1. Crecimiento tóxico
Carla Pascual Roig
Área de Estudios
Fundación Intervida
13/12/2010
Serge Latouche no es un desconocido para nadie en la sala. Hace un año ya realizó
una conferencia sobre la idea del Decrecimiento. Mientras conferenciantes y oyentes
se van acomodando, libros suyos salen de bolsos y mochilas en unos casos,
acompañan carpetas en otros. De pelo blanco pero de cejas bañadas en castaño
oscuro, el filósofo se abre paso hacia la tribuna apoyándose en su bastón de mano,
convertido luego en su láser puntero para señalar una PPT ilegible a cualquier
distancia.
Seguido de una breve presentación por parte del presidente de la fundación
organizadora, Antoni Comín, el discurso de este profesor francés comienza en un
plano tan poético como sorprendente. Habla sobre la luz de los astros. Igual que con la
mayoría de estrellas, dice, visibles pero extintas, el hombre se deja hipnotizar por unos
recursos naturales ilusorios. Vivimos en el imaginario del crecimiento y del desarrollo,
o dicho de otra forma, en el mito del crecimiento económico.
La acumulación de bienes se convirtió en la variable necesaria de nuestra función de
felicidad desde el siglo XVIII, venida de la visión economicista de Adam Smith.
Vencida la guerra contra la naturaleza, expresión que no puede menos que dejarme
perpleja, sigue, el hombre creyó que desarrollo era sinónimo de acumulación y de
crecimiento. Llegados aquí, Latouche nos hace constatar nuestra entrada en la jerga
propia al mito del crecimiento económico. Básicamente, existen tres palabras amigas
del mito: progreso, crecimiento y, la más exitosa, desarrollo.
Venidas de la biología evolucionista, estos paquetes conceptuales nos hacen creer
que la economía es un organismo vivo que, como todos los organismos, crece, se
desarrolla y progresa. Sin embargo, este objetor del crecimiento lanza una pregunta
retórica ablandando su bastón al auditorio: si los árboles no crecen hasta el cielo, ¿por
qué la economía sí?
El economista francés, autor de varios ensayos sobre la idea del Decrecimiento, deja
libre la respuesta y pasa tras unos segundos de silencio expectativo en la sala, a
apuntar el cada vez más conocido índice de felicidad (Happy Index). A veinte años del
surgimiento del índice sobre el desarrollo humano (IDH) del economista pakistaní
Mhbub Ul Hag y su par hindú Amartya Sen, Latouche dice que el índice de felicidad da
hoy un paso más para la orientación y comprensión del desarrollo. Llama la atención
que las primeras posiciones las ocupan países que en terminología economista
clasificamos de subdesarrollados, y que el orden clasificatorio del índice de felicidad
no coincide con el del IDH. ¿Se tiene en cuenta este indicador en el “Norte global”?
Sin responder tampoco a esta pregunta, Latouche deja vislumbrar su posición al citar
el imperialismo occidental actual y sus batallas en el terreno económico y cultural. La
pizzarización del mundo así como la cocacolaización están uniformando los paladares
de los 6.000 millones de habitantes del planeta, dice, y con ello se transforman
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2. también sus deseos, sus inquietudes y sus modos de vida. Todo mirando hacia un
consumismo indefinido, ergo, crecimiento indefinido.
Luego de unos aplausos eufóricos, el economista decrecentista desata en la sala una
conclusión: estamos intoxicados por el crecimiento como si de una droga se tratara.
¿Quiénes son los crecimiento-dependientes? Nosotros. ¿Quiénes los camellos? Las
empresas multinacionales. El crecimiento irresponsable no es más que una apuesta a
todo o nada. De todos depende la decisión de seguir jugando.
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