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La fortaleza en la fragilidad
                                                                                               A Helena Lama




“El arte es un privilegio, una bendición, un consuelo. Ser una privilegiada significa que eres una favorita,
          que lo que haces no es totalmente obra tuya, mérito tuyo, sino un favor que se te ha concedido.
                                                   El privilegio te distingue cuando nada te corresponde.”


          “una mujer no tiene lugar como artista hasta que prueba una y otra vez que no será eliminada”


                                                                                  LOUISE BOURGEOIS1




                                                    I
                                (De mujeres, paradojas y bríos)




        “Dadme la mano porque prometo casarme con vos en cuanto salga del laberinto
en el que estoy”, le dijo para que se tranquilizara. Y con ese compromiso, tan ciego y
oscuro, se tranquilizó. Era la única opción. Su pulso se desaceleró, se apartó a un lado
para que ambos pudieran ajustarse las ropas, y se acuclilló en la esquina más oscura de
la habitación hasta que él se hubo marchado. Entonces, sólo entonces, cuando cerró la
puerta y dejaron de oírse sus pasos, Artemisia Gentileschi se puso a llorar de rabia y
desesperación.


        Sin embargo, Agostino Tassi nunca se casó con ella. La engañó para que
consintiera pero jamás llegó a cumplir su palabra, situación que Orazio, su padre,
denunció ante los tribunales y que acabó en un prolongado juicio, proceso doloroso en
el que Artemisia -con tan sólo dieciocho años-, fue torturada, denigrada y humillada, un
hecho luctuoso que marcará de manera irremediable su carácter y que la motivará para
convertirse en una persona fuerte de gran temperamento. La muchacha frágil y tímida
que cogía los pinceles casi a hurtadillas en sus ratos libres, empieza a partir de entonces
un camino sacrificado de esfuerzo y superación que le llevará a convertirse en una



                                                                                                          1
pintora reconocida y valorada. Una mujer que mantendrá contactos con los artistas más
exitosos de su época y que se ganará, a base de tesón y calidad, los favores de las
personalidades más influyentes de su tiempo2.


       Se dice que el cuadro más emblemático realizado por Artemisia Gentileschi, en
el que derrochó más energías, es Judith degollando a Holofernes (terminado hacia
1620), una simbólica venganza particular donde exorciza los traumas vividos por la
violación. Ella pone sus mismos rasgos en el vigoroso rostro de Judith y atribuye a
Holofernes los de Tassi, redimiendo con este gesto violento el ultraje padecido.
Curiosamente también ocurre que las facciones hermosas y enérgicas de las heroínas
que aparecen en sus telas, mujeres fuertes y frías que son capaces de superar las
adversidades y sobreponerse a las inclemencias del destino, tienen gran parecido con
sus retratos o autorretratos, una coyuntura que también se repite en la obra de Cristina
Lama (Sevilla, 1977), una artista de una madurez desacostumbrada para su juventud que
habitualmente recurre a la autorreferencia cuando aparecen en sus obras personajes
femeninos. Los motivos de partida son muy distintos (es lógico entender que las
circunstancias de ambas son absolutamente diferentes), pero la réplica, la solución,
salvando las distancias, es la misma. En un mundo de hombres, donde escasean las
pintoras, acudir a una misma, como respuesta a cuestiones inexplicables (más bien
relacionadas con vacíos sociales que todavía perduran), es un modo valiente de
reivindicar un espacio propio, un lugar de partida, una ubicación ecuánime.


       “Las mujeres que usaban [y usan] la pintura como medio, tuvieron [tienen]
también que salvar un complejo territorio al tratar de situarse a sí mismas dentro de una
tradición que ha sido definida en términos masculinos y donde han sido históricamente
discriminadas. Las mujeres pintoras se han visto obligadas a afrontar numerosos
prejuicios sobre el proceso creativo, el estilo y/o los métodos de aplicar la pintura, los
temas, etc.” 3 comenta Whitney Chadwick en su libro ‘Mujer, Arte y Sociedad’ cuando
se refiere al agravio y menosprecio padecido por aquéllas que elegían el camino de la
creación. Lo que ocurre es que tras la aparente fragilidad de las féminas se encierra una
fortaleza inconmensurable, un brío capaz de hacerlas crecer en momentos
desfavorables, una vitalidad, henchida con grandes dosis de superación e
inconformismo, que las hace más firmes y resistentes. El arte, por su capacidad, es una
vía de escape para muchas de ellas que conciben la expresión como una salida a sus


                                                                                             2
conflictos externos o internos (fijémonos en los trabajos de Louise Bourgeois, Sophie
Calle o Marina Abramovic). Las mujeres, desde su posición de desventaja, tienen mayor
propensión a los sentimientos y son capaces de plantear cuestiones de la realidad a las
que no llegan los hombres; crean y recrean situaciones insospechadas que nos
descubren perspectivas nuevas y territorios inexplorados.




                                            II
                                (Pesadillas y tazas de té)


       Hay dos obras concebidas en tiempos y circunstancias muy diferentes, que de
alguna manera inexplicable y congruente, se conjugan en algunos de los latidos del arte
actual de Cristina Lama. Me refiero a La Pesadilla de Füssli y a la taza cubierta de piel
de Meret Oppenheim. Ese guiño incoherente de conceptos irreconciliables, esa tensión
capciosa que es capaz de mantener en cuaresma la expectación y el desconcierto, dan
pábulo a una energía indescriptible que sólo poseen los artistas capaces de transmitir
sensaciones convincentes o de despertar opiniones cruzadas.


       No hace mucho, Cristina me regaló un pequeño boceto. En él, sobre un fondo
negro, había pintado una figura ausente, una criatura ensimismada que recogía las
manos y doblaba el cuerpo en postura fetal. Inmediatamente me acordé -por su
indefinición, por su actitud, por su misterio- del siniestro personaje que aparece en el
cuadro La Pesadilla (1781), también llamado El Íncubo por los más morbosos, de
Heinrich Füssli. Sobre una dama tendida en forzada posición, tal como si estuviera
dormida o muerta, aparece un extraño ser de carácter e intenciones perversas. El
contraste entre la delicadeza nacarada de la figura yacente, que roza la palidez, y los
rasgos malvados del enigmático demonio, crean una tensión irresoluble, truculenta y
atractiva, que convierte la tela en una indescifrable pintura sobrecogedora que mezcla
psique y realidad. Esa tensión captora, esa sintaxis bien resuelta de significados
contrapuestos, es la misma que podemos observar en muchos personajes de los cuadros
de Lama, espacios que combinan elementos domésticos sacados de su imaginario
particular, con seres sufrientes o atormentados de oscura procedencia.




                                                                                            3
Meret Oppenheim llegó a París en 1933 dispuesta a comerse el mundo.
Literalmente. Sus únicos argumentos válidos eran sus veinte años y su belleza sibilina
de pantera acechadora. Sus ojos cautivadores y sus maneras desinhibidas de cabaretera
eran sus mejores armas. Y no le fallaron. Se metió de lleno en la vorágine bohemia del
momento, y acabó acostándose con casi todos los artistas dadaístas. Sin malos modos,
entre risas, con la naturalidad de una princesa desprejuiciada que va sumando
experiencias y amistades. Además de culta y refinada, en cuestiones de sexo era muy
liberada. Fue durante un tiempo, después que Kiki de Montparnasse, la modelo
preferida de Man Ray. E incluso mantuvo, bastante antes de que se casara con Peggy
Guggenheim, un apasionado romance con Max Ernst. Su obra Objeto (Merienda con
piel) (1936), una taza, un platillo y una cuchara de té envueltos en peludo cuero de
animal, es una de las piezas surrealistas más conocidas del mundo. Como bien dice el
afamado crítico de arte norteamericano Robert Hughes es “una imagen que lleva
implícita una contradicción de un poder asombroso”4, afirmación que es extrapolable a
muchas de las paradojas que aparecen en las pinturas de Cristina Lama cuando
amalgama de manera convincente sinsentidos dispersos. No es algo explicable, ni
medible, ni existen relaciones directas, pero la sequedad turbadora que transmiten gran
número de sus imágenes, es asociable de algún modo a esa vibración atávica que posee
determinado arte imperecedero.




                                            III
           (Robots hechos con papel de plata o de titiriteros y máquinas)




       La exposición ‘Teatro Negro’ es más ecléctica y menos clasificable que otras
anteriores de Cristina Lama, muestras donde un tema central, latente o patente,
consciente o inconsciente, acotaba personajes, desarrollos y temáticas. Los límites5
autoimpuestos de ‘Entre cuatro paredes’, su primera individual en Begoña Malone,
determinaban que la artista se moviera por unos confines muy específicos, bordes que
tenían que ver con la reclusión y la incapacidad de huir, fronteras constrictoras que la
encerraban en un espacio doméstico que no era más que la añoranza por la madre y la
impotencia ante una situación inexorable, hechos inevitables frente a los que Cristina se
siente abatida porque no puede aportar soluciones ni encontrar escapatorias válidas6.


                                                                                           4
Una situación inacabable que la hace recurrir al hogar como refugio y al mismo tiempo
como remembranza de algo que se ha perdido y ya nunca volverá. Un sentimiento de
ruptura que no es más que el proceso de aceptación (y seguidamente de asimilación) de
la ausencia, del silencio, del hueco que deja un ser querido. Sus cuadros de este periodo
son interiores familiares donde aparecen perros silentes, animales que esperan
dubitativos, resignados e incomunicados7. Lares repletos de jaulas y pájaros (símbolos
claros de la falta de libertad y del impedimento), espacios sin salida que acaban
construyendo, al desenvolverse por las sendas de la sugestión, terrenos melancólicos de
gran riqueza expresiva y plástica.


       En ‘Fulanas y menganas’, su propuesta de la galería La Caja China en 2005,
también observamos un asunto general que envuelve la exposición. En este caso las
referencias bíblicas a Eva (que en el fondo no es más que ella misma, y por ende todas
las mujeres y la feminidad al mismo tiempo) son una constante. Un tema muy utilizado
en la Historia del Arte que ahora se complica al unir Lama sus retratos con los de la
maliciosa serpiente, convirtiéndose ambas en un único ser híbrido de cuerpo intrincado
y rostro humano –igual que hizo Miguel Ángel en la Capilla Sixtina- que encarna,
enigmáticamente, un sentimiento de culpa global que ha estigmatizado a uno de los
sexos durante siglos, relegándolo a la desmemoria y colocándolo en una situación de
indefensión. Aunque una de las lecturas que puede hacerse del corpus artístico de
Cristina Lama sea en clave feminista, no es ni mucho menos la reivindicación de género
uno de los móviles de su quehacer8; sería desacertado, a la vez que parcial, enfocar su
trabajo únicamente desde este punto de vista porque ocurre más bien al contrario, los
motivos emergen en su obra a posteriori y no a priori; es decir, no se hace
planteamientos previos interesados, sino que éstos aparecen de manera natural en sus
cuadros por las vivencias y experiencias que acumula como mujer, un modo de estar en
el mundo más empático, sensible y desprotegido que el de los hombres y que,
consecuentemente, acarrea una manera particular de ser y ver la realidad.


       En su primera incursión en solitario en el extranjero con la Christopher Cutts
Gallery, llevó a Toronto una serie nueva más agresiva y transgresora, piezas donde
coincidían figuras laceradas con otras de carácter maquinal. Las primeras son de una
gran violencia visual, obras como Después del amor la tierra, Grito, Herejes o
Polifacética dan fe de este cambio, cuadros donde aparecen órganos humanos


                                                                                          5
diseccionados, rudas mujeres de un intenso color anaranjado o chorros de pintura roja,
cual sangre, que se escurren dentro o fuera de sufridos cuerpos femeninos, personajes
sin identidad que nos hablan del padecimiento del parto, de la fertilidad o del dolor de la
maternidad. El segundo grupo de obras, más pausado, nos lleva a temas tan recurrentes
como la alienación, el control y la manipulación (me refiero a cuadros como Tramoya o
autómata), y tienen su punto de partida en una obra precedente, Maquinando, que como
bien señala Ivan de la Torre Amerighi en el catálogo, puede considerarse, por su
desarrollo posterior, emblemática.9 Una cortina plegada sobre el perfil derecho nos abre
un escenario dividido en dos, en uno de los lados vemos una silueta manejada como si
fuera una marioneta, y de fondo, esbozado, el interior de una fábrica o una especie de
sala de máquinas, factoría que nos hace recordar las claustrofóbicas fotografías de
Lewis W. Hine o las vicisitudes padecidas por Charlot en ‘Tiempos Modernos’ (1936),
aguda parodia donde el ritmo industrial convierte a las personas en resortes
indeliberados sin decisión ni pensamiento. Estos efluvios alienadores que negaban la
identidad y convertían a los ciudadanos en simples trabajadores de pensamiento único,
fueron un tema recurrente al que acudieron muchos artistas en las primeras décadas del
siglo XX, entre ellos el cáustico George Grosz, el mejor artista alemán de la República
de Weimar, que en algunas de sus obras, como es el caso de Autómatas republicanos
(1920), retrata con resabiada ironía la estulticia de la masa.


       El trasfondo que late en Maquinando y en los sucesivos cuadros de la misma
serie, es el punto de arranque para ‘Teatro Negro’, el manejo intencionado, artero o
astuto que sobre las personas pueden ejercer poderes superiores que no controlamos.
Situación de desprotección que padece Augusto Pérez, el protagonista de la conocida
novela ‘Niebla’ (1914) de Miguel de Unamuno. En un momento determinado de la
historia10, ante un sino adverso que lo lleva irrevocablemente a la muerte, Augusto
decide rebelarse e ir a ver al propio Unamuno, un guiño memorable que resuelve el
escritor aclarándole al protagonista de su libro que es un ente de ficción y que no puede
hacer nada para luchar contra su destino o influir sobre las decisiones de su creador. Por
mucho que nos empeñemos, hay fuerzas omniscientes que escapan a nuestra
incumbencia, oscuros gobiernos coercitivos que deciden por nosotros y ante los cuales
estamos desvalidos.




                                                                                          6
De las cuerdas de titiritero pasamos ahora al ocultamiento que supone el teatro
negro, un modo de sometimiento más sutil y refinado donde los manipuladores,
totalmente mimetizados con el fondo oscuro, no son percibidos por el público. Lo
llamativo del cuadro que da nombre a la exposición, es que en este caso son los
dominadores los que son visibles y los inocentes manejados los que se encubren,
manifestando la artista con esta subversión del concepto una denuncia explícita de los
poderes escondidos que nos acechan.


       Aparecen en esta exposición ahora nuevos elementos que a modo de utilería van
diseminándose, de manera ingrávida, por las superficies: robots que parecen sacados de
películas de serie B, sombreros de ala ancha, sacos rellenos de no se sabe qué, ratas
inquietantes y topos rebuscadores. A toda esta tramoya reciente tenemos que sumar el
atrezo habitual al que recurre Lama en sus trabajos anteriores (casas, autorretratos,
jaulas, pájaros, cactus, efigies, perros, cortinas…), un decorado que en algunos casos
puede tener algunas lecturas relacionadas con vivencias personales, y que en otros no
son más que supercherías visuales sin ánimo aparente de resolver nada. Precisamente
hay un cuadro, Área de recreo, que congrega muchas rememoraciones de la artista
relacionadas con sus entretenimientos infantiles. Vemos en el centro un niño que juega
al hulahop mientras es observado por una monja (evocación que tiene que ver con las
chanzas que ocurrían en el patio de su colegio); en el fondo, aparece un robot como los
que le diseñaba su hermano Ramón cuando ella era pequeña, dibujos que luego
recortaba y daba vida imaginaria al envolverlos con papel de plata; delante, en el plano
más cercano al espectador, observamos una fila de ladrillos dispuestos en hileras
ortogonales, líneas exactamente iguales a las estructuras que se ella hacía en la calle
cuando apenas tenía diez años. En otro de los lienzos, de cariz más social y de irónico
título, Modelo de familia, contemplamos un grupo de personas de supuesto parentesco
arrellanadas en los sillones de un salón, un conjunto de seres indeterminados que
forman una angustiosa estampa displicente de insatisfacciones y rencores. Tras las
candorosas y sonrientes fotos de intimidad en el seno del hogar, se esconden muchas
relaciones frustradas entre padres e hijos, muchas historias de incomunicación y
sufrimiento entre maridos y mujeres, desarraigos que más se asemejan a arquetipos
imperfectos que a convivencias idílicas o satisfactorias.




                                                                                           7
IV
                 (El pálpito, el interior y el cómo: las razones del ser)




       En general, se puede decir que en esta muestra la artista se ha sentido menos
encorsetada y más liberada a la hora de desarrollar sus cuadros11. Las estrecheces que
antaño limitaban sus propuestas, algunas veces acotadas de manera inevitable e
inconsciente a un leit-motiv que conglomerara sus planteamientos, ahora se han anchado
de manera natural. Su estilo (disímil, directo, certero y desabrido), obvia los
resplandores y la calidez gratuita para adentrarse por las sendas de la entrega. Cristina
no recurre a las trampas efectistas que permite una mano hábil porque sabe que eso no
son más que cicloramas plegables carentes de sentido, prestidigitaciones de la forma y
perversiones del contenido que pueden engañar durante algún tiempo, pero que acaban
cayendo en su propia emboscada, la asechanza de la torpeza y la falta de intención. Las
maneras de Lama son hondas porque se remiten a la honradez; subyace en ellas un
temblor enérgico que denota madurez y poso, demostrando con su coherencia estilística
la solidez de sus planteamientos y la valía de sus resultados.


       No hay influencias claras sobre lo que hace, su modo de pintar es autónomo y
desprendido, se dedica a exteriorizar impulsos de manera visceral. Cristina tiene un
dominio intrínseco que no conlleva obsesiones técnicas ni lucimientos. En su arte hay
poco espacio para la racionalidad premeditada, es pura sinceridad liberadora (que no
sanadora, porque algunas heridas que otrora emergían a través de sus pinceles ya han
cicatrizado). No se obsesiona con la destreza, no estudia exhaustivamente los modos
sino los motivos, no le interesan las razones del intelecto sino las del ser, aquellas
inquietudes que hablan de la identidad y del descubrimiento


       Para construir sus cuadros, va aplicando sobre la tela diferentes capas hasta
conseguir escalones superpuestos, planos que por inclusión u omisión (ora negativo, ora
positivo), van fijando formas por sí mismas o por lo que queda de ellas. Este modo
procesal de trabajar, un método característico que utilizan algunos pintores abstractos,
es un procedimiento intuitivo de construir / destruir superficies que sirve para crear
profundidad y marcar ritmos. No existe en ella un interés especial por la ontología de la
pintura ni por descifrar sus claves ocultas (se preocupa del por qué, no del cómo),


                                                                                            8
ocupándose sólo de que el uso del color y la forma se ajuste a los temas que trata sin
recrearse demasiado ni en los trazos ni en los gestos.


       Después de establecer los cimientos compositivos, los contornos definidos o
indefinidos resultantes que en un primer momento parecía que no tenían pretensiones
representativas, acaban precisando figuras y configuraciones creíbles. Estructuras que
nacen, como los cromatismos lumínicos, por adición o sustracción, por suma o resta de
colores. Estas formas contubernales imposibles que parecen sacadas de sueños sufridos
o recuerdos retallados, se mueven en un éter invisible y elástico, terreno inmaterial
donde dolientes seres imaginados padecen asfixias del alma. Personajes que, rescatados
de un universo personal que cabalga entre los mundos imaginados de Maruja Mallo, el
dramatismo inclasificable de Frida Kahlo y el expresionismo de Gabriele Münter,
muestran sus sentimientos a través de muecas burlescas, mohines que al espectador
empiezan pareciéndoles casquivanos por su extrañeza y que terminan desesperándolo
por su indiferencia.


       Cristina Lama se enfrenta a la pintura sin complejos, haciendo y deshaciendo,
montando y desmontando, velando y desvelando, aprovechando con soltura la
espontaneidad que permite el acrílico. Una desinhibición libre de prejuicios que, durante
la puesta en escena, va destapando acontecimientos que transcurren en espacios carentes
de normas lógicas, lugares que rozan lo metafísico y se desentienden de asideros
comunes como la perspectiva, los tamaños, las reglas establecidas o los órdenes
previsibles. En sus cuadros no existe ni el arriba ni el abajo, ni el delante ni el detrás, ni
el antes ni el después, todo se condensa en situaciones inverosímiles que no se sabe bien
si transcurren en interiores o en exteriores; acciones congeladas donde el fondo es tan
importante como la figura y en las que varios puntos de vista, incompatibles lados de un
mismo dado, se mezclan con asombrosa cohesión.




                                                                       Sema D’Acosta




                                                                                             9
1: Citas extraídas del libro Destrucción del padre / reconstrucción del padre escrito por Louise Bourgeois. Editorial
Síntesis. Madrid, 2002.

2: Los datos sobre Artemisia Gentileschi y los detalles de su violación, los he tomado de Las Olvidadas, ensayo
escrito por Ángeles Caso referido a historias, bien documentadas, de mujeres creadores. Editorial Planeta. Barcelona,
2006.

3: Chadwick, W. Mujer, Arte y Sociedad, p. 405. Ediciones Destino. Barcelona, 1999.

4: Hughes, R. El impacto de lo nuevo, p. 243. Galaxia Gutemberg. Barcelona, 2000.

5: En este texto prologar, De la Torre comenta con acierto la importancia del límite en las obras de este periodo de
Cristina Lama.
Véase: De la Torre Amerighi, I. De pájaros y Catalejos. La cotidianeidad liminar en la obra de Cristina Lama.
‘Entre Cuatro Paredes’. Madrid. Galería Begoña Malone. 2004.

6: Durante estos años la madre de Cristina Lama sufrió una enfermedad degenerativa que la tuvo incapacitada hasta
el final de sus días. Eran sus familiares más allegados los que la cuidaban día y noche, circunstancia vital que
inevitablemente condicionará la creación de la artista en este periodo.

7: Respecto a este punto, disiento de la interpretación que hace Michel Hubert sobre los perros que aparecen en los
cuadros de Cristina Lama. Él los ve en clave amenazante y yo como dubitativos e inofensivos canes, más bien
medrosos, que desubicados y perdidos dan vueltas porque no saben a quien acudir ni adonde ir.
Véase: Hubert, M. La pintura como hogar metafísico de Cristina Lama. ‘Entre Cuatro Paredes’. Madrid. Galería
Begoña Malone. 2004.

8: “Cristina no es una pintora femenina ni feminista. Es pintora, y es mujer”, dice Laila Escartín en un reportaje
publicado en la revista ‘Mu’ al referirse a su trabajo.
Véase: Revista ‘Mu’ número 46, p. 16-17. Febrero de 2006.

9: Véase: De la Torre Amerighi, I. Cristina Lama: el artista entre lo humano y lo maquinal. ‘Amarre’. Toronto.
Galería Christopher Cutts. 2006.

10: Véase: Unamuno, Miguel de. Niebla. Capítulo XXXI, p. 277. 21ª Edición, Cátedra. Letras Hispánicas. 2007

11: Puede que esa liberación tenga que ver con el haberse trasladado este último año a un estudio nuevo. Antes
trabajaba compartiendo espacio con el también artista Matías Sánchez, su pareja, algo que, probablemente, les
influenciaba a los dos.




                                                                                                                       10

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  • 1. La fortaleza en la fragilidad A Helena Lama “El arte es un privilegio, una bendición, un consuelo. Ser una privilegiada significa que eres una favorita, que lo que haces no es totalmente obra tuya, mérito tuyo, sino un favor que se te ha concedido. El privilegio te distingue cuando nada te corresponde.” “una mujer no tiene lugar como artista hasta que prueba una y otra vez que no será eliminada” LOUISE BOURGEOIS1 I (De mujeres, paradojas y bríos) “Dadme la mano porque prometo casarme con vos en cuanto salga del laberinto en el que estoy”, le dijo para que se tranquilizara. Y con ese compromiso, tan ciego y oscuro, se tranquilizó. Era la única opción. Su pulso se desaceleró, se apartó a un lado para que ambos pudieran ajustarse las ropas, y se acuclilló en la esquina más oscura de la habitación hasta que él se hubo marchado. Entonces, sólo entonces, cuando cerró la puerta y dejaron de oírse sus pasos, Artemisia Gentileschi se puso a llorar de rabia y desesperación. Sin embargo, Agostino Tassi nunca se casó con ella. La engañó para que consintiera pero jamás llegó a cumplir su palabra, situación que Orazio, su padre, denunció ante los tribunales y que acabó en un prolongado juicio, proceso doloroso en el que Artemisia -con tan sólo dieciocho años-, fue torturada, denigrada y humillada, un hecho luctuoso que marcará de manera irremediable su carácter y que la motivará para convertirse en una persona fuerte de gran temperamento. La muchacha frágil y tímida que cogía los pinceles casi a hurtadillas en sus ratos libres, empieza a partir de entonces un camino sacrificado de esfuerzo y superación que le llevará a convertirse en una 1
  • 2. pintora reconocida y valorada. Una mujer que mantendrá contactos con los artistas más exitosos de su época y que se ganará, a base de tesón y calidad, los favores de las personalidades más influyentes de su tiempo2. Se dice que el cuadro más emblemático realizado por Artemisia Gentileschi, en el que derrochó más energías, es Judith degollando a Holofernes (terminado hacia 1620), una simbólica venganza particular donde exorciza los traumas vividos por la violación. Ella pone sus mismos rasgos en el vigoroso rostro de Judith y atribuye a Holofernes los de Tassi, redimiendo con este gesto violento el ultraje padecido. Curiosamente también ocurre que las facciones hermosas y enérgicas de las heroínas que aparecen en sus telas, mujeres fuertes y frías que son capaces de superar las adversidades y sobreponerse a las inclemencias del destino, tienen gran parecido con sus retratos o autorretratos, una coyuntura que también se repite en la obra de Cristina Lama (Sevilla, 1977), una artista de una madurez desacostumbrada para su juventud que habitualmente recurre a la autorreferencia cuando aparecen en sus obras personajes femeninos. Los motivos de partida son muy distintos (es lógico entender que las circunstancias de ambas son absolutamente diferentes), pero la réplica, la solución, salvando las distancias, es la misma. En un mundo de hombres, donde escasean las pintoras, acudir a una misma, como respuesta a cuestiones inexplicables (más bien relacionadas con vacíos sociales que todavía perduran), es un modo valiente de reivindicar un espacio propio, un lugar de partida, una ubicación ecuánime. “Las mujeres que usaban [y usan] la pintura como medio, tuvieron [tienen] también que salvar un complejo territorio al tratar de situarse a sí mismas dentro de una tradición que ha sido definida en términos masculinos y donde han sido históricamente discriminadas. Las mujeres pintoras se han visto obligadas a afrontar numerosos prejuicios sobre el proceso creativo, el estilo y/o los métodos de aplicar la pintura, los temas, etc.” 3 comenta Whitney Chadwick en su libro ‘Mujer, Arte y Sociedad’ cuando se refiere al agravio y menosprecio padecido por aquéllas que elegían el camino de la creación. Lo que ocurre es que tras la aparente fragilidad de las féminas se encierra una fortaleza inconmensurable, un brío capaz de hacerlas crecer en momentos desfavorables, una vitalidad, henchida con grandes dosis de superación e inconformismo, que las hace más firmes y resistentes. El arte, por su capacidad, es una vía de escape para muchas de ellas que conciben la expresión como una salida a sus 2
  • 3. conflictos externos o internos (fijémonos en los trabajos de Louise Bourgeois, Sophie Calle o Marina Abramovic). Las mujeres, desde su posición de desventaja, tienen mayor propensión a los sentimientos y son capaces de plantear cuestiones de la realidad a las que no llegan los hombres; crean y recrean situaciones insospechadas que nos descubren perspectivas nuevas y territorios inexplorados. II (Pesadillas y tazas de té) Hay dos obras concebidas en tiempos y circunstancias muy diferentes, que de alguna manera inexplicable y congruente, se conjugan en algunos de los latidos del arte actual de Cristina Lama. Me refiero a La Pesadilla de Füssli y a la taza cubierta de piel de Meret Oppenheim. Ese guiño incoherente de conceptos irreconciliables, esa tensión capciosa que es capaz de mantener en cuaresma la expectación y el desconcierto, dan pábulo a una energía indescriptible que sólo poseen los artistas capaces de transmitir sensaciones convincentes o de despertar opiniones cruzadas. No hace mucho, Cristina me regaló un pequeño boceto. En él, sobre un fondo negro, había pintado una figura ausente, una criatura ensimismada que recogía las manos y doblaba el cuerpo en postura fetal. Inmediatamente me acordé -por su indefinición, por su actitud, por su misterio- del siniestro personaje que aparece en el cuadro La Pesadilla (1781), también llamado El Íncubo por los más morbosos, de Heinrich Füssli. Sobre una dama tendida en forzada posición, tal como si estuviera dormida o muerta, aparece un extraño ser de carácter e intenciones perversas. El contraste entre la delicadeza nacarada de la figura yacente, que roza la palidez, y los rasgos malvados del enigmático demonio, crean una tensión irresoluble, truculenta y atractiva, que convierte la tela en una indescifrable pintura sobrecogedora que mezcla psique y realidad. Esa tensión captora, esa sintaxis bien resuelta de significados contrapuestos, es la misma que podemos observar en muchos personajes de los cuadros de Lama, espacios que combinan elementos domésticos sacados de su imaginario particular, con seres sufrientes o atormentados de oscura procedencia. 3
  • 4. Meret Oppenheim llegó a París en 1933 dispuesta a comerse el mundo. Literalmente. Sus únicos argumentos válidos eran sus veinte años y su belleza sibilina de pantera acechadora. Sus ojos cautivadores y sus maneras desinhibidas de cabaretera eran sus mejores armas. Y no le fallaron. Se metió de lleno en la vorágine bohemia del momento, y acabó acostándose con casi todos los artistas dadaístas. Sin malos modos, entre risas, con la naturalidad de una princesa desprejuiciada que va sumando experiencias y amistades. Además de culta y refinada, en cuestiones de sexo era muy liberada. Fue durante un tiempo, después que Kiki de Montparnasse, la modelo preferida de Man Ray. E incluso mantuvo, bastante antes de que se casara con Peggy Guggenheim, un apasionado romance con Max Ernst. Su obra Objeto (Merienda con piel) (1936), una taza, un platillo y una cuchara de té envueltos en peludo cuero de animal, es una de las piezas surrealistas más conocidas del mundo. Como bien dice el afamado crítico de arte norteamericano Robert Hughes es “una imagen que lleva implícita una contradicción de un poder asombroso”4, afirmación que es extrapolable a muchas de las paradojas que aparecen en las pinturas de Cristina Lama cuando amalgama de manera convincente sinsentidos dispersos. No es algo explicable, ni medible, ni existen relaciones directas, pero la sequedad turbadora que transmiten gran número de sus imágenes, es asociable de algún modo a esa vibración atávica que posee determinado arte imperecedero. III (Robots hechos con papel de plata o de titiriteros y máquinas) La exposición ‘Teatro Negro’ es más ecléctica y menos clasificable que otras anteriores de Cristina Lama, muestras donde un tema central, latente o patente, consciente o inconsciente, acotaba personajes, desarrollos y temáticas. Los límites5 autoimpuestos de ‘Entre cuatro paredes’, su primera individual en Begoña Malone, determinaban que la artista se moviera por unos confines muy específicos, bordes que tenían que ver con la reclusión y la incapacidad de huir, fronteras constrictoras que la encerraban en un espacio doméstico que no era más que la añoranza por la madre y la impotencia ante una situación inexorable, hechos inevitables frente a los que Cristina se siente abatida porque no puede aportar soluciones ni encontrar escapatorias válidas6. 4
  • 5. Una situación inacabable que la hace recurrir al hogar como refugio y al mismo tiempo como remembranza de algo que se ha perdido y ya nunca volverá. Un sentimiento de ruptura que no es más que el proceso de aceptación (y seguidamente de asimilación) de la ausencia, del silencio, del hueco que deja un ser querido. Sus cuadros de este periodo son interiores familiares donde aparecen perros silentes, animales que esperan dubitativos, resignados e incomunicados7. Lares repletos de jaulas y pájaros (símbolos claros de la falta de libertad y del impedimento), espacios sin salida que acaban construyendo, al desenvolverse por las sendas de la sugestión, terrenos melancólicos de gran riqueza expresiva y plástica. En ‘Fulanas y menganas’, su propuesta de la galería La Caja China en 2005, también observamos un asunto general que envuelve la exposición. En este caso las referencias bíblicas a Eva (que en el fondo no es más que ella misma, y por ende todas las mujeres y la feminidad al mismo tiempo) son una constante. Un tema muy utilizado en la Historia del Arte que ahora se complica al unir Lama sus retratos con los de la maliciosa serpiente, convirtiéndose ambas en un único ser híbrido de cuerpo intrincado y rostro humano –igual que hizo Miguel Ángel en la Capilla Sixtina- que encarna, enigmáticamente, un sentimiento de culpa global que ha estigmatizado a uno de los sexos durante siglos, relegándolo a la desmemoria y colocándolo en una situación de indefensión. Aunque una de las lecturas que puede hacerse del corpus artístico de Cristina Lama sea en clave feminista, no es ni mucho menos la reivindicación de género uno de los móviles de su quehacer8; sería desacertado, a la vez que parcial, enfocar su trabajo únicamente desde este punto de vista porque ocurre más bien al contrario, los motivos emergen en su obra a posteriori y no a priori; es decir, no se hace planteamientos previos interesados, sino que éstos aparecen de manera natural en sus cuadros por las vivencias y experiencias que acumula como mujer, un modo de estar en el mundo más empático, sensible y desprotegido que el de los hombres y que, consecuentemente, acarrea una manera particular de ser y ver la realidad. En su primera incursión en solitario en el extranjero con la Christopher Cutts Gallery, llevó a Toronto una serie nueva más agresiva y transgresora, piezas donde coincidían figuras laceradas con otras de carácter maquinal. Las primeras son de una gran violencia visual, obras como Después del amor la tierra, Grito, Herejes o Polifacética dan fe de este cambio, cuadros donde aparecen órganos humanos 5
  • 6. diseccionados, rudas mujeres de un intenso color anaranjado o chorros de pintura roja, cual sangre, que se escurren dentro o fuera de sufridos cuerpos femeninos, personajes sin identidad que nos hablan del padecimiento del parto, de la fertilidad o del dolor de la maternidad. El segundo grupo de obras, más pausado, nos lleva a temas tan recurrentes como la alienación, el control y la manipulación (me refiero a cuadros como Tramoya o autómata), y tienen su punto de partida en una obra precedente, Maquinando, que como bien señala Ivan de la Torre Amerighi en el catálogo, puede considerarse, por su desarrollo posterior, emblemática.9 Una cortina plegada sobre el perfil derecho nos abre un escenario dividido en dos, en uno de los lados vemos una silueta manejada como si fuera una marioneta, y de fondo, esbozado, el interior de una fábrica o una especie de sala de máquinas, factoría que nos hace recordar las claustrofóbicas fotografías de Lewis W. Hine o las vicisitudes padecidas por Charlot en ‘Tiempos Modernos’ (1936), aguda parodia donde el ritmo industrial convierte a las personas en resortes indeliberados sin decisión ni pensamiento. Estos efluvios alienadores que negaban la identidad y convertían a los ciudadanos en simples trabajadores de pensamiento único, fueron un tema recurrente al que acudieron muchos artistas en las primeras décadas del siglo XX, entre ellos el cáustico George Grosz, el mejor artista alemán de la República de Weimar, que en algunas de sus obras, como es el caso de Autómatas republicanos (1920), retrata con resabiada ironía la estulticia de la masa. El trasfondo que late en Maquinando y en los sucesivos cuadros de la misma serie, es el punto de arranque para ‘Teatro Negro’, el manejo intencionado, artero o astuto que sobre las personas pueden ejercer poderes superiores que no controlamos. Situación de desprotección que padece Augusto Pérez, el protagonista de la conocida novela ‘Niebla’ (1914) de Miguel de Unamuno. En un momento determinado de la historia10, ante un sino adverso que lo lleva irrevocablemente a la muerte, Augusto decide rebelarse e ir a ver al propio Unamuno, un guiño memorable que resuelve el escritor aclarándole al protagonista de su libro que es un ente de ficción y que no puede hacer nada para luchar contra su destino o influir sobre las decisiones de su creador. Por mucho que nos empeñemos, hay fuerzas omniscientes que escapan a nuestra incumbencia, oscuros gobiernos coercitivos que deciden por nosotros y ante los cuales estamos desvalidos. 6
  • 7. De las cuerdas de titiritero pasamos ahora al ocultamiento que supone el teatro negro, un modo de sometimiento más sutil y refinado donde los manipuladores, totalmente mimetizados con el fondo oscuro, no son percibidos por el público. Lo llamativo del cuadro que da nombre a la exposición, es que en este caso son los dominadores los que son visibles y los inocentes manejados los que se encubren, manifestando la artista con esta subversión del concepto una denuncia explícita de los poderes escondidos que nos acechan. Aparecen en esta exposición ahora nuevos elementos que a modo de utilería van diseminándose, de manera ingrávida, por las superficies: robots que parecen sacados de películas de serie B, sombreros de ala ancha, sacos rellenos de no se sabe qué, ratas inquietantes y topos rebuscadores. A toda esta tramoya reciente tenemos que sumar el atrezo habitual al que recurre Lama en sus trabajos anteriores (casas, autorretratos, jaulas, pájaros, cactus, efigies, perros, cortinas…), un decorado que en algunos casos puede tener algunas lecturas relacionadas con vivencias personales, y que en otros no son más que supercherías visuales sin ánimo aparente de resolver nada. Precisamente hay un cuadro, Área de recreo, que congrega muchas rememoraciones de la artista relacionadas con sus entretenimientos infantiles. Vemos en el centro un niño que juega al hulahop mientras es observado por una monja (evocación que tiene que ver con las chanzas que ocurrían en el patio de su colegio); en el fondo, aparece un robot como los que le diseñaba su hermano Ramón cuando ella era pequeña, dibujos que luego recortaba y daba vida imaginaria al envolverlos con papel de plata; delante, en el plano más cercano al espectador, observamos una fila de ladrillos dispuestos en hileras ortogonales, líneas exactamente iguales a las estructuras que se ella hacía en la calle cuando apenas tenía diez años. En otro de los lienzos, de cariz más social y de irónico título, Modelo de familia, contemplamos un grupo de personas de supuesto parentesco arrellanadas en los sillones de un salón, un conjunto de seres indeterminados que forman una angustiosa estampa displicente de insatisfacciones y rencores. Tras las candorosas y sonrientes fotos de intimidad en el seno del hogar, se esconden muchas relaciones frustradas entre padres e hijos, muchas historias de incomunicación y sufrimiento entre maridos y mujeres, desarraigos que más se asemejan a arquetipos imperfectos que a convivencias idílicas o satisfactorias. 7
  • 8. IV (El pálpito, el interior y el cómo: las razones del ser) En general, se puede decir que en esta muestra la artista se ha sentido menos encorsetada y más liberada a la hora de desarrollar sus cuadros11. Las estrecheces que antaño limitaban sus propuestas, algunas veces acotadas de manera inevitable e inconsciente a un leit-motiv que conglomerara sus planteamientos, ahora se han anchado de manera natural. Su estilo (disímil, directo, certero y desabrido), obvia los resplandores y la calidez gratuita para adentrarse por las sendas de la entrega. Cristina no recurre a las trampas efectistas que permite una mano hábil porque sabe que eso no son más que cicloramas plegables carentes de sentido, prestidigitaciones de la forma y perversiones del contenido que pueden engañar durante algún tiempo, pero que acaban cayendo en su propia emboscada, la asechanza de la torpeza y la falta de intención. Las maneras de Lama son hondas porque se remiten a la honradez; subyace en ellas un temblor enérgico que denota madurez y poso, demostrando con su coherencia estilística la solidez de sus planteamientos y la valía de sus resultados. No hay influencias claras sobre lo que hace, su modo de pintar es autónomo y desprendido, se dedica a exteriorizar impulsos de manera visceral. Cristina tiene un dominio intrínseco que no conlleva obsesiones técnicas ni lucimientos. En su arte hay poco espacio para la racionalidad premeditada, es pura sinceridad liberadora (que no sanadora, porque algunas heridas que otrora emergían a través de sus pinceles ya han cicatrizado). No se obsesiona con la destreza, no estudia exhaustivamente los modos sino los motivos, no le interesan las razones del intelecto sino las del ser, aquellas inquietudes que hablan de la identidad y del descubrimiento Para construir sus cuadros, va aplicando sobre la tela diferentes capas hasta conseguir escalones superpuestos, planos que por inclusión u omisión (ora negativo, ora positivo), van fijando formas por sí mismas o por lo que queda de ellas. Este modo procesal de trabajar, un método característico que utilizan algunos pintores abstractos, es un procedimiento intuitivo de construir / destruir superficies que sirve para crear profundidad y marcar ritmos. No existe en ella un interés especial por la ontología de la pintura ni por descifrar sus claves ocultas (se preocupa del por qué, no del cómo), 8
  • 9. ocupándose sólo de que el uso del color y la forma se ajuste a los temas que trata sin recrearse demasiado ni en los trazos ni en los gestos. Después de establecer los cimientos compositivos, los contornos definidos o indefinidos resultantes que en un primer momento parecía que no tenían pretensiones representativas, acaban precisando figuras y configuraciones creíbles. Estructuras que nacen, como los cromatismos lumínicos, por adición o sustracción, por suma o resta de colores. Estas formas contubernales imposibles que parecen sacadas de sueños sufridos o recuerdos retallados, se mueven en un éter invisible y elástico, terreno inmaterial donde dolientes seres imaginados padecen asfixias del alma. Personajes que, rescatados de un universo personal que cabalga entre los mundos imaginados de Maruja Mallo, el dramatismo inclasificable de Frida Kahlo y el expresionismo de Gabriele Münter, muestran sus sentimientos a través de muecas burlescas, mohines que al espectador empiezan pareciéndoles casquivanos por su extrañeza y que terminan desesperándolo por su indiferencia. Cristina Lama se enfrenta a la pintura sin complejos, haciendo y deshaciendo, montando y desmontando, velando y desvelando, aprovechando con soltura la espontaneidad que permite el acrílico. Una desinhibición libre de prejuicios que, durante la puesta en escena, va destapando acontecimientos que transcurren en espacios carentes de normas lógicas, lugares que rozan lo metafísico y se desentienden de asideros comunes como la perspectiva, los tamaños, las reglas establecidas o los órdenes previsibles. En sus cuadros no existe ni el arriba ni el abajo, ni el delante ni el detrás, ni el antes ni el después, todo se condensa en situaciones inverosímiles que no se sabe bien si transcurren en interiores o en exteriores; acciones congeladas donde el fondo es tan importante como la figura y en las que varios puntos de vista, incompatibles lados de un mismo dado, se mezclan con asombrosa cohesión. Sema D’Acosta 9
  • 10. 1: Citas extraídas del libro Destrucción del padre / reconstrucción del padre escrito por Louise Bourgeois. Editorial Síntesis. Madrid, 2002. 2: Los datos sobre Artemisia Gentileschi y los detalles de su violación, los he tomado de Las Olvidadas, ensayo escrito por Ángeles Caso referido a historias, bien documentadas, de mujeres creadores. Editorial Planeta. Barcelona, 2006. 3: Chadwick, W. Mujer, Arte y Sociedad, p. 405. Ediciones Destino. Barcelona, 1999. 4: Hughes, R. El impacto de lo nuevo, p. 243. Galaxia Gutemberg. Barcelona, 2000. 5: En este texto prologar, De la Torre comenta con acierto la importancia del límite en las obras de este periodo de Cristina Lama. Véase: De la Torre Amerighi, I. De pájaros y Catalejos. La cotidianeidad liminar en la obra de Cristina Lama. ‘Entre Cuatro Paredes’. Madrid. Galería Begoña Malone. 2004. 6: Durante estos años la madre de Cristina Lama sufrió una enfermedad degenerativa que la tuvo incapacitada hasta el final de sus días. Eran sus familiares más allegados los que la cuidaban día y noche, circunstancia vital que inevitablemente condicionará la creación de la artista en este periodo. 7: Respecto a este punto, disiento de la interpretación que hace Michel Hubert sobre los perros que aparecen en los cuadros de Cristina Lama. Él los ve en clave amenazante y yo como dubitativos e inofensivos canes, más bien medrosos, que desubicados y perdidos dan vueltas porque no saben a quien acudir ni adonde ir. Véase: Hubert, M. La pintura como hogar metafísico de Cristina Lama. ‘Entre Cuatro Paredes’. Madrid. Galería Begoña Malone. 2004. 8: “Cristina no es una pintora femenina ni feminista. Es pintora, y es mujer”, dice Laila Escartín en un reportaje publicado en la revista ‘Mu’ al referirse a su trabajo. Véase: Revista ‘Mu’ número 46, p. 16-17. Febrero de 2006. 9: Véase: De la Torre Amerighi, I. Cristina Lama: el artista entre lo humano y lo maquinal. ‘Amarre’. Toronto. Galería Christopher Cutts. 2006. 10: Véase: Unamuno, Miguel de. Niebla. Capítulo XXXI, p. 277. 21ª Edición, Cátedra. Letras Hispánicas. 2007 11: Puede que esa liberación tenga que ver con el haberse trasladado este último año a un estudio nuevo. Antes trabajaba compartiendo espacio con el también artista Matías Sánchez, su pareja, algo que, probablemente, les influenciaba a los dos. 10