SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 8
Descargar para leer sin conexión
LAS 
MADRES DE 
MALVINAS 
Nélida Montoya es la mamá de José 
Horacio Echave, quien murió en la 
batalla final de la guerra. Sonia 
Cárcamo es la mamá de José 
Honorio Ortega, quien cayó en una 
trinchera en Darwin. Ambos están 
enterrados en las islas, pero sus 
tumbas –como las de otros 120 
caídos– no tienen nombre. Las placas 
que los recuerdan rezan: “Soldado 
argentino sólo conocido por Dios”. 
Hoy, a treinta años, ruegan: 
“Pedimos 
que se hagan 
los ADN 
de los soldados 
desconocidos: 
necesitamos 
saber dónde están 
nuestros hijos” 
Por Gaby Cociffi. 
Fotos: Alejandro Carra y Gabriela González 
Alcalde (en Malvinas). 
El dolor que no cesa 
Nélida y Sonia en Lobos, 
provincia de Buenos Aires, 
frente al monumento en 
memoria de los caídos. 
“Queremos tener una tumba 
donde poder dejarles una flor o 
una oración. Es desesperante no 
saber”, coinciden. 
36 37
La vida de José 
Verano del ’67. Nélida con los 
dos varones –José y Héctor– 
y dos sobrinos en Esquel. En 
el Jardín de Infantes Nº 1 
María Barón de Gutiérrez, en 
Río Gallegos. La última foto, 
el día antes de embarcar en 
el rompehielos Almirante 
Irízar. Estaba de novio con 
Graciela, y durante la guerra 
se enteró de que iba a ser 
padre. Nunca supo que 
esperaban mellizas. Carolina 
y Melisa nacieron el 9 de 
agosto del ’82; José había 
muerto tres meses antes. 
Sonia guarda sus cartas: 
“Decía que iba a luchar hasta 
el final”. 
Ellas nunca supieron nada de sus hijos. 
No supieron que los llevaban a una 
guerra. No supieron cuánto combatie-ron 
ni cuánto sufrieron. No supieron si 
habían pasado frío y hambre. Después, 
tampoco supieron si habían vuelto al continente o 
habían quedado para siempre en las islas. 
Sonia Lourdes Cárcamo (hoy 66) peregrinó durante 
tres meses por hospitales y regimientos en busca de 
una respuesta. “Está desaparecido”, le decían. Un 
timbrazo en su casa, en una cálida mañana de sep-tiembre, 
y un breve telegrama le confirmó lo que na-die 
había podido decirle: que su hijo José Honorio 
Ortega (18) había muerto en la guerra. 
Nélida Esther Montoya (hoy 68) mantuvo la esperanza 
durante mucho tiempo. “No voy a rezarlo como si hu-biese 
muerto”, le respondió al cura del pueblo cuando 
quiso orar por los difuntos. Dos años más tarde, tres lí-neas 
en un telegrama le confirmaron la noticia que ja-más 
habría querido escuchar: que su hijo Horacio Jo-sé 
Echave (19) había caído en la batalla final. 
La historia dice que ya pasaron treinta años de la gue-rra 
de Malvinas. El corazón de estas madres desmiente 
al calendario: el dolor sigue intacto. “Y lo peor de todo 
es no saber”, repiten con la voz quebrada. Nélida y So-nia. 
Los cuerpos de Horacio y José –como los de otros 
122 soldados de los 237 que descansan en Darwin– 
jamás fueron identificados. Las placas que los recuer-dan 
rezan “Soldado argentino sólo conocido por 
Dios”. Son nuestros héroes sin tumba y sin nombre. 
“¿Sabés la tristeza que es llegar al cementerio, ver to-das 
esas cruces blancas y preguntar ‘¿Dónde estás, 
hijo mío?’, y que no haya respuesta, y no saber...?”. La 
voz de Nélida se humedece de lágrimas que lleva 
treinta años derramando. 
“Yo camino entre las tumbas, acaricio las cruces, 
busco a mi hijo, pero no lo encuentro. Entonces eli-jo 
una cualquiera. Y le hablo: ‘Hijo, no sé si estás 
acá, pero no tengo dónde dejarte mis flores’”. La voz 
de Sonia se estremece de emoción y orgullo, los mis-mos 
sentimientos que durante tantos años llenaron 
una ausencia irreparable. 
Hoy, cuando Malvinas se ha instalado en la agenda na-cional, 
estas madres han tomado el coraje de comen-zar 
un camino –muy difícil, pero vital para ellas– que 
las lleve definitivamente a encontrar a sus hijos. 
“Queremos que se reconozcan sus cuerpos, que se 
hagan los ADN de los soldados desconocidos, tener 
finalmente una tumba donde dejarles una flor o 
una oración”, ruegan. 
Para que su clamor sea escuchado y la causa se haga 
pública, buscaron la ayuda de dos veteranos –Julio 
Aro y José Raschia, de la fundación No Me Olvides 
(ver recuadro)– como también la de esta redactora 
38 39
La vida 
de Horacio 
El 14 de mayo de 1981, toda 
la familia –Horacio y cinco 
hermanas; aún no había 
nacido el menor, Juan 
Pablo– se vistió de fiesta 
para celebrar los 15 de 
Marcela: Andrea, los 
Horacios (padre e hijo), la 
cumpleañera, Nélida y 
Liliana. La primera 
comunión en la Iglesia 
Nuestra Señora del Carmen, 
en Lobos. Siempre se lucía 
como gran bailarín; aquí 
junto a su prima Adriana. La 
última foto, pocos meses 
antes de la guerra. Y las 
lágrimas de Nélida: “Lo 
recuerdo cada día”. 
–quien cubrió el conflicto armado y mantiene estre-cha 
relación con ex combatientes–. “En 1982 no sa-bíamos 
dónde preguntar, dónde pedir ayuda. Du-rante 
todos estos años tampoco supimos. Pero ya 
somos grandes y no nos queda demasiado tiem-po... 
No queremos morir sin saber dónde están 
nuestros chicos”, sintetizan con dolor. 
“MI HIJO HORACIO”. Tenía el pelo largo, con ru-los. 
Le gustaba el rock and roll. Había pegado pósters 
de sus estrellas favoritas en el garaje de su casa de Lo-bos, 
provincia de Buenos Aires, para que su mamá no 
lo retara por arruinar las paredes del cuarto que com-partía 
con una de sus cinco hermanas. Horacio José 
Echave –nacido el 22 de junio del ’62– bailaba como 
los dioses. Se había lucido en la fiesta de 15 de Mar-cela 
sacando a bailar a todas las primas, sólo unos me-ses 
antes de partir hacia la guerra. Quería ser ferro-viario, 
como su padre –Horacio, hoy 79–, pero no 
carpintero en los talleres, sino maquinista de tren. 
Los recuerdos brotan en las voces de sus hermanas, 
unas veces con risas, otras con lágrimas. Liliana Esther 
(47), Marcela Fabiana (45), Adriana Susana (43) y 
Analía Verónica (36) –todas amas de casa– cuentan 
que él las acompañaba al colegio, las iba a buscar a la 
salida de los bailes y jugaba a los bandidos con la más 
chiquita, Nélida Vanesa (33, maestra y administradora 
de un colegio). También está Juan Pablo (29, carpin-tero), 
que está pintando la casa y no participa de la 
charla: él no conoció a su hermano. “Horacio nunca 
supo que iba a tener un hermano, porque cuando 
él se fue a la guerra yo era grande y por vergüenza 
me callé. Le iba a decir cuando volviera, porque 
pensaba que se iba a encontrar con ‘qué gorda está 
mamá’... Pero ya no pude. Juan nació el 30 de octu-bre 
del ’82, el mismo año en que murió el mayor”, 
susurra Nélida mientras encuentra la última foto de 
Horacio, con dieciocho recién cumplidos, el pelo 
muy corto y de traje nuevo. 
–¿Qué te dijo Horacio antes de irse a Malvinas? 
–Cuando me lo contó, yo no le creí. Para el 29 de mar-zo 
llegó a casa a cenar –siempre venía y después vol-vía 
al Regimiento 6 de Mercedes– y me dijo: “Mamá, 
nos agarramos las Malvinas y nos vamos para 
allá”. Yo estaba cocinando y le contesté: “¡Ay, Hora-cio...! 
¡A vos te hacen creer cualquier cosa!”. A los 
tres días se vio por televisión que habían tomado las 
islas. Y te juro que yo no le creí (silencio). 
–¿Lo volviste a ver? 
–Sí. Fuimos al regimiento el domingo, porque era Se-mana 
Santa. Llevamos rosca de Pascua y comimos to-dos 
juntos. Estaba emocionado. Decía: “Uyy, ma-má... 
Mirá qué ropa nos dieron: todo nuevo para 
irnos”. ¡Claro, para ir a morir allá le dieron uniforme 
de primera! Después no lo vi más. 
40 41
–¿Quería ir a luchar por la Patria? 
–Era jovencito, tenía 19 años. En junio cumplía los 
20, pero no alcanzó a cumplirlos... Dicen que cayó el 
13 de junio, a la madrugada. Faltaban sólo nueve dí-as 
para su cumpleaños. 
–¿Qué pasa por el corazón de una madre cuando 
sabe que su hijo está en una guerra? 
–¡Ay, es terrible el dolor, el miedo, la desesperación! 
No sabés si va a volver... Yo suplicaba: “No importa 
que venga sin una pierna, Dios, me basta que ven-ga 
vivo”. Pero no volvió... (llora). 
–¿Rezaste mucho? 
–Todos los días. Pero después nunca quise ir a una igle-sia; 
me cansé. Antes era la primera de una procesión, 
pero no fui mas. Dios no me escuchó, no escuchó mis 
súplicas. Dios no ayudó a un chico bueno... Dios se es-condió 
tras las nubes y lo dejó solo en la guerra. 
–¿Te escribió alguna carta contándote cómo estaba? 
–Me contaron otros soldados que él sufrió mucho, que 
lloraba cuando llegaba la noche. Pero en las cartas nos 
decía otra cosa: “Andará papá diciendo que estoy lu-chando 
por la Patria”. Sentía orgullo de que su padre 
pudiera pensar eso. Creo que buscaba tranquilizarnos. 
Horacio era enemigo de las guerras y las armas. 
–¿Dónde estaba apostado su regimiento? 
–A ellos les tocó estar por Monte Longdon o Harriet, 
no recuerdo bien... “Los ingleses no van a llegar has-ta 
ahí, no hay peligro”, nos decían acá. Lo que menos 
sabía yo era que los soldados británicos estaban pa-sando 
por sobre nuestros chicos. Y me repetía cada 
noche para convencerme: “Están lejos, están lejos”. 
–¿Qué recordás del día en que te avisaron que tu 
hijo no había vuelto? 
–El 22 de junio, el mismo día de su cumpleaños, lle-garon 
los chicos a Lobos. Y cuatro días después vi-nieron 
a casa dos hombres del Regimiento 6. Eran 
pasadas las seis de la tarde. Estábamos por comer y 
yo había puesto una carne al horno cuando tocaron 
el timbre. Me dijeron: “Horacio está desaparecido”. 
Les contesté desesperada. “¡¿Cómo desaparecido?! 
¡Ustedes no pueden no saber dónde está!”. Uno me 
respondió: “Señora, se dice ‘desaparecido’ porque 
él no llegó al continente”. Me tuve que sentar: “En-tonces 
quedó muerto en las islas”. Me contestaron: 
“No, señora. No podemos decir eso, porque era un 
desbande tan grande que cuando llegamos a Bue-nos 
Aires nos encontrábamos y nos decíamos: ‘Pero 
si vos estabas muerto...’. Nadie sabe nada”. Fue tre-mendo... 
y se me quemó la carne. 
–¿Durante cuánto tiempo figuró como desaparecido? 
–Dos años después de la guerra nos llegó el telegra-ma 
con el certificado de defunción. Durante todo 
ese tiempo yo imaginé que podía estar vivo. Mantuve 
la esperanza: “¿Y si llega?”, decía. No quería creer. 
Pensaba que estaba loco en alguna provincia, o deso-rientado. 
Un soldado vino a contarnos que lo habían 
visto. “Sáquese eso de la cabeza, porque lo agarró 
una esquirla y lo mató”, me dijeron mucho des-pués. 
Y ya no lo esperé más. 
–¿Sabés cómo murió Horacio? 
–Fue en la madrugada del 13, el último día de la gue-rra, 
cuando venían replegándose hacia Puerto Argen-tino. 
El coronel Lamadrid dice que le pegó una es-quirla 
y no sufrió nada. Otros dicen que venían 
corriendo, que a Horacio se le cayó el casco, y como 
tenía plata guardada ahí, volvió a buscarlo... Enton-ces 
le alcanzó una esquirla en la cabeza y lo mató. 
Hay otros que cuentan que cuando cayó herido le 
llevaron un rosario... ¡Mirá si van a hacer eso cuando 
todos corrían! Aún hoy no sé cuál es la verdad. 
“MI HIJO JOSE”. Era roncanrolero y fanático de 
Boca. Deliraba por Elvis Presley y se había quedado 
afónico festejando el campeonato de 1981, cuando los 
xeneizes se llevaron la copa de la mano de Maradona. 
A la hora del baile, José Honorio Ortega –nacido el 21 
de julio del ’63 en Güer Aike, Santa Cruz– era el mejor. 
Hasta se animó a enseñarles a bailar a sus hermanas 
María Angela (hoy 42, ama de casa) y Adriana Marcela 
(hoy 38, maestra mayor de obras y decoradora), cuan-do 
todavía cursaban la primaria y preferían mirar di-bujitos 
animados. Con Héctor Gabriel (hoy 47, tapice-ro) 
sentían que eran más que hermanos. Tanto que 
aún hoy él sufre preguntándose por qué no le tocó a 
él ir a la guerra en lugar de José. Era generoso sin mi-rar 
a quién, ni cómo. Había pensado seguir los pasos 
de su padre, José Bernardino (76), como telegrafista 
Una herida 
que no cierra 
El encuentro fue en la 
casa de Nélida, en 
Lobos. La mamá de 
José viajó desde Río 
Gallegos para verla. 
“Cuando voy al 
cementerio de Darwin, 
elijo una tumba 
cualquiera y allí le dejo 
mis flores”, dice Sonia. 
A la derecha, una de las 
122 tumbas sin 
identificar. 
42 43
“A todos les dimos 
cristiana sepultura” 
El coronel británico 
Geoffrey Cardozo fue el 
encargado de exhumar los 
cuerpos de los soldados 
argentinos –enterrados en 
donde se libraron las más 
cruentas batallas durante 
la guerra–, para 
transportarlos a Darwin y 
buscar su identificación 
antes de darles sepultura. 
De los 237 cuerpos que 
hoy están allí, 122 figuran 
como NN. Consultado por 
GENTE en Londres, en la 
fundación de ayuda a ex 
combatientes donde hoy 
trabaja, Cardozo desplegó 
su informe de 1982/83 y 
explicó por qué fue tan 
difícil identificar los 
cuerpos: “El operativo de 
exhumación duró 33 días. 
A todos se les dio cristiana 
sepultura con honores 
militares, como lo 
hubiésemos hecho con 
nuestros soldados. Se hizo 
el máximo esfuerzo para 
identificar a los caídos, 
pero muchos argentinos no 
llevaban su placa 
identificatoria. O estaban 
en blanco, o tenían un 
papel escrito –con una 
tinta que se había borrado 
por las malas condiciones 
climáticas– y pegado a la 
placa con una cinta 
adhesiva. Creemos que 
estas chapas les fueron 
dadas a los conscriptos 
antes de la invasión a las 
islas, y que la instrucción 
que habían recibido era 
que cada hombre debía 
escribir su propio número y 
nombre. En los casos en 
que encontramos los 
discos identificatorios, 
éstos fueron partidos, 
dejando una mitad en el 
cuerpo del soldado y 
enviando la otra mitad al 
UK Prisoners of War 
Information Bureau 
(Oficina de Información 
sobre Prisioneros de 
Guerra del Reino Unido) 
como marca la Convención 
de Ginebra. Todo dato fue 
útil para identificar a los 
caídos. Tomamos los 
documentos y las cartas 
que encontramos en sus 
uniformes; cuando varias 
cartas coincidían con el 
nombre de un soldado, se 
consideraron pruebas 
suficientes. También se 
encontraron cartas que 
decían “A un soldado 
argentino”, catecismos, 
rosarios y estampitas, que 
nos sirvieron para el 
trabajo que teníamos 
encomendado. Todos los 
efectos personales de los 
argentinos fueron enviados 
a Whitehall, como 
corresponde en una 
guerra, a excepción de 
aquellos que –por su 
estado y condición– podían 
herir los sentimientos de 
los seres queridos del 
soldado. Existe un plano 
del cementerio, como 
también una detallada lista 
con las exhumaciones, 
donde numeramos a cada 
combatiente y a su 
sepultura, especificando 
en qué lugar de la isla fue 
hallado. En su momento le 
ofrecimos a la Argentina la 
posibilidad de hacer la 
identificación de sus 
muertos, pero jamás 
recibimos respuesta”. 
en Trelew, o “portarme bien en el servicio militar pa-ra 
salir como dragoneante”. Cuando embarcó para 
Malvinas dejó a su novia Graciela con un beso y la pro-mesa 
de volver. En las islas se enteró de que iba a ser 
papá. Nunca supo que esperaba mellizas. Las bebas 
–Carolina Noelia y Melisa Cristina– nacieron el 9 de 
agosto de 1982. José había muerto tres meses antes 
en Darwin, en una fría trinchera. Mientras lo recuerda, 
Sonia abre dos gruesas carpetas. En ellas guarda todos 
los papeles, fotos y cartas de su hijo. “Es mantener vi-va 
la memoria”, dice, y muestra la última toma que le 
hicieron, vestido con su uniforme, un día antes de 
embarcar hacia la guerra. 
–¿Cómo fue la despedida? 
–Lo vi por última vez el 18 de marzo. Fue a las ocho de 
la mañana. Me dijo, como si no pasara nada: “Vieja, 
¿me hacés torta frita? Me tengo que ir a las seis de la 
tarde, porque tengo que volver hoy al regimiento”. 
Estaba en el Regimiento de Infantería 25 de la locali-dad 
de Sarmiento, en Chubut. Y tenía que viajar de 
Trelew a Comodoro y de ahí a Sarmiento, que es bas-tante 
lejos. Le pregunté por qué volvía tan temprano. 
“Porque estoy en una misión especial”, respondió. 
Pero no me contó de qué se trataba. Los oficiales les 
habían dicho que se podía armar con Chile, pero nun-ca 
con el Reino Unido. De ahí ya no lo vi más. 
–¿Cuándo te enteraste de que estaba en Malvinas? 
–Un día nos levantamos y vimos que habían tomado 
las islas. Nunca nos imaginamos que los chicos podían 
estar ahí. Supusimos que iban a estar los reservistas, 
los militares de carrera, no nuestros hijos... Me enteré 
el 19 de abril, cuando recibí su primera carta. 
–¿Qué te contó José en esa carta? 
–Me di cuenta por su letra, porque escribía a borboto-nes, 
que estaba emocionado. Decía: “Estamos en las 
islas Malvinas defendiendo nuestra bandera, nues-tra 
soberanía”. Me contaba que habían preparado los 
bolsos el día anterior de esta foto (muestra una de Jo-sé 
vestido de soldado) y que les habían dicho que era 
“para ir a una excursión”, pero no sabían dónde. Sa-lieron 
a las doce de la noche en camiones hasta el Re-gimiento 
9, cerca del aeropuerto, y tomaron un mate 
cocido y sándwiches de queso y dulce de batata. De 
ahí los subieron al avión que los llevó a Puerto Belgra-no. 
Abordaron el rompehielos Almirante Irízar y salie-ron 
con rumbo desconocido. A los tres días de nave-gación, 
el subteniente José Gómez Centurión les 
informó a dónde y a qué iban. José tenía que desem-barcar 
el 2 de abril, pero hubo una tormenta, el heli-cóptero 
se rompió y todo su grupo bajó el 3. Fueron 
directamente a Darwin. “Me encanta la isla. Estoy 
con mis camaradas. No te hagas problema, porque 
hambre no pasamos. Sólo te voy a pedir que mandes 
una encomienda con algo dulce, porque acá no 
hay”. No sé si escribió eso para no preocuparme... 
–¿Qué sentiste? 
–¡Fue tan raro! En ese momento sentí emoción, pe-ro 
también me puse a pensar qué podía pasar, por-que 
Inglaterra ya había mandado los barcos... Yo no 
tenía idea de dónde quedaba Darwin, y eso me pre-ocupaba 
mucho. Entonces busqué un mapa de las 
islas y me lo estudié de memoria: dónde quedaban 
Monte Longdon, Darwin, Pradera del Ganso. Necesi-taba 
saber dónde estaba mi hijo. 
–¿Te siguió escribiendo cuando los británicos de-sembarcaron 
en las islas? 
–Sí. En su segunda carta me decía: “Mis camaradas 
y yo pensamos luchar hasta lo último, no rendir-nos, 
porque las islas no se negocian”. 
–¿Te dio orgullo o miedo? 
–Muchos me decían: “¿Y si lo mandás a buscar?”. 
Más allá de que no se podía, él me lo habría repro-chado. 
Y eso que José tenía un motivo para volver, 
porque su novia estaba embarazada. Los amigos le 
propusieron que le avisara a su comandante que iba 
“La primera vez 
que fui a las islas 
fue bravo. Me 
parecía que lo 
iba a encontrar 
allá. ¡Qué sé yo 
por qué será que 
nunca me 
resigné! Como 
Horacio no tenía 
una tumba, paré 
en cada una de 
las que decían 
‘Soldado 
argentino sólo 
conocido por 
Dios’ y besé las 
cruces. Si no 
estaba en una 
podía estar en 
otra...” (Nélida) 
44 45
Luis Fondebrider es 
presidente y fundador del 
Equipo Argentino de 
Antropología Forense, una 
ONG que desde 1983, 
trabaja en el identificación 
de los cuerpos de los 
desaparecidos durante la 
dictadura y en la 
investigación de 
violaciones a los derechos 
humanos en América 
Latina, Africa, Asia y 
Europa. EL EAAF lleva 
realizadas más de mil 
exhumaciones. En su 
oficina, el licenciado en 
Antropología afirma: 
“Estoy dispuesto a 
reconocer los cuerpos de 
los soldados en Malvinas. 
Nuestro trabajo básico 
siempre tiene 3 etapas. 
1) La investigación 
preliminar, donde se trata 
de recuperar toda la 
información sobre el caso. 
2) La de campo, donde 
utilizamos la arqueología 
forense y se trata de 
exhumar los cuerpos, y 
cualquier evidencia que 
haya asociada a ellos, 
como un proyectil o 
efectos personales. 
3) La de laboratorio, 
donde se trata de 
identificar a la persona y 
determinar la causa y 
manera de muerte. 
En el caso de Malvinas 
hay que seguir las mismas 
etapas. Primero, hay que 
hacer la lista definitiva de 
las personas que están 
muertas. A partir de allí, 
hay que recuperar con los 
familiares lo que se 
llaman datos ante 
mortem; o sea, cómo era 
físicamente la persona: 
edad, sexo, estatura, 
cuestiones odontológicas 
y médicas. Al mismo 
tiempo se toman las 
muestras genéticas de los 
familiares. Luego, se 
hacen las exhumaciones. 
En Darwin sería más 
sencillo, por tratarse de 
un cementerio ordenado. 
Los análisis 
antropológicos no son 
complejos, y si fuera 
necesario se podría 
montar un laboratorio en 
Malvinas. Para los 
genéticos nosotros 
tenemos laboratorios 
propios en la provincia de 
Córdoba, donde se 
cruzaría la información. 
Se pueden traer las 
muestras al continente 
–se trata sólo de un 
pedacito de hueso y un 
diente–, mientras los 
cuerpos quedan en 
Malvinas, para ser 
sepultados en las mismas 
tumbas. El organismo que 
habitualmente media 
cuando hay dos gobiernos 
enfrentados es el Comité 
Internacional de la Cruz 
Roja, que acerca a las 
partes y les pide: 
‘Pónganse de acuerdo 
para permitir la 
investigación’. Este es un 
tema de carácter 
humanitario: los padres 
tienen derecho a saber 
dónde están sus hijos”. 
a ser padre, así lo traían al continente. El les res-pondió: 
“No quiero volver, vine por una causa”. 
–¿Estaba dispuesto a morir luchando por la 
Patria? 
–Quería luchar y se había enamorado de las Mal-vinas. 
Les mandó una carta a los hermanos, di-ciéndoles: 
“Cuando esto termine, yo vengo a vi-vir 
a la isla”. ¿Y sabés algo? De alguna manera me 
tranquiliza sentir que murió en el lugar que le 
gustaba... (hace silencio). Si bien su tumba no tie-ne 
nombre, sé que está en algún lugar de la isla. 
–¿Cómo supiste que José no había regresado? 
–Me enteré de que los soldados habían vuelto al 
continente, pero dijeron que había que esperar 
quince días sin hacer nada, porque después los 
iban a dejar ir a las casas. Pasaron diecisiete días y 
no tuve noticias. Entonces fui al Comando a pre-guntar. 
Nadie tenía información. Todo era muy 
confuso. Una parte del Regimiento 25 había en-trado 
por Montevideo, y de ahí los habían llevado 
a Buenos Aires. El otro grupo había llegado en 
barco, y después los trajeron en camiones a Tre-lew. 
Me habían dicho: “¿Vas a ir a buscar a tu hi-jo? 
Llegó un barco y están desembarcando en 
Madryn”. Hacía quince días que yo estaba en una 
fábrica. No me daban permiso para salir y no po-día 
perder el trabajo, porque en ese momento yo 
era el único sostén de mi familia. Así que recién a 
la tarde fui al Comando otra vez. Ahí empezó la 
odisea de que estaba desaparecido, que no sabían 
si había venido en tal barco o en otro, que por ahí 
había llegado a Tierra del Fuego... 
–Empezó una búsqueda desesperada. 
–Fue empezar a llamar a amigos en Tierra del Fue-go, 
en Río Gallegos, en Buenos Aires, para saber si 
habían escuchado algo, si habían llegado heridos. 
Fue preguntar en los hospitales, averiguar en las 
provincias... Nadie sabía nada. Hubo un veterano 
que dijo: “José venía en el camión conmigo”. Me 
ilusioné. Mucho después pude hablar con el jefe 
del batallón: “No, señora. Muchos vinieron muy 
mal con todo lo que pasaron en las islas y le pu-do 
haber parecido ver a José. Pero hablamos con 
otros soldados y su hijo cayó al lado de ellos. Es-tamos 
tratando de que los mismos conscriptos 
digan quién murió y a qué hora”. 
–¿Finalmente supiste cómo cayó? 
–Murió en Darwin el 28 de mayo, durante la lucha 
más cruenta con los paracaidistas del teniente coro-nel 
Herbert Jones. Tuvieron que pasar tres años de la 
“Es un tema 
estrictamente 
humanitario: 
los padres 
tienen 
derecho a 
saber”
A Julio Aro y José María 
Raschia, veteranos de 
guerra, Malvinas les 
marcó la vida para 
siempre. Tanto, que 
crearon No Me Olvides, 
una fundación que busca 
recordar a los caídos, 
acompañar y ayudar a los 
familiares, y recuperar la 
identidad de los soldados 
argentinos. Julio (50) –del 
Regimiento 6 de 
Mercedes, profesor de 
educación física en Mar 
del Plata, casado con 
Silvia y padre de Tamara 
(20) y Tania (17)– afirma: 
“Viajar a las islas en 2007 
me abrió la mente y el 
corazón. Ver las tumbas 
NN me hizo pensar que 
tenía que hacer algo”. 
José (49) –del Batallón de 
Comunicaciones que hizo 
el apoyo en el operativo 
Rosario, a cargo del 
Departamento de Ex 
Combatientes del IOMA 
en Lobos, casado con 
Sandra y padre de Juan 
Cruz (26), Magalí (22), 
Agustín (19) y Valentín 
(11)– confiesa que 
“Buscando cómo ayudar a 
los que volvieron con 
estrés post traumático, 
psicosis, depresión, 
encontramos que los que 
tenían mayor experiencia 
eran los ingleses”. En 
2008 viajaron a Londres 
para reunirse con 
veteranos británicos –que 
trabajan en ONGs que 
ayudan a ex 
combatientes– y con el 
coronel inglés que tuvo a 
cargo la realización del 
cementerio de Darwin. 
“Ahí nos dimos cuenta de 
que podríamos ayudar a 
buscar la identidad de 
nuestros soldados 
desconocidos. Desde hace 
años son muchos los 
padres que han querido 
saber dónde están 
enterrados sus hijos. 
Sonia y Nélida son las 
primeras que se animan a 
decirlo públicamente”, 
resumen. Y finalizan con 
emoción: “La identidad es 
el derecho básico que 
tenemos. Por eso, el 
primer proyecto que 
hicimos se llamó De 
Identidad Compartida, 
donde convocamos a la 
mamá de un soldado 
inglés y a la mamá de un 
soldado argentino. Les 
preguntamos quién había 
ganado la guerra, y nos 
dijeron: ‘Perdimos las dos, 
porque perdimos a 
nuestros hijos’. Lo 
mismo nos pasa con los 
padres de los NN de 
Darwin. Cuando 
recordamos a sus hijos 
en charlas en las 
escuelas, ellos nos dicen: 
‘Si lo nombran, mi hijo no 
está más muerto’. 
Apoyando a Sonia y a 
Nélida queremos que los 
padres de los soldados 
de Malvinas sientan que 
sus hijos siguen vivos en 
la memoria de todos los 
argentinos”. 
guerra para que yo supiera finalmente cómo había 
muerto mi hijo. Un día, en el Centro de Veteranos me 
dijeron: “Anoche estuvimos con un soldado que vio 
morir a José. Estaba en la misma trinchera”. Me 
contaron que los ingleses lo habían confundido con 
Gómez Centurión, porque José tenía a cargo a cinco 
chicos con rifle y era el telegrafista... ¡igual que su pa-dre! 
(hace un largo silencio). Me dieron detalles: “Se 
trabó una ametralladora y el subteniente fue a des-trabarla. 
José se quedó dando órdenes, porque esta-ba 
a cargo del teléfono. Como los ingleses lo veían ir 
de un lado para otro, lo tomaron como el jefe del 
grupo y le dispararon”. 
–¿Te enojaste con Dios? 
–No. Siempre le recé a Dios y a José: le pedí por 
su hermano, por sus hijas, y sentí su ayuda. A la 
iglesia dejé de ir, porque cuando necesité que un 
sacerdote me diera una palabra de aliento tuve 
que pedir audiencia, esperar... y me enojé. Yo los 
necesitaba y me dejaron sola. Tampoco vinieron 
cuando mi hijo murió. A la iglesia no volví, pero a 
Dios no le reclamo nada. 
A 30 AÑOS DE MALVINAS. “Para mí es co-mo 
si hubiese sido ayer. Yo no puedo ver nada 
que tenga que ver con Malvinas, ni puedo ver a 
los ingleses, porque pienso: ‘Quizás vos le estabas 
apuntando a mi hijo’. Además, lo sigo llorando”, 
dice Nélida y se quiebra. “El tiempo no pasa 
cuando las heridas no cierran. Desde que pasó 
todo esto, uno lo está recordando todos los días. 
En cada momento encontrás algo que lo traiga 
de vuelta a tu vida”, dice Sonia y conmueve. 
–¿Cuando los recuerdan duele menos la ausencia? 
Sonia: Nosotros teníamos la costumbre de comer 
siempre en familia. Los primeros días yo ponía to-dos 
los platos en la mesa... y me sobraba uno. El do-lor 
hacía que no se hablara de José en casa. Era co-mo 
un tabú. Una noche, cuando nos sentamos a 
comer, les dije: “Hay que hablar, hay que recor-darlo 
como era, como es”. No me habría perdona-do 
nunca ponerlo en el olvido... Y José volvió a es-tar 
con nosotros, en nuestra memoria. 
Nélida: Yo siento la presencia de mi hijo cada día de 
mi vida. He soñado con él también. En la cómoda 
de mi pieza tengo un marco con una foto suya, y yo 
le hablo. Le cuento cómo estamos, le pido que me 
ayude. “Mirá cómo ando; estuve como ocho meses 
mal. Horacio, dame fuerzas, ayudame” (llora)... 
Estaba quedándome ciega y recuperé la vista. Es co-mo 
que él intercede por nosotros allá arriba. 
“Tenemos 
que buscar 
la identidad 
de nuestros 
soldados”
50 
LAS TUMBAS SIN NOMBRE. Sonia y Nélida via-jaron 
por primera vez a las Malvinas cuando empeza-ba 
la década del noventa y las relaciones con el Reino 
Unido se distendían, permitiendo que ex combatien-tes 
y familiares volaran a las islas. Ambas sabían que 
sus hijos no tenían una tumba con nombre. Igual lle-varon 
flores y fotos para dejar en el cementerio: “Pa-ra 
que no se queden allí solitos”, rememoran. Cuan-do 
llegaron a Darwin, caminaron entre las 230 cruces 
y eligieron una de las 122 tumbas NN, para derramar 
allí sus lágrimas y sus recuerdos. 
Nélida: Fui tres veces a las islas. La primera fue bravo. 
Me parecía que lo iba a encontrar allá. ¡Qué sé yo por 
qué será que nunca me resigné! (llora) Como Horacio 
no tenía una tumba, paré en cada una de las que decí-an 
“Soldado argentino sólo conocido por Dios”, y besé 
las cruces. Si no estaba en una, podía estar en otra. 
Sonia: La primera vez que fuimos, en el ’91, todas 
las mamás nos juntamos en un baño del aeropar-que 
y dijimos: “¿Qué vamos a hacer si no tienen 
los nombres?”. Propusimos que cada una eligiera 
una cruz cualquiera y pusiera una flor. Porque 
quizás no era la tumba de tu hijo, pero era la del 
hijo de otra. Fue la forma de conformarnos. 
Nélida: Ir es doloroso, pero también trae paz. Y 
siempre es muy triste cuando te vas de Darwin, 
porque mirás para atrás y ves el cementerio hasta 
que queda una cosa así de chiquita que se va per-diendo 
(llora). Ahí se queda mi hijo, ¿sabés? Pero 
no sé dónde. 
Sonia: Cuando llego a Darwin tengo la sensación 
de que el espíritu de José está ahí. Es tremendo 
mirar el paisaje y saber que allí pasó sus últimos 
días. En el ’98 me enteré de cuál había sido su po-sición. 
Tuve la sensación física de “él estuvo acá”... 
Me metí en unos zanjones, buscándolo. 
–Hoy Malvinas está instalado en la agenda po-lítica. 
¿Qué le pedirían a la Presidenta? 
Sonia: Ella es madre y puede entendernos. Le pediría 
que nos ayude a conseguir las autorizaciones para 
que se puedan hacer los ADN que tantos familiares 
ansiamos. Nuestros hijos dejaron su vida en las Malvi-nas. 
Merecen tener una tumba con su nombre. 
–Si pudieran poner una placa, ¿qué querrían 
que dijera? 
Sonia: Pondría “José Honorio Ortega”. Con su 
nombre me alcanzaría. 
Nélida: Me gustaría volver a las islas, pero el día 
que una cruz diga: “Horacio José Echave”. Abrazar 
esa cruz sería como volver a abrazar a mi hijo. ■ 
Para los familiares que quieran contactarse: 
gabymcociffi@gmail.com 
Por la 
memoria 
Nélida y Sonia junto a 
Julio Aro y José María 
Raschia –de la fundación 
No Me Olvides–, los ex 
combatientes que las 
están apoyando en su 
lucha. “Le queremos 
pedir a la Presidenta, 
que es madre y puede 
entendernos, que nos 
ayude a conseguir las 
autorizaciones para que 
se puedan hacer los 
ADN. Nuestros hijos 
dejaron su vida en las 
Malvinas: merecen tener 
una tumba con su 
nombre”.

Más contenido relacionado

La actualidad más candente (13)

Trabajo practico de lengua y literatura
Trabajo practico de lengua y literaturaTrabajo practico de lengua y literatura
Trabajo practico de lengua y literatura
 
Amores que matan
Amores que matanAmores que matan
Amores que matan
 
Cuentos gpo.11
Cuentos gpo.11Cuentos gpo.11
Cuentos gpo.11
 
...............
..............................
...............
 
La huella que deja garcía márquez en el df
La huella que deja garcía márquez en el dfLa huella que deja garcía márquez en el df
La huella que deja garcía márquez en el df
 
...................
......................................
...................
 
Presentación de mitos y leyenda
Presentación de mitos y leyendaPresentación de mitos y leyenda
Presentación de mitos y leyenda
 
Chavez nuestro
Chavez nuestroChavez nuestro
Chavez nuestro
 
Noviembre
NoviembreNoviembre
Noviembre
 
Introducción claras-rojas1
Introducción claras-rojas1Introducción claras-rojas1
Introducción claras-rojas1
 
Gabriel García Marquez
Gabriel García MarquezGabriel García Marquez
Gabriel García Marquez
 
Noviembre, Jorge Galán
Noviembre, Jorge GalánNoviembre, Jorge Galán
Noviembre, Jorge Galán
 
cuentos peruanos
cuentos peruanoscuentos peruanos
cuentos peruanos
 

Similar a Malvinas 2

Cuentos del arañero_capitulo_01_historias_de_familia
Cuentos del arañero_capitulo_01_historias_de_familiaCuentos del arañero_capitulo_01_historias_de_familia
Cuentos del arañero_capitulo_01_historias_de_familia
Nelson Caldera
 
Entrevista a una madre de plaza de mayo
Entrevista a una madre de plaza de mayoEntrevista a una madre de plaza de mayo
Entrevista a una madre de plaza de mayo
Mónica Sánchez
 
La montaña es algo más que una inmensa estepa verde
La montaña es algo más que una inmensa estepa verdeLa montaña es algo más que una inmensa estepa verde
La montaña es algo más que una inmensa estepa verde
JUAN Carlos
 
Justicia en el país del olvido
Justicia  en  el país  del olvidoJusticia  en  el país  del olvido
Justicia en el país del olvido
insn
 

Similar a Malvinas 2 (20)

Avelina Romero
Avelina RomeroAvelina Romero
Avelina Romero
 
Mdresmalvinas
MdresmalvinasMdresmalvinas
Mdresmalvinas
 
Reportaje Museo Cementerio San Pedro
Reportaje Museo Cementerio San PedroReportaje Museo Cementerio San Pedro
Reportaje Museo Cementerio San Pedro
 
Cuadernillo Memoria Verdad y Justicia AGMER Paraná 2014
Cuadernillo Memoria Verdad y Justicia AGMER Paraná 2014Cuadernillo Memoria Verdad y Justicia AGMER Paraná 2014
Cuadernillo Memoria Verdad y Justicia AGMER Paraná 2014
 
Cuentos del arañero_capitulo_01_historias_de_familia
Cuentos del arañero_capitulo_01_historias_de_familiaCuentos del arañero_capitulo_01_historias_de_familia
Cuentos del arañero_capitulo_01_historias_de_familia
 
Noviembre-Jorge Galán, por: Valeria Córdova
Noviembre-Jorge Galán, por: Valeria CórdovaNoviembre-Jorge Galán, por: Valeria Córdova
Noviembre-Jorge Galán, por: Valeria Córdova
 
Iª exposición fqf
Iª exposición fqfIª exposición fqf
Iª exposición fqf
 
Noviembre-Jorge Galán. Por: Valeria Córdova
Noviembre-Jorge Galán. Por: Valeria CórdovaNoviembre-Jorge Galán. Por: Valeria Córdova
Noviembre-Jorge Galán. Por: Valeria Córdova
 
Homenaje
HomenajeHomenaje
Homenaje
 
Cuentos latinoamericanos
Cuentos latinoamericanosCuentos latinoamericanos
Cuentos latinoamericanos
 
Cuentos latinoamericanos
Cuentos latinoamericanosCuentos latinoamericanos
Cuentos latinoamericanos
 
Historia de vida del lonko wenceslao paillal
Historia de vida del lonko wenceslao paillalHistoria de vida del lonko wenceslao paillal
Historia de vida del lonko wenceslao paillal
 
Entrevista a una madre de plaza de mayo
Entrevista a una madre de plaza de mayoEntrevista a una madre de plaza de mayo
Entrevista a una madre de plaza de mayo
 
Ama 1932
Ama 1932Ama 1932
Ama 1932
 
La montaña es algo más que una inmensa estepa verde
La montaña es algo más que una inmensa estepa verdeLa montaña es algo más que una inmensa estepa verde
La montaña es algo más que una inmensa estepa verde
 
Lorca: la cuna sí, la tumba no
Lorca: la cuna sí, la tumba noLorca: la cuna sí, la tumba no
Lorca: la cuna sí, la tumba no
 
Cementerio General 2
Cementerio General 2Cementerio General 2
Cementerio General 2
 
Trabajo de lengua
Trabajo de lenguaTrabajo de lengua
Trabajo de lengua
 
Mi pasado antes de nacer familia cruz
Mi pasado antes de nacer familia cruzMi pasado antes de nacer familia cruz
Mi pasado antes de nacer familia cruz
 
Justicia en el país del olvido
Justicia  en  el país  del olvidoJusticia  en  el país  del olvido
Justicia en el país del olvido
 

Más de Jacinto Lloret Pérez (7)

20150311 151439
20150311 15143920150311 151439
20150311 151439
 
Planilla temporada 29 12-14 al 04-01-15 prensa
Planilla temporada 29 12-14 al 04-01-15 prensaPlanilla temporada 29 12-14 al 04-01-15 prensa
Planilla temporada 29 12-14 al 04-01-15 prensa
 
Ge2578 gabypapafinal
Ge2578 gabypapafinalGe2578 gabypapafinal
Ge2578 gabypapafinal
 
Rankingicv2010 141020110037-conversion-gate02 (1)
Rankingicv2010 141020110037-conversion-gate02 (1)Rankingicv2010 141020110037-conversion-gate02 (1)
Rankingicv2010 141020110037-conversion-gate02 (1)
 
Malvinas2 140924062400-phpapp01
Malvinas2 140924062400-phpapp01Malvinas2 140924062400-phpapp01
Malvinas2 140924062400-phpapp01
 
066 070 ge2444-malvinas
066 070 ge2444-malvinas066 070 ge2444-malvinas
066 070 ge2444-malvinas
 
140228 reporte semanal
140228 reporte semanal140228 reporte semanal
140228 reporte semanal
 

Último

Índigo Energía e Industria No. 15 - digitalización en industria farmacéutica
Índigo Energía e Industria No. 15 - digitalización en industria farmacéuticaÍndigo Energía e Industria No. 15 - digitalización en industria farmacéutica
Índigo Energía e Industria No. 15 - digitalización en industria farmacéutica
Indigo Energía e Industria
 
LO QUE NUNCA DEBARIA HABER PASADO PACTO CiU PSC (Roque).pptx
LO QUE NUNCA DEBARIA HABER PASADO PACTO CiU PSC (Roque).pptxLO QUE NUNCA DEBARIA HABER PASADO PACTO CiU PSC (Roque).pptx
LO QUE NUNCA DEBARIA HABER PASADO PACTO CiU PSC (Roque).pptx
roque fernandez navarro
 

Último (16)

Criminal Internacional Attila Ernö Nemeth y la Autopista del Dinero Sucio .docx
Criminal Internacional Attila Ernö Nemeth y la Autopista del Dinero Sucio .docxCriminal Internacional Attila Ernö Nemeth y la Autopista del Dinero Sucio .docx
Criminal Internacional Attila Ernö Nemeth y la Autopista del Dinero Sucio .docx
 
2024-05-02-Carta-145-aniversario-PSOE.pdf
2024-05-02-Carta-145-aniversario-PSOE.pdf2024-05-02-Carta-145-aniversario-PSOE.pdf
2024-05-02-Carta-145-aniversario-PSOE.pdf
 
Proponen la eliminación del Consejo de la Magistratura
Proponen la eliminación del Consejo de la MagistraturaProponen la eliminación del Consejo de la Magistratura
Proponen la eliminación del Consejo de la Magistratura
 
Red de Fraude de Markus Schad Müller en Fondos de Inversión.pdf
Red de Fraude de Markus Schad Müller en Fondos de Inversión.pdfRed de Fraude de Markus Schad Müller en Fondos de Inversión.pdf
Red de Fraude de Markus Schad Müller en Fondos de Inversión.pdf
 
LA CRÓNICA COMARCA DE ANTEQUERA _ Nº 1079
LA CRÓNICA COMARCA DE ANTEQUERA _ Nº 1079LA CRÓNICA COMARCA DE ANTEQUERA _ Nº 1079
LA CRÓNICA COMARCA DE ANTEQUERA _ Nº 1079
 
Índigo Energía e Industria No. 15 - digitalización en industria farmacéutica
Índigo Energía e Industria No. 15 - digitalización en industria farmacéuticaÍndigo Energía e Industria No. 15 - digitalización en industria farmacéutica
Índigo Energía e Industria No. 15 - digitalización en industria farmacéutica
 
Carta de Sabrina Shorff enviada al juez Kevin Castel
Carta de Sabrina Shorff enviada al juez Kevin CastelCarta de Sabrina Shorff enviada al juez Kevin Castel
Carta de Sabrina Shorff enviada al juez Kevin Castel
 
calendario de tandeos macrosectores xalapa mayo 2024.pdf
calendario de tandeos macrosectores xalapa mayo 2024.pdfcalendario de tandeos macrosectores xalapa mayo 2024.pdf
calendario de tandeos macrosectores xalapa mayo 2024.pdf
 
Informe Estudio de Opinión en Zapopan Jalisco - ABRIL
Informe Estudio de Opinión en Zapopan Jalisco - ABRILInforme Estudio de Opinión en Zapopan Jalisco - ABRIL
Informe Estudio de Opinión en Zapopan Jalisco - ABRIL
 
LO QUE NUNCA DEBARIA HABER PASADO PACTO CiU PSC (Roque).pptx
LO QUE NUNCA DEBARIA HABER PASADO PACTO CiU PSC (Roque).pptxLO QUE NUNCA DEBARIA HABER PASADO PACTO CiU PSC (Roque).pptx
LO QUE NUNCA DEBARIA HABER PASADO PACTO CiU PSC (Roque).pptx
 
Novedades Banderas Azules en España para el año 2024
Novedades Banderas Azules en España para el año 2024Novedades Banderas Azules en España para el año 2024
Novedades Banderas Azules en España para el año 2024
 
PRECIOS_M_XIMOS_VIGENTES_DEL_5_AL_11_DE_MAYO_DE_2024.pdf
PRECIOS_M_XIMOS_VIGENTES_DEL_5_AL_11_DE_MAYO_DE_2024.pdfPRECIOS_M_XIMOS_VIGENTES_DEL_5_AL_11_DE_MAYO_DE_2024.pdf
PRECIOS_M_XIMOS_VIGENTES_DEL_5_AL_11_DE_MAYO_DE_2024.pdf
 
RELACIÓN DE PLAYAS GALARDONADAS 2024.pdf
RELACIÓN DE PLAYAS GALARDONADAS 2024.pdfRELACIÓN DE PLAYAS GALARDONADAS 2024.pdf
RELACIÓN DE PLAYAS GALARDONADAS 2024.pdf
 
PRESENTACION PLAN ESTRATEGICOS DE SEGURIDAD VIAL - PESV.pdf
PRESENTACION PLAN ESTRATEGICOS DE SEGURIDAD VIAL - PESV.pdfPRESENTACION PLAN ESTRATEGICOS DE SEGURIDAD VIAL - PESV.pdf
PRESENTACION PLAN ESTRATEGICOS DE SEGURIDAD VIAL - PESV.pdf
 
Boletín semanal informativo 17. Abril 2024
Boletín semanal informativo 17. Abril 2024Boletín semanal informativo 17. Abril 2024
Boletín semanal informativo 17. Abril 2024
 
tandeos xalapa zona_alta_MAYO_2024_VF.pdf
tandeos xalapa zona_alta_MAYO_2024_VF.pdftandeos xalapa zona_alta_MAYO_2024_VF.pdf
tandeos xalapa zona_alta_MAYO_2024_VF.pdf
 

Malvinas 2

  • 1. LAS MADRES DE MALVINAS Nélida Montoya es la mamá de José Horacio Echave, quien murió en la batalla final de la guerra. Sonia Cárcamo es la mamá de José Honorio Ortega, quien cayó en una trinchera en Darwin. Ambos están enterrados en las islas, pero sus tumbas –como las de otros 120 caídos– no tienen nombre. Las placas que los recuerdan rezan: “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. Hoy, a treinta años, ruegan: “Pedimos que se hagan los ADN de los soldados desconocidos: necesitamos saber dónde están nuestros hijos” Por Gaby Cociffi. Fotos: Alejandro Carra y Gabriela González Alcalde (en Malvinas). El dolor que no cesa Nélida y Sonia en Lobos, provincia de Buenos Aires, frente al monumento en memoria de los caídos. “Queremos tener una tumba donde poder dejarles una flor o una oración. Es desesperante no saber”, coinciden. 36 37
  • 2. La vida de José Verano del ’67. Nélida con los dos varones –José y Héctor– y dos sobrinos en Esquel. En el Jardín de Infantes Nº 1 María Barón de Gutiérrez, en Río Gallegos. La última foto, el día antes de embarcar en el rompehielos Almirante Irízar. Estaba de novio con Graciela, y durante la guerra se enteró de que iba a ser padre. Nunca supo que esperaban mellizas. Carolina y Melisa nacieron el 9 de agosto del ’82; José había muerto tres meses antes. Sonia guarda sus cartas: “Decía que iba a luchar hasta el final”. Ellas nunca supieron nada de sus hijos. No supieron que los llevaban a una guerra. No supieron cuánto combatie-ron ni cuánto sufrieron. No supieron si habían pasado frío y hambre. Después, tampoco supieron si habían vuelto al continente o habían quedado para siempre en las islas. Sonia Lourdes Cárcamo (hoy 66) peregrinó durante tres meses por hospitales y regimientos en busca de una respuesta. “Está desaparecido”, le decían. Un timbrazo en su casa, en una cálida mañana de sep-tiembre, y un breve telegrama le confirmó lo que na-die había podido decirle: que su hijo José Honorio Ortega (18) había muerto en la guerra. Nélida Esther Montoya (hoy 68) mantuvo la esperanza durante mucho tiempo. “No voy a rezarlo como si hu-biese muerto”, le respondió al cura del pueblo cuando quiso orar por los difuntos. Dos años más tarde, tres lí-neas en un telegrama le confirmaron la noticia que ja-más habría querido escuchar: que su hijo Horacio Jo-sé Echave (19) había caído en la batalla final. La historia dice que ya pasaron treinta años de la gue-rra de Malvinas. El corazón de estas madres desmiente al calendario: el dolor sigue intacto. “Y lo peor de todo es no saber”, repiten con la voz quebrada. Nélida y So-nia. Los cuerpos de Horacio y José –como los de otros 122 soldados de los 237 que descansan en Darwin– jamás fueron identificados. Las placas que los recuer-dan rezan “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. Son nuestros héroes sin tumba y sin nombre. “¿Sabés la tristeza que es llegar al cementerio, ver to-das esas cruces blancas y preguntar ‘¿Dónde estás, hijo mío?’, y que no haya respuesta, y no saber...?”. La voz de Nélida se humedece de lágrimas que lleva treinta años derramando. “Yo camino entre las tumbas, acaricio las cruces, busco a mi hijo, pero no lo encuentro. Entonces eli-jo una cualquiera. Y le hablo: ‘Hijo, no sé si estás acá, pero no tengo dónde dejarte mis flores’”. La voz de Sonia se estremece de emoción y orgullo, los mis-mos sentimientos que durante tantos años llenaron una ausencia irreparable. Hoy, cuando Malvinas se ha instalado en la agenda na-cional, estas madres han tomado el coraje de comen-zar un camino –muy difícil, pero vital para ellas– que las lleve definitivamente a encontrar a sus hijos. “Queremos que se reconozcan sus cuerpos, que se hagan los ADN de los soldados desconocidos, tener finalmente una tumba donde dejarles una flor o una oración”, ruegan. Para que su clamor sea escuchado y la causa se haga pública, buscaron la ayuda de dos veteranos –Julio Aro y José Raschia, de la fundación No Me Olvides (ver recuadro)– como también la de esta redactora 38 39
  • 3. La vida de Horacio El 14 de mayo de 1981, toda la familia –Horacio y cinco hermanas; aún no había nacido el menor, Juan Pablo– se vistió de fiesta para celebrar los 15 de Marcela: Andrea, los Horacios (padre e hijo), la cumpleañera, Nélida y Liliana. La primera comunión en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, en Lobos. Siempre se lucía como gran bailarín; aquí junto a su prima Adriana. La última foto, pocos meses antes de la guerra. Y las lágrimas de Nélida: “Lo recuerdo cada día”. –quien cubrió el conflicto armado y mantiene estre-cha relación con ex combatientes–. “En 1982 no sa-bíamos dónde preguntar, dónde pedir ayuda. Du-rante todos estos años tampoco supimos. Pero ya somos grandes y no nos queda demasiado tiem-po... No queremos morir sin saber dónde están nuestros chicos”, sintetizan con dolor. “MI HIJO HORACIO”. Tenía el pelo largo, con ru-los. Le gustaba el rock and roll. Había pegado pósters de sus estrellas favoritas en el garaje de su casa de Lo-bos, provincia de Buenos Aires, para que su mamá no lo retara por arruinar las paredes del cuarto que com-partía con una de sus cinco hermanas. Horacio José Echave –nacido el 22 de junio del ’62– bailaba como los dioses. Se había lucido en la fiesta de 15 de Mar-cela sacando a bailar a todas las primas, sólo unos me-ses antes de partir hacia la guerra. Quería ser ferro-viario, como su padre –Horacio, hoy 79–, pero no carpintero en los talleres, sino maquinista de tren. Los recuerdos brotan en las voces de sus hermanas, unas veces con risas, otras con lágrimas. Liliana Esther (47), Marcela Fabiana (45), Adriana Susana (43) y Analía Verónica (36) –todas amas de casa– cuentan que él las acompañaba al colegio, las iba a buscar a la salida de los bailes y jugaba a los bandidos con la más chiquita, Nélida Vanesa (33, maestra y administradora de un colegio). También está Juan Pablo (29, carpin-tero), que está pintando la casa y no participa de la charla: él no conoció a su hermano. “Horacio nunca supo que iba a tener un hermano, porque cuando él se fue a la guerra yo era grande y por vergüenza me callé. Le iba a decir cuando volviera, porque pensaba que se iba a encontrar con ‘qué gorda está mamá’... Pero ya no pude. Juan nació el 30 de octu-bre del ’82, el mismo año en que murió el mayor”, susurra Nélida mientras encuentra la última foto de Horacio, con dieciocho recién cumplidos, el pelo muy corto y de traje nuevo. –¿Qué te dijo Horacio antes de irse a Malvinas? –Cuando me lo contó, yo no le creí. Para el 29 de mar-zo llegó a casa a cenar –siempre venía y después vol-vía al Regimiento 6 de Mercedes– y me dijo: “Mamá, nos agarramos las Malvinas y nos vamos para allá”. Yo estaba cocinando y le contesté: “¡Ay, Hora-cio...! ¡A vos te hacen creer cualquier cosa!”. A los tres días se vio por televisión que habían tomado las islas. Y te juro que yo no le creí (silencio). –¿Lo volviste a ver? –Sí. Fuimos al regimiento el domingo, porque era Se-mana Santa. Llevamos rosca de Pascua y comimos to-dos juntos. Estaba emocionado. Decía: “Uyy, ma-má... Mirá qué ropa nos dieron: todo nuevo para irnos”. ¡Claro, para ir a morir allá le dieron uniforme de primera! Después no lo vi más. 40 41
  • 4. –¿Quería ir a luchar por la Patria? –Era jovencito, tenía 19 años. En junio cumplía los 20, pero no alcanzó a cumplirlos... Dicen que cayó el 13 de junio, a la madrugada. Faltaban sólo nueve dí-as para su cumpleaños. –¿Qué pasa por el corazón de una madre cuando sabe que su hijo está en una guerra? –¡Ay, es terrible el dolor, el miedo, la desesperación! No sabés si va a volver... Yo suplicaba: “No importa que venga sin una pierna, Dios, me basta que ven-ga vivo”. Pero no volvió... (llora). –¿Rezaste mucho? –Todos los días. Pero después nunca quise ir a una igle-sia; me cansé. Antes era la primera de una procesión, pero no fui mas. Dios no me escuchó, no escuchó mis súplicas. Dios no ayudó a un chico bueno... Dios se es-condió tras las nubes y lo dejó solo en la guerra. –¿Te escribió alguna carta contándote cómo estaba? –Me contaron otros soldados que él sufrió mucho, que lloraba cuando llegaba la noche. Pero en las cartas nos decía otra cosa: “Andará papá diciendo que estoy lu-chando por la Patria”. Sentía orgullo de que su padre pudiera pensar eso. Creo que buscaba tranquilizarnos. Horacio era enemigo de las guerras y las armas. –¿Dónde estaba apostado su regimiento? –A ellos les tocó estar por Monte Longdon o Harriet, no recuerdo bien... “Los ingleses no van a llegar has-ta ahí, no hay peligro”, nos decían acá. Lo que menos sabía yo era que los soldados británicos estaban pa-sando por sobre nuestros chicos. Y me repetía cada noche para convencerme: “Están lejos, están lejos”. –¿Qué recordás del día en que te avisaron que tu hijo no había vuelto? –El 22 de junio, el mismo día de su cumpleaños, lle-garon los chicos a Lobos. Y cuatro días después vi-nieron a casa dos hombres del Regimiento 6. Eran pasadas las seis de la tarde. Estábamos por comer y yo había puesto una carne al horno cuando tocaron el timbre. Me dijeron: “Horacio está desaparecido”. Les contesté desesperada. “¡¿Cómo desaparecido?! ¡Ustedes no pueden no saber dónde está!”. Uno me respondió: “Señora, se dice ‘desaparecido’ porque él no llegó al continente”. Me tuve que sentar: “En-tonces quedó muerto en las islas”. Me contestaron: “No, señora. No podemos decir eso, porque era un desbande tan grande que cuando llegamos a Bue-nos Aires nos encontrábamos y nos decíamos: ‘Pero si vos estabas muerto...’. Nadie sabe nada”. Fue tre-mendo... y se me quemó la carne. –¿Durante cuánto tiempo figuró como desaparecido? –Dos años después de la guerra nos llegó el telegra-ma con el certificado de defunción. Durante todo ese tiempo yo imaginé que podía estar vivo. Mantuve la esperanza: “¿Y si llega?”, decía. No quería creer. Pensaba que estaba loco en alguna provincia, o deso-rientado. Un soldado vino a contarnos que lo habían visto. “Sáquese eso de la cabeza, porque lo agarró una esquirla y lo mató”, me dijeron mucho des-pués. Y ya no lo esperé más. –¿Sabés cómo murió Horacio? –Fue en la madrugada del 13, el último día de la gue-rra, cuando venían replegándose hacia Puerto Argen-tino. El coronel Lamadrid dice que le pegó una es-quirla y no sufrió nada. Otros dicen que venían corriendo, que a Horacio se le cayó el casco, y como tenía plata guardada ahí, volvió a buscarlo... Enton-ces le alcanzó una esquirla en la cabeza y lo mató. Hay otros que cuentan que cuando cayó herido le llevaron un rosario... ¡Mirá si van a hacer eso cuando todos corrían! Aún hoy no sé cuál es la verdad. “MI HIJO JOSE”. Era roncanrolero y fanático de Boca. Deliraba por Elvis Presley y se había quedado afónico festejando el campeonato de 1981, cuando los xeneizes se llevaron la copa de la mano de Maradona. A la hora del baile, José Honorio Ortega –nacido el 21 de julio del ’63 en Güer Aike, Santa Cruz– era el mejor. Hasta se animó a enseñarles a bailar a sus hermanas María Angela (hoy 42, ama de casa) y Adriana Marcela (hoy 38, maestra mayor de obras y decoradora), cuan-do todavía cursaban la primaria y preferían mirar di-bujitos animados. Con Héctor Gabriel (hoy 47, tapice-ro) sentían que eran más que hermanos. Tanto que aún hoy él sufre preguntándose por qué no le tocó a él ir a la guerra en lugar de José. Era generoso sin mi-rar a quién, ni cómo. Había pensado seguir los pasos de su padre, José Bernardino (76), como telegrafista Una herida que no cierra El encuentro fue en la casa de Nélida, en Lobos. La mamá de José viajó desde Río Gallegos para verla. “Cuando voy al cementerio de Darwin, elijo una tumba cualquiera y allí le dejo mis flores”, dice Sonia. A la derecha, una de las 122 tumbas sin identificar. 42 43
  • 5. “A todos les dimos cristiana sepultura” El coronel británico Geoffrey Cardozo fue el encargado de exhumar los cuerpos de los soldados argentinos –enterrados en donde se libraron las más cruentas batallas durante la guerra–, para transportarlos a Darwin y buscar su identificación antes de darles sepultura. De los 237 cuerpos que hoy están allí, 122 figuran como NN. Consultado por GENTE en Londres, en la fundación de ayuda a ex combatientes donde hoy trabaja, Cardozo desplegó su informe de 1982/83 y explicó por qué fue tan difícil identificar los cuerpos: “El operativo de exhumación duró 33 días. A todos se les dio cristiana sepultura con honores militares, como lo hubiésemos hecho con nuestros soldados. Se hizo el máximo esfuerzo para identificar a los caídos, pero muchos argentinos no llevaban su placa identificatoria. O estaban en blanco, o tenían un papel escrito –con una tinta que se había borrado por las malas condiciones climáticas– y pegado a la placa con una cinta adhesiva. Creemos que estas chapas les fueron dadas a los conscriptos antes de la invasión a las islas, y que la instrucción que habían recibido era que cada hombre debía escribir su propio número y nombre. En los casos en que encontramos los discos identificatorios, éstos fueron partidos, dejando una mitad en el cuerpo del soldado y enviando la otra mitad al UK Prisoners of War Information Bureau (Oficina de Información sobre Prisioneros de Guerra del Reino Unido) como marca la Convención de Ginebra. Todo dato fue útil para identificar a los caídos. Tomamos los documentos y las cartas que encontramos en sus uniformes; cuando varias cartas coincidían con el nombre de un soldado, se consideraron pruebas suficientes. También se encontraron cartas que decían “A un soldado argentino”, catecismos, rosarios y estampitas, que nos sirvieron para el trabajo que teníamos encomendado. Todos los efectos personales de los argentinos fueron enviados a Whitehall, como corresponde en una guerra, a excepción de aquellos que –por su estado y condición– podían herir los sentimientos de los seres queridos del soldado. Existe un plano del cementerio, como también una detallada lista con las exhumaciones, donde numeramos a cada combatiente y a su sepultura, especificando en qué lugar de la isla fue hallado. En su momento le ofrecimos a la Argentina la posibilidad de hacer la identificación de sus muertos, pero jamás recibimos respuesta”. en Trelew, o “portarme bien en el servicio militar pa-ra salir como dragoneante”. Cuando embarcó para Malvinas dejó a su novia Graciela con un beso y la pro-mesa de volver. En las islas se enteró de que iba a ser papá. Nunca supo que esperaba mellizas. Las bebas –Carolina Noelia y Melisa Cristina– nacieron el 9 de agosto de 1982. José había muerto tres meses antes en Darwin, en una fría trinchera. Mientras lo recuerda, Sonia abre dos gruesas carpetas. En ellas guarda todos los papeles, fotos y cartas de su hijo. “Es mantener vi-va la memoria”, dice, y muestra la última toma que le hicieron, vestido con su uniforme, un día antes de embarcar hacia la guerra. –¿Cómo fue la despedida? –Lo vi por última vez el 18 de marzo. Fue a las ocho de la mañana. Me dijo, como si no pasara nada: “Vieja, ¿me hacés torta frita? Me tengo que ir a las seis de la tarde, porque tengo que volver hoy al regimiento”. Estaba en el Regimiento de Infantería 25 de la locali-dad de Sarmiento, en Chubut. Y tenía que viajar de Trelew a Comodoro y de ahí a Sarmiento, que es bas-tante lejos. Le pregunté por qué volvía tan temprano. “Porque estoy en una misión especial”, respondió. Pero no me contó de qué se trataba. Los oficiales les habían dicho que se podía armar con Chile, pero nun-ca con el Reino Unido. De ahí ya no lo vi más. –¿Cuándo te enteraste de que estaba en Malvinas? –Un día nos levantamos y vimos que habían tomado las islas. Nunca nos imaginamos que los chicos podían estar ahí. Supusimos que iban a estar los reservistas, los militares de carrera, no nuestros hijos... Me enteré el 19 de abril, cuando recibí su primera carta. –¿Qué te contó José en esa carta? –Me di cuenta por su letra, porque escribía a borboto-nes, que estaba emocionado. Decía: “Estamos en las islas Malvinas defendiendo nuestra bandera, nues-tra soberanía”. Me contaba que habían preparado los bolsos el día anterior de esta foto (muestra una de Jo-sé vestido de soldado) y que les habían dicho que era “para ir a una excursión”, pero no sabían dónde. Sa-lieron a las doce de la noche en camiones hasta el Re-gimiento 9, cerca del aeropuerto, y tomaron un mate cocido y sándwiches de queso y dulce de batata. De ahí los subieron al avión que los llevó a Puerto Belgra-no. Abordaron el rompehielos Almirante Irízar y salie-ron con rumbo desconocido. A los tres días de nave-gación, el subteniente José Gómez Centurión les informó a dónde y a qué iban. José tenía que desem-barcar el 2 de abril, pero hubo una tormenta, el heli-cóptero se rompió y todo su grupo bajó el 3. Fueron directamente a Darwin. “Me encanta la isla. Estoy con mis camaradas. No te hagas problema, porque hambre no pasamos. Sólo te voy a pedir que mandes una encomienda con algo dulce, porque acá no hay”. No sé si escribió eso para no preocuparme... –¿Qué sentiste? –¡Fue tan raro! En ese momento sentí emoción, pe-ro también me puse a pensar qué podía pasar, por-que Inglaterra ya había mandado los barcos... Yo no tenía idea de dónde quedaba Darwin, y eso me pre-ocupaba mucho. Entonces busqué un mapa de las islas y me lo estudié de memoria: dónde quedaban Monte Longdon, Darwin, Pradera del Ganso. Necesi-taba saber dónde estaba mi hijo. –¿Te siguió escribiendo cuando los británicos de-sembarcaron en las islas? –Sí. En su segunda carta me decía: “Mis camaradas y yo pensamos luchar hasta lo último, no rendir-nos, porque las islas no se negocian”. –¿Te dio orgullo o miedo? –Muchos me decían: “¿Y si lo mandás a buscar?”. Más allá de que no se podía, él me lo habría repro-chado. Y eso que José tenía un motivo para volver, porque su novia estaba embarazada. Los amigos le propusieron que le avisara a su comandante que iba “La primera vez que fui a las islas fue bravo. Me parecía que lo iba a encontrar allá. ¡Qué sé yo por qué será que nunca me resigné! Como Horacio no tenía una tumba, paré en cada una de las que decían ‘Soldado argentino sólo conocido por Dios’ y besé las cruces. Si no estaba en una podía estar en otra...” (Nélida) 44 45
  • 6. Luis Fondebrider es presidente y fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense, una ONG que desde 1983, trabaja en el identificación de los cuerpos de los desaparecidos durante la dictadura y en la investigación de violaciones a los derechos humanos en América Latina, Africa, Asia y Europa. EL EAAF lleva realizadas más de mil exhumaciones. En su oficina, el licenciado en Antropología afirma: “Estoy dispuesto a reconocer los cuerpos de los soldados en Malvinas. Nuestro trabajo básico siempre tiene 3 etapas. 1) La investigación preliminar, donde se trata de recuperar toda la información sobre el caso. 2) La de campo, donde utilizamos la arqueología forense y se trata de exhumar los cuerpos, y cualquier evidencia que haya asociada a ellos, como un proyectil o efectos personales. 3) La de laboratorio, donde se trata de identificar a la persona y determinar la causa y manera de muerte. En el caso de Malvinas hay que seguir las mismas etapas. Primero, hay que hacer la lista definitiva de las personas que están muertas. A partir de allí, hay que recuperar con los familiares lo que se llaman datos ante mortem; o sea, cómo era físicamente la persona: edad, sexo, estatura, cuestiones odontológicas y médicas. Al mismo tiempo se toman las muestras genéticas de los familiares. Luego, se hacen las exhumaciones. En Darwin sería más sencillo, por tratarse de un cementerio ordenado. Los análisis antropológicos no son complejos, y si fuera necesario se podría montar un laboratorio en Malvinas. Para los genéticos nosotros tenemos laboratorios propios en la provincia de Córdoba, donde se cruzaría la información. Se pueden traer las muestras al continente –se trata sólo de un pedacito de hueso y un diente–, mientras los cuerpos quedan en Malvinas, para ser sepultados en las mismas tumbas. El organismo que habitualmente media cuando hay dos gobiernos enfrentados es el Comité Internacional de la Cruz Roja, que acerca a las partes y les pide: ‘Pónganse de acuerdo para permitir la investigación’. Este es un tema de carácter humanitario: los padres tienen derecho a saber dónde están sus hijos”. a ser padre, así lo traían al continente. El les res-pondió: “No quiero volver, vine por una causa”. –¿Estaba dispuesto a morir luchando por la Patria? –Quería luchar y se había enamorado de las Mal-vinas. Les mandó una carta a los hermanos, di-ciéndoles: “Cuando esto termine, yo vengo a vi-vir a la isla”. ¿Y sabés algo? De alguna manera me tranquiliza sentir que murió en el lugar que le gustaba... (hace silencio). Si bien su tumba no tie-ne nombre, sé que está en algún lugar de la isla. –¿Cómo supiste que José no había regresado? –Me enteré de que los soldados habían vuelto al continente, pero dijeron que había que esperar quince días sin hacer nada, porque después los iban a dejar ir a las casas. Pasaron diecisiete días y no tuve noticias. Entonces fui al Comando a pre-guntar. Nadie tenía información. Todo era muy confuso. Una parte del Regimiento 25 había en-trado por Montevideo, y de ahí los habían llevado a Buenos Aires. El otro grupo había llegado en barco, y después los trajeron en camiones a Tre-lew. Me habían dicho: “¿Vas a ir a buscar a tu hi-jo? Llegó un barco y están desembarcando en Madryn”. Hacía quince días que yo estaba en una fábrica. No me daban permiso para salir y no po-día perder el trabajo, porque en ese momento yo era el único sostén de mi familia. Así que recién a la tarde fui al Comando otra vez. Ahí empezó la odisea de que estaba desaparecido, que no sabían si había venido en tal barco o en otro, que por ahí había llegado a Tierra del Fuego... –Empezó una búsqueda desesperada. –Fue empezar a llamar a amigos en Tierra del Fue-go, en Río Gallegos, en Buenos Aires, para saber si habían escuchado algo, si habían llegado heridos. Fue preguntar en los hospitales, averiguar en las provincias... Nadie sabía nada. Hubo un veterano que dijo: “José venía en el camión conmigo”. Me ilusioné. Mucho después pude hablar con el jefe del batallón: “No, señora. Muchos vinieron muy mal con todo lo que pasaron en las islas y le pu-do haber parecido ver a José. Pero hablamos con otros soldados y su hijo cayó al lado de ellos. Es-tamos tratando de que los mismos conscriptos digan quién murió y a qué hora”. –¿Finalmente supiste cómo cayó? –Murió en Darwin el 28 de mayo, durante la lucha más cruenta con los paracaidistas del teniente coro-nel Herbert Jones. Tuvieron que pasar tres años de la “Es un tema estrictamente humanitario: los padres tienen derecho a saber”
  • 7. A Julio Aro y José María Raschia, veteranos de guerra, Malvinas les marcó la vida para siempre. Tanto, que crearon No Me Olvides, una fundación que busca recordar a los caídos, acompañar y ayudar a los familiares, y recuperar la identidad de los soldados argentinos. Julio (50) –del Regimiento 6 de Mercedes, profesor de educación física en Mar del Plata, casado con Silvia y padre de Tamara (20) y Tania (17)– afirma: “Viajar a las islas en 2007 me abrió la mente y el corazón. Ver las tumbas NN me hizo pensar que tenía que hacer algo”. José (49) –del Batallón de Comunicaciones que hizo el apoyo en el operativo Rosario, a cargo del Departamento de Ex Combatientes del IOMA en Lobos, casado con Sandra y padre de Juan Cruz (26), Magalí (22), Agustín (19) y Valentín (11)– confiesa que “Buscando cómo ayudar a los que volvieron con estrés post traumático, psicosis, depresión, encontramos que los que tenían mayor experiencia eran los ingleses”. En 2008 viajaron a Londres para reunirse con veteranos británicos –que trabajan en ONGs que ayudan a ex combatientes– y con el coronel inglés que tuvo a cargo la realización del cementerio de Darwin. “Ahí nos dimos cuenta de que podríamos ayudar a buscar la identidad de nuestros soldados desconocidos. Desde hace años son muchos los padres que han querido saber dónde están enterrados sus hijos. Sonia y Nélida son las primeras que se animan a decirlo públicamente”, resumen. Y finalizan con emoción: “La identidad es el derecho básico que tenemos. Por eso, el primer proyecto que hicimos se llamó De Identidad Compartida, donde convocamos a la mamá de un soldado inglés y a la mamá de un soldado argentino. Les preguntamos quién había ganado la guerra, y nos dijeron: ‘Perdimos las dos, porque perdimos a nuestros hijos’. Lo mismo nos pasa con los padres de los NN de Darwin. Cuando recordamos a sus hijos en charlas en las escuelas, ellos nos dicen: ‘Si lo nombran, mi hijo no está más muerto’. Apoyando a Sonia y a Nélida queremos que los padres de los soldados de Malvinas sientan que sus hijos siguen vivos en la memoria de todos los argentinos”. guerra para que yo supiera finalmente cómo había muerto mi hijo. Un día, en el Centro de Veteranos me dijeron: “Anoche estuvimos con un soldado que vio morir a José. Estaba en la misma trinchera”. Me contaron que los ingleses lo habían confundido con Gómez Centurión, porque José tenía a cargo a cinco chicos con rifle y era el telegrafista... ¡igual que su pa-dre! (hace un largo silencio). Me dieron detalles: “Se trabó una ametralladora y el subteniente fue a des-trabarla. José se quedó dando órdenes, porque esta-ba a cargo del teléfono. Como los ingleses lo veían ir de un lado para otro, lo tomaron como el jefe del grupo y le dispararon”. –¿Te enojaste con Dios? –No. Siempre le recé a Dios y a José: le pedí por su hermano, por sus hijas, y sentí su ayuda. A la iglesia dejé de ir, porque cuando necesité que un sacerdote me diera una palabra de aliento tuve que pedir audiencia, esperar... y me enojé. Yo los necesitaba y me dejaron sola. Tampoco vinieron cuando mi hijo murió. A la iglesia no volví, pero a Dios no le reclamo nada. A 30 AÑOS DE MALVINAS. “Para mí es co-mo si hubiese sido ayer. Yo no puedo ver nada que tenga que ver con Malvinas, ni puedo ver a los ingleses, porque pienso: ‘Quizás vos le estabas apuntando a mi hijo’. Además, lo sigo llorando”, dice Nélida y se quiebra. “El tiempo no pasa cuando las heridas no cierran. Desde que pasó todo esto, uno lo está recordando todos los días. En cada momento encontrás algo que lo traiga de vuelta a tu vida”, dice Sonia y conmueve. –¿Cuando los recuerdan duele menos la ausencia? Sonia: Nosotros teníamos la costumbre de comer siempre en familia. Los primeros días yo ponía to-dos los platos en la mesa... y me sobraba uno. El do-lor hacía que no se hablara de José en casa. Era co-mo un tabú. Una noche, cuando nos sentamos a comer, les dije: “Hay que hablar, hay que recor-darlo como era, como es”. No me habría perdona-do nunca ponerlo en el olvido... Y José volvió a es-tar con nosotros, en nuestra memoria. Nélida: Yo siento la presencia de mi hijo cada día de mi vida. He soñado con él también. En la cómoda de mi pieza tengo un marco con una foto suya, y yo le hablo. Le cuento cómo estamos, le pido que me ayude. “Mirá cómo ando; estuve como ocho meses mal. Horacio, dame fuerzas, ayudame” (llora)... Estaba quedándome ciega y recuperé la vista. Es co-mo que él intercede por nosotros allá arriba. “Tenemos que buscar la identidad de nuestros soldados”
  • 8. 50 LAS TUMBAS SIN NOMBRE. Sonia y Nélida via-jaron por primera vez a las Malvinas cuando empeza-ba la década del noventa y las relaciones con el Reino Unido se distendían, permitiendo que ex combatien-tes y familiares volaran a las islas. Ambas sabían que sus hijos no tenían una tumba con nombre. Igual lle-varon flores y fotos para dejar en el cementerio: “Pa-ra que no se queden allí solitos”, rememoran. Cuan-do llegaron a Darwin, caminaron entre las 230 cruces y eligieron una de las 122 tumbas NN, para derramar allí sus lágrimas y sus recuerdos. Nélida: Fui tres veces a las islas. La primera fue bravo. Me parecía que lo iba a encontrar allá. ¡Qué sé yo por qué será que nunca me resigné! (llora) Como Horacio no tenía una tumba, paré en cada una de las que decí-an “Soldado argentino sólo conocido por Dios”, y besé las cruces. Si no estaba en una, podía estar en otra. Sonia: La primera vez que fuimos, en el ’91, todas las mamás nos juntamos en un baño del aeropar-que y dijimos: “¿Qué vamos a hacer si no tienen los nombres?”. Propusimos que cada una eligiera una cruz cualquiera y pusiera una flor. Porque quizás no era la tumba de tu hijo, pero era la del hijo de otra. Fue la forma de conformarnos. Nélida: Ir es doloroso, pero también trae paz. Y siempre es muy triste cuando te vas de Darwin, porque mirás para atrás y ves el cementerio hasta que queda una cosa así de chiquita que se va per-diendo (llora). Ahí se queda mi hijo, ¿sabés? Pero no sé dónde. Sonia: Cuando llego a Darwin tengo la sensación de que el espíritu de José está ahí. Es tremendo mirar el paisaje y saber que allí pasó sus últimos días. En el ’98 me enteré de cuál había sido su po-sición. Tuve la sensación física de “él estuvo acá”... Me metí en unos zanjones, buscándolo. –Hoy Malvinas está instalado en la agenda po-lítica. ¿Qué le pedirían a la Presidenta? Sonia: Ella es madre y puede entendernos. Le pediría que nos ayude a conseguir las autorizaciones para que se puedan hacer los ADN que tantos familiares ansiamos. Nuestros hijos dejaron su vida en las Malvi-nas. Merecen tener una tumba con su nombre. –Si pudieran poner una placa, ¿qué querrían que dijera? Sonia: Pondría “José Honorio Ortega”. Con su nombre me alcanzaría. Nélida: Me gustaría volver a las islas, pero el día que una cruz diga: “Horacio José Echave”. Abrazar esa cruz sería como volver a abrazar a mi hijo. ■ Para los familiares que quieran contactarse: gabymcociffi@gmail.com Por la memoria Nélida y Sonia junto a Julio Aro y José María Raschia –de la fundación No Me Olvides–, los ex combatientes que las están apoyando en su lucha. “Le queremos pedir a la Presidenta, que es madre y puede entendernos, que nos ayude a conseguir las autorizaciones para que se puedan hacer los ADN. Nuestros hijos dejaron su vida en las Malvinas: merecen tener una tumba con su nombre”.