La vida de una monja contemplativa dominica incluye la oración, la celebración litúrgica, el estudio y la reflexión. Su misión es buscar a Dios en silencio para que su palabra no vuelva vacía y prospere en los demás. Las religiosas dominicas de vida activa llevan a cabo diversos ministerios como la educación y la atención a los necesitados, siguiendo el ejemplo de predicación y servicio de Santo Domingo.
La vida y misión de una monja dominica contemplativa
1. 1
misiones y predicación
celebraciones y oración
diálogo y comunidad
e s t u d i o s y r e f l e x i ó n
La vida y misión de una contemplativa
en la Orden de Predicadores
por Sandra Muñoz OP
Sor Sandra Muñoz pertenece a la comunidad contemplativa del Monas-
terio de la Inmaculada del Maule en Yerbas Buenas, Linares, Chile.
La vida de una monja contemplativa es la de
quien predica con el testimonio de su vida.
Nuestra misión como señala la Constitución
Fundamental es: “buscar a Dios en el silencio, pensar
en Él e invocarlo, de tal manera que la palabra que sale
de su boca no vuelva a Él vacía, sino que prospere en
aquellos a quienes ha sido enviada. (C.F. III)”.
La identidad dominicana y el camino domini-
cano se fundamentan firmemente en la lectura,
meditación y proclamación de la Palabra de Dios.
En nuestro caso, lo que nos ayuda en nuestra deci-
sión de seguir más de cerca a Cristo y realizar con
mayor eficacia la vida contemplativa en la Orden,
es la observancia regular; recogida de la tradición
de la Iglesia por Santo Domingo y renovada por él.
En nuestra Orden existen unos fundamentos que
en la Orden de predicadores llamamos pilares.
La vida común. Ella nos posibilita vivir uná-
nimes teniendo una sola alma y un sólo corazón
en Dios. La unidad de nuestra vida común enrai-
zada en el amor de Dios es testimonio de la re-
conciliación universal en Cristo y que nuestros
hermanos, los frailes, predican también con la
palabra. Este principio de unidad se obtiene por
la obediencia. Por esto, en nuestra profesión
prometemos obediencia al Maestro de la Orden
(igual que los frailes) y de esta forma se mantiene
la unidad de la Orden. Obediencia significa “es-
cucha”. Según nuestra tradición dominicana en
nuestros conventos escuchamos a la Priora, al
Capítulo y al Consejo. Si entendemos, respetamos
y practicamos las funciones de cada una de las
autoridades, tendremos la verdadera obediencia
dominicana. El Capítulo es el centro del gobierno
dominicano, y el Consejo, cuya función entre
otras muchas es aconsejar a la Priora en los asun-
tos que ella le presente y otras funciones muy
concretas que se señalan en las Constituciones.
Me gustaría destacar que nuestra tradición no
es monástica, ya que no considera a la priora una
abadesa como madre de la comunidad. Nuestra
tradición dominicana contempla a la Priora co-
mo prima inter pares, o sea, primera entre iguales.
Y su función, en primera instancia, es pastoral
para con sus hermanas. En segundo lugar, tiene
la función de garantizar la vida de las hermanas
de acuerdo a las Constituciones. Ella, la priora,
es la máxima autoridad en la comunidad, sin
embargo, debe ejercerla en el espíritu de Santo
Domingo quien, según se lee en el proceso de
canonización, era “alegre, amable, paciente, compasivo
y benévolo, y animador de sus hermanos”.
La celebración de la liturgia y la oración
privada. Toda la vida de las monjas se ordena a
mantener el recuerdo constante de Dios: En la
celebración de la Eucaristía y del Oficio Divino,
en la lectura y meditación de la Sagrada Escritu-
ra, en la oración privada y en toda nuestra inter-
cesión, procurando sentir lo mismo que Cristo
Jesús. “En la quietud y el silencio, busquen asiduamente
el rostro del Señor y no dejen de interpelar al Dios de
nuestra salvación para que todos los hombres se salven…
fijen en su corazón a Cristo, que por todos nosotros fue
fijado en la cruz”. (LCM 74, IV).
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El cumplimiento de los votos. Por su
naturaleza, los votos, descubren un futuro en
constante revisión en la responsabilidad e ilu-
minador de la esperanza. Para santo Tomás,
hacer votos es un acto de absoluta generosi-
dad, porque uno da en un solo instante una
vida que ha de ser vivida sucesivamente en el
tiempo. Aunque a muchas personas de nuestra
cultura este profesar unos votos de entrega a
un futuro en constante revisión les puede cos-
tar comprender; hacer votos sigue siendo un
acto con un sentido muy profundo, un signo
de esperanza en Dios que nos ha prometido el
futuro y que cumplirá Su Palabra.
Entre los consejos evangélicos sobresale el
voto de obediencia, mediante el cual la persona
se consagra totalmente a Dios; desde la obedien-
cia las monjas cooperan a la obra de la Reden-
ción de una manera más específica. En nuestra
tradición la obediencia no es la sumisión a la
voluntad del superior, sino que nace del diálogo
y la confrontación que deriva de la auténtica
“libertad” para decidir y obrar con recta inten-
ción. El inicio de la verdadera obediencia se
produce cuando dejamos que nuestra hermana
se exprese desde la escucha atenta. Herbert
McCabe escribió de la obediencia: “… es ante todo
una apertura de la mente como sucede en todo proceso de
aprendizaje. La obediencia se hace perfecta cuando quien
manda y quien obedece llegan a compartir una misma
mente. La noción de “obediencia ciega” equivaldría en
nuestra tradición a un aprendizaje ciego”. El bien co-
mún que asegura la obediencia posibilita que la
priora escuche de buen grado a las monjas y,
sobre todo, pida oportunamente su parecer en
las cosas de mayor importancia.
La castidad nos capacita para amar
porque, como los demás votos, está or-
denada a la caridad que es la misma vida
de Dios. Es un camino que nos conduce
al amor de verdad. Un amor totalmente
generoso y de entrega, como lo es el del
Padre con el Hijo y el del Hijo con el
Padre. Este amor de Dios es fértil, gene-
ra y crea todo lo que existe. Un amor de
amistad. Como decía Tomás de Aquino,
la amistad descubre o crea la igualdad.
La pobreza nos regala la libertad
para entregarnos sin reservas a la predi-
cación del Evangelio. Tiene sentido porque nos
permite superar las fronteras que separan a los
seres humanos entre sí. Por eso, por nuestra profe-
sión prometemos a Dios no poseer nada con derecho de
propiedad personal, sino tenerlo todo en común y usar de
ello para el bien común de la comunidad, de la Orden y
de la Iglesia. (LCM 29 I).
El estudio de la verdad sagrada. Quien es
tocado por la abundancia de la Vida con mayús-
cula ama desinteresadamente, espontánea y ale-
gremente. Su corazón de piedra se transforma en
un corazón de carne. Esta profunda transforma-
ción implica, según nuestra tradición, estudio y
oración al mismo tiempo. Mediante el estudio
rehacemos el corazón humano, descubrimos esa
“formación del entendimiento por lo cual este se transfor-
ma en amor” (Sto. Tomás). El estudio nos hace
crecer en el amor porque, como decía Santa Ca-
talina: “al conocimiento sigue el amor. Y amando, el
alma procura ir en pos de la verdad y revestirse de ella”.
Los medios de los que nos valemos para vivir
los consejos evangélicos y nuestros pilares son:
La clausura, que es un espacio en el que apren-
demos a cultivar la amistad con Dios. Lo impor-
tante no es huir o excluirnos del mundo sino una
vida plena con Dios. El silencio. El maestro
Eckhart escribió: “el mejor y más noble logro en esta
vida consiste en estar en silencio y dejar que el Señor actúe
y hable dentro de nosotros”. No hay amistad sin si-
lencio. Es en el silencio donde dejamos que Dios
haga cosas nuevas e inesperadas, donde nos dis-
ponemos y nos dejamos sorprender por Él.
También nos ayudan el hábito, el trabajo y las
obras de penitencia.
Para terminar puedo decir que el deseo de
Domingo fue que su Orden fuera una. Al prin-
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cipio, los monasterios eran literalmente casas
para los frailes. Prulla (Francia) y más tarde San
Sixto (Roma) eran las casas de los frailes, desde
donde salían a predicar. Al aumentar el número
de frailes, esto ya no pudo seguir así. Pero los
frailes y las monjas compartimos una larga histo-
ria y nuestra amistad ha estado en el corazón de
la Orden por ochocientos años. Creo que debe-
mos seguir caminando con verdad, transparencia
y confianza mutua.
Religiosas de vida apostólica en la Orden Dominicana
por Mercedes Martín OP
Hna. Mercedes Martín es la priora de una comu-
nidad de Dominicas de la Anunciata en Roma.
Presencia y misión de las religiosas dominicas de vida apostólica en el mundo actual
Somos muchas las Congregaciones Dominicas
existentes en el mundo actual. Hacen presencia en
distintos campos de la sociedad y de la Iglesia:
educación, catequesis, atención a enfermos, orien-
tación a jóvenes, acompañamiento a los pobres,
iniciación a la contemplación callejera, de la reali-
dad, apostolado nocturno de frontera, misiones
en países extranjeros, investigación y docencia en
universidades, promoción de la justicia, la paz y la
ecología etc. Para estos servicios y ministerios se
multiplican las capacitaciones y las especializacio-
nes de las hermanas: Hay profesoras, catequistas,
pastoralistas, enfermeras, médicos, asistentes so-
ciales, abogadas, psicólogas, sexólogas, doctoras
en filosofía, licenciadas y doctoras en teología.
¿Cuál es el fundamento que une a las Congre-
gaciones Dominicas de vida apostólica? Es el ideal
de vida religiosa de santo Domingo de Guzmán y
de los primeros frailes. Este ideal, que en su raíz es
común a toda la vida consagrada, reside en aquella
relación especial que Jesús en su vida terrena esta-
blece con algunos de sus discípulos y discípulas, a
quienes invita no sólo a aceptar el Reino de Dios
en su propia vida, sino a entregarse a él, dejándolo
todo y siguiéndolo por la imitación de su forma de
vida. Para vivir así se requiere una vocación espe-
cial –que radicaliza nuestra vocación bautismal–,
porque es un don especial del Espíritu.
El icono de la Transfiguración de Cristo ofrece
una imagen capaz de explicarnos el sentido más
profundo de esta forma de vida, como seducción
por la belleza y energía para la misión. Viene a ser
el símbolo significativo de la vocación a la vida
consagrada. En esa experiencia los discípulos
elegidos por Jesús –como hoy también las llama-
das a la vida consagrada– sentimos la seducción
del más bello entre los hijos de los hombres, es-
cuchamos la voz del Padre que pide seguir al Hijo
y somos rodeadas por la nube del Espíritu. En el
monte de la Transfiguración, el Señor fascina a
sus discípulos, pero a la vez son conscientes de
que han de descender del monte para encontrarse
con los problemas de la vida cuotidiana. Es más:
Se verán confrontados con la muerte y la desfigu-
ración de la cruz. Tras esta experiencia, el Maestro
invita a levantarse y a no tener miedo.
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Las religiosas de vida activa hemos venido llegando paulatinamente a la Orden
En la Edad Media hay monasterios de vida con-
templativa, donde las mujeres apoyan la evange-
lización como monjas que pertenecen a la Orden
de Predicadores. Posteriormente esto va cam-
biando. Pongo algunos ejemplos, no todos, en
que mujeres de vida apostólica han ido integran-
do la misión de nuestra Orden.
Las Hermanas de la Caridad Dominicas de la
Presentación son fundadas en Sainville, Francia,
en 1696, por la Bienaventurada Marie Poussepin.
Su objetivo es practicar la caridad en especial ins-
truyendo a la juventud y sirviendo a los enfermos
en el ámbito de las parroquias. Llevan el “conoci-
miento de Jesucristo y sus misterios” dondequiera que la
Iglesia y las necesidades humanas las requieran.
Las Dominicas de la Anunciata son creadas
el año 1856 en España por San Francisco Coll,
dominico. Su preocupación es el abandono de
niñas y jóvenes en los pueblos donde misio-
nan. La finalidad es el anuncio de la Palabra a
la juventud mediante obras educacionales y
parroquiales, acudiendo a los diversos niveles
sociales, sobre todo a aquellos más necesita-
dos, como respuesta a urgentes llamadas de la
Iglesia y del mundo.
Las Misioneras de Santo Domingo son insti-
tuidas por los frailes dominicos de la Provincia
del Rosario, en España el 1886. Desarrollan su
trabajo evangelizador a través de la educación, la
catequesis, y la asistencia sanitaria y social.
Las Dominicas Misioneras de la Sagrada Fami-
lia son fundadas por fray José Cueto, obispo do-
minico, y la madre Pilar de la Anunciación, en las
Islas Canarias, España, el año 1895. Buscan res-
ponder a las necesidades de dignificación de la
mujer. Su objetivo es la “educación cristiana de
las personas, preferentemente de la juventud”.
Las Misioneras Dominicas del Rosario son
creadas por fray Ramón Zubieta OP y la madre
Ascensión Nicol O, en Perú, el año 1918. Su
finalidad es “evangelizar a los pobres en las si-
tuaciones misioneras donde la Iglesia más lo
necesite”. Priorizan la promoción de la mujer y
la educación de los jóvenes, evangelizan en es-
cuelas, hospitales, parroquias, poblaciones y
puestos de misión, en la selva y en el campo.
Las Hermanitas del Cordero son instituidas
por la Hna. María Coqueray en Francia, el año
1983. Su carisma es a la vez profundamente con-
templativo en la oración y la liturgia, y misionero
itinerante. Las hermanas buscan hacer vigente el
espíritu de oración en medio de los más pobres y
humildes, llevándoles “de dos en dos” la Palabra
de Dios en una disposición permanente de pere-
grinación e itinerancia.
En la medida en que ha ido cambiando el pa-
pel de la mujer en la familia, la sociedad y la Igle-
sia, según las distintas culturas y épocas, la mi-
sión de la Orden de Predicadores se ha ido enri-
queciendo con la necesaria presencia femenina.
Algunas teólogas nuestras, mirando más pro-
fundamente el tema, sostienen que las mujeres
siguen a Jesús, junto a Domingo, antes que existie-
se la Orden. De hecho, en 1206, diez años antes de
conseguir la aprobación, las mujeres convertidas
del albigenismo, en el sur de Francia, le dicen a
Domingo que no quieren ir a la Orden Cistercien-
se, sino apoyarlo a él en la Santa Predicación.
Dentro del contexto de integración de las mu-
jeres en la Orden, personalmente leo mi propia
historia y la sintetizo en estas palabras del Apóstol
Pablo: «El Dios de nuestros padres te ha destinado para
que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de
sus labios, pues le has de ser testigo ante todos los hombres
de lo que has visto y oido» (Hch 22,14-15).
Esta integración favorece la itinerancia, en el
seguimiento de Cristo, para estar más disponi-
bles a las llamadas de nuestros contemporáneos,
como quería nuestro padre Santo Domingo.
En mi caso, la itinerancia me ha permitido
vivir y trabajar en España, en Chile, en Argenti-
na, y ahora en Italia. Mis mejores años los viví en
Chile, a todo nivel, y, por supuesto, en la década
del 70 al 80, en plena dictadura militar, cuando
todos nos uníamos como Familia Dominicana,
para acompañar a los pobres, a los perseguidos y
a las familias de los desaparecidos.
En el Evangelio, es una mujer la que recibe el
encargo: “Anda a decir a mis hermanos” (Jn 20,17).
Ellas integran la primitiva comunidad cristiana
(Hch 1,14) y dan testimonio de la resurrección
del Señor (Hch 4,33; cf. 2,42).
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María, modelo de nuestra vida y misión
María, escucha, contempla, descubre, acoge y
responde. El Sí de María es un programa de
vida. Y este es nuestro reto permanente: “ser”
en la Iglesia, en el mundo, en cada comunidad
donde estamos, acoger la Palabra en la ora-
ción, en el estudio, en los acontecimientos y
entregarla en la misión. Contemplativas, cerca-
nas, sencillas, mujeres de fe, testigos del amor,
de la misericordia de Dios y solidarias con los
hombres y mujeres de nuestro mundo. La do-
minica, no sólo es un adjetivo, es un carisma,
una manera de vivir.
Como Santo Domingo, como nuestros Fun-
dadores y Fundadoras, hemos de ser sensibles,
con capacidad de observación, con los ojos bien
abiertos para captar las necesidades, retos, desa-
fíos, escuchar a los heridos del camino (Lc
10,30-37), de los pueblos donde estamos o don-
de podemos y hemos de acudir, descubrir el mal
en su raíz y dar las posibles y mejores respuestas
con proyectos apostólicos, acreditados por el
testimonio evangélico de la comunidad.
Como dominicas, incorporada cada Congre-
gación a la Orden Dominicana, hemos de sentir-
nos impulsadas a vivir plenamente el espíritu
apostólico de nuestro padre Santo Domingo y
de nuestras Fundadoras y Fundadores. Recono-
cemos el principio y signo de unidad de toda la
Familia Dominicana en el Maestro de la Orden,
como sucesor de Santo Domingo. Por este mo-
tivo hemos de trabajar en la edificación del Pue-
blo de Dios en comunión fraterna con los otros
miembros de la Familia dominicana, salvando
siempre el fin propio de cada Congregación.
A Dios doy gracias por la vocación y le pido
cada día que me ayude a abrir el corazón a la grati-
tud y a la esperanza, a encender una luz donde
existan las tinieblas, a acercarme al que sufre, a ser
semilla del Reino, testimonio vivo de la fuerza del
Evangelio allí donde la obediencia me envíe.
* Estas experiencias fueron publicadas en la revista TESTIMONIO (marzo 2016) de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Chile.