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Para introducirnos en el tema, y a pesar de que pueda considerarse innecesario por su
pretendida obviedad, creemos que es imprescindible explicar, en primer lugar, el
significado de Holocausto y de Modernidad.
El término Holocausto1
-escrito en mayúsculas- hace referencia a la matanza de judíxs
llevada a cabo durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en la Alemania del
Tercer Reich, más de catorce millones de personas fueron asesinadas por motivos
distintos a su origen hebreo: gitanxs, polacxs, rusxs, comunistas, socialistas, testigos de
Jehová, homosexuales, discapacitadxs y personas enfermas. Mucho antes de construir
los campos de exterminio, los alemanes “intentaron exterminar a sus compatriotas
física o mentalmente disminuidxs” con la intención de crear una raza superior a través
de la “fertilización organizada de mujeres racialmente superiores por hombres
racialmente superiores”.
Los motivos por los cuales el Holocausto hace alusión, específicamente, a los seis
millones de judíxs asesinadxs de entre los más de veinte millones de muertxs víctimas
de las políticas raciales, eugenésicas y de limpieza ideológica de la Alemania nazi, se
debe a que esta matanza en masa pretendió el exterminio total de un pueblo,
organizando a sus víctimas para que colaborasen en la consecución de este fin. Es decir,
la inabarcable empresa –como finalmente se demostró- de exterminar de la faz de la
Tierra a un grupo humano dispersado por diferentes países de Europa y organizarlo para
obligarlo a participar en su propia aniquilación, son los dos aspectos novedosos –si
podemos calificarlos así- que diferencian al Holocausto judío de otros genocidios
cometidos a lo largo de la historia de la Humanidad, también en la actualidad. Aunque
el Holocausto es evidentemente un genocidio, éste último tiene como objetivo el
sometimiento al nuevo orden establecido del grupo al que persigue a través de la
asimilación o la esclavitud, asesinando a sus líderes para desarticularlo y sembrando,
para tal fin, el horror entre los supervivientes mediante la violencia y la barbarie. Sin
embargo, no pretende la completa eliminación del conjunto de sus miembrxs.2
1
Según el centro mundial de documentación, investigación, educación y conmemoración del Holocausto Yad
Vashem, fundado en 1953, el empleo del término Holocausto, para referirse al genocidio judío llevado a cabo por
la Alemania nazi, no es compartido unánimemente y hay quienes prefieren el uso del vocablo hebreo Shoá para
aludir a esta tragedia. Lo argumenta, literalmente, de la siguiente manera: “Holocausto” es el término utilizado
en el mundo de habla inglesa desde los años 1960; fue adoptado también por los alemanes así como en el ámbito
de habla hispana. La palabra proviene del griego antiguo y originalmente significaba una ofrenda de sacrificio
que era quemada completamente hasta que no quedaba de ella nada. Algunos se oponen a utilizar este término
dado que sugiere que el suceso podría tener algún tipo de significado religioso o expiatorio. El término “Shoá” en
hebreo significa una catástrofe de grandes proporciones. No tiene ninguna connotación religiosa.
2
Los motivos que se han aducido para intentar justificar la dispersión, la persecución y, finalmente, el intento de
aniquilación total del pueblo judío han sido muy numerosos y diversos a lo largo de la Historia. Primo Levi en su
libro “Si esto es un hombre” hace la siguiente referencia: “Según afirma san Agustín, los judíos están condenados
a la dispersión por el propio Dios, y por dos razones: porque de ese modo reciben el castigo por no haber
reconocido en Cristo al Mesías, y porque su presencia en todos los países es necesaria a la Iglesia católica, que
también está en todas partes, para que en todas partes se ponga de manifiesto ante los fieles la merecida
infelicidad de los judíos. Por eso la dispersión y la separación de los judíos nunca habrá de terminar: ellos, con sus
penas, deben testimoniar por la eternidad su propio error y, por ende, la verdad de la fe cristiana. Por
consiguiente, dado que su presencia es necesaria, han de ser perseguidos, pero no matados.” La cuestión judía,
como es denominada desde diversos ámbitos, ha sido analizada ha sido analizada profundamente por la teórica
Por lo que respecta al término Modernidad, y de acuerdo con Bauman, las sociedades
modernas se distinguen de las pre-modernas, entre otros aspectos, por la eliminación de
la violencia y de las emociones de la regulación de las relaciones de sus miembrxs entre
sí y con las instituciones. La emotividad ha sido sustituida por la racionalidad y el uso
de la violencia -lejos de ser eliminado- se ha concentrado en manos del Estado, con el
objetivo inicial de salvaguardar “la paz social y la seguridad individual que las
sociedades pre-civilizadas defendían bastante mal”. Sin embargo, este predominio de la
racionalidad como eje articulador de las relaciones sociales ha configurado una sociedad
cada vez más despersonalizada, en la que los sentimientos se someten a un pensamiento
cada vez más calculador y desapasionado. Al mismo tiempo, la violencia concentrada
en manos del poder institucional ha abocado a la sociedad a la indefensión,
desproveyéndola de los medios necesarios para defenderse de los actos de agresión y
coacción que contra ella comete un estado más militarizado que nunca: “a medida que
la cualidad de pensar se va haciendo más racional, aumenta la cantidad de destrucción
(…) en nuestra época, el terrorismo y la tortura han dejado de ser instrumentos de las
pasiones y han pasado a ser instrumentos de la racionalidad política (…) los ejércitos
permanentes y las fuerzas de la policía reúnen armas técnicamente superiores y
tecnología superior para la administración burocrática. A lo largo de los dos últimos
siglos, se ha ido incrementando ininterrumpidamente el número de personas que ha
muerto violentamente a consecuencia de esta militarización, hasta llegar a una cifra sin
precedentes.” El uso de la violencia adquiere una mayor efectividad gracias al aparato
burocrático en el que se sostiene, especialmente por dos aspectos esenciales que lo
definen: en primer lugar, por el establecimiento de la división del trabajo, que distancia
a quienes lo desempeñan del objeto final del mismo y, en segundo lugar, por la
sustitución de la responsabilidad moral por la responsabilidad técnica, lo que insta a
superarse en la ejecución de las funciones asignadas con la máxima profesionalidad, con
independencia del fin último. En ambos casos se consigue un distanciamiento personal
de las consecuencias de las acciones.
En referencia a la huella de la Modernidad en el diseño y desarrollo del proyecto de
exterminio del pueblo judío, nos referiremos a dos aspectos muy representativos y
paradigmáticos del progreso occidental del siglo pasado. Por un lado, el trazado de un
sistema social preconcebido: lxs expertxs, (“personas que, por definición, saben algo
que [nosotrxs] no [sabemos]”), fueron lxs encargadxs de diseñar racionalmente un
modelo de sociedad que, como afirma Bauman, fue concebido a la manera de un jardín,
con respecto al cual se debía estar permanentemente vigilante, arrancando las malas
política Hannah Arendt en su trilogía Los Orígenes del Totalitarismo, en la que pone en entredicho su supuesta
motivación religiosa. La realidad es que el mundo moderno de la primera mitad del siglo XX, en pleno desarrollo
de la ciencia y la tecnología, no ha desarrollado una ética que ponga límites a sus experimentos y se jacta de
llegar a donde nunca antes se ha llegado: “si podemos hacerlo, ¿por qué no hemos de hacerlo?” La tecnología,
entonces igual que hoy, se ha desvinculado de cualquier objetivo humano y ha convertido los medios en sus
fines. La posibilidad de la consecución de una sociedad perfecta en los términos en que es planteada por el
nazismo se vislumbra como una utopía realizable, aunque la supremacía de la raza aria en la que se asienta no
tenga, paradójicamente, ningún fundamento científico.
hierbas que pudieran arruinar el proyecto previamente planificado. 3
En segundo lugar,
el funcionamiento de los campos de exterminio, que respondía de manera fiel al
modelo capitalista de producción desarrollado dentro de las fábricas: la materia prima
eran seres humanos y el producto final la muerte. Se clasificaba, de manera minuciosa,
ropa, zapatos, pelo, dientes, huesos,... Todo ello era sometido a distintos procesos de
transformación y tenía aplicaciones en distintos ámbitos productivos, como la
agricultura o la fabricación de colchones -por poner sólo algunos ejemplos- de igual
manera que se procedía con cualquier otra materia prima sometida a la producción en
cadena. Las chimeneas humeantes, icono del moderno modelo de producción de la
época, exhalaban de manera casi ininterrumpida cenizas humanas y daban testimonio de
ese “progreso” industrial que funcionaba a pleno rendimiento. Paradójicamente, se vivía
en la era de la ética del trabajo, hoy ya sustituida por la estética del consumo.
Así pues, el desarrollo de la tecnología y de la ciencia, junto con la concentración del
poder en manos del Estado y su aparato burocrático, fueron los mecanismos materiales
necesarios para que se diera el Holocausto. Sin ellos, debido a la magnitud del proyecto
social que diseñó el nazismo, no hubiera sido posible. Esto no significa que el genocidio
sea una consecuencia necesaria de la Modernidad, pero sin la Modernidad no hubiera
podido darse. Más aún, no se ha hecho nada desde entonces para evitar que pueda
volver a producirse. De hecho, en la sociedad persiste la idea de que el término
civilización significa únicamente progreso humano y la barbarie es un concepto
contrapuesto desconectado de él, a pesar de los innumerables ejemplos que desmienten
esta percepción tan arraigada socialmente y que nos demuestran que a mayor
civilización mayor devastación. Tal y como se recoge literalmente en la obra de
Baumann, “Civilización significa esclavitud, guerras, explotación y campos de muerte.
También significa higiene médica, elevadas ideas religiosas, arte lleno de belleza y
música exquisita. Es un error suponer que la civilización y la crueldad salvaje son una
antítesis […] En nuestra época, las crueldades, lo mismo que otros muchos aspectos de
nuestro mundo, se han administrado de forma mucho más efectiva que anteriormente:
no han dejado de existir. Tanto la creación como la destrucción son aspectos
inseparables de lo que denominamos civilización.”
Se ha constatado que no más de un 10% de los miembros de las SS (que acabó
convirtiéndose en un en un estado dentro del Estado) se podrían calificar de
“anormales” desde el punto de vista clínico, por lo que el 90% restante de personas que
participaron en el genocidio se consideraban completamente sanas desde la óptica de la
psiquiatría. Esto nos lleva a preguntarnos cómo fue posible que estxs alemanxs
consideradxs normales pudieran vencer la repulsión natural que toda persona siente ante
el sufrimiento ajeno y el asesinato de otro ser humano. El profesor de ética social
Herbert C. Kelman, al que hace referencia Bauman en su ensayo, lo argumenta de la
3
Hoy, inmersxs en la post-Modernidad, este gran jardín, dice el autor de Modernidad y Holocausto, se ha
hundido y dividido en múltiples parcelas que son a su vez dirigidas y supervisadas por igual número de
jardineros. “Y esto ocurre porque el mundo actual se ha librado de las misiones del hombre blanco, del
proletariado o de la raza aria sólo porque se ha librado de todos los fines y de todos los sentidos y se ha
convertido en un universo de medios al servicio de ningún otro propósito que le de reproducirse y agrandarse.”
siguiente manera: “Las inhibiciones morales contra las atrocidades violentas
disminuyen cuando se cumplen tres condiciones, por separado o juntas: la violencia
está autorizada (por unas órdenes oficiales emitidas por los departamentos legalmente
competentes); las acciones están dentro de una rutina (creada por las normas del
gobierno y por la exacta delimitación de las funciones); y las víctimas de la violencia
están deshumanizadas (como consecuencia de las definiciones ideológicas y del
adoctrinamiento).
Deducimos, pues, que la disciplina era esencial para el éxito del Holocausto. En este
sentido, hay que señalar que los pogromos cometidos contra la población judía
constituyen una leyenda: sólo se produjeron de manera testimonial, si atendemos a su
número, sin que queramos minimizar con esta afirmación la devastación que
produjeron. Muy al contrario de lo que se ha intentado dar a entender, no hubo ni se
hubieran permitido estos estallidos de violencia incontrolada de manera generalizada
porque habrían hecho inviable la aniquilación en masa diseñada por Hitler. De hecho,
aquellas personas que mostraban algún tipo de recelo ante los asesinatos así como, por
el contrario, actitudes sádicas, eran apartadas de las tareas de exterminio, ya que no
podían realizar su trabajo con la profesionalidad requerida. Del mismo modo, los
asesinatos no autorizados, llevados a cabo por motivaciones relacionadas con la
exaltación ideológica o suscitados por causas de índole personal, eran perseguidos y
castigados, ya que contravenían el orden y la obediencia rígidamente instaurados. Es
decir, por ser ilegales y, por lo tanto, actos de desobediencia que podían arruinar el éxito
del proyecto de una tierra jundenrein.
Existen dos motivos principales que sostienen este argumento: por un lado, las turbas
violentas son, por definición, incontrolables y, por lo tanto, ineficaces. La Kristallnatch
–noche de los cristales rotos- que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1938 acabó con la
vida de unas 100 personas. La Alemania nazi asesinó a 6 millones de judíxs. Para lograr
tal número de asesinatos mediante este tipo de acciones hubieran sido necesarios 200
años y, aún así, tampoco hubiera sido factible, dado que los estallidos de violencia no
pueden mantenerse en el tiempo porque pertenecen al voluble mundo de las pasiones.
En segundo lugar, no existía realmente un sentimiento antisemita entre la población
alemana no judía, por lo que el Estado no podía movilizar a la población para cometer
estos actos de agresión y ensañamiento. De hecho, muchxs ciudadanxs alemanxs, al
inicio de las deportaciones, se apresuraron a defender a “sus judíxs”, que distinguían del
resto exaltando unas cualidades que, supuestamente, los diferenciaban de “lxs demás”,
con la pretensión de salvarlos así de su fatal destino.
Aunque, como acabamos de decir, no existió realmente una aversión manifiesta contra
la comunidad judía entre el pueblo alemán no judío, sí prevaleció entre los gentiles un
gran desinterés ante el destino que aguardaba a sus conciudadanos: los guetos y campos
de concentración y exterminio que los separaron físicamente los invisibilizaron, lo que
contribuyó a alejarlos espiritualmente de ellxs. Contrariamente a lo que se suele pensar,
el antisemitismo nunca arraigó en la sociedad alemana, sí en sus dirigentes,4
a diferencia
de lo que sucedía en Francia, donde tuvo un gran calado en la sociedad y desempeñó un
papel de movilizador de masas que muy pronto, ya en el siglo XIX, fue “descubierto”
por algunos partidos políticos que lo emplearon para conseguir sus aspiraciones de
acceso al poder. Hay que tener en cuenta, para comprender la indiferencia y pasividad
de una sociedad civilizada como la alemana ante esta barbarie, que, tal como expone
Hannah Arendt en Los orígenes del Totalitarismo, es más fácil y aceptable socialmente
–en el sentido de evitar grandes resistencias- violar los derechos humanos de un
colectivo de personas cuando con anterioridad las víctimas de tales actos han sido
desposeídas de sus derechos civiles. No tener nacionalidad o documentos de residencia,
es decir, no vivir “legalmente” en el país en el que se reside facilita mucho las cosas en
este aspecto: al carecer de identidad legal estas personas socialmente no existen, por lo
que son relegadas a lo que podríamos definir como un estado de muerte social; en
muchas ocasiones sus países de origen no las reclaman, en el caso de lxs apátridas
carecen de nacionalidad. Y, como parte de este proceso de degradación, son apartadas
del mundo de “lxs vivxs” recluyéndolas en lugares donde, para la inmensa mayoría de
ciudadanxs, no está permitido el acceso. Todo ello forma parte de un proceso mediante
el cual el Estado, antes de repatriar a estas personas, deportarlas o asesinarlas, las
elimina del ámbito público, lo que hace que la oposición social, cuando la hay, sea
mucho menos contundente, entre otras cosas porque la fraternidad y la solidaridad no
pueden darse, al menos a gran escala, cuando se ha borrado por completo la presencia
física de las víctimas de esta situación.5
A pesar de los contundentes argumentos que nos muestran la necesidad de un escenario
como el que la Modernidad configuró para que el Holocausto pudiera ser viable, las
reticencias a interpretar estos sucesos desde esta perspectiva sociológica son, todavía
hoy, muy sólidas. Bauman expone tres razones que señala como “justificaciones” para
invalidar la idea de que el exterminio que llevó a cabo el nazismo fue producto del
mundo civilizado: En primer lugar, la consideración del Holocausto por el stablishment
judío como propiedad exclusiva, impidiendo su universalización; en segundo lugar,
presentarlo como un suceso acaecido por las singulares características nacionales y
culturales de la Alemania de la primera mitad del pasado siglo, que degeneraron en una
4
El plan de exterminio no formaba parte del proyecto inicial antisemita. Se decidió cuando se constató que era
inviable trasladar a un número tan elevado de personas fuera de los dominios de la Alemania nazi y encontrar un
lugar donde establecerlas.
5
Creo que existe un gran paralelismo, salvando las grandes diferencias, entre la situación que se dio con lxs judíxs
durante las II Guerra Mundial y el internamiento de migrantes en los CIE’s españoles en la actualidad. Aunque
esta situación es motivo de constantes denuncias por parte de activistas sociales y alguna prensa, no sólo por lo
anacrónico que resulta castigar con la prisión a personas que no han cometido ningún delito, si exceptuamos el
hecho de que se quiera considerar jurídicamente como tal entrar de manera ilegal en nuestro país, (siendo ya
este concepto, “ilegal” aplicado a un ser humano, deshumanizador) sino también por la violación sistemática de
los derechos humanos que se comete en su interior y que ha llegado incluso a causar la muerte de diversxs
internxs, la población española, en general, no se siente especialmente interpelada por esta situación. De hecho,
una buena parte de ella encuentra justificada la reclusión de estas personas porque se siente amenazada ante su
presencia, a pesar de que, o quizás deberíamos decir, precisamente porque, no conoce su identidad, su
procedencia o su historia personal. El Estado las mantiene invisibles, lo que comporta un claro proceso de
deshumanización, evitando, de este modo, una amplia adhesión social con las víctimas.
exacerbación de los sentimientos nacionales y raciales; y por último, concebirlo como
un producto propio de una sociedad bárbara y pre-civilizada que se dio en Alemania
debido a su precaria modernización, exculpando, de este modo, a la Modernidad. Estas
tres explicaciones absuelven generosamente a la sociedad moderna de su
responsabilidad en esta tragedia humana y sitúa este suceso en un lugar marginal
desconectado de otros similares, como los ataques perpetrados contra la población de
Hiroshima y Nagasaki tres meses antes de que se celebraran los Procesos de Núremberg
o lo acontecido en los Gulag’s soviéticos a principios del siglo pasado. De manera que
se ha llegado a poner en duda, en no pocas ocasiones, e incluso a negar, la verosimilitud
de estos hechos y, en todo caso, se ha minimizando de manera reiterada el exterminio
sistemático de seres humanos que se consumó en el corazón de Europa en pleno siglo
xx. 6
Tal como afirma Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, lo que se les exigió
a los acusados por el genocidio judío fue que actuaran de acuerdo con su criterio
personal, distinguiendo entre el bien y el mal aún a costa de contradecir la legalidad
establecida y la opinión unánime de la sociedad, y subvirtiendo, como afirma Bauman,
el poder legislativo. En la conferencia pronunciada en 1990 por el sociólogo con motivo
de la entrega del premio Amalfi a su ensayo sobre el análisis de estos acontecimientos,
señala los dos aspectos distintivos con los que la Modernidad imprimió su huella en
Auschwitz y en los otros sucesos similares ocurridos en el pasado siglo, “haciéndolos,
quizás, inevitables”: la magnitud del potencial destructor de la tecnología y la
impotencia de las autolimitaciones impuestas por el hombre sobre su dominio sobre la
naturaleza y sus semejantes. (…) Y añade: Se nos ha dicho, y hemos acabado creyendo,
que la emancipación y la libertad significan el derecho a reducir al Otro, y al resto del
mundo, a la condición de objeto útil mientras dé satisfacción. Más intensamente que
6
Ramón Fernández Duran, en su excelente texto Tercera piel, sociedad de la imagen y conquista del alma, en el
que analiza, entre otros muchos aspectos de la Modernidad y postmodernidad, la configuración de la sociedad de
masas en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial y el papel que desempeñaron los medios de comunicación
en este proceso, expone su análisis en los siguientes términos: “…Todo ello permitiría sepultar los desastres de
Auschwitz y sobre todo de Hiroshima y Nagasaki, donde la promesa de progreso brillante y sin fin de la
Modernidad parecía quebrarse. La razón ilustrada había quedado seriamente tocada después de estos genocidios
perpetrados por el campo occidental, y era preciso ayudar a olvidar estos despropósitos que ponían en cuestión
la propia deriva del sistema ciencia-tecnología, aunque cabría decir que el Holocausto y la bomba atómica tal vez
habían empezado ya a fraguarse con Descartes (Pigem, 1993). Los horrores de la guerra moderna no son un error,
o un accidente, en la evolución “inocente” de la ciencia. De todas formas, el Holocausto era relativamente fácil de
marginar, pues el nazismo (y el fascismo) se presentaba como una desviación “momentánea” y perversa de la
democracia occidental, todavía con pocos años de existencia, sobre el que se podía cargar el Mal absoluto.
Además, para eso se montó el juicio de Núremberg, con el propósito de difundir urbi et orbi la buena nueva
democrática, vía unos medios de comunicación de masas en plena expansión. Pero obviar Hiroshima y Nagasaki
no parecía, en principio, tan sencillo. Sin embargo, la irrupción con toda su potencia de la “fábrica de sueños” de
Hollywood y los mass media, así como los inicios de la sociedad de consumo y el deporte-espectáculo, ayudaron
a sepultar estos “desdichados” episodios. Es más, Hollywood haría decenas y hasta centenares de películas sobre
la Segunda Guerra Mundial, donde se reflejarían la valentía y gallardía de los aliados, y en concreto de las tropas
estadounidenses, así como la maldad y perversión de las potencias del Eje, y en concreto de los nazis; pero en
ninguna se abordaba el tratamiento de las explosiones nucleares provocadas por EE.UU., ni se mencionaba el
papel del Ejército Rojo en la derrota de Hitler y en la toma de Berlín. La guerra de propaganda en el llamado
conflicto entre bloques había comenzado.”
cualquier otra forma conocida de organización social, la sociedad que se rinde ante el
dominio no desafiado y sin límites de la tecnología ha borrado la cara humana del Otro
y ha llevado, por tanto, la adiaforización de la sociabilidad humana hasta una
profundidad que aún está por descubrir”.
Para finalizar, queremos señalar la ausencia de las mujeres de las narraciones que
surgen cuando, como en este caso, se somete a examen un período histórico o se analiza
un modelo determinado de sociedad, a no ser que se lleve a cabo con perspectiva de
género -posiblemente a cargo de otra mujer- y finalmente se difundan al margen de la
narrativa oficial como una especificidad que sólo interesa a una minoría y, por lo tanto,
su divulgación es mucho más limitada, si la hay. En el tema que nos ocupa, la
psicología social ha presentado sus resultados en masculino -y no sólo por lo que
respecta al lenguaje- como si el lugar que ocuparon las mujeres en aquella sociedad, sus
alternativas, sus posibilidades, sus recursos o sus significaciones simbólicas, entre otros
aspectos, pudieran ser armonizados con aquéllos que eran asumidos como propios por
los hombres que compartieron su fatal destino. En Auschwitz, y otros campos de
exterminio, los hombres se vieron abocados a la misma fatalidad que las mujeres:
torturas, vejaciones, hambre, muerte… Pero, el cuerpo de las mujeres, “el principal
terreno de su explotación y resistencia”, en palabras de Silvia Federici, ha sido,
además, devastado de manera especialmente particular, intensificándose, como el resto
de las barbaries, durante la Modernidad. En este aspecto, la fotoperiodista Cristina E.
Lozano, en un artículo titulado “El infierno no contado de las prisioneras de
Auschwitz” relata algunas de las vivencias que sufrieron las reclusas de estos campos de
exterminio y que han sido literalmente olvidadas por la narrativa oficial. Reproducimos
a continuación algunos párrafos de este texto:
[…]
“Uno de los capítulos más desconocidos de la historia de Auschwitz-Birkenau es el que
hace referencia al prostíbulo en él ubicado. Laurence Rees, historiador británico y
editor de la BBC, ha encontrado varios testimonios que sostienen su existencia, de la
que nada recuerdan los paneles explicativos del campo y que raramente se encuentra
en los libros.
En Auschwitz: los nazis y la “solución final”, un extenso trabajo que la prestigiosa
cadena de televisión hizo serie, Rees explica que la mayor parte de las trabajadoras del
burdel eran internas de Birkenau y estaban obligadas a mantener relaciones con unos
seis hombres diferentes al día. “La experiencia de las mujeres de este prostíbulo es una
de las historias ocultas sobre el sufrimiento en los campos, y tiene ciertas semejanzas
con el caso de las mujeres de solaz coreanas, sometidas a abusos sexuales por los
soldados del ejército japonés. Pese a ello, las mujeres que trabajaban en el prostíbulo
no parecen haber despertado en su momento tanta compasión cuanto la envidia de los
demás prisioneros”, defiende el historiador.
[…]
El historiador sabe que la cuestión del burdel de Auschwitz es muy delicada. En parte
porque cuestiona la moral de los prisioneros que lo utilizaron, pero también porque
quienes niegan el Holocausto pueden utilizar su existencia como argumento para
reforzar la tesis de que Auschwitz-Birkenau es un lugar muy distinto del descrito por la
historiografía tradicional.”
[…]
Parece ser que siempre existe un buen motivo para mantener ocultos los aspectos
degradantes de los abusos de que han sido objeto las mujeres a lo largo de la historia
debidos únicamente a su condición de mujeres, además de los compartidos con el resto
de las víctimas de los diversos sucesos violentos que se suceden de manera recurrente.
Al dejar en la oscuridad esta dimensión de los hechos atravesada por el género, la
narración de los acontecimientos aparece sesgada e impide su comprensión con todas
sus significaciones, alterando con su ocultación la percepción de lo acontecido y, al
mismo tiempo, exculpando a quienes participaron en estos actos y a quienes ayudaron a
borrarlos de la historia oficial.

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Holocausto y Modernidad

  • 1. Para introducirnos en el tema, y a pesar de que pueda considerarse innecesario por su pretendida obviedad, creemos que es imprescindible explicar, en primer lugar, el significado de Holocausto y de Modernidad. El término Holocausto1 -escrito en mayúsculas- hace referencia a la matanza de judíxs llevada a cabo durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en la Alemania del Tercer Reich, más de catorce millones de personas fueron asesinadas por motivos distintos a su origen hebreo: gitanxs, polacxs, rusxs, comunistas, socialistas, testigos de Jehová, homosexuales, discapacitadxs y personas enfermas. Mucho antes de construir los campos de exterminio, los alemanes “intentaron exterminar a sus compatriotas física o mentalmente disminuidxs” con la intención de crear una raza superior a través de la “fertilización organizada de mujeres racialmente superiores por hombres racialmente superiores”. Los motivos por los cuales el Holocausto hace alusión, específicamente, a los seis millones de judíxs asesinadxs de entre los más de veinte millones de muertxs víctimas de las políticas raciales, eugenésicas y de limpieza ideológica de la Alemania nazi, se debe a que esta matanza en masa pretendió el exterminio total de un pueblo, organizando a sus víctimas para que colaborasen en la consecución de este fin. Es decir, la inabarcable empresa –como finalmente se demostró- de exterminar de la faz de la Tierra a un grupo humano dispersado por diferentes países de Europa y organizarlo para obligarlo a participar en su propia aniquilación, son los dos aspectos novedosos –si podemos calificarlos así- que diferencian al Holocausto judío de otros genocidios cometidos a lo largo de la historia de la Humanidad, también en la actualidad. Aunque el Holocausto es evidentemente un genocidio, éste último tiene como objetivo el sometimiento al nuevo orden establecido del grupo al que persigue a través de la asimilación o la esclavitud, asesinando a sus líderes para desarticularlo y sembrando, para tal fin, el horror entre los supervivientes mediante la violencia y la barbarie. Sin embargo, no pretende la completa eliminación del conjunto de sus miembrxs.2 1 Según el centro mundial de documentación, investigación, educación y conmemoración del Holocausto Yad Vashem, fundado en 1953, el empleo del término Holocausto, para referirse al genocidio judío llevado a cabo por la Alemania nazi, no es compartido unánimemente y hay quienes prefieren el uso del vocablo hebreo Shoá para aludir a esta tragedia. Lo argumenta, literalmente, de la siguiente manera: “Holocausto” es el término utilizado en el mundo de habla inglesa desde los años 1960; fue adoptado también por los alemanes así como en el ámbito de habla hispana. La palabra proviene del griego antiguo y originalmente significaba una ofrenda de sacrificio que era quemada completamente hasta que no quedaba de ella nada. Algunos se oponen a utilizar este término dado que sugiere que el suceso podría tener algún tipo de significado religioso o expiatorio. El término “Shoá” en hebreo significa una catástrofe de grandes proporciones. No tiene ninguna connotación religiosa. 2 Los motivos que se han aducido para intentar justificar la dispersión, la persecución y, finalmente, el intento de aniquilación total del pueblo judío han sido muy numerosos y diversos a lo largo de la Historia. Primo Levi en su libro “Si esto es un hombre” hace la siguiente referencia: “Según afirma san Agustín, los judíos están condenados a la dispersión por el propio Dios, y por dos razones: porque de ese modo reciben el castigo por no haber reconocido en Cristo al Mesías, y porque su presencia en todos los países es necesaria a la Iglesia católica, que también está en todas partes, para que en todas partes se ponga de manifiesto ante los fieles la merecida infelicidad de los judíos. Por eso la dispersión y la separación de los judíos nunca habrá de terminar: ellos, con sus penas, deben testimoniar por la eternidad su propio error y, por ende, la verdad de la fe cristiana. Por consiguiente, dado que su presencia es necesaria, han de ser perseguidos, pero no matados.” La cuestión judía, como es denominada desde diversos ámbitos, ha sido analizada ha sido analizada profundamente por la teórica
  • 2. Por lo que respecta al término Modernidad, y de acuerdo con Bauman, las sociedades modernas se distinguen de las pre-modernas, entre otros aspectos, por la eliminación de la violencia y de las emociones de la regulación de las relaciones de sus miembrxs entre sí y con las instituciones. La emotividad ha sido sustituida por la racionalidad y el uso de la violencia -lejos de ser eliminado- se ha concentrado en manos del Estado, con el objetivo inicial de salvaguardar “la paz social y la seguridad individual que las sociedades pre-civilizadas defendían bastante mal”. Sin embargo, este predominio de la racionalidad como eje articulador de las relaciones sociales ha configurado una sociedad cada vez más despersonalizada, en la que los sentimientos se someten a un pensamiento cada vez más calculador y desapasionado. Al mismo tiempo, la violencia concentrada en manos del poder institucional ha abocado a la sociedad a la indefensión, desproveyéndola de los medios necesarios para defenderse de los actos de agresión y coacción que contra ella comete un estado más militarizado que nunca: “a medida que la cualidad de pensar se va haciendo más racional, aumenta la cantidad de destrucción (…) en nuestra época, el terrorismo y la tortura han dejado de ser instrumentos de las pasiones y han pasado a ser instrumentos de la racionalidad política (…) los ejércitos permanentes y las fuerzas de la policía reúnen armas técnicamente superiores y tecnología superior para la administración burocrática. A lo largo de los dos últimos siglos, se ha ido incrementando ininterrumpidamente el número de personas que ha muerto violentamente a consecuencia de esta militarización, hasta llegar a una cifra sin precedentes.” El uso de la violencia adquiere una mayor efectividad gracias al aparato burocrático en el que se sostiene, especialmente por dos aspectos esenciales que lo definen: en primer lugar, por el establecimiento de la división del trabajo, que distancia a quienes lo desempeñan del objeto final del mismo y, en segundo lugar, por la sustitución de la responsabilidad moral por la responsabilidad técnica, lo que insta a superarse en la ejecución de las funciones asignadas con la máxima profesionalidad, con independencia del fin último. En ambos casos se consigue un distanciamiento personal de las consecuencias de las acciones. En referencia a la huella de la Modernidad en el diseño y desarrollo del proyecto de exterminio del pueblo judío, nos referiremos a dos aspectos muy representativos y paradigmáticos del progreso occidental del siglo pasado. Por un lado, el trazado de un sistema social preconcebido: lxs expertxs, (“personas que, por definición, saben algo que [nosotrxs] no [sabemos]”), fueron lxs encargadxs de diseñar racionalmente un modelo de sociedad que, como afirma Bauman, fue concebido a la manera de un jardín, con respecto al cual se debía estar permanentemente vigilante, arrancando las malas política Hannah Arendt en su trilogía Los Orígenes del Totalitarismo, en la que pone en entredicho su supuesta motivación religiosa. La realidad es que el mundo moderno de la primera mitad del siglo XX, en pleno desarrollo de la ciencia y la tecnología, no ha desarrollado una ética que ponga límites a sus experimentos y se jacta de llegar a donde nunca antes se ha llegado: “si podemos hacerlo, ¿por qué no hemos de hacerlo?” La tecnología, entonces igual que hoy, se ha desvinculado de cualquier objetivo humano y ha convertido los medios en sus fines. La posibilidad de la consecución de una sociedad perfecta en los términos en que es planteada por el nazismo se vislumbra como una utopía realizable, aunque la supremacía de la raza aria en la que se asienta no tenga, paradójicamente, ningún fundamento científico.
  • 3. hierbas que pudieran arruinar el proyecto previamente planificado. 3 En segundo lugar, el funcionamiento de los campos de exterminio, que respondía de manera fiel al modelo capitalista de producción desarrollado dentro de las fábricas: la materia prima eran seres humanos y el producto final la muerte. Se clasificaba, de manera minuciosa, ropa, zapatos, pelo, dientes, huesos,... Todo ello era sometido a distintos procesos de transformación y tenía aplicaciones en distintos ámbitos productivos, como la agricultura o la fabricación de colchones -por poner sólo algunos ejemplos- de igual manera que se procedía con cualquier otra materia prima sometida a la producción en cadena. Las chimeneas humeantes, icono del moderno modelo de producción de la época, exhalaban de manera casi ininterrumpida cenizas humanas y daban testimonio de ese “progreso” industrial que funcionaba a pleno rendimiento. Paradójicamente, se vivía en la era de la ética del trabajo, hoy ya sustituida por la estética del consumo. Así pues, el desarrollo de la tecnología y de la ciencia, junto con la concentración del poder en manos del Estado y su aparato burocrático, fueron los mecanismos materiales necesarios para que se diera el Holocausto. Sin ellos, debido a la magnitud del proyecto social que diseñó el nazismo, no hubiera sido posible. Esto no significa que el genocidio sea una consecuencia necesaria de la Modernidad, pero sin la Modernidad no hubiera podido darse. Más aún, no se ha hecho nada desde entonces para evitar que pueda volver a producirse. De hecho, en la sociedad persiste la idea de que el término civilización significa únicamente progreso humano y la barbarie es un concepto contrapuesto desconectado de él, a pesar de los innumerables ejemplos que desmienten esta percepción tan arraigada socialmente y que nos demuestran que a mayor civilización mayor devastación. Tal y como se recoge literalmente en la obra de Baumann, “Civilización significa esclavitud, guerras, explotación y campos de muerte. También significa higiene médica, elevadas ideas religiosas, arte lleno de belleza y música exquisita. Es un error suponer que la civilización y la crueldad salvaje son una antítesis […] En nuestra época, las crueldades, lo mismo que otros muchos aspectos de nuestro mundo, se han administrado de forma mucho más efectiva que anteriormente: no han dejado de existir. Tanto la creación como la destrucción son aspectos inseparables de lo que denominamos civilización.” Se ha constatado que no más de un 10% de los miembros de las SS (que acabó convirtiéndose en un en un estado dentro del Estado) se podrían calificar de “anormales” desde el punto de vista clínico, por lo que el 90% restante de personas que participaron en el genocidio se consideraban completamente sanas desde la óptica de la psiquiatría. Esto nos lleva a preguntarnos cómo fue posible que estxs alemanxs consideradxs normales pudieran vencer la repulsión natural que toda persona siente ante el sufrimiento ajeno y el asesinato de otro ser humano. El profesor de ética social Herbert C. Kelman, al que hace referencia Bauman en su ensayo, lo argumenta de la 3 Hoy, inmersxs en la post-Modernidad, este gran jardín, dice el autor de Modernidad y Holocausto, se ha hundido y dividido en múltiples parcelas que son a su vez dirigidas y supervisadas por igual número de jardineros. “Y esto ocurre porque el mundo actual se ha librado de las misiones del hombre blanco, del proletariado o de la raza aria sólo porque se ha librado de todos los fines y de todos los sentidos y se ha convertido en un universo de medios al servicio de ningún otro propósito que le de reproducirse y agrandarse.”
  • 4. siguiente manera: “Las inhibiciones morales contra las atrocidades violentas disminuyen cuando se cumplen tres condiciones, por separado o juntas: la violencia está autorizada (por unas órdenes oficiales emitidas por los departamentos legalmente competentes); las acciones están dentro de una rutina (creada por las normas del gobierno y por la exacta delimitación de las funciones); y las víctimas de la violencia están deshumanizadas (como consecuencia de las definiciones ideológicas y del adoctrinamiento). Deducimos, pues, que la disciplina era esencial para el éxito del Holocausto. En este sentido, hay que señalar que los pogromos cometidos contra la población judía constituyen una leyenda: sólo se produjeron de manera testimonial, si atendemos a su número, sin que queramos minimizar con esta afirmación la devastación que produjeron. Muy al contrario de lo que se ha intentado dar a entender, no hubo ni se hubieran permitido estos estallidos de violencia incontrolada de manera generalizada porque habrían hecho inviable la aniquilación en masa diseñada por Hitler. De hecho, aquellas personas que mostraban algún tipo de recelo ante los asesinatos así como, por el contrario, actitudes sádicas, eran apartadas de las tareas de exterminio, ya que no podían realizar su trabajo con la profesionalidad requerida. Del mismo modo, los asesinatos no autorizados, llevados a cabo por motivaciones relacionadas con la exaltación ideológica o suscitados por causas de índole personal, eran perseguidos y castigados, ya que contravenían el orden y la obediencia rígidamente instaurados. Es decir, por ser ilegales y, por lo tanto, actos de desobediencia que podían arruinar el éxito del proyecto de una tierra jundenrein. Existen dos motivos principales que sostienen este argumento: por un lado, las turbas violentas son, por definición, incontrolables y, por lo tanto, ineficaces. La Kristallnatch –noche de los cristales rotos- que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1938 acabó con la vida de unas 100 personas. La Alemania nazi asesinó a 6 millones de judíxs. Para lograr tal número de asesinatos mediante este tipo de acciones hubieran sido necesarios 200 años y, aún así, tampoco hubiera sido factible, dado que los estallidos de violencia no pueden mantenerse en el tiempo porque pertenecen al voluble mundo de las pasiones. En segundo lugar, no existía realmente un sentimiento antisemita entre la población alemana no judía, por lo que el Estado no podía movilizar a la población para cometer estos actos de agresión y ensañamiento. De hecho, muchxs ciudadanxs alemanxs, al inicio de las deportaciones, se apresuraron a defender a “sus judíxs”, que distinguían del resto exaltando unas cualidades que, supuestamente, los diferenciaban de “lxs demás”, con la pretensión de salvarlos así de su fatal destino. Aunque, como acabamos de decir, no existió realmente una aversión manifiesta contra la comunidad judía entre el pueblo alemán no judío, sí prevaleció entre los gentiles un gran desinterés ante el destino que aguardaba a sus conciudadanos: los guetos y campos de concentración y exterminio que los separaron físicamente los invisibilizaron, lo que contribuyó a alejarlos espiritualmente de ellxs. Contrariamente a lo que se suele pensar,
  • 5. el antisemitismo nunca arraigó en la sociedad alemana, sí en sus dirigentes,4 a diferencia de lo que sucedía en Francia, donde tuvo un gran calado en la sociedad y desempeñó un papel de movilizador de masas que muy pronto, ya en el siglo XIX, fue “descubierto” por algunos partidos políticos que lo emplearon para conseguir sus aspiraciones de acceso al poder. Hay que tener en cuenta, para comprender la indiferencia y pasividad de una sociedad civilizada como la alemana ante esta barbarie, que, tal como expone Hannah Arendt en Los orígenes del Totalitarismo, es más fácil y aceptable socialmente –en el sentido de evitar grandes resistencias- violar los derechos humanos de un colectivo de personas cuando con anterioridad las víctimas de tales actos han sido desposeídas de sus derechos civiles. No tener nacionalidad o documentos de residencia, es decir, no vivir “legalmente” en el país en el que se reside facilita mucho las cosas en este aspecto: al carecer de identidad legal estas personas socialmente no existen, por lo que son relegadas a lo que podríamos definir como un estado de muerte social; en muchas ocasiones sus países de origen no las reclaman, en el caso de lxs apátridas carecen de nacionalidad. Y, como parte de este proceso de degradación, son apartadas del mundo de “lxs vivxs” recluyéndolas en lugares donde, para la inmensa mayoría de ciudadanxs, no está permitido el acceso. Todo ello forma parte de un proceso mediante el cual el Estado, antes de repatriar a estas personas, deportarlas o asesinarlas, las elimina del ámbito público, lo que hace que la oposición social, cuando la hay, sea mucho menos contundente, entre otras cosas porque la fraternidad y la solidaridad no pueden darse, al menos a gran escala, cuando se ha borrado por completo la presencia física de las víctimas de esta situación.5 A pesar de los contundentes argumentos que nos muestran la necesidad de un escenario como el que la Modernidad configuró para que el Holocausto pudiera ser viable, las reticencias a interpretar estos sucesos desde esta perspectiva sociológica son, todavía hoy, muy sólidas. Bauman expone tres razones que señala como “justificaciones” para invalidar la idea de que el exterminio que llevó a cabo el nazismo fue producto del mundo civilizado: En primer lugar, la consideración del Holocausto por el stablishment judío como propiedad exclusiva, impidiendo su universalización; en segundo lugar, presentarlo como un suceso acaecido por las singulares características nacionales y culturales de la Alemania de la primera mitad del pasado siglo, que degeneraron en una 4 El plan de exterminio no formaba parte del proyecto inicial antisemita. Se decidió cuando se constató que era inviable trasladar a un número tan elevado de personas fuera de los dominios de la Alemania nazi y encontrar un lugar donde establecerlas. 5 Creo que existe un gran paralelismo, salvando las grandes diferencias, entre la situación que se dio con lxs judíxs durante las II Guerra Mundial y el internamiento de migrantes en los CIE’s españoles en la actualidad. Aunque esta situación es motivo de constantes denuncias por parte de activistas sociales y alguna prensa, no sólo por lo anacrónico que resulta castigar con la prisión a personas que no han cometido ningún delito, si exceptuamos el hecho de que se quiera considerar jurídicamente como tal entrar de manera ilegal en nuestro país, (siendo ya este concepto, “ilegal” aplicado a un ser humano, deshumanizador) sino también por la violación sistemática de los derechos humanos que se comete en su interior y que ha llegado incluso a causar la muerte de diversxs internxs, la población española, en general, no se siente especialmente interpelada por esta situación. De hecho, una buena parte de ella encuentra justificada la reclusión de estas personas porque se siente amenazada ante su presencia, a pesar de que, o quizás deberíamos decir, precisamente porque, no conoce su identidad, su procedencia o su historia personal. El Estado las mantiene invisibles, lo que comporta un claro proceso de deshumanización, evitando, de este modo, una amplia adhesión social con las víctimas.
  • 6. exacerbación de los sentimientos nacionales y raciales; y por último, concebirlo como un producto propio de una sociedad bárbara y pre-civilizada que se dio en Alemania debido a su precaria modernización, exculpando, de este modo, a la Modernidad. Estas tres explicaciones absuelven generosamente a la sociedad moderna de su responsabilidad en esta tragedia humana y sitúa este suceso en un lugar marginal desconectado de otros similares, como los ataques perpetrados contra la población de Hiroshima y Nagasaki tres meses antes de que se celebraran los Procesos de Núremberg o lo acontecido en los Gulag’s soviéticos a principios del siglo pasado. De manera que se ha llegado a poner en duda, en no pocas ocasiones, e incluso a negar, la verosimilitud de estos hechos y, en todo caso, se ha minimizando de manera reiterada el exterminio sistemático de seres humanos que se consumó en el corazón de Europa en pleno siglo xx. 6 Tal como afirma Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, lo que se les exigió a los acusados por el genocidio judío fue que actuaran de acuerdo con su criterio personal, distinguiendo entre el bien y el mal aún a costa de contradecir la legalidad establecida y la opinión unánime de la sociedad, y subvirtiendo, como afirma Bauman, el poder legislativo. En la conferencia pronunciada en 1990 por el sociólogo con motivo de la entrega del premio Amalfi a su ensayo sobre el análisis de estos acontecimientos, señala los dos aspectos distintivos con los que la Modernidad imprimió su huella en Auschwitz y en los otros sucesos similares ocurridos en el pasado siglo, “haciéndolos, quizás, inevitables”: la magnitud del potencial destructor de la tecnología y la impotencia de las autolimitaciones impuestas por el hombre sobre su dominio sobre la naturaleza y sus semejantes. (…) Y añade: Se nos ha dicho, y hemos acabado creyendo, que la emancipación y la libertad significan el derecho a reducir al Otro, y al resto del mundo, a la condición de objeto útil mientras dé satisfacción. Más intensamente que 6 Ramón Fernández Duran, en su excelente texto Tercera piel, sociedad de la imagen y conquista del alma, en el que analiza, entre otros muchos aspectos de la Modernidad y postmodernidad, la configuración de la sociedad de masas en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial y el papel que desempeñaron los medios de comunicación en este proceso, expone su análisis en los siguientes términos: “…Todo ello permitiría sepultar los desastres de Auschwitz y sobre todo de Hiroshima y Nagasaki, donde la promesa de progreso brillante y sin fin de la Modernidad parecía quebrarse. La razón ilustrada había quedado seriamente tocada después de estos genocidios perpetrados por el campo occidental, y era preciso ayudar a olvidar estos despropósitos que ponían en cuestión la propia deriva del sistema ciencia-tecnología, aunque cabría decir que el Holocausto y la bomba atómica tal vez habían empezado ya a fraguarse con Descartes (Pigem, 1993). Los horrores de la guerra moderna no son un error, o un accidente, en la evolución “inocente” de la ciencia. De todas formas, el Holocausto era relativamente fácil de marginar, pues el nazismo (y el fascismo) se presentaba como una desviación “momentánea” y perversa de la democracia occidental, todavía con pocos años de existencia, sobre el que se podía cargar el Mal absoluto. Además, para eso se montó el juicio de Núremberg, con el propósito de difundir urbi et orbi la buena nueva democrática, vía unos medios de comunicación de masas en plena expansión. Pero obviar Hiroshima y Nagasaki no parecía, en principio, tan sencillo. Sin embargo, la irrupción con toda su potencia de la “fábrica de sueños” de Hollywood y los mass media, así como los inicios de la sociedad de consumo y el deporte-espectáculo, ayudaron a sepultar estos “desdichados” episodios. Es más, Hollywood haría decenas y hasta centenares de películas sobre la Segunda Guerra Mundial, donde se reflejarían la valentía y gallardía de los aliados, y en concreto de las tropas estadounidenses, así como la maldad y perversión de las potencias del Eje, y en concreto de los nazis; pero en ninguna se abordaba el tratamiento de las explosiones nucleares provocadas por EE.UU., ni se mencionaba el papel del Ejército Rojo en la derrota de Hitler y en la toma de Berlín. La guerra de propaganda en el llamado conflicto entre bloques había comenzado.”
  • 7. cualquier otra forma conocida de organización social, la sociedad que se rinde ante el dominio no desafiado y sin límites de la tecnología ha borrado la cara humana del Otro y ha llevado, por tanto, la adiaforización de la sociabilidad humana hasta una profundidad que aún está por descubrir”. Para finalizar, queremos señalar la ausencia de las mujeres de las narraciones que surgen cuando, como en este caso, se somete a examen un período histórico o se analiza un modelo determinado de sociedad, a no ser que se lleve a cabo con perspectiva de género -posiblemente a cargo de otra mujer- y finalmente se difundan al margen de la narrativa oficial como una especificidad que sólo interesa a una minoría y, por lo tanto, su divulgación es mucho más limitada, si la hay. En el tema que nos ocupa, la psicología social ha presentado sus resultados en masculino -y no sólo por lo que respecta al lenguaje- como si el lugar que ocuparon las mujeres en aquella sociedad, sus alternativas, sus posibilidades, sus recursos o sus significaciones simbólicas, entre otros aspectos, pudieran ser armonizados con aquéllos que eran asumidos como propios por los hombres que compartieron su fatal destino. En Auschwitz, y otros campos de exterminio, los hombres se vieron abocados a la misma fatalidad que las mujeres: torturas, vejaciones, hambre, muerte… Pero, el cuerpo de las mujeres, “el principal terreno de su explotación y resistencia”, en palabras de Silvia Federici, ha sido, además, devastado de manera especialmente particular, intensificándose, como el resto de las barbaries, durante la Modernidad. En este aspecto, la fotoperiodista Cristina E. Lozano, en un artículo titulado “El infierno no contado de las prisioneras de Auschwitz” relata algunas de las vivencias que sufrieron las reclusas de estos campos de exterminio y que han sido literalmente olvidadas por la narrativa oficial. Reproducimos a continuación algunos párrafos de este texto: […] “Uno de los capítulos más desconocidos de la historia de Auschwitz-Birkenau es el que hace referencia al prostíbulo en él ubicado. Laurence Rees, historiador británico y editor de la BBC, ha encontrado varios testimonios que sostienen su existencia, de la que nada recuerdan los paneles explicativos del campo y que raramente se encuentra en los libros. En Auschwitz: los nazis y la “solución final”, un extenso trabajo que la prestigiosa cadena de televisión hizo serie, Rees explica que la mayor parte de las trabajadoras del burdel eran internas de Birkenau y estaban obligadas a mantener relaciones con unos seis hombres diferentes al día. “La experiencia de las mujeres de este prostíbulo es una de las historias ocultas sobre el sufrimiento en los campos, y tiene ciertas semejanzas con el caso de las mujeres de solaz coreanas, sometidas a abusos sexuales por los soldados del ejército japonés. Pese a ello, las mujeres que trabajaban en el prostíbulo no parecen haber despertado en su momento tanta compasión cuanto la envidia de los demás prisioneros”, defiende el historiador. […] El historiador sabe que la cuestión del burdel de Auschwitz es muy delicada. En parte porque cuestiona la moral de los prisioneros que lo utilizaron, pero también porque quienes niegan el Holocausto pueden utilizar su existencia como argumento para
  • 8. reforzar la tesis de que Auschwitz-Birkenau es un lugar muy distinto del descrito por la historiografía tradicional.” […] Parece ser que siempre existe un buen motivo para mantener ocultos los aspectos degradantes de los abusos de que han sido objeto las mujeres a lo largo de la historia debidos únicamente a su condición de mujeres, además de los compartidos con el resto de las víctimas de los diversos sucesos violentos que se suceden de manera recurrente. Al dejar en la oscuridad esta dimensión de los hechos atravesada por el género, la narración de los acontecimientos aparece sesgada e impide su comprensión con todas sus significaciones, alterando con su ocultación la percepción de lo acontecido y, al mismo tiempo, exculpando a quienes participaron en estos actos y a quienes ayudaron a borrarlos de la historia oficial.