuidado de que no le brote nunca de los labios algo
que no esté empapado de las cinco virtudes antes citadas. Y en las acciones de los
hombres, particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiene a
los resultados.
Sin embargo, debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de sí
mismo y proceder con moderación, prudencia y humanidad, de modo que una
excesiva confianza no lo vuelva imprudente, y una desconfianza exagerada,
intolerable.
Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que
amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil
reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido
que amado.
CAPÍTULO XIX.- DE QUE MODO DEBE EVITARSE SER DESPRECIADO Y
ODIADO.
El príncipe que conquista semejante autoridad es siempre respetado, pues
difícilmente se conspira contra quien, por ser respetado, tiene necesariamente ser
bueno y querido por los suyos. Y un príncipe debe temer dos cosas: en el interior,
que se le subleven los súbditos; en el exterior, que le ataquen.
Trate el príncipe de huir de las cosas que no lo hagan odioso y despreciable y una vez
logrado no tendrá nada que temer de los otros vicios. Hace odioso el ser ladrón y
apoderarse de los bienes y de las mujeres de los súbditos, de todo lo cual convendrá
abstenerse. La mayoría de los hombres mientras no se vean privados de sus bienes y de
su honor, viven contentos.
Hace despreciable el ser considerado frívolo, voluble, afeminado, pusilánime e
irresoluto de defectos de los cuales debe alejarse e ingeniarse para que en sus actos se
reconozca grandeza, valentía, seriedad y fuerza. Con respecto a los asuntos privados de
sus súbditos, procurar que sus fallos sean irrevocables y empeñarse en adquirir tal
autoridad.
Los que sólo se sirven de las cualidades del león demuestran poca experiencia. Por lo
tanto, un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante
observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones
que le hicieron prometer.
Para ser respetado, el príncipe, tiene necesariamente que ser bueno y querido por los
suyos. Un príncipe debe temer dos cosas: que se le subleven los súbditos y que lo
ataquen potencias extranjeras. En el interior estarán aseguradas las cosas cuando lo
estén en el exterior. En lo que se refiere a los súbditos, ha de cuidar que no conspiren
secretamente.
El no ser odiado por el pueblo es uno de los remedios más eficaces de que dispone un
príncipe, ya que el conspirador siempre cree que el pueblo quedará contento con la
muerte del príncipe. Los Estados bien organizados y los sabios siempre han procurado
no exasperar a los nobles y, a la vez, tener satisfecho y contento al pueblo.
CAPÍTULO XX.- SI LAS FORTALEZAS, HAY MUCHAS OTRAS COSAS QUE
LOS PRÍNCIPES HACEN CON MUCHA FRECUENCIA SON ÚTILES O NO
Hubo príncipes que, para conservar sin inquietudes el Estado, desarmaron a sus
súbditos, que dividieron sus territorios conquistados, que favorecieron a sus mismos
enemigos, que se esforzaron por atraerse a aquellos que les inspiraban recelo al
comienzo de su gobierno, que construyeron fortalezas y que las arrasaron.
Nunca sucedió que un príncipe nuevo desarmase a sus súbditos, más bien los armó cada
vez que los encontró desarmados. De este modo las armas del pueblo se convirtieron en
las del príncipe. Los súbditos a quienes el príncipe arma, son deudores del príncipe y se
consideran más obligados a él.
Cuando un príncipe adquiere un Estado nuevo que se añade al que ya poseía conviene
que desarme a sus nuevos súbditos, excepción hecha de aquellos que se declararon
partidarios suyos durante la conquista. En las ciudades conquistadas, aunque no se
dejaba llegar al derramamiento de sangre, alimentaban discordias entre ellos, a fin d
que, ocupados en sus diferencias no se uniesen contra el enemigo común.
Un príncipe nuevo al que le es más necesario adquirir fama, la fortuna le suscita
enemigos y guerras en su contra para poder darle la oportunidad de que las supere y
pueda elevarse a mayor altura.
Los príncipes, sobre todo los nuevos, han hallado más consecuencia y más
utilidad en aquellos que al principio de su gobierno les eran sospechosos que en
aquellos en quienes confiaban. Pandolfo Petrucci, príncipe de Siena, gobernaba
su Estado más con los que le habían sido sospechosos que con los otros.
Los hombres que al principio del reinado han sido enemigos, si su carácter es tal que
para continuar la lucha necesitan apoyo ajeno, el príncipe podrá fácilmente
conquistarlos a su causa, y lo servirán con más facilidad.
Los príncipes para poder conservarse acostumbraron a construir fortalezas que fuesen
rienda y freno para quienes se atraviesen a obrar en su contra. Las fortalezas son útiles
si en unas ocasiones favorecen y en otras perjudican. No hay mejor fortaleza que él no
sr odiado por el pueblo.
Llego, pues, a la conclusión de que un príncipe, cuando es apreciado por el pueblo,
debe cuidarse muy poco de las conspiraciones; pero que debe temer todo y a todos
cuando lo tienen por enemigo y es aborrecido por él.
CAPÍTULO XXI.- COMO DEBE COMPORTARSE UN PRINCIPE PARA SER
ESTIMADO.
Nada hace más estimable a un príncipe como las grandes empresas. Se estima al
príncipe ser capaz de ser amigo o enemigo franco, al que, sin temores de ninguna
índole, se declarase abiertamente a favor de uno y en contra de otro. El abrazar un
partido es siempre más conveniente que el permanecer neutral. Porque si dos vecinos
poderosos se declaran la guerra, se tendrá que temer a cualquiera de los dos que gane la
guerra.
Aquel que no es t amigo te exigirá neutralidad, y aquel que es amigo tuyo te exigirá que
demuestres tus sentimientos con armas. Los príncipes irresolutos, para evitar peligros
presente, siguen la neutralidad y la mayoría de las veces fracasan.
Un príncipe nunca debe aliarse con otro más poderoso para atacar a terceros. El príncipe
también debe mostrarse amante de la virtud y honrará a los que se distingan en las artes.
Dará seguridades a los ciudadanos para que puedan dedicarse a sus profesiones; y que
unos no se abstengan de embellecer sus posesiones por temor a ser robados, y otros de
abrir una tienda por miedo a los impuestos.
También concurre en beneficio del príncipe el hallar medidas sorprendentes en lo que
se refiere a la administración, como se cuenta que las hallaba Bernabé de Milán. Y
cuando cualquier súbdito hace algo notable, bueno o malo, en la vida civil, hay que
descubrir un modo de recompensarlo o castigarlo que dé amplio tema de
conversación a la gente.
CAPÍTULO XXII. - DE LOS SECETARIOS DEL PRINCIPE
La elección de los ministros, será buena o mala según la cordura del príncipe. La
primera opinión que se tiene del juicio de un príncipe se funda en los hombres que lo
rodea si son capaces y fieles, cuando no lo son, no podrá considerarse a un príncipe que
el primer error lo cometa en esta elección.
Para que el príncipe mantenga constante la fidelidad de un ministro, debe pensar en él,
así pueden confiar unos en otros. Pues hay tres clases de cerebros: el primero
discierne por sí; el segundo entiende lo que los otros disciernen, y el tercero no
discierne ni entiende lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el
segundo bueno y el tercero inútil.
Para conocer a un ministro hay un modo que no falla nunca. Cuando se ve que
un ministro piensa más en él que en uno y que en toda no busca sino su provecho,
estamos en presencia de un ministro que nunca será bueno y en quien el príncipe nunca
podrá confiar.
CAPÍTULO XXIII.- COMO HUIR DE LOS ADULADORES.
Los aduladores abundan en todas las corte. Los hombres se complacen tanto en sus
propias acciones de tal modo que se engañan y cuando quieren defenderse, se exponen
al peligro de hacerse despreciables. No hay otra manera de evitar la adulación que el
hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad; y resulta que,
cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto.
Un príncipe debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres de buen juicio de su
Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad. Debe interrogarlos sobre
yodos los tópicos, y fuera de ellos no escuchar a ningún otro.
Un príncipe debe pedir un consejo siempre que él lo considere conveniente y no cuando
lo consideren los demás. Y si pide consejo a más de uno, los consejos serán siempre
distintos y a un príncipe que no sea sabio no le será posible conciliarlos.
Cada uno de los consejeros pensará en lo suyo, y él no podrá saberlo ni corregirlo. Y
es imposible hallar otra clase de consejeros, porque los hombres se comportarán
siempre mal mientras la necesidad no los obligue a lo contrario. De esto se concluye
que es conveniente que los buenos consejos, vengan de quien vinieren, nazcan de la
prudencia del príncipe y no la prudencia del príncipe de los buenos consejos.
CAPÍTULO XXIV.- POR QUE LOS PRINCIPES DE ITALOA PERDIERON SUS
ESTADOS
Se observa mucho, más celosamente a conducta de un príncipe nuevo que la de uno
heredero, si los hombres la encuentran virtuosa, se sienten más agradecidos y se apegan
más a él que a uno de linaje antiguo. El príncipe tendrá la gloria de haber creado un
principado nuevo y haberlo mejorado. Así, el príncipe tendrá la doble gloria de haber
creado un principado nuevo y de haberlo mejorado y fortificado con buenas leyes,
buenas armas, buenos amigos y buenos ejemplos. Del mismo modo que será doble la
deshonra del que, habiendo nacido príncipe, pierde el trono por su falta de prudencia.
Si se examina el comportamiento de los príncipes de Italia, se encontrará en primer
lugar, en lo que refiere a las armas una falta común a todos. Unos tuvieron un pueblo
por enemigo, y el que lo tuvo por amigo no supo asegurarse de los nobles. Estos
príncipes en épocas de paz nunca pensaron que podrían cambiar las cosas, cuando se
presentaron tiempos adversos, atinarían a huir y no a defenderse.
CAPÍTULO XXV.- DEL PODER DE LA FORTUNA EN LAS COSAS HUMANAS Y
DE LOS MEDIOS PARA OPONÉRSELE
La fortuna es la juez de la mitad de nuestras acciones, pero nos deja gobernar la otra
mitad. Y aunque esto sea inevitable, no basta para que los hombres, tomen sus
precauciones con diques y reparos. Con la fortuna se manifiesta todo suponer allí donde
no hay virtud preparada para resistirle y dirigirse sus arrebatos.
Un príncipe q hoy vive en la prosperidad y mañana en la desgracia se debe a que confía
ciegamente en la fortuna. Es feliz el que se concilie con su manera de obrar con liándole
de las circunstancias.
Los hombres para lograr el fin que se proponen proceden de manera distinta: con
cautela, con ímpetu, por violencia o por astucia. Dos que actúan de distinta manera
obtienen el mismo resultado y de otros dos que actúan d igual manera uno alcanza su
objetivo y el otro no. No existe hombre lo suficientemente flexible como para adaptarse
a todas las circunstancias.
El hombre cauto fracasa cada vez que es necesario ser impetuoso. Que si cambiase de
conducta junto con las circunstancias. La fortuna varia y los hombres se empeñan en
proceder de un mismo modo, serán felices mientras vayan de acuerdo con la suerte, e
infelices cuando estén en desacuerdo con ella. Sin embargo, considero que es
preferible ser impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si
se la quiere tener sumisa, golpearla y zaherirla. Y se ve que se deja dominar por
éstos antes que por los que actúan con tibieza.
Un príncipe que hoy vive en la prosperidad, mañana se encuentra en la desgracia, sin
que se haya operado ningún cambio en su carácter ni en su conducta. A mi juicio,
esto se debe, en primer lugar, a las razones que expuse con detenimiento en otra parte,
es decir, a que el príncipe que confía ciegamente en la fortuna perece en cuanto
en cuanto ella cambia.
CAPÍTULO XVI.- EXHORTACIÓN A LIBERAR A ITALIA DE LOS BARBAROS
Después de meditar en todo lo expuesto, las circunstancias son propicias para que un
nuevo príncipe pueda adquirir gloria, y si se encuentra en ella cuanto es necesario a un
hombre prudente y virtuoso para instaurar una nueva forma de gobierno , por lo cual se
honraría a sí mismo , haciendo la felicidad a los italianos.
No es asombroso que ninguno de los italianos a quien he citado haya podido
hacer lo que es de esperar que haga vuestra ilustre casa, ni es extraño que
después de tantas revoluciones y revueltas guerreras parezca extinguido el valor
militar de nuestros compatriotas. Pero se debe a que la antigua organización
militar no era buena y a que nadie ha sabido modificarla.
Glosario
Pensamiento: Según Pierre Louis Moreau de Maupertuis (1698-1759), más allá de
todos nuestros conocimientos empíricos y fenoménicos se esconde un número de "seres
desconocidos", dotados de fuerza para excitar nuestras percepciones. Tampoco es
sustancia el pensamiento, sino realidad fenoménica: lo constitutivo del alma es el
sentimiento de sí que acompaña a todas nuestras expresiones. Por encima de la
inteligencia, hay en nosotros un principio individual, que nos hace conocer a Dios y nos
hace conscientes de las ideas morales.
Paradigma: Modelo fundamental desde el cual se piensa o se realizan hechos y teorías
predominantes. En nuestros días se hace necesario retomar nuevos paradigmas.
Personalismo: Conjunto de doctrinas sobre la persona cuyo representante principal ha
sido Emmanuel Mounier (1905-1950). Para Mounier "el personalismo es un esfuerzo
integral para comprender y superar la crisis del hombre del siglo XX en su totalidad".
Pues la persona es imposible de objetivar; se encuentra en un cuerpo y en la historia;
por su propia naturaleza, es comunitaria.
Acontecimiento: Al vincular definitivamente el tiempo al universo, la relatividad ha
prolongado el esfuerzo del pensamiento moderno al descubrir la importancia del factor
temporal como inteligibilidad del mundo. En la relatividad, la noción de acontecimiento
adopta todo su sentido. No es ya algo accidental, sino la expresión de una estructura de
la realidad. Por todos esos rasgos, la relatividad constituye un ejemplo típico de la
superación de una visión mecanicista y positivista del mundo y con ello muestra la
verdadera naturaleza del conocimiento humano, obra de la razón que aprehende la
realidad en sus más íntimas leyes, porque lejos de significar relativismo y escepticismo,
la relatividad nos da a conocer las verdaderas invariantes de la naturaleza.
Apropiarse: La manera típicamente humana de apropiarse de la naturaleza para
dominarla, ha sido siempre la de comprenderla, de explicársela para penetrar sus
secretos; el ser dirigirá esencialmente al modo de explicación (animista y verbal,
primero; racional después); la antropología cultural moderna ha renunciado a la idea de
que el hombre primitivo habría tenido otra lógica y otra mentalidad distinta de la del
hombre moderno, mostrando con ello la permanencia de este comportamiento humano,
ante la naturaleza.
Nacionalismo: Ideología y un movimiento social y político que surgió junto con el
concepto de nación propio de la Edad contemporánea en las circunstancias históricas de
la Era de las Revoluciones, el nacionalismo pone a una determinada nación como el
único referente identitario, dentro de una comunidad política; y parte de
dos principios básicos con respecto a la relación entre la nación y el estado
Egoísmo universal: solo importa uno nadie más, como habla en sus diez
mandamientos, no importa nadie más que tú, hay que hacer lo que sea por el poder
absoluto.
Maquiavelismo: Término con el que nos referimos a las teorías defendidas por el
político y escritor italiano Nicolás Maquiavelo (Florencia, 1469-1527) o con el que
adjetivamos determinadas prácticas políticas que, real o supuestamente, estarían
inspiradas por sus teorías.
La teoría política de Maquiavelo parte del análisis de los problemas que plantea la
creación y mantenimiento de un Estado moderno, proponiendo soluciones prácticas,
basadas en un nuevo concepto de virtud (al margen de la moral cristiana de la época),
que le lleva a considerar válido todo recurso que permita sacar provecho de la fuerza y
habilidad del gobernante, pudiendo recurrir incluso a la crueldad y al engaño para
imponerse a sus enemigos.
En "El Príncipe", escrita entre los años 1513 y 1520, pero publicada póstumamente en
1531, se recogen los elementos más significativos de su pensamiento político.
Hombre: Para los griegos, con su concepción cíclica de un mundo idéntico a sí mismo,
la finalidad de la vida humana no podía ser otra que la contemplación y la
impasibilidad, en la sumisión al destino inexorable; sumergido en un mundo que no
estaba metido en una historia, el hombre no estaba invitado a transformarlo, de aquí un
cierto desprecio hacia la acción técnica y las artes utilitarias.
Republicanismo: es una teoría política que propone y defiende la república como el
modelo de gobierno óptimo para un Estado, en oposición a las otras formas clásicas de
gobierno: la monarquía y la aristocracia;
Totalitarismo: Régimen político donde el poder absoluto, y donde la libertad está
seriamente restringida. Se caracteriza por la determinación del estado en todos o casi
todos los aspectos de la vida cotidiana de los individuos
Conclusiones
 En el libro de Nicolás Maquiavelo “El Príncipe” podemos ver que se dan
muchos puntos de vista con respecto a la política y de cómo se puede llegar a
manejar un pueblo.
 Maquiavelo decía que de las cosas más importantes es saber hacer lo más
conveniente para el pueblo, ya sea propio ó haya sido incorporado. En caso de
que sea hereditario, es más fácil mantener el poder, porque el príncipe recibe el
poder por herencia. Lo importante es que intente mantener las mismas leyes de
sus antepasados y estar al tanto de todos los acontecimientos, que le sea
arrebatado el poder, lo podrá recuperar con un mínimo descuido del usurpador
como en Italia l duque de Ferrara que no pudo con los ataques de los venecianos
en 1484, ni a los del papa Julio en 1510, pero no sufrió pérdidas gracias a su
antigua soberanía en el estado.
 Por otro lado cuando es incorporado, los ciudadanos no tienen problema en
cambiar de gobernante ya que piensan que eso es lo más conveniente para ellos,
lo que hace que se revelen en contra del antiguo gobernante y lo que ocasiona
esto es que no mejora nada, lo contrario, empeora. Esto ocasiona que el
gobernante tenga que maltratar a los ciudadanos, y esto hace que el incorporado
se gane bastantes enemigos, esto ocasionaría que se pierda lo conquistado.
 Maquiavelo nos dice que para conquistar un estado hay que mantenerlo, primero
hay que saber si hablan la misma lengua y si tienen las mismas costumbre o al
menos parecidas, con esto en más fácil conservarlos ya que no están
acostumbrados a su libertad, solo habría que extinguir la sucesión anterior de
gobernantes, no cambiar las costumbres y los ciudadanos seguirán con su vida
tranquila. En caso de que la conquista fuera en un territorio de lengua y
costumbres diferentes, habría dificultades, así que el nuevo gobernante debe ser
inteligente; algo que podría ayudarlo sería vivir en uno de los lugares
conquistados.

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Resumen rudis

  • 1. El PRINCIPE (NICOLÁS MAQUIAVELO) El Príncipe fue la obra póstuma de Maquiavelo. En ella podemos decir que el autor acabó de definir el “descubrimiento” de la posibilidad de una ciencia política autónoma, independiente de los antiguos principios generales y al margen de consideraciones de orden moral. Según Maquiavelo, el príncipe ha de seguir los preceptos de la utilidad, el valor, la virtud, la fuerza y la astucia. Al escribir esta obra, el secretario florentino parte de realidades, a veces experimentadas personalmente, siendo coherente con su idea de la autonomía de la ciencia política. Se propone dejar de lado las utopías políticas, como la de Platón, para teorizar sobre un nuevo modelo de política más realista y aplicable a los gobiernos de su época. Francis Bacón decía que Maquiavelo se limita a describir lo que los hombres hacen realmente, lo que son, no lo que debiera ser. Aunque Maquiavelo empieza describiendo los diferentes tipos de principados, su objetivo es hablar del “príncipe nuevo”, es decir, del hombre que llega a dirigir un Estado por factores como la propia virtud, la buena fortuna, el favor del pueblo o la colaboración militar de otros príncipes. Para cada uno de estos casos, Maquiavelo expone causas y motivaciones, analiza posibles peligros y desequilibrios del poder o de las relaciones de éste con los súbditos y con los nobles o magnates del Estado. Teniendo en cuenta las vivencias personales de Maquiavelo y su entorno político-social, no es de extrañar su pesimismo extremo. Maquiavelo da mucha importancia al arte de la guerra como medio para lograr mantener un Estado íntegro y próspero, al igual que insiste en la importancia que el pueblo respete y tema a su señor. Él cree que un príncipe ha de dar una buena imagen de sus atributos, aunque en realidad no los tenga. Maquiavelo alaba la virtud de los gobernantes que son crueles con unos pocos y así mantienen el Estado, mientras que critica a los pueblos y príncipes crédulos que son buenos y dejan que sus enemigos destruyan una parte de su patria, seguros de que así la sed de conquista de sus enemigos se saciará. El bien del Estado no se subordina al bien del individuo, y su fin se sitúa absolutamente por encima de todos los fines particulares por más sublimes que se consideren.
  • 2. CAPÍTULO I DE LAS DISTINTAS CLASES DE PRINCIPADOS Y LA FORMA EN QUE SE ADQUIEREN. Todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres, fueron y son repúblicas o principados. Los principados son o hereditarios o como miembros agregados al estado hereditario del príncipe que los adquiere. Los dominios así adquiridos están acostumbrados a vivir bajo un príncipe o a ser libres; y se adquieren por las armas propias o por las ajenas, por la suerte o por la virtud. CAPÍTULO II.- DE LOS PRINCIPADOS HEREDITARIOS Este capítulo señala como pueden y deben y deben gobernarse los principados. Es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una familia y basta con no alterar el orden establecido por príncipes anteriores, y con temporalizar después con los cambios que pueden producirse. Es lógico que sea más amado y a que menos vicios excesivos le traigan el odio es razonable que le quieran con naturalidad los suyos. Es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores, y contemporizar después con los cambios que puedan producirse. De tal modo que, si el príncipe es de mediana inteligencia, se mantendrá siempre en su Estado. CAPÍTULO III.- DE LOS PRINCIPADOS MIXTOS. Las dificultades que existen en los nuevos principados como miembro agregado a un conjunto anterior, sus incertidumbres nacen de una simple dificultad que se encuentra en todos los principados nuevos, dificultad que consiste en que los hombres cambian con gusto de señor, creyendo mejorar, impulsados a tomar armas contra él en lo cual se engañan pues luego han empeorado. El príncipe se ve obligado a ofender a sus súbditos, de modo que tiene por enemigos a todos los que se ha ofendido al ocupar el principado, y no se puede conservar como amigos a los que les han ayudado a conquistarlo porque no se pueden satisfacer las necesidades como ellos esperaban. Los territorios revoltosos se pierden con más dificultad cuando se conquistan por segunda vez. Estos estados que al adquirirse se agrega a uno más antiguo, de la misma provincia y de la misma lengua es muy fácil conservados, sobre todo cuando están acostumbrados a vivir libres; y para afianzarse en el poder, siempre que se conserven sus costumbres y las ventajas que gozaban permanecerán tranquilos y pueden permanecer en total armonía. Se deben tener dos cuidados: que la descendencia del príncipe anterior desaparezca y que ni sus leyes ni sus atributos sean alterados.
  • 3. Cuando se adquieren Estados en una provincia con idioma, costumbres y organización diferentes, surgen dificultades y uno de los remedios que la persona que los adquiera es que fuera a vivir en ellos, así se ven nacer los desórdenes y se pueden reprimir con prontitud, de este modo también adquieren más respeto y con mucha dificultad suelen perderlo. Otro buen remedio es enviar a algunas colonias a alguno de los lugares que sean como llaves para aquel Estado.; las colonias no cuestan, son más fieles y entrañan menos peligro, los damnificados no pueden causar molestias porque son pobres y están demasiado aislados. A los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, la ofensa que se le haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse. Si en vez de colonias se emplean tropas, e gasto es mucho mayor, por el mantenimiento de la guardia, se perjudica e incomoda a todos y por lo cual, se vuelven enemigos. El príncipe que anexe una provincia con organización y costumbres diferentes a la suya debe convertirse en defensor de los vecinos menos poderosos para debilitar a los de mayor imperio y cuidarse de que entre a su estado un extranjero tan poderoso cómo él ya que se le adhieren todos los que sienten envidia del que es más fuerte ya que enseguida y de buena gana forman un bloque con el Estado invasor. El deseo de conquista es un sentimiento muy natural y común, y siempre que lo hagan los que pueden, antes serán alabados que censurados; pero cuando intentan hacerlo a toda cota los que no pueden, la censura es admitida. Para evitar una guerra nunca se debe dejar que el desorden siga su curso. Es natural que se ha vuelto poderoso recelo de la misma astucia o de la misma fuerza gracias a las cuales se ha obtenido la ayuda. CAPÍTULO IV.- POR QUE EL REINO DE DARIO, OCUPADO POR ALEJANDRO, NO SE REVELÓ CONTRA LOS SUCESORES DE ÉSTE, DESPUÉS DE SU MUERTE Un príncipe elige de entre sus siervos, que o son todos, los ministros que lo ayudarán a gobernar, o por un príncipe asistido por nobles que, a la antigüedad de su linaje, deben la posición que ocupan. Estos nobles tienen estados y súbditos propios, que los reconocen por señores y les tienen natural inclinación. Mientras que en los Estados que eran gobernados por un príncipe asistido por siervos, el príncipe goza de mayor autoridad por que en toda la provincia no se reconoce a otro soberano, sino a él, y si se obedece a otro, sólo se le hace por tratarse de un ministro o magistrado del príncipe. No bastará que extermines la raza del príncipe: quedarán los nobles, que se harán cabecillas de los nuevos movimientos, y como no podrás conformarlos ni matarlos a todos, perderás el Estado en la primera oportunidad que se les presente. Lo contrario sucede en los reinos organizados como el de Francia, donde, si te atraes a algunos de los nobles, que siempre existen descontentos y amigos de las mudanzas, fácil te será entrar.
  • 4. CAPÍTULO V.- DE QUÉ MODO HAY QUE GOBERNAR EN LAS CIUDADES PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGÍAN POR SUS PROPIAS LEYES. Hay tres modos de conservar un Estado que estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad; Destruirlo radicarse en él dejarlo regir por sus leyes, obligándolo a pagar tributo y establecer un gobierno compuesto por un pequeño número de personas para que se encarguen de velar por la conquista. Nada hay mejor para conservar una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por los mismos ciudadanos. El único sistema seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla. Quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, debe esperar a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre serán representadas con el nombre de libertad. El recuerdo de su antigua liberad no les concede ni un momento de reposo si los habitantes no se separan ni se dispersan, inmediatamente recurren a cualquier contingencia. Cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de este y su linaje queda vacante el gobierno, por un lado los habitantes están acostumbrados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco se deciden a tomar armas contra el invasor. CAPÍTULO VI.- DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON LAS ARMAS PROPIAS Y EL TALETO PERSONAL Los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en limitar las acciones de los demás. Todo hombre que sea prudente debe imitar a los que han sido excelsos, para que, si no los iguala en virtud, por lo menos se les acerque. Los principados de nueva creación, son más o menos difíciles de conservar según que sea más o menos hábil e inteligente el príncipe que los adquiere. El que menos ha confiado en el azar es el que siempre se ha conservado en su conquista. También facilita enormemente las cosas el que un príncipe, al no poseer otros Estados, se vea obligado a establecerse en el que ha adquirido, aquellos que no se convirtieron en príncipes por azar, sino por sus virtudes. Las dificultades nacen de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer sus seguridad. No hay nada más fácil de emprender, ni más dudoso de triunfar, ni más peligroso de manejar que el introducir nuevas leyes. El innovador se transforma en enemigo de todos los que se benefician con las leyes antiguas, se consigue la amistad tibia de los que se benefician con las leyes nuevas.
  • 5. Es preciso ver si esos innovadores lo son por sí mismos, o si dependen de otros; si necesita recurrir a la súplica para su obra, o si pueden imponerla por la fuerza, entonces, rara vez dejan de conseguir sus propósitos. Los rublos volubles, si es fácil convencerlos de algo, es difícil mantenerlos fieles a la convicción, por lo que conviene estar preparados. CAPÍTULO VII.- DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON ARLMAS Y FORTUNA DE OTROS Los que sólo por suerte se convierten en príncipes y poco esfuerzo necesitan para llegar a serlo, se mantienen pero con muchísimo trabajo. Porque, como ya he dicho, el que no coloca los cimientos con anticipación podría colocarlos luego si tiene talento, aun con riesgo de disgustar al arquitecto y de hacer peligrar el edificio. Si se examinan los progresos del duque, se verá que ya había echado las bases para su futura grandeza; y creo que no es superfluo hablar de ello, porque no sabría qué mejores consejos dar a un príncipe nuevo que el ejemplo de las medidas tomadas por él. Las dificultades se presentan una vez instaladas. Estos príncipes no se sostienen más que por la voluntad y la fortuna de quienes los elevaron y no saben ni pueden conservar aquella dignidad. No es factible que conozca el arte del mando. Ya que han vivido siempre como simples ciudadanos. Los que compran un Estado o a los que lo obtienen como regalo, tal cual sucedió a muchos en Grecia, en las ciudades de Jonia y del Helesponto, donde fueron hechos príncipes por Darío a fin de que le conservasen dichas ciudades para su seguridad y gloria; y como sucedió a muchos emperadores que llegaban al trono corrompiéndolos soldados. Estos príncipes no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna; cosas ambas mudables e inseguras. CAPÍTULO VIII.- DE LOS QUE LLEGARON AL PRINCIPADO MEDIANTE CRÍMENES Está el caso en el que se asciende al principado por un camino de perversidades y delitos y en el que se llega a ser príncipe por favor de otros ciudadanos. Los ciudadanos no tienen entonces más remedio que someterse y constituir un gobierno del cual alguien se hace nombrar jefe. Muertos todos los que pudiesen significar u peligro para él se preocupa por reforzar su poder con nuevas leyes civiles y militares, de manera que mientras gobierne, no sólo está seguro, sino que se hace temer por todos los vecinos. Al apoderarse de un Estado todo usurpador debe considerar todos los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día.
  • 6. Quien procede de otra manera, por timidez o por haber sido mal aconsejado, se ve siempre obligado a conserva el cuchillo en la mano, y mal puede contar con súbditos a quienes sus ofensas continúas y todavía recientes llenan de desconfianza. Por que las defensas deben inferirse de una sola vez, para que durando menos; mientras que los beneficios deben procurarse poco a poco, con fin de que se deben saborear mejor. Sobre todas las cosas, un príncipe vivirá con sus súbditos de manera tal, que ningún acontecimiento, favorable o adverso, lo haga variar; pues la necesidad que se presenta en los tiempos difíciles y que no se ha previsto, tú no puedes remediarla; y el bien que tú hagas ahora de nada sirve ni nadie te lo agradece, porque se considera hecho a la fuerza. CAPÍTULO IX.- DEL PRINCIPADO CIVIL El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que la ocasión se presente a uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. Un ciudadano gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en príncipe. El Estado así constituido puede llamarse principado civil. El legar a él no depende de una cierta habilidad propiciada por la fortuna, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de los nobles. En toda ciudad se encuentran dos fuerzas contrarias, una lucha por mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de las dos corrientes surge uno de estos tres efectos: principado, libertad o licencia. Los nobles cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo cuando no puede hacer fuerte a sus grandes, cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda. El que llega al principado con ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad que el sí o hombre que ha legado con el apoyo del pueblo, porque los que o rodean se sientes sus iguales. Un príncipe jamás podrá dominar al pueblo cuando tenga por enemigo. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no o ame es el ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, es que se rebelen contra él. Es una necesidad del príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con os mismos nobles, puede crear nuevos o deshacerse de lo que tenía a su conveniencia. El que llegue a ser príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse por conservar su afecto, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. El que se convierta en príncipe por ayuda de los nobles perecerá si se empeña en conquistarlo, lo que sólo será fácil si lo toma bajo su protección.
  • 7. Un príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, pues de lo contrario no tiene remedio en la adversidad. Estos principados peligran cuando quieren pasar de un principado civil a un principado absoluto. Agréguese a esto que un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil. CAPÍTULO X COMO DEBEN MEDIARSE LA FUERZAS DE TODOS LOS PRINCIPADOS Quien tenga bien fortificada su ciudad, y con respecto a sus súbditos se haya conducido de acuerdo con lo ya expuesto y con lo que expondré más adelante, difícilmente será asaltado; porque los hombres son enemigos de las empresas demasiado arriesgadas, y no puede reputarse por fácil el asalto a alguien que tiene su ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo. Son capaces de sostenerse a sí mismos los que, o por abundancia de los hombres o de dinero, pueden levantar un ejército respetable y presentar batalla a quien quiera que se atreva a atacarlos. Los que no son capaces de presentar batalla al enemigo en campo abierto. Del segundo caso lo se puede aconsejar a los príncipes que fortifiquen y establezcan la ciudad en que vivan y se despreocupen por la campaña. Quien tenga bien fortificada su ciudad difícilmente será asaltado; porque los hombres son enemigos de las empresas demasiado arriesgadas. Un príncipe que obtiene una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no puede ser atacado. Si fuese el atacado se vería obligado a retirarse sin gloria, son tan vitales las cosas de este mundo que es imposible que alguien permanezca con sus ejércitos un año situando ociosamente una ciudad. CAPÍTULO XI.- DE LOS PRINCIPADOS ECLESIÁTICOS En los principados eclesiásticos existen dificultades antes de poseerlos, se adquieren o por valor o por suerte, mantiene a sus príncipes en el poder sea cual fuere el modo que estos procedan o vivan. Estos son los únicos que tienen Estados y no los defienden; súbditos no os gobiernan. Pero a pesar de eso no les son arrebatados y los súbditos no se preocupan, ni piensan, ni podían situarse a su soberanía. Son los únicos principados seguros y felices. Antes que Carlos, rey de Francia, entrase en Italia, esta provincia estaba bajo la dominación del papa, de los venecianos, del rey de Nápoles, del duque de Milán y de los florentinos.
  • 8. Estas potencias debían tener dos cuidados principales: evitar que un ejército extranjero invadiese a Italia y procurar que ninguna de ellas preponderara. Los que despertaban más recelos eran los venecianos y el papa. Para contener a aquéllos era necesaria una coalición de todas las demás potencias, como se hizo para la defensa de Ferrara. CAPÍTULO XII.- DE LAS DISTINTAS CLASES DE MILICIAS Y DE LOS SOLDADOS MERCENARIOS En este capítulo el autor menciona, que un príncipe eche los cimientos de su poder, porque, de lo contrario, fracasaría inevitablemente. Y los cimientos indispensables a todos los Estados Las formas de ataque y de defensa pueden ser necesarias un cada uno de los Estados antes mencionados. Las tropas con las que un príncipe defiende a sus Estados son propias, mercenarias, auxiliares o mixtas. Las auxiliares y mercenarias son útiles y peligrosas; el príncipe que descanse en mercenarios nunca estará seguro ni tranquilo, porque están desunidos, ambiciosos y desleales, violentos entre los amigos y cobardes cuando se encuentran frente al enemigo por que no tienen disciplina y durante la paz despoja a su príncipe tanto como los enemigos durante la guerra. Quieren ser soldados mientras el príncipe no hace guerra. Los capitanes mercenarios o son hombres de mérito o no lo son; no se puede confiar en ellos sí lo son porque aspirarán siempre a forjar su propia grandeza CAPÍTULO XIII.- DE LOS SOLDADOS AUXILARES, MIXTOS Y PROPIOS. Las tropas auxiliares son aquellas que se pide a un príncipe poderoso para que os socorra y los defienda. Pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien las llama son casi siempre funestas pues si pierden queda derrotado, pero si gana, se convierte en prisionero. Se concluye de esto que todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de esas tropas, muchísimo más peligrosas que las mercenarias, porque están perfectamente unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, con lo cual la ruina es inmediata; mientras que las mercenarias, para someter al príncipe, una vez que han triunfado Todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de esa tropas, muchísimo más peligrosas que las mercenarias, porque están perfectamente unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, con o cual la ruina es inmediata; mientras que las mercenarias, someten al príncipe una vez que han triunfado. En ellas un tercero al que el príncipe haya hecho jefe no puede cobrar enseguida tanta autoridad como para perjudicarlo. Por
  • 9. ello, todo el príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las propias, y ha preferido vencer con las suyas a hacerlo con otras. Sucede siempre que las armas ajenas no se caen de los hombros del príncipe o le pesan, solo oprimen. Sin milicias propias no esta seguro, está por completo en las manos del azar. Aquel que en un principado no descubre los males antes mencionados una vez nacidos, no es verdaderamente sabio, pero esta virtud la tienen pocos. CAPÍTULO XIV.- DE LOS DEBERES DE UN PRÍNCIPE PARA CON LA MILICIA. Un príncipe no debe tener más objeto ni pensamiento que se fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda. No sólo conserva en su puesto a los que han nacido príncipes , sino que muchas veces eleva a esta dignidad a hombres de condición modesta, por el contrario, ha hecho perder el Estado a príncipes que han pensado más en las diversiones que en las armas, la pérdida del Estado se haya siempre en el olvido de este arte. En consecuencia, un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos modos: con la acción y con el estudio. La acción, debe, de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y a conocer la naturaleza de los terrenos; primero, se aprende a conocer la región donde se vive, en virtud del conocimiento práctico de una comarca, se hace más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar. En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver como se ha conducido en la guerra, analizar el porqué de sus victorias y derrotas para evitar estas y tratar de lograr aquellas; un príncipe prudente: no permanece inactivo nunca en tiempos de paz, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, lo halle preparado para resistirle. CAPÍTULO XV.- DE AQUELLAS COSAS POR LAS CUALES LOS HOMBRES Y ESPECIALMENTE LOS PRINCIPES, SON ALABADOS O CENSURADOS. El autor en este capítulo se cuestiona; como debe comportarse un príncipe en el trato de sus súbitos y amigos. Hay diferencia entre como se vive y como se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse; todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno y a participarlo o no de acuerdo con la necesidad. Todos los hombres, y en particular los príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por alguno de estas cualidades, tacañas, avaras
  • 10. Un príncipe posee las cualidades que son consideradas buenas pero como no es posible consérvalas todas, es preciso ser tan cuerdo que pueda evitar la vergüenza de aquellas que le significarán la pérdidas del Estado, si no puede, no debe preocuparse y mucho menos incurrir en la infamia de vicios sin os cuales difícilmente podrá salvar el Estado, porque a veces lo que parece virtud escasa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por trae el bienestar y la seguridad. CAPÍTULO XVI.- DE LA PRODIGALIDAD Y DE LA AVARICIA Estaría bien ser tenido por pródigo de manera que se sepa que uno es, perjudica; y por otra parte, si se le practica como se le debe practicar no será conocida y se le considerará como el vicio contrario. Un príncipe así acostumbrado a proceder consumirá en tales obras todas sus riquezas y se verá obligado, si desea conservar su reputación, a imponer excesivos tributos, a ser riguroso en el cobro y hacer todas las cosas que hay que hacer para procurarse dinero. Lo cual comenzará a tornarlo odioso. Ya que el príncipe no puede practicar públicamente esta virtud sin que se le perjudique, convendrá que no se preocupe si es tachado de tacaño porque con el tiempo será tenido siempre como más pródigo Sólo hemos visto hacer grandes cosas a los hombres considerados tacaños; los demás siempre han fracasado. Un príncipe debe reparar poco, con tal de que ello le permita defenderse, no robar a los súbditos, no volverse pobre y despreciable, no mostrarse ladrón, en incurrir en el vicio de tacaño; porque este es uno de los vicios que le hacen posible reinar. Y si hay algo que deba evitarse, es el ser despreciado y odioso, y a ambas cosa conduce la prodigalidad. Por lo tanto, es más prudente contentarse con la tilde de tacaño que implica una vergüenza sin odio, que, por ganar fama de pródigo, incurrir en el de expoliador, que implica una vergüenza con odio. CAPÍTULO XVII.- DE LA CRUELDADY LA CLEMENCIA; Y SI ES MEJOR SER AMADO QUE TEMIDO, O SER TEMIDO QUE AMADO. Todos los príncipes desean ser tenidos por clementes y no por crueles, deben cuidarse de emplear mal esta clemencia. Un príncipe no debe preocuparse porque o acusen de cruel, y siempre cuando su crueldad tenga por objeto l mantener unidos y fieles a los súbditos; con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia dejan manipular sus órdenes. Debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de sí mismo y proceder con moderación y humanidad. Surge una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada sería mejor que ser las dos a la vez, ya que es difícil unirlas y siempre ha de faltar una.
  • 11. Los hombres tienen más cuidado al ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos rompen cada vez que pueden beneficiarse, el temor es el miedo al castigo que no se pierde nunca. El príncipe debe hacerse temer de modo que vite el odio. Cuando el príncipe está al frente de sus ejércitos, es necesario que no se preocupe si merece fama de cruel, porque sin esta fama jamás podrá tenerse ejército alguno unido y dispuesto a la lucha. Como el amar depende de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, tratando siempre de evitar el odio. CAPÍTULO XVII.- DE QUE MODO LOS PROMESAS Hay dos maneras de combatir: una, con las leyes, otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda de la bestia. Un príncipe debe saber comportarse como bestia y como hombre. Como el receptor es mitad bestia y mitad hombre, un príncipe debe saber emplear las cualidades de ambas naturalezas, ya que una no puede durar mucho tiempo sin la otra. Como bestia conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león; porque el león no sabe protegerse de las trampas y el zorro no se protege de los lobos. Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer ya que los hombres son perversos. Se podrían citar innumerables ejemplos modernos de tratados de paz y promesas vueltas inútiles por la infidelidad de los príncipes. Hay que saber disfrazarse bien y ser más hábil en el fingir y el disimular; es preciso que un príncipe posea todas las virtudes mencionadas, pero es indispensable que aparente poseerlas. Hay ocasiones que el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas es útil. Esta bien mostrarse piadoso, fiel, recto, humano y religioso, así mismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto irse al otro extremo si ello, fuera necesario. Un príncipe debe tener muchísimo cuidado de que no le brote nunca de los labios algo que no esté empapado de las cinco virtudes antes citadas. Y en las acciones de los hombres, particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiene a los resultados.
  • 12. Sin embargo, debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de sí mismo y proceder con moderación, prudencia y humanidad, de modo que una excesiva confianza no lo vuelva imprudente, y una desconfianza exagerada, intolerable. Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado. CAPÍTULO XIX.- DE QUE MODO DEBE EVITARSE SER DESPRECIADO Y ODIADO. El príncipe que conquista semejante autoridad es siempre respetado, pues difícilmente se conspira contra quien, por ser respetado, tiene necesariamente ser bueno y querido por los suyos. Y un príncipe debe temer dos cosas: en el interior, que se le subleven los súbditos; en el exterior, que le ataquen. Trate el príncipe de huir de las cosas que no lo hagan odioso y despreciable y una vez logrado no tendrá nada que temer de los otros vicios. Hace odioso el ser ladrón y apoderarse de los bienes y de las mujeres de los súbditos, de todo lo cual convendrá abstenerse. La mayoría de los hombres mientras no se vean privados de sus bienes y de su honor, viven contentos. Hace despreciable el ser considerado frívolo, voluble, afeminado, pusilánime e irresoluto de defectos de los cuales debe alejarse e ingeniarse para que en sus actos se reconozca grandeza, valentía, seriedad y fuerza. Con respecto a los asuntos privados de sus súbditos, procurar que sus fallos sean irrevocables y empeñarse en adquirir tal autoridad. Los que sólo se sirven de las cualidades del león demuestran poca experiencia. Por lo tanto, un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer. Para ser respetado, el príncipe, tiene necesariamente que ser bueno y querido por los suyos. Un príncipe debe temer dos cosas: que se le subleven los súbditos y que lo ataquen potencias extranjeras. En el interior estarán aseguradas las cosas cuando lo estén en el exterior. En lo que se refiere a los súbditos, ha de cuidar que no conspiren secretamente.
  • 13. El no ser odiado por el pueblo es uno de los remedios más eficaces de que dispone un príncipe, ya que el conspirador siempre cree que el pueblo quedará contento con la muerte del príncipe. Los Estados bien organizados y los sabios siempre han procurado no exasperar a los nobles y, a la vez, tener satisfecho y contento al pueblo. CAPÍTULO XX.- SI LAS FORTALEZAS, HAY MUCHAS OTRAS COSAS QUE LOS PRÍNCIPES HACEN CON MUCHA FRECUENCIA SON ÚTILES O NO Hubo príncipes que, para conservar sin inquietudes el Estado, desarmaron a sus súbditos, que dividieron sus territorios conquistados, que favorecieron a sus mismos enemigos, que se esforzaron por atraerse a aquellos que les inspiraban recelo al comienzo de su gobierno, que construyeron fortalezas y que las arrasaron. Nunca sucedió que un príncipe nuevo desarmase a sus súbditos, más bien los armó cada vez que los encontró desarmados. De este modo las armas del pueblo se convirtieron en las del príncipe. Los súbditos a quienes el príncipe arma, son deudores del príncipe y se consideran más obligados a él. Cuando un príncipe adquiere un Estado nuevo que se añade al que ya poseía conviene que desarme a sus nuevos súbditos, excepción hecha de aquellos que se declararon partidarios suyos durante la conquista. En las ciudades conquistadas, aunque no se dejaba llegar al derramamiento de sangre, alimentaban discordias entre ellos, a fin d que, ocupados en sus diferencias no se uniesen contra el enemigo común. Un príncipe nuevo al que le es más necesario adquirir fama, la fortuna le suscita enemigos y guerras en su contra para poder darle la oportunidad de que las supere y pueda elevarse a mayor altura. Los príncipes, sobre todo los nuevos, han hallado más consecuencia y más utilidad en aquellos que al principio de su gobierno les eran sospechosos que en aquellos en quienes confiaban. Pandolfo Petrucci, príncipe de Siena, gobernaba su Estado más con los que le habían sido sospechosos que con los otros. Los hombres que al principio del reinado han sido enemigos, si su carácter es tal que para continuar la lucha necesitan apoyo ajeno, el príncipe podrá fácilmente conquistarlos a su causa, y lo servirán con más facilidad. Los príncipes para poder conservarse acostumbraron a construir fortalezas que fuesen rienda y freno para quienes se atraviesen a obrar en su contra. Las fortalezas son útiles si en unas ocasiones favorecen y en otras perjudican. No hay mejor fortaleza que él no sr odiado por el pueblo.
  • 14. Llego, pues, a la conclusión de que un príncipe, cuando es apreciado por el pueblo, debe cuidarse muy poco de las conspiraciones; pero que debe temer todo y a todos cuando lo tienen por enemigo y es aborrecido por él. CAPÍTULO XXI.- COMO DEBE COMPORTARSE UN PRINCIPE PARA SER ESTIMADO. Nada hace más estimable a un príncipe como las grandes empresas. Se estima al príncipe ser capaz de ser amigo o enemigo franco, al que, sin temores de ninguna índole, se declarase abiertamente a favor de uno y en contra de otro. El abrazar un partido es siempre más conveniente que el permanecer neutral. Porque si dos vecinos poderosos se declaran la guerra, se tendrá que temer a cualquiera de los dos que gane la guerra. Aquel que no es t amigo te exigirá neutralidad, y aquel que es amigo tuyo te exigirá que demuestres tus sentimientos con armas. Los príncipes irresolutos, para evitar peligros presente, siguen la neutralidad y la mayoría de las veces fracasan. Un príncipe nunca debe aliarse con otro más poderoso para atacar a terceros. El príncipe también debe mostrarse amante de la virtud y honrará a los que se distingan en las artes. Dará seguridades a los ciudadanos para que puedan dedicarse a sus profesiones; y que unos no se abstengan de embellecer sus posesiones por temor a ser robados, y otros de abrir una tienda por miedo a los impuestos. También concurre en beneficio del príncipe el hallar medidas sorprendentes en lo que se refiere a la administración, como se cuenta que las hallaba Bernabé de Milán. Y cuando cualquier súbdito hace algo notable, bueno o malo, en la vida civil, hay que descubrir un modo de recompensarlo o castigarlo que dé amplio tema de conversación a la gente. CAPÍTULO XXII. - DE LOS SECETARIOS DEL PRINCIPE La elección de los ministros, será buena o mala según la cordura del príncipe. La primera opinión que se tiene del juicio de un príncipe se funda en los hombres que lo rodea si son capaces y fieles, cuando no lo son, no podrá considerarse a un príncipe que el primer error lo cometa en esta elección. Para que el príncipe mantenga constante la fidelidad de un ministro, debe pensar en él, así pueden confiar unos en otros. Pues hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí; el segundo entiende lo que los otros disciernen, y el tercero no discierne ni entiende lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil.
  • 15. Para conocer a un ministro hay un modo que no falla nunca. Cuando se ve que un ministro piensa más en él que en uno y que en toda no busca sino su provecho, estamos en presencia de un ministro que nunca será bueno y en quien el príncipe nunca podrá confiar. CAPÍTULO XXIII.- COMO HUIR DE LOS ADULADORES. Los aduladores abundan en todas las corte. Los hombres se complacen tanto en sus propias acciones de tal modo que se engañan y cuando quieren defenderse, se exponen al peligro de hacerse despreciables. No hay otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto. Un príncipe debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad. Debe interrogarlos sobre yodos los tópicos, y fuera de ellos no escuchar a ningún otro. Un príncipe debe pedir un consejo siempre que él lo considere conveniente y no cuando lo consideren los demás. Y si pide consejo a más de uno, los consejos serán siempre distintos y a un príncipe que no sea sabio no le será posible conciliarlos. Cada uno de los consejeros pensará en lo suyo, y él no podrá saberlo ni corregirlo. Y es imposible hallar otra clase de consejeros, porque los hombres se comportarán siempre mal mientras la necesidad no los obligue a lo contrario. De esto se concluye que es conveniente que los buenos consejos, vengan de quien vinieren, nazcan de la prudencia del príncipe y no la prudencia del príncipe de los buenos consejos. CAPÍTULO XXIV.- POR QUE LOS PRINCIPES DE ITALOA PERDIERON SUS ESTADOS Se observa mucho, más celosamente a conducta de un príncipe nuevo que la de uno heredero, si los hombres la encuentran virtuosa, se sienten más agradecidos y se apegan más a él que a uno de linaje antiguo. El príncipe tendrá la gloria de haber creado un principado nuevo y haberlo mejorado. Así, el príncipe tendrá la doble gloria de haber creado un principado nuevo y de haberlo mejorado y fortificado con buenas leyes, buenas armas, buenos amigos y buenos ejemplos. Del mismo modo que será doble la deshonra del que, habiendo nacido príncipe, pierde el trono por su falta de prudencia. Si se examina el comportamiento de los príncipes de Italia, se encontrará en primer lugar, en lo que refiere a las armas una falta común a todos. Unos tuvieron un pueblo por enemigo, y el que lo tuvo por amigo no supo asegurarse de los nobles. Estos príncipes en épocas de paz nunca pensaron que podrían cambiar las cosas, cuando se presentaron tiempos adversos, atinarían a huir y no a defenderse.
  • 16. CAPÍTULO XXV.- DEL PODER DE LA FORTUNA EN LAS COSAS HUMANAS Y DE LOS MEDIOS PARA OPONÉRSELE La fortuna es la juez de la mitad de nuestras acciones, pero nos deja gobernar la otra mitad. Y aunque esto sea inevitable, no basta para que los hombres, tomen sus precauciones con diques y reparos. Con la fortuna se manifiesta todo suponer allí donde no hay virtud preparada para resistirle y dirigirse sus arrebatos. Un príncipe q hoy vive en la prosperidad y mañana en la desgracia se debe a que confía ciegamente en la fortuna. Es feliz el que se concilie con su manera de obrar con liándole de las circunstancias. Los hombres para lograr el fin que se proponen proceden de manera distinta: con cautela, con ímpetu, por violencia o por astucia. Dos que actúan de distinta manera obtienen el mismo resultado y de otros dos que actúan d igual manera uno alcanza su objetivo y el otro no. No existe hombre lo suficientemente flexible como para adaptarse a todas las circunstancias. El hombre cauto fracasa cada vez que es necesario ser impetuoso. Que si cambiase de conducta junto con las circunstancias. La fortuna varia y los hombres se empeñan en proceder de un mismo modo, serán felices mientras vayan de acuerdo con la suerte, e infelices cuando estén en desacuerdo con ella. Sin embargo, considero que es preferible ser impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere tener sumisa, golpearla y zaherirla. Y se ve que se deja dominar por éstos antes que por los que actúan con tibieza. Un príncipe que hoy vive en la prosperidad, mañana se encuentra en la desgracia, sin que se haya operado ningún cambio en su carácter ni en su conducta. A mi juicio, esto se debe, en primer lugar, a las razones que expuse con detenimiento en otra parte, es decir, a que el príncipe que confía ciegamente en la fortuna perece en cuanto en cuanto ella cambia. CAPÍTULO XVI.- EXHORTACIÓN A LIBERAR A ITALIA DE LOS BARBAROS Después de meditar en todo lo expuesto, las circunstancias son propicias para que un nuevo príncipe pueda adquirir gloria, y si se encuentra en ella cuanto es necesario a un hombre prudente y virtuoso para instaurar una nueva forma de gobierno , por lo cual se honraría a sí mismo , haciendo la felicidad a los italianos. No es asombroso que ninguno de los italianos a quien he citado haya podido hacer lo que es de esperar que haga vuestra ilustre casa, ni es extraño que después de tantas revoluciones y revueltas guerreras parezca extinguido el valor militar de nuestros compatriotas. Pero se debe a que la antigua organización militar no era buena y a que nadie ha sabido modificarla.
  • 17. Glosario Pensamiento: Según Pierre Louis Moreau de Maupertuis (1698-1759), más allá de todos nuestros conocimientos empíricos y fenoménicos se esconde un número de "seres desconocidos", dotados de fuerza para excitar nuestras percepciones. Tampoco es sustancia el pensamiento, sino realidad fenoménica: lo constitutivo del alma es el sentimiento de sí que acompaña a todas nuestras expresiones. Por encima de la inteligencia, hay en nosotros un principio individual, que nos hace conocer a Dios y nos hace conscientes de las ideas morales. Paradigma: Modelo fundamental desde el cual se piensa o se realizan hechos y teorías predominantes. En nuestros días se hace necesario retomar nuevos paradigmas. Personalismo: Conjunto de doctrinas sobre la persona cuyo representante principal ha sido Emmanuel Mounier (1905-1950). Para Mounier "el personalismo es un esfuerzo integral para comprender y superar la crisis del hombre del siglo XX en su totalidad". Pues la persona es imposible de objetivar; se encuentra en un cuerpo y en la historia; por su propia naturaleza, es comunitaria. Acontecimiento: Al vincular definitivamente el tiempo al universo, la relatividad ha prolongado el esfuerzo del pensamiento moderno al descubrir la importancia del factor temporal como inteligibilidad del mundo. En la relatividad, la noción de acontecimiento adopta todo su sentido. No es ya algo accidental, sino la expresión de una estructura de la realidad. Por todos esos rasgos, la relatividad constituye un ejemplo típico de la superación de una visión mecanicista y positivista del mundo y con ello muestra la verdadera naturaleza del conocimiento humano, obra de la razón que aprehende la realidad en sus más íntimas leyes, porque lejos de significar relativismo y escepticismo, la relatividad nos da a conocer las verdaderas invariantes de la naturaleza. Apropiarse: La manera típicamente humana de apropiarse de la naturaleza para dominarla, ha sido siempre la de comprenderla, de explicársela para penetrar sus secretos; el ser dirigirá esencialmente al modo de explicación (animista y verbal, primero; racional después); la antropología cultural moderna ha renunciado a la idea de que el hombre primitivo habría tenido otra lógica y otra mentalidad distinta de la del hombre moderno, mostrando con ello la permanencia de este comportamiento humano, ante la naturaleza. Nacionalismo: Ideología y un movimiento social y político que surgió junto con el concepto de nación propio de la Edad contemporánea en las circunstancias históricas de la Era de las Revoluciones, el nacionalismo pone a una determinada nación como el único referente identitario, dentro de una comunidad política; y parte de dos principios básicos con respecto a la relación entre la nación y el estado
  • 18. Egoísmo universal: solo importa uno nadie más, como habla en sus diez mandamientos, no importa nadie más que tú, hay que hacer lo que sea por el poder absoluto. Maquiavelismo: Término con el que nos referimos a las teorías defendidas por el político y escritor italiano Nicolás Maquiavelo (Florencia, 1469-1527) o con el que adjetivamos determinadas prácticas políticas que, real o supuestamente, estarían inspiradas por sus teorías. La teoría política de Maquiavelo parte del análisis de los problemas que plantea la creación y mantenimiento de un Estado moderno, proponiendo soluciones prácticas, basadas en un nuevo concepto de virtud (al margen de la moral cristiana de la época), que le lleva a considerar válido todo recurso que permita sacar provecho de la fuerza y habilidad del gobernante, pudiendo recurrir incluso a la crueldad y al engaño para imponerse a sus enemigos. En "El Príncipe", escrita entre los años 1513 y 1520, pero publicada póstumamente en 1531, se recogen los elementos más significativos de su pensamiento político. Hombre: Para los griegos, con su concepción cíclica de un mundo idéntico a sí mismo, la finalidad de la vida humana no podía ser otra que la contemplación y la impasibilidad, en la sumisión al destino inexorable; sumergido en un mundo que no estaba metido en una historia, el hombre no estaba invitado a transformarlo, de aquí un cierto desprecio hacia la acción técnica y las artes utilitarias. Republicanismo: es una teoría política que propone y defiende la república como el modelo de gobierno óptimo para un Estado, en oposición a las otras formas clásicas de gobierno: la monarquía y la aristocracia; Totalitarismo: Régimen político donde el poder absoluto, y donde la libertad está seriamente restringida. Se caracteriza por la determinación del estado en todos o casi todos los aspectos de la vida cotidiana de los individuos
  • 19. Conclusiones  En el libro de Nicolás Maquiavelo “El Príncipe” podemos ver que se dan muchos puntos de vista con respecto a la política y de cómo se puede llegar a manejar un pueblo.  Maquiavelo decía que de las cosas más importantes es saber hacer lo más conveniente para el pueblo, ya sea propio ó haya sido incorporado. En caso de que sea hereditario, es más fácil mantener el poder, porque el príncipe recibe el poder por herencia. Lo importante es que intente mantener las mismas leyes de sus antepasados y estar al tanto de todos los acontecimientos, que le sea arrebatado el poder, lo podrá recuperar con un mínimo descuido del usurpador como en Italia l duque de Ferrara que no pudo con los ataques de los venecianos en 1484, ni a los del papa Julio en 1510, pero no sufrió pérdidas gracias a su antigua soberanía en el estado.  Por otro lado cuando es incorporado, los ciudadanos no tienen problema en cambiar de gobernante ya que piensan que eso es lo más conveniente para ellos, lo que hace que se revelen en contra del antiguo gobernante y lo que ocasiona esto es que no mejora nada, lo contrario, empeora. Esto ocasiona que el gobernante tenga que maltratar a los ciudadanos, y esto hace que el incorporado se gane bastantes enemigos, esto ocasionaría que se pierda lo conquistado.  Maquiavelo nos dice que para conquistar un estado hay que mantenerlo, primero hay que saber si hablan la misma lengua y si tienen las mismas costumbre o al menos parecidas, con esto en más fácil conservarlos ya que no están acostumbrados a su libertad, solo habría que extinguir la sucesión anterior de gobernantes, no cambiar las costumbres y los ciudadanos seguirán con su vida tranquila. En caso de que la conquista fuera en un territorio de lengua y costumbres diferentes, habría dificultades, así que el nuevo gobernante debe ser inteligente; algo que podría ayudarlo sería vivir en uno de los lugares conquistados.