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Cuidando en la Ciudad de Valparaíso:
“De lugares a la creación de Espacios
para la Infancia Porteña”
Cynthia Castillo Jeldes
Verónica Lafuentes Leal
María Teresa Martínez Larraín
Resumen
El siguiente trabajo corresponde a la experiencia teórico-práctica que se ha llevado a cabo en
un espacio de práctica psicomotriz en la ciudad de Valparaíso de Chile llamado “La Salita”. En
este análisis se reflexiona en torno a los conceptos de cuidado y acompañamiento en los
momentos de juego para favorecer el desarrollo de la autonomía del infante en base a una
actitud de respeto y valorización de los niños y niñas como sujetos de derechos en construcción
de una identidad particular, en donde sus vivencias y formas de crianza impactan en tal
desarrollo y se reflejan en sus proyecciones relacionadas al contexto socio-histórico del cual
emergen, y que dicen relación con el contexto local y actual de la ciudad de Valparaíso.
Para esto, se realiza una reflexión en torno a los modelos de cuidado y su evolución a lo largo
del tiempo, observando el cambio de mirada desde lo “adultocéntrico” a la crianza respetuosa
considerando la integralidad del sujeto en formación de sus diferentes necesidades,
proponiendo la construcción de espacios que permitan instaurar un modelo seguro-afectivo-
interactivo ejemplificado en una práctica asociada al juego libre.
I. Introducción
El presente documento pretende reflexionar en torno a dos grandes temas, que dicen relación
entre sí; por una parte al cómo concebimos el cuidado de la infancia desde una perspectiva de derechos
y respeto profundo por el “cuerpo en movimiento” y por otra parte, los desafíos de la creación de un
espacio de juego y atención para niñas y niños en la comuna de Valparaíso de Chile.
Cuando hablamos del concepto de cuidado y de cómo cuidar, es necesario conocer y
comprender las condiciones sociales en las cuales emerge el sujeto de cuidado y por lo tanto ser
conscientes de dónde y a quiénes cuidamos. En ese sentido, se hace pertinente referirnos a esta
acción pero en una ciudad particular de Chile como lo es Valparaíso. Es aquí donde se ha originado
nuestro trabajo y nuestra práctica psicomotriz (Aucouturier, 2011), en un pequeño espacio llamado “La
Salita”, reconocida y nombrada así de manera espontánea por los mismos niños y niñas, la cual está
ubicada en el plan de la ciudad y al interior de la Academia de Danza “Dora Waleska”.
En este espacio hemos empezado a recibir a niños, niñas, bebés y sus cuidadores,
principalmente realizando sesiones grupales de Práctica Psicomotriz con enfoque promocional y
preventivo con niños y niñas entre 3 y 8 años y siguiendo el dispositivo metodológico propuesto por
Bernard Aucouturier. Sin embargo, es preciso señalar que, su aplicación y el componente actitudinal
se basa en integrar diferentes aportes de corrientes que han podido poner en discusión los enfoques
tradicionales de infancia y la postura adultocéntrica.
Con respecto al lugar en el cual se inicia esta propuesta, en un principio nos pareció una sala
fría y algo inhóspita, pero después de 6 meses de funcionamiento, podemos decir que se trata de un
espacio investido de deseo, expectativas y desafíos, que esperamos poder compartir en este
encuentro, de modo de nutrirnos de otras experiencias en desarrollo.
Foto de La Salita en acción
A lo largo del documento realizaremos una breve sinopsis acerca de la concepción de cuidado,
contextualizando nuestra labor desde el territorio en que nos situamos y refiriéndonos a los desafíos
que nos hemos encontrado y que nos depara esta iniciativa, reflexionando acerca de nuestro rol como
parte de esta cadena de cuidados y atención a la infancia.
II. Consideraciones generales del contexto en el Chile actual
Entendemos que el concepto de cuidado ha experimentado variaciones conforme las tendencias
en infancia y desarrollo. En este sentido, las vivencias de Guerra Mundial, especialmente la segunda
ha ofrecido un escenario fértil para la generación de cuestionamientos e implantación de nuevos
pensamientos en torno al desarrollo humano, desde diferentes disciplinas principalmente médicas y
psicosociales. La influencia de autores como Anzieu (1961); Ajuriaguerra (1970); Bowlby (1986); Dolto
(1939); Gessell (1925); Klein; (1932); Piaget (1925); Pikler (1939); Spitz (1935); Wallon (1925);
Winnicott (1957); Chokler (1988); entre otros, nos permite situar la mirada desde el desarrollo infantil,
dejando en un plano de menor omnipotencia la mirada adultocéntrica y dando paso a una postura más
comprensiva y observadora de las necesidades de infancia.
Las décadas de los 60-70-80 juegan un papel importante a nivel de sistematización, producción
y comunicación de dicho conocimiento y al parecer, se vincula estrechamente con impulsos
internacionales relacionados a los derechos de infancia.
Sin embargo, en Chile sólo a partir del regreso de la Democracia, y con la consecuente firma de
la Convención de los Derechos del Niño (1989), la cual se ratifica en el año 1990, es que se instala un
marco jurídico institucional que pretende pasar de un enfoque de necesidades a un enfoque de
derechos. “Si bien estas normas internacionales implican una modificación de la legislación, generando
una normativa que ha intentado dar aplicación a la perspectiva de derechos a propósito de variados
temas relacionados con la infancia, siguen existiendo normas provenientes de la era previa a la
Convención, con una clara inspiración tutelar, lo que impide, sobre todo, una implementación sustantiva
de la perspectiva de derechos” (Davila y cols, 2008, p.27).
En este sentido cabe destacar que aún se recoge en la literatura de la legislación chilena
términos como “menores” o “adolescentes”, baste nombrar al SENAME (Servicio Nacional de Menores),
quienes son los responsables de diseñar las políticas públicas referidas a la infancia chilena. Sin ir más
lejos, podemos apreciar que diversos organismos como ACHNU (Asociación Chilena de Naciones
Unidas), UNICEF y SENAME han realizado estudios sobre el “trato” hacia niños y niñas desde la
perspectiva de derechos, evidenciando que el uso de medios coercitivos de educación al interior de la
familia y de otras instituciones socializadoras, son aún validados con el objetivo de orientar, corregir y
modificar comportamientos y actitudes socialmente esperadas. En este sentido, se critica también la
definición de estándares, por lo general establecidos desde la noción adultocéntrica que obedece a las
corrientes conductuales del comportamiento humano, alejándose de la comprensión de las
características y necesidades del desarrollo infantil. Por ejemplo, uso técnicas de control temprano de
esfínter o entrenamiento conductual del sueño en bebés para que “duerma toda la noche y deje
descansar a los padres” (Estivil, 2000).
No obstante lo anterior, la perspectiva de derechos ya está presente en el discurso de las
políticas chilenas actuales y en un proceso de implementación cada vez más efectivo. En este sentido
es posible destacar las nuevas corrientes de mirada en la crianza, las que permiten la entrada de un
nuevo programa de acompañamiento llamado “Chile Crece Contigo” (2006), el cual tiene como misión
acompañar, proteger y apoyar integralmente, a todos los niños, niñas y sus familias, a través de
acciones y servicios de carácter universal, así como focalizando apoyos especiales a aquellos que
presentan alguna vulnerabilidad mayor. El Programa del Chile Crece Contigo se apoya en una
perspectiva de los derechos y cuidados que debemos promover en relación a la lactancia materna,
crianza respetuosa, apego seguro y desarrollo socio emocional durante todo el período de la niñez con
el fin de propiciar las mismas oportunidades de desarrollo atendiendo necesidades desde la gestación
hasta que cumplen los 4 años. Tales acciones tienen su fundamento en la creencia de que en este
período se construyen las bases de su aprendizaje, lenguaje, salud física, salud mental y desarrollo
socio emocional (www.crececontigo.gob.cl).
A partir de este nuevo concepto de infancia y la formación en psicomotricidad de las
profesionales que conformamos “La Salita”, hemos podido crear un espacio de expresión y libertad para
los niños, en donde nuestro rol es de facilitadoras de las acciones que deseen realizar a través de una
nueva mirada y replanteamiento a través de la práctica adquirida, la cual buscamos profundizar en
función al surgimiento de un espacio para la infancia porteña.
III. Valparaíso, el lugar de nuestra infancia
Si nuestro propósito es contribuir al cuidado de la infancia en una ciudad como la de Valparaíso,
es necesario conocer algunos aspectos relevantes de su actualidad y de las condiciones que posibilitan
una vivencia de ésta, sobre todo desde la experiencia que tienen los niños y niñas porteñas. Desde ahí
podremos entonces tener una mejor comprensión de sus necesidades, y de este modo, nuestros
desafíos como promotoras de un espacio de práctica psicomotriz pueden delinearse de manera política
y responsable a la vez. No olvidemos que como decía Pichón Riviere (2002, p.15), a raíz de su Teoría
del Vínculo, “no es posible separar el aspecto exterior de la conducta del aspecto interior de la vivencia,
dado que ambos forman un todo en situación en un determinado momento en el aquí y ahora de
cualquier situación”, por lo tanto la interacción entre el individuo y el medio es fundamental ya que,
según el autor, no se puede representar una conducta sin establecerla en relación con otro.
Por lo tanto, no hablamos de cualquier infancia, hablamos de la infancia porteña, de niños y
niñas que crecen y se desarrollan en una ciudad en la que su nivel de pobreza es de un 17% en relación
al nivel de pobreza país que es de un 15% (Reportes Estadísticos y Comunales del 2013 de la Biblioteca
del Congreso Nacional de Chile), cuyo índice de calidad de vida se encuentra en el ranking 69 de 93
comunas a nivel nacional (Indicador de Calidad de Vida Ciudades Chilenas, 2014), con un municipio
que actualmente tiene una deuda de $35.000 millones y que deja entrever claras dudas sobre los gastos
de los dineros aportados por la Unesco para la ciudad por ser Patrimonio de la Humanidad (Arellano,
2014).
En este contexto hay que agregar la serie de incendios que se han vivido los últimos años:
2008 en el Cerro La Cruz, 2013 en Rodelillo, La Cruz y Mariposas y el del pasado Abril 2014, el cual
afectó los cerros Mariposas, Monjas, La Cruz, El Litre, Las Cañas, Merced, La Virgen, Santa Elena,
Ramaditas y Rocuant. El siniestro dejó más de 2500 viviendas destruidas, 11.00 personas
damnificadas, 15 víctimas fatales (Arellano, 2014). ¿Y cuántos niños y niñas afectadas?, no hay cifras
oficiales publicadas de cuántos niños y niñas se vieron afectados directa e indirectamente por el
incendio, por lo cual podemos suponer que de alguna manera toda la comunidad y todos los niños y
niñas se han visto afectados por este incendio y por los cambios en las condiciones de vida que dejo
este siniestro en la comunidad de Valparaíso.
De esta manera y tomando en consideración tales condiciones estructurales y sociales, nos
preguntamos entonces ¿En qué sentido y cómo atendemos una infancia que vive en una ciudad con
claras señales de gestión negligente para la seguridad física de sus ciudadanos?; ¿Qué experiencia de
ciudad tienen los niños y niñas porteñas?; ¿Tenemos una responsabilidad ética y política a la vez de
poder acoger estas vivencias y las condiciones de vida de la infancia porteña?; ¿Cómo este espacio
de juego y nuestra actitud de acompañamiento se logra articular con las necesidades y vivencias que
niños y niñas se representan en este lugar?.
Tales preguntas son necesarias de plantear y proponer en esta reflexión dado que las
características de esta ciudad de alguna manera se “juegan” en “La Salita”. Vemos como Valparaíso
se vive en el cuerpo de los niños y niñas que llegan a investir este espacio. Cabe mencionar como
anécdota como los niños y niñas se organizan para intervenir la sala, hacen de ella el escenario de
vivencias cotidianas en la ciudad, la escuela, el cerro, la plaza y su hogar, puede ser una sola instancia
o todas a la vez y allí están comprometidos, dinamizados y en movimiento vinculándose, reviviendo,
ensayando, experimentando, desafiando, aprendiendo, comunicando, elaborando e integrando.
IV. Qué es cuidar y cómo cuidamos en La Salita: Concepciones y prácticas
A partir de este contexto, de esta historia y de estas condiciones es que entonces queremos
profundizar y reflexionar sobre “qué, cómo y para qué cuidamos” a través de la vinculación de las
corrientes que han influido en la crianza y sus impactos a lo largo del tiempo.
Nuestra intención es referirnos al tema, atendiendo al conocimiento que las diferentes disciplinas
han generado en torno a la infancia. El cuidado en los inicios de la vida se expresa a través de la
protección ante sensaciones de todo tipo que puedan ser experimentadas como intrusivas, angustiantes
y ante las necesidades que intensamente vividas necesitan ser satisfechas en lo inmediato. El bebé en
esta primera etapa no es consciente del cuidado que recibe, pero sí lo siente y será lo que le permite
desarrollar un sentido de unidad y de continuidad de su ser gracias al intercambio del que participa
porque hay otro que lo acoge, lo sostiene, empatiza, le ayuda a satisfacer sus necesidades: lo atiende.
Por ello entenderemos que el cuidado del niño supone en primera instancia, como lo plantea Winnicott
(1993a; 1993b), la acción de “sostener y proteger” a un ser que presenta una dependencia extrema y que
sólo gracias a estas dimensiones del cuidado podrá avanzar gradualmente hacia una relativa autonomía
y que, mediante la expresión de sus necesidades requerirá nuevas manifestaciones de cuidado, esta
vez más orientadas a permitir vivencias y acompañar exploraciones.
Concepciones más antiguas han definido el cuidado como una actividad centrada en satisfacer
las necesidades asociadas a elementos fisiológicos en el niño o la niña. Alrededor de la post-guerra
surgen o se potencian corrientes que dan importancia al cuidado y la satisfacción de todas las
dimensiones del niño; como ofrecer un espacio afectivo de disponibilidad y aceptación incondicional
para su aseguramiento en el medio que le permitiera desplegarse de la forma más autónoma posible.
Asimismo, investigaciones en el área de salud infantojuvenil dan cuenta de la importancia que tiene el
entorno, la familia y en general el ambiente debido a su importante influencia en los primeros años
sobre el desarrollo infantil y su bienestar en lo físico, afectivo, social y cognitivo (Mercy & Saul (2009);
citado en Aretio & Heresi, 2012).
Esta evidencia permite considerar la importancia de la disponibilidad y aceptación incondicional
de este bebé en desarrollo en un espacio físico-emocional-relacional desde una nueva forma de
observar antiguas formas de crianza asociadas a dejarle llorar, usar los baños de agua fría, “la muda
express”, el uso de la silla de alimentación, etc. Lo fisiológico se une a lo afectivo a través de la
interacción, la respuesta, la actitud que modela las formas de cuidado; el verbalizar, mirar o realizar
gestos influyen decididamente en el cómo cuidamos diferentes necesidades que presenta el niño
asociadas a su higiene, alimentación, juego, afecto, exploración, entre otras. Esta nueva mirada de niño
o niña nos da cuenta de la importancia del adulto en relación a este sujeto en devenir de su autonomía
plena, en donde el desarrollo afectivo juega un papel vital en su formación integral.
A medida que el infante se desarrolla necesitará contar con un ambiente que le provea
confianza, comprensión y aceptación. Los tipos de cuidado que requerirá deberán orientarse a
favorecer sensiblemente su autonomía, su capacidad para imaginar, solucionar, crear y así enfrentar
la vida y los diferentes desafíos que ésta le impone a través de un espacio que presente un encuadre
afectivo-seguro, siendo “La Salita” un espacio que ha permitido aceptar las creaciones de los niños a
través de una reflexión permanente de sus juegos enlazados a sus historias de vida, permitiendo
comprender sus expresiones y facilitando un espacio de reaseguramiento de sus miedos, problemáticas
o sensibilizaciones de su entorno circundante .
Podemos sostener que el cuidado trasciende a la ocupación de lo corporal y fisiológico del bebé,
para ocuparse también y especialmente de las necesidades afectivas, sociales y cognitivas del niño o
niña quien durante su desarrollo se irá expresando a través de su corporalidad, ideas, ritmos,
sentimientos y estilos de relación propios. Cuidar, en este sentido, es también preservar que lo auténtico
de cada niño pueda ser cultivado y manifestado por él o ella mismo/a. No obstante, este tipo de cuidado
entra en conflicto cuando en nuestras sociedades actuales predomina la lógica del consumo,
estandarizaciones de logros y desempeños en diferentes ámbitos del desarrollo infantil (salud y
educación).
Por lo anterior, resulta interesante para quienes asumimos el rol profesional de trabajar con la
infancia, cuestionar nuestras concepciones acerca del cuidado y nuestra actitud al respecto,
reflexionando y ajustando nuestras acciones cuando se trata de brindar un cuidado acorde a las
necesidades particulares. ¿Cómo ser pertinentes en relación a la infancia particular con la que
trabajamos, considerando el contexto en el que se mueven estos niños y niñas que acuden a un espacio
de expresión psicomotriz, para dar cabida a sus necesidades y a sus fantasías, proyecciones y
conflictos?
En Valparaíso escasean lugares pensados y diseñados para que niños y niñas puedan
desplegar sus necesidades de juego, ocio y exploración. Una ciudad que se edifica entre los cerros no
contiene plazas ni zonas de juegos seguras para los niños y sus familias. Podemos mencionar algunas
plazas de acceso popular y que se encuentran en el plan de la Ciudad como lo son el Parque Italia y la
Plaza Victoria. Esta última tiene una consideración especial en tanto es la única plaza que tiene juegos
para niños y niñas como los son: el carrusel, barco pirata, autos chocadores, trencito, juegos inflables,
entre otros. Sin embargo, es necesario destacar el hecho ocurrido el pasado 14 de Mayo, en el que a
raíz de las manifestaciones estudiantiles, dos jóvenes de 18 y 24 años fueron baleados y asesinados
por un civil en esa misma plaza donde los fines de semana se reúnen niños y niñas y sus familias para
divertirse y pasar las tardes.
De este modo entonces es necesario reafirmar que el cuidado no se basa solamente en lo
fisiológico o el diseño de las condiciones físicas óptimas, sino más bien se trata de un cuidado a nivel
afectivo porque cuando cuidamos estamos acompañando y en ese proceso hay un vínculo, una relación
en donde el adulto se encuentra disponible a la mirada, a los gestos, comunicación y acción del niño,
y por ende, responde de la mejor manera posible para dar una base segura. En este sentido entonces,
creemos que no se trata solamente de generar lugares seguros, pues pareciera ser que hasta tales
lugares pueden ser vulnerables, se trata más bien de crear condiciones que permitan promover
espacios seguros, espacios habitados pues “no se trata sólo de la presencia del cuerpo y del
movimiento, sino también del cuerpo proyectado: de la mirada, del olfato, de la escucha, de la actitud”
(Calmels, 2001, p.14).
La propuesta de “La Salita” se origina a partir de una búsqueda, de una intención por hacer algo
que pudiera situarse desde nuestro Valparaíso y ofrecer a la infancia una posibilidad diferente para
jugar, imaginar, desarrollarse y compartir (esto sucede unos pocos meses después del impactante y
devastador siniestro que sufrió nuestra ciudad). La propuesta se puso en marcha, se habilitó un espacio
y el gran desafío venía después, con los niños y niñas dando vida a su espacio, desde sus deseos,
vivencias, narrativas y propuestas. Entonces allí, nuestras concepciones de cuidado se vieron en juego
en relación a nuestras prácticas, comenzando por los desafíos para nuestro rol y ejercicio reflexivo de
acompañar el juego en un marco de respeto, cuidado de uno mismo, del otro y del entorno. ¿Por qué?
Porque la sala (espacio y materiales) había sido preparada desde nuestro enfoque y ahora tenía lugar
la opinión, los significados, las propuestas de niños y niñas, y cómo no, las negociaciones necesarias
para poder hacer de las relaciones una actividad dialogante, interactiva, con sentido para los que allí
estamos comprometidos. En este sentido cuidar, ha significado para nosotras un proceso de
retroalimentación que permita a cada uno lograr sus propósitos considerando al otro, ya que todos nos
vemos afectados ante la acción propia o de los demás.
Así proponemos una mirada y un enfoque de cuidado, pues “La Salita” con su incipiente
desarrollo no logra responder al déficit de lugares de cuidado para niños y niñas, pero si espera
transformarse en un espacio-seguro-interactivo-afectivo, en donde los participantes puedan ser ellos
mismos, considerando nuestro rol de cuidado a través del atender, acompañar, sostener y amar. Por
lo tanto, debemos pensar sobre nuestra actitud de cuidado. Bonastre y Fusté (2007) dicen que el cuidar
implica una “actitud” por parte del adulto, actitud asociada a todas aquellas acciones que realizamos
para este niño o niña en desarrollo.
Para ello, estamos ante una gran tarea puesto que los principales desafíos de ajuste que hemos
experimentado en esta acción de cuidar se encuentran aspectos tanto materiales como simbólicos y
relacionales, todos ellos se entremezclan en la acción y se influyen mutuamente.
a) Cuidar es Acompañar:
El cuidado implica un acompañamiento durante el desarrollo de este nuevo sujeto en devenir.
Grossmann (2004) plantea que se vincula a la teoría del apego, a través del deseo “genético-egoísta”
por parte del niño para recibir lo más que pueda de sus padres. A su vez, Wedekind (2015) en una
entrevista sostiene que los niños necesitan de los adultos como acompañantes, no como sabelotodo.
El adulto en este acompañar es un facilitador, pero de qué hablamos cuando decimos facilitar; hablamos
de un organizar, planificar y preparar un ambiente seguro-afectivo en donde el adulto acepte
las acciones del niño, no suponga y se asombre junto a éste de lo que realiza y vaya aprendiendo con
él en el transcurso del tiempo. No es un darle todo en mano, es permitirle aprender a través de su
autonomía.
“La Salita” ha sido un espacio que ha permitido descentrarnos del rol “adultocéntrico” para
permitir el despliegue de las acciones de los niños y niñas, en donde la reflexión de qué materiales
facilitar para las expresiones asociadas a luchar, golpear, caerse o lanzar objetos se den en un espacio
de seguridad y aceptación a las expresiones de juego libre por parte de los niños y las niñas, siendo
acompañantes en este proceso sin inhibir sus conductas.
b) Para comprender a los niños y las niñas: sus necesidades y ajustes en el camino
Por una parte, nos encontramos frente a la adaptación del espacio propuesto inicialmente y uso
de materiales, también enfrentamos situaciones referidas a los juegos, los límites, las necesidades
diversas de los niños y niñas y cuestiones relacionales-afectivas que tienen que ver con la atención a
varios niños y niñas a la vez velando por el cuidado de ellos y también el autocuidado. Cuando cuidamos
a un niño o niña debemos aprender a disponernos y dar sentido a todas las acciones de ellos, aunque
ciertas acciones nos parezcan inadecuadas o incomprensibles para nuestra historia.
Creemos que no se trata de una infancia ingenua, a-cultural o a-histórica, por el contrario,
hablamos de niños y niñas situadas y fechadas (Freire, 2002), sujetos a sus relaciones socio históricas
y no podemos decir que no estén influenciados a lo que ven y viven en su cotidianeidad: grupos de
moda, labores locales, desigualdad, conflictos o destrucciones. Todas estas experiencias se juegan en
la sala de psicomotricidad, niños y niñas que sociabilizan desde lo que viven día a día, lo que observan
y lo que les impresiona, por lo tanto juegos de poder y omnipotencia así como juegos de
reaseguramiento profundo y la necesidad de protegerse y defenderse están presentes a la hora de
jugar.
Niños y niñas que acostumbran a subir por escaleras y correr o bajar las pendientes de las calles
de su ciudad, reproducen en su imaginario la necesidad de jugar en altura vivenciando sus particulares
fantasmas de acción (Aucouturier, 2011). Decimos fantasmas de acción, en el sentido de que estos
cuerpos infantiles en movimiento, han pasado del “holding” (Winnicott, 1993) a un suelo vertical, en
pendiente, subiendo y bajando por ascensores y escaleras, mirando desde la altura el horizonte de la
ciudad, por lo tanto integran experiencias de placer o displacer según la particularidad de cada caso.
Ello nos ha llevado a observar y reconocer a nuestra infancia local como ella se presenta. Así,
aspectos que en un principio pertenecían a nuestra concepción del cuidado pasaron a ser desafiadas
y discutidas por los mismos niños y niñas.
“En esta zona no vamos a jugar, porque están las escaleras”. En principio, sentimos
preocupación de que La Salita tuviese estas escaleras (ver abajo a la derecha), porque se nos presenta
como un potencial riesgo de caídas, resbalones, golpes. Para limitar ese espacio, intentamos poner
unas colchonetas como señalando “este no es lugar de juego” y así lo explicitamos verbalmente cuando
algún niño o niña intentaba sobrepasarla. Pensábamos que de esa forma estábamos cuidando mejor
de los niños y niñas. Sin embargo, reflexionando sobre nuestra ciudad y su constitución como
“anfiteatro” y atendiendo al constante deseo de acceder a la altura, vivenciar la inclinación y vencer la
fuerza de gravedad, es que nos decidimos liberar este espacio lo que favoreció que niños y niñas de
diferentes edades idearan diferentes formas y juegos y al mismo tiempo nosotras nos pudiéramos
mantener lo suficientemente atentas y a una distancia que nos permitiera atender y prevenir sin irrumpir.
Fotos del Cerro Concepción Valparaíso y sesiones con niños y niñas en “La Salita”.
Cuando acompañamos damos afecto pero también un encuadre de seguridad que es importante
considerar. Debe existir un equilibrio entre lo permitido y lo negado en función de las posibilidades de
acción de cada niño, pero en donde también toma vital relevancia la actitud que adoptamos en el
cuidado del niño. Los adultos debemos confiar en los niños, creer en ellos, independiente de cualquier
factor que pudiera ser, acogerlo con la máxima aceptación y respeto de sus particularidades (Bonastre
& Fusté, 2007). Este acompañar implica involucrarse en lo que está realizando el pequeño,
emocionarse, sorprenderse, mirar de forma más profunda todas aquellas acciones para saber en qué
momento se debe responder y el para qué.
Durante las sesiones de práctica psicomotriz con los niños y niñas muchos de estos aspectos
se ponen en juego, “creemos” que están jugando a algo que comprendemos, pero esto puede estar
muy lejos de ser así. En este espacio hemos tenido que aprender a observar con más detención,
mantener distancias prudentes, suspender el juicio apresurado ante sus acciones para tratar de
comprender el contexto en que ocurren, cómo es que tienen lugar de esa manera y qué necesidad
está intentando satisfacer, sin por ello, querer caer en sobre interpretaciones del otro o el juicio sobre
el “deber ser”.
Hay situaciones bajo las cuales algunos niños necesitan usar mucho material para sus
construcciones, asegurar casas resistentes, firmes tipo fortalezas cuyo acceso se hace complejo, que
necesitan armarse de grandes cañones, en este caso es una “casa metralleta” (ver imagen). Sin
embargo, minutos después esta construcción fue convertida en una gran casa para acoger a otros niños
“animalitos” en las cuales podían refugiarse del terremoto y guardar sus provisiones (pelotas) que en otro
momento habían sido “bombas”. Escenarios como estos nos desafían a tratar de acompañar y
comprender para luego poder participar reflexivamente de aquellas acciones que nos permiten
promover el desarrollo, el bienestar, la satisfacción y el placer sin juzgar de antemano sus acciones o
prohibir sus expresiones en este espacio de libertad a través del juego y acompañamiento.
Imagen de la casita metralleta elaborada por uno de los niños
Consideramos que el acompañar exige límites que tienen como función definir un espacio en el
cual se puede actuar con independencia y libertad, y en el cual se pueda dar un verdadero desarrollo
humano. Pero en la medida en que logramos hacer esta distinción, nos damos cuenta de que los límites
no definen el ser del otro, sino –por el contrario– sirven para mantener el entorno relajado, de manera
que todos –niños y adultos– se sientan cómodos en él, vivan nuevas experiencias gracias a la toma de
decisiones personales y aprendan a diferenciar entre necesidades auténticas y sustitutivas. (Wild,
2006).
Para generar este acompañamiento hay que saber lo que miramos, lo que vemos, sentimos,
percibimos, observamos y empatizamos en función de las acciones de los niños y niñas, es un conocer
más que prever todo lo que puede hacer, es un dejar pero saber cuándo aterrizar, y por ende, un
proceso dual entre cuidador e infante, en donde la autoridad bien entendida debe estructurar
correctamente su actuar en el espacio y facilitar un lugar en donde el niño pueda actuar, pensar, decidir
y equivocarse.
c) La actitud del adulto para favorecer el aseguramiento del niño en un espacio de juego
libre
Anteriormente describíamos los conceptos de cuidado y acompañamiento, ambos enlazados
desde la actitud del adulto en función de las interacciones integradoras del niño. El juego toma vital
relevancia en la integralidad del niño, siendo un aspecto poco considerado dentro del cuidado y
fundamentado desde el sentido común, sin darnos cuenta que es ahí donde aparece el verdadero ser
de este sujeto en construcción y en donde nuestras respuestas impactan en el aseguramiento y
personalidad del infante.
La actitud del adulto durante el juego es de acompañar al niño sin intervenir en su juego libre de
exploración del entorno y de su propio cuerpo, en donde el adulto expresa verbalmente la alegría que
le producen los logros del pequeño, que se sentirá apreciado al mismo tiempo que se le ayuda a ser
consciente de lo que va consiguiendo por su acción (La Torre, 2014). En el juego como adultas
podemos involucrarnos en forma interesada en lo que realizan los niños y niñas intentando no inhibir
sus acciones (a no ser que atenten contra su cuerpo), lo cual es de vital importancia porque las
corrientes de cuidado influyen en cómo dejamos ser a estos niños impactando en su juego y
construcción de su identidad. En varias oportunidades nos hemos encontrado ante la encrucijada sobre
qué juegos permitir, hasta qué punto el juego se realiza bajo una actitud de cuidado que permite conciliar
la expresión emocional con el respeto del otro. Esta es una esfera muy sensible en la concepción del
cuidado. Una forma que encontramos para poder aliviar estas tensiones fue incorporar en la sala
material para juegos de contacto que siendo livianos permitieran descargas y control sobre el objeto,
como los fideos o flotadores de piscina, no obstante desde los mismos niños y niñas surgían propuestas
de refinamiento de normas para asegurar equidad en este tipo de juegos y autoprotección.
En este sentido, no nos debiera extrañar que los niños y niñas porteños/as insistan en juegos
asociados a la persecución, a la devoración, a las catástrofes o juegos pulsionales y más agresivos,
pues es a partir del juego que los niños y niñas logran comprender lo que está pasando y logran
reasegurarse frente a este contexto. Más bien, nuestra energía ha de centrarse en reconocer posibles
resoluciones, superaciones, conflictos y herramientas para hacerle frente a situaciones como éstas. En
diferentes oportunidades no fue necesario intervenir para que los juegos de este tipo lograran avanzar
hacia dinámicas más alternativas para solucionar controversias, en otras sí, y también fue un desafío
el “hasta dónde opinar, hasta dónde dar lugar al silencio y al vacío para que surja desde ellos una nueva
posibilidad”.
Juegos de destrucción y guerra, gatita persiguiendo pajarito, gorila liberándose del cazador.
A modo de ejemplificación, el acto de perseguir gatitos para devorárselos precede al siguiente
acto de proteger al mismo pajarito y dejarlo con mucho cuidado guardado en un huequito de la sala. El
acto de liberarse del gorila rompiendo el túnel, precedió a un comportamiento astuto del mismo que
logra salir del túnel retrocediendo y sin romperlo o tocar las púas (bloques de espuma que se
convirtieron simbólicamente en elementos dañinos hacia el cuerpo). Cabe mencionar, cómo en la
narración de uno de los niños este gorila fue tomando forma humana y en la descripción de una pequeña
el gorila que antes hacía: “AH, AH, AH”; luego fue bebé y dijo: “AGÚ”. Es decir, nuestro proceso de
fortalecer nuestra actitud de cuidado pasa en gran parte por confiar en que en ellos hay un saber que
ha de desplegarse y que necesita ser escuchado, atendido, aceptado, acompañado, cuidado y valorizado
por el adulto.
Por eso durante los momentos de juego necesitamos de una sensibilidad como cuidador que
impactará en las representaciones que elaboren los niños y niñas a través de los comportamientos del
adulto en relación al respeto y apoyo de las necesidades de ellos en explorar en forma autónoma a
través de nuestra cooperación (Ijzerdoorn, 2005). Es decir, el cuidar el juego no implica la
sobreprotección del adulto, implica la presencia en el acompañar, en relacionarse con lo que realiza el
niño y comprender que son acciones necesarias para su diferenciación y construcción de su propia
identidad, también saber qué, cómo y cuándo preguntar o también cuándo callar.
Los niños son seres activos y es en el juego en donde se evidencia su gran actividad, si
cuidamos el juego del infante y les negamos correr, saltar, tirarse al vacío o por el tobogán, estamos
inhibiendo una parte esencial de su ser porque son acciones normales dentro de su desarrollo psíquico-
motor, lo que nos proponemos hacer es promocionar espacios que permitan realizar dichas acciones
porque de eso se trata el cuidado. No queremos negarles a los niños que vivencien el juego de
esconderse, devorar o destruir, debemos vivenciarlo con ellos y desde esa experiencia orientarlo para
su equilibrio, ayudarle a pasar a nuevas formas de juego para su evolución y fortalecimiento de su
identidad en pro de su desarrollo integral, siendo “La Salita” un espacio en formación y re-formación en
función de la acción vivenciada de los niños.
V. A modo de conclusión
El camino del cuidado implica un acompañamiento a lo largo de toda la vida, el cual requiere de
una comprensión del niño en su globalidad, pero que requiere un cambio de corriente y un aceptar
nuevas formas de crianza alejadas a los antiguos enfoques con los cuales fuimos criados nosotros
mismos. En este sentido, debemos cambiar todo un sistema de valores en el que la obediencia, la
disciplina, el respeto y el orden eran considerados elementos fundamentales para llegar a ser personas
dignas y respetables. Debemos promover la libertad del movimiento, la creatividad, la espontaneidad y
la expresión como modos de relación con el mundo que permitan el desarrollo integral y sano de la
personalidad de los niños y niñas que crecen en una ciudad que ha sufrido tantas veces y que hoy
espera que sea reivindicada a través de la creación de futuros espacios para la libertad y la creación.
Ese es nuestro desafío, esa es nuestra responsabilidad.
Reafirmamos la importancia de implementar espacios en pro de nuestra infancia local, los cuales
se han reducido a lo largo del tiempo (menos plazas en los cerros, patios escolares sin naturaleza) o
no son aptos para los niños y niñas que habitan nuestra ciudad (plazas con juegos rotos, oxidados, poca
iluminación, etc.). Consideramos que “La Salita” ha permitido ser ese espacio de expresión de los niños
y niñas que atendemos, ese espacio que inconscientemente ha dado cabida a las expresiones de
angustias, miedos, placer, relaciones, vínculos, conflictos y resoluciones por parte de los niños, los
cuales al ser profundizados dan cuenta de la conexión de sus historias, de sus vivencias locales, del
medio que habitan y su impacto en su construcción de la identidad, y también, ha sido un espacio de
aprendizaje para el equipo de trabajo en función de cómo fuimos criadas, en base a esta mirada
“adultocentrica”, y como hemos tenido que cambiar nuestra forma de concebir a los niños, aceptar ciertas
acciones de ellos, observar antes de actuar, y aprender en conjunto en este proceso de formación.
“La Salita” nombrada así por los niños y niñas, y dando sentido a nosotras el nombre, nos ha
entregado grandes conocimientos en función de nuestra infancia y su autonomía, pero también, nos ha
entregado grandes desafíos en función de replantearnos el lugar donde habitamos, el cómo facilitar un
espacio para dar cabida a más niños y niñas de nuestra región. La importancia de impregnar este nuevo
concepto de infancia en los cuidadores de los niños que atendemos, el capacitar a profesionales que
trabajen en primera infancia para reflexionar sobre las prácticas aplicadas en diferentes ámbitos y cómo
estas pueden facilitar o inhibir un desarrollo autónomo. Es un desafío personal y político en relación a
no repetir prácticas ”negligentes o asociadas a teorías conductuales” hacia los niños y niñas de hoy en
día que fueron aplicadas en nuestra infancia, construyendo así un espacio de aprendizaje y
reaprendizaje cada día, es decir, un espacio seguro-interactivo-afectivo.
BIBLIOGRAFIA
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Cuidando en la ciudad de Valparaíso

  • 1. Cuidando en la Ciudad de Valparaíso: “De lugares a la creación de Espacios para la Infancia Porteña” Cynthia Castillo Jeldes Verónica Lafuentes Leal María Teresa Martínez Larraín
  • 2. Resumen El siguiente trabajo corresponde a la experiencia teórico-práctica que se ha llevado a cabo en un espacio de práctica psicomotriz en la ciudad de Valparaíso de Chile llamado “La Salita”. En este análisis se reflexiona en torno a los conceptos de cuidado y acompañamiento en los momentos de juego para favorecer el desarrollo de la autonomía del infante en base a una actitud de respeto y valorización de los niños y niñas como sujetos de derechos en construcción de una identidad particular, en donde sus vivencias y formas de crianza impactan en tal desarrollo y se reflejan en sus proyecciones relacionadas al contexto socio-histórico del cual emergen, y que dicen relación con el contexto local y actual de la ciudad de Valparaíso. Para esto, se realiza una reflexión en torno a los modelos de cuidado y su evolución a lo largo del tiempo, observando el cambio de mirada desde lo “adultocéntrico” a la crianza respetuosa considerando la integralidad del sujeto en formación de sus diferentes necesidades, proponiendo la construcción de espacios que permitan instaurar un modelo seguro-afectivo- interactivo ejemplificado en una práctica asociada al juego libre.
  • 3. I. Introducción El presente documento pretende reflexionar en torno a dos grandes temas, que dicen relación entre sí; por una parte al cómo concebimos el cuidado de la infancia desde una perspectiva de derechos y respeto profundo por el “cuerpo en movimiento” y por otra parte, los desafíos de la creación de un espacio de juego y atención para niñas y niños en la comuna de Valparaíso de Chile. Cuando hablamos del concepto de cuidado y de cómo cuidar, es necesario conocer y comprender las condiciones sociales en las cuales emerge el sujeto de cuidado y por lo tanto ser conscientes de dónde y a quiénes cuidamos. En ese sentido, se hace pertinente referirnos a esta acción pero en una ciudad particular de Chile como lo es Valparaíso. Es aquí donde se ha originado nuestro trabajo y nuestra práctica psicomotriz (Aucouturier, 2011), en un pequeño espacio llamado “La Salita”, reconocida y nombrada así de manera espontánea por los mismos niños y niñas, la cual está ubicada en el plan de la ciudad y al interior de la Academia de Danza “Dora Waleska”. En este espacio hemos empezado a recibir a niños, niñas, bebés y sus cuidadores, principalmente realizando sesiones grupales de Práctica Psicomotriz con enfoque promocional y preventivo con niños y niñas entre 3 y 8 años y siguiendo el dispositivo metodológico propuesto por Bernard Aucouturier. Sin embargo, es preciso señalar que, su aplicación y el componente actitudinal se basa en integrar diferentes aportes de corrientes que han podido poner en discusión los enfoques tradicionales de infancia y la postura adultocéntrica. Con respecto al lugar en el cual se inicia esta propuesta, en un principio nos pareció una sala fría y algo inhóspita, pero después de 6 meses de funcionamiento, podemos decir que se trata de un espacio investido de deseo, expectativas y desafíos, que esperamos poder compartir en este encuentro, de modo de nutrirnos de otras experiencias en desarrollo. Foto de La Salita en acción A lo largo del documento realizaremos una breve sinopsis acerca de la concepción de cuidado, contextualizando nuestra labor desde el territorio en que nos situamos y refiriéndonos a los desafíos
  • 4. que nos hemos encontrado y que nos depara esta iniciativa, reflexionando acerca de nuestro rol como parte de esta cadena de cuidados y atención a la infancia. II. Consideraciones generales del contexto en el Chile actual Entendemos que el concepto de cuidado ha experimentado variaciones conforme las tendencias en infancia y desarrollo. En este sentido, las vivencias de Guerra Mundial, especialmente la segunda ha ofrecido un escenario fértil para la generación de cuestionamientos e implantación de nuevos pensamientos en torno al desarrollo humano, desde diferentes disciplinas principalmente médicas y psicosociales. La influencia de autores como Anzieu (1961); Ajuriaguerra (1970); Bowlby (1986); Dolto (1939); Gessell (1925); Klein; (1932); Piaget (1925); Pikler (1939); Spitz (1935); Wallon (1925); Winnicott (1957); Chokler (1988); entre otros, nos permite situar la mirada desde el desarrollo infantil, dejando en un plano de menor omnipotencia la mirada adultocéntrica y dando paso a una postura más comprensiva y observadora de las necesidades de infancia. Las décadas de los 60-70-80 juegan un papel importante a nivel de sistematización, producción y comunicación de dicho conocimiento y al parecer, se vincula estrechamente con impulsos internacionales relacionados a los derechos de infancia. Sin embargo, en Chile sólo a partir del regreso de la Democracia, y con la consecuente firma de la Convención de los Derechos del Niño (1989), la cual se ratifica en el año 1990, es que se instala un marco jurídico institucional que pretende pasar de un enfoque de necesidades a un enfoque de derechos. “Si bien estas normas internacionales implican una modificación de la legislación, generando una normativa que ha intentado dar aplicación a la perspectiva de derechos a propósito de variados temas relacionados con la infancia, siguen existiendo normas provenientes de la era previa a la Convención, con una clara inspiración tutelar, lo que impide, sobre todo, una implementación sustantiva de la perspectiva de derechos” (Davila y cols, 2008, p.27). En este sentido cabe destacar que aún se recoge en la literatura de la legislación chilena términos como “menores” o “adolescentes”, baste nombrar al SENAME (Servicio Nacional de Menores), quienes son los responsables de diseñar las políticas públicas referidas a la infancia chilena. Sin ir más lejos, podemos apreciar que diversos organismos como ACHNU (Asociación Chilena de Naciones Unidas), UNICEF y SENAME han realizado estudios sobre el “trato” hacia niños y niñas desde la perspectiva de derechos, evidenciando que el uso de medios coercitivos de educación al interior de la familia y de otras instituciones socializadoras, son aún validados con el objetivo de orientar, corregir y modificar comportamientos y actitudes socialmente esperadas. En este sentido, se critica también la definición de estándares, por lo general establecidos desde la noción adultocéntrica que obedece a las corrientes conductuales del comportamiento humano, alejándose de la comprensión de las
  • 5. características y necesidades del desarrollo infantil. Por ejemplo, uso técnicas de control temprano de esfínter o entrenamiento conductual del sueño en bebés para que “duerma toda la noche y deje descansar a los padres” (Estivil, 2000). No obstante lo anterior, la perspectiva de derechos ya está presente en el discurso de las políticas chilenas actuales y en un proceso de implementación cada vez más efectivo. En este sentido es posible destacar las nuevas corrientes de mirada en la crianza, las que permiten la entrada de un nuevo programa de acompañamiento llamado “Chile Crece Contigo” (2006), el cual tiene como misión acompañar, proteger y apoyar integralmente, a todos los niños, niñas y sus familias, a través de acciones y servicios de carácter universal, así como focalizando apoyos especiales a aquellos que presentan alguna vulnerabilidad mayor. El Programa del Chile Crece Contigo se apoya en una perspectiva de los derechos y cuidados que debemos promover en relación a la lactancia materna, crianza respetuosa, apego seguro y desarrollo socio emocional durante todo el período de la niñez con el fin de propiciar las mismas oportunidades de desarrollo atendiendo necesidades desde la gestación hasta que cumplen los 4 años. Tales acciones tienen su fundamento en la creencia de que en este período se construyen las bases de su aprendizaje, lenguaje, salud física, salud mental y desarrollo socio emocional (www.crececontigo.gob.cl). A partir de este nuevo concepto de infancia y la formación en psicomotricidad de las profesionales que conformamos “La Salita”, hemos podido crear un espacio de expresión y libertad para los niños, en donde nuestro rol es de facilitadoras de las acciones que deseen realizar a través de una nueva mirada y replanteamiento a través de la práctica adquirida, la cual buscamos profundizar en función al surgimiento de un espacio para la infancia porteña. III. Valparaíso, el lugar de nuestra infancia Si nuestro propósito es contribuir al cuidado de la infancia en una ciudad como la de Valparaíso, es necesario conocer algunos aspectos relevantes de su actualidad y de las condiciones que posibilitan una vivencia de ésta, sobre todo desde la experiencia que tienen los niños y niñas porteñas. Desde ahí podremos entonces tener una mejor comprensión de sus necesidades, y de este modo, nuestros desafíos como promotoras de un espacio de práctica psicomotriz pueden delinearse de manera política y responsable a la vez. No olvidemos que como decía Pichón Riviere (2002, p.15), a raíz de su Teoría del Vínculo, “no es posible separar el aspecto exterior de la conducta del aspecto interior de la vivencia, dado que ambos forman un todo en situación en un determinado momento en el aquí y ahora de cualquier situación”, por lo tanto la interacción entre el individuo y el medio es fundamental ya que, según el autor, no se puede representar una conducta sin establecerla en relación con otro. Por lo tanto, no hablamos de cualquier infancia, hablamos de la infancia porteña, de niños y niñas que crecen y se desarrollan en una ciudad en la que su nivel de pobreza es de un 17% en relación
  • 6. al nivel de pobreza país que es de un 15% (Reportes Estadísticos y Comunales del 2013 de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile), cuyo índice de calidad de vida se encuentra en el ranking 69 de 93 comunas a nivel nacional (Indicador de Calidad de Vida Ciudades Chilenas, 2014), con un municipio que actualmente tiene una deuda de $35.000 millones y que deja entrever claras dudas sobre los gastos de los dineros aportados por la Unesco para la ciudad por ser Patrimonio de la Humanidad (Arellano, 2014). En este contexto hay que agregar la serie de incendios que se han vivido los últimos años: 2008 en el Cerro La Cruz, 2013 en Rodelillo, La Cruz y Mariposas y el del pasado Abril 2014, el cual afectó los cerros Mariposas, Monjas, La Cruz, El Litre, Las Cañas, Merced, La Virgen, Santa Elena, Ramaditas y Rocuant. El siniestro dejó más de 2500 viviendas destruidas, 11.00 personas damnificadas, 15 víctimas fatales (Arellano, 2014). ¿Y cuántos niños y niñas afectadas?, no hay cifras oficiales publicadas de cuántos niños y niñas se vieron afectados directa e indirectamente por el incendio, por lo cual podemos suponer que de alguna manera toda la comunidad y todos los niños y niñas se han visto afectados por este incendio y por los cambios en las condiciones de vida que dejo este siniestro en la comunidad de Valparaíso. De esta manera y tomando en consideración tales condiciones estructurales y sociales, nos preguntamos entonces ¿En qué sentido y cómo atendemos una infancia que vive en una ciudad con claras señales de gestión negligente para la seguridad física de sus ciudadanos?; ¿Qué experiencia de ciudad tienen los niños y niñas porteñas?; ¿Tenemos una responsabilidad ética y política a la vez de poder acoger estas vivencias y las condiciones de vida de la infancia porteña?; ¿Cómo este espacio de juego y nuestra actitud de acompañamiento se logra articular con las necesidades y vivencias que niños y niñas se representan en este lugar?. Tales preguntas son necesarias de plantear y proponer en esta reflexión dado que las características de esta ciudad de alguna manera se “juegan” en “La Salita”. Vemos como Valparaíso se vive en el cuerpo de los niños y niñas que llegan a investir este espacio. Cabe mencionar como anécdota como los niños y niñas se organizan para intervenir la sala, hacen de ella el escenario de vivencias cotidianas en la ciudad, la escuela, el cerro, la plaza y su hogar, puede ser una sola instancia o todas a la vez y allí están comprometidos, dinamizados y en movimiento vinculándose, reviviendo, ensayando, experimentando, desafiando, aprendiendo, comunicando, elaborando e integrando. IV. Qué es cuidar y cómo cuidamos en La Salita: Concepciones y prácticas A partir de este contexto, de esta historia y de estas condiciones es que entonces queremos profundizar y reflexionar sobre “qué, cómo y para qué cuidamos” a través de la vinculación de las
  • 7. corrientes que han influido en la crianza y sus impactos a lo largo del tiempo. Nuestra intención es referirnos al tema, atendiendo al conocimiento que las diferentes disciplinas han generado en torno a la infancia. El cuidado en los inicios de la vida se expresa a través de la protección ante sensaciones de todo tipo que puedan ser experimentadas como intrusivas, angustiantes y ante las necesidades que intensamente vividas necesitan ser satisfechas en lo inmediato. El bebé en esta primera etapa no es consciente del cuidado que recibe, pero sí lo siente y será lo que le permite desarrollar un sentido de unidad y de continuidad de su ser gracias al intercambio del que participa porque hay otro que lo acoge, lo sostiene, empatiza, le ayuda a satisfacer sus necesidades: lo atiende. Por ello entenderemos que el cuidado del niño supone en primera instancia, como lo plantea Winnicott (1993a; 1993b), la acción de “sostener y proteger” a un ser que presenta una dependencia extrema y que sólo gracias a estas dimensiones del cuidado podrá avanzar gradualmente hacia una relativa autonomía y que, mediante la expresión de sus necesidades requerirá nuevas manifestaciones de cuidado, esta vez más orientadas a permitir vivencias y acompañar exploraciones. Concepciones más antiguas han definido el cuidado como una actividad centrada en satisfacer las necesidades asociadas a elementos fisiológicos en el niño o la niña. Alrededor de la post-guerra surgen o se potencian corrientes que dan importancia al cuidado y la satisfacción de todas las dimensiones del niño; como ofrecer un espacio afectivo de disponibilidad y aceptación incondicional para su aseguramiento en el medio que le permitiera desplegarse de la forma más autónoma posible. Asimismo, investigaciones en el área de salud infantojuvenil dan cuenta de la importancia que tiene el entorno, la familia y en general el ambiente debido a su importante influencia en los primeros años sobre el desarrollo infantil y su bienestar en lo físico, afectivo, social y cognitivo (Mercy & Saul (2009); citado en Aretio & Heresi, 2012). Esta evidencia permite considerar la importancia de la disponibilidad y aceptación incondicional de este bebé en desarrollo en un espacio físico-emocional-relacional desde una nueva forma de observar antiguas formas de crianza asociadas a dejarle llorar, usar los baños de agua fría, “la muda express”, el uso de la silla de alimentación, etc. Lo fisiológico se une a lo afectivo a través de la interacción, la respuesta, la actitud que modela las formas de cuidado; el verbalizar, mirar o realizar gestos influyen decididamente en el cómo cuidamos diferentes necesidades que presenta el niño asociadas a su higiene, alimentación, juego, afecto, exploración, entre otras. Esta nueva mirada de niño o niña nos da cuenta de la importancia del adulto en relación a este sujeto en devenir de su autonomía plena, en donde el desarrollo afectivo juega un papel vital en su formación integral. A medida que el infante se desarrolla necesitará contar con un ambiente que le provea confianza, comprensión y aceptación. Los tipos de cuidado que requerirá deberán orientarse a favorecer sensiblemente su autonomía, su capacidad para imaginar, solucionar, crear y así enfrentar la vida y los diferentes desafíos que ésta le impone a través de un espacio que presente un encuadre afectivo-seguro, siendo “La Salita” un espacio que ha permitido aceptar las creaciones de los niños a
  • 8. través de una reflexión permanente de sus juegos enlazados a sus historias de vida, permitiendo comprender sus expresiones y facilitando un espacio de reaseguramiento de sus miedos, problemáticas o sensibilizaciones de su entorno circundante . Podemos sostener que el cuidado trasciende a la ocupación de lo corporal y fisiológico del bebé, para ocuparse también y especialmente de las necesidades afectivas, sociales y cognitivas del niño o niña quien durante su desarrollo se irá expresando a través de su corporalidad, ideas, ritmos, sentimientos y estilos de relación propios. Cuidar, en este sentido, es también preservar que lo auténtico de cada niño pueda ser cultivado y manifestado por él o ella mismo/a. No obstante, este tipo de cuidado entra en conflicto cuando en nuestras sociedades actuales predomina la lógica del consumo, estandarizaciones de logros y desempeños en diferentes ámbitos del desarrollo infantil (salud y educación). Por lo anterior, resulta interesante para quienes asumimos el rol profesional de trabajar con la infancia, cuestionar nuestras concepciones acerca del cuidado y nuestra actitud al respecto, reflexionando y ajustando nuestras acciones cuando se trata de brindar un cuidado acorde a las necesidades particulares. ¿Cómo ser pertinentes en relación a la infancia particular con la que trabajamos, considerando el contexto en el que se mueven estos niños y niñas que acuden a un espacio de expresión psicomotriz, para dar cabida a sus necesidades y a sus fantasías, proyecciones y conflictos? En Valparaíso escasean lugares pensados y diseñados para que niños y niñas puedan desplegar sus necesidades de juego, ocio y exploración. Una ciudad que se edifica entre los cerros no contiene plazas ni zonas de juegos seguras para los niños y sus familias. Podemos mencionar algunas plazas de acceso popular y que se encuentran en el plan de la Ciudad como lo son el Parque Italia y la Plaza Victoria. Esta última tiene una consideración especial en tanto es la única plaza que tiene juegos para niños y niñas como los son: el carrusel, barco pirata, autos chocadores, trencito, juegos inflables, entre otros. Sin embargo, es necesario destacar el hecho ocurrido el pasado 14 de Mayo, en el que a raíz de las manifestaciones estudiantiles, dos jóvenes de 18 y 24 años fueron baleados y asesinados por un civil en esa misma plaza donde los fines de semana se reúnen niños y niñas y sus familias para divertirse y pasar las tardes. De este modo entonces es necesario reafirmar que el cuidado no se basa solamente en lo fisiológico o el diseño de las condiciones físicas óptimas, sino más bien se trata de un cuidado a nivel afectivo porque cuando cuidamos estamos acompañando y en ese proceso hay un vínculo, una relación en donde el adulto se encuentra disponible a la mirada, a los gestos, comunicación y acción del niño, y por ende, responde de la mejor manera posible para dar una base segura. En este sentido entonces, creemos que no se trata solamente de generar lugares seguros, pues pareciera ser que hasta tales lugares pueden ser vulnerables, se trata más bien de crear condiciones que permitan promover espacios seguros, espacios habitados pues “no se trata sólo de la presencia del cuerpo y del
  • 9. movimiento, sino también del cuerpo proyectado: de la mirada, del olfato, de la escucha, de la actitud” (Calmels, 2001, p.14). La propuesta de “La Salita” se origina a partir de una búsqueda, de una intención por hacer algo que pudiera situarse desde nuestro Valparaíso y ofrecer a la infancia una posibilidad diferente para jugar, imaginar, desarrollarse y compartir (esto sucede unos pocos meses después del impactante y devastador siniestro que sufrió nuestra ciudad). La propuesta se puso en marcha, se habilitó un espacio y el gran desafío venía después, con los niños y niñas dando vida a su espacio, desde sus deseos, vivencias, narrativas y propuestas. Entonces allí, nuestras concepciones de cuidado se vieron en juego en relación a nuestras prácticas, comenzando por los desafíos para nuestro rol y ejercicio reflexivo de acompañar el juego en un marco de respeto, cuidado de uno mismo, del otro y del entorno. ¿Por qué? Porque la sala (espacio y materiales) había sido preparada desde nuestro enfoque y ahora tenía lugar la opinión, los significados, las propuestas de niños y niñas, y cómo no, las negociaciones necesarias para poder hacer de las relaciones una actividad dialogante, interactiva, con sentido para los que allí estamos comprometidos. En este sentido cuidar, ha significado para nosotras un proceso de retroalimentación que permita a cada uno lograr sus propósitos considerando al otro, ya que todos nos vemos afectados ante la acción propia o de los demás. Así proponemos una mirada y un enfoque de cuidado, pues “La Salita” con su incipiente desarrollo no logra responder al déficit de lugares de cuidado para niños y niñas, pero si espera transformarse en un espacio-seguro-interactivo-afectivo, en donde los participantes puedan ser ellos mismos, considerando nuestro rol de cuidado a través del atender, acompañar, sostener y amar. Por lo tanto, debemos pensar sobre nuestra actitud de cuidado. Bonastre y Fusté (2007) dicen que el cuidar implica una “actitud” por parte del adulto, actitud asociada a todas aquellas acciones que realizamos para este niño o niña en desarrollo. Para ello, estamos ante una gran tarea puesto que los principales desafíos de ajuste que hemos experimentado en esta acción de cuidar se encuentran aspectos tanto materiales como simbólicos y relacionales, todos ellos se entremezclan en la acción y se influyen mutuamente. a) Cuidar es Acompañar: El cuidado implica un acompañamiento durante el desarrollo de este nuevo sujeto en devenir. Grossmann (2004) plantea que se vincula a la teoría del apego, a través del deseo “genético-egoísta” por parte del niño para recibir lo más que pueda de sus padres. A su vez, Wedekind (2015) en una entrevista sostiene que los niños necesitan de los adultos como acompañantes, no como sabelotodo. El adulto en este acompañar es un facilitador, pero de qué hablamos cuando decimos facilitar; hablamos de un organizar, planificar y preparar un ambiente seguro-afectivo en donde el adulto acepte
  • 10. las acciones del niño, no suponga y se asombre junto a éste de lo que realiza y vaya aprendiendo con él en el transcurso del tiempo. No es un darle todo en mano, es permitirle aprender a través de su autonomía. “La Salita” ha sido un espacio que ha permitido descentrarnos del rol “adultocéntrico” para permitir el despliegue de las acciones de los niños y niñas, en donde la reflexión de qué materiales facilitar para las expresiones asociadas a luchar, golpear, caerse o lanzar objetos se den en un espacio de seguridad y aceptación a las expresiones de juego libre por parte de los niños y las niñas, siendo acompañantes en este proceso sin inhibir sus conductas. b) Para comprender a los niños y las niñas: sus necesidades y ajustes en el camino Por una parte, nos encontramos frente a la adaptación del espacio propuesto inicialmente y uso de materiales, también enfrentamos situaciones referidas a los juegos, los límites, las necesidades diversas de los niños y niñas y cuestiones relacionales-afectivas que tienen que ver con la atención a varios niños y niñas a la vez velando por el cuidado de ellos y también el autocuidado. Cuando cuidamos a un niño o niña debemos aprender a disponernos y dar sentido a todas las acciones de ellos, aunque ciertas acciones nos parezcan inadecuadas o incomprensibles para nuestra historia. Creemos que no se trata de una infancia ingenua, a-cultural o a-histórica, por el contrario, hablamos de niños y niñas situadas y fechadas (Freire, 2002), sujetos a sus relaciones socio históricas y no podemos decir que no estén influenciados a lo que ven y viven en su cotidianeidad: grupos de moda, labores locales, desigualdad, conflictos o destrucciones. Todas estas experiencias se juegan en la sala de psicomotricidad, niños y niñas que sociabilizan desde lo que viven día a día, lo que observan y lo que les impresiona, por lo tanto juegos de poder y omnipotencia así como juegos de reaseguramiento profundo y la necesidad de protegerse y defenderse están presentes a la hora de jugar. Niños y niñas que acostumbran a subir por escaleras y correr o bajar las pendientes de las calles de su ciudad, reproducen en su imaginario la necesidad de jugar en altura vivenciando sus particulares fantasmas de acción (Aucouturier, 2011). Decimos fantasmas de acción, en el sentido de que estos cuerpos infantiles en movimiento, han pasado del “holding” (Winnicott, 1993) a un suelo vertical, en pendiente, subiendo y bajando por ascensores y escaleras, mirando desde la altura el horizonte de la ciudad, por lo tanto integran experiencias de placer o displacer según la particularidad de cada caso. Ello nos ha llevado a observar y reconocer a nuestra infancia local como ella se presenta. Así, aspectos que en un principio pertenecían a nuestra concepción del cuidado pasaron a ser desafiadas y discutidas por los mismos niños y niñas.
  • 11. “En esta zona no vamos a jugar, porque están las escaleras”. En principio, sentimos preocupación de que La Salita tuviese estas escaleras (ver abajo a la derecha), porque se nos presenta como un potencial riesgo de caídas, resbalones, golpes. Para limitar ese espacio, intentamos poner unas colchonetas como señalando “este no es lugar de juego” y así lo explicitamos verbalmente cuando algún niño o niña intentaba sobrepasarla. Pensábamos que de esa forma estábamos cuidando mejor de los niños y niñas. Sin embargo, reflexionando sobre nuestra ciudad y su constitución como “anfiteatro” y atendiendo al constante deseo de acceder a la altura, vivenciar la inclinación y vencer la fuerza de gravedad, es que nos decidimos liberar este espacio lo que favoreció que niños y niñas de diferentes edades idearan diferentes formas y juegos y al mismo tiempo nosotras nos pudiéramos mantener lo suficientemente atentas y a una distancia que nos permitiera atender y prevenir sin irrumpir. Fotos del Cerro Concepción Valparaíso y sesiones con niños y niñas en “La Salita”. Cuando acompañamos damos afecto pero también un encuadre de seguridad que es importante considerar. Debe existir un equilibrio entre lo permitido y lo negado en función de las posibilidades de acción de cada niño, pero en donde también toma vital relevancia la actitud que adoptamos en el cuidado del niño. Los adultos debemos confiar en los niños, creer en ellos, independiente de cualquier factor que pudiera ser, acogerlo con la máxima aceptación y respeto de sus particularidades (Bonastre & Fusté, 2007). Este acompañar implica involucrarse en lo que está realizando el pequeño, emocionarse, sorprenderse, mirar de forma más profunda todas aquellas acciones para saber en qué momento se debe responder y el para qué. Durante las sesiones de práctica psicomotriz con los niños y niñas muchos de estos aspectos se ponen en juego, “creemos” que están jugando a algo que comprendemos, pero esto puede estar
  • 12. muy lejos de ser así. En este espacio hemos tenido que aprender a observar con más detención, mantener distancias prudentes, suspender el juicio apresurado ante sus acciones para tratar de comprender el contexto en que ocurren, cómo es que tienen lugar de esa manera y qué necesidad está intentando satisfacer, sin por ello, querer caer en sobre interpretaciones del otro o el juicio sobre el “deber ser”. Hay situaciones bajo las cuales algunos niños necesitan usar mucho material para sus construcciones, asegurar casas resistentes, firmes tipo fortalezas cuyo acceso se hace complejo, que necesitan armarse de grandes cañones, en este caso es una “casa metralleta” (ver imagen). Sin embargo, minutos después esta construcción fue convertida en una gran casa para acoger a otros niños “animalitos” en las cuales podían refugiarse del terremoto y guardar sus provisiones (pelotas) que en otro momento habían sido “bombas”. Escenarios como estos nos desafían a tratar de acompañar y comprender para luego poder participar reflexivamente de aquellas acciones que nos permiten promover el desarrollo, el bienestar, la satisfacción y el placer sin juzgar de antemano sus acciones o prohibir sus expresiones en este espacio de libertad a través del juego y acompañamiento. Imagen de la casita metralleta elaborada por uno de los niños Consideramos que el acompañar exige límites que tienen como función definir un espacio en el cual se puede actuar con independencia y libertad, y en el cual se pueda dar un verdadero desarrollo humano. Pero en la medida en que logramos hacer esta distinción, nos damos cuenta de que los límites no definen el ser del otro, sino –por el contrario– sirven para mantener el entorno relajado, de manera que todos –niños y adultos– se sientan cómodos en él, vivan nuevas experiencias gracias a la toma de decisiones personales y aprendan a diferenciar entre necesidades auténticas y sustitutivas. (Wild, 2006). Para generar este acompañamiento hay que saber lo que miramos, lo que vemos, sentimos, percibimos, observamos y empatizamos en función de las acciones de los niños y niñas, es un conocer más que prever todo lo que puede hacer, es un dejar pero saber cuándo aterrizar, y por ende, un
  • 13. proceso dual entre cuidador e infante, en donde la autoridad bien entendida debe estructurar correctamente su actuar en el espacio y facilitar un lugar en donde el niño pueda actuar, pensar, decidir y equivocarse. c) La actitud del adulto para favorecer el aseguramiento del niño en un espacio de juego libre Anteriormente describíamos los conceptos de cuidado y acompañamiento, ambos enlazados desde la actitud del adulto en función de las interacciones integradoras del niño. El juego toma vital relevancia en la integralidad del niño, siendo un aspecto poco considerado dentro del cuidado y fundamentado desde el sentido común, sin darnos cuenta que es ahí donde aparece el verdadero ser de este sujeto en construcción y en donde nuestras respuestas impactan en el aseguramiento y personalidad del infante. La actitud del adulto durante el juego es de acompañar al niño sin intervenir en su juego libre de exploración del entorno y de su propio cuerpo, en donde el adulto expresa verbalmente la alegría que le producen los logros del pequeño, que se sentirá apreciado al mismo tiempo que se le ayuda a ser consciente de lo que va consiguiendo por su acción (La Torre, 2014). En el juego como adultas podemos involucrarnos en forma interesada en lo que realizan los niños y niñas intentando no inhibir sus acciones (a no ser que atenten contra su cuerpo), lo cual es de vital importancia porque las corrientes de cuidado influyen en cómo dejamos ser a estos niños impactando en su juego y construcción de su identidad. En varias oportunidades nos hemos encontrado ante la encrucijada sobre qué juegos permitir, hasta qué punto el juego se realiza bajo una actitud de cuidado que permite conciliar la expresión emocional con el respeto del otro. Esta es una esfera muy sensible en la concepción del cuidado. Una forma que encontramos para poder aliviar estas tensiones fue incorporar en la sala material para juegos de contacto que siendo livianos permitieran descargas y control sobre el objeto, como los fideos o flotadores de piscina, no obstante desde los mismos niños y niñas surgían propuestas de refinamiento de normas para asegurar equidad en este tipo de juegos y autoprotección. En este sentido, no nos debiera extrañar que los niños y niñas porteños/as insistan en juegos asociados a la persecución, a la devoración, a las catástrofes o juegos pulsionales y más agresivos, pues es a partir del juego que los niños y niñas logran comprender lo que está pasando y logran reasegurarse frente a este contexto. Más bien, nuestra energía ha de centrarse en reconocer posibles resoluciones, superaciones, conflictos y herramientas para hacerle frente a situaciones como éstas. En diferentes oportunidades no fue necesario intervenir para que los juegos de este tipo lograran avanzar hacia dinámicas más alternativas para solucionar controversias, en otras sí, y también fue un desafío el “hasta dónde opinar, hasta dónde dar lugar al silencio y al vacío para que surja desde ellos una nueva posibilidad”.
  • 14. Juegos de destrucción y guerra, gatita persiguiendo pajarito, gorila liberándose del cazador. A modo de ejemplificación, el acto de perseguir gatitos para devorárselos precede al siguiente acto de proteger al mismo pajarito y dejarlo con mucho cuidado guardado en un huequito de la sala. El acto de liberarse del gorila rompiendo el túnel, precedió a un comportamiento astuto del mismo que logra salir del túnel retrocediendo y sin romperlo o tocar las púas (bloques de espuma que se convirtieron simbólicamente en elementos dañinos hacia el cuerpo). Cabe mencionar, cómo en la narración de uno de los niños este gorila fue tomando forma humana y en la descripción de una pequeña el gorila que antes hacía: “AH, AH, AH”; luego fue bebé y dijo: “AGÚ”. Es decir, nuestro proceso de fortalecer nuestra actitud de cuidado pasa en gran parte por confiar en que en ellos hay un saber que ha de desplegarse y que necesita ser escuchado, atendido, aceptado, acompañado, cuidado y valorizado por el adulto. Por eso durante los momentos de juego necesitamos de una sensibilidad como cuidador que impactará en las representaciones que elaboren los niños y niñas a través de los comportamientos del adulto en relación al respeto y apoyo de las necesidades de ellos en explorar en forma autónoma a través de nuestra cooperación (Ijzerdoorn, 2005). Es decir, el cuidar el juego no implica la sobreprotección del adulto, implica la presencia en el acompañar, en relacionarse con lo que realiza el niño y comprender que son acciones necesarias para su diferenciación y construcción de su propia identidad, también saber qué, cómo y cuándo preguntar o también cuándo callar. Los niños son seres activos y es en el juego en donde se evidencia su gran actividad, si cuidamos el juego del infante y les negamos correr, saltar, tirarse al vacío o por el tobogán, estamos inhibiendo una parte esencial de su ser porque son acciones normales dentro de su desarrollo psíquico- motor, lo que nos proponemos hacer es promocionar espacios que permitan realizar dichas acciones porque de eso se trata el cuidado. No queremos negarles a los niños que vivencien el juego de esconderse, devorar o destruir, debemos vivenciarlo con ellos y desde esa experiencia orientarlo para su equilibrio, ayudarle a pasar a nuevas formas de juego para su evolución y fortalecimiento de su identidad en pro de su desarrollo integral, siendo “La Salita” un espacio en formación y re-formación en función de la acción vivenciada de los niños.
  • 15. V. A modo de conclusión El camino del cuidado implica un acompañamiento a lo largo de toda la vida, el cual requiere de una comprensión del niño en su globalidad, pero que requiere un cambio de corriente y un aceptar nuevas formas de crianza alejadas a los antiguos enfoques con los cuales fuimos criados nosotros mismos. En este sentido, debemos cambiar todo un sistema de valores en el que la obediencia, la disciplina, el respeto y el orden eran considerados elementos fundamentales para llegar a ser personas dignas y respetables. Debemos promover la libertad del movimiento, la creatividad, la espontaneidad y la expresión como modos de relación con el mundo que permitan el desarrollo integral y sano de la personalidad de los niños y niñas que crecen en una ciudad que ha sufrido tantas veces y que hoy espera que sea reivindicada a través de la creación de futuros espacios para la libertad y la creación. Ese es nuestro desafío, esa es nuestra responsabilidad. Reafirmamos la importancia de implementar espacios en pro de nuestra infancia local, los cuales se han reducido a lo largo del tiempo (menos plazas en los cerros, patios escolares sin naturaleza) o no son aptos para los niños y niñas que habitan nuestra ciudad (plazas con juegos rotos, oxidados, poca iluminación, etc.). Consideramos que “La Salita” ha permitido ser ese espacio de expresión de los niños y niñas que atendemos, ese espacio que inconscientemente ha dado cabida a las expresiones de angustias, miedos, placer, relaciones, vínculos, conflictos y resoluciones por parte de los niños, los cuales al ser profundizados dan cuenta de la conexión de sus historias, de sus vivencias locales, del medio que habitan y su impacto en su construcción de la identidad, y también, ha sido un espacio de aprendizaje para el equipo de trabajo en función de cómo fuimos criadas, en base a esta mirada “adultocentrica”, y como hemos tenido que cambiar nuestra forma de concebir a los niños, aceptar ciertas acciones de ellos, observar antes de actuar, y aprender en conjunto en este proceso de formación. “La Salita” nombrada así por los niños y niñas, y dando sentido a nosotras el nombre, nos ha entregado grandes conocimientos en función de nuestra infancia y su autonomía, pero también, nos ha entregado grandes desafíos en función de replantearnos el lugar donde habitamos, el cómo facilitar un espacio para dar cabida a más niños y niñas de nuestra región. La importancia de impregnar este nuevo concepto de infancia en los cuidadores de los niños que atendemos, el capacitar a profesionales que trabajen en primera infancia para reflexionar sobre las prácticas aplicadas en diferentes ámbitos y cómo estas pueden facilitar o inhibir un desarrollo autónomo. Es un desafío personal y político en relación a no repetir prácticas ”negligentes o asociadas a teorías conductuales” hacia los niños y niñas de hoy en día que fueron aplicadas en nuestra infancia, construyendo así un espacio de aprendizaje y reaprendizaje cada día, es decir, un espacio seguro-interactivo-afectivo.
  • 16. BIBLIOGRAFIA Arellano, A. y Bezama, B. (2014) El historial de negligencia y corrupción que hizo arder a Valparaíso <http://ciperchile.cl/2014/04/16/el-historial-de-negligencia-y-corrupcion-que-hizo-arder-a-valparaiso/> {Recuperado el 12 de mayo del 2015} Aretio, C. y Heresi, M. (2012). Temas de psicología clínica infanto-juvenil. Ed. Universidad Diego Portales, Santiago. Aucouturier, B. (2011). Los Fantasmas de Acción. Ed. GRAÒ, Barcelona. Biblioteca Nacional del Congreso de Chile (2013). Reportes Comunales. <http://reportescomunales.bcn.cl/2013/index.php/ValparaC3%ADso#Poblaci.C3.B3n_seg.C3.BAn_po breza_CASEN_2003-2011> {Recuperado el 10 de mayo del 2015} Bonastre, M & Fustè, A. (2007). Psicomotricidad y vida cotidiana (0 a 3 años). Ed. GRAÒ, Barcelona Calmels, D. (2001) Espacio Habitado: en la vida cotidiana y la práctica psicomotriz. Ed. Novedades Educativas, Argentina Chile Crece Contigo (2015). Manejo efectivo de los problemas màs frecuentes de lactancia en contextos de salud. < http://www.crececontigo.gob.cl/wp-content/uploads/2014/08/Libro-manejo-efectivo-de-los- problemas-mas-frecuetnes-de-lactancia-en-contextos-de-salud.pdf > {Recuperado el 19 de mayo del 2015} Dávila, O.; Ghiardo, F.; Hatibovic, F. y Oyarzun, A. (2008). ¿Enfoque de derechos o enfoque de necesidades?: Modelo de gestión para el desarrollo de un sistema local de protección de derechos de la infancia y adolescencia. Centro de Estudios Sociales CIDPA, Valparaíso. Grosmmann, K. (2004). Revista Apego: Impacto del apego a la madre y el padre durante los primeros años, en el desarrollo psicosocial de los niños hasta la adultez temprana. 9 (2), 8-14. Ijzerdoorn, M. (2005). Revista Apego: El apego durante los primeros años (0 a 5) y su impacto en el desarrollo infantil. 7(1), 20-23. La Torre, P. (2014). Aportes Pikler-Loczy en la escuela infantil. Construyendo una pedagogía de lo cotidiano. <http://repositorio.unican.es/xmlui/bitstream/handle/10902/5446/TorreConejoPatriciaDeLa.pdf?sequen ce=1 > {Recuperado el 20 de mayo del 2015} Orellana, A. (2014). Indicador de calidad de vida ciudades chilenas. < http://www.cchc.cl/wp- content/uploads/2014/05/Presentaci%C3%B3n-ICVU-2014-FINAL.pdf > {Recuperado el 15 de mayo del 2015} Riviére, P. (2002) Teoría del Vínculo. Ed Nueva Visión, Buenos Aires. Weedekind, H. (2015). “Los niños nos necesitan a los adultos, pero no como personas sabelotodo”. <http://impresa.elmercurio.com/Pages/NewsDetail.aspx?dt=2015-05-11&NewsID=315643&dtB=11- 05-2015%200:00:00&BodyID=1&PaginaId=10> {Recuperado el 20 de mayo del 2015} Wild, R. (2006). Libertad y límites: amor y respeto. Ed. Herder, Barcelona.
  • 17. Winnicott, D. a (1993) El hogar, nuestro punto de partida. Ensayos de un psicoanalista. Ed. Paidos. Buenos Aires. Winnicott, D. b (1993) Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Ed.Paidos. Buenos Aires.