Luiz Ruffato pronunció un discurso en la Feria de Frankfurt de 2013 sobre el significado de ser escritor en Brasil. En su discurso, Ruffato describe la persistente desigualdad, violencia y discriminación en Brasil a pesar de los avances democráticos. Sin embargo, cree en el poder transformador de la literatura para cambiar la sociedad y promover el reconocimiento mutuo entre las personas.
10 poemas de Luiz Ruffato_Papeles literarios 1 dez 2013
Discurso de Luiz Ruffato en la Feria de Frankfurt 2013
1. 6.
el nacional domingo 10 de noviembre de 2013
lisbeth salas
¿
Discurso para
Luiz Ruffato
Q ué significa ser escritor en un país situado en la periferia
del mundo, un lugar
donde el término capitalismo
salvaje definitivamente no es
una metáfora? Para mí, escribir
es compromiso. No hay cómo
renunciar al hecho de habitar
los inicios del siglo XXI, de escribir en portugués, de vivir en
un territorio llamado Brasil. Se
habla en globalización, pero
las fronteras cayeron para el
comercio, no para el tránsito
de las personas. Proclamar
nuestra singularidad es una
forma de resistir a la tentativa
autoritaria de aplanar las diferencias.
El mayor dilema del ser humano en todos los tiempos ha
sido exactamente ese, el de lidiar con la dicotomía yo-otro.
Porque, mientras la afirmación
de nuestra subjetividad se verifique a través del reconocimiento del otro –es la alteridad que nos confiere el sentido
de existir–, lo otro es también
aquello que nos puede aniquilar… Y si la humanidad se
edifica en este movimiento
pendular entre agrupamiento y dispersión, la historia de
Brasil se viene basando casi
que exclusivamente en la negación explícita del otro, por
medio de la violencia y de la
indiferencia.
Nacemos sobre la égida del
genocidio. De los cuatro millones de indígenas que existían
en 1500, restan hoy cerca de
900 mil, parte de ellos viviendo en condiciones miserables
en asentamientos a la orilla de
la carretera o incluso en favelas en las grandes ciudades. Se
evoca siempre, como signo de
la tolerancia nacional, la llamada democracia racial brasileña, mito corriente de que no
habríamos tenido exterminio
sino la asimilación de los autóctonos. Ese eufemismo, en
tanto, sirve apenas para encubrir un hecho indiscutible: si
nuestra población es mestiza,
se debe a la mezcla de hombres europeos con mujeres indígenas o africanas –o sea, la
asimilación se dio del estupro
de las nativas y negras por los
colonizadores blancos.
Hasta mediados del siglo XIX,
cinco millones de africanos
negros fueron hechos prisioneros y llevados a la fuerza para Brasil. Cuando, en 1888, fue
abolida la esclavitud, no hubo
ningún esfuerzo en el sentido
de posibilitar condiciones dignas a los excautivos. Así, hasta hoy, 125 años después, la
gran mayoría de los afrodescendientes continúa confinada a la base de la pirámide
social: raramente son vistos
entre médicos, dentistas, abogados, ingenieros, ejecutivos,
periodistas, artistas plásticos,
cineastas, escritores.
Invisible, cercada por bajos
salarios y destituida de las prerrogativas primarias de la ciudadanía –vivienda, transporte,
recreación, educación y salud
de calidad–, la mayor parte de
los brasileños siempre fue pieza descartable en el engranaje
que mueve la economía: 75%
de toda la riqueza se encuentra en las manos del 10% de la
población blanca y apenas 46
mil personas poseen la mitad
de las tierras del país. Históricamente habituados a tener
apenas deberes, nunca derechos, sucumbimos en una extraña sensación de no pertenencia: en Brasil, lo que es de
todos no es de nadie…
Conviviendo con una terrible
sensación de impunidad, ya
que la cárcel sólo funciona para quien no tiene dinero para
pagar buenos abogados, la intolerancia emerge. Aquel que,
en el desamparo de una vida
al margen, no tiene el estatuto
de ser humano reconocido por
la sociedad, reacciona en relación con el otro recusándole
la inauguración
de la Feria de
Frankfurt
2013
En la pasada Feria de Frankfurt, que se celebró entre el 8
y el 13 de octubre, Brasil fue el país invitado de honor. El escritor
Luiz Ruffato fue el encargado de pronunciar el discurso de apertura
del evento, un texto que generó polémica. En él Ruffato habla de la
violencia, la discriminación, el analfabetismo y la desigualdad de
su país, que persisten a pesar de los avances, y a la vez apuesta por
el poder transformador de la literatura. Presentamos a nuestros
lectores el discurso, cuya publicación fue autorizada por su autor
también ese estatuto. Como
no percibimos lo otro, lo otro
no nos ve. Y así acumulamos
nuestros odios –el semejante
se torna el enemigo.
La tasa de homicidios en
Brasil llega a 20 asesinatos por
cada 100 mil habitantes, lo
que equivale a 37 mil personas muertas por año, número
tres veces mayor que la media
mundial. Y quienes más están
expuestos a la violencia no son
los ricos que se enclaustran detrás de los altos muros de condominios cerrados, protegidos
por cercas eléctricas, seguridad
privada y vigilancia electrónica, sino los pobres confinados
en favelas y barrios periféricos,
a merced de narcotraficantes y
policías corruptos.
Machistas, ocupamos el vergonzoso séptimo lugar entre
los países con mayor número
de víctimas de violencia doméstica, con un saldo, en la
última década, de 45 mil mu-
jeres asesinadas. Cobardes,
en 2012 acumulamos más de
120 mil denuncias de maltratos contra niños y adolescentes. Y es sabido que, tanto en
relación con las mujeres como con los niños y adolescentes, esos números son siempre
subestimados.
Hipócritas, los casos de intolerancia en relación con la
orientación sexual revelan,
ejemplarmente, nuestra naturaleza. El lugar donde se realiza la más importante parada
gay del mundo, que llega a reunir más de 3 millones de participantes, la Avenida Paulista,
en São Paulo, es el mismo que
concentra el mayor número
de ataques homofóbicos de la
ciudad.
Y aquí tocamos un punto
neurálgico: no es coincidencia que la población carcelaria
brasileña, cerca de 550 mil personas, esté formada primordialmente por jóvenes entre
18 y 34 años: pobres, negros y
con poca instrucción.
El sistema de enseñanza viene siendo a lo largo de la historia uno de los mecanismos
más eficaces de manutención
del abismo entre ricos y pobres. Ocupamos los últimos
lugares en el ranking que avala el desempeño escolar en el
mundo: cerca de 9% de la población permanece analfabeta y 20% son clasificados como analfabetas funcionales
–o sea, uno de cada tres brasileños adultos no tiene capacidad de leer e interpretar los
textos más simples.
La perpetuación de la ignorancia como instrumento de
dominación, marca registrada de la élite que permaneció
en el poder hasta hace poco,
puede ser medida. El mercado editorial brasileño mueve
anualmente alrededor de 2,2
billones de dólares, de ese total 35% representa compras
del gobierno federal destinadas a alimentar bibliotecas
públicas y escolares. Sin embargo, continuamos leyendo
poco, en promedio menos de
cuatro títulos por año, y en el
país entero hay solamente una
librería por cada 63 mil habitantes, aún así, concentradas
en las capitales y en las grandes ciudades del interior.
Pero hemos avanzado.
La mayor victoria de mi generación fue el restablecimiento
de la democracia –son 28 años
ininterrumpidos, poco, es verdad, pero se trata del período
más extenso de vigencia del
estado de derecho en toda la
historia de Brasil. Con la estabilidad política y económica, venimos acumulando conquistas sociales desde el fin de
la dictadura militar, siendo la
más significativa, sin duda alguna, la expresiva disminución
de la miseria: un número impresionante de 42 millones de
personas ascendieron socialmente en la última década. Innegable, aún, la importancia
de la implementación de mecanismos de transferencia de
renta, como las becas-familia,
o de inclusión, como las cuotas raciales para ingreso en las
universidades públicas.
Infelizmente, muy a pesar de
todos los esfuerzos, es inmenso el peso de nuestro legado
de 500 años de transgresiones.
Continuamos siendo un país
donde vivienda, educación,
salud, cultura y recreación no
son derechos de todos, pero
sí privilegios de algunos. En el
que la facultad de ir y venir, en
cualquier tiempo y a cualquier
hora, no puede ser ejercida,
porque faltan condiciones de
seguridad pública. En el que
incluso la necesidad de trabajar, a cambio de un salario mínimo equivalente a cerca de
300 dólares mensuales, se topa con dificultades elementales como la falta de transporte adecuado. En el que el
respeto al medio ambiente es
inexistente. En el que todos
nos acostumbramos a burlar
las leyes.
Nosotros somos un país
paradójico
Ahora Brasil surge como una
región exótica, de playas paradisíacas, floresta edénica, carnaval, capoeira y fútbol; pero
también como un lugar execrable, de violencia urbana, de
prostitución infantil, de irrespeto a los derechos humanos
y desdén por la naturaleza.
Ahora es festejado como uno
de los países mejor preparados
para ocupar un lugar protagónico en el mundo –con diversos recursos naturales, agri-
cultura, ganadería e industria
diversificadas, con enorme
potencial de crecimiento de
producción y consumo–, pero
también destinado a un eterno
papel accesorio, de proveedor
de materia prima y productos
fabricados con mano de obra
barata, por falta de competencia para administrar su propia
riqueza.
Ahora, somos la séptima economía del planeta. Y permanecemos en tercer lugar entre los
más desiguales de todos.
Vuelvo, entonces, a la pregunta inicial: ¿qué significa
habitar esa región situada en
la periferia del mundo, escribir en portugués para lectores
casi inexistentes, luchar, en fin,
todos los días, para construir,
en medio de adversidades, un
sentido para la vida?
Yo creo, tal vez hasta ingenuamente, en el papel transformador de la literatura. Hijo
de una lavandera analfabeta y
un vendedor de cotufas semianalfabeto, yo mismo vendedor
de cotufas, cajero de bar, vendedor de mercería, operario
textil, obrero mecánico, gerente de lonchería, mi destino
fue modificado por el contacto, aunque fortuito, con los libros. Y si la lectura de un libro
puede alterar el rumbo de la
vida de una persona, y estando la sociedad compuesta por
personas, entonces la literatura puede cambiar la sociedad. En nuestros tiempos, de
exacerbado apego al narcisismo y extremado culto al individualismo, aquello que nos es
extraño, y que por eso nos debería despertar la fascinación
por el reconocimiento mutuo,
más que nunca ha sido visto
como lo que nos amenaza. Damos la espalda al otro –sea el
inmigrante, el pobre, el negro,
el indígena, la mujer, el homosexual– como tentativa de
preservarnos, olvidando que
así implosionamos nuestra
propia condición de existencia. Sucumbimos a la soledad
y al egoísmo y nos negamos a
nosotros mismos. Para contraponerme a eso escribo: quiero
afectar al lector, modificarlo,
para transformar el mundo. Se
trata de una utopía, lo sé, pero
me alimento de utopías. Porque pienso que el destino final
de todo ser humano debería
ser únicamente ese, el de alcanzar la felicidad en la Tierra.
Aquí y ahora.s
8 de octubre de 2013
Traducción: Edmundo Ramos
Fonseca / Diajanida Hernández