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“La fuerza para 
seguir viviendo me 
la dan Dios y mi hijo 
desde el cielo” 
Elma Pelozo es la mamá de Gabino 
Ruíz Díaz, soldado clase 62 del 
Regimiento de Infantería 12 
de Mercedes, Corrientes, quien peleó 
al grito de sapucay y cayó 
definitivamente en la batalla de Goose 
Green. Su fe cristiana la mantuvo en 
pie, pero el dolor de no saber cuál 
es la tumba de su hijo aún la desvela. 
Cambacito, como le decían en familia, 
es uno de los 123 soldados NN en el 
cementerio de Darwin. Ella ya firmó 
una carta a la presidenta Cristina de 
Kirchner para pedir la identificación. 
“Que la cruz tenga su nombre me 
traería una nueva paz”, dice. 
Por Gaby Cociffi. 
Fotos: Alejandro Carra y álbum familia Ruíz Díaz. 
LAS 
MADRES DE 
MALVINAS 
“Mi 
Cambacito” 
Así le decían en familia. 
“Cambacito por 
negrito”, aclara Elma 
(72) desde su campo en 
Colonia Pando, a 33 
kilómetros de San 
Roque, Corrientes, 
donde la familia creció 
y vivió del cultivo de 
tabaco y sandía. 
48 49
51 
Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya 
no regreso, no llore por mí porque estoy lu-chando 
por la Patria”. La pequeña letra de 
Gabino Ruíz Díaz, en ese amarillento formula-rio 
de encotel –Empresa Nacional de Correos 
y Telégrafos–, que con franqueo pago había llegado desde las 
Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor. 
“El sabe que no va a volver”, se dijo Elma Pelozo (hoy 72), 
sentada en la cocina de su casita de adobe y chapa, en Colo-nia 
Pando, a 33 kilómetros de San Roque, Corrientes. En so-ledad 
dejó escapar una lágrima, que rápidamente secó con 
el repasador para que su familia no la vea. A su memoria vol-vieron 
todas las imágenes del día en que su hijo le dijo adiós 
y se fue a la guerra para siempre. 
“La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. El vivía 
allá en lo de mi madre, a quien acompañaba 
y ayudaba mucho desde que el último hijo se le 
había matado tomando veneno. Y se vino pa-ra 
la casa arriba del caballo –tenía un tordillo 
negro– para despedirse de los hermanos, para 
hablar con su padre y para darme un beso lle-no 
de amor”, recuerda hoy mientras sirve unos 
pastelitos caseros de dulce y queso, y busca la 
única foto que Gabino se sacó en toda su vida. 
Allí, con diecinueve años, se lo ve orgulloso en 
su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de 
Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el 
servicio militar. Serio y firme en su camisa blan-ca, 
el corbatín y el pantalón caqui, el birrete con 
el escudo nacional apenas ladeado hacia la dere-cha, 
luce con honor su vestimenta de soldado. 
“Era tan lindo mi Cambacito”, dice Elma. 
“Saltó de su 
trinchera y al 
grito de 
sapucay les 
puso el pecho 
a los ingleses, 
mientras 
nosotros nos 
quedábamos 
en el pozo”, 
recordó 
Ramón Alegre, 
compañero en 
el Regimiento 
12. 
“Cambacito, por negrito”, aclara y acaricia la cara de Gabino 
en esta foto ya gastada por el paso de los años. 
EL GRITO DE SAPUCAY. “En ese entonces éramos una 
familia feliz”, suspira. Treinta años después, la familia ya no es 
la misma. Don Gabino Ruíz Díaz murió en 2011, luego de una 
penosa enfermedad que lo tuvo postrado en la cama durante 
una década. “Empezó a apagarse allá por el ’84, el día en que 
en la Municipalidad le dijeron que su hijo estaba desapare-cido, 
pero que ya no vovlería”, dice Antonia Teresa (55), una 
de sus hijas. Los demás –Abel Alfredo (52), Miguel Angel (49), 
Roque Augusto (46), Nilda Itatí (45), Rafael (44) y Adelina Ita-tí 
(42)– dividen su vida entre San Roque, Colonia Pando y Bue-nos 
Aires, trabajando en el campo y en una fábrica de vidrio, 
para visitar cada tanto a su madre, que quedó sola en el cam-po 
que los vio crecer. 
Ahora, cuando los recuerdos se cuelan por todos los rincones 
de esta casa –que gracias al dinero que recibieron de la pen-sión 
por el hijo muerto tiene cielorraso, machimbre, cerámi-cos 
y ladrillos–, Elma relee aquella carta que llegó desde las is-las. 
Y su voz se quiebra. 
“Siento orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo 
que cumplir. Si Jesús luchó por nosotros y nos liberó, yo lo 
Una foto, una 
medalla, una 
escuela 
Esta foto con su 
uniforme de soldado 
del Regimiento de 
Infantería Mecanizada 
12 de Mercedes, 
Corrientes –a 140 
kilómetros de su 
Colonia Pando natal– 
fue la única que 
Gabino se sacó en toda 
su vida. Abajo, el 
momento más doloroso 
para la familia: en 
1984, don Gabino 
padre, su mujer, y los 
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el intendente de San 
Roque, Domingo Emilio 
Muñiagurria. Allí les 
anunciaron que su hijo, 
desaparecido en la 
guerra, ya no volvería. 
La escuela 216, donde 
estudió Cambacito 
hasta séptimo grado, 
se llamaba Santa Rosa 
de Lima; hoy fue 
bautizada Héroe de 
Malvinas Gabino Ruíz 
Díaz. “Me siento 
orgullosa”, dice su 
madre.
haré por mi Patria”, escribió aquel soldado pocos días 
antes de morir en la batalla de Goose Green, el 29 de 
mayo de l982, cuando saltó de su trinchera y al grito de 
sapucay “les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear 
a campo abierto, mientras nosotros nos quedábamos 
en el pozo”, recordó Ramón Alegre, compañero en el 
Regimiento 12, en una entrevista que le hicieron el últi-mo 
2 de abril en la FM 107 de San Roque. “No nos lla-men 
héroes a nosotros, Gabino lo fue. Era imparable y 
se jugó la vida por la Patria”, concluyó con la voz man-chada 
de dolor. 
LA VIDA DE CAMBACITO. Desde la panza de su 
madre, tan linda y tan redonda que todos creían que iba 
a ser una nena, Gabino se anunciaba como un niño que 
sólo traería felicidad. El 27 de junio de l962, el tercer hi-jo 
de los Ruíz Díaz llegó al mundo con la ayuda de la par-tera 
Dora Miño, la misma que hizo nacer a todos los her-manos. 
A los cinco días –como marca la tradición en la 
provincia norteña–, la comadrona regresó al ranchito de 
adobe llevando el agua bendita para que el niño “re-nunciara 
al demonio” y fuera bautizado con el nombre 
que luego lo acompañaría toda su vida. Su padre ya lo 
había decidido: “Se llamará como yo, Gabino”. 
Cambacito creció en el campo, entre los cultivos de ta-baco 
y sandías, esos que le permitían a la familia llenar la 
olla y tener pan en la mesa cada noche. En la escuela 
Santa Rosa de Lima –ahora Escuela 216 Héroe de Malvi-nas 
Gabino Ruíz Díaz– se destacó en Ciencias Naturales. 
Su maestra de cuarto grado, Carmen Itatí Nuñez, lo de-finía 
como un chico “muy despierto, que habla siempre 
de animales y es aplicado en la tarea”. Su infancia de 
pobreza y privaciones hizo que jamás soñara con escri-birle 
una carta a los Reyes Magos.“Eramos muy humil-des, 
sabíamos que para nosotros no había regalos”, ex-plica 
su hermana Antonia. Pero en cierta ocasión, don 
Gabino se dio un lujo que aún hoy sus hijos recuerdan 
con emoción: les compró a cada uno de ellos una alcan-cía 
con forma de animal. “A Cambacito le tocó un do-rado 
enorme, como de 40 centímetros de largo. Arriba 
de la aleta del pez tenía la ranura para echar las mo-nedas”, 
rememora Antonia. 
Cuando Gabino terminó séptimo grado hacía rato que 
ya trabajaba en el campo de su abuela, Lucía Aguilar: 
“Era tan decidido, llevaba adelante la casa como todo 
un hombre”, agrega su hermana. 
Las grandes diversiones de su adolescencia pasaron por 
algún picadito de fútbol o ensillar los 
caballos para ir a los bailes, donde se lu-cía 
con la cumbia y el chamamé. 
El amor no le fue esquivo y, aunque 
nunca presentó una novia en familia, 
todos saben –por boca de la nieta de 
don Tito– que Gabino se había enamo-rado 
por primera vez de Elenita, que 
luego siguió Leonor, y más tarde corte-jó 
a Vicenta. Fue a esta última, asegu-ran, 
a quien le contó sus ilusiones: “No 
“Sé que 
nuestro Señor 
está cuidando 
a mi hijito, 
pero la herida 
no cicatriza 
nunca, sigue 
sangrando, 
y todavía lo 
extraño” 
voy a ser policía como mi padre. 
Cuando me den la baja en el servicio militar voy a cul-tivar 
tabaco y sandías”. Elma no sabe si su hijo le pidió 
a aquella novia que lo esperara. “No lo creo, él tenía un 
corazón inquieto”, resume con picardía. 
MEMORIAS DEL ADIOS. Fue en tiempo de Pascuas 
de Resurrección cuando a Gabino le tocó despedirse de 
su familia.“Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: 
‘Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva 
fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con bo-tones 
de madera que le quedaba tan lindo… A la hora 
de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos 
nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Comimos 
estofado de pollo y yo le herví unos fideos”, recuerda El-ma, 
citando cada detalle con una precisión que con-mueve. 
“Estaba más gordito, más hombrecito, como que el 
Ejército lo había hecho crecer. Durmió en casa esa no-che, 
y a la mañana siguiente ensilló el caballo en si-lencio 
y me abrazó”, cuenta. Antes de partir habló a so-las 
con su padre, a quien siempre le había hecho caso 
sin cuestionar una sola de sus palabras, y cargó el pe-queño 
bolso con sus poquísimas pertenencias: un pan- 
Recordando 
al héroe 
Gabino está 
presente en la 
memoria de los 
habitantes 
de Colonia Pando. 
La directora de la 
escuela que hoy 
lleva su nombre, 
Mabel Miranda, y el 
maestro Aldo 
Humberto 
Dallemole, les 
enseñan a los 
chicos “que aquí 
estudió un héroe”. 
Soldados NN 
Los veteranos Julio Aro y José Raschia, de la fundación No me olvides, impulsaron, 
con el apoyo de esta periodista, la necesidad de identificar a los soldados NN que hoy 
descansan en el Cementerio de Darwin. A la causa se sumaron David Zambrino, 
presidente del Centro de ex soldados combatientes de Malvinas del Chaco, junto a 
Rubén Rada y Julio Mas, del centro de veteranos de Santa Fe. Todos los familiares 
que quieran hacer el ADN de sus hijos o hermanos, pueden firmar una sencilla carta a 
la Presidenta, que se les facilitará en forma personal o a través de estos correos 
electrónicos: info@nomeolvides.org.ar, gabymcociffi@gmail.com; 
cescem.chaco@gmail.com. En su discurso del 2 de abril, Cristina Kirchner anunció el 
envío de una carta a la Cruz Roja Internacional solicitando se implementen las 
medidas necesarias para reconocer los cuerpos de nuestros caídos.
talón de abrigo, la camisa de fondo blanco con estampa-do 
de piecitos colorados y negros –que tanto le gustaba 
y usaba para los bailes–, su pulóver azul y las botas del 
uniforme recién lustradas. 
“Lo vi irse por ese camino que ahora vos estás miran-do. 
La imagen se fue haciendo chiquita y él cada tan-to 
saludaba con la mano”, relata con emoción 
–¿Cómo se enteró de que su hijo estaba en la guerra? 
–Con la primera carta que me llegó. A mí no me avisó 
nadie que se iban, nadie del Regimiento llamó, y tendrí-an 
que haberlo hecho… ellos eran criaturas. Ahora Gal-tieri 
está pagando en el infierno porque dejó morir a 
nuestros chicos y enlutó a la Argentina. 
LA FE SALVADORA. Católica de nacimiento, evange-lista 
desde el 66 –cuando los pastores le enseñaron a 
“encontrar las palabras para poder hablar con 
Dios”–, Elma Pelozo siente que Jesús la salvó. 
“La fuerza me la da Gabino y me la da Dios. En Dios 
encuentro consuelo”. Y con esa aceptación del desti-no 
que solo da la Fe, agrega con devoción cristiana: 
“Sé que nuestro Señor está cuidando a mi hijito, pe-ro 
la herida no cicatriza nunca, sigue sangrando, y 
todavía lo extraño”. 
Cuenta que en las noches, cuando la embarga la angus-tia, 
se sienta en su cama y agradece estar con vida. Lue-go 
se pone de rodillas para orar por el hijo que no vol-vió. 
“Le pido a Dios palabras de oración que me 
ayuden a sentir su caricia. Y cuando siento sus cari-cias 
empiezo a orar con libertad, me salen palabras 
que antes no había imaginado”, revela emocionada. 
Cuando Gabino se fue a la guerra, su madre rezó cada 
noche “pidiéndole al Padre celestial que lo proteja”. 
–Pero su hijo no regresó, ¿nunca sintió que Dios no la 
había escuchado? 
–Dios es el arquitecto de nuestra vida, hija. Solo El 
comprende por qué decidió llamarlo a su lado. 
Nunca me enojé con Nuestro Señor, El siempre te 
está escuchando. 
Cuenta, entonces, que cuando Cambacito estaba en las 
Malvinas ella miraba el árbol florido que su marido había 
plantado en la puerta de su casa, y pensaba que Dios 
suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. 
“Yo elegía una flor cada día y se la de-dicaba 
a Dios, pensando que quizá 
así no llevaría a mi hijo. Pero nadie 
escapa a su destino, hija, nadie”, dice 
con convicción. 
EL YA NO VA A VOLVER. Ahora que 
cae la tarde, y los mates siguen de ma-no 
en mano, Elma se anima a una nue-va 
confesión jamás antes revelada. Re-cuerda 
que una mañana de mayo del 
82 se fue caminando por el baldío ha-cia 
la casa de su madre. Doña Lucía la 
recibió con una frase demoledora: “Tu 
hijo no va a volver”. “¡Cállese mamá! 
No hable de eso que de usted no de-pende”, 
“En una carta 
me vino la 
medallita de 
identificación. 
Era una 
chapita de 
zinc y estaba 
manchada de 
sangre seca. 
Ahí me di 
cuenta de que 
Cambacito ya 
no volvería” 
la cortó con dureza. Esa noche se quedó a dor-mir 
en la cama que su hijo había usado desde los diez 
años. “Y sentí que Gabino vino, se acostó encima mío y 
me besó. Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpi-to”, 
murmura. Era la madrugada del 29 de mayo de l982, 
la misma fecha en la que su hijo murió peleando en la 
batalla de Goose Green. “Hoy sé que me visitó para des-pedirse. 
Yo sentí el calor de mi hijo que no quería irse 
sin decirme adiós”, cuenta con emoción. 
Elma asegura que esa no fue la única revelación que tu-vieron 
en la familia. Poco después de terminada la gue-rra 
–el 27 de junio, cuando Cambacito cumplía los 20 
años–, mientras tomaban mate afuera de la casa, escu-charon 
una voz clara que decía “¡papá!”. Su marido se 
levantó de la silla y miró hacia la oscuridad del campo. 
“Es él”, dijo. Todos reconocieron la voz. Pero en ese en-tonces 
no sabían que Gabino había muerto en las islas. 
Cuando Cambacito no regresó, cuando del Regimiento 
de Mercedes les dijeron que estaba “desaparecido”, El- 
La familia, ayer 
y siempre 
En una de las pocas fotos 
familiares, cuando Gabino 
ya había muerto en las 
islas: la tía Alba, algunos 
de los hermanos de Ruíz 
Díaz –Antonia, Abel, 
Roque, Rafael y Miguel 
Angel– junto a sus padres, 
y a uno de los nietos, 
Eliseo. Hoy, Elma junto a 
su hija mayor, Antonia, y 
su nieta Noemí, hija de 
Rafael y profesora de 
Lengua y Literatura.
56 
ma se negó durante semanas a abrir las cartas que llega-ban 
porque temía encontrarse con la peor noticia. Llo-raba 
por las noches, a escondidas de su marido, ya que 
el padre estaba sufriendo “y no quería agregarle dolor 
a su dolor”. Un médico le recetó calmantes “para que 
al principio pudiera soportar tanta tristeza; pero Dios 
me dio la fuerza”, afirma. 
Mucho tiempo después de la guerra, tanto que ya no re-cuerda 
cuánto, recibió un sobre sellado en Mercedes. 
En el mismo instante en que lo abrió, murieron todas 
sus esperanzas: “Lo esperé hasta lo último, porque esta-ba 
como desaparecido, pero en esa carta me vino la 
medallita de identificación. Tenía su nombre y su nú-mero 
de documento. Era una chapita de zinc, partida 
al medio, y estaba manchada. Yo creo que era sangre 
seca. Ahí me di cuenta que Cambacito ya no volvería”. 
ESAS ISLAS ALLA LEJOS. Durante veinte años El-ma 
no pudo hablar del hijo que cayó en la guerra. “Te-nía 
algo atragantado en la garganta, se me hacía un 
nudo y se me atoraban las palabras”, asegura. Su viaje 
a las Malvinas y caminar entre las 230 cruces del cemen-terio 
de Darwin, la hicieron sentir que “estaba cum-pliendo 
con lo que él me había pedido: no llorarlo en 
el lugar que sufrió y murió”. Pero a Elma le faltó enton-ces, 
y aún le falta hoy, una tumba donde dejar una flor: 
el cuerpo de Gabino Ruíz Díaz, como el de otros 123 ca-ídos, 
jamás fue reconocido. Su cruz reza Soldado argen-tino 
solo conocido por Dios.“Me abracé a la placa que 
había llevado, y en la que habíamos grabado su nom-bre, 
y caminé entre las tumbas, ‘¿Dónde tengo que po-ner 
este recordatorio?’, me preguntaba. Esperaba sen-tir 
algo, una señal. Ahí, en la tercera fila, supe que de-bía 
apoyar el bronce. Fue algo interno, como si mi hi-jo 
me dijera: ‘Estoy acá’. Entonces me arrodillé, dejé el 
bronce y le recé”, recuerda. 
A treinta años de la guerra, Elma Pelozo se suma a los 
familiares que enviaron a una carta a la Presidenta so-licitando 
que se hagan los trámites necesarios para re-alizar 
el ADN de sus muertos (ver recuadro). “Saber 
dónde está el cuerpo de mi hijo me 
traería una nueva paz”, sintetiza. 
Sabe que en esa tierra de turba y niebla, 
Gabino pasó hambre y frío, que hubo 
superiores que lo trataron muy mal, pe-ro 
también sabe que al Cabo Primero 
José Luis Rios –misionero de Oberá, 
sargento post mortem– su hijo le había 
juramentado “donde usted se queda 
me voy a quedar yo”. Otros soldados le 
contaron que ellos se dieron la mano 
en la trinchera para sellar el pacto, pero 
que el cabo cayó muy pronto, y Camba-cito 
fue corajudo en la batalla.“Ante la 
adversidad reaccionaba como su pa-dre, 
peleando”, afirma conmovida. 
“Algunos 
veteranos se 
suicidaron al 
volver. Y 
cuando eso 
pasa, las 
almas se van 
al infierno. 
Esos chicos 
no merecían 
no tener el 
descanso 
eterno porque 
muchos 
argentinos les 
dieron la 
espalda y 
nadie los 
ayudó” 
–¿Siente orgullo de que su hijo haya 
muerto luchando por la Patria? 
–Me trae consuelo pensar que murió 
peleando y que no le tocó vivir lo que 
sufrieron otros veteranos. Siento pena 
por los soldados que volvieron muy mal y nadie los ayu-dó. 
Los ocultaron con vergüenza después de que se ha-bían 
jugado la vida. Acá hubo uno que se tiró debajo de 
un colectivo y otro que se prendió fuego. Y cuando eso 
pasa, las almas se van al infierno. Esos chicos no merecí-an 
no tener el descanso eterno porque muchos argenti-nos 
les dieron la espalda. 
Elma se emociona cuando habla de los ex combatientes. 
“Todos ellos son un pedazo de mi vida”, dice. Y cuenta 
con entusiasmo que cuando la visitan la llaman “mamá” 
y ella los abraza como abrazaba a Gabino. “Nunca te vas 
a olvidar de tu hijo, pero hubo nuevos hijos que me dio 
la vida”, finaliza. 
Ya es noche cerrada. Nos despedimos. Elma se acerca, 
me abraza, y me susurra al oído: “Cambacito tenía pe-gaditos 
los deditos del pie, justo los que están después 
del dedo grande… Estoy segura de que si lo veo, lo va-mos 
a poder reconocer muy rápido. Y mi hijo, final-mente, 
va a tener una cruz con su nombre en la tie-rra 
donde dejó la vida. ■ 
Una flor 
Cuando su hijo estaba 
en las Malvinas ella 
pensaba que Dios 
suele cortar la flor 
que más quiere para 
llevarla a su lado. 
“Elegía una cada día y 
se la dedicaba al 
Señor, pensando que 
quizá así no llevaría a 
mi hijo. Pero nadie 
escapa a su destino”, 
cuenta. 
FE DE ERRATAS 
En la edición 2437, por un error de impresión, hubo un salto de texto en la nota de Avelina Romero, madre del soldado Julio 
Romero. En la primera columna de la página 136 debía leerse: “El 12 de junio los ingleses desataron un fuerte ataque sobre 
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  • 1. “La fuerza para seguir viviendo me la dan Dios y mi hijo desde el cielo” Elma Pelozo es la mamá de Gabino Ruíz Díaz, soldado clase 62 del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, quien peleó al grito de sapucay y cayó definitivamente en la batalla de Goose Green. Su fe cristiana la mantuvo en pie, pero el dolor de no saber cuál es la tumba de su hijo aún la desvela. Cambacito, como le decían en familia, es uno de los 123 soldados NN en el cementerio de Darwin. Ella ya firmó una carta a la presidenta Cristina de Kirchner para pedir la identificación. “Que la cruz tenga su nombre me traería una nueva paz”, dice. Por Gaby Cociffi. Fotos: Alejandro Carra y álbum familia Ruíz Díaz. LAS MADRES DE MALVINAS “Mi Cambacito” Así le decían en familia. “Cambacito por negrito”, aclara Elma (72) desde su campo en Colonia Pando, a 33 kilómetros de San Roque, Corrientes, donde la familia creció y vivió del cultivo de tabaco y sandía. 48 49
  • 2. 51 Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy lu-chando por la Patria”. La pequeña letra de Gabino Ruíz Díaz, en ese amarillento formula-rio de encotel –Empresa Nacional de Correos y Telégrafos–, que con franqueo pago había llegado desde las Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor. “El sabe que no va a volver”, se dijo Elma Pelozo (hoy 72), sentada en la cocina de su casita de adobe y chapa, en Colo-nia Pando, a 33 kilómetros de San Roque, Corrientes. En so-ledad dejó escapar una lágrima, que rápidamente secó con el repasador para que su familia no la vea. A su memoria vol-vieron todas las imágenes del día en que su hijo le dijo adiós y se fue a la guerra para siempre. “La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. El vivía allá en lo de mi madre, a quien acompañaba y ayudaba mucho desde que el último hijo se le había matado tomando veneno. Y se vino pa-ra la casa arriba del caballo –tenía un tordillo negro– para despedirse de los hermanos, para hablar con su padre y para darme un beso lle-no de amor”, recuerda hoy mientras sirve unos pastelitos caseros de dulce y queso, y busca la única foto que Gabino se sacó en toda su vida. Allí, con diecinueve años, se lo ve orgulloso en su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el servicio militar. Serio y firme en su camisa blan-ca, el corbatín y el pantalón caqui, el birrete con el escudo nacional apenas ladeado hacia la dere-cha, luce con honor su vestimenta de soldado. “Era tan lindo mi Cambacito”, dice Elma. “Saltó de su trinchera y al grito de sapucay les puso el pecho a los ingleses, mientras nosotros nos quedábamos en el pozo”, recordó Ramón Alegre, compañero en el Regimiento 12. “Cambacito, por negrito”, aclara y acaricia la cara de Gabino en esta foto ya gastada por el paso de los años. EL GRITO DE SAPUCAY. “En ese entonces éramos una familia feliz”, suspira. Treinta años después, la familia ya no es la misma. Don Gabino Ruíz Díaz murió en 2011, luego de una penosa enfermedad que lo tuvo postrado en la cama durante una década. “Empezó a apagarse allá por el ’84, el día en que en la Municipalidad le dijeron que su hijo estaba desapare-cido, pero que ya no vovlería”, dice Antonia Teresa (55), una de sus hijas. Los demás –Abel Alfredo (52), Miguel Angel (49), Roque Augusto (46), Nilda Itatí (45), Rafael (44) y Adelina Ita-tí (42)– dividen su vida entre San Roque, Colonia Pando y Bue-nos Aires, trabajando en el campo y en una fábrica de vidrio, para visitar cada tanto a su madre, que quedó sola en el cam-po que los vio crecer. Ahora, cuando los recuerdos se cuelan por todos los rincones de esta casa –que gracias al dinero que recibieron de la pen-sión por el hijo muerto tiene cielorraso, machimbre, cerámi-cos y ladrillos–, Elma relee aquella carta que llegó desde las is-las. Y su voz se quiebra. “Siento orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo que cumplir. Si Jesús luchó por nosotros y nos liberó, yo lo Una foto, una medalla, una escuela Esta foto con su uniforme de soldado del Regimiento de Infantería Mecanizada 12 de Mercedes, Corrientes –a 140 kilómetros de su Colonia Pando natal– fue la única que Gabino se sacó en toda su vida. Abajo, el momento más doloroso para la familia: en 1984, don Gabino padre, su mujer, y los siete hijos que le quedaban, fueron convocados por las autoridades militares y el intendente de San Roque, Domingo Emilio Muñiagurria. Allí les anunciaron que su hijo, desaparecido en la guerra, ya no volvería. La escuela 216, donde estudió Cambacito hasta séptimo grado, se llamaba Santa Rosa de Lima; hoy fue bautizada Héroe de Malvinas Gabino Ruíz Díaz. “Me siento orgullosa”, dice su madre.
  • 3. haré por mi Patria”, escribió aquel soldado pocos días antes de morir en la batalla de Goose Green, el 29 de mayo de l982, cuando saltó de su trinchera y al grito de sapucay “les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear a campo abierto, mientras nosotros nos quedábamos en el pozo”, recordó Ramón Alegre, compañero en el Regimiento 12, en una entrevista que le hicieron el últi-mo 2 de abril en la FM 107 de San Roque. “No nos lla-men héroes a nosotros, Gabino lo fue. Era imparable y se jugó la vida por la Patria”, concluyó con la voz man-chada de dolor. LA VIDA DE CAMBACITO. Desde la panza de su madre, tan linda y tan redonda que todos creían que iba a ser una nena, Gabino se anunciaba como un niño que sólo traería felicidad. El 27 de junio de l962, el tercer hi-jo de los Ruíz Díaz llegó al mundo con la ayuda de la par-tera Dora Miño, la misma que hizo nacer a todos los her-manos. A los cinco días –como marca la tradición en la provincia norteña–, la comadrona regresó al ranchito de adobe llevando el agua bendita para que el niño “re-nunciara al demonio” y fuera bautizado con el nombre que luego lo acompañaría toda su vida. Su padre ya lo había decidido: “Se llamará como yo, Gabino”. Cambacito creció en el campo, entre los cultivos de ta-baco y sandías, esos que le permitían a la familia llenar la olla y tener pan en la mesa cada noche. En la escuela Santa Rosa de Lima –ahora Escuela 216 Héroe de Malvi-nas Gabino Ruíz Díaz– se destacó en Ciencias Naturales. Su maestra de cuarto grado, Carmen Itatí Nuñez, lo de-finía como un chico “muy despierto, que habla siempre de animales y es aplicado en la tarea”. Su infancia de pobreza y privaciones hizo que jamás soñara con escri-birle una carta a los Reyes Magos.“Eramos muy humil-des, sabíamos que para nosotros no había regalos”, ex-plica su hermana Antonia. Pero en cierta ocasión, don Gabino se dio un lujo que aún hoy sus hijos recuerdan con emoción: les compró a cada uno de ellos una alcan-cía con forma de animal. “A Cambacito le tocó un do-rado enorme, como de 40 centímetros de largo. Arriba de la aleta del pez tenía la ranura para echar las mo-nedas”, rememora Antonia. Cuando Gabino terminó séptimo grado hacía rato que ya trabajaba en el campo de su abuela, Lucía Aguilar: “Era tan decidido, llevaba adelante la casa como todo un hombre”, agrega su hermana. Las grandes diversiones de su adolescencia pasaron por algún picadito de fútbol o ensillar los caballos para ir a los bailes, donde se lu-cía con la cumbia y el chamamé. El amor no le fue esquivo y, aunque nunca presentó una novia en familia, todos saben –por boca de la nieta de don Tito– que Gabino se había enamo-rado por primera vez de Elenita, que luego siguió Leonor, y más tarde corte-jó a Vicenta. Fue a esta última, asegu-ran, a quien le contó sus ilusiones: “No “Sé que nuestro Señor está cuidando a mi hijito, pero la herida no cicatriza nunca, sigue sangrando, y todavía lo extraño” voy a ser policía como mi padre. Cuando me den la baja en el servicio militar voy a cul-tivar tabaco y sandías”. Elma no sabe si su hijo le pidió a aquella novia que lo esperara. “No lo creo, él tenía un corazón inquieto”, resume con picardía. MEMORIAS DEL ADIOS. Fue en tiempo de Pascuas de Resurrección cuando a Gabino le tocó despedirse de su familia.“Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: ‘Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con bo-tones de madera que le quedaba tan lindo… A la hora de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Comimos estofado de pollo y yo le herví unos fideos”, recuerda El-ma, citando cada detalle con una precisión que con-mueve. “Estaba más gordito, más hombrecito, como que el Ejército lo había hecho crecer. Durmió en casa esa no-che, y a la mañana siguiente ensilló el caballo en si-lencio y me abrazó”, cuenta. Antes de partir habló a so-las con su padre, a quien siempre le había hecho caso sin cuestionar una sola de sus palabras, y cargó el pe-queño bolso con sus poquísimas pertenencias: un pan- Recordando al héroe Gabino está presente en la memoria de los habitantes de Colonia Pando. La directora de la escuela que hoy lleva su nombre, Mabel Miranda, y el maestro Aldo Humberto Dallemole, les enseñan a los chicos “que aquí estudió un héroe”. Soldados NN Los veteranos Julio Aro y José Raschia, de la fundación No me olvides, impulsaron, con el apoyo de esta periodista, la necesidad de identificar a los soldados NN que hoy descansan en el Cementerio de Darwin. A la causa se sumaron David Zambrino, presidente del Centro de ex soldados combatientes de Malvinas del Chaco, junto a Rubén Rada y Julio Mas, del centro de veteranos de Santa Fe. Todos los familiares que quieran hacer el ADN de sus hijos o hermanos, pueden firmar una sencilla carta a la Presidenta, que se les facilitará en forma personal o a través de estos correos electrónicos: info@nomeolvides.org.ar, gabymcociffi@gmail.com; cescem.chaco@gmail.com. En su discurso del 2 de abril, Cristina Kirchner anunció el envío de una carta a la Cruz Roja Internacional solicitando se implementen las medidas necesarias para reconocer los cuerpos de nuestros caídos.
  • 4. talón de abrigo, la camisa de fondo blanco con estampa-do de piecitos colorados y negros –que tanto le gustaba y usaba para los bailes–, su pulóver azul y las botas del uniforme recién lustradas. “Lo vi irse por ese camino que ahora vos estás miran-do. La imagen se fue haciendo chiquita y él cada tan-to saludaba con la mano”, relata con emoción –¿Cómo se enteró de que su hijo estaba en la guerra? –Con la primera carta que me llegó. A mí no me avisó nadie que se iban, nadie del Regimiento llamó, y tendrí-an que haberlo hecho… ellos eran criaturas. Ahora Gal-tieri está pagando en el infierno porque dejó morir a nuestros chicos y enlutó a la Argentina. LA FE SALVADORA. Católica de nacimiento, evange-lista desde el 66 –cuando los pastores le enseñaron a “encontrar las palabras para poder hablar con Dios”–, Elma Pelozo siente que Jesús la salvó. “La fuerza me la da Gabino y me la da Dios. En Dios encuentro consuelo”. Y con esa aceptación del desti-no que solo da la Fe, agrega con devoción cristiana: “Sé que nuestro Señor está cuidando a mi hijito, pe-ro la herida no cicatriza nunca, sigue sangrando, y todavía lo extraño”. Cuenta que en las noches, cuando la embarga la angus-tia, se sienta en su cama y agradece estar con vida. Lue-go se pone de rodillas para orar por el hijo que no vol-vió. “Le pido a Dios palabras de oración que me ayuden a sentir su caricia. Y cuando siento sus cari-cias empiezo a orar con libertad, me salen palabras que antes no había imaginado”, revela emocionada. Cuando Gabino se fue a la guerra, su madre rezó cada noche “pidiéndole al Padre celestial que lo proteja”. –Pero su hijo no regresó, ¿nunca sintió que Dios no la había escuchado? –Dios es el arquitecto de nuestra vida, hija. Solo El comprende por qué decidió llamarlo a su lado. Nunca me enojé con Nuestro Señor, El siempre te está escuchando. Cuenta, entonces, que cuando Cambacito estaba en las Malvinas ella miraba el árbol florido que su marido había plantado en la puerta de su casa, y pensaba que Dios suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. “Yo elegía una flor cada día y se la de-dicaba a Dios, pensando que quizá así no llevaría a mi hijo. Pero nadie escapa a su destino, hija, nadie”, dice con convicción. EL YA NO VA A VOLVER. Ahora que cae la tarde, y los mates siguen de ma-no en mano, Elma se anima a una nue-va confesión jamás antes revelada. Re-cuerda que una mañana de mayo del 82 se fue caminando por el baldío ha-cia la casa de su madre. Doña Lucía la recibió con una frase demoledora: “Tu hijo no va a volver”. “¡Cállese mamá! No hable de eso que de usted no de-pende”, “En una carta me vino la medallita de identificación. Era una chapita de zinc y estaba manchada de sangre seca. Ahí me di cuenta de que Cambacito ya no volvería” la cortó con dureza. Esa noche se quedó a dor-mir en la cama que su hijo había usado desde los diez años. “Y sentí que Gabino vino, se acostó encima mío y me besó. Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpi-to”, murmura. Era la madrugada del 29 de mayo de l982, la misma fecha en la que su hijo murió peleando en la batalla de Goose Green. “Hoy sé que me visitó para des-pedirse. Yo sentí el calor de mi hijo que no quería irse sin decirme adiós”, cuenta con emoción. Elma asegura que esa no fue la única revelación que tu-vieron en la familia. Poco después de terminada la gue-rra –el 27 de junio, cuando Cambacito cumplía los 20 años–, mientras tomaban mate afuera de la casa, escu-charon una voz clara que decía “¡papá!”. Su marido se levantó de la silla y miró hacia la oscuridad del campo. “Es él”, dijo. Todos reconocieron la voz. Pero en ese en-tonces no sabían que Gabino había muerto en las islas. Cuando Cambacito no regresó, cuando del Regimiento de Mercedes les dijeron que estaba “desaparecido”, El- La familia, ayer y siempre En una de las pocas fotos familiares, cuando Gabino ya había muerto en las islas: la tía Alba, algunos de los hermanos de Ruíz Díaz –Antonia, Abel, Roque, Rafael y Miguel Angel– junto a sus padres, y a uno de los nietos, Eliseo. Hoy, Elma junto a su hija mayor, Antonia, y su nieta Noemí, hija de Rafael y profesora de Lengua y Literatura.
  • 5. 56 ma se negó durante semanas a abrir las cartas que llega-ban porque temía encontrarse con la peor noticia. Llo-raba por las noches, a escondidas de su marido, ya que el padre estaba sufriendo “y no quería agregarle dolor a su dolor”. Un médico le recetó calmantes “para que al principio pudiera soportar tanta tristeza; pero Dios me dio la fuerza”, afirma. Mucho tiempo después de la guerra, tanto que ya no re-cuerda cuánto, recibió un sobre sellado en Mercedes. En el mismo instante en que lo abrió, murieron todas sus esperanzas: “Lo esperé hasta lo último, porque esta-ba como desaparecido, pero en esa carta me vino la medallita de identificación. Tenía su nombre y su nú-mero de documento. Era una chapita de zinc, partida al medio, y estaba manchada. Yo creo que era sangre seca. Ahí me di cuenta que Cambacito ya no volvería”. ESAS ISLAS ALLA LEJOS. Durante veinte años El-ma no pudo hablar del hijo que cayó en la guerra. “Te-nía algo atragantado en la garganta, se me hacía un nudo y se me atoraban las palabras”, asegura. Su viaje a las Malvinas y caminar entre las 230 cruces del cemen-terio de Darwin, la hicieron sentir que “estaba cum-pliendo con lo que él me había pedido: no llorarlo en el lugar que sufrió y murió”. Pero a Elma le faltó enton-ces, y aún le falta hoy, una tumba donde dejar una flor: el cuerpo de Gabino Ruíz Díaz, como el de otros 123 ca-ídos, jamás fue reconocido. Su cruz reza Soldado argen-tino solo conocido por Dios.“Me abracé a la placa que había llevado, y en la que habíamos grabado su nom-bre, y caminé entre las tumbas, ‘¿Dónde tengo que po-ner este recordatorio?’, me preguntaba. Esperaba sen-tir algo, una señal. Ahí, en la tercera fila, supe que de-bía apoyar el bronce. Fue algo interno, como si mi hi-jo me dijera: ‘Estoy acá’. Entonces me arrodillé, dejé el bronce y le recé”, recuerda. A treinta años de la guerra, Elma Pelozo se suma a los familiares que enviaron a una carta a la Presidenta so-licitando que se hagan los trámites necesarios para re-alizar el ADN de sus muertos (ver recuadro). “Saber dónde está el cuerpo de mi hijo me traería una nueva paz”, sintetiza. Sabe que en esa tierra de turba y niebla, Gabino pasó hambre y frío, que hubo superiores que lo trataron muy mal, pe-ro también sabe que al Cabo Primero José Luis Rios –misionero de Oberá, sargento post mortem– su hijo le había juramentado “donde usted se queda me voy a quedar yo”. Otros soldados le contaron que ellos se dieron la mano en la trinchera para sellar el pacto, pero que el cabo cayó muy pronto, y Camba-cito fue corajudo en la batalla.“Ante la adversidad reaccionaba como su pa-dre, peleando”, afirma conmovida. “Algunos veteranos se suicidaron al volver. Y cuando eso pasa, las almas se van al infierno. Esos chicos no merecían no tener el descanso eterno porque muchos argentinos les dieron la espalda y nadie los ayudó” –¿Siente orgullo de que su hijo haya muerto luchando por la Patria? –Me trae consuelo pensar que murió peleando y que no le tocó vivir lo que sufrieron otros veteranos. Siento pena por los soldados que volvieron muy mal y nadie los ayu-dó. Los ocultaron con vergüenza después de que se ha-bían jugado la vida. Acá hubo uno que se tiró debajo de un colectivo y otro que se prendió fuego. Y cuando eso pasa, las almas se van al infierno. Esos chicos no merecí-an no tener el descanso eterno porque muchos argenti-nos les dieron la espalda. Elma se emociona cuando habla de los ex combatientes. “Todos ellos son un pedazo de mi vida”, dice. Y cuenta con entusiasmo que cuando la visitan la llaman “mamá” y ella los abraza como abrazaba a Gabino. “Nunca te vas a olvidar de tu hijo, pero hubo nuevos hijos que me dio la vida”, finaliza. Ya es noche cerrada. Nos despedimos. Elma se acerca, me abraza, y me susurra al oído: “Cambacito tenía pe-gaditos los deditos del pie, justo los que están después del dedo grande… Estoy segura de que si lo veo, lo va-mos a poder reconocer muy rápido. Y mi hijo, final-mente, va a tener una cruz con su nombre en la tie-rra donde dejó la vida. ■ Una flor Cuando su hijo estaba en las Malvinas ella pensaba que Dios suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. “Elegía una cada día y se la dedicaba al Señor, pensando que quizá así no llevaría a mi hijo. Pero nadie escapa a su destino”, cuenta. FE DE ERRATAS En la edición 2437, por un error de impresión, hubo un salto de texto en la nota de Avelina Romero, madre del soldado Julio Romero. En la primera columna de la página 136 debía leerse: “El 12 de junio los ingleses desataron un fuerte ataque sobre nuestras posiciones en Monte Challenger. Aquello fue terrible”. Baruso había viajado desde Corrientes…”