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Manifiestode alejandrorath
1. Manifiesto, de Alejandro Rath, o la revolución del arte sobre el
plasma
León Trotsky y André Breton debaten sobre arte y política para
escribir el Manifiesto. Más de 80 años después, el director
Alejandro Rath (¿Quién mató a Mariano Ferreyra? y Alicia)
reconstruye ese diálogo en un film donde el hacer artístico es
un acto cooperativo, lúdico y experimental que, sin pasar por
salas, se estrena en la pantalla digital. El encuentro de dos
personajes históricos, que nos interpelan en plena era
pandémica, tiene tanto de ficción, como de documental o de
sueños. Una película rara que reivindica la libertad del pensar.
Por Flavia Mertehikian
“Alejandro Rath me invitó a participar en su nuevo proyecto.
Acepté la propuesta. Es sobre el encuentro histórico en el que
León Trotsky y André Breton redactaron el Manifiesto por un
Arte Revolucionario Independiente…”, una bitácora sobre placa
negra, como en el cine mudo, nos pone en situación. Continúa
la descripción de un viaje en auto a la costa, con la perra Maya
y un presupuesto “casi minúsculo” para llegar a una casa
moderna y luminosa en el medio de un bosque cerca del mar.
En ese escenario aparecen dos actores que memorizan sus
líneas “largas y complejas” para interpretar al revolucionario y
al padre del surrealismo: Pompeyo Audivert es Trotsky, Iván
Moschner es Breton.
Muy lejos del México de 1938, donde el artista francés y el líder
ruso se citaron para redactar sus ideas sobre la necesidad de
un régimen anarquista para el arte ante un mundo amenazado
por el fascismo en Europa y la perversión del socialismo de
Stalin, Moschner memoriza con cierta dificultad su parlamento:
“Se trata de establecer un hilo conductor entre los mundos
demasiado disociados de la vigilia y el sueño…”
Los árboles y los pájaros son testigos de la metamorfosis de
los artistas. Maya duerme, mientras Audivert fuma su pipa y
2. repasa en diferentes registros: “Camarada Breton, el interés
que usted le otorga al fenómeno del azar objetivo, no me
parece claro”…
Y entonces el surrealista presionado por la encomiable tarea
que le encarga el bolchevique se pierde en el primer sueño. La
pianista Adriana de Los Santos se cuela en ese viaje onírico
plagado de imágenes poéticas. Al despertar, el actor escribe en
su diario que su texto es “demasiado complicado” y que le
tendrían que haber avisado que “no hay internet”, además, no
durmió bien.
La discusión por una posible “incompatibilidad entre Freud y
Marx” transcurre en la cocina cuando los actores ya totalmente
poseídos por los personajes preparan la comida.
En medio del bosque, Audivert es el artesano que, sobre una
ordenada mesa de herramientas, da vida a una marioneta que
como Trotsky es capaz de imaginar “una sociedad que esté
liberada de la esclavizante preocupación de tener que
conseguir el pan de cada día… en la que todos los niños serán
alegres, gozarán de buena salud y estarán bien alimentados y
absorberán los elementos de las ciencias y las artes como si
de la luz del sol se tratase…”
Dentro de la casa, Moschner repite incansablemente su texto
hasta que vuelve a caer en el sueño junto al fuego de la estufa.
Una fábrica solitaria en la que el cineasta César González es el
obrero increpado por un patrón invisible, pero omnipresente.
El amor de Trotsky hacia los animales es sospechoso para
Breton. “Los perros son casi humanos”, sentencia el político
exiliado en una escena que hace alusión a la novela de
Leonardo Padura. Enseguida empieza el entusiasta periplo de
Maya en busca de sus pares para transmitirles sus ideas de
construir una sociedad de iguales. Una preciosa secuencia de
planos desde un dron, entre laberintos simétricos, con una voz
over femenina francófona que nos contará que la perra de
Trotsky no tuvo suerte con “camaradas que consideraban
natural la relación con su patrón”. Aunque con los perros sin
dueño tampoco le fue mejor, “más preocupados por conseguir
3. el alimento que un lugar en la pirámide social”. Cesa la melodía
de un videojuegos.
Breton despierta en otro sueño, esta vez esquivando bombas
en una trinchera donde sostiene que “nuestro planeta se está
convirtiendo en un asqueroso y maloliente cuartel imperialista”.
La poeta María Negro confiesa que está dispuesta a luchar,
pero no tiene buena puntería y ofrece ayudar a la causa con la
palabra escrita.
Moschner se pregunta si Breton habrá sentido el mismo agobio
que él mismo está sintiendo, después de asegurar en su diario
que no entiende la película.
Dentro de una iglesia con un cura de rodillas frente a un altar,
la escritora Gabriela Cabezón Cámara recrea La Virgen
Cabeza: “Mi amor, va a haber guerra en medio mundo,
escúchame bien”… y Moshner ya no sabe si es él o Breton el
que sueña.
_ La actividad durante la vigilia, depende al menos
parcialmente, de la actividad onírica anterior.
_ Todo lo contrario, se trata de establecer un hilo conductor
entre los mundos demasiado disociados de la vigilia y el sueño,
de la realidad exterior y la interior, de la razón y la locura, de la
calma del conocimiento y del amor, de la vida por la vida
misma y la revolución…
Entre los árboles, las máscaras recitan como mantras las
líneas que los actores ensayaban en los primeros minutos de
un film con una fotografía exquisita y un género difícil de
catalogar.
El desenlace llega con la materialización del primer manuscrito
del manifiesto. “Total independencia del arte, salvo cuando está
contra la revolución”, es el párrafo que Breton escribe y que
elimina Trotsky, lejos de lo que se podría imaginar y en una
revelación que mueve a investigar más sobre el apasionante
encuentro de los pensadores.
Contemplando el atardecer frente al mar, Maya concluye que
“la vida es hermosa”, mientras ve alejarse a los dos humanos.
La placa final da fe de un trabajo coherente con un tema que
4. pone de relieve la necesaria independencia y libertad para la
creación artística: “Esta película fue realizada con un método
de escritura y creación que atravesó el rodaje y el montaje,
procesos que a su vez se fueron solapando. Fuimos viajando
desde el mundo de las ideas a la pluma, del rodaje a la sala de
edición de manera aleatoria y permanente hasta no saber
dónde empezó qué cosa. En ese sentido, si bien existieron
roles determinados la totalidad de los y las participantes tienen
parte en la autoría de la obra que a su vez no puede ser
adjudicada de manera individual a nadie”.