Similar a CONGRESO TERESIANO CHILE - Inés María Ordóñez, Instituto Santa María: Santa Teresa, Una oración que se compromete con la vida y el devenir social.
Similar a CONGRESO TERESIANO CHILE - Inés María Ordóñez, Instituto Santa María: Santa Teresa, Una oración que se compromete con la vida y el devenir social. (20)
CONGRESO TERESIANO CHILE - Inés María Ordóñez, Instituto Santa María: Santa Teresa, Una oración que se compromete con la vida y el devenir social.
1. CONGRESO TERESIANO
EXPERIENCIA DE DIOS Y SOCIEDAD ACTUAL
ANTROPOLOGIA TERESIANA
SANTA TERESA: UNA ORACIÓN QUE SE COMPROMETE CON LA VIDA Y
EL DEVENIR SOCIAL
1. Introducción
Esta ponencia intenta acercarse a dos objetivos propuestos por este Congreso:
“Fomentar la divulgación y el reconocimiento de la dimensión antropológica-
teológica de Santa Teresa de Jesús, con el fin de generar un conocimiento y
acceso a todas las personas del enorme legado de la santa de Ávila” y
“Fortalecer y profundizar un acercamiento de la Obra teresiana con la sociedad.
Es mi deseo describir de qué manera la forma de orar que nos enseña Teresa
impacta la vida de las personas, transforma sus corazones y construye
comunidades.
Me referiré a mi propia experiencia de relación y amistad con Teresa. Luego
intentaré describir algunos conceptos relacionados con experiencias concretas
que fui haciendo en el acompañamiento a las personas que querían iniciar un
camino de oración según la pedagogía de Teresa: de encuentro consigo
mismas, con los demás y con Dios en lo profundo del corazón. Por último
relacionaré algunos aspectos de su vida y de su obra que me parece que
siguen vigentes y que son necesarias para el devenir social del hombre
contemporáneo.
Me uno a la necesidad de tantas personas, mujeres y varones, niños,
adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos que están necesitando de Dios y del
silencio, de la quietud y el recogimiento de la oración para crecer como
personas sin que la vorágine y la dispersión del mundo actual los
deshumanice. La experiencia de acompañar desde hace cuarenta y tres años
a personas en las más variadas situaciones y estados de vida, me ha llevado a
constatar cómo recorrer el camino a su propio corazón que propone Teresa, les
permite conocer su verdadera identidad, descubrirse como morada de Dios y
encontrarse con cada una de las Personas de la Santísima Trinidad. Paso a
paso van descubriendo la necesidad de la oración y de cómo el orar les lleva
a relacionarse con Dios de una manera nueva. Comienzan a vivir con
entusiasmo lo que creen, y resignifican toda su vida y sus relaciones desde
Cristo. Esto los impacta de manera sorprendente; el entusiasmo, la paz, la
humildad, la alegría y la confianza, comienzan a ser palabras de vida y
creadoras de experiencias.
2. 1.1. Teresa me cautivó
Siendo apenas una niña me presentaron a dos personas maravillosas que
pasaron a ser mi padre y mi madre espirituales: Francisco de Sales y Teresa
de Ávila. Con Francisco, me convertí en su pequeña Filotea, tenía sólo diez
años, y me dejé guiar y enseñar por su tratado de la Verdadera Devoción. Toda
mi familia paterna era salesa, y me dejaron este legado maravilloso. Dos años
después, mi madrina de confirmación me regaló las obras completas de Santa
Teresa. En este suceso aconteció algo impresionante: Teresa salió a mi
encuentro y cautivó mi corazón. Esa es la palabra que más significa lo que me
sucedió. Nunca pude entender de qué forma. Teresa me cautivo y caló hondo
en mi vida; su manera de ser y de relacionarse con Dios me abrió un camino y
puso palabras a mi propia experiencia.
Me animaría a decir que Teresa me adoptó. Fue un encuentro muy especial
que marcó mi vida para siempre. Y yo la adopté, como madre, como maestra,
como amiga. Siempre la sentí muy cercana y presente. Me cautivó también
como mujer; podía identificarme con ella. Me fascinó su experiencia de Dios y
el conocer que había un camino para la unión con Dios. Ese era mi mayor
anhelo. Bebía sus palabras que inflamaban mi corazón y me hacían suspirar
por Dios. Yo la leía, no sé cuánto entendía, pero cuando algo me pasaba,
bastaba tomar su libro entre mis manos o abrirlo al azar, para sentirla presente,
como si ella tomara mi corazón y me dijera lo que necesitaba escuchar para
darme paz y confianza.
De niña leía con fruición las vidas de los santos publicadas en las revistas
mexicanas que nuestra madre nos compraba semanalmente. Yo quería ser,
como mi patrona, santa, virgen y mártir, pero al mismo tiempo, casarme y tener
muchos niños. No sabía cómo iba a alcanzarlo…las vidas que leía eran
ejemplares porque ellos eran mártires, o sacerdotes o religiosas; las casadas
eran mujeres con mucho dinero que habían construido grandes obras para los
más pobres.
Todo parecía inalcanzable para mi mente de niña. El martirio lo veía como un
privilegio imposible para mí, monja no quería ser, y dinero no tenía…Decidí
entonces que iba a ser maestra… a los ocho años ya estaba enfrente de niños
de bajos recursos tomándoles las 100 preguntas del catecismo. Así empecé
desde tan niña como catequista, que aún hoy es la identidad que mejor me
define.
Pero yo quería ser santa y estar totalmente consagrada a Dios. ¿Cómo iba a
“lograrlo”? Por muchos años pensé que debía ser un “logro” personal… ¡y que
yo no iba a alcanzarlo! Teresa llegó a mi vida ofreciéndome un camino que
parecía posible y sencillo.
Y así transcurrió mi adolescencia, de la mano de Francisco con sus consejos
tan prácticos, y de la mano de Teresa que me descubría un camino para vivir la
profunda unión que existe entre nuestra relación con Dios y con las personas
que nos rodean, entre la oración y la vida. Teresa me acercó el cielo, me
enseñó a contemplar y a vivir el cielo en la tierra.
3. A los 20 años me consagré radicalmente a Dios…y al año siguiente me casé.
Esta ecuación no cerraba tanto en esa época, en la que consagrados eran los
religiosos. Si yo quería estar consagrada a Dios debía optar por la vida
religiosa y no por el matrimonio. Sin embargo, la vocación al matrimonio y a la
familia era más fuerte… Años más tarde descubriría que en este llamado
estaba también mi misión.
El Señor me mostró la profunda necesidad de la oración y su urgencia para
que las personas se abrieran a vivir la fe en sus vidas. Eran tiempos difíciles y
de mucha disociación. Por un lado la fe, por otro la vida.
Especializada en educación personalizada, estas circunstancias me motivaron
a diseñar un itinerario para la educación de la fe, muy novedoso para la época.
Fiel a santa Teresa la columna vertebral de este itinerario era el encuentro de
cada persona con Dios por medio de la oración y la celebración de la fe en su
vida y en comunidad. Fe, vida, oración fueron y siguen siendo el corazón de
esta pedagogía que dio origen al Centro de Catequesis. Al mismo tiempo daba
charlas abiertas sobre la necesidad de la oración para vivir la fe en la vida e
invitaba a las personas a que comenzaran un camino de oración contemplativa.
Así fue como surgieron los grupos de oración contemplativa Magnificat.
Para muchos de los que me escuchaban, la oración contemplativa era un
verdadero descubrimiento, una forma de orar desconocida que pensaban que
estaba reservada para el estilo de vida de los monasterios y conventos. En ese
tiempo parecía imposible que los laicos y los que vivían en el mundo pudieran
acceder a la oración contemplativa. Estaba muy vigente la contraposición entre
vida activa o vida contemplativa. Lo uno o lo otro. Yo sentía impreso en mi
corazón el principio orientador de la pedagogía teresiana: Creedme que Marta
y María han de andar juntas”1
. Quería enseñar a las personas a orar y a vivir
según esta pedagogía de Teresa.
Lo más sorprendente es que los laicos recibieron esta invitación y empezaron a
orar regularmente. En poco tiempo comenzaban a experimentar los frutos en
sus vidas. La alegría y el entusiasmo comenzaban a regar sus vidas; la oración
se irradiaba e influía en sus matrimonios y familias. La transformación era
notada por todos los que los rodeaban. Sentía que abría los cofres de nuestra
tradición espiritual para ofrecer sus tesoros a quien quisiera recibirlos, en
especial al hombre y a la mujer común; a nosotros, los casados, a quienes nos
parecía que no podríamos tener una vida espiritual tan rica como los
consagrados por tener el “corazón dividido” por haber elegido el matrimonio.
En esa época, los laicos veíamos y tratábamos a los consagrados, como muy
diferentes a nosotros, ellos no estaban en el mundo, habían optado por Dios y
sólo se ocupaban de sus cosas…habían elegido la mejor parte. Los poníamos
en una distancia de superioridad espiritual muy grande. El Concilio Vaticano II
fue muy novedoso al afirmar que la santidad era una vocación común para
todos en la Iglesia; ¡los laicos también, teníamos un lugar importante y
estábamos llamados a consagrar el mundo a Dios!
1
7M 4, 4
4. Teresa impactó mi vida, el encuentro y la amistad con ella influyeron
profundamente en mi espiritualidad, y en todo lo que el Señor hizo y está
haciendo actualmente a través de la comunidad del Centro de Espiritualidad
Santa María desde hace 43 años. Hoy el Centro es una Asociación Privada de
Fieles que está tramitando su derecho pontificio, y hace cuatro está Asociado
al Teresianum, hecho que nos produce una gran alegría.
Hasta aquí mi experiencia. ¿Por qué me refiero a ella al comenzar esta
ponencia? Porque Teresa me transformó y soy testigo de cómo su camino de
vida y de oración sigue impactando y transformando el corazón de las
personas y construyendo comunidades. ¡La genialidad de Teresa sigue tan
actual como hace 500 años!
2. Actualidad de la oración
¿De qué manera sus enseñanzas nos siguen impactando a nosotros,
inmersos y comprometidos con el mundo contemporáneo? ¿Cómo podemos
seguir inspirándonos en sus enseñanzas para irradiarlas y comunicarlas a
nuestros hermanos?
La oración nos descubre nuestra verdadera identidad. Esta premisa es
fundamental para el hombre de hoy, herido de anonimato y confundido acerca
de su identidad. Para Teresa, la oración es la puerta para entrar en el castillo
de sí mismo y conocer quién soy yo y quién es Dios. Propone un camino para
que la persona se una a Dios:
“En cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la
oración y la consideración; porque la que no advierte con quien habla y lo que
pide y quien es quien pide y a quien, no lo llamo yo oración” 2
.
Y tanto considera que esta oración es la que posibilita la entrada a nosotros
mismos y nos permite un verdadero conocimiento acerca de Dios y de
nosotros, que se atreve a decir que cualquier otra forma de orar sería un
desatino.
…pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros,
conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que le debemos a Dios y
pidiéndole muchas veces misericordia, es un gran desatino”3
.
Son dos los que inician este trato, la Persona divina y la humana. La que ES y
la que está siendo. La oración los re-une, los convoca, los encuentra en un
“estar- estando” que posibilita la acción de Dios.
San Juan de la Cruz nos dice “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y
ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”4
2
1M 1,7
3
2M 1,11
5. En el silencio de la oración el hombre se abre a una escucha atenta y recibe
este Verbo que conjuga en su existencia el ser-estar-amando del Dios eterno y
que nos invita a ser en él, a estar siempre con él y a amar como él nos ama. En
la oración Dios conjuga su Verbo recreándonos para que seamos cada vez
más en él.
La oración nos da humildad y conocimiento propio. Para evitar quedarnos en
un conocimiento que nos dejaría pegados a nosotros mismos5
, santa Teresa
enumera una serie de situaciones que pueden enredarnos; para eso la solución
consiste en mirar a Cristo, allí aprendemos la verdadera humildad y se
ennoblece el conocimiento6
.
Mirarnos a nosotros, mirar a Cristo y cumplir su voluntad. No temer a las
dificultades y confiar en la fuerza del Señor. Así de simple se refiere Teresa a
los que tienen contemplación y tratan de oración y llama “soldados de Cristo” 7
.
3. La oración como encuentro y amistad
Para todos es conocida la célebre definición de Teresa:
No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces
tratando a solas con quien sabemos nos ama8
.
Dios nos ama y nos habita en el centro del alma, y estamos llamados a
encontrarnos con él después de recorrer progresivas etapas que Teresa
describirá en El Castillo Interior, su obra más reconocida.
Para Teresa la oración es siempre un encuentro de amor y amistad, personal y
transformante para la persona, para su entorno y para su devenir social. Así lo
vivió ella. La primera reforma fue la de ella misma, su irradiación fue
transformando y reformando la comunidad, luego la Iglesia y finalmente se
convirtió en una profecía para el mundo entero. En sus obras de madurez
insistirá en tres aspectos muy importantes que se entrelazan entre sí: la oración
como encuentro de amor y de amistad con Jesús, el servicio y la obediencia en
hacer lo que Jesús dice y el compromiso con los hermanos. En el servicio a los
hermanos se manifiesta el amor a Jesús y esto para Teresa es lo más
importante.
El encuentro supone una relación personal entre el ser de la persona humana,
y el ser de Dios y genera un proceso de unión que revitaliza e integra todas las
dimensiones de la persona. Practicado en forma regular, este encuentro
trasciende los ratos dedicados a la oración y el proceso abraza y transforma la
vida entera. “Siempre queda el alma con su Dios en aquel centro9
”. Y desde
4
San Juan de la Cruz, Puntos de amor, reunidos en Beas, 21
5
Cf. 1 M 2,10
6
Cf. 1M 2,11
7
cf. C 38,2
8
V 8,5
9
7M 2,5
6. aquel centro emerge una fuerza que tiene un gran poder transformador de la
vida personal y por ende del devenir social donde repercute nuestra acción
responsable y responsiva.
El tiempo dedicado a la oración nos prueba en la constancia y va produciendo
el descentramiento necesario para que Dios vaya siendo cada vez más el
centro de nuestro ser. La sequedad del desierto, la humillación de la mente que
no entiende, y de la sensibilidad que no siente, provoca a nuestro ser más
profundo que sostiene lo insostenible por las solas fuerzas humanas mediante
breves y continuos actos de fe y de amor. Nos quedamos a la espera,
expectantes de una intimidad que se anuncia y se esconde pero que sabemos
que está aconteciendo en el tuétano de nuestro corazón.
Este vacío nos duele, manifiesta nuestra herida de amor, y sin embargo es la
misma herida la que nos mantiene atentos en la espera y ahueca nuestro
deseo, allí mismo donde el deseo parece desaparecer. Todo se convierte en
una gran espera: la nuestra hacia Dios y la de Dios hacia nosotros.
Para Teresa, esta espera se da en el silencio y la soledad; ellos son
componentes de nuestro “estar” con Dios. Son condiciones para el encuentro
personal de las dos presencias, la nuestra humana, humilde y pequeña, y la de
Dios, divina y sobreabundante. Esta escucha va produciendo un encogimiento
interior10
, el alma entra dentro de sí, reconoce el silbo de su pastor y se queda
en una escucha atenta, sin discurrir.
El con-versar en el silencio, a partir de la escucha atenta, da lugar a converger
con el Otro, a colaborar con su acción y su proyecto.
La escucha así entendida nos orienta a Dios y nos hace capaces de oír su voz
que nos llama por nuestro nombre, nos recrea y nos revela quién es él y
quiénes somos nosotros y a qué estamos llamados.
Somos seres escuchantes, la escucha necesita de un espacio interior.
Necesitamos despojarnos de los ruidos y de toda otra voz que no sea la de
Dios, para poder oír y reconocer la voz de Dios, y seguirla, y esa es la
obediencia; a ejemplo de Jesús servidor que se hizo humilde y obediente hasta
la muerte de Cruz11
.
La escucha así entendida es la disposición por excelencia de nuestro ser en
tanto que somos seres-en-relación- con otros.
4. Características del encuentro
Dios sale al encuentro de la persona y se adapta a cada uno en su propio
devenir histórico. La originalidad es la iniciativa de Dios “que está a la puerta y
llama” para que la persona le abra su corazón y se produzca el encuentro.
A Teresa le gusta decir “a solas”, porque en lo más interior de sí mismo el
hombre está solo con Dios, es un encuentro de conocimiento mutuo e
10
4 M 3,3
11
Cf. Filipenses 2, 5-11
7. intimidad, y dado que es puro amor el que se ofrece, si la persona está abierta
para recibirlo, esta intimidad de amor produce la amistad que luego fructifica en
solidaridad hacia los hermanos y se manifiesta en la comunidad.
Es Dios quien ofrece su amor-amistad superando y trascendiendo lo humano.
Este salto cualitativo es percibido por la persona que sólo puede recibirlo
dejando que así sea, que así pase y, sin mirar su pobreza e indignidad,
quedarse mirando a Dios. Esta oración de simple mirada, en el silencio y la
escucha de quien se sabe amado, realiza este acto de amor y fecunda a la
persona.
4.1. Un acto de fe
Como dice San Pablo, nosotros no sabemos orar12
, y por lo tanto la oración no
dependerá de los logros personales sino de la calidad de la fe, esperanza y
amor, o por lo menos del deseo de Dios. La Santa nos relata sus dificultades
en la oración para dejar en claro que la determinada determinación es un acto
dado a Dios en la pobreza de la pequeñez humana y en la grandeza de la
confianza en él. Dios nos crea para la unión con él, nos busca, nos atrae, nos
llama y espera que le respondamos por nuestro consentimiento dado por
medio de un acto de fe.
El acto de fe es una adhesión total y lúcida a la Persona y a su Palabra, en
este caso a Dios Padre revelado por Jesucristo en el Espíritu Santo. Es un con-
sentimiento que tiene la capacidad de entrelazar mente y corazón; es una
palabra poderosa que actúa integrando pensamientos y sentimientos, asemeja
nuestro corazón al de Jesús y va transfigurando y conformando nuestra
humanidad a la suya resucitada. Es un encuentro cuerpo a Cuerpo y corazón a
Corazón que deviene en hacernos un único Cuerpo y un único Corazón, el de
Cristo resucitado.
El consentimiento, al ser una palabra pronunciada desde el ser más profundo
de nosotros mismos, tiene la capacidad de trascender nuestra propia
contradicción y división porque se apoya en la fidelidad de Dios. Le creo y
confío aunque la inteligencia se rebela porque no entiende, la voluntad porque
flaquea, el hacer porque prefiere algo que lo gratifique en el momento, la
sensibilidad, porque no lo siente, el cuerpo porque se resiste a estar quieto. Y
en todo este combate, la lucidez del SI dado a Dios, el “Aquí estoy, Señor”, va
comprometiendo y transformando toda la existencia conformándonos
progresivamente a Cristo y produciendo un bien-estar continuo que no
depende de las cosas que pasan sino de la veracidad del Sí dado a Dios que
nos deja confiados en los brazos de su amor. Y esta confianza puede sostener
el bullicio de nuestras variadas resistencias:
La voluntad le tiene tan grande en su Dios, que le da gran pesadumbre su
bullicio, y así no ha menester hacer caso de él, que la hará perder mucho de lo
que goza, sino dejarle y dejarse así en brazos del amor, que su Majestad la
12
Cf. Romanos 8, 26-27
8. enseñará lo que ha de hacer en aquel punto, que casi todo es hallarse indigna
de tanto bien y emplearse en hacimiento de gracias13
.
Creados para este con-sentimiento a Dios, cuando no lo damos aparece
paulatinamente el re-sentimiento y junto con él un mal-estar continuo que tiñe y
contamina los estados de ánimo. Sin depender de las cosas que pasan la
persona siente tristeza, amargura, frustración y enojo, entre otros.
El acto de fe inicia el proceso de amistad, exige el trato personal que
compromete a toda la persona y trasciende el tiempo dedicado a la oración. Es
un acto que deviene en actitud, una actitud orante, de comunicación, de
silencio y de escucha, de estar siempre orientado y en presencia de Dios. Para
Teresa el silencio y la soledad son componentes de la oración como trato de
amistad.
4.2 Un acontecimiento
Cada encuentro es un verdadero acontecimiento. Esto significa que sucede
algo del cual nosotros no somos el origen ni tenemos completo dominio sobre
ello. Recibimos una palabra que nos precede y nos interpela; en el momento
que consiento me abro a Dios y acontece el encuentro, que por ser con Dios,
es siempre un acontecimiento fecundo. Cielo y tierra se unen, la eternidad
preña la temporalidad y la Presencia fecunda el presente que queda iluminado,
redimido y transformado. Algo le pasó al tiempo, algo le está pasando a mi
vida, es el paso de Dios, es la Pascua de Jesús.
Este acontecimiento es dinámico al mismo tiempo que pasivo. En pleno acto de
fe, de esperanza y de amor, le “dejamos hacer” a Dios en nosotros. Y Dios
entra y abre lugares cerrados; su luz ilumina oscuridades y revela, alumbra y
vuelve a dar a luz; su amor nos hace renacer, nos renueva, nos revitaliza, nos
hace revivir. Es un verdadero acto de amor, en el que Dios siempre nos
fecunda y recrea para que alcancemos la madurez en Cristo.
Podemos permanecer así, en continuo acto de amor, recibiendo a Dios que se
entrega, y entregándonos a nosotros mismos porque nos sabemos recibidos y
amados. En este “mientras tanto permanecemos en su amor” vamos
entendiendo que hay muchas cosas que no entendemos, pero nos basta una
sola: entender que se trata de Dios, y que a nosotros sólo nos toca creer y
confiar y así lo estamos haciendo. Entonces podemos soportar y padecer la
convivencia de luz y de sombras, de trigo y cizaña, de opuestos y
contradicciones, de gracia y pecado. Nos sabemos amados y la verdad y la
humildad enseñorean nuestra casa. La mirada y la confianza puestas en Dios
nos permiten abrazar la vida y vivir el presente en Presencia. Los frutos de este
acontecimiento se manifiestan en lo cotidiano: la Pascua del Señor traspasa
nuestra vida.
13
4 M 3,8
9. 4.3 Un compromiso con la vida
El tratar a solas con Dios, el conversar a solas e íntimo se va traduciendo en
dos hechos muy concretos: la conversión continua a Dios y la conversión
concreta hacia los hermanos. Conversar y conversión nuevamente nos revelan
dos facetas inseparables del estar con Dios. Es imposible separar en Teresa
estas dos vertientes, lo cual significa para nosotros un desafío muy actual: ¿de
qué manera nuestra relación con Dios se traduce en nuestro compromiso con
la vida manifestado en acciones concretas hacia los hermanos? En Teresa, es
imposible separar su vida de su oración, de su propio devenir social, y de sus
enseñanzas. Teresa confronta severamente a sus monjas cuando la oración
las evade de su solicitud o solidaridad con las hermanas.
El encuentro de oración se actualiza en el tiempo y en la historia concreta de
cada persona, en sus relaciones y en su vida cotidiana. No es necesario un
estilo de vida determinado, toda persona que se abra a Dios y responda a su
iniciativa de amor comenzará este proceso de intimidad, amistad y solidaridad.
La originalidad consiste que cuanto mayor es esta apertura, mayor es la
fecundidad que se traduce en la encarnación de las verdades que cree y en el
compromiso con la vida. Esta respuesta a Dios, nos hace cada vez más
responsables y responsivos.
Es interesante comprobar que la palabra respuesta, responder, prometer, y
esposo, comparten la misma raíz latina: spond. La respuesta dada a Dios nos
hace responsables y responsivos, nos compromete y nos desposa. Así como
Cristo responde por nosotros al Padre, se compromete, se entrega y nos
desposa. De allí el carácter nupcial de nuestra respuesta a Dios, de nuestro
con-sentimiento que nos va uniendo al mismo tiempo que desposando. Es un
compromiso que se va renovando en el tiempo y exige fidelidades. Dios pide la
fidelidad de la intención del corazón y no mira los logros; y nosotros nos
apoyamos en la fidelidad de su entrega que nos ama siendo pecadores.
El itinerario que Teresa describe en las moradas es un camino hacia los
desposorios que convergen en la unión transformante. Termino la ponencia
con un desafío y una pregunta: ¿cómo podemos iluminar y resignificar el
sacramento del matrimonio a la luz de las etapas que Teresa describe en sus
moradas? ¿Podrá Teresa prestar este servicio al matrimonio y a las familias?
Los que leemos y amamos a Teresa podemos quedarnos en el riesgo de
instalarnos en una reflexión especulativa. Enamorados o buscadores, Teresa
nos necesita orantes, amantes y comprometidos.
Conocemos este tesoro acerca de la oración, y la forma sencilla y atractiva con
que la Santa nos la propone. Mirémonos a nosotros mismos y preguntémonos
acerca de cómo la estamos irradiando y comunicando. Y fiel a una metodología
apropiada para entrar dentro de nosotros mismos los invito a que nos
preguntemos:
10. ¿Cómo estoy viviendo mi encuentro con Dios?
¿Cómo describo mi oración?
¿Qué es lo que más me impacta de las enseñanzas de Teresa? Iluminado por
ellas ¿Qué siento que es lo que más necesito hoy para irradiar con fuerza su
mensaje? ¿Por qué?
¿Cómo considero que mi adhesión al carisma Teresiano, me está
transformando? ¿De qué manera considero que se irradia a través de mi
manera de ser y de obrar?
¿Cómo considero que lo hago visible y atractivo para las personas de mi
entorno?
¿Cuáles son las fortalezas y las debilidades en mi compromiso con el devenir
social? ¿Qué considero que estoy necesitando? ¿Por qué?
Teresa fue una mujer valiente, que supo defenderse y pelear por lo suyo: ¿de
qué manera puedo identificarme con estos rasgos?
¿Qué es lo que más admiro de Teresa?
Puedo escribir una carta a Teresa y puedo hacer que ella me responda, a
través de todo lo que escribió en su vida. Escribo las dos cartas: ¿qué le digo?
¿Qué me responde?