La isla del_capitan_glutamato-los_viajes_de_ivan_y_guagua
1. b
i
e
La Isla delLa Isla del
Capitán GlutamatoCapitán Glutamato
e
Los viajes deLos viajes de
Iván y GuaguaIván y Guagua
Historias de Celiacos
Antonio Hernández Espinal
Fernanda Nuñez Nuñez
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3. Un entorno de desconocimiento, provoca inseguridad. Esta
inseguridad para un celiaco significa ser mucho más frágil, es más,
provoca un perjuicio grave para su salud.
Partiendo de este axioma sencillo y a su vez cotidianamente real,
ASPROCESE adquirió el compromiso necesario para aportar una
de las posibles soluciones; la transformación del entorno en base a
una precisa y necesaria formación del mismo.
Por ello, dentro del programa de acciones determinadas a este fin,
la Asociación determinó que el ámbito escolar del celiaco era una de
las principales dianas donde acudir con el objetivo de transformar
el entorno del alumno celiaco, ofreciendo una alternativa sencilla y
pedagógica a través de la divulgación de esta enfermedad, capaz de
posibilitar una mejor concienciación en el ámbito docente.
Para llevar a cabo esta acción convocamos el primer concurso de
cuentos sobre la Enfermedad Celiaca en 2009. Fue todo un reto,
tanto para la organización como para los participantes, pero ese reto
hoy lo podemos transformar en una realidad, realidad que
deseamos recorra el mundo de los sentidos potenciando la
solidaridad e involucrando a todos para que el celiaco pueda
adquirir una calidad de vida igual a la de cualquier alumno.
En Octubre de 2009 en nuestra Jornada de Convivencia se celebró
la entrega de premios. Rodeados de niños celiacos sentimos
renovada nuestra ilusión de que podemos conseguir un mundo
mejor para ellos.
Fue este segundo axioma, el que desencadena y da como fruto esta
publicación, publicación de cariño y afecto que espera y desea tu
colaboración vital, con ella un niño celiaco podrá adquirir
consciencia de su condición, arropo y seguridad en tu ayuda.
Disfruta, siente y vive con estos relatos, si lo consigues descubrirás
como ayudar.
PRÓLOGO
ASPROCESE 2010
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6. Texto e ilustraciones del Capitán Glutamato:
Antonio Hernández Espinal
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LA ISLA DEL CAPITÁN GLUTAMATO
Coral tenía cinco años y medio y le encantaba jugar a
las princesas con su hermana pequeña, ir de acampada
y el color rosa.
Aquel día la clase de Coral había decidido ir de excur-
sión a la playa y, aunque hacía un poco de frío para ba-
ñarse, a Coral le encantaba jugar en la arena y
revocarse por ella. Le gustaba tanto que no podía enten-
der que a su mamá le molestara que ella lo hiciera.
Aquella mañana se lo había pasado de fábula y, por
fin, llegó la hora de comer. La profesora, la Señorita
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Marta, empezó a sacar unas bolsitas con un bocadillo de
jamón y una manzana, que fue repartiendo entre todos
los niños.
Coral estaba acostumbrada a que la dejaran para el
final. Era celiaca y no podía comer la misma comida
que los demás niños. Ella no podía comer gluten. Nunca
había tenido demasiado claro lo que era eso del gluten,
ni si sabía a fruta o a pescado. Lo que sí sabía es que
había muchísimas cosas que tenían gluten, y que si las
comía le dolía mucho, mucho, la barriga.
― “Coral, lo siento, pero esta no es tu bolsa de picnic.
¿Alguien ha cogido la bolsa de Coral?”
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Al fondo, Guillermo, que tenía la misma edad, pero que
tenía el cuerpo de un niño de siete años se levantó y dijo
con desprecio:
― “Yo no sé si lo que me han dado es la Comida de
Coral, pero la mía no era, porque el pan sabía raro”
― “¿Y dónde está, para que Coral pueda comer?”
―”No me gustaba y lo tiré a la basura”
―”Pero entonces ¿yo qué como? ― dijo Coral indignada
y a punto de llorar.
―”Coral tú puedes comer jamón. Si quieres te doy un
poco del mío” ―dijo Claudia intentando ayudar a su
amiga.
―”Pero es que yo tampoco puedo comer las cosas que
han estado dentro del pan” ―respondió Coral entre so-
llozo.
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―”Coral, hija, lo siento. ¡Guille, estás castigado!” ―dijo
la Señorita Marta.
Guillermo protestó airadamente y miró con enfado a
Coral, que se apartó del grupo y se puso a llorar sin-
tiéndose desgraciada.
¿Por qué no podía ser ella como todo el mundo? ¿Por
qué no podía comer de todo como sus amigos, sin que
se rieran de ella?
Coral estaba sentada y triste mirando al mar, cuando
algo llamó su atención. Se enjugó los ojos con la manga
del chaleco y pudo ver una forma triangular que, a
enorme velocidad, se dirigía hacia ella.
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Se trataba, sin duda, de la vela de un barco. Sí, seguro
que era eso. Parecía un pequeño velero y, según se fue
acercando, fue distinguiendo que, sobre la parte delan-
tera ―eso que llaman proa― iba de pie un hombre.
Vestía con una camisa blanca,
con unas mangas enormes,
sobre la que llevaba un
chaleco negro. Unos pan-
talones de tela marrón
se metían por debajo
de dos enormes
botas de piel. Sobre
su cabeza, lucía un
sombrero negro, como
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los que había visto en los cuentos de piratas.
Sí, eso era. Sin duda se trataba de un pirata. A lo mejor
era un pirata malo como el Capitán Garfio y le iba a
querer hacer daño. Sin embargo, Coral estaba tranquila,
según se fue acercando ese hombre misterioso de pie
sobre la proa de su barco, pudo constatar que no sentía
miedo. Ya estaba suficientemente cerca para ver que,
pese a todo, tenía cara de “buena persona” y, además
sobre su hombro se había posado un lorito rojo, muy chi-
quitín, que parecía estar siempre riéndose.
Por fin, a una velocidad que Coral no creía que pudiera
alcanzar ningún barco, aquel velero llegó hasta la orilla,
justo donde ella se encontraba.
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―”Hola Coral”
¿Cómo sabe mi nombre?
―”Hola Coral, he venido a recogerte y que te vengas con nos-
otros“
―“Pero es que mis papás me han prohibido que hable
con extraños, y tú eres un extraño.” ― contestó Coral.
―”Pero yo no soy ningún extraño. Tú has soñado muchas
noches que te venías conmigo a mi isla. ¿Lo recuerdas?”
Todo esto era muy extraño. Pero Coral, de alguna ma-
nera, sabía que lo que decía aquel simpático pirata era
verdad.
―”Glutamato. Tú eres el Capitán Glutamato. Y tu loro
se llama Isidoro”
―”Veo que ya empiezas a recordar. Hoy tus sueños, por
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fin, se van a hacer realidad, siempre que tú quieras. Isi-
doro y yo hemos venido a llevarte a la Isla Tortuga,
donde los niños que están tristes encuentran la felici-
dad.”
Coral aquel día se sentía muy desgraciada y confiaba en
el Capitán Glutamato porque hacía mucho tiempo que
vivía un sinfín de aventuras con él en sus sueños. En
aquel momento supo que quería irse con él a la Isla Tor-
tuga.
Coral iba asomada a la cubierta del velero del Capitán
Glutamato cuando por fin, a lo lejos divisó unas palme-
ras que estaban en la orilla de una preciosa isla de are-
nas blancas sobre un mar de aguas cristalinas.
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15. Cuando estaban llegando a la orilla, un grupo de
almejas simpaticonas les saludaron al pasar:
―”Hola Capitán, por fin has traído a
Coral. Los monos han preparado
una fiesta de bienve-
nida.”
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Coral estaba muy sor-
prendida de ver hablar
a las almejas aunque,
un poco después
cuando les saluda-
ron al pasar los
mejillones, los ca-
ballitos de mar y
una tortuga con pinta de tener más de cien años, em-
pezó a acostumbrarse y casi comenzó a verlo como algo
normal.
El Capitán Glutamato saltó a la arena y le tendió la
mano para que ella saltara también, sin mojarse los
pies.
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―”Ahora, Coral, vamos a ir a esa gran fiesta que los
habitantes de la Isla te han preparado”
―”Pero es que yo no puedo comer nada que no me den
mi familia o mis profesores”
―”En esta isla, todo, absolutamente todo se puede
comer.
Desde los manjares más sofisticados, hasta los frutos
más sencillos están preparados para que los pueda
comer cualquier persona. Lo mejor de la Isla Tortuga es
que aquí nadie se siente nunca mal por no poder comer
de todo. En la Isla Tortuga nada engorda, si eres celiaco
nada tiene gluten, si no puedes tomar huevo, nada de lo
que comas tendrá huevo y si eres alérgico a algo, po-
drás comer de todo sin miedo a ponerte enfermo. Y
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además los caramelos no te pican los dientes.
“La Isla Tortuga es muy buena anfitriona y no tolera que
nadie se sienta mal mientras esté de visita en ella.
“Y lo mejor es que todo tiene un aspecto
y un sabor excepcionales. Nunca habrás
probado nada mejor.”
Coral se acercó hacia donde le te-
nían preparada la fiesta. Los mone-
tes eran unos camareros fantásticos.
Coral comió de todo y todo estaba
buenísimo. Había jamón serrano y tarta
de chocolate.
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Y además, si los mezclabas, el sabor era todavía mejor.
Coral se atiborró de helado y comió caramelos y gomi-
nolas y, sin embargo, no estaba nada llena, ni le dolía
la barriga.
Cuando, simplemente, no quiso seguir comiendo más, es-
tuvo el resto de la tarde jugando con los animalillos de
la isla. Al anochecer, se echó a dormir sobre unas hojas
de palmera. La Isla Tortuga era un verdadero paraíso e,
incluso, la temperatura era ideal. No hacía ni frío, ni
calor.
Pasaron los días y Coral seguía comiendo de todo y ju-
gando con los animales, hasta que un día se dio cuenta
de que le faltaba algo.
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Sabía lo que era. En la Isla lo pasaba bien y los anima-
les estaban siempre pendientes de ella. El Capitán Glu-
tamato siempre estaba preocupado de que no le faltara
nada y le contaba una de sus aventuras cada noche. Y
ella disfrutaba con aquellas historias de pulpos gigan-
tes, o con cada una de las historias en las que Isidoro
se metía en un lío por tener el pico demasiado largo.
El día que Coral se dio cuenta de que no era feliz, fue
a hablar con el Capitán Glutamato, que estaba sentado
en una mecedora que él mismo se había fabricado con
madera de palmeras, mirando hacia la puesta de sol.
―”Capitán, estoy un poco triste”
―”¿Te falta algo? ¿es que los animales no se han por-
tado bien contigo? ¿hay algo que quieras comer y que
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no hayas encontrado en la isla? Te aseguro que, sea lo
que sea, te lo podemos traer.
―”No, no es eso”
―”Entonces, ya lo sé. Seguro que Isidoro te ha dicho al-
guna impertinencia”
―”Pero hombre, eso como va a ser ―contestó el loro
Isidoro que seguía la escena desde muy ceca― ¡Qué
bueno es que haya loros delante para que les echen la
culpa de todo!”
―”No, que va, si con Isidoro me lo paso genial. No es eso. Es
que echo de menos a mis amigos, y sobre todo a mi papá, a
mi mamá y a mi hermanita Sofía. Y seguro que ellos me echan
mucho de menos a mí.
“Glutamato, tú me prometiste que aquí en la Isla iba a
ser feliz, pero la verdad es que no lo soy.”
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―”No, Coral, yo no te prometí que ibas a ser feliz. Te
prometí que ibas a encontrar la felicidad, y así ha sido.
Tú creías que no eras feliz porque no podías comer las
mismas cosas que tus amigos, pero ahora te has dado
cuenta de que para ser feliz lo único que necesitas es
estar rodeada de la gente que te quiere. Si quieres ser
feliz, lo que no tienes que hacer es pensar en las cosas
malas que te pasan, que son pocas, sino pensar en las
muchas cosas buenas que te están pasando y que no dis-
frutas porque estás triste.
“Coral, yo te prometí que encontrarías la felicidad y
he cumplido mi palabra. Ahora sabes que la felicidad
está junto a los tuyos. Mañana al amanecer partiremos
de vuelta a casa.”
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A la mañana siguiente, poco después del amanecer, el
Capitán Glutamato, acompañado de su fiel loro Isidoro
montaron a Coral en su veloz barco velero y navegaron,
de nuevo hacia el horizonte, de vuelta a casa de Coral.
―”Capitán, dijo Coral, me gustaría volver a veros a
todos vosotros, a Isidoro, a los animalillos de la isla, a
los caballitos de mar cantarines, a los monetes cama-
reros y, por supuesto, me gustaría poder volverte a ver
a ti.”
―”Eso, pequeña mía, no lo dudes ni por un momento.
Pero esas aventuras, ya serán otra historia.”
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FIN
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25. Los viajes de
Iván y Guagua
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26. Texto e ilustraciones de Los Viajes de Iván y Guagua:
Fernanda Nuñez Nuñez
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LOS VIAJES DE IVÁN Y GUAGUA
Iván, con sus seis años recién cumplidos, no puede evi-
tar que sus pensamientos vuelen en blancas nubes de
algodón y su imaginación le transporte a bellos y fan-
tásticos rincones donde, ingrá-
vido, flota por largos espacios
de tiempo.
―Iván, cariño, lávate las manos
antes de comer ― pidió la mamá
sin que recibiera contestación o gestos
inmediatos, que le demostrara que el niño se
había enterado.
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―Iván, ¡que vayas a lavarte las manos…, por favor! La
comida está ya lista y se va a enfriar —insistió la
mamá conociendo la facilidad del niño para ensimis-
marse con la primera mosca que pasara.
Iván no podía contestar en esos momentos. Su extraor-
dinaria imaginación lo había transportado a un mundo
de ensueños y fantasía. Se encontraba en medio de un
frondoso bosque, rodeado de pájaros de vistosos plu-
maje. Mariposas danzarinas que agitaban sus bellas alas
en forma de abanicos de filigranas. Ágiles ardillas sal-
taban entre las ramas de los árboles. Conejos, liebres y
un sin fin de animales más alegraban al niño.
Iván no estaba solo en este bosque ni en ningún otro
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lugar que su imaginación se viera a bien llevarlo. Siem-
pre le acompañaba su amigo inseparable, al que no
abandonaba en sus juegos imaginarios ni a la hora de
dormir.
Ese amigo es Guagua, un pequeño peluche de color café, y ma-
rrón el extremo de sus patas y orejas, deslucido por el uso y
recosido una y mil veces. Su cuerpo es blando y con pelito.
Iván lo eligió entre un montón de peluches expuestos en una
tienda. Su mamá le dijo:
― Coge uno…, el que quieras.
Iván pasó su mirada por todos y cada uno de ellos y se de-
tuvo frente al que sería su amigo incondicional. Lo tomó en
sus brazos y, allí mismo, empezó su complicidad.
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―Iván, ¿quieres ir a lavarte las manos de una vez…?
¡Este niño no se entera de nada! No sé en qué estará
pensando —manifestó mamá un tanto enfadada ante el
ensimismamiento del chiquillo.
Iván sintió, a lo lejos, rebotando entre los árboles, la voz
de su madre pero, pensando que era parte del juego, no
hizo el menor caso.
De pronto se vio transportado por la mano de su mamá
que lo agarraba con fuerza del brazo y le conducía al
baño. Allí abandonó su juego fantástico para volver a la
realidad, “comer”.
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La comida era algo que no llevaba muy bien, que odiaba
en cierta manera, por muchas razones:
Le hacían sentarse a la mesa sin poner los pies encima
de la silla.
No se podía levantar hasta no haber terminado. Tenía
que comer sin derramar la comida ni manchar a su al-
rededor. Y, sobre todo, comer alimentos que, la mayoría,
no le agradaban.
Por la noche, cuando la luz se apagaba en su habitación
y su mamá le invitaba al descanso tras darle un beso y
un fuerte abrazo, Iván achuchaba a Guagua, se liaba en
la sábana y empezaban las confidencias.
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―Hola Guagua. ¿Estás muy cansado? ¿Quieres dormir
ya, o prefieres que hablemos un ratito…? ―preguntó el
niño.
―Podríamos jugar a subir alto, muy alto, con las estre-
llas y la luna que adornan el cielo. ¿Qué te parece…?
―preguntó a su vez Guagua.
―Sí, vamos un ratito…, hasta que nos quedemos dormi-
dos —manifestó Iván entusiasmado.
Al instante, los dos comenzaron a subir flotando hasta salir por
la ventana. Remontando los tejados de las casas, siguieron ele-
vándose. Ya veían las luces del alumbrado como pequeños pun-
tos luminosos allá abajo. Las casas, árboles y coches parecían
juguetes. De pronto, una nube les cortó el paso y, de forma au-
toritaria, preguntó:
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―¿Se puede saber hacia donde vais…? ¿No pensaréis seguir
subiendo y subiendo sin contar conmigo…?
―No, sólo queríamos jugar un poco antes de dormir. No es
nada malo ―contestó Iván.
―¡Ah…,bueno!Parecéisbuenoschicosyhoymesientogenerosa.Mon-
tad en mi lomo que os meceré con el viento y podréis contemplar
el bello espectáculo de la noche.
Iván y su amigo Guagua, acomodados en la esponjosa y
suave nube, se dejaron llevar. Vieron las estrellas, más
hermosas que desde abajo, que les hacían simpáticos
guiños. La luna con su fantástico resplandor y un gra-
cioso movimiento, los guió con su luz durante todo el re-
corrido.
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Tan a gusto se encontraban, que se quedaron profunda-
mente dormidos hasta por la mañana que aparecieron
atravesados en la cama. Un rayito de sol, al colarse por
un agujero de la persiana, les anunció que debían de le-
vantarse para comenzar un nuevo día.
Una noche, Iván se acostó muy pensativo y, aunque
abrazó a Guagua, apenas si le prestó atención.
―¿Qué te ocurre amigo…? Te noto triste. ¿No tienes
ganas de viajar antes de dormir? ―preguntó Guagua.
―No, esta noche no me apetece ―contestó el niño.
―¿Cómo es eso…? ―insistía extrañado el despeluchado
perro.
―No sé. Pero a ti te cuento todo lo que me ocurre…
Mira, como ya sabes, me duele muchas veces la tripa,
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hago mucha caca y estoy muy canijo, como dice mi
abuela Nanda. Me llevaron al médico y me mandó hacer
pruebas para ver qué me pasaba.
Hoy el doctor le ha dicho a papá y mamá que soy celíaco
y ellos se han quedado muy serios. Han estado mucho
tiempo hablando cosas que yo no entendía.
Cuando hemos llegado a casa, mamá me ha explicado
que no puedo comer nada que contenga gluten, que es
algo que tiene el trigo y la cebada. Tú que eres tan
listo, ¿sabes algo más sobre este asunto? ―preguntó el
niño.
―Sí, algo sabré. Algunos peluches somos muy listos.
Mira, ya se hablaba de las personas celíacas hace bas-
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tante tiempo, pero hasta hace bien poco no se le ha
dado la importancia que debiera. Aún hay mucho que
conseguir.
El gluten es una proteína presente en el trigo, la cebada,
el centeno, otros no tan conocidos y, posiblemente la
avena. Todos ellos son cereales y con su harina, tras mo-
lerlos, se hacen: galletas, pastas, tartas, pasteles y mu-
chas cosas más.
Los alimentos que comemos se van reduciendo en par-
tículas pequeñísimas para que puedan ser absorbidas y
pasar a la sangre. Esta absorción tiene lugar en el in-
testino delgado y para que sea posible es necesaria la
existencia de vellosidades que podríamos comparar con
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raíces microscópicas, o sea muy pequeñas que cubren
las paredes del intestino.
La absorción es parecida a la que realizan las raíces de
los árboles. Es esencial la longitud de estas raíces para
que la absorción sea mayor. Cuando la longitud de esa
vellosidad se acorta, la absorción se reduce y el niño no
se nutre como debiera.
Esto es lo que sucede con los celíacos que sufren de un
acortamiento de esa vellosidad. Con el gluten se produce
en el intestino una reacción inflamatoria que causa
aplanamiento de las vellosidades que cubren el intestino
y dificulta la absorción.
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Si comes alimentos que no tengan gluten tu intestino es-
tará bien, no te dolerá la tripa y te pondrás más lle-
nito.
No te preocupes que podrás comer chuches, tartas, pas-
teles, todos sin gluten. Cuando vayas a la compra con
mamá verás como en muchos productos aparece un cir-
culito indicando que no tiene gluten. Tienes que enten-
der que tú has nacido así, es como tu forma de ser, pero
ello no te hace diferente a otros niños ni tienes que
avergonzarte de ello.
―Bueno, aclárame, ¿puedo comer chuches…?―preguntó
Iván vivamente interesado.
―Claro que puedes comer chuches, ya te lo he dicho,
pero las que te digan papá y mamá que ellos saben si
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llevan gluten o no ―contestó Guagua—. ¿Te has enterado
de algo…?
―Sí, creo que sí. Dices que tengo unas raicillas en la
tripa que son necesarias para que los alimentos me
hagan crecer y que si como alimentos con gluten esos
pelillos se hacen más pequeños y no crezco lo mismo,
me dolerá la tripa… El gluten en mi tripa es como una
apisonadora que aplasta mis raicillas.
―Bien, te has enterado. Eres un chico listo. Y ahora,
¿qué te parece si hacemos un viajecito antes de dormir?
Podríamos montar en tren… ¿Quieres…? ¿Estás dis-
puesto…? ―propuso Guagua.
―Sí, y veremos un castillo grande con torreones y al-
menas. El tren podría volar… ¿Vale? ―dijo Iván recu-
perando el entusiasmo de siempre.
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Los dos, abrazados, emprendieron el viaje conduciendo
una locomotora que echaba humo por la chimenea y ti-
raba de un montón de vagones de colores. Salieron por
laventanaycruzaronelcielocuajadodeestrellasqueleiluminabanel
camino.
Y, conduciendo, conduciendo, en rectas y pronunciadas
curvas, llegaron hasta las mismas almenas de un pre-
cioso castillo que se balanceaba en el aire como sujeto
por invisibles hilos. No pudieron ver a nadie porque
todo el mundo estaba dormido. Después de dar varias
vueltas alrededor del castillo, pusieron rumbo a casa
para dormir y descansar como Dios manda.
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Y esta es la historia de los viajes de Iván que es un niño
cariñoso, muy inquieto y con un corazón como una mon-
taña de grande. Vive en Bormujos, pegadito a Sevilla
con sus padres y su hermana Marina.
Todas las noches, antes de dormir, sigue haciendo sus
fantásticos viajes, recorriendo los lugares más insospe-
chados en compañía de su amigo Guagua y lo pasan de
rechupete.
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FIN
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47. Gracias al Capitán Glutamato y a Guagua, gracias a Coral y a Iván, los celiacos podremos des-
cubrir la certeza de que un mundo mejor nos espera.
Estos cuentos no dejan de ser el deseo que niños y mayores tienen para que nuestros sueños
se conviertan en una realidad social donde integrarnos con las máximas garantías de calidad
de vida.
Sólo hay un débil hilo entre la fantasía y la realidad, EL COMPROMISO.
“… Tienes que entender que tú has nacido así, es como tu forma de ser, pero ello no te hace
diferente a otros niños, ni tienes que avergonzarte de ello….” – Guagua -.
“… yo te prometí que encontrarías la felicidad y he cumplido mi palabra. Ahora sabes que la
felicidad está junto a los tuyos….”. – El Capitán Glutamato -.
Estas son las dos principales ideas que dan forma a nuestro objetivo en esta publicación; la
integración del celiaco en cualquier ámbito, escolar, laboral, o social, y la confianza en que el
entorno afectivo y familiar - debidamente formado -, hoy por hoy es principal escudo de
nuestra defensa.
Con tu ayuda en el fomento y divulgación de esta realidad, nuestros sueños, que son nues-
tros derechos, integrarán al celiaco en la sociedad de forma ecuánime y humana.
ASPROCESE ABRIL 2010
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