1. El consumo local, ¿es responsable?
La contaminación alimentaria a debate: ¿plantar un árbol o cultivar un huerto?
Carla Pascual Roig
Área de Estudios
Fundación Intervida
29/12/2010
La preocupación de agentes económicos, sociales y medioambientales por la
creciente huella ecológica, ha traído el concepto de foodmiles a la mesa de debate.
Foodmiles se refiere a las millas (o kilómetros, según la escala) que recorren los
alimentos desde el productor hasta el consumidor. Este concepto pone entre
interrogantes el hecho de disfrutar de todo tipo de productos indiferentemente de la
temporada y del lugar en que nos encontremos, ya que los alimentos más viajeros son
los más contaminantes y, por lo tanto, menos responsables.
Las emisiones de dióxido de carbono (CO2) provocadas por el transporte han
aumentado sustancialmente según el último informe sobre salud ecológica de la
Agencia Europea de Medio Ambiente. A su vez, un estudio del Departamento de
Medio Ambiente, Alimentos y Asuntos Rurales del Reino Unido, demuestra que
producir tomates en el Reino Unido provoca más emisiones que importarlos de
España.
Frente a este dilema, algunos estados como Suecia se han decidido por aplicar tasas
al transporte. En otros casos, como por ejemplo la Unión Europea, esta medida se ha
discutido ampliamente , ya que las emisiones producidas por un camión, un avión o un
tren difieren de forma notable, siendo del 60% en el primer caso, 20% en el segundo y
10% en el tercero.
Acorde con esta lógica, existen movimientos que defienden el consumo de proximidad
y el producto local, como por ejemplo la iniciativa Slow food, una red nacida en 1989
con la intención de contestar el auge del fast food y del fast life y la desaparición de las
tradiciones de producción local. Con más de 100.000 miembros distribuidos por todo el
mundo a día de hoy, Slow food reflexiona sobre hasta qué punto las preferencias y
comodidades de nuestra era globalizada afectan al resto del planeta.
Agricultura ecológica o agricultura industrial
Ahora bien, la agricultura es responsable del 14% de las emisiones de CO2, tal y como
recalcó la I Conferencia Internacional sobre Agricultura, Seguridad Alimentaria y
Cambio Climático (La Haya, Septiembre 2010). Frente a las alarmas que levantan
algunas voces al oír esta cifra, Hans Herren, Presidente del Instituto del Milenio
(Estados Unidos) y secretario del International Assessment of Agricultural Knowledge,
Science and Technology for Development (conocido como IIASTD), recuerda que el
CO2 es un gas de efecto invernadero natural que forma parte de la atmósfera. El
problema llega en el momento que la actividad industrial genera un volumen tal de
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2. CO2 que supera la proporción habitual y acelera, a su vez, el proceso del
calentamiento global.
Ligado a lo anterior, Herren subraya que la agricultura es un instrumento de
acaparamiento de CO2, fundamento de partida de la iniciativa Agricultura murciana
como sumidero de CO2. Si bien, el planta un árbol se ha convertido en una consigna
consensuada entre los defensores verdes, investigaciones recientes de la Universidad
de Murcia han demostrado que el nivel de fijación de CO2 de un bosque no se
distingue demasiado del de una cosecha, siempre y cuando sea ecológica. Entonces,
cambiemos la consigna: planta un árbol o cultiva un huerto, ¿no?
La respuesta no parece tan obvia después de ver un estudio del Proceedings of the
National Academy of Sciences (PNASS) de Estados Unidos, el periódico nacional
oficial de la Academia Científica. Éste concluye que las repercusiones indirectas del
cultivo ecológico sobrepasan las directas de la agricultura industrial, ya que la
agricultura ecológica requiere una mayor extensión de tierras, por tanto una mayor
deforestación, de la que precisa la industrial para lograr una productividad parecida.
Frente a esto, Herren defiende la agricultura ecológica (o verde) con argumentos
fuertes. Por un lado, recuerda los efectos medioambientales, económicos y sociales
que de ella se derivan, como por ejemplo la mejor gestión del agua, la creación de
empleo y la recuperación de variedades de cada especie; y por el otro, incide en
desmitificar la falacia que impera en los discursos especuladores según la cual se
necesita incrementar la producción y la productividad para asegurar la alimentación de
9.000 millones de personas en el 2050 (Seguridad alimentaria en el 2050).
En definitiva, vemos que las etiquetas que se suelen dar al consumo responsable son,
a veces, falsas. No porque sea local será siempre responsable. No porque sea
ecológico será siempre responsable. Quizás podríamos conseguir que lo fuera,
aunque esto pasara por una ardua redefinición de nuestros hábitos de consumo y
modelos de producción.
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