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TRABAJO MONOGRÁFICO:
EL CONQUISTADOR DE FEDERICO ANDAHAZI
Alumna semipresencial: Carmen Manzano Rovira
Materia: Historia de América precolombina y colonial
1º Curso
Curso escolar 2021-2022
2
ÍNDICE
1. Introducción 3
2. Comentario 4
2.1. Primera parte
2.2. Segunda parte
2.3. Tercera parte
5
13
16
3. Conclusión 26
4. Referencias bibliográficas 29
3
1. INTRODUCCIÓN
El texto objeto del presente comentario es una novela titulada El conquistador,
publicada en 2007 por la editorial Planeta. Su autor es el escritor y psicólogo argentino
Federico Andahazi, que recibió el galardón del Premio Planeta precisamente debido a la
creación de esta obra.
Se trata de una narración de ficción histórica ambientada en la época del imperio azteca
antes de la llegada de Cristóbal Colón. El protagonista es Quetza, un niño huérfano,
salvado del sacrificio por el sabio Tepec. A los 15 años ingresa en el Calmélac donde
recibe una austera educación militar y destaca por sus conocimientos astronómicos y de
navegación. Antes de terminar su formación comunica al emperador la necesidad de
cruzar el mar para evitar la caída de su imperio. Es desterrado y emprende el viaje
alrededor del mundo. Llega a la España de los Reyes Católicos, visita Francia, Italia y
Grecia, cruza Asia y regresa desde allí a Tenochtitlán. Sin embargo, antes de tomar puerto
pierde todas las pruebas de su viaje debido a un naufragio.
Esta obra posee una estructura tripartita bien diferenciada que el autor rotula con los
epígrafes uno, dos y tres.
La primera parte está concebida como una novela histórica de narrador omnisciente en
tercera persona que relata la infancia y formación de Quetza. Por ello, se puede considerar
también como un Bildungsroman o novela de aprendizaje. Por otro lado, en ella se efectúa
un concienzudo y pormenorizado contexto histórico en el que se pone ante los ojos del
lector cómo era la arquitectura, sociedad, religión, cultura y educación de esa civilización.
La segunda parte del libro consiste en un diario epistolar escrito en primera persona
por el protagonista y destinado a la mujer que ama, Ixaya. En estas cartas relata el viaje
en barco de la expedición hasta su llegada a Europa. Los días son denominados según la
cultura mexica con un nombre como “agua, junco, serpiente, etc.” y un número.
Por último, el tercer apartado recobra la forma de relato en tercera persona, pero esta
vez con un narrador que no conoce todos los detalles de la historia, ya que se basa en
apuntes y anotaciones de Quetza, los cuales a veces son escasos: “Muy pocos apuntes
quedaron del viaje de la avanzada mexica por Oriente” (tres, capítulo 22).
Como se trata de una novela de ficción histórica, el objetivo del texto es
fundamentalmente entretener, aunque también proporciona muchos datos históricos, que
invitan a una reflexión sobre el tema de la conquista de América. Precisamente, uno de
los aspectos más interesantes es el parangón que puede establecerse entre la ficción
4
relatada por Andahazi y los hechos históricos reales coincidentes con la llegada de Colón
a América.
2. COMENTARIO
Tal y como se indicó en la introducción, El conquistador es una fábula histórica situada
en la época del imperio azteca (Andahazi emplea la denominación mexica) justo antes de
la llegada de Cristóbal Colón. En la primera parte, el autor inserta a sus lectores en el
mundo de aquella civilización mostrando sus creencias religiosas, forma de vivir,
costumbres, organización social, sistema educativo y sistema económico. Todos estos
aspectos se articulan en torno al hilo conductor de la historia de Quetza.
Sixirei Paredes (2009: 64) nos explica que los mexicas eran una tribu nahua originaria
de las tierras del norte. Legendariamente procederían de Aztlán, la tierra de las garzas,
lugar que dejaron atrás en el siglo XII para seguir al dios Huitzilopochtli basándose en
una profecía. Hay testimonios de su presencia en la zona de Chapultepec a mediados del
siglo XIII. Llegaron al Valle de México, donde ya existían otras civilizaciones en las que
se intentaron integrar en las capas más bajas de la sociedad, sin embargo, la convivencia
no fue pacífica. Según De Rojas (2018: 387) esta constituiría una de las causas por las
que posteriormente fundarán la capital del imperio azteca, Tenochtitlán, en el medio del
lago, aunque en la historia narrada por ellos mismos proponen un origen legendario de su
civilización. Durante su formación en el Calmélac, el joven Quetza aprende que sus
ancestros habían abandonado Aztlán por motivos desconocido. Posteriormente, guiados
por el sacerdote Tenoch, inician un éxodo en barco y a pie, encomendándose al dios
Huitzilopochtli. Llegan entonces a las orillas del lago Texcoco y el sacerdote les dice que
tienen que buscar la señal del águila y la serpiente sobre el nopal para ubicar el sitio donde
se va a levantar su ciudad. Al final, durante una cacería, vislumbran la señal en un islote
deshabitado en el medio del lago. Esta información se encuentra también en la
bibliografía consultada como Sixirei Paredes (2009: 64), Kouakou (2021: 203) y De
Rojas (2018: 387).
En cuanto a la fecha de fundación, existen varias propuestas, por ejemplo, Sixirei
Paredes (2009: 64) se decanta por el año 1370, mientras que De Rojas (2018: 386 y 387)
la adelanta al año 1325, argumentado que es la datación más aceptada por el momento.
5
2.1. Primera parte
La primera parte de El conquistador está destinada a la descripción de la cultura azteca
tomando como hilo conductor la infancia y adolescencia del protagonista. En el capítulo
uno nos presenta la ciudad de Tenochtitlán como una isla dorada en el lago de Texcoco
con el sistema de cultivo en chinampas, así como las canoas que atraviesan los canales y
los cultivos de maíz, frutas y hortalizas. De hecho, el protagonista en el capítulo 17 de
esta primera parte contribuye a la mejora del sistema de represas para los momentos de
crecidas. El esplendor de la ciudad que se vislumbra a lo largo de las páginas de la novela,
lo pone de manifiesto también Sixirei Paredes (2009: 63) al indicar que a Bernal Díaz del
Castillo le temblaba la mano al relatar el día en que Hernán Cortés y sus hombres vieron
por primera vez esta ciudad, también hace hincapié en su grandeza y diversificación De
Rojas (2018: 399).
Otro aspecto fundamental para el desarrollo de la acción es la importancia que los
sacrificios tenían en la cultura mexica. Quetza se libra de dar su vida al dios de la guerra,
Huitzilopotchli, en varias ocasiones. La primera vez era todavía un niño al que salva
Tepec intercediendo por él ante el emperador y ganándose así la enemistad del sacerdote
Tapazolli. Se sabe que esta era una práctica real y habitual en la cultura mexica, tal y
como muestran los resultados de estudios de restos óseos, las representaciones de
bajorrelieves, manuscritos pictográficos y códices y también testimonios de los
conquistadores españoles por ejemplo en el Códice Florentino (Olivier, 2010).
Los sacrificios estaban relacionados con los conflictos bélicos, pues se capturaba a los
vencidos y su sangre se ofrecía al dios de la guerra. Según De Rojas (2018: 391) la
intención no era matar al enemigo en el campo de batalla, sino hacer prisioneros con el
fin de sacrificarlos. De hecho, este fue el destino de los padres y hermanos de Quetza; así
que tanto de aquí como de la educación recibida por Tepec le viene al protagonista su
desprecio por este tipo de prácticas sanguinarias. Existían muchas fiestas en las que se
llevaban a cabo estas ceremonias y se extraía el corazón de los cautivos (Bueno Bravo,
2009: 189).
El destinatario de estos sacrificios era el dios Huitzilopochtli, dios de la guerra, al que
siguieron los mexicas desde la mítica Atzlán (Uchmany, 1978: 218-219). En la novela se
describe en distintos momentos el panteón de las deidades de este pueblo, el cual contiene
un abanico muy variado de entidades procedente de la incorporación de las distintas
culturas mesoamericanas. Así, al lado de Hueheuteolt (dios del fuego) o Tláloc, dios de
la lluvia; destacan fundamentalmente “dos ciclos místicos” para explicar el origen del
6
mundo, que también son mencionados en la novela, a saber, el mito de los cuatro soles,
al que hace referencia Quetza, y, el dios de la vida de origen tolteca, Quetzalcóatl (Sixirei
Paredes, 2009: 71). En este sentido, es evidente la confrontación entre dos puntos de vista
en la narración, que explican el comportamiento de su protagonista y su enemistad con el
sacerdote. El sabio Tepec disiente firmemente de los sacrificios y venera a Quetzalcóatl
(el Dios de la vida); lo cual lo vincula con sus antepasados toltecas, hecho que se repite
en varios momentos de la narración. Su antagonista es el sacerdote Tapazolli, que está a
favor de entregar corazones a la deidad de Huitzilopochtli (Dios de la muerte). En esta
línea, en el capítulo 17 se explica la figura del sacerdote Tlacaélel, personaje al que se le
debe la reescritura de la historia de los mexicas, puesto que destruyó los libros sagrados
anteriores y trocó el orden y jerarquía de las deidades, ascendiendo a Huitzilopotchtli al
mismo pedestal que Quetzacóatl, Tláloc y Tezcatlipoca. Según la novela, es el que
instaura los sacrificios humanos y crea las Guerras Floridas. El poder de este hombre en
los ámbitos religioso, ideológico, político y militar y su importancia en la historia mexica
lo ha estudiado León-Portilla (2004).
Paralelamente, aparece en la primera parte de la obra el interior Templo Mayor, el
Huey Teocalli. Este fue descrito por Fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI (De
Rojas, 2018: 403) y muchos de los elementos que lo componen nos son presentados a
través de los ojos del asombrado y asustado Quetza cuando acude a su primera entrevista
con el emperador durante el capítulo 19. El narrador hace que el lector penetre en el
recinto amurallado, y los diferentes edificios del complejo como el Calmélac o el templo
circular y la pirámide escalonada de dos escaleras cuyos dos templos de la parte superior
están dedicados a Huitzilopochtli y Tláloc.
La organización social mexica está perfectamente descrita en esta primera parte de la
novela. La sociedad se agrupaba en Calpullis, conjuntos de personas unidas por
parentesco y actividades de carácter económico, político, religioso y militar. Tras la
fundación de Tenochtitlán, la ciudad se subdivide en cuatro distritos en los que se
asentaron los Calpulli (Sixirei Paredes, 2009: 67). En el capítulo tres se narra que Tepec
vive en el barrio de Mollonco Itlillan, pero debe moverse por otros Calpulli para buscar
medicinas con las que curar a su hijastro enfermo. De este modo, se introduce a los
lectores en los distintos barrios coloridos y bulliciosos de la capital dedicados al comercio
de hierbas, telas, lozas o bálsamos.
La sociedad se dividía en dos secciones, los poseedores y los no poseedores (Sixirei
Paredes, 2009: 67). Entre los primeros se encuentran los Macehualtin (agricultores y
7
artesanos), los Mayeques o braceros, más pobres que los anteriores; y los esclavos o
Tlatalcoltin (Sixirei Paredes, 2009: 68). La clase privilegiada poseía el nombre de Pipiltin,
divida a su vez en Tecuhtlin (dignatarios), Pochtecas (comerciantes) y Tlamacazqui
(sacerdotes). Eran propietarios de tierras que trabajaban los Macehualtin y los Mayeques,
por lo que ocupaban cargos públicos, administrativos y militares (Sixirei Paredes, 2009:
68-69 y De Rojas, 2018: 391-392).
Los amigos de Quetza, Huatequi y su gran amor Ixaya, eran hijos de esclavas de su
casa tal como se explica en el capítulo 5. Por el contrario, el protagonista, al ser adoptado
por Tepec formaba parte de la nobleza, pues era miembro del consejo de Sabios. Debido
a esta razón, él y su hijo residían en el barrio de Mollonco Itlillan que es definido como
“un calpulli al sudoeste del Gran Templo, habitado por la nobleza mexica más rancia”
(capítulo tres). La casa era amplia y sólida y disponía de varios jardines y un embarcadero.
Había en la familia siete esclavos, además de las dos mujeres con las que se casó Tepec,
pero que habían fallecido antes de los hechos narrados en El conquistador. También tuvo
dos hijos, que murieron en la guerra, e indica que llegó a compartir su vida con unas
cuarenta concubinas.
A pesar de sus diferencias sociales, Quetza encuentra la amistad y el amor entre los
hijos de las esclavas de la casa. Con ellos juega al juego de la pelota, emulando a los
adultos. Este también recibía el nombre de Ulama y tenía lugar en el Tlachtli, recinto
ubicado en el Templo mayor, próximo a las pirámides (Huera Cabeza, 1993: 6). Consistía
en introducir en un aro una pelota de unos 20 cm y unos 3 kg de peso realizada con ulli
(especie de caucho), sin utilizar las manos, los pies o los hombros. Era un deporte que
conllevaba un riesgo vital, pues los jugadores sufrían hematomas debido al impacto de la
pelota, lo que les podía acarrear la muerte. Además, su práctica estaba vinculada al ritual
de los sacrificios, ya que los jugadores podían ser decapitados para ofrecer su sangre a
los dioses, tal y como se observa en representaciones de diferentes bajorrelieves (Huera
Cabeza, 1993: 6-8).
Otro juego que realizaban Quetza y sus amigos imitando a los adultos y que se vuelve
a mencionar cuando está en el Calmélac es la lucha de los caballeros Águila y los
caballeros Jaguar. Estas eran dos subdivisiones de la orden de los “Caballeros del Sol o
Comendadores del Sol”, que destacaron por su valentía. Iban vestidos como los animales
a los que representaban y cuyas habilidades se supone que detentaban (Wohrer, 199: 190).
Esta orden de caballeros participaba también en los sacrificios gladiatorios o
tlacaxipehualiztli, que se hacían en honor a un prisionero que se había distinguido por su
8
actuación en el campo de batalla. Consistía en una lucha entre el prisionero y cinco
guerreros aztecas entre los que estaban dos caballeros águila, dos caballeros jaguar y un
zurdo. El prisionero estaba en desventaja, pues tenía que luchar con un pie atado y con
una espada cubierta de algodones (Bueno Bravo 2009: 199). En la tercera parte el
protagonista y sus acompañantes deciden ponerse estos atuendos en su lucha contra los
marselleses para espantar al enemigo (capítulo 18, tercera parte).
El escalafón social más alto estaba ocupado por el emperador o Tlatoani, nombre que
significa “orador” (De Rojas 2018: 391), título que en la primera parte de la novela recae
sobre Axayácatl y Tízoc. El primero fue un tlatoani mexica, hijo del príncipe
Tezozomoctzin y de una mujer de Tlacopan cuyo nombre era Huitzilxochitzin (León-
Portilla, 1966: 29). Este emperador amante de las letras y que poseía conocimientos en
astronomía nació hacia el año 1449 y fue elegido como líder en 1468 (León-Portilla, 1966:
30), por tanto, las fechas coinciden con el desarrollo de la ficción creada por Andahazi.
Falleció en el año 1481 y sus sucesores inmediatos fueron sus hermanos mayores Tízoc
y Ahuízotl. Posteriormente, llegaron a gobernar sus hijos Motecuhzoma II y Cuitláhuac,
que vivieron la llegada de los españoles y la caída de su imperio (León-Portilla, 1966:
35). Precisamente, Tízoc es el gobernador que permitirá el viaje del protagonista y
Ahuízotl es el nuevo Tlatoani que recibe a Quetza al final de la obra y lo condena a su
último destierro.
Por otra parte, para empapar más a los lectores de la cultura mexica, el narrador salpica
varias páginas de la obra con su forma de vestir y costumbres. Así Tepec lleva collares
que le adornan el pecho, taparrabos de cuero y sandalias de piel de ciervo (capítulo dos).
Es muy interesante cuando Quetza compara su indumentaria con la de los hombres
europeos a su llegada al continente, aspecto que será comentado en la parte tres.
La prohibición que existía sobre la ingesta de bebidas alcohólicas en Tenochtitlán y su
consumo en la clandestinidad, se menciona en el capítulo tres, durante el viaje del sabio
por los distintos Capelli en busca de medicamentos. Se bebía octli, un vino obtenido
gracias a la planta del maguey (capítulo 18), que Tepec ofrece a los guardias que vienen
a buscar a su hijo. En la novela se comenta que este brebaje era de fabricación casera y
se consumía en secreto, aunque las leyes condenaban este hábito excepto a los ancianos,
enfermos, mujeres embarazadas y personal de trabajos arduos (Bueno Bravo, 2020: 34-
35). Por el contrario, en Europa el consumo de vino era habitual, y de este modo se traza
el contraste entre la sociedad mexica y la italiana en el capítulo 21 de la tercera parte:
9
“Era un sistema [el azteca] que se nutría, sin metáforas, de sangre. En Italia, en cambio,
todo parecía estar animado por la alegre vitalidad del vino”.
Paralelamente, en las páginas de El conquistador se dejan ver otros aspectos
legislativos de la sociedad azteca. Se trataba de un sistema judicial muy severo, que
contaba con un tribunal para nobles y otro para la gente común. Se permitía el divorcio
y, además los nobles podían tener relación con varias concubinas; de hecho, en el libro se
nos dice que Tepec llegó a tener unas cuarenta; sin embargo, el adulterio estaba penado
tal y como nos cuenta el narrador en el capítulo 7. Una mujer adúltera era condenada a
muerte por estrangulamiento (Bueno Bravo, 2020: 25 y 28).
En lo referente a la economía de los aztecas en la obra se menciona el pago con polvo
de oro y cacao, cuando Tepec va al principio del libro a buscar una cura para su hijastro.
En la bibliografía consultada se indica que la sociedad azteca del siglo XVI, momento en
el que llegan los españoles y momento en el que se desarrolla la novela objeto de este
comentario, no conocía ni utilizaba la moneda, entendida como pieza metálica acuñada
por una autoridad (Durand-Forest, 1971 :105). Por el contrario, los Pochtecas realizaban
intercambios comerciales a través del trueque (Durand-Fores, 1971: 106-109). El cacao
estaba presente en este tipo de intercambios, se utilizaba como moneda, igual que otros
ítems como piezas de algodón, pepitas o polvo de oro, pequeñas hachas de cobre o piedras
preciosas como la jadeíta (Durand-Fores, 1967: 178-179). Por otra parte, era un producto
muy apreciado por los guerreros, conquistadores e incluso los soberanos por su valor
nutricional; de hecho, estaba presente como agasajo en distintas festividades (Durand-
Fores, 1967: 166-7, 175-176).
En la obra se aparecen otros materiales costosos como la madera de cacayactli, de la
que se dice que es más valiosa del oro y es ofrecida a Quetza para fabricar una
embarcación en el capítulo 6. Por su parte, como mineral, la obsidiana es un bien muy
apreciado y se emplea para la elaboración de armas (capítulo 12). Procede de una roca de
origen volcánico, muy abundante en la zona de México, cuyo color es negro y se utilizaba
para la creación de armas y ornamentos ya desde la prehistoria (Bruhn de Hoffmeyer,
1986: 13).
La formación del protagonista es esencial en una novela de aprendizaje. De este modo,
el autor en los capítulos 7 a 17 nos proporciona información sobre cómo era la educación
de los jóvenes mexicas. En los primeros años de vida, los niños eran guiados por sus
padres y las niñas por sus madres en el ámbito doméstico (Ruiz Bañuls, 2013: 271).
Posteriormente, los varones ingresaban a los seis años en el Telpochcalli, escuela de
10
asistencia obligatoria en la que recibían formación militar a través de un instructor,
veterano de guerra (Bueno Bravo, 2009: 193, Sixirei Paredes, 2009: 68 y Ruiz Bañuls,
2013: 273). Por lo que se nos dice en el libro, los dos hijos de Tepec recibieron este tipo
de educación y acabaron pereciendo en el campo de batalla, por ello el sabio quiere una
alternativa educativa para Quetza. Asimismo, Huatequi, el mejor amigo del protagonista,
también ingresa en esta institución, por tratarse de un vástago de una esclava.
Quetza, por el contrario, es conducido al Calmélac, que servía para iniciarse en la
carrera de sacerdote (Sixirei Paredes, 2009: 69, Ruiz Bañuls, 2013: 273) y adonde asistían
solo los hijos de los Pipiltin, la nobleza. El narrador en el capítulo 10 nos indica que recibe
esta formación durante dos años. El primero está destinado a forjar el cuerpo y el corazón,
mientras que el segundo se centra en el estudio de la historia, el calendario y la religión.
Asimismo, el joven protagonista recibió en casa formación sobre los Huehuetlatolli,
proverbios procedentes de los sabios toltecas, a través de Tepec (capítulo 5). Ruiz Bañuls
(2013: 270-271) explica que se trataba de un género didáctico oral de la sociedad mexica
que contenía “los valores éticos de la sociedad náhuatl” (Ruiz Bañuls, 2013: 271). Otro
lugar de formación que menciona Federico Andahazi son los Cuicacalli o Casa de los
músicos, que funcionaban como escuelas para que los niños aprendieran a bailar y cantar
(Szoblik, 2008: 199).
Como se ha indicado anteriormente, los primeros años de aprendizaje de Quetza son
muy relevantes para la acción de la novela, así como para la ambientación en la sociedad
mexica. El protagonista adquiere una serie de habilidades que le van a permitir poder
llevar a cabo su aventura transoceánica. En el capítulo 16 se observa su destreza con el
tlacuilo, el dibujo; conoce también la historia a través de códices escritos con pictogramas.
Esto permite que pueda realizar cartas de navegación. A este respecto, aunque no se
conservan mapas de factura azteca anterior a la llegada de los españoles, se sabe que estos
existieron, pues se observa en los mapas de la época colonial una serie de características
que remiten a una tradición anterior (Hill Boone, 1998: 18-25).
Además, ya desde niño el protagonista destaca por sus aptitudes para ser un buen
navegante. Conoce los tipos de embarcaciones e incluso mejora algunas, permitiendo
transportar en ellas a más personas y provisiones (capítulo 17). Quetza tiene una visión
del mar diferente a la del resto de su pueblo. Según Andahazi, el mar para los aztecas “era
un concepto complejo, inabarcable como el infinito y tan temible como el Dios de los
Dioses” (capítulo 7); por el contrario, para el protagonista es un puente entre el pasado y
futuro, además de la esperanza para su civilización. Gracias a todas estas habilidades y
11
conocimientos, Quetza descubre que la tierra tiene forma de esfera, lo que le ayuda a
trazar sus planes de llegada a otros lugares. El espacio cosmológico de los aztecas se
dividía en cuatro partes correspondientes con los puntos cardinales y cuatro divinidades,
y un punto central de comunicación entre el cielo y el inframundo, esta representación
puede observarse en la primera página del Códice Fejérváry-Mayer (Astorga Poblete,
2014: 49). En relación con esto, el protagonista va a perfeccionar el calendario azteca.
Este es descrito en el capítulo 16 como compuesto de dos ciclos. En primer lugar, estaba
el tonalpohualli, astrológico y adivinatorio, que constaba 260 días divididos en 20
trecenas; ya que se contaban los días del 1 al 13 (Astorga Poblete, 2014: 50). En segundo
lugar, existía un calendario solar y astronómico, denominado xihuitl. Contenía dieciocho
meses de veinte días cada uno y cinco días de nemontemi o inactividad, lo que daría un
total de 365 días. De todas formas, cada cuatro años se añadía un día nemontemi,
correspondiente al año bisiesto y cada 130 años había que suprimir un nemontemi
(Astorga Poblete, 2014: 50-51, Melgarejo Vivanco, 1971: 61-71). Quetza va a tallarlo en
un medallón de plata con forma de disco, En el centro coloca al sol, Tonatiuh y en torno
a él los cuatro soles que representan cada ciclo. Esta imagen es una plasmación de la
leyenda de los cinco soles, a la que se alude en la novela más tarde, en el capítulo 12 de
la tercera parte. Según esta tradición, en el mundo hubo otros cuatro soles que habían sido
destruidos debido al desequilibro en los elementos (tierra, aire, fuego o agua) que
producía la pugna de los dioses que tenían esas fuerzas. Así, se destruye el primer sol
perteneciente a Tezcatlipolca, dios de la Tierra. A continuación, desaparecen los soles de
Quetzacóatl, Tláloc y Chalchiuh-tlique. El último es del de Nanáhuatl, que recibió el
alimento de corazones y sangre para existir; el fin de este quinto sol se produciría a los
52 años y el protagonista afirma que está próximo a ocurrir (Astorga Poblete, 2014: 51).
Los planes de Quetza de cruzar el Atlántico para salvar su civilización se harán
factibles en su destierro a Huasteca, en capítulo 23, donde entrará en contacto con los
nativos de esa zona costera que poseían conocimientos en materia de embarcaciones y
astronomía ancestrales, pues sus antepasados habrían llegado desde el otro lado del mar
a bordo de una embarcación, quedando un grupo en esa zona y avanzando otro hasta
fundar Teotihuacán. Esta leyenda la recoge Ariel de Vidas (2013: 41-42). En la novela se
describe esta zona como un territorio costero conquistado por los Mexica y como el lugar
al que iban a parar los desterrados, conspiradores, asesinos, ladrones y locos. De este
pueblo se sabe que fue conquistado por los Mexicas y en el siglo XV estaban bajo sus
dominios, además los vencedores despreciaban a los huastecos, por considerados como
12
inmorales y borrachos (Ariel de Vidas, 2013: 39); de hecho, en las crónicas se los
considera como “la peor población de todas las provincias de la Nueva España, los más
sucios, los más malvados y practicantes de las costumbres más viles” (2013: 43).
De todas maneras, los huastecos no fueron los únicos pueblos sometidos al imperio
azteca, puesto que estos estaban en guerra casi permanente, tanto para controlar nuevos
territorios, como para evitar rebeliones de aquellos ya conquistados. En diferentes páginas
de la narración de El conquistador se insertan los nombres de pueblos y regiones
sometidas a los mexicas. Por ejemplo, los hijos de Tepec murieron en el campo de batalla
en la conquista de los territorios vixtotis (capítulo 4), y esto explica la actitud antibelicista
de este personaje. Por otra parte, hay referencias a las campañas militares en las que el
ejército azteca está sufriendo duros reveses, como la conquista de las zonas costeras de
Oaxaca, el territorio de Soconusco, a las puertas del Imperio maya y el rechazo y derrota
a manos de los purépechas, los tlaxcaltecas y los mishetecas, en el capítulo 17.
Precisamente, en Monjarás-Ruiz (1976) se ofrece un panorama general de la guerra entre
los aztecas a partir de la fundación de Tenochtitlán. En 1427 establecen una alianza con
Texcoco, Cuautitlán y Huexotzingo para independizarse del dominio tepaneca. A partir
de aquí, bajo el mandato de Iztcóatl (1428-1440) empiezan a destacar en el territorio y se
organizan las guerras floridas, con los otros miembros de una nueva triple alianza
(Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan), con las que realizan ofensivas y defensa militares
conjuntas en caso de ataque de pueblos extranjeros (Monjarás-Ruiz, 1976: 241). A
Iztcóatl lo sucede Moctezuma I (1440-1469), quien expandió el poder de los aztecas por
el norte, penetra en Puebla y llegando hasta Oaxaca. La acción de El conquistador
transcurre durante la época del Tlatoani Axayácatl (1469-1481) y de Tízoc (1481-1486).
Axayácatl llegó al valle de Toltuca, conquista a los tlatelolcas, pero no pudo acabar con
los tarascos. El gobierno de Tízoc (1481-1486) emprende solamente algunas conquistas
militares como la de Toluca y Yanhuitlan (Monjarás-Ruiz, 1976: 242). Al final de la
novela, después de su asombroso viaje, el protagonista se entrevista con el nuevo
Tlatoani, sucesor de Tízoc y hermano también de este y de Axayácatl. Se trata de Ahuízotl
(1486-1502), que extenderá el imperio azteca por el sur hasta Tehuantepec, Sonosuco y
Ayutla (Monjarás-Ruiz, 1976: 241).
Antes de comenzar el viaje, observamos varios paralelismos entre la travesía de Quetza
y la de Cristóbal de Colón que se van a hacer más patentes en las dos partes siguientes e
la novela. Por una parte, Papaola, jefe de la colonia huasteca, durante el capítulo 25,
otorga permiso para hacer el viaje y le pide al capitán mexica la mitad de lo que va a
13
hallar en las nuevas tierras; pensando que, aunque al final la travesía no tuviera éxito,
tampoco tendría que pagarle nada ni perder nada. Estos son argumentos semejantes a los
que expusieron Fray Diego de Deza, Juan Cabrero, Fray Hernando de Talavera y Luis de
Santángel para interceder por Colón ante los Reyes Católicos antes del primer viaje
(García Cruzado, 2011: 32-34). Otro de los problemas que acecharon tanto a Quetza
como a Colón fue la búsqueda de una tripulación que quisieran embarcarse en una
aventura tan arriesgada.
En definitiva, esta primera parte es una novela histórica que refleja perfectamente
cómo era la sociedad azteca justo antes de la llegada de los conquistadores españoles. En
estas páginas se nos revelan aspectos sociales, económicos, culturales de este pueblo, que
nos permiten comprender cómo funcionaba este imperio y empatizar con el protagonista.
Además, para proporcionar verosimilitud al relato, Federico Andahazi incluye a
personajes históricos que existieron en realidad en esa época como los anteriormente
mencionados tlatoanis.
2.2. Segunda parte
Mientras que la primera parte de la novela tiene un trasfondo histórico real, en la
segunda, el autor sumerge al lector en el viaje ficticio de Quetza y su tripulación desde
la bahía de Atototl el día Serpiente 5 por el Océano Atlántico hasta su llegada a Europa,
concretamente al puerto de Huelva. La motivación de esta aventura reside en la necesidad
de salvar a Tenochtitlán, cuya destrucción había sido augurada por el calendario.
Esta sección, agrupada bajo el epígrafe “Diario de viaje de Quetza. Cartas a Ixaya”, se
divide en 21 breves subapartados que llevan como título un nombre y un número,
haciendo referencia a los 20 días que componen cada mes del calendario mexica
(Melgarejo Vivanco, 1971: 42-44).
El primer apartado consta de unos párrafos dedicados a Ixaya en los no solo le expresa
sus sentimientos hacia ella, sino que le explica las intenciones, objetivos y esperanzas
que guarda de su viaje. De hecho, estas palabras definen la estructura novelesca de esta
segunda parte, pues el diario de viaje posee forma epistolar y tiene como destinataria
precisamente a su amor de juventud.
Los siguientes capítulos de extensión variable recuerdan a los diarios de Cristóbal
Colón con los que se pueden trazar una serie de paralelismos. El diario de la primera
navegación de Cristóbal Colón consistiría en apuntes y anotaciones que habría hecho el
14
Almirante durante su travesía. Desgraciadamente, no se conserva el texto original, sino
la transcripción hecha por Bartolomé de las Casas con posterioridad.
Al igual que en el texto de Colón, los textos del diario de Quetza poseen una dimensión
muy variable, que puede ir desde unas líneas como en Venado 7 o en Jaguar 3 donde
solamente apunta “Todo sigue igual”; hasta varias páginas, dependiendo de la
importancia de los hechos que acaecen en esa jornada como, por ejemplo, el tropiezo con
los ciguayos y los caribes en la isla de Quisqueya poco después de botarse a la mar.
La expedición de Cristóbal Colón hace una primera parada en las Islas Canarias el 8
de agosto para arreglar la Pinta y algo semejante le ocurre los aztecas el día Agua 9, ya
que debido a un motín queda la nave dañada y tienen que acercarse a la isla de Quisqueya.
Precisamente, Quisqueya va a ser el primer territorio español en el Nuevo Mundo y
recibirá el nombre La Española.
Los huastecos, que tenían relaciones comerciales con los isleños, conocen a varios
grupos que habitan en esas islas. Por un lado, los taínos son nativos cuyo nombre
significa “hombres buenos”, con los que no van a tener problemas, pero temen a los
canibas (“hombres malos”), pues son beligerantes y antropófagos. Precisamente, Colón
va a encontrarse con estos dos pueblos y la descripción es muy semejante a la que se
vislumbra en las palabras de Quetza (Cardín, 1990: 111). El 13 de octubre el almirante
español dice de los taínos que “Traían ovillos de algodón hilado y papagayos y azagayas
y otras cositas que sería tedio de escribir”. Por su parte, en El conquistador los ciguayos
se acercan a sus conocidos huastecos de esta manera: “ellos se acercaban en canoas
trayéndonos papagayos, hilo de algodón en ovillos, azagayas, piedras del color del mar
que nunca antes había visto y muchas más otras cosas” (Agua 9, segunda parte). Además,
se ve al cacique fumar una hoja de piciyetl o cohiba (tabaco), hecho que llamó la atención
de los españoles y que recogió en sus escritos Bartolomé de las Casas (García-Osuna y
Rodríguez, 2013: 128). Lo mismo ocurre con las impresiones extraídas tras el encuentro
con los canibas o caribes. Quetza nos dice de ellos que producen terror, devoran a sus
enemigos y que iban acompañados de animales con el cuerpo de perro y cabezas
humanas, con una “clara y prominente nariz de hombre” (Agua 9, segunda parte). El
almirante español, por su parte, recoge las afirmaciones que hacen los taínos de los
canibas: “se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y desde que vieron
que lleva este camino, dice que no podían hablar, porque los comían y que son gente
muy armada.” (Colón, 23 de noviembre) “decían que no tenían sino un ojo y la cara de
perro” (Colón, 26 de noviembre). Quetza y sus hombres consiguen salir del tropiezo con
15
los caribes con vida a través de la diplomacia; pues el líder azteca le promete tributos y
tierras provenientes de sus descubrimientos. No obstante, los taínos que habían conocido
no corren la misma suerte. De hecho, su cacique termina siendo parte del menú que los
caribes compartirán con los mexicas y huastecos. Bartolomé de las Casas da testimonio
de cómo este pueblo cocinaba y comía carne humana:
“Vieron muchas cabezas de hombres colgadas y restos de huesos humanos. Debían ser
de señores o personas que ellos amaban, porque decir que eran de los que comían, no es
cosa probable; la razón es porque si ellos comían tantos como dicen algunos, no cupieran
en las casas los huesos y cabezas y parece que después de comidos no había para qué
guardar las cabezas y huesos por reliquias, si quizás no fuesen de algunos de sus muy
capitales enemigos, y todo estos es adevinar” (Cardín, 1990: 116).
Tras abandonar la isla, Quetza y los suyos se adentran en el mar hasta un punto que
nadie se había aventurado (Caña 13). En los siguientes días sufren una tempestad y varios
altercados e intentos de motín, pues los mexicas quieren sacrificar a un tripulante
huasteco para derramar su sangre en honor del dios Tláloc, que los había advertido
enviando aquella terrible tormenta (Jaguar 1 y Mono 12). Cristóbal Colón en su larga
travesía también tuvo que afrontar este tipo de infortunios. En este sentido, tuvo que
controlar un intento de motín a bordo de la Pinta en los primeros días de octubre, cuando
la tripulación mostraba su descontento debido a la larga duración del viaje (León
Guerrero, 2006: 1109).
En el día de Águila 3, los navegantes americanos tienen un encuentro inesperado en
alta mar. En dirección opuesta se topan con una nave de madera muy ligera y rápida que
lleva un mástil con forma de cabeza de dragón. Se confunden al capitán de piel blanca y
barba y cabellos rojos encumbrados por un casco con cuernos con el propio Quetzalcóatl,
el dios de la vida, lo que les proporciona ánimos y esperanza. Este hombre les dice la
palabra “Wodan”. Posteriormente, Maoni le comenta a Quetza que debe tratarse de una
expedición de viquincatu, hombres rojos procedentes de las costas del Norte y que
aparecían en las crónicas de los huastecos. Sixirei Paredes (2009: 118-119) indica que
las expendiciones escandinavas de vikingos están documentadas ya desde el año 1000
en el Landanamabok o Libro de los asentamientos. Se trataría de viajes aislados, que no
influyeron en el descubrimiento de Cristóbal Colón. Por otra parte, parece ser que la
iconografía de vikingos con cascos con cuernos fue una invención del siglo XIX, bien
realizada por el pintor Gustav Malstront a la hora de ilustrar el poema épico Frithiof´s
16
saga, o bien se le atribuye al casco con alas que poseía la vikinga en la representación de
la ópera de Wagner (García, 2021).
Los días antes de llegar a Europa son muy duros y están a punto de fallecer debido al
hambre y la debilidad. En Pedernal 7, Quetza afirma que estaba ya esperando la muerte,
cuando divisa un pájaro, un atotl, y poco después vislumbra la tierra.
De este modo termina la segunda parte, la más breve de la novela y se abre un nuevo
tipo de narración en tercera persona que cuenta las andanzas de la expedición americana
en América y, posteriormente, en Asia.
2.3. Tercera parte
Esta sección es la más larga de la obra y consta de 28 capítulos de longitud semejante
encabezados por un título breve y sugerente que recoge la idea principal de cada uno de
ellos.
Se relata de este modo la llegada de los mexicas y huastecos a Huelva y su recorrido
por la Península Ibérica, Francia, Italia, Grecia, Turquía, Armenia, Siria, India, Catay y
Cipango, dando de esta manera la vuelta al mundo hasta volver a llegar a su patria.
Desde el punto de vista narrativo, se retoma la forma de novela contada en tercera
persona. Si bien, no estamos ante un narrador omnisciente como en la primera parte, sino
que se presenta como un cronista que construye la historia a partir de anotaciones,
recuerdos y relatos, no solo de Quetza, sino de sus acompañantes (capítulo 1).
Resulta una parte muy interesante, pues muestra el contraste entre la civilización
americana y la europea; pero en este caso, son los americanos los que “descubren” Europa
y observan sus costumbres con el fin de colonizarla. Es evidente, como en la segunda
parte, el paralelismo existente entre las impresiones que suscitaron en Quetza y Colón las
novedades con las que se toparon en una tierra totalmente desconocida y ajena a ellos.
Aunque se trata de una parte totalmente ficticia, la dotan de verosimilitud la existencia
de lugares y personajes que existieron en la Europa de finales del siglo XV, como Huelva,
Marsella, Cristóbal Colón o los Reyes Católicos.
La acción arranca en cuanto pisan tierra y dan las gracias a Quetzacóatl. Enseguida se
produce su primer contacto con los indígenas, varios pastores, y se lleva a cabo de una
manera similar a la de los primeros colonizadores españoles. En una lengua
incomprensible, les dicen a los nativos quiénes son y les comunican que pasan a ser
súbditos de sus reyes. Esto está muy relacionado con los Requerimientos que se hacían a
los indígenas al llegar a tierra. Se les debía comunicar que iban a ser vasallos de los Reyes
17
de España y que, si no consentían, serían conquistados por la fuerza. En este sentido, en
1513 se va a elaborar un documento formal, llamado Acta de Requerimiento redactado
por Juan López Palacios Rubios (Levaggi 1993: 83-85). La reacción de los pastores, ante
la incomprensión y el aspecto de los recién llegados es huir. Este capítulo resulta una
manera muy interesante de comprender cómo se debieron sentir los nativos americanos
al llegar los españoles. Al trasladarlo a nuestro punto de vista, a nuestra cultura, nos
resulta más fácil visualizarlo y ponernos en la piel de los pueblos conquistados.
Por otra parte, debido a la reacción de los nativos, que huyen como liebres, deciden
bautizar las nuevas tierras como Tochtlan “el lugar de los conejos”. Denominación que
no parece fruto del azar, pues la etimología de “Hispania” es i-shepan-im, nombre dado
por los Fenicios a nuestro actual país es precisamente “costa o isla de los conejos”
(Fernández Corte, 1999-2000: 59-60).
En las páginas siguientes el narrador recoge todos aquellos elementos que llaman la
atención a Quetza y a sus acompañantes. Uno de ellos es el caballo que describe como
“cuerpo de bestia, semejante a una llama, pero mucho más grande, lleno de bríos,
músculos y cubierto de un pelaje negro azabache (…) se trataba de dos entidades en una:
del lomo de la bestia surgía el cuerpo de un hombre” (capítulo 1). Esta especie había
existido en Hispanoamérica, pero se extinguió hace unos 10.000 años, por tanto, los
mexicas no conocieron este animal hasta que llegaron los colonizadores españoles
(Segovia, 2020).
Otro hecho que contempla con asombro la expedición recién llegada a Huelva es la
actuación de la Santa Inquisición y la imagen de Cristo Crucificado. Para poder
comprenderlo hacen una proyección de sus propias costumbres religiosas y asimilan la
ejecución por medio de la hoguera con un ritual de sacrificio a los dioses. Algo semejante
ocurre en el capítulo segundo, titulado el panteón de los salvajes, cuando entran en un
templo y observan toda la iconografía cristiana. Identifican a Cristo Rey como Dios de
los Sacrificios, mientras que la Virgen María sería una Diosa de La Fertilidad, puesto que
lleva en brazos a un niño. A estas se le unen, por una parte, muchas otras divinidades
como los ángeles, que son seres alados y los santos, que consideran semidioses; y, por
otra parte, los “dioses del Mal”.
Los carruajes y el uso de la rueda dejan perplejo a Quetza en el capítulo 2 de la tercera
parte. El narrador explica que los aztecas conocían la rueda, así como al sistema de
rodillos para trasladar objetos pesados, pero que nunca habían unido las nociones de rueda
y eje. Ochoa (1994: 33) se explica, que efectivamente, aplicaban la rueda a pequeñas
18
miniaturas de animales, pero no la emplearon en el uso de carruajes. Se han dado
diferentes explicaciones a este hecho, bien que no poseían animales de tiro, bien que no
conocían el hierro necesario para efectuar estos medios de transporte. Más adelante, en el
capítulo 19, Quetza cree que el haber carecido de la rueda les va a proporcionar una
ventaja a la hora de conquistar ese Nuevo Mundo, puesto que los soldados mexicas
estaban más preparados para caminar sobre terrenos más complejos, atravesar desiertos,
montañas y ríos. Por lo tanto, si a esas cualidades les añadían los recién descubiertos
caballos y los carruajes, ya no habría nada que los pudiera detener.
Las armas son otro punto fundamental que diferencia a los dos pueblos y puede
equilibrar la balanza en una futura guerra. El protagonista se sorprende ante el uso de la
pólvora y especialmente, con “el arma más mortal que hubiesen podido imaginar”, la
denominan “flecha de fuego”, de hecho, este es el título del capítulo 3, y se trata del
cañón. Estas eran muy diferentes y más letales que las existentes en el ejército azteca, en
el que los soldados rasos empleaban hondas, arcos y flechas, mientras que los de elite,
blandían espadas de obsidiana o macuáhuitl en los combates cuerpo a cuerpo (Bueno
Bravo 2009: 187). Por ello, el capitán mexica quiere llevarse armas y pólvora en su barco
y así lo solicita al “cacique” de Huelva en el capítulo 14.
Al igual que los caballos, los carruajes y las armas, las embarcaciones son otro
elemento crucial para realizar la conquista del nuevo territorio. Quetza es consciente al
ver las naves españolas que en cualquier momento estas podrían atravesar el océano y
llegar a su tierra, portando un gran ejército pertrechado con caballos y armas, que
destruiría su civilización. Precisamente el uso de la carabela, reemplazando a la galera,
va a permitir que Castilla y Portugal puedan lanzarse a la aventura Atlántica, debido a
que se trata de una nave pequeña y ligera, con facilidad de maniobra y poco calado, peor
que podía almacenar alimentos para muchos tripulantes durante varios meses (Rojas
Donat, 2001: 131-132)
Paralelamente, se realizan comparativas entre el modo de vivir en Tenochtitlán y en
España. Critican la ciudad de Huelva por no poseer ni plantas ni agua, ni chinampas, ni
canales por sus calles. Para Quetza y los demás americanos, los europeos son unos
salvajes por sus costumbres como el ruido que hacen (“Aquí todo el mundo grita. No
alcanzo a comprender la razón”, capítulo 2), la falta de higiene y exceso de ropa, que
sumado al calor que hace se traducen en un olor insoportable. Esto no es de extrañar, pues
los aztecas tenían unos escrupulosos hábitos higiénicos y se aseaban todos los días (García
Blanco, 1993: 60-61). Curiosamente, a Colón le llamó la atención en su primer encuentro
19
con los nativos americanos su falta de ropa: “Ellos andan todos desnudos como su madre
los parió” (Diarios de Colón, 11 de octubre).
Del mismo modo, Quetza mira con desprecio el valor que otorgan los europeos al
dinero y su desmesurada ambición. Ve en el oro la debilidad de los españoles y la puerta
de entrada para realizar su conquista de esas tierras: “La corrupción de estos gobernantes
ha de ser nuestra aliada a la hora de entrar con nuestros ejércitos. Poco les importa el bien
de sus pueblos o el honor de sus hombres, hay aquí una palabra que impera sobre
cualquier otra: oro.” (capítulo 11). Por una parte, describe cómo este es utilizado en el
capítulo 5: “acuñaban el oro y la plata en forma de pequeños discos para cambiarlos por
productos”. Ya vimos anteriormente que los aztecas no empleaban la moneda acuñada,
sino que realizaban pagos con objetos como telas, piedras preciosas, polvo de oro o cacao
(Durand-Fores, 1967: 178-179).
Otra ventaja que ven los mexicas sobre los castellanos para poder emprender su
conquista es la división política de su territorio. En el capítulo 9 se indica que “Tochtlan,
llamada por los nativos España, constituye una unión artificial de distintos reinos que
poco tienen en común; al contrario, estos pueblos se guardan una rivalidad contenida,
latente como la vida dentro de una semilla, tendiente a desatarse” (capítulo 9). Quetza se
refiere principalmente a la rivalidad entre los cristianos y los musulmanes y más tarde,
incide en que las guerras que se libran en esa zona del mundo son “guerras entre sus
dioses”. El protagonista reflexiona sobre las similitudes existentes entre el Dios cristiano,
Alá y Yahvé, sí como de los libros sagrados. Incluso introduce las coincidencias que esas
divinidades poseen con respecto a la mitología mexica, por ejemplo, Mahoma y Tenoch
y su papel como profetas y guías de su pueblo. Tras esta digresión, el capitán concluye
que es importante que cuando conquisten esas nuevas tierras, los colonizados acepten la
religión de Quetzalcóatl, pues “era imposible dominar a un pueblo si no se le imponían,
por la fuerza de la fe, los dioses de los vencedores” (capítulo 9). En esta línea, en la
conquista de América la labor evangelizadora fue esencial. De hecho, la estimación de
los indígenas como buenos siervos que podían convertirse fácilmente al catolicismo, pues
no parecía abrazar ninguna otra religión fue uno de los argumentos empleados por
Cristóbal Colón en sus entrevistas con la reina Isabel. La evangelización de América
constituyó un proceso lento y complejo, debido al desconocimiento de las lenguas
indígenas. (Ramón Domene, 2020: 388). La Iglesia en América se organizó a través del
Patronato Regio y el rey de España fue el jefe supremo de la iglesia americana (Ramón
Domene, 2020: 388).
20
En el capítulo 6 Quetza conoce a Keiko, llamada Carmen por los cristianos, y se
enamora de ella. Se trata de una prostituta japonesa que les es presentada como ofrenda
por el “cacique” de Huelva. A partir de este encuentro se produce una reflexión del
narrador sobre la práctica de la prostitución en España y su comparación con
Tenochtitlán. En la España de la época la prostitución estaba regulada por medio de las
Ordenanzas de Mancebía; tal y como escribe Andahazi, las mancebías eran una forma de
prostitución reglamentada que correspondía bien a la autoridad real, o bien a la municipal.
Existía un gestor, llamado “padre” o “madre” cuya función era “hacer cumplir las
ordenanzas, administrar, proveer el menaje de las prostitutas y cobrar las rentas”. Era el
ayuntamiento, o bien instituciones asistenciales u órdenes y corporaciones religiosas las
que tenían la propiedad de los locales (Moreno Mengíbar y Vázquez García, 1997: 34),
de ahí que el narrador afirme en el capítulo 6 que la autoridad eclesiástica se encargaba
de la supervisión de dichas actividades. Por su parte, la prostitución estaba también
firmemente regulada en Tenochtitlán, por eso los recién llegados comprenden el
ofrecimiento del gobernador de Huelva. Entre los mexicas, las prostitutas recibían el
nombre de Ahuianime. Se requerían sus servicios en ciertas festividades como Quecholli,
Tlacaxipehualiztli, Huey Tecuilhuitl, etc. y para animar a los que iban a ser sacrificados
(López Hernández, 2012: 401-404).
En relación con el personaje de Keiko, en el capítulo 19 se trata el tema de la violación;
pues el gobernador de Marsella y otros mandatarios, que habían detenido y encarcelado
a los mexicas y huastecos, deciden acosar a la joven japonesa, tras someterla a un
interrogatorio. En ese momento, Quetza y los demás irrumpen en el palacio y atacan a los
marselleses, a los que vencen disfrazados de Caballeros Águila y Caballeros Jaguar,
rescatando así a la muchacha. La violación en Tenochtitlán estaba penada con la muerte,
tal como se indica en el capítulo 19 de la novela, así como en la bibliografía consultada
(López Hernández, 2012: 408). En la Castilla de la época no existían casi denuncias por
violación y generalmente los casos de violencia sexual eran castigados con multas
económicas o “penas difamantes” (Córdoba de la Llave, 2004: 393-394 y 434).
En otro orden de cosas, en el capítulo 4 se hace manifiesto el problema de la
comunicación lingüística de los colonizadores americanos con respecto a los europeos.
El gobernador de Huelva busca a varios intérpretes para poder entenderse con los recién
llegados, que habían sido confundidos con viajeros procedentes de Oriente. No se puede
dejar de relacionar este hecho con la importancia que tuvieron los intérpretes en la
colonización del continente americano. Tal y como señala De la Cuesta (1992: 25):
21
“Colón muere sin saberse descubridor por falta de verdaderos intérpretes”. El propio
almirante es consciente de la importancia de hacerse entender, por ello, el 11 de octubre
en su Diario aparece indicado que: “Placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo
de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar”. Asimismo, los
intérpretes de estas numerosas lenguas amerindias fueron los primeros de nombre
conocido en la historia de esta disciplina (De la Cuesta 1992: 26).
Precisamente, en este encuentro con el gobernador de Huelva, se confunde a la
expedición de Quetza con viajantes venidos de Oriente, afirmación que no va a
contradecir el mexica para ocultar su verdadero origen. Además, gracias a este error, son
bien recibidos y tratados con gran lujo y mimo. Esto se debe a que los españoles buscaban
nuevas rutas comerciales con Oriente, pues existía un bloqueo que dificultaba el acceso a
estas debido a las hostilidades con los musulmanes. Por ello, se buscaba una nueva ruta
hacia China, India o Persia, ya que el camino por mar y tierra estaba centralizado en
Alejandría y dependía del sultán de Egipto. Además, en las rutas del Mar Rojo y el Golfo
Pérsico, los jeques árabes gravaban los productos, incrementando desorbitadamente su
precio (Rojas Donat, 2001: 132). Este hecho se explica tanto en el capítulo 5 como en el
13, en el que es la propia reina Isabel La Católica la que expone sus preocupaciones a
Quetza y le reclama un mapa con la ruta que él había utilizado para llegar de Asia a
España. Los primeros en intentar buscar nuevos pasos para Oriente fueron los marinos
genoveses en la etapa que el mundo académico, siguiendo a Pérez-Embid (1948)
denominó de “Navegaciones aisladas” (1291-1340), (Rojas Donat, 2001: 132). En la
siguiente fase de “Tanteos organizados” (Rojas Donat, 2001: 132), Castilla y Portugal
comienzan sus incursiones por el Atlántico. Surgen así las tensiones entre los dos reinos
que se harán más patentes en la etapa de “Rivalidad Política” entre Castilla y Portugal
(1415-1494), que cristaliza en el Tratado de Alcaçovas-Toledo, en el que se reconoce la
conquista castellana sobre Canarias y la colonización portuguesa de la costa occidental
africana, renunciando Castilla a navegar en ese territorio (Rojas Donat, 2001: 140-143).
Esta rivalidad se recoge en el capítulo 5 “Así, se enteró de que las vías a Oriente eran el
centro de una vieja disputa con un reino vecino llamado Portugal”.
Como se acaba de indicar, en el capítulo 13, titulado “El almirante de la reina” se
produce un encuentro entre la expedición mexica y la reina de Castilla, Isabel La Católica.
Tiene lugar en Medina del Campo en el palacio que deja asombrado a Quetza por su
grandiosa arquitectura. Allí la monarca les explica los problemas de Castilla para acceder
a las rutas orientales y obtener todos los productos esenciales para las ropas, las comidas,
22
las medicinas y los adornos que empleaban en su mundo. Por ello, se ve obligada a la
búsqueda de una alternativa y solicita de los extranjeros un mapa que contenga el
itinerario que siguió el capitán azteca desde su supuesta patria Catay hasta las costas de
Huelva. Quetza y Keiko saben que no pueden responder a la reina con la verdad, pues
revelarían la existencia de un nuevo continente y su conocimiento de la esfericidad del
mundo. Para dibujar el mapa la reina llama a un hombre que “tenía una mirada
experimentada, la frente alta y una convicción que se hacía evidente en cada gesto, en
cada palabra” (capítulo 13). En la manera de dibujar el mapa, Quetza comprende que
aquel hombre sabe que la tierra es una esfera y los dos hombres se miran sin decir palabra,
pero sabiendo que comparten ese conocimiento en común. Al final del capítulo se desvela
que esa persona no era otra que Cristophoro Colombo.
Realmente, en Europa ya se había defendido la esfericidad de nuestro planeta antes de
que naciera Cristóbal Colón. Personalidades de la antigua Grecia como Aristóteles o
Ptolomeo apoyaban esta idea que, a través de ellos, llegó a autores posteriores como
Tomás de Aquino en el siglo XIII. También Alberto Magno (1200-1280), Ramón Llull
(1232-1316) o Toscanelli (1397-1482) siguieron esta línea; de manera que era una
concepción que contaba con bastante aceptación en la Castilla de la época de Cristóbal
Colón. Realmente, lo que sembraba dudas en el plan del almirante genovés no era tanto
su concepción de la forma de la tierra, como las distancias certeras que podía haber entre
los distintos continentes que había dentro de ella (Pirazzini, 2020).
Tras su periplo por Castilla en la que visitaron Huelva, Sevilla (a la que bautizó con el
nombre de Xochtitall, “el lugar de los jardines” (capítulo 11), Ciudad Real, Medina del
Campo, en cuyo palacio conocen a la reina y a Cristóbal Colón, retornan a Huelva y
vuelven a embarcar. En ese momento, disponen de dos naves, puesto que la reina
castellana les había ofrecido una carabela, en la que podían transportar caballos y yeguas,
carros, ruedas, frutas, semillas y varias armas, para mostrarlas a su Tlatoani. La
tripulación se había dividido en dos; Maoni estaba a la cabeza de la nave americana y
Quetza capitaneaba la castellana (capítulo 14).
Tras bordear las Islas Baleares, muy fortificadas y bajo el dominio del Reino de
Aragón, se dirigen a Francia y toman tierra en Marsella (capítulo 16), que es bautizada
como Ailhuicatl Ipac Tlamcmacalli “la pirámide sobre el mar”, puesto que creen que esto
es realmente el promontorio con la cruz que divisan desde su puerto. Allí son confundidos
con piratas y apresados por su dirigente. Ya se comentó antes que se acaban escapando y
derrotan a sus captores mediante una lucha cuerpo a cuerpo pertrechados con sus armas
23
y sus atuendos de Caballeros Jaguar y Águila. Esta victoria anima a los americanos,
considerando que es posible vencer y conquistar a este pueblo. De todas maneras, también
influyó en este conflicto el miedo que sentían los marselleses por las tropas de Catay de
donde creían que procedían los extranjeros, de la que se comenta en el capítulo 19 que:
“la sola mención de las tropas de Catay aerizaba la piel de cualquier gobernante europeo
(…) Catay bajo la dinastía Ming, en tiempos de paz, mantenía dos millones de soldados
permanentes en sus filas” (capítulo 19).
Tras abandonar Marsella se adentran en la Galia y Quetza se documenta, para poder
llevar a cabo sus planes de conquista, sobre los hechos históricos, políticos y bélicos de
este país. Se centra principalmente en la rivalidad entre francos y anglos (capítulo 19),
remontándose a la conquista de Inglaterra por parte de Guillermo de Normandía (1028-
1087). A partir de aquí menciona a diferentes soberanos ingleses y franceses,
describiendo sus disputas y la pérdida de territorios en la Francia continental (Chesterton,
1920: 2-5). En la época de Quetza ya había finalizado la guerra de los 100 años (1337-
1453), a partir de la cual Francia recupera territorios que le habían sido arrebatados por
los ingleses. Los mexicas se asombran de la crueldad de los guerreros europeos a los que
apodan “salvajes”, pues tomaban poblaciones rurales indefensas, asesinaban a los
hombres, saqueaban y quemaban sus viviendas; e incluso antes de llegar los enemigos
incendiaban los campos, bosques y cosechas para que solo hallaran hambre y
padecimientos (capítulo 19).
El viaje por la Galia continúa por Aviñón, que había sido sede papal solamente durante
70 años desde 1309, debido a la situación convulsa de Italia en ese momento (Domínguez
Sánchez, 2021: 77). En ese momento, por la cronología de la historia, el Papa que estaría
en el poder sería Inocencio VIII (1432-1492), el cual ya residía en Roma, según la visión
de los mixtecas y huastecos sería el máximo Teopixqui de los nativos (capítulo 20).
Tras esta ciudad, se suceden otras como Valence, Grenoble, Saint-Èttiene y Lyon, que
posee un gran mercado (capítulo 20). No obstante, es París la ciudad gala que los
impresiona por su parecido con Tenochtitlán, pues su templo principal se halla en medio
de la isla. En la catedral de Notre-Dame, el capitán mixteca dialoga con un sacerdote
sobre los dioses y el concepto de Santa Trinidad, el cual no es incomprensible para
Quetza, puesto que lo relaciona con las distintas advocaciones de sus dioses; por ejemplo,
el mismo Quetzalcóatl era dios de la Vida, aunque también podía identificarse con
Ehécatl, dios del Viento o Xólotl, el planeta Venus (capítulo 20).
24
Retoman el viaje marítimo y, aunque hay pocas noticias sobre esta parte de la travesía,
llegan a Italia. Allí se destaca la belleza de sus distintos reinos y ciudades, especialmente
Florencia y Venecia. Admiran el arte renacentista italiano y entran en contacto con esta
nueva visión del mundo que reclama el antropocentrismo o “culto al individuo” (capítulo
21). Consideran a los italianos como su polo opuesto, precisamente porque el hombre es
el centro de todo, porque no es el último eslabón de la cadena tras los dioses como los
aztecas y porque celebran la vida, siguiendo el tópico del carpe diem, tomado de la
literatura clásica horaciana “Collige virgo rosas” (Martínez Cuadrado, 1994: 97-98). La
poética mexica, en cambio, postula que “solo se vive en la Tierra” y, precisamente, en
este capítulo 21 se recogen tres composiciones poéticas de origen azteca, atribuidas a
Nezahualcóyotl y a dos autores de nombre desconocido, pero procedentes de Tenochtitlán
y Chalco, respectivamente. Nezahualcóyotl (1402-1472) fue un rey de Texcoco y pudo
recuperar Acolhuacan de manos de los tepanecas, además realizó una estructuración
interna del reino (Hicks: 1978: 9). Aparate de dirigente, fue un conocido poeta en lengua
náhuatl (León-Portilla, 2006: XVII). Bebió de la tradición tanto chichimeca como tolteca
(León-Portilla, 2006: 16) y se conservan unas treinta composiciones que tratan sobre
temas como la muerte inevitable, la fugacidad de la vida, el tiempo o el más allá.
Los otros dos poemas los hemos encontrado citados en alguna bibliografía como
(Rosillo Martínez, 2014: 32), en los que se analiza el sentido de la vida de los aztecas,
dominada por la muerte como un hecho igualador, pues los príncipes también mueren. En
este sentido, no es de extrañar que los mexicas reciban con mucho interés el tópico del
carpe diem, como modo de afrontar la vida efímera.
Por otra parte, Quetza ve la ciudad de Venecia, la de las chinampas doradas, como la
melliza de Tenochtitlán debido a sus calles, palacios, puentes, barcas y mercados. Por ello
decide que debería ser la capital del nuevo Imperio Mexica de Oriente (capítulo 21).
El siguiente capítulo lleva el título de “El libro de las maravillas” en clara referencia a
Marco Polo. Sin embargo, a diferencia del italiano que cruzó hacia Asia por tierra, los
aztecas harán su viaje por mar. El capitán mexica determina que volverán a su patria
navegando hacia el este. De este modo, aunque el narrador indica que “muy pocos apuntes
quedaron del viaje de la avanzada mexica por Oriente” (capítulo 22), sabemos que la
expedición navegó por el Adriático y llegó a Eubea y a las islas griegas, en las que tuvo
noticia de los dioses del panteón olímpico. Posteriormente, llegan a Bizancio, puerta de
unión entre Oriente y Occidente y lugar en el que el templo de Santa Sofía fue iglesia y
después mezquita, como testigo de la lucha de poder entre los seguidores de Cristo y
25
Mahoma (capítulo 22). Pasan también por Turcomania, la Gran Armenia, Mosul, Susa y
visitan la India, donde les llama la atención su religiosidad basada en la contemplación
interior y la creencia en la reencarnación. En estos países reciben agasajos que van
guardando en la carabela para mostrarlos al Tlatoani en su regreso a casa. Entre ellos van
animales como camellos, pero también una elefanta embarazada (capítulo 22). Siguen
avanzando hacia el este y recalan en Sumatra, en la Isla de Oro y por las costas de Jaitón,
Fugiú, Ciascián, Ciangán, Ciangiú y Tigiú (capítulo 22). Según se acercan a Catay (norte
de China), empiezan a sentir familiaridad con lo que ven e incluso dicen ver la figura de
Quetzacóatl en un palacio de Tundinfú. Esto se debe a las similitudes existentes entre el
dragón chino y la serpiente emplumada mesoamericana (Changfa, 1990: 239-245).
También les resultan próximas las esculturas, las pinturas y la arquitectura con pagodas;
así como los puentes elaborados en caña, piedra y madera. Del mismo modo, hay un claro
paralelismo entre el calendario azteca, del que ya se habló anteriormente pues Quetza
había participado en su mejora, y el calendario Yi chino. Según Baozhong y Wang Dayou
(2004), este calendario Yi habría sido descubierto en 1989 y constaría de 365 días
divididos en 18 meses e 20 días con un período “abstenido” de cinco días. Su emblema
sería el tigre, mientras que el de los aztecas era el jaguar. Además, varios símbolos
coinciden en ambos calendarios: serpiente, perro, mono, tigre (jaguar) y conejo. Esto
mismo es lo que escribe Andahazi en el capítulo 23 bajo el epígrafe “El lugar del origen”.
Precisamente, poniendo rumbo al este de Catay llegan a las tierras legendarias y míticas
Aztlán, “el sitio de las garzas”. En el capítulo 24 “El sueño de Tenoch” se describe esta
ciudad de origen como semejante a Tenochtitlán. Está formada por siete pirámides, una
plaza, calzadas, el Gran templo, la piedra de los sacrificios y se topan con todo vacío y
deteriorado, como si hubiera sido abandonado, pero sin signos de que hubiera ninguna
batalla, altercado o catástrofe natural. Los únicos seres que quedan son las garzas
caminando por las ruinas. Quetza se emociona al descubrir una escultura con una
serpiente y un pájaro, pues sería la señal que habría guiado a Tenoch y a su pueblo. Tras
la contemplación de su lugar de origen, deciden marcharse sin llevarse nada del lugar
para no profanarlo (capítulo 24). No hay acuerdo entre los estudiosos a la hora de
determinar la situación exacta de Aztlán (Reyes Morales y Romero Galván, 2019: 82).
Stoopen Galán (2015: 145) presenta un mapa con distintas posibilidades que van desde
el norte de México hasta diferentes puntos del centro y el oeste de Norteamérica. En El
conquistador se propone un origen más exótico, en un lugar entre Catay (norte de China)
y Cipango (Japón). De este modo se vincula la procedencia de los aztecas al origen del
26
hombre en América, que según la comunidad científica estaría en el continente asiático
(Sixirei Paredes, 2009: 16).
La última escala del viaje de retorno a casa se produce en Cipango, el actual Japón.
Aquí separan Quetza y Keiko, pues ella retorna al hogar del que había sido arrebatada
(capítulo 25).
Después de 90 días cruzando el océano Pacífico, divisan los acantilados del norte de
Oaxaca. Sin embargo, desgraciadamente ocurre una terrible tempestad y la carabela
comandada por Quetza, en la que transportaban todos los agasajos que atestiguaban su
vuelta alrededor del globo naufraga, perdiendo su carga debajo del mar (capítulo 26).
Maoni rescata al capitán mexica, pero murieron cinco hombres y todas las pruebas de su
aventura habían desaparecido. Con espíritu de derrota entran en Tenochtitlán, donde
Quetza ve acrecentado su dolor al enterarse de que Tepec ha muerto e Ixaya se ha casado
con Huatequi, del que esperaba un hijo (capítulo 27).
La historia termina de manera dramática cuando va a entrevistarse con el nuevo
emperador, Ahuíztotl, pues Tízoc había fallecido. El Tlatoani no estaba informado de los
planes de Quetza y no le dirige la palabra, sin embargo, su viejo rival, el sacerdote
Tapazolli, sigue en su cargo y hace que el protagonista se derrumbe al constatar que no
puede aportar una sola prueba de su viaje.
Finalmente, Quetza es desterrado de nuevo a Huasteca, mientras que sus compañeros
de travesía son sacrificados. Él se dedica a subirse a un lugar alto y contemplar el mar,
sabiendo que algún día verá llegar a la costa las naves del almirante de la reina (capítulo
28).
De este modo, Andahazi conecta de nuevo la ficción con la historia, puesto que la
expedición de Quetza no tiene ninguna trascendencia, puesto que ni el Tlatoani va a
tomar ninguna medida contra la llegada de los españoles, ni en Europa tuvieron nunca
constancia de que habían recibido la visita de unos habitantes procedentes de un
continente que no conocían.
3. CONCLUSIONES
Son varios los aspectos que hacen de El conquistador una obra de lectura muy
recomendable para un estudiante del Grado de Historia.
En primer lugar, como novela, cuenta una historia amena, sencilla de entender, sobre
las aventuras de un joven mexica que decide dar la vuelta al mundo para salvar a su tierra
de una desgracia.
27
Sin embargo, esa es solo una primera aproximación, pues haciendo un estudio más
minucioso de la obra, constatamos que su primera parte es todo un compendio de datos
sobre la civilización azteca.
Gracias a los personajes de Quetza y Tepec el lector puede pasear por Tenochtitlán,
imaginarse los diferentes Calpulli, el bullicio de la gente en los mercados y las chinampas
y los jardines entre los canales. Se describen intercambios comerciales haciendo uso de
polvo de oro o cacao. Se explica cómo estaba estructurada y cómo funcionaba la sociedad,
así como las costumbres que tenían, cómo se configuraba su educación y cuáles eran sus
valores éticos.
Paralelamente, las palabras de Andahazi ilustran la importancia de los dioses y los
sacrificios en esta cultura, así como la rivalidad existente entre Quetzalcoátl y
Huitzilopochtli, de la que se harán eco los personajes Tepec y Tapazolli.
Por otra parte, asistimos al aprendizaje y formación del protagonista, que nos descubre
el funcionamiento interno de los Calmélac y acaba siendo un alumno aventajado con
grandes conocimientos de historia, navegación y astronomía, pues a partir de la
observación de los astros y los eclipses deduce que la tierra es redonda.
Debido a estas habilidades, realiza reformas esenciales para su pueblo como el
calendario y los puentes. Este es el caldo de cultivo para que Quetza deduzca que va a
haber una catástrofe en su civilización, teniendo en cuenta la leyenda de los cinco soles,
que va a proceder del Océano. Tras conseguir el permiso de Tízoc se embarca en la
aventura con una tripulación medio mexica y medio huasteca.
Arranca así una segunda parte en la que cambia el estilo de la novela y Andahazi
adopta la forma de diario de navegación tomando como modelo los diarios de Cristóbal
Colón escritos por Bartolomé de las Casas. Esto otorga verosimilitud a la obra, sobre todo
cuando tropiezan con nativos con los que también se había encontrado Colón y extraen
conclusiones similares. Lo mismo ocurre con la descripción de la incertidumbre, las
tormentas y los motines a bordo de los barcos, que ambos marinos experimentaron. Al
lado de esto, la forma de diario epistolar en primera persona, permite que el lector se
inserte rápidamente en la acción y reflexione sobre cómo se pudieron sentir el almirante
genovés y su tripulación durante su primer viaje por una ruta desconocida sin saber lo que
iban a hallar en su camino.
La tercera sección se inaugura con la llegada a tierra de la expedición mexica. Consta
de 28 capítulos que se sitúan en la historia ficción, respondiendo a la pregunta de qué
pasaría si los americanos hubieran llegado primero a Europa y planearan su conquista. Se
28
trata de una propuesta muy sugerente, porque permite ver un momento histórico desde
los ojos de los otros, en algo parecido a lo que muestra Las cruzadas vistas por los árabes
(Maalouf, 2012), aunque en este último caso no se trata de una ficción.
Desde mi punto de vista, podemos entender mejor el proceso del descubrimiento y
conquista de América y, sobre todo, qué significó y cómo lo vivieron los indígenas, si le
damos la vuelta a los hechos y vemos cómo estos afectarían a nuestra civilización.
La mirada que Quetza posee de Europa, como pueblo salvaje y cruel en la guerra,
ambicioso y solo preocupado por el oro y el poder, con diferentes costumbres y formas
de vestir, adorando a unos dioses que no infunden temor, no es muy diferente a la que
podían expresar los españoles que tuvieron contacto con los indígenas americanos.
Por otra parte, el mundo nuevo y desconocido también despierta la curiosidad de los
recién llegados, de manera que son conscientes de una serie de hallazgos que pueden
asimilar para mejorar su cultura como el empleo de la rueda en los carruajes y el uso del
caballo.
Así mismo, se ponen sobre la mesa otros aspectos fundamentales en la colonización
como la necesidad de intérpretes y de conocer la lengua de los nativos, el control religioso
y el conocimiento de las tácticas de guerra del adversario. En este sentido, el protagonista
reconoce la superioridad armamentística de los europeos y, por ello quiere llevarse armas
para su patria.
La ficción de esta tercera parte se entrelaza constantemente con la realidad histórica,
pues los mexicas visitan lugares existentes en la época en distintos puntos de Castilla,
Francia, Italia, Asia Menor, India, Catay y Cipango. A su vez, tienen contacto con
personajes históricos como La Reina Isabel o Cristóbal Colón. Pero el entramado fábula-
ficción no solo se queda aquí, ya que en las diferentes páginas de esta sección se citan
acontecimientos como la búsqueda de nuevas rutas hacia Oriente debido al bloqueo por
parte de los musulmanes y el sultán de Alejandría, o la Guerra de los Cien Años y los
enfrentamientos entre Francia e Inglaterra, así como la rivalidad entre Castilla y Portugal
por el dominio del Atlántico.
Si durante la travesía de Quetza el molde discursivo empleado por Andahazi era el
modelo de los diarios de navegación, en su recorrido por el mundo sigue el modelo del
Libro de las maravillas de Marco Polo. De hecho, el capítulo 22 en el que comienza la
ruta por el continente asiático, recibe este nombre.
Además de la descripción de lo que más le asombra de cada país asiático por el que
van parando, hay tres momentos cruciales para la historia. Por una parte, la relación entre
29
la cultura y las manifestaciones artísticas y religiosas de Catay y Tenochtitlán, que invitan
a preguntarse por un pasado común. Por otra parte, la llegada a la mítica Aztlán, que como
se indicó previamente, el autor de El conquistador ubica en una isla entre Catay y
Cipango, haciendo hincapié de nuevo en la relación entre Oriente y el continente
americano. En tercer lugar, un momento de gran tensión en el libro es la despedida de
Keiko y el retorno a su país.
El final de la obra resulta demoledor, pues una tempestad termina definitivamente con
la idea que se había hecho Quetza de llegar victorioso a su tierra con muchos animales,
semillas y objetos exóticos que respaldaban la historia de su viaje alrededor del planeta.
Sin embargo, su carabela naufraga y todo su contenido acaba en el fondo del mar.
Retorna, por tanto, derrotado y este sentimiento se agrava al conocer que ha perdido a su
padrastro y que la mujer con la que esperaba casarse ya tiene otro marido. Para empeorar
las cosas el Tlatoani no sabe nada de su historia y la intervención final de Tapazolli
pidiendo pruebas, enmudece de por vida al protagonista, que remata sus días desterrado
esperando la llegada de las naves de los conquistadores castellanos.
Como ya se indicó en la parte final del comentario, con este desenlace, Andahazi
vuelve a fundir la ficción de Quetza con los acontecimientos históricos, puesto que es
como si su expedición nunca se hubiera producido, al carecer de pruebas y testigos
también al otro lado del mundo (no olvidemos que los confundieron con viajeros
procedentes de Catay). Su proeza no tuvo repercusiones, así que la llegada de Cristóbal
Colón a América tal y como sucedió en la realidad tendría cabida en la narración de El
conquistador, ya que tal y como remata la obra: “la guerra de los dioses estaba por
comenzar”.
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  • 1. TRABAJO MONOGRÁFICO: EL CONQUISTADOR DE FEDERICO ANDAHAZI Alumna semipresencial: Carmen Manzano Rovira Materia: Historia de América precolombina y colonial 1º Curso Curso escolar 2021-2022
  • 2. 2 ÍNDICE 1. Introducción 3 2. Comentario 4 2.1. Primera parte 2.2. Segunda parte 2.3. Tercera parte 5 13 16 3. Conclusión 26 4. Referencias bibliográficas 29
  • 3. 3 1. INTRODUCCIÓN El texto objeto del presente comentario es una novela titulada El conquistador, publicada en 2007 por la editorial Planeta. Su autor es el escritor y psicólogo argentino Federico Andahazi, que recibió el galardón del Premio Planeta precisamente debido a la creación de esta obra. Se trata de una narración de ficción histórica ambientada en la época del imperio azteca antes de la llegada de Cristóbal Colón. El protagonista es Quetza, un niño huérfano, salvado del sacrificio por el sabio Tepec. A los 15 años ingresa en el Calmélac donde recibe una austera educación militar y destaca por sus conocimientos astronómicos y de navegación. Antes de terminar su formación comunica al emperador la necesidad de cruzar el mar para evitar la caída de su imperio. Es desterrado y emprende el viaje alrededor del mundo. Llega a la España de los Reyes Católicos, visita Francia, Italia y Grecia, cruza Asia y regresa desde allí a Tenochtitlán. Sin embargo, antes de tomar puerto pierde todas las pruebas de su viaje debido a un naufragio. Esta obra posee una estructura tripartita bien diferenciada que el autor rotula con los epígrafes uno, dos y tres. La primera parte está concebida como una novela histórica de narrador omnisciente en tercera persona que relata la infancia y formación de Quetza. Por ello, se puede considerar también como un Bildungsroman o novela de aprendizaje. Por otro lado, en ella se efectúa un concienzudo y pormenorizado contexto histórico en el que se pone ante los ojos del lector cómo era la arquitectura, sociedad, religión, cultura y educación de esa civilización. La segunda parte del libro consiste en un diario epistolar escrito en primera persona por el protagonista y destinado a la mujer que ama, Ixaya. En estas cartas relata el viaje en barco de la expedición hasta su llegada a Europa. Los días son denominados según la cultura mexica con un nombre como “agua, junco, serpiente, etc.” y un número. Por último, el tercer apartado recobra la forma de relato en tercera persona, pero esta vez con un narrador que no conoce todos los detalles de la historia, ya que se basa en apuntes y anotaciones de Quetza, los cuales a veces son escasos: “Muy pocos apuntes quedaron del viaje de la avanzada mexica por Oriente” (tres, capítulo 22). Como se trata de una novela de ficción histórica, el objetivo del texto es fundamentalmente entretener, aunque también proporciona muchos datos históricos, que invitan a una reflexión sobre el tema de la conquista de América. Precisamente, uno de los aspectos más interesantes es el parangón que puede establecerse entre la ficción
  • 4. 4 relatada por Andahazi y los hechos históricos reales coincidentes con la llegada de Colón a América. 2. COMENTARIO Tal y como se indicó en la introducción, El conquistador es una fábula histórica situada en la época del imperio azteca (Andahazi emplea la denominación mexica) justo antes de la llegada de Cristóbal Colón. En la primera parte, el autor inserta a sus lectores en el mundo de aquella civilización mostrando sus creencias religiosas, forma de vivir, costumbres, organización social, sistema educativo y sistema económico. Todos estos aspectos se articulan en torno al hilo conductor de la historia de Quetza. Sixirei Paredes (2009: 64) nos explica que los mexicas eran una tribu nahua originaria de las tierras del norte. Legendariamente procederían de Aztlán, la tierra de las garzas, lugar que dejaron atrás en el siglo XII para seguir al dios Huitzilopochtli basándose en una profecía. Hay testimonios de su presencia en la zona de Chapultepec a mediados del siglo XIII. Llegaron al Valle de México, donde ya existían otras civilizaciones en las que se intentaron integrar en las capas más bajas de la sociedad, sin embargo, la convivencia no fue pacífica. Según De Rojas (2018: 387) esta constituiría una de las causas por las que posteriormente fundarán la capital del imperio azteca, Tenochtitlán, en el medio del lago, aunque en la historia narrada por ellos mismos proponen un origen legendario de su civilización. Durante su formación en el Calmélac, el joven Quetza aprende que sus ancestros habían abandonado Aztlán por motivos desconocido. Posteriormente, guiados por el sacerdote Tenoch, inician un éxodo en barco y a pie, encomendándose al dios Huitzilopochtli. Llegan entonces a las orillas del lago Texcoco y el sacerdote les dice que tienen que buscar la señal del águila y la serpiente sobre el nopal para ubicar el sitio donde se va a levantar su ciudad. Al final, durante una cacería, vislumbran la señal en un islote deshabitado en el medio del lago. Esta información se encuentra también en la bibliografía consultada como Sixirei Paredes (2009: 64), Kouakou (2021: 203) y De Rojas (2018: 387). En cuanto a la fecha de fundación, existen varias propuestas, por ejemplo, Sixirei Paredes (2009: 64) se decanta por el año 1370, mientras que De Rojas (2018: 386 y 387) la adelanta al año 1325, argumentado que es la datación más aceptada por el momento.
  • 5. 5 2.1. Primera parte La primera parte de El conquistador está destinada a la descripción de la cultura azteca tomando como hilo conductor la infancia y adolescencia del protagonista. En el capítulo uno nos presenta la ciudad de Tenochtitlán como una isla dorada en el lago de Texcoco con el sistema de cultivo en chinampas, así como las canoas que atraviesan los canales y los cultivos de maíz, frutas y hortalizas. De hecho, el protagonista en el capítulo 17 de esta primera parte contribuye a la mejora del sistema de represas para los momentos de crecidas. El esplendor de la ciudad que se vislumbra a lo largo de las páginas de la novela, lo pone de manifiesto también Sixirei Paredes (2009: 63) al indicar que a Bernal Díaz del Castillo le temblaba la mano al relatar el día en que Hernán Cortés y sus hombres vieron por primera vez esta ciudad, también hace hincapié en su grandeza y diversificación De Rojas (2018: 399). Otro aspecto fundamental para el desarrollo de la acción es la importancia que los sacrificios tenían en la cultura mexica. Quetza se libra de dar su vida al dios de la guerra, Huitzilopotchli, en varias ocasiones. La primera vez era todavía un niño al que salva Tepec intercediendo por él ante el emperador y ganándose así la enemistad del sacerdote Tapazolli. Se sabe que esta era una práctica real y habitual en la cultura mexica, tal y como muestran los resultados de estudios de restos óseos, las representaciones de bajorrelieves, manuscritos pictográficos y códices y también testimonios de los conquistadores españoles por ejemplo en el Códice Florentino (Olivier, 2010). Los sacrificios estaban relacionados con los conflictos bélicos, pues se capturaba a los vencidos y su sangre se ofrecía al dios de la guerra. Según De Rojas (2018: 391) la intención no era matar al enemigo en el campo de batalla, sino hacer prisioneros con el fin de sacrificarlos. De hecho, este fue el destino de los padres y hermanos de Quetza; así que tanto de aquí como de la educación recibida por Tepec le viene al protagonista su desprecio por este tipo de prácticas sanguinarias. Existían muchas fiestas en las que se llevaban a cabo estas ceremonias y se extraía el corazón de los cautivos (Bueno Bravo, 2009: 189). El destinatario de estos sacrificios era el dios Huitzilopochtli, dios de la guerra, al que siguieron los mexicas desde la mítica Atzlán (Uchmany, 1978: 218-219). En la novela se describe en distintos momentos el panteón de las deidades de este pueblo, el cual contiene un abanico muy variado de entidades procedente de la incorporación de las distintas culturas mesoamericanas. Así, al lado de Hueheuteolt (dios del fuego) o Tláloc, dios de la lluvia; destacan fundamentalmente “dos ciclos místicos” para explicar el origen del
  • 6. 6 mundo, que también son mencionados en la novela, a saber, el mito de los cuatro soles, al que hace referencia Quetza, y, el dios de la vida de origen tolteca, Quetzalcóatl (Sixirei Paredes, 2009: 71). En este sentido, es evidente la confrontación entre dos puntos de vista en la narración, que explican el comportamiento de su protagonista y su enemistad con el sacerdote. El sabio Tepec disiente firmemente de los sacrificios y venera a Quetzalcóatl (el Dios de la vida); lo cual lo vincula con sus antepasados toltecas, hecho que se repite en varios momentos de la narración. Su antagonista es el sacerdote Tapazolli, que está a favor de entregar corazones a la deidad de Huitzilopochtli (Dios de la muerte). En esta línea, en el capítulo 17 se explica la figura del sacerdote Tlacaélel, personaje al que se le debe la reescritura de la historia de los mexicas, puesto que destruyó los libros sagrados anteriores y trocó el orden y jerarquía de las deidades, ascendiendo a Huitzilopotchtli al mismo pedestal que Quetzacóatl, Tláloc y Tezcatlipoca. Según la novela, es el que instaura los sacrificios humanos y crea las Guerras Floridas. El poder de este hombre en los ámbitos religioso, ideológico, político y militar y su importancia en la historia mexica lo ha estudiado León-Portilla (2004). Paralelamente, aparece en la primera parte de la obra el interior Templo Mayor, el Huey Teocalli. Este fue descrito por Fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI (De Rojas, 2018: 403) y muchos de los elementos que lo componen nos son presentados a través de los ojos del asombrado y asustado Quetza cuando acude a su primera entrevista con el emperador durante el capítulo 19. El narrador hace que el lector penetre en el recinto amurallado, y los diferentes edificios del complejo como el Calmélac o el templo circular y la pirámide escalonada de dos escaleras cuyos dos templos de la parte superior están dedicados a Huitzilopochtli y Tláloc. La organización social mexica está perfectamente descrita en esta primera parte de la novela. La sociedad se agrupaba en Calpullis, conjuntos de personas unidas por parentesco y actividades de carácter económico, político, religioso y militar. Tras la fundación de Tenochtitlán, la ciudad se subdivide en cuatro distritos en los que se asentaron los Calpulli (Sixirei Paredes, 2009: 67). En el capítulo tres se narra que Tepec vive en el barrio de Mollonco Itlillan, pero debe moverse por otros Calpulli para buscar medicinas con las que curar a su hijastro enfermo. De este modo, se introduce a los lectores en los distintos barrios coloridos y bulliciosos de la capital dedicados al comercio de hierbas, telas, lozas o bálsamos. La sociedad se dividía en dos secciones, los poseedores y los no poseedores (Sixirei Paredes, 2009: 67). Entre los primeros se encuentran los Macehualtin (agricultores y
  • 7. 7 artesanos), los Mayeques o braceros, más pobres que los anteriores; y los esclavos o Tlatalcoltin (Sixirei Paredes, 2009: 68). La clase privilegiada poseía el nombre de Pipiltin, divida a su vez en Tecuhtlin (dignatarios), Pochtecas (comerciantes) y Tlamacazqui (sacerdotes). Eran propietarios de tierras que trabajaban los Macehualtin y los Mayeques, por lo que ocupaban cargos públicos, administrativos y militares (Sixirei Paredes, 2009: 68-69 y De Rojas, 2018: 391-392). Los amigos de Quetza, Huatequi y su gran amor Ixaya, eran hijos de esclavas de su casa tal como se explica en el capítulo 5. Por el contrario, el protagonista, al ser adoptado por Tepec formaba parte de la nobleza, pues era miembro del consejo de Sabios. Debido a esta razón, él y su hijo residían en el barrio de Mollonco Itlillan que es definido como “un calpulli al sudoeste del Gran Templo, habitado por la nobleza mexica más rancia” (capítulo tres). La casa era amplia y sólida y disponía de varios jardines y un embarcadero. Había en la familia siete esclavos, además de las dos mujeres con las que se casó Tepec, pero que habían fallecido antes de los hechos narrados en El conquistador. También tuvo dos hijos, que murieron en la guerra, e indica que llegó a compartir su vida con unas cuarenta concubinas. A pesar de sus diferencias sociales, Quetza encuentra la amistad y el amor entre los hijos de las esclavas de la casa. Con ellos juega al juego de la pelota, emulando a los adultos. Este también recibía el nombre de Ulama y tenía lugar en el Tlachtli, recinto ubicado en el Templo mayor, próximo a las pirámides (Huera Cabeza, 1993: 6). Consistía en introducir en un aro una pelota de unos 20 cm y unos 3 kg de peso realizada con ulli (especie de caucho), sin utilizar las manos, los pies o los hombros. Era un deporte que conllevaba un riesgo vital, pues los jugadores sufrían hematomas debido al impacto de la pelota, lo que les podía acarrear la muerte. Además, su práctica estaba vinculada al ritual de los sacrificios, ya que los jugadores podían ser decapitados para ofrecer su sangre a los dioses, tal y como se observa en representaciones de diferentes bajorrelieves (Huera Cabeza, 1993: 6-8). Otro juego que realizaban Quetza y sus amigos imitando a los adultos y que se vuelve a mencionar cuando está en el Calmélac es la lucha de los caballeros Águila y los caballeros Jaguar. Estas eran dos subdivisiones de la orden de los “Caballeros del Sol o Comendadores del Sol”, que destacaron por su valentía. Iban vestidos como los animales a los que representaban y cuyas habilidades se supone que detentaban (Wohrer, 199: 190). Esta orden de caballeros participaba también en los sacrificios gladiatorios o tlacaxipehualiztli, que se hacían en honor a un prisionero que se había distinguido por su
  • 8. 8 actuación en el campo de batalla. Consistía en una lucha entre el prisionero y cinco guerreros aztecas entre los que estaban dos caballeros águila, dos caballeros jaguar y un zurdo. El prisionero estaba en desventaja, pues tenía que luchar con un pie atado y con una espada cubierta de algodones (Bueno Bravo 2009: 199). En la tercera parte el protagonista y sus acompañantes deciden ponerse estos atuendos en su lucha contra los marselleses para espantar al enemigo (capítulo 18, tercera parte). El escalafón social más alto estaba ocupado por el emperador o Tlatoani, nombre que significa “orador” (De Rojas 2018: 391), título que en la primera parte de la novela recae sobre Axayácatl y Tízoc. El primero fue un tlatoani mexica, hijo del príncipe Tezozomoctzin y de una mujer de Tlacopan cuyo nombre era Huitzilxochitzin (León- Portilla, 1966: 29). Este emperador amante de las letras y que poseía conocimientos en astronomía nació hacia el año 1449 y fue elegido como líder en 1468 (León-Portilla, 1966: 30), por tanto, las fechas coinciden con el desarrollo de la ficción creada por Andahazi. Falleció en el año 1481 y sus sucesores inmediatos fueron sus hermanos mayores Tízoc y Ahuízotl. Posteriormente, llegaron a gobernar sus hijos Motecuhzoma II y Cuitláhuac, que vivieron la llegada de los españoles y la caída de su imperio (León-Portilla, 1966: 35). Precisamente, Tízoc es el gobernador que permitirá el viaje del protagonista y Ahuízotl es el nuevo Tlatoani que recibe a Quetza al final de la obra y lo condena a su último destierro. Por otra parte, para empapar más a los lectores de la cultura mexica, el narrador salpica varias páginas de la obra con su forma de vestir y costumbres. Así Tepec lleva collares que le adornan el pecho, taparrabos de cuero y sandalias de piel de ciervo (capítulo dos). Es muy interesante cuando Quetza compara su indumentaria con la de los hombres europeos a su llegada al continente, aspecto que será comentado en la parte tres. La prohibición que existía sobre la ingesta de bebidas alcohólicas en Tenochtitlán y su consumo en la clandestinidad, se menciona en el capítulo tres, durante el viaje del sabio por los distintos Capelli en busca de medicamentos. Se bebía octli, un vino obtenido gracias a la planta del maguey (capítulo 18), que Tepec ofrece a los guardias que vienen a buscar a su hijo. En la novela se comenta que este brebaje era de fabricación casera y se consumía en secreto, aunque las leyes condenaban este hábito excepto a los ancianos, enfermos, mujeres embarazadas y personal de trabajos arduos (Bueno Bravo, 2020: 34- 35). Por el contrario, en Europa el consumo de vino era habitual, y de este modo se traza el contraste entre la sociedad mexica y la italiana en el capítulo 21 de la tercera parte:
  • 9. 9 “Era un sistema [el azteca] que se nutría, sin metáforas, de sangre. En Italia, en cambio, todo parecía estar animado por la alegre vitalidad del vino”. Paralelamente, en las páginas de El conquistador se dejan ver otros aspectos legislativos de la sociedad azteca. Se trataba de un sistema judicial muy severo, que contaba con un tribunal para nobles y otro para la gente común. Se permitía el divorcio y, además los nobles podían tener relación con varias concubinas; de hecho, en el libro se nos dice que Tepec llegó a tener unas cuarenta; sin embargo, el adulterio estaba penado tal y como nos cuenta el narrador en el capítulo 7. Una mujer adúltera era condenada a muerte por estrangulamiento (Bueno Bravo, 2020: 25 y 28). En lo referente a la economía de los aztecas en la obra se menciona el pago con polvo de oro y cacao, cuando Tepec va al principio del libro a buscar una cura para su hijastro. En la bibliografía consultada se indica que la sociedad azteca del siglo XVI, momento en el que llegan los españoles y momento en el que se desarrolla la novela objeto de este comentario, no conocía ni utilizaba la moneda, entendida como pieza metálica acuñada por una autoridad (Durand-Forest, 1971 :105). Por el contrario, los Pochtecas realizaban intercambios comerciales a través del trueque (Durand-Fores, 1971: 106-109). El cacao estaba presente en este tipo de intercambios, se utilizaba como moneda, igual que otros ítems como piezas de algodón, pepitas o polvo de oro, pequeñas hachas de cobre o piedras preciosas como la jadeíta (Durand-Fores, 1967: 178-179). Por otra parte, era un producto muy apreciado por los guerreros, conquistadores e incluso los soberanos por su valor nutricional; de hecho, estaba presente como agasajo en distintas festividades (Durand- Fores, 1967: 166-7, 175-176). En la obra se aparecen otros materiales costosos como la madera de cacayactli, de la que se dice que es más valiosa del oro y es ofrecida a Quetza para fabricar una embarcación en el capítulo 6. Por su parte, como mineral, la obsidiana es un bien muy apreciado y se emplea para la elaboración de armas (capítulo 12). Procede de una roca de origen volcánico, muy abundante en la zona de México, cuyo color es negro y se utilizaba para la creación de armas y ornamentos ya desde la prehistoria (Bruhn de Hoffmeyer, 1986: 13). La formación del protagonista es esencial en una novela de aprendizaje. De este modo, el autor en los capítulos 7 a 17 nos proporciona información sobre cómo era la educación de los jóvenes mexicas. En los primeros años de vida, los niños eran guiados por sus padres y las niñas por sus madres en el ámbito doméstico (Ruiz Bañuls, 2013: 271). Posteriormente, los varones ingresaban a los seis años en el Telpochcalli, escuela de
  • 10. 10 asistencia obligatoria en la que recibían formación militar a través de un instructor, veterano de guerra (Bueno Bravo, 2009: 193, Sixirei Paredes, 2009: 68 y Ruiz Bañuls, 2013: 273). Por lo que se nos dice en el libro, los dos hijos de Tepec recibieron este tipo de educación y acabaron pereciendo en el campo de batalla, por ello el sabio quiere una alternativa educativa para Quetza. Asimismo, Huatequi, el mejor amigo del protagonista, también ingresa en esta institución, por tratarse de un vástago de una esclava. Quetza, por el contrario, es conducido al Calmélac, que servía para iniciarse en la carrera de sacerdote (Sixirei Paredes, 2009: 69, Ruiz Bañuls, 2013: 273) y adonde asistían solo los hijos de los Pipiltin, la nobleza. El narrador en el capítulo 10 nos indica que recibe esta formación durante dos años. El primero está destinado a forjar el cuerpo y el corazón, mientras que el segundo se centra en el estudio de la historia, el calendario y la religión. Asimismo, el joven protagonista recibió en casa formación sobre los Huehuetlatolli, proverbios procedentes de los sabios toltecas, a través de Tepec (capítulo 5). Ruiz Bañuls (2013: 270-271) explica que se trataba de un género didáctico oral de la sociedad mexica que contenía “los valores éticos de la sociedad náhuatl” (Ruiz Bañuls, 2013: 271). Otro lugar de formación que menciona Federico Andahazi son los Cuicacalli o Casa de los músicos, que funcionaban como escuelas para que los niños aprendieran a bailar y cantar (Szoblik, 2008: 199). Como se ha indicado anteriormente, los primeros años de aprendizaje de Quetza son muy relevantes para la acción de la novela, así como para la ambientación en la sociedad mexica. El protagonista adquiere una serie de habilidades que le van a permitir poder llevar a cabo su aventura transoceánica. En el capítulo 16 se observa su destreza con el tlacuilo, el dibujo; conoce también la historia a través de códices escritos con pictogramas. Esto permite que pueda realizar cartas de navegación. A este respecto, aunque no se conservan mapas de factura azteca anterior a la llegada de los españoles, se sabe que estos existieron, pues se observa en los mapas de la época colonial una serie de características que remiten a una tradición anterior (Hill Boone, 1998: 18-25). Además, ya desde niño el protagonista destaca por sus aptitudes para ser un buen navegante. Conoce los tipos de embarcaciones e incluso mejora algunas, permitiendo transportar en ellas a más personas y provisiones (capítulo 17). Quetza tiene una visión del mar diferente a la del resto de su pueblo. Según Andahazi, el mar para los aztecas “era un concepto complejo, inabarcable como el infinito y tan temible como el Dios de los Dioses” (capítulo 7); por el contrario, para el protagonista es un puente entre el pasado y futuro, además de la esperanza para su civilización. Gracias a todas estas habilidades y
  • 11. 11 conocimientos, Quetza descubre que la tierra tiene forma de esfera, lo que le ayuda a trazar sus planes de llegada a otros lugares. El espacio cosmológico de los aztecas se dividía en cuatro partes correspondientes con los puntos cardinales y cuatro divinidades, y un punto central de comunicación entre el cielo y el inframundo, esta representación puede observarse en la primera página del Códice Fejérváry-Mayer (Astorga Poblete, 2014: 49). En relación con esto, el protagonista va a perfeccionar el calendario azteca. Este es descrito en el capítulo 16 como compuesto de dos ciclos. En primer lugar, estaba el tonalpohualli, astrológico y adivinatorio, que constaba 260 días divididos en 20 trecenas; ya que se contaban los días del 1 al 13 (Astorga Poblete, 2014: 50). En segundo lugar, existía un calendario solar y astronómico, denominado xihuitl. Contenía dieciocho meses de veinte días cada uno y cinco días de nemontemi o inactividad, lo que daría un total de 365 días. De todas formas, cada cuatro años se añadía un día nemontemi, correspondiente al año bisiesto y cada 130 años había que suprimir un nemontemi (Astorga Poblete, 2014: 50-51, Melgarejo Vivanco, 1971: 61-71). Quetza va a tallarlo en un medallón de plata con forma de disco, En el centro coloca al sol, Tonatiuh y en torno a él los cuatro soles que representan cada ciclo. Esta imagen es una plasmación de la leyenda de los cinco soles, a la que se alude en la novela más tarde, en el capítulo 12 de la tercera parte. Según esta tradición, en el mundo hubo otros cuatro soles que habían sido destruidos debido al desequilibro en los elementos (tierra, aire, fuego o agua) que producía la pugna de los dioses que tenían esas fuerzas. Así, se destruye el primer sol perteneciente a Tezcatlipolca, dios de la Tierra. A continuación, desaparecen los soles de Quetzacóatl, Tláloc y Chalchiuh-tlique. El último es del de Nanáhuatl, que recibió el alimento de corazones y sangre para existir; el fin de este quinto sol se produciría a los 52 años y el protagonista afirma que está próximo a ocurrir (Astorga Poblete, 2014: 51). Los planes de Quetza de cruzar el Atlántico para salvar su civilización se harán factibles en su destierro a Huasteca, en capítulo 23, donde entrará en contacto con los nativos de esa zona costera que poseían conocimientos en materia de embarcaciones y astronomía ancestrales, pues sus antepasados habrían llegado desde el otro lado del mar a bordo de una embarcación, quedando un grupo en esa zona y avanzando otro hasta fundar Teotihuacán. Esta leyenda la recoge Ariel de Vidas (2013: 41-42). En la novela se describe esta zona como un territorio costero conquistado por los Mexica y como el lugar al que iban a parar los desterrados, conspiradores, asesinos, ladrones y locos. De este pueblo se sabe que fue conquistado por los Mexicas y en el siglo XV estaban bajo sus dominios, además los vencedores despreciaban a los huastecos, por considerados como
  • 12. 12 inmorales y borrachos (Ariel de Vidas, 2013: 39); de hecho, en las crónicas se los considera como “la peor población de todas las provincias de la Nueva España, los más sucios, los más malvados y practicantes de las costumbres más viles” (2013: 43). De todas maneras, los huastecos no fueron los únicos pueblos sometidos al imperio azteca, puesto que estos estaban en guerra casi permanente, tanto para controlar nuevos territorios, como para evitar rebeliones de aquellos ya conquistados. En diferentes páginas de la narración de El conquistador se insertan los nombres de pueblos y regiones sometidas a los mexicas. Por ejemplo, los hijos de Tepec murieron en el campo de batalla en la conquista de los territorios vixtotis (capítulo 4), y esto explica la actitud antibelicista de este personaje. Por otra parte, hay referencias a las campañas militares en las que el ejército azteca está sufriendo duros reveses, como la conquista de las zonas costeras de Oaxaca, el territorio de Soconusco, a las puertas del Imperio maya y el rechazo y derrota a manos de los purépechas, los tlaxcaltecas y los mishetecas, en el capítulo 17. Precisamente, en Monjarás-Ruiz (1976) se ofrece un panorama general de la guerra entre los aztecas a partir de la fundación de Tenochtitlán. En 1427 establecen una alianza con Texcoco, Cuautitlán y Huexotzingo para independizarse del dominio tepaneca. A partir de aquí, bajo el mandato de Iztcóatl (1428-1440) empiezan a destacar en el territorio y se organizan las guerras floridas, con los otros miembros de una nueva triple alianza (Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan), con las que realizan ofensivas y defensa militares conjuntas en caso de ataque de pueblos extranjeros (Monjarás-Ruiz, 1976: 241). A Iztcóatl lo sucede Moctezuma I (1440-1469), quien expandió el poder de los aztecas por el norte, penetra en Puebla y llegando hasta Oaxaca. La acción de El conquistador transcurre durante la época del Tlatoani Axayácatl (1469-1481) y de Tízoc (1481-1486). Axayácatl llegó al valle de Toltuca, conquista a los tlatelolcas, pero no pudo acabar con los tarascos. El gobierno de Tízoc (1481-1486) emprende solamente algunas conquistas militares como la de Toluca y Yanhuitlan (Monjarás-Ruiz, 1976: 242). Al final de la novela, después de su asombroso viaje, el protagonista se entrevista con el nuevo Tlatoani, sucesor de Tízoc y hermano también de este y de Axayácatl. Se trata de Ahuízotl (1486-1502), que extenderá el imperio azteca por el sur hasta Tehuantepec, Sonosuco y Ayutla (Monjarás-Ruiz, 1976: 241). Antes de comenzar el viaje, observamos varios paralelismos entre la travesía de Quetza y la de Cristóbal de Colón que se van a hacer más patentes en las dos partes siguientes e la novela. Por una parte, Papaola, jefe de la colonia huasteca, durante el capítulo 25, otorga permiso para hacer el viaje y le pide al capitán mexica la mitad de lo que va a
  • 13. 13 hallar en las nuevas tierras; pensando que, aunque al final la travesía no tuviera éxito, tampoco tendría que pagarle nada ni perder nada. Estos son argumentos semejantes a los que expusieron Fray Diego de Deza, Juan Cabrero, Fray Hernando de Talavera y Luis de Santángel para interceder por Colón ante los Reyes Católicos antes del primer viaje (García Cruzado, 2011: 32-34). Otro de los problemas que acecharon tanto a Quetza como a Colón fue la búsqueda de una tripulación que quisieran embarcarse en una aventura tan arriesgada. En definitiva, esta primera parte es una novela histórica que refleja perfectamente cómo era la sociedad azteca justo antes de la llegada de los conquistadores españoles. En estas páginas se nos revelan aspectos sociales, económicos, culturales de este pueblo, que nos permiten comprender cómo funcionaba este imperio y empatizar con el protagonista. Además, para proporcionar verosimilitud al relato, Federico Andahazi incluye a personajes históricos que existieron en realidad en esa época como los anteriormente mencionados tlatoanis. 2.2. Segunda parte Mientras que la primera parte de la novela tiene un trasfondo histórico real, en la segunda, el autor sumerge al lector en el viaje ficticio de Quetza y su tripulación desde la bahía de Atototl el día Serpiente 5 por el Océano Atlántico hasta su llegada a Europa, concretamente al puerto de Huelva. La motivación de esta aventura reside en la necesidad de salvar a Tenochtitlán, cuya destrucción había sido augurada por el calendario. Esta sección, agrupada bajo el epígrafe “Diario de viaje de Quetza. Cartas a Ixaya”, se divide en 21 breves subapartados que llevan como título un nombre y un número, haciendo referencia a los 20 días que componen cada mes del calendario mexica (Melgarejo Vivanco, 1971: 42-44). El primer apartado consta de unos párrafos dedicados a Ixaya en los no solo le expresa sus sentimientos hacia ella, sino que le explica las intenciones, objetivos y esperanzas que guarda de su viaje. De hecho, estas palabras definen la estructura novelesca de esta segunda parte, pues el diario de viaje posee forma epistolar y tiene como destinataria precisamente a su amor de juventud. Los siguientes capítulos de extensión variable recuerdan a los diarios de Cristóbal Colón con los que se pueden trazar una serie de paralelismos. El diario de la primera navegación de Cristóbal Colón consistiría en apuntes y anotaciones que habría hecho el
  • 14. 14 Almirante durante su travesía. Desgraciadamente, no se conserva el texto original, sino la transcripción hecha por Bartolomé de las Casas con posterioridad. Al igual que en el texto de Colón, los textos del diario de Quetza poseen una dimensión muy variable, que puede ir desde unas líneas como en Venado 7 o en Jaguar 3 donde solamente apunta “Todo sigue igual”; hasta varias páginas, dependiendo de la importancia de los hechos que acaecen en esa jornada como, por ejemplo, el tropiezo con los ciguayos y los caribes en la isla de Quisqueya poco después de botarse a la mar. La expedición de Cristóbal Colón hace una primera parada en las Islas Canarias el 8 de agosto para arreglar la Pinta y algo semejante le ocurre los aztecas el día Agua 9, ya que debido a un motín queda la nave dañada y tienen que acercarse a la isla de Quisqueya. Precisamente, Quisqueya va a ser el primer territorio español en el Nuevo Mundo y recibirá el nombre La Española. Los huastecos, que tenían relaciones comerciales con los isleños, conocen a varios grupos que habitan en esas islas. Por un lado, los taínos son nativos cuyo nombre significa “hombres buenos”, con los que no van a tener problemas, pero temen a los canibas (“hombres malos”), pues son beligerantes y antropófagos. Precisamente, Colón va a encontrarse con estos dos pueblos y la descripción es muy semejante a la que se vislumbra en las palabras de Quetza (Cardín, 1990: 111). El 13 de octubre el almirante español dice de los taínos que “Traían ovillos de algodón hilado y papagayos y azagayas y otras cositas que sería tedio de escribir”. Por su parte, en El conquistador los ciguayos se acercan a sus conocidos huastecos de esta manera: “ellos se acercaban en canoas trayéndonos papagayos, hilo de algodón en ovillos, azagayas, piedras del color del mar que nunca antes había visto y muchas más otras cosas” (Agua 9, segunda parte). Además, se ve al cacique fumar una hoja de piciyetl o cohiba (tabaco), hecho que llamó la atención de los españoles y que recogió en sus escritos Bartolomé de las Casas (García-Osuna y Rodríguez, 2013: 128). Lo mismo ocurre con las impresiones extraídas tras el encuentro con los canibas o caribes. Quetza nos dice de ellos que producen terror, devoran a sus enemigos y que iban acompañados de animales con el cuerpo de perro y cabezas humanas, con una “clara y prominente nariz de hombre” (Agua 9, segunda parte). El almirante español, por su parte, recoge las afirmaciones que hacen los taínos de los canibas: “se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y desde que vieron que lleva este camino, dice que no podían hablar, porque los comían y que son gente muy armada.” (Colón, 23 de noviembre) “decían que no tenían sino un ojo y la cara de perro” (Colón, 26 de noviembre). Quetza y sus hombres consiguen salir del tropiezo con
  • 15. 15 los caribes con vida a través de la diplomacia; pues el líder azteca le promete tributos y tierras provenientes de sus descubrimientos. No obstante, los taínos que habían conocido no corren la misma suerte. De hecho, su cacique termina siendo parte del menú que los caribes compartirán con los mexicas y huastecos. Bartolomé de las Casas da testimonio de cómo este pueblo cocinaba y comía carne humana: “Vieron muchas cabezas de hombres colgadas y restos de huesos humanos. Debían ser de señores o personas que ellos amaban, porque decir que eran de los que comían, no es cosa probable; la razón es porque si ellos comían tantos como dicen algunos, no cupieran en las casas los huesos y cabezas y parece que después de comidos no había para qué guardar las cabezas y huesos por reliquias, si quizás no fuesen de algunos de sus muy capitales enemigos, y todo estos es adevinar” (Cardín, 1990: 116). Tras abandonar la isla, Quetza y los suyos se adentran en el mar hasta un punto que nadie se había aventurado (Caña 13). En los siguientes días sufren una tempestad y varios altercados e intentos de motín, pues los mexicas quieren sacrificar a un tripulante huasteco para derramar su sangre en honor del dios Tláloc, que los había advertido enviando aquella terrible tormenta (Jaguar 1 y Mono 12). Cristóbal Colón en su larga travesía también tuvo que afrontar este tipo de infortunios. En este sentido, tuvo que controlar un intento de motín a bordo de la Pinta en los primeros días de octubre, cuando la tripulación mostraba su descontento debido a la larga duración del viaje (León Guerrero, 2006: 1109). En el día de Águila 3, los navegantes americanos tienen un encuentro inesperado en alta mar. En dirección opuesta se topan con una nave de madera muy ligera y rápida que lleva un mástil con forma de cabeza de dragón. Se confunden al capitán de piel blanca y barba y cabellos rojos encumbrados por un casco con cuernos con el propio Quetzalcóatl, el dios de la vida, lo que les proporciona ánimos y esperanza. Este hombre les dice la palabra “Wodan”. Posteriormente, Maoni le comenta a Quetza que debe tratarse de una expedición de viquincatu, hombres rojos procedentes de las costas del Norte y que aparecían en las crónicas de los huastecos. Sixirei Paredes (2009: 118-119) indica que las expendiciones escandinavas de vikingos están documentadas ya desde el año 1000 en el Landanamabok o Libro de los asentamientos. Se trataría de viajes aislados, que no influyeron en el descubrimiento de Cristóbal Colón. Por otra parte, parece ser que la iconografía de vikingos con cascos con cuernos fue una invención del siglo XIX, bien realizada por el pintor Gustav Malstront a la hora de ilustrar el poema épico Frithiof´s
  • 16. 16 saga, o bien se le atribuye al casco con alas que poseía la vikinga en la representación de la ópera de Wagner (García, 2021). Los días antes de llegar a Europa son muy duros y están a punto de fallecer debido al hambre y la debilidad. En Pedernal 7, Quetza afirma que estaba ya esperando la muerte, cuando divisa un pájaro, un atotl, y poco después vislumbra la tierra. De este modo termina la segunda parte, la más breve de la novela y se abre un nuevo tipo de narración en tercera persona que cuenta las andanzas de la expedición americana en América y, posteriormente, en Asia. 2.3. Tercera parte Esta sección es la más larga de la obra y consta de 28 capítulos de longitud semejante encabezados por un título breve y sugerente que recoge la idea principal de cada uno de ellos. Se relata de este modo la llegada de los mexicas y huastecos a Huelva y su recorrido por la Península Ibérica, Francia, Italia, Grecia, Turquía, Armenia, Siria, India, Catay y Cipango, dando de esta manera la vuelta al mundo hasta volver a llegar a su patria. Desde el punto de vista narrativo, se retoma la forma de novela contada en tercera persona. Si bien, no estamos ante un narrador omnisciente como en la primera parte, sino que se presenta como un cronista que construye la historia a partir de anotaciones, recuerdos y relatos, no solo de Quetza, sino de sus acompañantes (capítulo 1). Resulta una parte muy interesante, pues muestra el contraste entre la civilización americana y la europea; pero en este caso, son los americanos los que “descubren” Europa y observan sus costumbres con el fin de colonizarla. Es evidente, como en la segunda parte, el paralelismo existente entre las impresiones que suscitaron en Quetza y Colón las novedades con las que se toparon en una tierra totalmente desconocida y ajena a ellos. Aunque se trata de una parte totalmente ficticia, la dotan de verosimilitud la existencia de lugares y personajes que existieron en la Europa de finales del siglo XV, como Huelva, Marsella, Cristóbal Colón o los Reyes Católicos. La acción arranca en cuanto pisan tierra y dan las gracias a Quetzacóatl. Enseguida se produce su primer contacto con los indígenas, varios pastores, y se lleva a cabo de una manera similar a la de los primeros colonizadores españoles. En una lengua incomprensible, les dicen a los nativos quiénes son y les comunican que pasan a ser súbditos de sus reyes. Esto está muy relacionado con los Requerimientos que se hacían a los indígenas al llegar a tierra. Se les debía comunicar que iban a ser vasallos de los Reyes
  • 17. 17 de España y que, si no consentían, serían conquistados por la fuerza. En este sentido, en 1513 se va a elaborar un documento formal, llamado Acta de Requerimiento redactado por Juan López Palacios Rubios (Levaggi 1993: 83-85). La reacción de los pastores, ante la incomprensión y el aspecto de los recién llegados es huir. Este capítulo resulta una manera muy interesante de comprender cómo se debieron sentir los nativos americanos al llegar los españoles. Al trasladarlo a nuestro punto de vista, a nuestra cultura, nos resulta más fácil visualizarlo y ponernos en la piel de los pueblos conquistados. Por otra parte, debido a la reacción de los nativos, que huyen como liebres, deciden bautizar las nuevas tierras como Tochtlan “el lugar de los conejos”. Denominación que no parece fruto del azar, pues la etimología de “Hispania” es i-shepan-im, nombre dado por los Fenicios a nuestro actual país es precisamente “costa o isla de los conejos” (Fernández Corte, 1999-2000: 59-60). En las páginas siguientes el narrador recoge todos aquellos elementos que llaman la atención a Quetza y a sus acompañantes. Uno de ellos es el caballo que describe como “cuerpo de bestia, semejante a una llama, pero mucho más grande, lleno de bríos, músculos y cubierto de un pelaje negro azabache (…) se trataba de dos entidades en una: del lomo de la bestia surgía el cuerpo de un hombre” (capítulo 1). Esta especie había existido en Hispanoamérica, pero se extinguió hace unos 10.000 años, por tanto, los mexicas no conocieron este animal hasta que llegaron los colonizadores españoles (Segovia, 2020). Otro hecho que contempla con asombro la expedición recién llegada a Huelva es la actuación de la Santa Inquisición y la imagen de Cristo Crucificado. Para poder comprenderlo hacen una proyección de sus propias costumbres religiosas y asimilan la ejecución por medio de la hoguera con un ritual de sacrificio a los dioses. Algo semejante ocurre en el capítulo segundo, titulado el panteón de los salvajes, cuando entran en un templo y observan toda la iconografía cristiana. Identifican a Cristo Rey como Dios de los Sacrificios, mientras que la Virgen María sería una Diosa de La Fertilidad, puesto que lleva en brazos a un niño. A estas se le unen, por una parte, muchas otras divinidades como los ángeles, que son seres alados y los santos, que consideran semidioses; y, por otra parte, los “dioses del Mal”. Los carruajes y el uso de la rueda dejan perplejo a Quetza en el capítulo 2 de la tercera parte. El narrador explica que los aztecas conocían la rueda, así como al sistema de rodillos para trasladar objetos pesados, pero que nunca habían unido las nociones de rueda y eje. Ochoa (1994: 33) se explica, que efectivamente, aplicaban la rueda a pequeñas
  • 18. 18 miniaturas de animales, pero no la emplearon en el uso de carruajes. Se han dado diferentes explicaciones a este hecho, bien que no poseían animales de tiro, bien que no conocían el hierro necesario para efectuar estos medios de transporte. Más adelante, en el capítulo 19, Quetza cree que el haber carecido de la rueda les va a proporcionar una ventaja a la hora de conquistar ese Nuevo Mundo, puesto que los soldados mexicas estaban más preparados para caminar sobre terrenos más complejos, atravesar desiertos, montañas y ríos. Por lo tanto, si a esas cualidades les añadían los recién descubiertos caballos y los carruajes, ya no habría nada que los pudiera detener. Las armas son otro punto fundamental que diferencia a los dos pueblos y puede equilibrar la balanza en una futura guerra. El protagonista se sorprende ante el uso de la pólvora y especialmente, con “el arma más mortal que hubiesen podido imaginar”, la denominan “flecha de fuego”, de hecho, este es el título del capítulo 3, y se trata del cañón. Estas eran muy diferentes y más letales que las existentes en el ejército azteca, en el que los soldados rasos empleaban hondas, arcos y flechas, mientras que los de elite, blandían espadas de obsidiana o macuáhuitl en los combates cuerpo a cuerpo (Bueno Bravo 2009: 187). Por ello, el capitán mexica quiere llevarse armas y pólvora en su barco y así lo solicita al “cacique” de Huelva en el capítulo 14. Al igual que los caballos, los carruajes y las armas, las embarcaciones son otro elemento crucial para realizar la conquista del nuevo territorio. Quetza es consciente al ver las naves españolas que en cualquier momento estas podrían atravesar el océano y llegar a su tierra, portando un gran ejército pertrechado con caballos y armas, que destruiría su civilización. Precisamente el uso de la carabela, reemplazando a la galera, va a permitir que Castilla y Portugal puedan lanzarse a la aventura Atlántica, debido a que se trata de una nave pequeña y ligera, con facilidad de maniobra y poco calado, peor que podía almacenar alimentos para muchos tripulantes durante varios meses (Rojas Donat, 2001: 131-132) Paralelamente, se realizan comparativas entre el modo de vivir en Tenochtitlán y en España. Critican la ciudad de Huelva por no poseer ni plantas ni agua, ni chinampas, ni canales por sus calles. Para Quetza y los demás americanos, los europeos son unos salvajes por sus costumbres como el ruido que hacen (“Aquí todo el mundo grita. No alcanzo a comprender la razón”, capítulo 2), la falta de higiene y exceso de ropa, que sumado al calor que hace se traducen en un olor insoportable. Esto no es de extrañar, pues los aztecas tenían unos escrupulosos hábitos higiénicos y se aseaban todos los días (García Blanco, 1993: 60-61). Curiosamente, a Colón le llamó la atención en su primer encuentro
  • 19. 19 con los nativos americanos su falta de ropa: “Ellos andan todos desnudos como su madre los parió” (Diarios de Colón, 11 de octubre). Del mismo modo, Quetza mira con desprecio el valor que otorgan los europeos al dinero y su desmesurada ambición. Ve en el oro la debilidad de los españoles y la puerta de entrada para realizar su conquista de esas tierras: “La corrupción de estos gobernantes ha de ser nuestra aliada a la hora de entrar con nuestros ejércitos. Poco les importa el bien de sus pueblos o el honor de sus hombres, hay aquí una palabra que impera sobre cualquier otra: oro.” (capítulo 11). Por una parte, describe cómo este es utilizado en el capítulo 5: “acuñaban el oro y la plata en forma de pequeños discos para cambiarlos por productos”. Ya vimos anteriormente que los aztecas no empleaban la moneda acuñada, sino que realizaban pagos con objetos como telas, piedras preciosas, polvo de oro o cacao (Durand-Fores, 1967: 178-179). Otra ventaja que ven los mexicas sobre los castellanos para poder emprender su conquista es la división política de su territorio. En el capítulo 9 se indica que “Tochtlan, llamada por los nativos España, constituye una unión artificial de distintos reinos que poco tienen en común; al contrario, estos pueblos se guardan una rivalidad contenida, latente como la vida dentro de una semilla, tendiente a desatarse” (capítulo 9). Quetza se refiere principalmente a la rivalidad entre los cristianos y los musulmanes y más tarde, incide en que las guerras que se libran en esa zona del mundo son “guerras entre sus dioses”. El protagonista reflexiona sobre las similitudes existentes entre el Dios cristiano, Alá y Yahvé, sí como de los libros sagrados. Incluso introduce las coincidencias que esas divinidades poseen con respecto a la mitología mexica, por ejemplo, Mahoma y Tenoch y su papel como profetas y guías de su pueblo. Tras esta digresión, el capitán concluye que es importante que cuando conquisten esas nuevas tierras, los colonizados acepten la religión de Quetzalcóatl, pues “era imposible dominar a un pueblo si no se le imponían, por la fuerza de la fe, los dioses de los vencedores” (capítulo 9). En esta línea, en la conquista de América la labor evangelizadora fue esencial. De hecho, la estimación de los indígenas como buenos siervos que podían convertirse fácilmente al catolicismo, pues no parecía abrazar ninguna otra religión fue uno de los argumentos empleados por Cristóbal Colón en sus entrevistas con la reina Isabel. La evangelización de América constituyó un proceso lento y complejo, debido al desconocimiento de las lenguas indígenas. (Ramón Domene, 2020: 388). La Iglesia en América se organizó a través del Patronato Regio y el rey de España fue el jefe supremo de la iglesia americana (Ramón Domene, 2020: 388).
  • 20. 20 En el capítulo 6 Quetza conoce a Keiko, llamada Carmen por los cristianos, y se enamora de ella. Se trata de una prostituta japonesa que les es presentada como ofrenda por el “cacique” de Huelva. A partir de este encuentro se produce una reflexión del narrador sobre la práctica de la prostitución en España y su comparación con Tenochtitlán. En la España de la época la prostitución estaba regulada por medio de las Ordenanzas de Mancebía; tal y como escribe Andahazi, las mancebías eran una forma de prostitución reglamentada que correspondía bien a la autoridad real, o bien a la municipal. Existía un gestor, llamado “padre” o “madre” cuya función era “hacer cumplir las ordenanzas, administrar, proveer el menaje de las prostitutas y cobrar las rentas”. Era el ayuntamiento, o bien instituciones asistenciales u órdenes y corporaciones religiosas las que tenían la propiedad de los locales (Moreno Mengíbar y Vázquez García, 1997: 34), de ahí que el narrador afirme en el capítulo 6 que la autoridad eclesiástica se encargaba de la supervisión de dichas actividades. Por su parte, la prostitución estaba también firmemente regulada en Tenochtitlán, por eso los recién llegados comprenden el ofrecimiento del gobernador de Huelva. Entre los mexicas, las prostitutas recibían el nombre de Ahuianime. Se requerían sus servicios en ciertas festividades como Quecholli, Tlacaxipehualiztli, Huey Tecuilhuitl, etc. y para animar a los que iban a ser sacrificados (López Hernández, 2012: 401-404). En relación con el personaje de Keiko, en el capítulo 19 se trata el tema de la violación; pues el gobernador de Marsella y otros mandatarios, que habían detenido y encarcelado a los mexicas y huastecos, deciden acosar a la joven japonesa, tras someterla a un interrogatorio. En ese momento, Quetza y los demás irrumpen en el palacio y atacan a los marselleses, a los que vencen disfrazados de Caballeros Águila y Caballeros Jaguar, rescatando así a la muchacha. La violación en Tenochtitlán estaba penada con la muerte, tal como se indica en el capítulo 19 de la novela, así como en la bibliografía consultada (López Hernández, 2012: 408). En la Castilla de la época no existían casi denuncias por violación y generalmente los casos de violencia sexual eran castigados con multas económicas o “penas difamantes” (Córdoba de la Llave, 2004: 393-394 y 434). En otro orden de cosas, en el capítulo 4 se hace manifiesto el problema de la comunicación lingüística de los colonizadores americanos con respecto a los europeos. El gobernador de Huelva busca a varios intérpretes para poder entenderse con los recién llegados, que habían sido confundidos con viajeros procedentes de Oriente. No se puede dejar de relacionar este hecho con la importancia que tuvieron los intérpretes en la colonización del continente americano. Tal y como señala De la Cuesta (1992: 25):
  • 21. 21 “Colón muere sin saberse descubridor por falta de verdaderos intérpretes”. El propio almirante es consciente de la importancia de hacerse entender, por ello, el 11 de octubre en su Diario aparece indicado que: “Placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar”. Asimismo, los intérpretes de estas numerosas lenguas amerindias fueron los primeros de nombre conocido en la historia de esta disciplina (De la Cuesta 1992: 26). Precisamente, en este encuentro con el gobernador de Huelva, se confunde a la expedición de Quetza con viajantes venidos de Oriente, afirmación que no va a contradecir el mexica para ocultar su verdadero origen. Además, gracias a este error, son bien recibidos y tratados con gran lujo y mimo. Esto se debe a que los españoles buscaban nuevas rutas comerciales con Oriente, pues existía un bloqueo que dificultaba el acceso a estas debido a las hostilidades con los musulmanes. Por ello, se buscaba una nueva ruta hacia China, India o Persia, ya que el camino por mar y tierra estaba centralizado en Alejandría y dependía del sultán de Egipto. Además, en las rutas del Mar Rojo y el Golfo Pérsico, los jeques árabes gravaban los productos, incrementando desorbitadamente su precio (Rojas Donat, 2001: 132). Este hecho se explica tanto en el capítulo 5 como en el 13, en el que es la propia reina Isabel La Católica la que expone sus preocupaciones a Quetza y le reclama un mapa con la ruta que él había utilizado para llegar de Asia a España. Los primeros en intentar buscar nuevos pasos para Oriente fueron los marinos genoveses en la etapa que el mundo académico, siguiendo a Pérez-Embid (1948) denominó de “Navegaciones aisladas” (1291-1340), (Rojas Donat, 2001: 132). En la siguiente fase de “Tanteos organizados” (Rojas Donat, 2001: 132), Castilla y Portugal comienzan sus incursiones por el Atlántico. Surgen así las tensiones entre los dos reinos que se harán más patentes en la etapa de “Rivalidad Política” entre Castilla y Portugal (1415-1494), que cristaliza en el Tratado de Alcaçovas-Toledo, en el que se reconoce la conquista castellana sobre Canarias y la colonización portuguesa de la costa occidental africana, renunciando Castilla a navegar en ese territorio (Rojas Donat, 2001: 140-143). Esta rivalidad se recoge en el capítulo 5 “Así, se enteró de que las vías a Oriente eran el centro de una vieja disputa con un reino vecino llamado Portugal”. Como se acaba de indicar, en el capítulo 13, titulado “El almirante de la reina” se produce un encuentro entre la expedición mexica y la reina de Castilla, Isabel La Católica. Tiene lugar en Medina del Campo en el palacio que deja asombrado a Quetza por su grandiosa arquitectura. Allí la monarca les explica los problemas de Castilla para acceder a las rutas orientales y obtener todos los productos esenciales para las ropas, las comidas,
  • 22. 22 las medicinas y los adornos que empleaban en su mundo. Por ello, se ve obligada a la búsqueda de una alternativa y solicita de los extranjeros un mapa que contenga el itinerario que siguió el capitán azteca desde su supuesta patria Catay hasta las costas de Huelva. Quetza y Keiko saben que no pueden responder a la reina con la verdad, pues revelarían la existencia de un nuevo continente y su conocimiento de la esfericidad del mundo. Para dibujar el mapa la reina llama a un hombre que “tenía una mirada experimentada, la frente alta y una convicción que se hacía evidente en cada gesto, en cada palabra” (capítulo 13). En la manera de dibujar el mapa, Quetza comprende que aquel hombre sabe que la tierra es una esfera y los dos hombres se miran sin decir palabra, pero sabiendo que comparten ese conocimiento en común. Al final del capítulo se desvela que esa persona no era otra que Cristophoro Colombo. Realmente, en Europa ya se había defendido la esfericidad de nuestro planeta antes de que naciera Cristóbal Colón. Personalidades de la antigua Grecia como Aristóteles o Ptolomeo apoyaban esta idea que, a través de ellos, llegó a autores posteriores como Tomás de Aquino en el siglo XIII. También Alberto Magno (1200-1280), Ramón Llull (1232-1316) o Toscanelli (1397-1482) siguieron esta línea; de manera que era una concepción que contaba con bastante aceptación en la Castilla de la época de Cristóbal Colón. Realmente, lo que sembraba dudas en el plan del almirante genovés no era tanto su concepción de la forma de la tierra, como las distancias certeras que podía haber entre los distintos continentes que había dentro de ella (Pirazzini, 2020). Tras su periplo por Castilla en la que visitaron Huelva, Sevilla (a la que bautizó con el nombre de Xochtitall, “el lugar de los jardines” (capítulo 11), Ciudad Real, Medina del Campo, en cuyo palacio conocen a la reina y a Cristóbal Colón, retornan a Huelva y vuelven a embarcar. En ese momento, disponen de dos naves, puesto que la reina castellana les había ofrecido una carabela, en la que podían transportar caballos y yeguas, carros, ruedas, frutas, semillas y varias armas, para mostrarlas a su Tlatoani. La tripulación se había dividido en dos; Maoni estaba a la cabeza de la nave americana y Quetza capitaneaba la castellana (capítulo 14). Tras bordear las Islas Baleares, muy fortificadas y bajo el dominio del Reino de Aragón, se dirigen a Francia y toman tierra en Marsella (capítulo 16), que es bautizada como Ailhuicatl Ipac Tlamcmacalli “la pirámide sobre el mar”, puesto que creen que esto es realmente el promontorio con la cruz que divisan desde su puerto. Allí son confundidos con piratas y apresados por su dirigente. Ya se comentó antes que se acaban escapando y derrotan a sus captores mediante una lucha cuerpo a cuerpo pertrechados con sus armas
  • 23. 23 y sus atuendos de Caballeros Jaguar y Águila. Esta victoria anima a los americanos, considerando que es posible vencer y conquistar a este pueblo. De todas maneras, también influyó en este conflicto el miedo que sentían los marselleses por las tropas de Catay de donde creían que procedían los extranjeros, de la que se comenta en el capítulo 19 que: “la sola mención de las tropas de Catay aerizaba la piel de cualquier gobernante europeo (…) Catay bajo la dinastía Ming, en tiempos de paz, mantenía dos millones de soldados permanentes en sus filas” (capítulo 19). Tras abandonar Marsella se adentran en la Galia y Quetza se documenta, para poder llevar a cabo sus planes de conquista, sobre los hechos históricos, políticos y bélicos de este país. Se centra principalmente en la rivalidad entre francos y anglos (capítulo 19), remontándose a la conquista de Inglaterra por parte de Guillermo de Normandía (1028- 1087). A partir de aquí menciona a diferentes soberanos ingleses y franceses, describiendo sus disputas y la pérdida de territorios en la Francia continental (Chesterton, 1920: 2-5). En la época de Quetza ya había finalizado la guerra de los 100 años (1337- 1453), a partir de la cual Francia recupera territorios que le habían sido arrebatados por los ingleses. Los mexicas se asombran de la crueldad de los guerreros europeos a los que apodan “salvajes”, pues tomaban poblaciones rurales indefensas, asesinaban a los hombres, saqueaban y quemaban sus viviendas; e incluso antes de llegar los enemigos incendiaban los campos, bosques y cosechas para que solo hallaran hambre y padecimientos (capítulo 19). El viaje por la Galia continúa por Aviñón, que había sido sede papal solamente durante 70 años desde 1309, debido a la situación convulsa de Italia en ese momento (Domínguez Sánchez, 2021: 77). En ese momento, por la cronología de la historia, el Papa que estaría en el poder sería Inocencio VIII (1432-1492), el cual ya residía en Roma, según la visión de los mixtecas y huastecos sería el máximo Teopixqui de los nativos (capítulo 20). Tras esta ciudad, se suceden otras como Valence, Grenoble, Saint-Èttiene y Lyon, que posee un gran mercado (capítulo 20). No obstante, es París la ciudad gala que los impresiona por su parecido con Tenochtitlán, pues su templo principal se halla en medio de la isla. En la catedral de Notre-Dame, el capitán mixteca dialoga con un sacerdote sobre los dioses y el concepto de Santa Trinidad, el cual no es incomprensible para Quetza, puesto que lo relaciona con las distintas advocaciones de sus dioses; por ejemplo, el mismo Quetzalcóatl era dios de la Vida, aunque también podía identificarse con Ehécatl, dios del Viento o Xólotl, el planeta Venus (capítulo 20).
  • 24. 24 Retoman el viaje marítimo y, aunque hay pocas noticias sobre esta parte de la travesía, llegan a Italia. Allí se destaca la belleza de sus distintos reinos y ciudades, especialmente Florencia y Venecia. Admiran el arte renacentista italiano y entran en contacto con esta nueva visión del mundo que reclama el antropocentrismo o “culto al individuo” (capítulo 21). Consideran a los italianos como su polo opuesto, precisamente porque el hombre es el centro de todo, porque no es el último eslabón de la cadena tras los dioses como los aztecas y porque celebran la vida, siguiendo el tópico del carpe diem, tomado de la literatura clásica horaciana “Collige virgo rosas” (Martínez Cuadrado, 1994: 97-98). La poética mexica, en cambio, postula que “solo se vive en la Tierra” y, precisamente, en este capítulo 21 se recogen tres composiciones poéticas de origen azteca, atribuidas a Nezahualcóyotl y a dos autores de nombre desconocido, pero procedentes de Tenochtitlán y Chalco, respectivamente. Nezahualcóyotl (1402-1472) fue un rey de Texcoco y pudo recuperar Acolhuacan de manos de los tepanecas, además realizó una estructuración interna del reino (Hicks: 1978: 9). Aparate de dirigente, fue un conocido poeta en lengua náhuatl (León-Portilla, 2006: XVII). Bebió de la tradición tanto chichimeca como tolteca (León-Portilla, 2006: 16) y se conservan unas treinta composiciones que tratan sobre temas como la muerte inevitable, la fugacidad de la vida, el tiempo o el más allá. Los otros dos poemas los hemos encontrado citados en alguna bibliografía como (Rosillo Martínez, 2014: 32), en los que se analiza el sentido de la vida de los aztecas, dominada por la muerte como un hecho igualador, pues los príncipes también mueren. En este sentido, no es de extrañar que los mexicas reciban con mucho interés el tópico del carpe diem, como modo de afrontar la vida efímera. Por otra parte, Quetza ve la ciudad de Venecia, la de las chinampas doradas, como la melliza de Tenochtitlán debido a sus calles, palacios, puentes, barcas y mercados. Por ello decide que debería ser la capital del nuevo Imperio Mexica de Oriente (capítulo 21). El siguiente capítulo lleva el título de “El libro de las maravillas” en clara referencia a Marco Polo. Sin embargo, a diferencia del italiano que cruzó hacia Asia por tierra, los aztecas harán su viaje por mar. El capitán mexica determina que volverán a su patria navegando hacia el este. De este modo, aunque el narrador indica que “muy pocos apuntes quedaron del viaje de la avanzada mexica por Oriente” (capítulo 22), sabemos que la expedición navegó por el Adriático y llegó a Eubea y a las islas griegas, en las que tuvo noticia de los dioses del panteón olímpico. Posteriormente, llegan a Bizancio, puerta de unión entre Oriente y Occidente y lugar en el que el templo de Santa Sofía fue iglesia y después mezquita, como testigo de la lucha de poder entre los seguidores de Cristo y
  • 25. 25 Mahoma (capítulo 22). Pasan también por Turcomania, la Gran Armenia, Mosul, Susa y visitan la India, donde les llama la atención su religiosidad basada en la contemplación interior y la creencia en la reencarnación. En estos países reciben agasajos que van guardando en la carabela para mostrarlos al Tlatoani en su regreso a casa. Entre ellos van animales como camellos, pero también una elefanta embarazada (capítulo 22). Siguen avanzando hacia el este y recalan en Sumatra, en la Isla de Oro y por las costas de Jaitón, Fugiú, Ciascián, Ciangán, Ciangiú y Tigiú (capítulo 22). Según se acercan a Catay (norte de China), empiezan a sentir familiaridad con lo que ven e incluso dicen ver la figura de Quetzacóatl en un palacio de Tundinfú. Esto se debe a las similitudes existentes entre el dragón chino y la serpiente emplumada mesoamericana (Changfa, 1990: 239-245). También les resultan próximas las esculturas, las pinturas y la arquitectura con pagodas; así como los puentes elaborados en caña, piedra y madera. Del mismo modo, hay un claro paralelismo entre el calendario azteca, del que ya se habló anteriormente pues Quetza había participado en su mejora, y el calendario Yi chino. Según Baozhong y Wang Dayou (2004), este calendario Yi habría sido descubierto en 1989 y constaría de 365 días divididos en 18 meses e 20 días con un período “abstenido” de cinco días. Su emblema sería el tigre, mientras que el de los aztecas era el jaguar. Además, varios símbolos coinciden en ambos calendarios: serpiente, perro, mono, tigre (jaguar) y conejo. Esto mismo es lo que escribe Andahazi en el capítulo 23 bajo el epígrafe “El lugar del origen”. Precisamente, poniendo rumbo al este de Catay llegan a las tierras legendarias y míticas Aztlán, “el sitio de las garzas”. En el capítulo 24 “El sueño de Tenoch” se describe esta ciudad de origen como semejante a Tenochtitlán. Está formada por siete pirámides, una plaza, calzadas, el Gran templo, la piedra de los sacrificios y se topan con todo vacío y deteriorado, como si hubiera sido abandonado, pero sin signos de que hubiera ninguna batalla, altercado o catástrofe natural. Los únicos seres que quedan son las garzas caminando por las ruinas. Quetza se emociona al descubrir una escultura con una serpiente y un pájaro, pues sería la señal que habría guiado a Tenoch y a su pueblo. Tras la contemplación de su lugar de origen, deciden marcharse sin llevarse nada del lugar para no profanarlo (capítulo 24). No hay acuerdo entre los estudiosos a la hora de determinar la situación exacta de Aztlán (Reyes Morales y Romero Galván, 2019: 82). Stoopen Galán (2015: 145) presenta un mapa con distintas posibilidades que van desde el norte de México hasta diferentes puntos del centro y el oeste de Norteamérica. En El conquistador se propone un origen más exótico, en un lugar entre Catay (norte de China) y Cipango (Japón). De este modo se vincula la procedencia de los aztecas al origen del
  • 26. 26 hombre en América, que según la comunidad científica estaría en el continente asiático (Sixirei Paredes, 2009: 16). La última escala del viaje de retorno a casa se produce en Cipango, el actual Japón. Aquí separan Quetza y Keiko, pues ella retorna al hogar del que había sido arrebatada (capítulo 25). Después de 90 días cruzando el océano Pacífico, divisan los acantilados del norte de Oaxaca. Sin embargo, desgraciadamente ocurre una terrible tempestad y la carabela comandada por Quetza, en la que transportaban todos los agasajos que atestiguaban su vuelta alrededor del globo naufraga, perdiendo su carga debajo del mar (capítulo 26). Maoni rescata al capitán mexica, pero murieron cinco hombres y todas las pruebas de su aventura habían desaparecido. Con espíritu de derrota entran en Tenochtitlán, donde Quetza ve acrecentado su dolor al enterarse de que Tepec ha muerto e Ixaya se ha casado con Huatequi, del que esperaba un hijo (capítulo 27). La historia termina de manera dramática cuando va a entrevistarse con el nuevo emperador, Ahuíztotl, pues Tízoc había fallecido. El Tlatoani no estaba informado de los planes de Quetza y no le dirige la palabra, sin embargo, su viejo rival, el sacerdote Tapazolli, sigue en su cargo y hace que el protagonista se derrumbe al constatar que no puede aportar una sola prueba de su viaje. Finalmente, Quetza es desterrado de nuevo a Huasteca, mientras que sus compañeros de travesía son sacrificados. Él se dedica a subirse a un lugar alto y contemplar el mar, sabiendo que algún día verá llegar a la costa las naves del almirante de la reina (capítulo 28). De este modo, Andahazi conecta de nuevo la ficción con la historia, puesto que la expedición de Quetza no tiene ninguna trascendencia, puesto que ni el Tlatoani va a tomar ninguna medida contra la llegada de los españoles, ni en Europa tuvieron nunca constancia de que habían recibido la visita de unos habitantes procedentes de un continente que no conocían. 3. CONCLUSIONES Son varios los aspectos que hacen de El conquistador una obra de lectura muy recomendable para un estudiante del Grado de Historia. En primer lugar, como novela, cuenta una historia amena, sencilla de entender, sobre las aventuras de un joven mexica que decide dar la vuelta al mundo para salvar a su tierra de una desgracia.
  • 27. 27 Sin embargo, esa es solo una primera aproximación, pues haciendo un estudio más minucioso de la obra, constatamos que su primera parte es todo un compendio de datos sobre la civilización azteca. Gracias a los personajes de Quetza y Tepec el lector puede pasear por Tenochtitlán, imaginarse los diferentes Calpulli, el bullicio de la gente en los mercados y las chinampas y los jardines entre los canales. Se describen intercambios comerciales haciendo uso de polvo de oro o cacao. Se explica cómo estaba estructurada y cómo funcionaba la sociedad, así como las costumbres que tenían, cómo se configuraba su educación y cuáles eran sus valores éticos. Paralelamente, las palabras de Andahazi ilustran la importancia de los dioses y los sacrificios en esta cultura, así como la rivalidad existente entre Quetzalcoátl y Huitzilopochtli, de la que se harán eco los personajes Tepec y Tapazolli. Por otra parte, asistimos al aprendizaje y formación del protagonista, que nos descubre el funcionamiento interno de los Calmélac y acaba siendo un alumno aventajado con grandes conocimientos de historia, navegación y astronomía, pues a partir de la observación de los astros y los eclipses deduce que la tierra es redonda. Debido a estas habilidades, realiza reformas esenciales para su pueblo como el calendario y los puentes. Este es el caldo de cultivo para que Quetza deduzca que va a haber una catástrofe en su civilización, teniendo en cuenta la leyenda de los cinco soles, que va a proceder del Océano. Tras conseguir el permiso de Tízoc se embarca en la aventura con una tripulación medio mexica y medio huasteca. Arranca así una segunda parte en la que cambia el estilo de la novela y Andahazi adopta la forma de diario de navegación tomando como modelo los diarios de Cristóbal Colón escritos por Bartolomé de las Casas. Esto otorga verosimilitud a la obra, sobre todo cuando tropiezan con nativos con los que también se había encontrado Colón y extraen conclusiones similares. Lo mismo ocurre con la descripción de la incertidumbre, las tormentas y los motines a bordo de los barcos, que ambos marinos experimentaron. Al lado de esto, la forma de diario epistolar en primera persona, permite que el lector se inserte rápidamente en la acción y reflexione sobre cómo se pudieron sentir el almirante genovés y su tripulación durante su primer viaje por una ruta desconocida sin saber lo que iban a hallar en su camino. La tercera sección se inaugura con la llegada a tierra de la expedición mexica. Consta de 28 capítulos que se sitúan en la historia ficción, respondiendo a la pregunta de qué pasaría si los americanos hubieran llegado primero a Europa y planearan su conquista. Se
  • 28. 28 trata de una propuesta muy sugerente, porque permite ver un momento histórico desde los ojos de los otros, en algo parecido a lo que muestra Las cruzadas vistas por los árabes (Maalouf, 2012), aunque en este último caso no se trata de una ficción. Desde mi punto de vista, podemos entender mejor el proceso del descubrimiento y conquista de América y, sobre todo, qué significó y cómo lo vivieron los indígenas, si le damos la vuelta a los hechos y vemos cómo estos afectarían a nuestra civilización. La mirada que Quetza posee de Europa, como pueblo salvaje y cruel en la guerra, ambicioso y solo preocupado por el oro y el poder, con diferentes costumbres y formas de vestir, adorando a unos dioses que no infunden temor, no es muy diferente a la que podían expresar los españoles que tuvieron contacto con los indígenas americanos. Por otra parte, el mundo nuevo y desconocido también despierta la curiosidad de los recién llegados, de manera que son conscientes de una serie de hallazgos que pueden asimilar para mejorar su cultura como el empleo de la rueda en los carruajes y el uso del caballo. Así mismo, se ponen sobre la mesa otros aspectos fundamentales en la colonización como la necesidad de intérpretes y de conocer la lengua de los nativos, el control religioso y el conocimiento de las tácticas de guerra del adversario. En este sentido, el protagonista reconoce la superioridad armamentística de los europeos y, por ello quiere llevarse armas para su patria. La ficción de esta tercera parte se entrelaza constantemente con la realidad histórica, pues los mexicas visitan lugares existentes en la época en distintos puntos de Castilla, Francia, Italia, Asia Menor, India, Catay y Cipango. A su vez, tienen contacto con personajes históricos como La Reina Isabel o Cristóbal Colón. Pero el entramado fábula- ficción no solo se queda aquí, ya que en las diferentes páginas de esta sección se citan acontecimientos como la búsqueda de nuevas rutas hacia Oriente debido al bloqueo por parte de los musulmanes y el sultán de Alejandría, o la Guerra de los Cien Años y los enfrentamientos entre Francia e Inglaterra, así como la rivalidad entre Castilla y Portugal por el dominio del Atlántico. Si durante la travesía de Quetza el molde discursivo empleado por Andahazi era el modelo de los diarios de navegación, en su recorrido por el mundo sigue el modelo del Libro de las maravillas de Marco Polo. De hecho, el capítulo 22 en el que comienza la ruta por el continente asiático, recibe este nombre. Además de la descripción de lo que más le asombra de cada país asiático por el que van parando, hay tres momentos cruciales para la historia. Por una parte, la relación entre
  • 29. 29 la cultura y las manifestaciones artísticas y religiosas de Catay y Tenochtitlán, que invitan a preguntarse por un pasado común. Por otra parte, la llegada a la mítica Aztlán, que como se indicó previamente, el autor de El conquistador ubica en una isla entre Catay y Cipango, haciendo hincapié de nuevo en la relación entre Oriente y el continente americano. En tercer lugar, un momento de gran tensión en el libro es la despedida de Keiko y el retorno a su país. El final de la obra resulta demoledor, pues una tempestad termina definitivamente con la idea que se había hecho Quetza de llegar victorioso a su tierra con muchos animales, semillas y objetos exóticos que respaldaban la historia de su viaje alrededor del planeta. Sin embargo, su carabela naufraga y todo su contenido acaba en el fondo del mar. Retorna, por tanto, derrotado y este sentimiento se agrava al conocer que ha perdido a su padrastro y que la mujer con la que esperaba casarse ya tiene otro marido. Para empeorar las cosas el Tlatoani no sabe nada de su historia y la intervención final de Tapazolli pidiendo pruebas, enmudece de por vida al protagonista, que remata sus días desterrado esperando la llegada de las naves de los conquistadores castellanos. Como ya se indicó en la parte final del comentario, con este desenlace, Andahazi vuelve a fundir la ficción de Quetza con los acontecimientos históricos, puesto que es como si su expedición nunca se hubiera producido, al carecer de pruebas y testigos también al otro lado del mundo (no olvidemos que los confundieron con viajeros procedentes de Catay). Su proeza no tuvo repercusiones, así que la llegada de Cristóbal Colón a América tal y como sucedió en la realidad tendría cabida en la narración de El conquistador, ya que tal y como remata la obra: “la guerra de los dioses estaba por comenzar”. 4. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ASTORGA POBLETE, D. (2014): “Tlacauhtli, altépetl, tlalli: Conceptos básicos de estructuración del espacio, territorio y tierra en el México precolombino”, Revista de Historia y Geografía, Nº 31, pp. 47-61. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7392147.pdf. [Fecha de consulta: 29/12/2021]. BRUHN DE HOFFMEYER, A. (1986): “Las armas de los conquistadores. Las armas de los aztecas”. Gladius,Nº XVII, pp. 5-56. Disponible en: https://gladius.revistas.csic.es/index.php/gladius/article/view/116. [Fecha de consulta: 21/12/2021].
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