1. “La fuerza para
seguir viviendo me
la dan Dios y mi hijo
desde el cielo”
Elma Pelozo es la mamá de Gabino
Ruíz Díaz, soldado clase 62 del
Regimiento de Infantería 12
de Mercedes, Corrientes, quien peleó
al grito de sapucay y cayó
definitivamente en la batalla de Goose
Green. Su fe cristiana la mantuvo en
pie, pero el dolor de no saber cuál
es la tumba de su hijo aún la desvela.
Cambacito, como le decían en familia,
es uno de los 123 soldados NN en el
cementerio de Darwin. Ella ya firmó
una carta a la presidenta Cristina de
Kirchner para pedir la identificación.
“Que la cruz tenga su nombre me
traería una nueva paz”, dice.
Por Gaby Cociffi.
Fotos: Alejandro Carra y álbum familia Ruíz Díaz.
LAS
MADRES DE
MALVINAS
“Mi
Cambacito”
Así le decían en familia.
“Cambacito por
negrito”, aclara Elma
(72) desde su campo en
Colonia Pando, a 33
kilómetros de San
Roque, Corrientes,
donde la familia creció
y vivió del cultivo de
tabaco y sandía.
48 49
2. 51
Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya
no regreso, no llore por mí porque estoy lu-chando
por la Patria”. La pequeña letra de
Gabino Ruíz Díaz, en ese amarillento formula-rio
de encotel –Empresa Nacional de Correos
y Telégrafos–, que con franqueo pago había llegado desde las
Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor.
“El sabe que no va a volver”, se dijo Elma Pelozo (hoy 72),
sentada en la cocina de su casita de adobe y chapa, en Colo-nia
Pando, a 33 kilómetros de San Roque, Corrientes. En so-ledad
dejó escapar una lágrima, que rápidamente secó con
el repasador para que su familia no la vea. A su memoria vol-vieron
todas las imágenes del día en que su hijo le dijo adiós
y se fue a la guerra para siempre.
“La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. El vivía
allá en lo de mi madre, a quien acompañaba
y ayudaba mucho desde que el último hijo se le
había matado tomando veneno. Y se vino pa-ra
la casa arriba del caballo –tenía un tordillo
negro– para despedirse de los hermanos, para
hablar con su padre y para darme un beso lle-no
de amor”, recuerda hoy mientras sirve unos
pastelitos caseros de dulce y queso, y busca la
única foto que Gabino se sacó en toda su vida.
Allí, con diecinueve años, se lo ve orgulloso en
su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de
Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el
servicio militar. Serio y firme en su camisa blan-ca,
el corbatín y el pantalón caqui, el birrete con
el escudo nacional apenas ladeado hacia la dere-cha,
luce con honor su vestimenta de soldado.
“Era tan lindo mi Cambacito”, dice Elma.
“Saltó de su
trinchera y al
grito de
sapucay les
puso el pecho
a los ingleses,
mientras
nosotros nos
quedábamos
en el pozo”,
recordó
Ramón Alegre,
compañero en
el Regimiento
12.
“Cambacito, por negrito”, aclara y acaricia la cara de Gabino
en esta foto ya gastada por el paso de los años.
EL GRITO DE SAPUCAY. “En ese entonces éramos una
familia feliz”, suspira. Treinta años después, la familia ya no es
la misma. Don Gabino Ruíz Díaz murió en 2011, luego de una
penosa enfermedad que lo tuvo postrado en la cama durante
una década. “Empezó a apagarse allá por el ’84, el día en que
en la Municipalidad le dijeron que su hijo estaba desapare-cido,
pero que ya no vovlería”, dice Antonia Teresa (55), una
de sus hijas. Los demás –Abel Alfredo (52), Miguel Angel (49),
Roque Augusto (46), Nilda Itatí (45), Rafael (44) y Adelina Ita-tí
(42)– dividen su vida entre San Roque, Colonia Pando y Bue-nos
Aires, trabajando en el campo y en una fábrica de vidrio,
para visitar cada tanto a su madre, que quedó sola en el cam-po
que los vio crecer.
Ahora, cuando los recuerdos se cuelan por todos los rincones
de esta casa –que gracias al dinero que recibieron de la pen-sión
por el hijo muerto tiene cielorraso, machimbre, cerámi-cos
y ladrillos–, Elma relee aquella carta que llegó desde las is-las.
Y su voz se quiebra.
“Siento orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo
que cumplir. Si Jesús luchó por nosotros y nos liberó, yo lo
Una foto, una
medalla, una
escuela
Esta foto con su
uniforme de soldado
del Regimiento de
Infantería Mecanizada
12 de Mercedes,
Corrientes –a 140
kilómetros de su
Colonia Pando natal–
fue la única que
Gabino se sacó en toda
su vida. Abajo, el
momento más doloroso
para la familia: en
1984, don Gabino
padre, su mujer, y los
siete hijos que le
quedaban, fueron
convocados por las
autoridades militares y
el intendente de San
Roque, Domingo Emilio
Muñiagurria. Allí les
anunciaron que su hijo,
desaparecido en la
guerra, ya no volvería.
La escuela 216, donde
estudió Cambacito
hasta séptimo grado,
se llamaba Santa Rosa
de Lima; hoy fue
bautizada Héroe de
Malvinas Gabino Ruíz
Díaz. “Me siento
orgullosa”, dice su
madre.
3. haré por mi Patria”, escribió aquel soldado pocos días
antes de morir en la batalla de Goose Green, el 29 de
mayo de l982, cuando saltó de su trinchera y al grito de
sapucay “les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear
a campo abierto, mientras nosotros nos quedábamos
en el pozo”, recordó Ramón Alegre, compañero en el
Regimiento 12, en una entrevista que le hicieron el últi-mo
2 de abril en la FM 107 de San Roque. “No nos lla-men
héroes a nosotros, Gabino lo fue. Era imparable y
se jugó la vida por la Patria”, concluyó con la voz man-chada
de dolor.
LA VIDA DE CAMBACITO. Desde la panza de su
madre, tan linda y tan redonda que todos creían que iba
a ser una nena, Gabino se anunciaba como un niño que
sólo traería felicidad. El 27 de junio de l962, el tercer hi-jo
de los Ruíz Díaz llegó al mundo con la ayuda de la par-tera
Dora Miño, la misma que hizo nacer a todos los her-manos.
A los cinco días –como marca la tradición en la
provincia norteña–, la comadrona regresó al ranchito de
adobe llevando el agua bendita para que el niño “re-nunciara
al demonio” y fuera bautizado con el nombre
que luego lo acompañaría toda su vida. Su padre ya lo
había decidido: “Se llamará como yo, Gabino”.
Cambacito creció en el campo, entre los cultivos de ta-baco
y sandías, esos que le permitían a la familia llenar la
olla y tener pan en la mesa cada noche. En la escuela
Santa Rosa de Lima –ahora Escuela 216 Héroe de Malvi-nas
Gabino Ruíz Díaz– se destacó en Ciencias Naturales.
Su maestra de cuarto grado, Carmen Itatí Nuñez, lo de-finía
como un chico “muy despierto, que habla siempre
de animales y es aplicado en la tarea”. Su infancia de
pobreza y privaciones hizo que jamás soñara con escri-birle
una carta a los Reyes Magos.“Eramos muy humil-des,
sabíamos que para nosotros no había regalos”, ex-plica
su hermana Antonia. Pero en cierta ocasión, don
Gabino se dio un lujo que aún hoy sus hijos recuerdan
con emoción: les compró a cada uno de ellos una alcan-cía
con forma de animal. “A Cambacito le tocó un do-rado
enorme, como de 40 centímetros de largo. Arriba
de la aleta del pez tenía la ranura para echar las mo-nedas”,
rememora Antonia.
Cuando Gabino terminó séptimo grado hacía rato que
ya trabajaba en el campo de su abuela, Lucía Aguilar:
“Era tan decidido, llevaba adelante la casa como todo
un hombre”, agrega su hermana.
Las grandes diversiones de su adolescencia pasaron por
algún picadito de fútbol o ensillar los
caballos para ir a los bailes, donde se lu-cía
con la cumbia y el chamamé.
El amor no le fue esquivo y, aunque
nunca presentó una novia en familia,
todos saben –por boca de la nieta de
don Tito– que Gabino se había enamo-rado
por primera vez de Elenita, que
luego siguió Leonor, y más tarde corte-jó
a Vicenta. Fue a esta última, asegu-ran,
a quien le contó sus ilusiones: “No
“Sé que
nuestro Señor
está cuidando
a mi hijito,
pero la herida
no cicatriza
nunca, sigue
sangrando,
y todavía lo
extraño”
voy a ser policía como mi padre.
Cuando me den la baja en el servicio militar voy a cul-tivar
tabaco y sandías”. Elma no sabe si su hijo le pidió
a aquella novia que lo esperara. “No lo creo, él tenía un
corazón inquieto”, resume con picardía.
MEMORIAS DEL ADIOS. Fue en tiempo de Pascuas
de Resurrección cuando a Gabino le tocó despedirse de
su familia.“Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo:
‘Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva
fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con bo-tones
de madera que le quedaba tan lindo… A la hora
de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos
nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Comimos
estofado de pollo y yo le herví unos fideos”, recuerda El-ma,
citando cada detalle con una precisión que con-mueve.
“Estaba más gordito, más hombrecito, como que el
Ejército lo había hecho crecer. Durmió en casa esa no-che,
y a la mañana siguiente ensilló el caballo en si-lencio
y me abrazó”, cuenta. Antes de partir habló a so-las
con su padre, a quien siempre le había hecho caso
sin cuestionar una sola de sus palabras, y cargó el pe-queño
bolso con sus poquísimas pertenencias: un pan-
Recordando
al héroe
Gabino está
presente en la
memoria de los
habitantes
de Colonia Pando.
La directora de la
escuela que hoy
lleva su nombre,
Mabel Miranda, y el
maestro Aldo
Humberto
Dallemole, les
enseñan a los
chicos “que aquí
estudió un héroe”.
Soldados NN
Los veteranos Julio Aro y José Raschia, de la fundación No me olvides, impulsaron,
con el apoyo de esta periodista, la necesidad de identificar a los soldados NN que hoy
descansan en el Cementerio de Darwin. A la causa se sumaron David Zambrino,
presidente del Centro de ex soldados combatientes de Malvinas del Chaco, junto a
Rubén Rada y Julio Mas, del centro de veteranos de Santa Fe. Todos los familiares
que quieran hacer el ADN de sus hijos o hermanos, pueden firmar una sencilla carta a
la Presidenta, que se les facilitará en forma personal o a través de estos correos
electrónicos: info@nomeolvides.org.ar, gabymcociffi@gmail.com;
cescem.chaco@gmail.com. En su discurso del 2 de abril, Cristina Kirchner anunció el
envío de una carta a la Cruz Roja Internacional solicitando se implementen las
medidas necesarias para reconocer los cuerpos de nuestros caídos.
4. talón de abrigo, la camisa de fondo blanco con estampa-do
de piecitos colorados y negros –que tanto le gustaba
y usaba para los bailes–, su pulóver azul y las botas del
uniforme recién lustradas.
“Lo vi irse por ese camino que ahora vos estás miran-do.
La imagen se fue haciendo chiquita y él cada tan-to
saludaba con la mano”, relata con emoción
–¿Cómo se enteró de que su hijo estaba en la guerra?
–Con la primera carta que me llegó. A mí no me avisó
nadie que se iban, nadie del Regimiento llamó, y tendrí-an
que haberlo hecho… ellos eran criaturas. Ahora Gal-tieri
está pagando en el infierno porque dejó morir a
nuestros chicos y enlutó a la Argentina.
LA FE SALVADORA. Católica de nacimiento, evange-lista
desde el 66 –cuando los pastores le enseñaron a
“encontrar las palabras para poder hablar con
Dios”–, Elma Pelozo siente que Jesús la salvó.
“La fuerza me la da Gabino y me la da Dios. En Dios
encuentro consuelo”. Y con esa aceptación del desti-no
que solo da la Fe, agrega con devoción cristiana:
“Sé que nuestro Señor está cuidando a mi hijito, pe-ro
la herida no cicatriza nunca, sigue sangrando, y
todavía lo extraño”.
Cuenta que en las noches, cuando la embarga la angus-tia,
se sienta en su cama y agradece estar con vida. Lue-go
se pone de rodillas para orar por el hijo que no vol-vió.
“Le pido a Dios palabras de oración que me
ayuden a sentir su caricia. Y cuando siento sus cari-cias
empiezo a orar con libertad, me salen palabras
que antes no había imaginado”, revela emocionada.
Cuando Gabino se fue a la guerra, su madre rezó cada
noche “pidiéndole al Padre celestial que lo proteja”.
–Pero su hijo no regresó, ¿nunca sintió que Dios no la
había escuchado?
–Dios es el arquitecto de nuestra vida, hija. Solo El
comprende por qué decidió llamarlo a su lado.
Nunca me enojé con Nuestro Señor, El siempre te
está escuchando.
Cuenta, entonces, que cuando Cambacito estaba en las
Malvinas ella miraba el árbol florido que su marido había
plantado en la puerta de su casa, y pensaba que Dios
suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado.
“Yo elegía una flor cada día y se la de-dicaba
a Dios, pensando que quizá
así no llevaría a mi hijo. Pero nadie
escapa a su destino, hija, nadie”, dice
con convicción.
EL YA NO VA A VOLVER. Ahora que
cae la tarde, y los mates siguen de ma-no
en mano, Elma se anima a una nue-va
confesión jamás antes revelada. Re-cuerda
que una mañana de mayo del
82 se fue caminando por el baldío ha-cia
la casa de su madre. Doña Lucía la
recibió con una frase demoledora: “Tu
hijo no va a volver”. “¡Cállese mamá!
No hable de eso que de usted no de-pende”,
“En una carta
me vino la
medallita de
identificación.
Era una
chapita de
zinc y estaba
manchada de
sangre seca.
Ahí me di
cuenta de que
Cambacito ya
no volvería”
la cortó con dureza. Esa noche se quedó a dor-mir
en la cama que su hijo había usado desde los diez
años. “Y sentí que Gabino vino, se acostó encima mío y
me besó. Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpi-to”,
murmura. Era la madrugada del 29 de mayo de l982,
la misma fecha en la que su hijo murió peleando en la
batalla de Goose Green. “Hoy sé que me visitó para des-pedirse.
Yo sentí el calor de mi hijo que no quería irse
sin decirme adiós”, cuenta con emoción.
Elma asegura que esa no fue la única revelación que tu-vieron
en la familia. Poco después de terminada la gue-rra
–el 27 de junio, cuando Cambacito cumplía los 20
años–, mientras tomaban mate afuera de la casa, escu-charon
una voz clara que decía “¡papá!”. Su marido se
levantó de la silla y miró hacia la oscuridad del campo.
“Es él”, dijo. Todos reconocieron la voz. Pero en ese en-tonces
no sabían que Gabino había muerto en las islas.
Cuando Cambacito no regresó, cuando del Regimiento
de Mercedes les dijeron que estaba “desaparecido”, El-
La familia, ayer
y siempre
En una de las pocas fotos
familiares, cuando Gabino
ya había muerto en las
islas: la tía Alba, algunos
de los hermanos de Ruíz
Díaz –Antonia, Abel,
Roque, Rafael y Miguel
Angel– junto a sus padres,
y a uno de los nietos,
Eliseo. Hoy, Elma junto a
su hija mayor, Antonia, y
su nieta Noemí, hija de
Rafael y profesora de
Lengua y Literatura.
5. 56
ma se negó durante semanas a abrir las cartas que llega-ban
porque temía encontrarse con la peor noticia. Llo-raba
por las noches, a escondidas de su marido, ya que
el padre estaba sufriendo “y no quería agregarle dolor
a su dolor”. Un médico le recetó calmantes “para que
al principio pudiera soportar tanta tristeza; pero Dios
me dio la fuerza”, afirma.
Mucho tiempo después de la guerra, tanto que ya no re-cuerda
cuánto, recibió un sobre sellado en Mercedes.
En el mismo instante en que lo abrió, murieron todas
sus esperanzas: “Lo esperé hasta lo último, porque esta-ba
como desaparecido, pero en esa carta me vino la
medallita de identificación. Tenía su nombre y su nú-mero
de documento. Era una chapita de zinc, partida
al medio, y estaba manchada. Yo creo que era sangre
seca. Ahí me di cuenta que Cambacito ya no volvería”.
ESAS ISLAS ALLA LEJOS. Durante veinte años El-ma
no pudo hablar del hijo que cayó en la guerra. “Te-nía
algo atragantado en la garganta, se me hacía un
nudo y se me atoraban las palabras”, asegura. Su viaje
a las Malvinas y caminar entre las 230 cruces del cemen-terio
de Darwin, la hicieron sentir que “estaba cum-pliendo
con lo que él me había pedido: no llorarlo en
el lugar que sufrió y murió”. Pero a Elma le faltó enton-ces,
y aún le falta hoy, una tumba donde dejar una flor:
el cuerpo de Gabino Ruíz Díaz, como el de otros 123 ca-ídos,
jamás fue reconocido. Su cruz reza Soldado argen-tino
solo conocido por Dios.“Me abracé a la placa que
había llevado, y en la que habíamos grabado su nom-bre,
y caminé entre las tumbas, ‘¿Dónde tengo que po-ner
este recordatorio?’, me preguntaba. Esperaba sen-tir
algo, una señal. Ahí, en la tercera fila, supe que de-bía
apoyar el bronce. Fue algo interno, como si mi hi-jo
me dijera: ‘Estoy acá’. Entonces me arrodillé, dejé el
bronce y le recé”, recuerda.
A treinta años de la guerra, Elma Pelozo se suma a los
familiares que enviaron a una carta a la Presidenta so-licitando
que se hagan los trámites necesarios para re-alizar
el ADN de sus muertos (ver recuadro). “Saber
dónde está el cuerpo de mi hijo me
traería una nueva paz”, sintetiza.
Sabe que en esa tierra de turba y niebla,
Gabino pasó hambre y frío, que hubo
superiores que lo trataron muy mal, pe-ro
también sabe que al Cabo Primero
José Luis Rios –misionero de Oberá,
sargento post mortem– su hijo le había
juramentado “donde usted se queda
me voy a quedar yo”. Otros soldados le
contaron que ellos se dieron la mano
en la trinchera para sellar el pacto, pero
que el cabo cayó muy pronto, y Camba-cito
fue corajudo en la batalla.“Ante la
adversidad reaccionaba como su pa-dre,
peleando”, afirma conmovida.
“Algunos
veteranos se
suicidaron al
volver. Y
cuando eso
pasa, las
almas se van
al infierno.
Esos chicos
no merecían
no tener el
descanso
eterno porque
muchos
argentinos les
dieron la
espalda y
nadie los
ayudó”
–¿Siente orgullo de que su hijo haya
muerto luchando por la Patria?
–Me trae consuelo pensar que murió
peleando y que no le tocó vivir lo que
sufrieron otros veteranos. Siento pena
por los soldados que volvieron muy mal y nadie los ayu-dó.
Los ocultaron con vergüenza después de que se ha-bían
jugado la vida. Acá hubo uno que se tiró debajo de
un colectivo y otro que se prendió fuego. Y cuando eso
pasa, las almas se van al infierno. Esos chicos no merecí-an
no tener el descanso eterno porque muchos argenti-nos
les dieron la espalda.
Elma se emociona cuando habla de los ex combatientes.
“Todos ellos son un pedazo de mi vida”, dice. Y cuenta
con entusiasmo que cuando la visitan la llaman “mamá”
y ella los abraza como abrazaba a Gabino. “Nunca te vas
a olvidar de tu hijo, pero hubo nuevos hijos que me dio
la vida”, finaliza.
Ya es noche cerrada. Nos despedimos. Elma se acerca,
me abraza, y me susurra al oído: “Cambacito tenía pe-gaditos
los deditos del pie, justo los que están después
del dedo grande… Estoy segura de que si lo veo, lo va-mos
a poder reconocer muy rápido. Y mi hijo, final-mente,
va a tener una cruz con su nombre en la tie-rra
donde dejó la vida. ■
Una flor
Cuando su hijo estaba
en las Malvinas ella
pensaba que Dios
suele cortar la flor
que más quiere para
llevarla a su lado.
“Elegía una cada día y
se la dedicaba al
Señor, pensando que
quizá así no llevaría a
mi hijo. Pero nadie
escapa a su destino”,
cuenta.
FE DE ERRATAS
En la edición 2437, por un error de impresión, hubo un salto de texto en la nota de Avelina Romero, madre del soldado Julio
Romero. En la primera columna de la página 136 debía leerse: “El 12 de junio los ingleses desataron un fuerte ataque sobre
nuestras posiciones en Monte Challenger. Aquello fue terrible”. Baruso había viajado desde Corrientes…”