1. Paulina Abascal. Décimo B.
Cualquier parecido es pura casualidad
Escuchó sollozos y movimientos de muebles en una oficina cerrada, derribó la puerta con ayuda de
un compañero; estaba nervioso a pesar del gran carácter que lo caracterizaba desde pequeño, su
infancia y parte de su adolescencia habían sido marcadas por las riñas del lugar donde vivió; pero
esto no era cuestión de unos cuantos golpes por una ofensa al orgullo de alguno de sus amigos o
él mismo, no, el estar allí se lo había ganado a pulso. Entró apuntando con su arma, causando
miedo en los que estaban refugiados allí, trataba de disimular la falta de experiencia en cuanto a
conflictos de tal tamaño. Ernesto había colaborado en la planeación de la toma a la Embajada de
República Dominicana, ingresó ése mismo año al M-19 con tan solo veinticinco años. Le había
llamado la atención la ideología del grupo insurgente, el contexto en el que se encontraba le
causaba una necesidad de luchar y lograr un cambio, discutía su punto de vista después de jugar
fútbol con los muchachos del barrio, ellos veían en él una evidente inclinación por la revolución.
Estaban cinco personas refugiadas, no comprendían qué pasaba, solo escuchaban gritos, disparos
y ruido proveniente del siguiente piso, había pasado tan solo una hora desde que se tomaron el
edificio. Se encontraban en el tercer piso, abajo de la oficina del presidente de la corte, escondidos
porque sintieron miedo, pensaron mil cosas, la posibilidad de ser secuestrados incluso. Cuando los
guerrilleros entraron estaban acomodando las mesas para refugiarse, las dos secretarias que
estaban allí lloraban y pidieron compasión dijeron tener familias que las esperaban, una de ellas
había regresado de su licencia de maternidad dos días atrás y la otra esperaba ansiosa su
graduación; también estaban allí un magistrado y dos recién egresados de derecho de la
Universidad Externado.
Ernesto hizo que cada uno se levantara, calmó a las secretarias mientras su compañero, Luis,
vigilaba a los otros tres hombres. Tan pronto las mujeres callaron, se acercó a los hombres, habló
rápido les explicó que el M-19 se tomaba el palacio y que el fuego cruzado fuera constante, debían
guardar calma, ni siquiera hablaba, más bien recitaba, no los miraba fijamente, el miedo y los
nervios lo colmaban pero trataba de ocultarlo alzando cada vez más su voz. Se sentía que lo
observaban con terror, el ruido no cesaba. Dejó de hablar de repente, fue como si sintiera un dolor
y decidió sentarse, vino a su cabeza la imagen de su madre el último día que estuvo en casa, fue
un momento inoportuno para recordar sus palabras; como lloraba al decirle que no se uniera a la
guerrilla, prometía ayudarlo a conseguir estudio y un buen empleo, le dijo incontables veces
cuanto lo amaba a pesar de todo, pidió perdón por no haberlo ayudado más y explicó que había
hecho todo lo posible por sacarlo adelante a pesar del lugar donde lo hizo crecer no tenía modo de
darle una mejor vida, le dijo que se encariñó mucho cuando lo vio por primera vez y que habían
muchos detalles y secretos que él debía saber. Se acongojó demasiado por esas palabras de su
madre, en tanto tiempo no las había traído a su memoria, sentía que escuchaba su voz y con cada
palabra una gran culpa por haber ignorado todo lo que decía por estar pensando en su unión al
“eme”. Estuvo sentado pensativo casi una hora.
2. Uno de los hombres, Arturo, se preocupó y decidió acercarse a Ernesto. Notó que sudaba frío
como si no estuviera ahí. Todos los presentes los observaban, un poco impresionados por el
evidente parecido entre los dos. El guerrillero de a pocos recobró su conciencia aunque seguía
pálido, Arturo se impresionaba mientras Ernesto mejoraba, veía su parecido. Cuando todo volvió a
una mediana normalidad a pesar del conflicto de fuera, los guerrilleros retomaron la autoridad.
Ernesto seguía un poco pensativo pero no se permitió recaer. Pasaron más horas, nadie les avisaba
nada, seguía el ruido de disparos, pasos por los corredores, gritos de mujeres, “¡cese al fuego!” y
la voz del presidente de la Corte ahogada en el retumbe del fuego. Decidieron empezar a rezar, los
guerrilleros se veían cada vez más preocupados porque se sentían frustrados, esperaban que a
pesar de la magnitud del conflicto el gobierno negociara pronto por el bien de las personas que allí
se hallaban. En tanto Arturo observaba bien al guerrillero, sentía que lo conocía de antes, como si
lo quisiera, como si le preocupara su estado. Los otros abogados reiteraban que parecían familia.
Comenzaron a sentirse ahogados, el aire era escaso y tuvieron que trasladarse a otro lugar. Se
arrastraron por un pasillo que conducía a una sala pequeña donde se reunían en privado algunos
magistrados. Se sintieron mejor y Ernesto decidió contarles sobre su vida, su barrio que era muy
pobre, hablo sobre su madre, las cosas vitales que faltaban en su comunidad y que eran el
causante de su unión a la guerrilla. Su compañero, Alonso, estuvo muy callado la mayoría del
tiempo, probablemente tenía más miedo dado a que recién se había unido a la estrategia de la
toma, aún era muy joven y no contaba con nada de experiencia. La historia de Ernesto impactó
demasiado a los abogados, estaban atentos a lo que les contaba pero las secretarias volvían a
perder la calma, estaban muy angustiadas por salir. Pasó más tiempo aún, todos quedaron en
silencio, era como si esperaran la muerte, estaban resignados. Arturo empezó a discutir con
Ernesto, le decía que estaba en desacuerdo con que fuera guerrillero, consideraba que podía
aportar más al país y al cambio desde la legalidad, le dio toda una sustentación desde su papel
como abogado, pero Ernesto se negaba decía que su puesto era en el M-19, allí se sentía bien e
ignoraba los argumentos de Arturo, se convirtió en una discusión de niños, no se escuchaban, se
interrumpían y no se dieron la razón en ningún momento, sin embargo entablaron una amistad en
medio del conflicto después de estar aproximadamente dos horas callados. El ahogo ya les era
insoportable, se sentían mareados y débiles, Arturo prestó su saco a una de las secretarias que ya
estaba muy mal y propuso a Ernesto salir en búsqueda de explicaciones, no entendían bien si se
trataba de un incendio, por qué se había dado, así que salieron Arturo delante de Ernesto.
El cruce de disparos no cesaba a pesar del incendio, Ernesto tuvo que parar un momento y Arturo
se adelantó en búsqueda de ayuda. El humo hizo que se desmayara y quedará en medio de las
escaleras, Ernesto pudo regresar donde estaban los demás y pidió que regresaran a la oficina de
antes, donde los recibieron un grupo de militares que sin piedad dispararon un sin número de
veces, dejándolos muertos sobre un suelo lleno de cenizas.
Cuando las autoridades empezaron a mover los muertos haciendo montañas de personas,
encontraron a Arturo, no lograba ponerse de pie sintió como lo alzaban los militares que lo
identificaron como un guerrillero, volvió a perder la conciencia y despertó acostado en un carro
oscuro atado, estaba acompañado de militares no entendía bien a donde se dirigían y solo
3. intentaba aclarar su inocencia, explicó que trabajaba en el Palacio de Justicia, los militares no
creyeron en él y desesperaron con sus reiteraciones hasta que fue callado con un fuerte golpe que
dejó residuos de pólvora en su cabeza.
La madre de Arturo fue llamada por medicina legal para que hiciera el reconocimiento del cuerpo
de su hijo. Sin embargo se sorprendió al ver el cuerpo que le mostraron, no estaba segura de que
fuera su hijo porque no vestía con vestido como acostumbraba para ir a trabajar, pero su parecido
era inquietante. La madre de Arturo ahora llora dos hombres, ofrece cada 7 de noviembre misa
por los dos y busca explicaciones sobre el paradero de Arturo.