1. Rosana Conejo Balbontín refleja luz en sus ojos, en su
cuerpo y en sus actos. Aspira a llenar de luz cualquier
momento de su vida -sin reloj del tiempo, dice ella- para
que esa Luz trascienda a sus sensaciones, a los paisajes
y, ahora, a las imágenes sensoriales que rebosan sus
poemas cuando expresa sus gozos al atrapar la estela del
blanco, azul, rosa, amarillo o morado. Paleta de colores
que los duendes ponen ante ella para que se enfrasque
en un conflicto consigo mismo y que desemboque en
captar con claridad su mirada sobre el horizonte; y que,
con el verso jugoso, consiga que su alma no se seque y
sí se deje fluir entre el azul añil y el nácar.
Su poesía es, pues, color de un mar turquesa o de una
arena malva y blanca. Pero Rosana no se queda sólo en
el juego infinito del color: lo extiende a su pensamiento.
Incluso ante el dolor y el desgarro trepa por los trazos
de su particular universo en movimiento con el fin de
liberarse. Y encuentra en el mar un poder de seducción;
y en la naturaleza, el gran libro que le muestra el camino
de la esperanza para no sucumbir ante las adversidades.
Su alma arde cuando se siente herida o cuando no
encuentra la respuesta; pero con la natural paciencia
maternal sobrevuela a los vientos que nos acechan con
versos que exhalan serenidad y humanidad.
José Luis Lobo Moriche