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“El Buen Vivir o Sumak Kawsay
en el proceso de cambio social ecuatoriano.
La Paz como componente esencial de esta alternativa”
Publicado en la Revista Caminos del Centro Memorial
Dr. Martin Luther King, La Habana, Cuba, 2012.
Por Gabriela Quezada Calderón*.
 Asambleísta Constituyente del Ecuador (2007-2008), Psicóloga,
Máster en Política y Sociales, Universidad de la Habana.
Las reflexiones sobre la construcción de una sociedad de buen vivir en
los procesos de cambio y alternativa al sistema capitalista neoliberal en nuestra
época, supone el análisis sobre la forma que toma la lucha ideológica, política,
social y el propio ejercicio del poder en tales procesos. Son, de hecho,
reflexiones necesarias para definir y unir posiciones en aras de consolidar una
respuesta efectiva capaz de detener o al menos atenuar el proceso de
decadencia que azota al mundo, proveniente, en gran medida, de la violencia
en sus múltiples dimensiones que genera la matriz capitalista imperante. Un
preliminar análisis se presenta a continuación, a partir del referente ideológico-
político planteado por el proyecto político ecuatoriano denominado Buen Vivir o
Sumak Kawsay. Desde este marco se enfatiza el componente de la paz
buscando identificar qué aspectos asociados a ésta introducen rutas de acción
para guiar el complejo tránsito hacia la utopía del socialismo del Sumak
Kawsay.
1. Cambio social: transición y reformas en dirección de un orden social
socialista.
Abordar procesos de cambio social, como el que se encuentra en curso en
Ecuador, requiere determinar la connotación que éste posee así como realizar
un acercamiento con los conceptos transición y reforma, con los que se
relaciona estrechamente.
Durante un considerable tiempo en el pensamiento social y político, primó la
visión orgánico-funcional del sistema social en que el cambio social se
evaluaba como un fenómeno indeseable. Acontecimientos ocurridos durante el
siglo XX, la revolución rusa y mexicana, entre otros, permitieron dar un giro a
aquella visión y visibilizar las luchas de confrontación con estructuras de
dominación y explotación ganando éstas gran adhesión popular. Wallerstein
identifica una referencia histórica anterior y señala que como tal la idea del
cambio ocupa una posición destacada en el devenir social a partir de la
Revolución Francesa, “lo que hizo la Revolución francesa fue desencadenar el
apoyo público e incluso el clamor por la aceptación de dos nuevas visiones
mundiales: el cambio político entendido como algo normal y no excepcional, la
soberanía atribuida al ‘pueblo’ y no a un soberano… Una vez que el pueblo se
convenció de que el cambio político era normal y que el pueblo, por principio,
era soberano, es decir, el autor del cambio político, todo lo demás fue posible
(1995, en FBDM, 2010)”.
El cambio social, entendido como aquel proceso que modifica la estructura
interna del sistema y hasta cierto punto su identidad y sentido de su misión
política (Arnoletto, 2010), se encuentra necesariamente vinculado a una etapa
de transición cuya conceptualización, como es apreciable desde el campo de la
teoría social y política, es diversa. Conocemos que para la tradición marxista el
período de transición es aquella etapa situada entre la sociedad capitalista y la
sociedad comunista y, en términos generales, corresponde a aquel proceso a
través del cual un modo de producción va alejándose de la forma antigua para
adquirir las propiedades de la que se está gestando. Durante la segunda mitad
del siglo XX, cuando la transición estaba claramente identificada con una
dirección hacia el socialismo en la experiencia soviética, se llegó a concebir
una “teoría de la transición” como una receta científica que establecía con
rango de obligación las condiciones que debería cumplir la revolución que
había alcanzado el poder del Estado para construir esa sociedad anhelada.
Estos contenidos fueron publicados por la URSS en 1954 en la obra Manual de
Economía Política (Acanda, 2008). En el continente latinoamericano, con
posterioridad, la instauración de una serie de medidas por parte del
imperialismo norteamericano a fin de derrotar “la amenaza del comunismo”,
modificará de manera particular la concepción sobre la transición. Los
regímenes de corte dictatoriales militares basados en doctrina de la “seguridad
nacional” que se impusieron en varias naciones en las últimas décadas de siglo
XX permitieron desplegar la “teoría de la transición a la democracia”. El cambio
político, entonces, se entiende como el retorno a un gobierno no dictatorial. Lo
que antes era una visión crítica y enfrentada a las formas políticas del
capitalismo en cualquiera de sus formas, ahora se reducía a una crítica parcial
a las formas dictatoriales de ejercicio del poder… el llamado a los proyectos
anti-capitalistas y democráticos ya no es un referente. Tampoco lo es
mayoritariamente la crítica a las relaciones sociales de explotación (Roitman,
2000).
Como resultado de esta asignación de contenido, el término fue despreciado
por sectores de izquierda, pero en tiempos actuales donde se encuentran en
desarrollo procesos de cambios sociales con orientación socialista, como los
registrados en Latinoamérica, el concepto de transición recupera su relevancia.
Lo fundamental del proceso de transición es entender la coexistencia y lucha
entre las viejas y las nuevas formas de relaciones sociales en un escenario
donde los nuevos patrones alcanzan un papel determinante. El sentido social y
político condiciona su significado al efecto de realizar transformaciones de
orden cualitativo para la sociedad, orientándose ese período transicional no
sólo en diferencia del modo económico y social existente sino con definición
hacia una forma social superior a la capitalista (Acanda, 2008). ¿Esa
superación contiene una dirección hacia el socialismo o el comunismo? Indica
el autor, que la respuesta no es siquiera uniforme en la literatura marxista, no
obstante, es identificable en los fundadores del marxismo que el socialismo
corresponde a la etapa relativamente prolongada de transición hacia el modo
de producción comunista, etapa en que se dan una serie de cambios y
transformaciones hacia las nuevas relaciones sociales. Es, en efecto, una
etapa de conflictos y luchas cuya clave es, justamente, potenciar los espacios
de existencia de éstos y las contradicciones para el desarrollo de la nueva
sociedad.
Una aproximación a nuestra región y nuestro tiempo, reflejan que la Revolución
Cubana así como el triunfo de la Unidad Popular en Chile marcan
concepciones distintas sobre del cambio social y la transición al socialismo. El
concepto de revolución como cambio radical, en el primer caso, se acuñó en su
momento como sinónimo de la lucha armada, es decir, la transformación del
capitalismo como resultante de la vía insurreccional. Por su parte, la vía chilena
al socialismo se definió como una vía pacífica que se tradujo en una nueva
alternativa para la revolución aunque su desempeño se vio frustrado por el
golpe de estado de 1973. A continuación, la acción emprendida por el Ejercito
Zapatista de Liberación Nacional en 1994, unificó la acción insurreccional y
pacífica: al emprender la acción armada busca la realización de elecciones
libres para abrir un proceso de transición hacia el cambio democrático. De
manera tal que, “revolución (como insurrección) y reforma se tienden la mano y
confluyen en una nueva concepción para el desarrollo de la revolución en el
actual siglo XXI…Sin renunciar a la revolución, más bien redefiniéndola, las
nuevas formas de lucha incorporan una dimensión de largo plazo…la diferencia
entre la alternativa del siglo XX y del siglo XXI no estriba en el problema
conceptual, sino en la capacidad de atender a las nuevas demandas que
suponen enfrentar el proceso revolucionario de transformación social del
capitalismo” (Roitman, 2010).
Precisamente, el siglo XXI en desarrollo visibiliza la perspectiva crítica
propositiva de una alternativa al orden hegemónico. Estos procesos
emancipatorios, como el ecuatoriano, se caracterizan por desentenderse de
dogmatismos, incorporar temáticas y preocupaciones de distintas esferas no
sólo realizando modificaciones a las tesis políticas sino además sobre ámbitos
sociales y culturales, atrayéndolas hacia en un ordenamiento integrador,
renovador, que habla de lo ambiental, lo étnico, la diversidad de género y
formula otros códigos para avanzar hacia el cambio social.
Durante la década de los noventa la proliferación de luchas anti-neoliberales
protagonizadas por movimientos sociales, reflejo del fracasado “modelo”
neoliberal, permitió el surgimiento de alternativas en disputa por el poder
político para iniciar una fase de lucha por una nueva hegemonía (Sader, 2008).
Esta debilidad del neoliberalismo en la región es reconocida al punto de
diagnosticar en América latina el “principal foco de resistencia internacional al
imperialismo y al neoliberalismo” (Katz, 2006), el “escenario de quiebra relativa
del hegemonismo norteamericano” (Valdés, 2009) marcado, entre otros
elementos, por los nuevos gobiernos populares, progresistas y de izquierda.
Estos gobiernos significan la modificación del escenario geopolítico a favor de
los pueblos y para los movimientos sociales, a decir de Zibechi (2008),
comienza a cerrarse el ciclo de luchas sociales iniciado en la década de 1960
por la conformación de proyectos nacionales-populares.
Desde el punto de vista político, los procesos referidos han reanimado
discusiones en torno a la dirección del anticapitalismo pues el manifiesto
rechazo al capitalismo no expresa por sí mismo una voluntad revolucionaria.
De hecho, la dirección de esa transformación del modo económico-social, no
introduce per se un rumbo hacia el socialismo; indica Emir Sader (2007) que lo
que empieza a construirse en América Latina es un posneoliberalismo que
puede y debe ser anticapitalista aunque no necesaria ni fácilmente se configure
como socialista. Samir Amin, por su parte, emplea la denominación de
sociedad postcapitalista identificando en ésta distintas etapas de
transformación y, con carácter aún más polémico, se encuentran exposiciones,
incluso con pretensión teórica, sobre el “socialismo del siglo XXI” en América
Latina que fuera, en primera instancia, enunciado por el presidente Hugo
Chávez en el V Foro Mundial de Porto Alegre el año 2005. Lo señalado
diagnostica una realidad de álgidas controversias con el común denominador
de poner en manifiesto la existencia de una revitalización del debate acerca del
socialismo como proyecto social que, entre otras reflexiones, recupera, suprime
y reformula varios elementos de la teoría marxista, de la corriente socialista y
de la conocida experiencia de “socialismo real” y que, en todos los casos,
encuentra su génesis en la crítica al capitalismo y al neoliberalismo.
Según Harnecker (2010), el contexto ha ubicado a los gobiernos de América
Latina en la disyuntiva de aplicar medidas capitalistas para tratar de sacar a
los países adelante o de lanzarse a construir una sociedad alternativa rumbo al
socialismo, en condiciones sumamente complejas ya que en nuestros países
no sólo existe una débil presencia de condiciones económicas, materiales y
culturales sino, además, no se cuenta sino “con un partecita del Estado”. Aun
en esas circunstancias, son momentos en que desde los gobiernos han
empezado a implementarse medidas transformadoras hacia el socialismo, será
necesario, menciona, que en el tránsito pacífico se tome conciencia de la
diferencia entre la conquista del poder y al gobierno, analizando la verdadera
correlación de fuerzas existente. En las circunstancias actuales también Vilá
(2006) reconoce como fundamental que se evalúen cabalmente los escenarios
transicionales e identifiquen la importancia de las reformas [en el socialismo] en
tanto permite realizar las “modificaciones sustanciales y necesarias que, en el
orden de la acción concreta, significan corrección del proyecto social con
relación a las necesidades de la dinámica social… permite salvarse de los
inevitables errores, deformaciones y avanzar a un perfeccionamiento
ulterior…”. La autora esboza el error de significar a las reformas como una
herejía dado su supuesto condicionamiento en beneficio del capitalismo, a
cambio, sustenta a las reformas como ineludibles puentes entre lo viejo y lo
nuevo a partir de las palabras de Lenin quien refirió “No basta con ser
revolucionario y partidario del socialismo o comunista en general. (...) Es
necesario saber encontrar en cada momento peculiar el eslabón particular al
cual hay que aferrarse con todas las fuerzas para sujetar toda la cadena y
preparar sólidamente el paso al eslabón siguiente”…. “de ahí la importancia de
una apreciación certeza de qué hacemos en cada momento y por qué, así
como del grado de vinculación con las masas, no sólo para que comprendan,
sino para que se conviertan en parte activa en la elaboración del proyecto
reformador”. La clave, agrega, está en equilibrar los métodos y los objetivos
socialistas en cuya tarea lo más importante es democratizar la toma de
decisiones elevando la participación de las personas ya que sólo la democracia
expansiva conduce a una hegemonía legítima en el sentido de Gramsci. El
planteamiento de esta autora resulta de gran utilidad y pertinencia porque
permite comprender la realidad de países que han conquistado el gobierno y
cuyo desempeño permite ubicar a sus procesos en un momento de transición
encaminados por proyectos comprometidos con el socialismo con sus propias
características, como ocurre en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Así, es posible
indicar que se trata de procesos que aspiran el paso de un estadio o nivel a
otro con un carácter de cambio cualitativo de la sociedad, cuya característica
de “construcción” por medio de la vía pacífica aproxima su estrategia a la
puesta en marcha de reformas como modificación de lo que se propone,
proyecta y ejecuta (Vilá, 2006) para abrir paso a condiciones objetivas y
subjetivas que posibiliten las transformaciones. En lo específico, el proyecto
ecuatoriano, como parte de los procesos de cambios políticos, económicos y
sociales de la etapa posneoliberal que vive América Latina hace algunos años,
aporta con la nueva propuesta que está en construcción “entendiendo que el
punto estratégico hacia donde nos conduce este camino es el socialismo… En
nuestro país estamos en la etapa de consolidación de las bases de la
Revolución Ciudadana, que se desarrolla en lo político, lo económico, lo social
y lo cultural… Tal vez hoy más que nunca, la construcción del socialismo
implica debate, intercambio, redefiniciones, ruptura” (Patiño, 2010.)
2. El Buen Vivir o Sumak Kawsay: el camino del cambio social.
La actualización y vigencia del proyecto socialista se ha vuelto una demanda
palpable. En el caso ecuatoriano, es necesario referirse, directamente, a la
elaboración de la nueva carta magna realizada con amplia participación social
durante los años 2007-2008, para dar cuenta de la orientación que ha
bosquejado el país con la voluntad de gestar la nueva sociedad; orientación
que ha declarado su vocación socialista. El pacto social que surge del ejercicio
constituyente inaugura la introducción del término kichwa Sumak Kawsay como
el horizonte del cambio en el escenario político. Por primera vez, este término
originario de la cosmovisión andina indígena, toma cuerpo como principio para
el ordenamiento nacional e, inevitablemente, tiende puentes con los pueblos
del mundo en busca de un bienestar compartido, integrando, en consecuencia,
una aspiración transnacional.
Desde el kichwa, en Ecuador, se significa el SUMAK como la plenitud, lo
sublime, magnífico, hermoso(a), lindo (a) y el KAWSAY como la vida (el vivir),
la existencia dinámica, cambiante. Sumak Kawsay es, por tanto, la vida en
plenitud, la vida en armonía, la magnificencia y lo sublime, el equilibrio integral:
el Buen Vivir. La convivencia en armonía con uno mismo, con la familia y la
comunidad y con la madre tierra, la naturaleza, resume (solo en esencia) el
sentido de esta expresión donde el valor de lo comunitario y el establecimiento
de relaciones de respeto y austeridad, con respecto a la naturaleza y sus
riquezas naturales, fundamentan los ingredientes esenciales para la
comprensión de esta filosofía ancestral (Quezada, 2011).
El Sumak Kawsay, como objetivo rector de la convivencia social, va mucho
más allá del aspecto material como garante de la satisfacción, más allá del
valor de la abundancia como medida de realización. Otorga valor, en cambio, a
las relaciones sociales que contribuyen con crear ese ambiente de cuidados
mutuos para la preservación de la vida, para la consecución de la vida en paz.
“Entender lo que significa el Buen vivir implica alejarnos de la concepción de
“bienestar occidental” y recuperar la cosmovisión de los pueblos y
nacionalidades indígenas”, indica Acosta (2008).
Asumiendo la complejidad de teorizar acerca de nociones que son ajenas a la
experiencia guiada por la visión occidental, una aproximación a las
elaboraciones conceptuales acerca del Buen Vivir o Sumak Kawsay, permite
identificar ciertos elementos determinantes (Quezada, 2011):
1. La búsqueda de una convivencia pacífica y en armonía con la naturaleza,
cuya vinculación no sea de tipo extractivista depredadora.
2. La ruptura con concepciones de progreso y desarrollo ancladas en la cultura
capitalista y eurocéntrica. En ese sentido, un análisis crítico de las
implicaciones de la modernidad y la clara voluntad de transformar ciertos
patrones que le son propios (como la supremacía de la razón científica, la
ausencia del valor de uso).
3. El reconocimiento y efectividad de los derechos de “los sectores minorías”,
de grupos étnicos, de los pueblos y nacionalidades indígenas, la
interculturalidad y la plurinacionalidad1
, en miras de alcanzar una auténtica
integración social en el marco de la “igualdad en la diversidad”.
4. La idea de construirse permanentemente como resultado de un ejercicio
constante de actualización y debate.
3. La Paz en/para la consecución del Buen Vivir o Sumak Kawsay.
La principal fuente referencial para destacar a la paz y cultura de paz como
componente estructural de la concepción y consecución del Buen vivir es el
texto constitucional2
.
La Constitución se organiza en nueve títulos en los que se inscriben capítulos y
secciones en orden de subordinación. En el mandato constitucional los
contenidos en materia de paz y cultura de paz se encuentran distribuidos a
partir de su preámbulo. En el preámbulo se expresa la voluntad pacifista a la
que adhiere la consecución del proyecto político nacional, indicando:
“NOSOTRAS Y NOSOTROS, el pueblo soberano del Ecuador (…) Decidimos
construir (…) Un país democrático, comprometido con la integración
latinoamericana –sueño de Bolívar y Alfaro-, la paz y la solidaridad con todos
los pueblos de la tierra;…”, espíritu que, como es apreciable, no se limita a la
convivencia nacional sino que se extiende en el anhelo –aun inconcluso- de la
Patria Grande, la unidad regional.
1
Las luchas indígenas no siempre tuvieron una propuesta política entendida desde el punto de
vista de ejes u objetivos programáticos, sin embargo, como señalábamos en páginas
precedentes, al menos ya en el década de los noventa en Ecuador esto se modifica y se vuelve
clara la demanda por el reconocimiento de un Estado Plurinacional que dé garantía a los
derechos que los asiste como pueblos y nacionalidades y al ejercicio de su autonomía
involucrada en tal exigencia. Pero lejos nos encontramos de comprender este logro si sólo
pensamos que se trata de un eslogan que visibiliza a estas minorías para responsabilizar al
Estado por ellas y los vuelve sujetos de particulares derechos por ser pueblos y
nacionalidades, el camino es tan largo y complejo como puede ser la transformación de la
homogeneidad cultural por la interculturalidad donde la diversidad tenga vida y presencia en
todas las esferas y niveles de las sociedades.
2
Otro documento referencial es el Plan nacional para el Buen Vivir 2009-2013 en el cual se
encuentra una guía programática trazada desde múltiples aristas (objetivos y estrategias) y, en
especial, la agenda nacional de seguridad interna y externa donde se desarrolla la Política de
seguridad, de defensa, el Plan Ecuador, entre otros.
La expansión de los contenidos a lo largo del articulado del texto, permite
afirmar que:
1. Se identifica la paz como un valor de la convivencia social que, por un lado,
se demanda de las personas en tanto sujeto-ciudadano con responsabilidad
para-con su medio social (art.83.3) y, por otro, se exige del Estado, quien
asume la obligación de promoverla y garantizarla en tanto se identifica a la
cultura de paz como un derecho (art.3; 249). La paz, entonces, adquiere el
estatus de inalienable, irrenunciable, indivisible y de igual jerarquía, además, de
ser plenamente justiciable (art. 11).
2. El Estado institucionaliza esta responsabilidad asumiendo su sentido de
actor de socialización, por medio de: a) La inculcación de este valor en la
educación o instrucción formal (art.27), es decir, la paz es comprendida en
tanto principio ético y b) Su introducción como procedimiento para la
administración de justicia en base al empleo de métodos propios de la teoría de
la resolución y transformación de conflictos3
. En este sentido, se materializa la
paz –y los medios como el diálogo, la negociación, conciliación- en un conjunto
de acciones bajo la égida de la función judicial, en el marco de la construcción
del régimen del Buen Vivir (arts. 178; 189; 190).
3. Es clave en la definición originaria del Estado ecuatoriano ser territorio de
paz (art. 5) reflejando una tajante ruptura con respecto al paradigma de la
violencia y seguridad, lo cual, parece obedecer, al entendimiento de que sólo la
creación y maduración de las condiciones de paz permitirá el efectivo logro de
un país organizado en un Estado de derechos y justicia, social, democrático,
soberano, independientes, unitario, intercultural, plurinacional (…) como
declara su primer artículo.
4. Es manifiesto un firme espíritu anticolonialista y antiimperialista a lo largo del
texto, que extiende sus implicaciones al escenario internacional en cuyo
contexto establece como condición para la consecución del objetivo
estratégico, vías concretas como la integración regional, el rechazo al uso de la
violencia, el desarrollo y empleo de armas y la ocupación de territorios con
fines militares (las bases extranjeras).
3
Algunos autores destacados en resolución de conflictos son Kenneth Boulding, Johan
Galtung, John Burton (ver a Peña, 1999), en gestión de conflictos se conoce a Adam Curle,
Elise Bulding y, más recientes, en transformación de conflictos a la escuela de Investigación
para la Paz, sobre el cual destaca el trabajo de Paris (2005).
Es claro que el Sumak Kawsay no puede entenderse en distancia de la
armonía, ergo, de la paz. No puede lograrse la paz en el capitalismo, pero no
debe pensarse ésta como el resultado -sólo posible- tras la superación del
capitalismo sino, como condición y medio para alcanzar esta otra formación
social. Sin duda las condiciones reales dificultan proponer y defender la paz, en
efecto, los antecedentes de nuestra historia parecen reforzar la imposibilidad
de emplear otros medios como ejercicio de poder y como forma de lucha contra
el poder que no sean los de dominación y violencia. Conviene analizar diversas
experiencias como aporte a la compleja tarea de repensar y recrear la política
4. La opción pacífica como camino para el cambio social. El legado a la
contemporaneidad.
Existe un legado, constatable en el pensamiento de las ciencias políticas y
sociales, de la violencia como un elemento de vinculación constante con el
conflicto y la política. Constituyéndose a partir de reflexiones de Hobbes,
Maquiavelo y Max Weber, llegó a posicionarse de forma destacada la
concepción de la violencia, en palabras de Charles Tilly, como una cuestión
política y como tal táctica, parte del ejercicio ordinario del poder político
(Lorenzo, 2001). La violencia es el medio para imponer nuestra voluntad al
enemigo, el fin (Von Clausewitz, 2005). Su máxima expresión, busca obligar al
contrario a hacer nuestra voluntad. La corriente del realismo de guerra estima
que siempre hay posibilidad de un enfrentamiento bélico dada la realidad llena
de intereses antagónicos. En contrapartida, existe otra perspectiva que
discrepa, diametralmente, con la ritualización de la violencia en el ejercicio del
poder e introduce distintas formas de enfrentar los conflictos. Tras
investigaciones de Charles Tilly (Lorenzo, 2001), los teóricos del conflicto social
destacan el rol del contexto histórico y sociocultural estableciendo que la
violencia, al igual que la paz, es un fenómeno cultural, resultado de las
decisiones humanas y, por lo tanto, se puede aprender y desaprender. En todo
caso, es fundamental reconocer, la debida trascendencia de la matriz
capitalista para entender la violencia instalada en el comportamiento violento
de los seres humanos en las sociedades.
Desde otro enfoque es posible acercarnos a reflexiones que postulan que lo
que nos conduce a la violencia siempre es el fracaso en transformar
positivamente los conflictos (Fisas, 1998), ésta interviene en los conflictos
solamente cuando uno de los protagonistas hace pesar sobre el otro una
amenaza de exclusión, de eliminación, en últimas, una amenaza de muerte;
cuando el conflicto tiene por finalidad dominar al otro (Cante y Ortiz, 2005). En
lo expuesto, subyace la idea de que la violencia aunque es probable, es
evitable, lo cual supone el reconocimiento de la política como la vocación de
hacer una institución humana para rehuir la guerra, buscar soluciones pacíficas
a los conflictos, soluciones en beneficio del bien común, pese a que la política
dispare, con frecuencia, hacia la dirección contraria (Vinyamata, 2001).
Desde la perspectiva de las luchas sociales la historia nos brinda experiencias
en las cuales se han empleado exitosamente mecanismos alternativos para el
enfrentamiento de conflictos políticos, por medio de acciones no violentas. Los
casos más paradigmáticos de la noviolencia se conocen en la corriente del
pacifismo con precursores como Lao Tzu, Buda, Erasmo de Rotterdam,
Francisco de Asís, Bahá‟u‟ll‟áh, „Abdu‟l-Bahá, Henry David Thoreau, León
Tolstoi, entre otros (Franco, 2008).
En el siglo recién pasado el pensamiento pacifista se materializó en las luchas
emprendidas por los líderes Mohandas Karamchand Gandhi, contra el
colonialismo servil en India y Martin Luther King, contra el segregacionismo
racial en Estados Unidos, luchas que culminaron en victorias no sólo porque
obtuvieron sus objetivos sino por su contribución al pensamiento y praxis
transformadora. De dichas experiencias se valora a la acción noviolenta como
forma de lucha contra tiranías, gobiernos, leyes y situaciones injustas, y como
forma de provocar el cambio socio-político. Estas experiencias encontraron
continuidad a partir del interés de teóricos durante la primera mitad del siglo XX
en Estados Unidos, motivada por el clima bélico mundial. Entonces, el acento
fue puesto en los conflictos internacionales, la búsqueda de soluciones
pacíficas a problemas interestatales y también en el ámbito de las relaciones
humanas. A mediados de este siglo nace la disciplina que estudia los conflictos
denominada Conflictología, con Vinyamata como principal exponente. En 1970
y 1980 aparece el Instituto de Paz de Oslo (SIPRI) y el Instituto de
Investigaciones para la Paz de Estocolmo (PRIO). Como marco general, el
paso más esperanzador fue dado tras las guerras mundiales cuando se
universalizaron las voluntades pacíficas como norma de conducta mundial,
según dictan varias declaraciones y normas de la Organización de Naciones
Unidas.
Las elaboraciones teóricas y propuestas sobre el tratamiento de los conflictos
pueden organizarse en tres grandes áreas (no paraliticas ni excluyentes): la
resolución de conflictos, la gestión de conflictos y la transformación de
conflictos. De acuerdo a París (2005), el primero en surgir fue la resolución de
conflictos en las décadas del cincuenta y sesenta, con los autores Kenneth
Boulding, Johan Galtung, John Burton y organizaciones Peace Research
Laboratory y Journal of Conflict Resolution; luego, en 1970 se incursionó en la
gestión de conflictos en la Universidad de Harvard, con Adam Curle y Elise
Boulding y, finalmente, a partir de 1990 se ha difundido la transformación de
conflictos, que se funda en base a un nuevo concepto de poder, elementos
como la participación, la cooperación, el reconocimiento, el diálogo, entre otros.
Ésta permite, efectivamente, la reducción de sistemas de violencia en pro de la
satisfacción de la justicia, equidad y libertad, facilitando una cultura de paz.
Tiene facultades de preparación para un cambio en la sociedad, pone el
acento en la voluntad de cambio, el tratar conflictos políticos y sociales
complejos y violentos, yendo a las causas de éstos. Dice Shnitman (2000, en
Paris, 2005) que para varios autores el paradigma de ganar-perder en que la
competencia en el ingrediente regulador de la respuesta o solución a los
conflictos, ha perdido validez. La transformación de conflictos tiene plena
confianza en los seres humanos4
y su vocación emancipatoria para abrir
posibilidades a la hegemonía moral y política (Fisas, 1998). Es, entonces, la
que más se aproxima e incluso solapa con la aspiración de la construcción de
la cultura de paz.
Johan Galtung quien es reconocido como el autor que más ha estudiado sobre
la temática de la paz (Investigación para la paz), habría sido uno de los
primeros en proponer elementos para manejar los conflictos con el fin de
4
Este enfoque positivo es al que atiende la Investigación para la paz, donde las situaciones
conflictivas son situaciones de aprendizaje y de crecimiento moral. La transformación es el
método más adecuado para regular conflictos. Supone una regulación positiva de los conflictos.
La investigación para la paz tiene como interrogantes fundamentales: ¿Cómo se puede
construir la paz? ¿Cómo se puede producir su mantenimiento en el tiempo?.
trascenderlos de forma no violenta y creativa. Sostiene que la paz es mucho
más que la ausencia de la guerra por lo que es la violencia la que se
contrapone a la paz, no la guerra. La paz, en consecuencia, debe incluir en su
definición a la ausencia o disminución de todo tipo de violencia ya sea directa
(física o verbal), violencia estructural o violencia cultural, y vaya dirigida al
cuerpo, la mente o el espíritu, o contra la naturaleza. Este autor (1969, en
Fisas, 1998) afirma que la violencia está presente cuando los seres humanos
se ven influidos de tal manera que sus realizaciones afectivas, somáticas y
mentales, están por debajo de sus realizaciones potenciales, cuando por
motivos ajenos a nuestra voluntad no somos lo que podríamos ser o no
tenemos lo que deberíamos tener. Coincide la perspectiva de la autora en
considerar que no es posible deslindar de las posibilidades de paz la necesaria
disminución y eliminación de las contradicciones fundamentales existentes en
la sociedad, que alimentan círculos de violencia, como tarea primordial que la
política debe resolver.
Construir la paz, entonces, significa evitar o reducir todas las expresiones de la
violencia (Fisas, 1998).
La construcción de la paz, de la cultura de paz, incuba la idea de un mundo
nuevo, se ve comprometido con la desaparición de las injusticias y
desigualdades de todo tipo y todo aquello que fomenta y mantiene las
relaciones de dominación, ya que entiende que es en base a estas condiciones
de vida que se originan las conductas violentas. La cultura de paz, de acuerdo
a la definición de la UNESCO, consiste en un conjunto de “valores, actitudes y
conductas” que plasman y suscitan a la vez interacciones e intercambios
sociales basados en principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia y
solidaridad; que rechazan la violencia y procuran prevenir los conflictos
tratando de atacar sus causas; que solucionan los problemas mediante el
diálogo y la negociación; y que no sólo garantizan a todas las personas el pleno
ejercicio de todos los derechos sino que también les proporcionan los medios
para participar plenamente en el desarrollo endógeno de sus sociedades. Es un
proceso global que considera e incide en los económico, político, ecológico,
social, cultural y educacional, tanto a nivel individual como social y estructural.
Aunque la educación en un sentido más amplio es el medio de acción principal,
para que logre sus objetivos es menester unirla a la justicia social y al
desarrollo humano sostenible. Es un proceso de transformación institucional y
de acción a largo plazo para erigir los baluartes de la paz en la mente de los
seres humanos. Una Cultura de Paz debe contribuir al fortalecimiento de los
procesos de democratización integral, que incluyen el pluralismo político, la
participación real de la sociedad civil, donde los actores sociales contribuyan a
la adopción de decisiones destinadas a la satisfacción de necesidades
humanas, que promuevan procesos de desarrollo autosostenibles,
ecológicamente equilibrados y promotores de la dignidad humana (Unesco, en
Fisas, 1998).
Finalmente, no puede excluirse, relativo a la construcción de la paz, un
acercamiento a experiencias en curso tan relevantes como el movimiento de
los indignados, 15-M, iniciado en España y multiplicado en múltiples ciudades
del mundo, como forma de reforzar la posibilidad de encauzar los valores y
planteamientos pacifistas a la política real. Lo cierto es que la organización y
funcionamiento al interior del 15-M así como sus expresiones se identifican con
prácticas de resistencia no violenta, aunque no contienen un basamento teórico
consciente. Se encuentra en posicionamiento el cuestionamiento y rechazo al
gasto militar y la propia militarización de las sociedades más bien por su
relación inmediata con la crisis sistémica en la cual los recursos destinados al
armamentismo explican otras tantas pobrezas e injusticias. Pero, el hecho de
poner en tela de juicio esta temática ha significado la posibilidad de profundizar
en la cultura de la no violencia y, como señala Calvo (2011), de aprender de las
experiencias de la acción directa no violenta, pues luchar contra la
militarización es luchar por la transformación social.
Es clave que pensar en el presente y futuro, anclados al objetivo de alcanzar la
transformación del status quo, requiere reconocer qué aspectos de nuestras
formas actuales, políticas e ideológicas, en particular, es necesario transformar
y eliminar para que la proclama de la paz deje de ser letra muerta y tejamos,
paso a paso, la nueva convivencia social de plenitud y armonía. A continuación
se presentan algunas notas, pensadas desde la realidad ecuatoriana,
introductorias para este importante y pendiente debate.
5. Camino a la construcción del Sumak Kawsay: apuntes pare reflexionar
sobre lo nuevo y lo urgente5
en el proceso político.
Los siguientes contenidos son elaboraciones preliminares provenientes del análisis de
entrevistas realizadas a varios actores políticos y sociales del Ecuador durante el mes
de agosto (2011) por la autora. Se han destacado los contenidos que ofrecen mayor
novedad y trascendencia para la temática particular en tratamiento.
Sobre el contexto de aparición del Sumak Kawsay en la realidad política: En
tiempo de crisis del pensamiento único aparecen reiteradas las tesis del
marxismo con nuevos elementos de los escenarios específicos que revitalizan
su vigencia. El surgimiento del Sumak Kawsay puede asimilarse, en alguna
medida, al momento de alumbramiento de los socialismos utópicos cuando
eran, sobre todo, ideología más que programas con viabilidad histórica. El
Sumak Kawsay puede estar cumpliendo con la enunciación y elaboración
ideológica de la utopía para dar lugar a un nuevo momento del marxismo, con
planteamientos de cambio con posibilidades reales de concretarse.
De la comprensión del Sumak Kawsay: como concepto y, más aún, como
referente ético-político nacional, se encuentra en creación, por lo que la
apropiación del mismo en la comunidad social no se ha logrado y es necesario
trabajar en la profundización e interiorización de su sentido. Existen trayectorias
del pensamiento que dificultan la completa comprensión de lo que postula, ello
porque la cultura, en su mayor parte, se encuentra permeada por la tradición
occidental, el raciocinio, la ciencia y tiende a desmerecer lo proveniente de la
cultura indígena, incluso, valorándola como atrasada. Es necesario, en
consecuencia, fomentar vías de intercambio culturales y realizar un ejercicio
intelectual que llegue a las bases sociales, los sistemas educativos y medios de
comunicación, evitando desvirtualizaciones del real significado de este nuevo
paradigma, como por ej.: los esoterismos, creer que es sólo para el mundo
indígena, que se trata de un ambientalismo o ecologismo light o una suerte de
neocapitalismo verde.
Del Sumak Kawsay y la paz como principio regulador de la vida: el Buen Vivir
implica construir una cultura de paz y comprender la paz es hablar también de
la vida en armonía y en plenitud. Existen distintos niveles para su realización
5
Los siguientes contenidos son elaboraciones preliminares provenientes del análisis de
entrevistas realizadas a varios actores políticos y sociales del Ecuador durante el mes de
agosto (2011) por la autora.
que están estrechamente vinculados: el internacional/geopolítico, el espiritual
que es personal, pero que tiene que ver con las relaciones que se mantienen
con la naturaleza y, el social, que se lograr de las relaciones humanas y
convivencia en la sociedad. El aspecto de quiebre, quizás más relevante, que
introduce el Sumak Kawsay proviene de reconocer a la Pachamama como
sujeto y como el todo del cual somos parte, entonces, valorar a la naturaleza
permite abrir el campo a una serie de comprensiones que no tiene el
pensamiento occidental, como el hecho de ser (las personas) tierra que
camina. La recuperación del sentimiento de “ser parte” es un ejercicio de
reconciliación con lo otro, una posibilidad cierta de repensar sobre la paz no
únicamente como principio inspirador sino como forma de vida.
De la vinculación entre el régimen de desarrollo y el logro del Buen Vivir y la
paz en su sentido más elemental (como ausencia de guerra): El régimen de
desarrollo tiene una estrecha relación con el goce de la armonía y plenitud, así,
no es compatible con el modelo de extracción-exportación de los recursos
naturales, la dependencia del país a los mercados mundiales capitalistas y la
consecución del Buen Vivir. La propia explotación de los recursos naturales
requiere per se del incremento armamentista, del rearme y su potenciación
cada vez más elevada para proteger “las inversiones” en los territorios. Con
dicho régimen se contribuye, inevitablemente, con la economía de las
potencias al alimentar el complejo militar-industrial. En suma, se refuerza el
sistema de destrucción.
Nociones de lo indígena relevantes sobre la violencia y paz: no ha sido ni es
parte de la cosmovisión indígena ecuatoriana la lucha armada como recurso de
acción para cambiar las relaciones con el poder ni para la conquista del poder.
La lucha social-política, el movimiento indígena la considera asentada en el
ejercicio del derecho de resistencia y de desobediencia que asiste a todos los
pueblos del mundo. Es un derecho pacífico y se practicará mientras exista
opresión en el mundo. Desde esta perspectiva, la resistencia no es violencia,
por el contrario, deviene en violencia cuando es mal entendido y manipulado.
Por otro lado, el problema histórico con respecto al poder surgió desde el
establecimiento del Estado-nación hecho a espaldas de los pueblos indígenas.
El problema es con el Estado, con su estructura y su relación con el
movimiento indígena, por ello es fundamental la plurinacionalidad traducida en
la práctica para lograr una convivencia con integración y cohesión social.
Sobre la violencia política en la dicotomía izquierda-derecha: como dicotomía
es necesario atender a ciertos matices, pues hay izquierdas y derechas (en
plural) y dentro de cada sector hay varias gamas. La violencia asociada a la
izquierda se vincula con el objetivo de destruir el capitalismo y lograr la justicia,
es decir, la violencia como abuso no se reconoce como propio de la ideología
de izquierda, sino como desvío. Se considera que la “nueva izquierda”, la
izquierda de nuestro tiempo, ha abandonado (en su mayoría) la utilización de
métodos violentos dado que no contribuyen a construir la nueva sociedad. En
la derecha, se valora que prima el patrón conductual guiado por el uso del
poder y la opresión, así como una derecha extrema que emplea diversas
estrategias a fin de desestabilizar el gobierno, crear un clima de violencia e
inseguridad para justificar su “proyecto”, incluso, limitando los derechos de las
personas. Para esta derecha es necesario tener la razón moral, fijar valores
positivos a nombre de los cuales justifican la violencia. Puede haber sectores
que reflexionen sobre el uso de la no violencia, se considera que puede hacer
una derecha ideológica respetable, pero muy escasa en la región
latinoamericana. Más allá de la izquierda y la derecha se reconoce una
tendencia al rearme, sea cual sea la posición ideológica del grupo en el poder
(gobierno), lo cual es preocupante para sectores de izquierda al evaluar el
riesgo de que la esa misma fuerza se vuelva en su contra como actos de
represión y la clara contradicción con la vocación pacífica proclamada.
De la conciliación entre sectores políticos con intereses diferentes: la
conciliación de intereses es un punto de partida y de llegada, requiere nuevas
formas de conducción política, de estructuración de la sociedad y de ejercicio
del poder para lograr implementar una nueva forma de hacer política. Mas, por
supuesto, existen intereses de clase irreconciliables y para superarlos es
necesaria la modificación estructural de las diferencias sociales. Durante el
proceso de transformación, para avanzar en ese sentido, se requiere fijar
mínimos a partir de los cuales se impulsarán los resultados armoniosos entre
posiciones ideológicas distintas, la base es el respeto y cumplimiento de los
derechos humanos, la democracia, la paz, el sentido de sociedad y bien
colectivo. Las concepciones en torno a la política son importantes para
comprender el rol de la conciliación en el proceso de su desarrollo, entre las
que resalta la comprensión de la política, en gran medida, como el grado de
persuasión para construir el sentido de acuerdo, la capacidad de seducción del
discurso, muy distante de la política entendida como la imposición de criterios
sobre otros que difieren de los propios. Al mismo tiempo, la política debe
enfrentarse a la realidad no desde la utopía sino desde la verdad marxista
sobre la existencia de conflictos antagónicos reales y, entonces, cobra sentido
resaltar que son las fuerzas de la base social quienes pueden dar garantía de
aciertos en el rumbo que toma el proyecto, son las únicas capaces de procurar
que el hacer de la política sea ético y no se desvíe del propósito de avanzar
hacia el Buen Vivir. En consecuencia, no se encontrarán posibilidades de
conciliación si se da una evolución hacia una democracia que incluya al
ciudadano en todo el ciclo de la política pública y fortalezca la organización y
participación de la sociedad.
De la lucha ideológica y las bases para una verdadera democracia: uno de los
legados del sistema capitalista es el verticalismo y autoritarismo presente en
todo orden de relaciones. La nueva convivencia requiere practicar el diálogo y
debate permanente, la negociación y el establecimiento de acuerdos. El diálogo
permanente va de la mano de la construcción de una cultura de paz, de la
modificación de la eliminación de la otredad como forma de hacer política. Se
valora que el instrumento de lucha ideológica más apropiado es el debate
ideológico y la movilización. Como elementos para realizarlo se encuentran:
democratizar los medios de comunicación y ampliar la participación que,
actualmente, es reducida y sesgada. La dirección de la política de diálogo
permanente es lograr disminuir la confrontación en la sociedad buscando
construir un proyecto compartido que trascienda al proyecto individual, el
diálogo permanente debe permitir ir haciendo a todos parte de un horizonte
conjunto. La forma de avanzar hacia este comedido es plantear en el debate de
la discusión del país los problemas centrales, elevando el diálogo como
ejercicio de construcción colectiva de la solución y decisión sobre tales
problemas. Además, esta democracia debe respetar y validar a las minorías,
sus propuestas y su organización, de manera que la regla de la mayoría como
único mecanismo de toma de decisiones deja de ser acertada para la
construcción de una democracia legítima. La democracia de mayoría es más la
dictadura del voto. Debemos comprender que el rol de las mayorías es,
fundamentalmente, abrir los debates, debatir con entereza y buscar amplios
acuerdos, generar una política de alianzas con las bases sociales.
Sobre el Estado como entidad que detenta el monopolio de la fuerza: se
concibe que las fuerzas coercitivas, policía y fuerzas armadas, deben
emprender profundas transformaciones tanto en sus bases teóricas como en su
plan de acción. Es central en este proceso de cambio, la superación de la
doctrina norteamericana de la seguridad nacional cuya penetración se identifica
como un destacado obstáculo para adaptar a las fuerzas a lo que la sociedad
ecuatoriana y el proyecto político requiere, constituye, incluso, un riesgo o
amenaza. En términos generales, se aspira a una formación de estas fuerzas
para la construcción de paz y el servicio a la ciudadanía. Con respecto a la
policía, se enfatiza su orientación hacia la comunidad con la intención de
vincularla con la base social tanto en su formación (policía procedente del
territorio) como en la gestión de orden y seguridad, por medio de la
identificación y búsqueda de soluciones con participación ciudadana. Otro
aspecto a atender consiste en reforzar la prevención y reducir las prácticas
basadas en la sanción-castigo, y perfeccionar los sistemas de inteligencia para
evitar, en todo caso, el empleo de la fuerza e incrementos de los círculos de
violencia. Con relación a las fuerzas armadas, es menester transformar su
concepto y estrategias de defensa y seguridad. Se manifiesta la importancia de
reflexionar sobre nuevos roles y responsabilidades. Aunque se identifica una
tendencia por estrechar el rol de las fuerzas armadas con actividades que
favorezcan el desarrollo del país, dicha asociación es motivo de disenso
cuando se trata de áreas estratégicas como son los recursos naturales dada la
represión que pudieran ejecutar ante enfrentamientos con movimientos
sociales (que se vuelvan contra el pueblo). Teóricamente, se concibe deseable
y posible la eliminación de las fuerzas armadas, no obstante, las condiciones
coyunturales lo tornan irrealizable, al menos en el corto plazo. Una de las
estrategias para ganar cercanía hacia dicho objetivo lo constituyen los avances
realizados en el orden regional con la UNASUR y los proyectos en defensa y
seguridad regional que en su seno se encuentran gestando. Esta alternativa es
apreciada como un paso cierto para conseguir la reconfiguración de las fuerzas
armadas en base a una concepción regional de seguridad y una nueva
estrategia militar, la cual deberá guardar coherencia con la vocación pacífica
que ha demandado la región y la cultura de paz que exigen sus sociedades.
Finalmente, si bien se concibe una perspectiva diferente de la mirada
seguritista del Estado y territorio, se reconoce ausente la definición de una
visión y misión común que tome posiciones sobre el gasto militar, la carrera
armamentista y la defensa y seguridad subcontinental.
Del desarme como el camino necesario y posible para alcanzar la paz: el
desarme se reconoce como un proceso de largo aliento y dificultoso, pero en lo
absoluto desechable como aspiración que debe y puede hacerse realidad.
Algunas consideraciones de trascendencia versan sobre la actualización de
esta demanda a nivel internacional desde una lógica de desarme desigual:
condicionada al desarme en primera instancia, de las potencias mundiales más
dotadas. La carrera armamentista resulta claramente incoherente con el
propósito del desarme, por lo cual su disminución se propone como una de las
acciones a promover en la ruta de incitar una transformación de la tendencia
militarista actual. La estrategia más concreta para aterrizar dicho objetivo lo
constituye el proceso de integración (UNASUR) con la intención de desarrollar
una propuesta programática de política regional que permita disputar
geopolíticamente con miras de evitar la proliferación del belicismo. Además, se
reconoce urgente emprender una total reconfiguración de la ONU, del consejo
de seguridad y el mecanismo de votación, eliminando el derecho a veto y
permitiendo la votación por bloques como una posibilidad. El multilateralismo
como política exterior y la integración Sur-Sur se impulsan como estrategias
para favorecer el rediseño del sistema internacional.
De cualquier modo, de cara a las condiciones del presente, el rearme, aunque
mínimo, se considera una mal necesario dada la resistencia y agresión que ha
demostrado tener la hegemonía imperialista por conservar sus intereses y, en
particular, apropiarse de los recursos minerales y fuentes de agua dulce que
contiene nuestro subcontinente. En ese sentido, un desarme unilateral (o
regional) se valora como un posible atentado a otros tantos derechos de los
pueblos, ante las amenazas agresivas del contexto político mundial, el desarme
sería contraproducente.
De los cuestionamientos a la hegemonía del Sumak Kawsay: la desconfianza e
incluso el rechazo que despierta el concepto de hegemonía se entiende por su
asociación inmediata con el ejercicio de imposición de un pensamiento único
en perjuicio del pluralismo, la diversidad, el pensamiento crítico y el ejercicio de
la crítica en el quehacer de la política, que se aprecian como valores esenciales
de la convivencia armónica y plena. El Sumak Kawsay, como aspiración, que
conquiste conscientemente no sólo la adhesión nacional sino de la humanidad,
se concibe como un proceso histórico cuya hegemonía consiste en garantizar
la irreversibilidad del proceso transformador hasta lograr la evolución hacia una
organización social superior. El Sumak Kawsay, entonces, es hegemonía en
tanto cosmovisión y paradigma asumido por la gente con respeto a las
diferencias y como ejercicio de una convivencia de diálogo permanente, en
tanto propuesta que no se cierra a fronteras, que es postnacional y postestatal.
La labranza y sostenibilidad del proceso sólo es posible desde abajo: el cambio
viene desde abajo, desde el acumulado de luchas sociales históricas y se
mantendrá por el apoyo y la gestión de los sectores organizados y no
organizados de la sociedad. El proyecto revolucionario, por lo tanto, está
obligado a ser inclusivo para ser eficaz y para tener continuidad. La carencia de
espacio de debate, de actitud de tolerancia y apertura al diálogo son, en la
actualidad, debilidades del proceso ecuatoriano reconocidas tanto por sectores
sociales como por actores críticos que, en buena medida, contribuyen con su
trabajo intelectual delineando los horizontes posibles en la trayectoria del
cambio. El propio carácter juvenil de la propuesta ecuatoriana deja múltiples
asuntos por definir, por disputar, conquistas incluso en riesgo de no
materializarse, en cuyo intento surge como una amenaza mayor el no hacer
del proyecto una construcción colectiva. En tal enfoque, se plantea necesario
pensar más allá del gobierno y los líderes y no desvincular a los fines del
proceso que se transita para alcanzarlos. Toda esa creación, desarrollo y
maduración de las condiciones de posibilidad para esa organización social
deseada tiene un único camino -superando así la dicotomía de medios y fines-
que es el ético y la ética en la política, implica asumirla y exigirla como un
ejercicio de servicio a la colectividad que, de nuevo, conservará tal esencia a
partir del control y participación cercana de la sociedad en la cosa pública. La
recuperación de la confianza en la política favorecerá la cohesión social, la
construcción de puentes para el intercambio ideológico, que debe, además,
motivarse en el plano internacional. Los movimientos sociales tendrán, más
que ahora, extraordinario protagonismo en la definición de acciones para
enfrentar los principales problemas mundiales: la crisis climática y la
proliferación de la violencia v/s la paz.
Bibliografía.
Acosta, Alberto. “El Buen Vivir, una oportunidad por construir”, en la Revista
Ecuador Debate N° 75, CAAP, Quito, 2008.
Calvo, Jordi. “El movimiento 15-M una posibilidad para la desmilitarización”,
disponible en www.rebelio.org, artículo publicado en War Profiteers´News, 28-
10-2011.
Cante, Freddy y Ortiz Luisa. Acción política no-violenta, una opción para
Colombia, Centro Editorial Universidad del Rosario, Bogotá, 2005.
Fisas, Vicenc. Cultura de paz y gestión de conflictos. UNESCO, 1998.
Franco Restrepo, Vilma. 2008. Guerras civiles. Introducción al problema de su
justificación, Editorial Universidad de Antioquia, Colombia, 2008.
Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel y otros textos, multimedia realizada
por el Instituto cubano de investigación cultural “Juan Marinello”, 2008.
Lorenzo Cadarso, Pedro. Fundamentos teóricos del conflicto social, Editorial
Siglo veintiuno, España, 2001.
Martínez Heredia, Fernando. “Socialismo”, en Autocríticas. Un diálogo al
interior de la tradición socialista, Ed. RUTH, La Habana, 2008.
Varios autores. Plan nacional para el Buen Vivir 2009-2013, Secretaría
Nacional de Planificación, SENPLADES, Quito, 2011.
Varios autores. Socialismo y sumak kawsay – Los nuevos retos de América
Latina, SENPLADES, Quito, 2010.
Vinyamata, Eduard. Conflictología. Teoría y práctica en Resolución de
Conflictos, Editorial Ariel, España, 2001.
Von Clausewitz, Carl. De la Guerra, traducción de Carlos Fortea, Editorial La
esfera de los libro, España, 2005.
Otras fuentes: Entrevistas directas realizadas a varios actores políticos y
sociales del Ecuador. A quienes se dedican lo más sinceros agradecimientos.

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“El Buen Vivir o Sumak Kawsay en el proceso de cambio social ecuatoriano.La Paz como componente esencial de esta alternativa”

  • 1. “El Buen Vivir o Sumak Kawsay en el proceso de cambio social ecuatoriano. La Paz como componente esencial de esta alternativa” Publicado en la Revista Caminos del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, La Habana, Cuba, 2012. Por Gabriela Quezada Calderón*.  Asambleísta Constituyente del Ecuador (2007-2008), Psicóloga, Máster en Política y Sociales, Universidad de la Habana.
  • 2. Las reflexiones sobre la construcción de una sociedad de buen vivir en los procesos de cambio y alternativa al sistema capitalista neoliberal en nuestra época, supone el análisis sobre la forma que toma la lucha ideológica, política, social y el propio ejercicio del poder en tales procesos. Son, de hecho, reflexiones necesarias para definir y unir posiciones en aras de consolidar una respuesta efectiva capaz de detener o al menos atenuar el proceso de decadencia que azota al mundo, proveniente, en gran medida, de la violencia en sus múltiples dimensiones que genera la matriz capitalista imperante. Un preliminar análisis se presenta a continuación, a partir del referente ideológico- político planteado por el proyecto político ecuatoriano denominado Buen Vivir o Sumak Kawsay. Desde este marco se enfatiza el componente de la paz buscando identificar qué aspectos asociados a ésta introducen rutas de acción para guiar el complejo tránsito hacia la utopía del socialismo del Sumak Kawsay. 1. Cambio social: transición y reformas en dirección de un orden social socialista. Abordar procesos de cambio social, como el que se encuentra en curso en Ecuador, requiere determinar la connotación que éste posee así como realizar un acercamiento con los conceptos transición y reforma, con los que se relaciona estrechamente. Durante un considerable tiempo en el pensamiento social y político, primó la visión orgánico-funcional del sistema social en que el cambio social se evaluaba como un fenómeno indeseable. Acontecimientos ocurridos durante el siglo XX, la revolución rusa y mexicana, entre otros, permitieron dar un giro a aquella visión y visibilizar las luchas de confrontación con estructuras de dominación y explotación ganando éstas gran adhesión popular. Wallerstein identifica una referencia histórica anterior y señala que como tal la idea del cambio ocupa una posición destacada en el devenir social a partir de la Revolución Francesa, “lo que hizo la Revolución francesa fue desencadenar el apoyo público e incluso el clamor por la aceptación de dos nuevas visiones mundiales: el cambio político entendido como algo normal y no excepcional, la soberanía atribuida al ‘pueblo’ y no a un soberano… Una vez que el pueblo se
  • 3. convenció de que el cambio político era normal y que el pueblo, por principio, era soberano, es decir, el autor del cambio político, todo lo demás fue posible (1995, en FBDM, 2010)”. El cambio social, entendido como aquel proceso que modifica la estructura interna del sistema y hasta cierto punto su identidad y sentido de su misión política (Arnoletto, 2010), se encuentra necesariamente vinculado a una etapa de transición cuya conceptualización, como es apreciable desde el campo de la teoría social y política, es diversa. Conocemos que para la tradición marxista el período de transición es aquella etapa situada entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista y, en términos generales, corresponde a aquel proceso a través del cual un modo de producción va alejándose de la forma antigua para adquirir las propiedades de la que se está gestando. Durante la segunda mitad del siglo XX, cuando la transición estaba claramente identificada con una dirección hacia el socialismo en la experiencia soviética, se llegó a concebir una “teoría de la transición” como una receta científica que establecía con rango de obligación las condiciones que debería cumplir la revolución que había alcanzado el poder del Estado para construir esa sociedad anhelada. Estos contenidos fueron publicados por la URSS en 1954 en la obra Manual de Economía Política (Acanda, 2008). En el continente latinoamericano, con posterioridad, la instauración de una serie de medidas por parte del imperialismo norteamericano a fin de derrotar “la amenaza del comunismo”, modificará de manera particular la concepción sobre la transición. Los regímenes de corte dictatoriales militares basados en doctrina de la “seguridad nacional” que se impusieron en varias naciones en las últimas décadas de siglo XX permitieron desplegar la “teoría de la transición a la democracia”. El cambio político, entonces, se entiende como el retorno a un gobierno no dictatorial. Lo que antes era una visión crítica y enfrentada a las formas políticas del capitalismo en cualquiera de sus formas, ahora se reducía a una crítica parcial a las formas dictatoriales de ejercicio del poder… el llamado a los proyectos anti-capitalistas y democráticos ya no es un referente. Tampoco lo es mayoritariamente la crítica a las relaciones sociales de explotación (Roitman, 2000). Como resultado de esta asignación de contenido, el término fue despreciado por sectores de izquierda, pero en tiempos actuales donde se encuentran en
  • 4. desarrollo procesos de cambios sociales con orientación socialista, como los registrados en Latinoamérica, el concepto de transición recupera su relevancia. Lo fundamental del proceso de transición es entender la coexistencia y lucha entre las viejas y las nuevas formas de relaciones sociales en un escenario donde los nuevos patrones alcanzan un papel determinante. El sentido social y político condiciona su significado al efecto de realizar transformaciones de orden cualitativo para la sociedad, orientándose ese período transicional no sólo en diferencia del modo económico y social existente sino con definición hacia una forma social superior a la capitalista (Acanda, 2008). ¿Esa superación contiene una dirección hacia el socialismo o el comunismo? Indica el autor, que la respuesta no es siquiera uniforme en la literatura marxista, no obstante, es identificable en los fundadores del marxismo que el socialismo corresponde a la etapa relativamente prolongada de transición hacia el modo de producción comunista, etapa en que se dan una serie de cambios y transformaciones hacia las nuevas relaciones sociales. Es, en efecto, una etapa de conflictos y luchas cuya clave es, justamente, potenciar los espacios de existencia de éstos y las contradicciones para el desarrollo de la nueva sociedad. Una aproximación a nuestra región y nuestro tiempo, reflejan que la Revolución Cubana así como el triunfo de la Unidad Popular en Chile marcan concepciones distintas sobre del cambio social y la transición al socialismo. El concepto de revolución como cambio radical, en el primer caso, se acuñó en su momento como sinónimo de la lucha armada, es decir, la transformación del capitalismo como resultante de la vía insurreccional. Por su parte, la vía chilena al socialismo se definió como una vía pacífica que se tradujo en una nueva alternativa para la revolución aunque su desempeño se vio frustrado por el golpe de estado de 1973. A continuación, la acción emprendida por el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en 1994, unificó la acción insurreccional y pacífica: al emprender la acción armada busca la realización de elecciones libres para abrir un proceso de transición hacia el cambio democrático. De manera tal que, “revolución (como insurrección) y reforma se tienden la mano y confluyen en una nueva concepción para el desarrollo de la revolución en el actual siglo XXI…Sin renunciar a la revolución, más bien redefiniéndola, las nuevas formas de lucha incorporan una dimensión de largo plazo…la diferencia
  • 5. entre la alternativa del siglo XX y del siglo XXI no estriba en el problema conceptual, sino en la capacidad de atender a las nuevas demandas que suponen enfrentar el proceso revolucionario de transformación social del capitalismo” (Roitman, 2010). Precisamente, el siglo XXI en desarrollo visibiliza la perspectiva crítica propositiva de una alternativa al orden hegemónico. Estos procesos emancipatorios, como el ecuatoriano, se caracterizan por desentenderse de dogmatismos, incorporar temáticas y preocupaciones de distintas esferas no sólo realizando modificaciones a las tesis políticas sino además sobre ámbitos sociales y culturales, atrayéndolas hacia en un ordenamiento integrador, renovador, que habla de lo ambiental, lo étnico, la diversidad de género y formula otros códigos para avanzar hacia el cambio social. Durante la década de los noventa la proliferación de luchas anti-neoliberales protagonizadas por movimientos sociales, reflejo del fracasado “modelo” neoliberal, permitió el surgimiento de alternativas en disputa por el poder político para iniciar una fase de lucha por una nueva hegemonía (Sader, 2008). Esta debilidad del neoliberalismo en la región es reconocida al punto de diagnosticar en América latina el “principal foco de resistencia internacional al imperialismo y al neoliberalismo” (Katz, 2006), el “escenario de quiebra relativa del hegemonismo norteamericano” (Valdés, 2009) marcado, entre otros elementos, por los nuevos gobiernos populares, progresistas y de izquierda. Estos gobiernos significan la modificación del escenario geopolítico a favor de los pueblos y para los movimientos sociales, a decir de Zibechi (2008), comienza a cerrarse el ciclo de luchas sociales iniciado en la década de 1960 por la conformación de proyectos nacionales-populares. Desde el punto de vista político, los procesos referidos han reanimado discusiones en torno a la dirección del anticapitalismo pues el manifiesto rechazo al capitalismo no expresa por sí mismo una voluntad revolucionaria. De hecho, la dirección de esa transformación del modo económico-social, no introduce per se un rumbo hacia el socialismo; indica Emir Sader (2007) que lo que empieza a construirse en América Latina es un posneoliberalismo que puede y debe ser anticapitalista aunque no necesaria ni fácilmente se configure como socialista. Samir Amin, por su parte, emplea la denominación de sociedad postcapitalista identificando en ésta distintas etapas de
  • 6. transformación y, con carácter aún más polémico, se encuentran exposiciones, incluso con pretensión teórica, sobre el “socialismo del siglo XXI” en América Latina que fuera, en primera instancia, enunciado por el presidente Hugo Chávez en el V Foro Mundial de Porto Alegre el año 2005. Lo señalado diagnostica una realidad de álgidas controversias con el común denominador de poner en manifiesto la existencia de una revitalización del debate acerca del socialismo como proyecto social que, entre otras reflexiones, recupera, suprime y reformula varios elementos de la teoría marxista, de la corriente socialista y de la conocida experiencia de “socialismo real” y que, en todos los casos, encuentra su génesis en la crítica al capitalismo y al neoliberalismo. Según Harnecker (2010), el contexto ha ubicado a los gobiernos de América Latina en la disyuntiva de aplicar medidas capitalistas para tratar de sacar a los países adelante o de lanzarse a construir una sociedad alternativa rumbo al socialismo, en condiciones sumamente complejas ya que en nuestros países no sólo existe una débil presencia de condiciones económicas, materiales y culturales sino, además, no se cuenta sino “con un partecita del Estado”. Aun en esas circunstancias, son momentos en que desde los gobiernos han empezado a implementarse medidas transformadoras hacia el socialismo, será necesario, menciona, que en el tránsito pacífico se tome conciencia de la diferencia entre la conquista del poder y al gobierno, analizando la verdadera correlación de fuerzas existente. En las circunstancias actuales también Vilá (2006) reconoce como fundamental que se evalúen cabalmente los escenarios transicionales e identifiquen la importancia de las reformas [en el socialismo] en tanto permite realizar las “modificaciones sustanciales y necesarias que, en el orden de la acción concreta, significan corrección del proyecto social con relación a las necesidades de la dinámica social… permite salvarse de los inevitables errores, deformaciones y avanzar a un perfeccionamiento ulterior…”. La autora esboza el error de significar a las reformas como una herejía dado su supuesto condicionamiento en beneficio del capitalismo, a cambio, sustenta a las reformas como ineludibles puentes entre lo viejo y lo nuevo a partir de las palabras de Lenin quien refirió “No basta con ser revolucionario y partidario del socialismo o comunista en general. (...) Es necesario saber encontrar en cada momento peculiar el eslabón particular al cual hay que aferrarse con todas las fuerzas para sujetar toda la cadena y
  • 7. preparar sólidamente el paso al eslabón siguiente”…. “de ahí la importancia de una apreciación certeza de qué hacemos en cada momento y por qué, así como del grado de vinculación con las masas, no sólo para que comprendan, sino para que se conviertan en parte activa en la elaboración del proyecto reformador”. La clave, agrega, está en equilibrar los métodos y los objetivos socialistas en cuya tarea lo más importante es democratizar la toma de decisiones elevando la participación de las personas ya que sólo la democracia expansiva conduce a una hegemonía legítima en el sentido de Gramsci. El planteamiento de esta autora resulta de gran utilidad y pertinencia porque permite comprender la realidad de países que han conquistado el gobierno y cuyo desempeño permite ubicar a sus procesos en un momento de transición encaminados por proyectos comprometidos con el socialismo con sus propias características, como ocurre en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Así, es posible indicar que se trata de procesos que aspiran el paso de un estadio o nivel a otro con un carácter de cambio cualitativo de la sociedad, cuya característica de “construcción” por medio de la vía pacífica aproxima su estrategia a la puesta en marcha de reformas como modificación de lo que se propone, proyecta y ejecuta (Vilá, 2006) para abrir paso a condiciones objetivas y subjetivas que posibiliten las transformaciones. En lo específico, el proyecto ecuatoriano, como parte de los procesos de cambios políticos, económicos y sociales de la etapa posneoliberal que vive América Latina hace algunos años, aporta con la nueva propuesta que está en construcción “entendiendo que el punto estratégico hacia donde nos conduce este camino es el socialismo… En nuestro país estamos en la etapa de consolidación de las bases de la Revolución Ciudadana, que se desarrolla en lo político, lo económico, lo social y lo cultural… Tal vez hoy más que nunca, la construcción del socialismo implica debate, intercambio, redefiniciones, ruptura” (Patiño, 2010.) 2. El Buen Vivir o Sumak Kawsay: el camino del cambio social. La actualización y vigencia del proyecto socialista se ha vuelto una demanda palpable. En el caso ecuatoriano, es necesario referirse, directamente, a la elaboración de la nueva carta magna realizada con amplia participación social durante los años 2007-2008, para dar cuenta de la orientación que ha bosquejado el país con la voluntad de gestar la nueva sociedad; orientación
  • 8. que ha declarado su vocación socialista. El pacto social que surge del ejercicio constituyente inaugura la introducción del término kichwa Sumak Kawsay como el horizonte del cambio en el escenario político. Por primera vez, este término originario de la cosmovisión andina indígena, toma cuerpo como principio para el ordenamiento nacional e, inevitablemente, tiende puentes con los pueblos del mundo en busca de un bienestar compartido, integrando, en consecuencia, una aspiración transnacional. Desde el kichwa, en Ecuador, se significa el SUMAK como la plenitud, lo sublime, magnífico, hermoso(a), lindo (a) y el KAWSAY como la vida (el vivir), la existencia dinámica, cambiante. Sumak Kawsay es, por tanto, la vida en plenitud, la vida en armonía, la magnificencia y lo sublime, el equilibrio integral: el Buen Vivir. La convivencia en armonía con uno mismo, con la familia y la comunidad y con la madre tierra, la naturaleza, resume (solo en esencia) el sentido de esta expresión donde el valor de lo comunitario y el establecimiento de relaciones de respeto y austeridad, con respecto a la naturaleza y sus riquezas naturales, fundamentan los ingredientes esenciales para la comprensión de esta filosofía ancestral (Quezada, 2011). El Sumak Kawsay, como objetivo rector de la convivencia social, va mucho más allá del aspecto material como garante de la satisfacción, más allá del valor de la abundancia como medida de realización. Otorga valor, en cambio, a las relaciones sociales que contribuyen con crear ese ambiente de cuidados mutuos para la preservación de la vida, para la consecución de la vida en paz. “Entender lo que significa el Buen vivir implica alejarnos de la concepción de “bienestar occidental” y recuperar la cosmovisión de los pueblos y nacionalidades indígenas”, indica Acosta (2008). Asumiendo la complejidad de teorizar acerca de nociones que son ajenas a la experiencia guiada por la visión occidental, una aproximación a las elaboraciones conceptuales acerca del Buen Vivir o Sumak Kawsay, permite identificar ciertos elementos determinantes (Quezada, 2011): 1. La búsqueda de una convivencia pacífica y en armonía con la naturaleza, cuya vinculación no sea de tipo extractivista depredadora. 2. La ruptura con concepciones de progreso y desarrollo ancladas en la cultura capitalista y eurocéntrica. En ese sentido, un análisis crítico de las implicaciones de la modernidad y la clara voluntad de transformar ciertos
  • 9. patrones que le son propios (como la supremacía de la razón científica, la ausencia del valor de uso). 3. El reconocimiento y efectividad de los derechos de “los sectores minorías”, de grupos étnicos, de los pueblos y nacionalidades indígenas, la interculturalidad y la plurinacionalidad1 , en miras de alcanzar una auténtica integración social en el marco de la “igualdad en la diversidad”. 4. La idea de construirse permanentemente como resultado de un ejercicio constante de actualización y debate. 3. La Paz en/para la consecución del Buen Vivir o Sumak Kawsay. La principal fuente referencial para destacar a la paz y cultura de paz como componente estructural de la concepción y consecución del Buen vivir es el texto constitucional2 . La Constitución se organiza en nueve títulos en los que se inscriben capítulos y secciones en orden de subordinación. En el mandato constitucional los contenidos en materia de paz y cultura de paz se encuentran distribuidos a partir de su preámbulo. En el preámbulo se expresa la voluntad pacifista a la que adhiere la consecución del proyecto político nacional, indicando: “NOSOTRAS Y NOSOTROS, el pueblo soberano del Ecuador (…) Decidimos construir (…) Un país democrático, comprometido con la integración latinoamericana –sueño de Bolívar y Alfaro-, la paz y la solidaridad con todos los pueblos de la tierra;…”, espíritu que, como es apreciable, no se limita a la convivencia nacional sino que se extiende en el anhelo –aun inconcluso- de la Patria Grande, la unidad regional. 1 Las luchas indígenas no siempre tuvieron una propuesta política entendida desde el punto de vista de ejes u objetivos programáticos, sin embargo, como señalábamos en páginas precedentes, al menos ya en el década de los noventa en Ecuador esto se modifica y se vuelve clara la demanda por el reconocimiento de un Estado Plurinacional que dé garantía a los derechos que los asiste como pueblos y nacionalidades y al ejercicio de su autonomía involucrada en tal exigencia. Pero lejos nos encontramos de comprender este logro si sólo pensamos que se trata de un eslogan que visibiliza a estas minorías para responsabilizar al Estado por ellas y los vuelve sujetos de particulares derechos por ser pueblos y nacionalidades, el camino es tan largo y complejo como puede ser la transformación de la homogeneidad cultural por la interculturalidad donde la diversidad tenga vida y presencia en todas las esferas y niveles de las sociedades. 2 Otro documento referencial es el Plan nacional para el Buen Vivir 2009-2013 en el cual se encuentra una guía programática trazada desde múltiples aristas (objetivos y estrategias) y, en especial, la agenda nacional de seguridad interna y externa donde se desarrolla la Política de seguridad, de defensa, el Plan Ecuador, entre otros.
  • 10. La expansión de los contenidos a lo largo del articulado del texto, permite afirmar que: 1. Se identifica la paz como un valor de la convivencia social que, por un lado, se demanda de las personas en tanto sujeto-ciudadano con responsabilidad para-con su medio social (art.83.3) y, por otro, se exige del Estado, quien asume la obligación de promoverla y garantizarla en tanto se identifica a la cultura de paz como un derecho (art.3; 249). La paz, entonces, adquiere el estatus de inalienable, irrenunciable, indivisible y de igual jerarquía, además, de ser plenamente justiciable (art. 11). 2. El Estado institucionaliza esta responsabilidad asumiendo su sentido de actor de socialización, por medio de: a) La inculcación de este valor en la educación o instrucción formal (art.27), es decir, la paz es comprendida en tanto principio ético y b) Su introducción como procedimiento para la administración de justicia en base al empleo de métodos propios de la teoría de la resolución y transformación de conflictos3 . En este sentido, se materializa la paz –y los medios como el diálogo, la negociación, conciliación- en un conjunto de acciones bajo la égida de la función judicial, en el marco de la construcción del régimen del Buen Vivir (arts. 178; 189; 190). 3. Es clave en la definición originaria del Estado ecuatoriano ser territorio de paz (art. 5) reflejando una tajante ruptura con respecto al paradigma de la violencia y seguridad, lo cual, parece obedecer, al entendimiento de que sólo la creación y maduración de las condiciones de paz permitirá el efectivo logro de un país organizado en un Estado de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independientes, unitario, intercultural, plurinacional (…) como declara su primer artículo. 4. Es manifiesto un firme espíritu anticolonialista y antiimperialista a lo largo del texto, que extiende sus implicaciones al escenario internacional en cuyo contexto establece como condición para la consecución del objetivo estratégico, vías concretas como la integración regional, el rechazo al uso de la violencia, el desarrollo y empleo de armas y la ocupación de territorios con fines militares (las bases extranjeras). 3 Algunos autores destacados en resolución de conflictos son Kenneth Boulding, Johan Galtung, John Burton (ver a Peña, 1999), en gestión de conflictos se conoce a Adam Curle, Elise Bulding y, más recientes, en transformación de conflictos a la escuela de Investigación para la Paz, sobre el cual destaca el trabajo de Paris (2005).
  • 11. Es claro que el Sumak Kawsay no puede entenderse en distancia de la armonía, ergo, de la paz. No puede lograrse la paz en el capitalismo, pero no debe pensarse ésta como el resultado -sólo posible- tras la superación del capitalismo sino, como condición y medio para alcanzar esta otra formación social. Sin duda las condiciones reales dificultan proponer y defender la paz, en efecto, los antecedentes de nuestra historia parecen reforzar la imposibilidad de emplear otros medios como ejercicio de poder y como forma de lucha contra el poder que no sean los de dominación y violencia. Conviene analizar diversas experiencias como aporte a la compleja tarea de repensar y recrear la política 4. La opción pacífica como camino para el cambio social. El legado a la contemporaneidad. Existe un legado, constatable en el pensamiento de las ciencias políticas y sociales, de la violencia como un elemento de vinculación constante con el conflicto y la política. Constituyéndose a partir de reflexiones de Hobbes, Maquiavelo y Max Weber, llegó a posicionarse de forma destacada la concepción de la violencia, en palabras de Charles Tilly, como una cuestión política y como tal táctica, parte del ejercicio ordinario del poder político (Lorenzo, 2001). La violencia es el medio para imponer nuestra voluntad al enemigo, el fin (Von Clausewitz, 2005). Su máxima expresión, busca obligar al contrario a hacer nuestra voluntad. La corriente del realismo de guerra estima que siempre hay posibilidad de un enfrentamiento bélico dada la realidad llena de intereses antagónicos. En contrapartida, existe otra perspectiva que discrepa, diametralmente, con la ritualización de la violencia en el ejercicio del poder e introduce distintas formas de enfrentar los conflictos. Tras investigaciones de Charles Tilly (Lorenzo, 2001), los teóricos del conflicto social destacan el rol del contexto histórico y sociocultural estableciendo que la violencia, al igual que la paz, es un fenómeno cultural, resultado de las decisiones humanas y, por lo tanto, se puede aprender y desaprender. En todo caso, es fundamental reconocer, la debida trascendencia de la matriz capitalista para entender la violencia instalada en el comportamiento violento de los seres humanos en las sociedades.
  • 12. Desde otro enfoque es posible acercarnos a reflexiones que postulan que lo que nos conduce a la violencia siempre es el fracaso en transformar positivamente los conflictos (Fisas, 1998), ésta interviene en los conflictos solamente cuando uno de los protagonistas hace pesar sobre el otro una amenaza de exclusión, de eliminación, en últimas, una amenaza de muerte; cuando el conflicto tiene por finalidad dominar al otro (Cante y Ortiz, 2005). En lo expuesto, subyace la idea de que la violencia aunque es probable, es evitable, lo cual supone el reconocimiento de la política como la vocación de hacer una institución humana para rehuir la guerra, buscar soluciones pacíficas a los conflictos, soluciones en beneficio del bien común, pese a que la política dispare, con frecuencia, hacia la dirección contraria (Vinyamata, 2001). Desde la perspectiva de las luchas sociales la historia nos brinda experiencias en las cuales se han empleado exitosamente mecanismos alternativos para el enfrentamiento de conflictos políticos, por medio de acciones no violentas. Los casos más paradigmáticos de la noviolencia se conocen en la corriente del pacifismo con precursores como Lao Tzu, Buda, Erasmo de Rotterdam, Francisco de Asís, Bahá‟u‟ll‟áh, „Abdu‟l-Bahá, Henry David Thoreau, León Tolstoi, entre otros (Franco, 2008). En el siglo recién pasado el pensamiento pacifista se materializó en las luchas emprendidas por los líderes Mohandas Karamchand Gandhi, contra el colonialismo servil en India y Martin Luther King, contra el segregacionismo racial en Estados Unidos, luchas que culminaron en victorias no sólo porque obtuvieron sus objetivos sino por su contribución al pensamiento y praxis transformadora. De dichas experiencias se valora a la acción noviolenta como forma de lucha contra tiranías, gobiernos, leyes y situaciones injustas, y como forma de provocar el cambio socio-político. Estas experiencias encontraron continuidad a partir del interés de teóricos durante la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos, motivada por el clima bélico mundial. Entonces, el acento fue puesto en los conflictos internacionales, la búsqueda de soluciones pacíficas a problemas interestatales y también en el ámbito de las relaciones humanas. A mediados de este siglo nace la disciplina que estudia los conflictos denominada Conflictología, con Vinyamata como principal exponente. En 1970 y 1980 aparece el Instituto de Paz de Oslo (SIPRI) y el Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (PRIO). Como marco general, el
  • 13. paso más esperanzador fue dado tras las guerras mundiales cuando se universalizaron las voluntades pacíficas como norma de conducta mundial, según dictan varias declaraciones y normas de la Organización de Naciones Unidas. Las elaboraciones teóricas y propuestas sobre el tratamiento de los conflictos pueden organizarse en tres grandes áreas (no paraliticas ni excluyentes): la resolución de conflictos, la gestión de conflictos y la transformación de conflictos. De acuerdo a París (2005), el primero en surgir fue la resolución de conflictos en las décadas del cincuenta y sesenta, con los autores Kenneth Boulding, Johan Galtung, John Burton y organizaciones Peace Research Laboratory y Journal of Conflict Resolution; luego, en 1970 se incursionó en la gestión de conflictos en la Universidad de Harvard, con Adam Curle y Elise Boulding y, finalmente, a partir de 1990 se ha difundido la transformación de conflictos, que se funda en base a un nuevo concepto de poder, elementos como la participación, la cooperación, el reconocimiento, el diálogo, entre otros. Ésta permite, efectivamente, la reducción de sistemas de violencia en pro de la satisfacción de la justicia, equidad y libertad, facilitando una cultura de paz. Tiene facultades de preparación para un cambio en la sociedad, pone el acento en la voluntad de cambio, el tratar conflictos políticos y sociales complejos y violentos, yendo a las causas de éstos. Dice Shnitman (2000, en Paris, 2005) que para varios autores el paradigma de ganar-perder en que la competencia en el ingrediente regulador de la respuesta o solución a los conflictos, ha perdido validez. La transformación de conflictos tiene plena confianza en los seres humanos4 y su vocación emancipatoria para abrir posibilidades a la hegemonía moral y política (Fisas, 1998). Es, entonces, la que más se aproxima e incluso solapa con la aspiración de la construcción de la cultura de paz. Johan Galtung quien es reconocido como el autor que más ha estudiado sobre la temática de la paz (Investigación para la paz), habría sido uno de los primeros en proponer elementos para manejar los conflictos con el fin de 4 Este enfoque positivo es al que atiende la Investigación para la paz, donde las situaciones conflictivas son situaciones de aprendizaje y de crecimiento moral. La transformación es el método más adecuado para regular conflictos. Supone una regulación positiva de los conflictos. La investigación para la paz tiene como interrogantes fundamentales: ¿Cómo se puede construir la paz? ¿Cómo se puede producir su mantenimiento en el tiempo?.
  • 14. trascenderlos de forma no violenta y creativa. Sostiene que la paz es mucho más que la ausencia de la guerra por lo que es la violencia la que se contrapone a la paz, no la guerra. La paz, en consecuencia, debe incluir en su definición a la ausencia o disminución de todo tipo de violencia ya sea directa (física o verbal), violencia estructural o violencia cultural, y vaya dirigida al cuerpo, la mente o el espíritu, o contra la naturaleza. Este autor (1969, en Fisas, 1998) afirma que la violencia está presente cuando los seres humanos se ven influidos de tal manera que sus realizaciones afectivas, somáticas y mentales, están por debajo de sus realizaciones potenciales, cuando por motivos ajenos a nuestra voluntad no somos lo que podríamos ser o no tenemos lo que deberíamos tener. Coincide la perspectiva de la autora en considerar que no es posible deslindar de las posibilidades de paz la necesaria disminución y eliminación de las contradicciones fundamentales existentes en la sociedad, que alimentan círculos de violencia, como tarea primordial que la política debe resolver. Construir la paz, entonces, significa evitar o reducir todas las expresiones de la violencia (Fisas, 1998). La construcción de la paz, de la cultura de paz, incuba la idea de un mundo nuevo, se ve comprometido con la desaparición de las injusticias y desigualdades de todo tipo y todo aquello que fomenta y mantiene las relaciones de dominación, ya que entiende que es en base a estas condiciones de vida que se originan las conductas violentas. La cultura de paz, de acuerdo a la definición de la UNESCO, consiste en un conjunto de “valores, actitudes y conductas” que plasman y suscitan a la vez interacciones e intercambios sociales basados en principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia y solidaridad; que rechazan la violencia y procuran prevenir los conflictos tratando de atacar sus causas; que solucionan los problemas mediante el diálogo y la negociación; y que no sólo garantizan a todas las personas el pleno ejercicio de todos los derechos sino que también les proporcionan los medios para participar plenamente en el desarrollo endógeno de sus sociedades. Es un proceso global que considera e incide en los económico, político, ecológico, social, cultural y educacional, tanto a nivel individual como social y estructural. Aunque la educación en un sentido más amplio es el medio de acción principal, para que logre sus objetivos es menester unirla a la justicia social y al
  • 15. desarrollo humano sostenible. Es un proceso de transformación institucional y de acción a largo plazo para erigir los baluartes de la paz en la mente de los seres humanos. Una Cultura de Paz debe contribuir al fortalecimiento de los procesos de democratización integral, que incluyen el pluralismo político, la participación real de la sociedad civil, donde los actores sociales contribuyan a la adopción de decisiones destinadas a la satisfacción de necesidades humanas, que promuevan procesos de desarrollo autosostenibles, ecológicamente equilibrados y promotores de la dignidad humana (Unesco, en Fisas, 1998). Finalmente, no puede excluirse, relativo a la construcción de la paz, un acercamiento a experiencias en curso tan relevantes como el movimiento de los indignados, 15-M, iniciado en España y multiplicado en múltiples ciudades del mundo, como forma de reforzar la posibilidad de encauzar los valores y planteamientos pacifistas a la política real. Lo cierto es que la organización y funcionamiento al interior del 15-M así como sus expresiones se identifican con prácticas de resistencia no violenta, aunque no contienen un basamento teórico consciente. Se encuentra en posicionamiento el cuestionamiento y rechazo al gasto militar y la propia militarización de las sociedades más bien por su relación inmediata con la crisis sistémica en la cual los recursos destinados al armamentismo explican otras tantas pobrezas e injusticias. Pero, el hecho de poner en tela de juicio esta temática ha significado la posibilidad de profundizar en la cultura de la no violencia y, como señala Calvo (2011), de aprender de las experiencias de la acción directa no violenta, pues luchar contra la militarización es luchar por la transformación social. Es clave que pensar en el presente y futuro, anclados al objetivo de alcanzar la transformación del status quo, requiere reconocer qué aspectos de nuestras formas actuales, políticas e ideológicas, en particular, es necesario transformar y eliminar para que la proclama de la paz deje de ser letra muerta y tejamos, paso a paso, la nueva convivencia social de plenitud y armonía. A continuación se presentan algunas notas, pensadas desde la realidad ecuatoriana, introductorias para este importante y pendiente debate.
  • 16. 5. Camino a la construcción del Sumak Kawsay: apuntes pare reflexionar sobre lo nuevo y lo urgente5 en el proceso político. Los siguientes contenidos son elaboraciones preliminares provenientes del análisis de entrevistas realizadas a varios actores políticos y sociales del Ecuador durante el mes de agosto (2011) por la autora. Se han destacado los contenidos que ofrecen mayor novedad y trascendencia para la temática particular en tratamiento. Sobre el contexto de aparición del Sumak Kawsay en la realidad política: En tiempo de crisis del pensamiento único aparecen reiteradas las tesis del marxismo con nuevos elementos de los escenarios específicos que revitalizan su vigencia. El surgimiento del Sumak Kawsay puede asimilarse, en alguna medida, al momento de alumbramiento de los socialismos utópicos cuando eran, sobre todo, ideología más que programas con viabilidad histórica. El Sumak Kawsay puede estar cumpliendo con la enunciación y elaboración ideológica de la utopía para dar lugar a un nuevo momento del marxismo, con planteamientos de cambio con posibilidades reales de concretarse. De la comprensión del Sumak Kawsay: como concepto y, más aún, como referente ético-político nacional, se encuentra en creación, por lo que la apropiación del mismo en la comunidad social no se ha logrado y es necesario trabajar en la profundización e interiorización de su sentido. Existen trayectorias del pensamiento que dificultan la completa comprensión de lo que postula, ello porque la cultura, en su mayor parte, se encuentra permeada por la tradición occidental, el raciocinio, la ciencia y tiende a desmerecer lo proveniente de la cultura indígena, incluso, valorándola como atrasada. Es necesario, en consecuencia, fomentar vías de intercambio culturales y realizar un ejercicio intelectual que llegue a las bases sociales, los sistemas educativos y medios de comunicación, evitando desvirtualizaciones del real significado de este nuevo paradigma, como por ej.: los esoterismos, creer que es sólo para el mundo indígena, que se trata de un ambientalismo o ecologismo light o una suerte de neocapitalismo verde. Del Sumak Kawsay y la paz como principio regulador de la vida: el Buen Vivir implica construir una cultura de paz y comprender la paz es hablar también de la vida en armonía y en plenitud. Existen distintos niveles para su realización 5 Los siguientes contenidos son elaboraciones preliminares provenientes del análisis de entrevistas realizadas a varios actores políticos y sociales del Ecuador durante el mes de agosto (2011) por la autora.
  • 17. que están estrechamente vinculados: el internacional/geopolítico, el espiritual que es personal, pero que tiene que ver con las relaciones que se mantienen con la naturaleza y, el social, que se lograr de las relaciones humanas y convivencia en la sociedad. El aspecto de quiebre, quizás más relevante, que introduce el Sumak Kawsay proviene de reconocer a la Pachamama como sujeto y como el todo del cual somos parte, entonces, valorar a la naturaleza permite abrir el campo a una serie de comprensiones que no tiene el pensamiento occidental, como el hecho de ser (las personas) tierra que camina. La recuperación del sentimiento de “ser parte” es un ejercicio de reconciliación con lo otro, una posibilidad cierta de repensar sobre la paz no únicamente como principio inspirador sino como forma de vida. De la vinculación entre el régimen de desarrollo y el logro del Buen Vivir y la paz en su sentido más elemental (como ausencia de guerra): El régimen de desarrollo tiene una estrecha relación con el goce de la armonía y plenitud, así, no es compatible con el modelo de extracción-exportación de los recursos naturales, la dependencia del país a los mercados mundiales capitalistas y la consecución del Buen Vivir. La propia explotación de los recursos naturales requiere per se del incremento armamentista, del rearme y su potenciación cada vez más elevada para proteger “las inversiones” en los territorios. Con dicho régimen se contribuye, inevitablemente, con la economía de las potencias al alimentar el complejo militar-industrial. En suma, se refuerza el sistema de destrucción. Nociones de lo indígena relevantes sobre la violencia y paz: no ha sido ni es parte de la cosmovisión indígena ecuatoriana la lucha armada como recurso de acción para cambiar las relaciones con el poder ni para la conquista del poder. La lucha social-política, el movimiento indígena la considera asentada en el ejercicio del derecho de resistencia y de desobediencia que asiste a todos los pueblos del mundo. Es un derecho pacífico y se practicará mientras exista opresión en el mundo. Desde esta perspectiva, la resistencia no es violencia, por el contrario, deviene en violencia cuando es mal entendido y manipulado. Por otro lado, el problema histórico con respecto al poder surgió desde el establecimiento del Estado-nación hecho a espaldas de los pueblos indígenas. El problema es con el Estado, con su estructura y su relación con el
  • 18. movimiento indígena, por ello es fundamental la plurinacionalidad traducida en la práctica para lograr una convivencia con integración y cohesión social. Sobre la violencia política en la dicotomía izquierda-derecha: como dicotomía es necesario atender a ciertos matices, pues hay izquierdas y derechas (en plural) y dentro de cada sector hay varias gamas. La violencia asociada a la izquierda se vincula con el objetivo de destruir el capitalismo y lograr la justicia, es decir, la violencia como abuso no se reconoce como propio de la ideología de izquierda, sino como desvío. Se considera que la “nueva izquierda”, la izquierda de nuestro tiempo, ha abandonado (en su mayoría) la utilización de métodos violentos dado que no contribuyen a construir la nueva sociedad. En la derecha, se valora que prima el patrón conductual guiado por el uso del poder y la opresión, así como una derecha extrema que emplea diversas estrategias a fin de desestabilizar el gobierno, crear un clima de violencia e inseguridad para justificar su “proyecto”, incluso, limitando los derechos de las personas. Para esta derecha es necesario tener la razón moral, fijar valores positivos a nombre de los cuales justifican la violencia. Puede haber sectores que reflexionen sobre el uso de la no violencia, se considera que puede hacer una derecha ideológica respetable, pero muy escasa en la región latinoamericana. Más allá de la izquierda y la derecha se reconoce una tendencia al rearme, sea cual sea la posición ideológica del grupo en el poder (gobierno), lo cual es preocupante para sectores de izquierda al evaluar el riesgo de que la esa misma fuerza se vuelva en su contra como actos de represión y la clara contradicción con la vocación pacífica proclamada. De la conciliación entre sectores políticos con intereses diferentes: la conciliación de intereses es un punto de partida y de llegada, requiere nuevas formas de conducción política, de estructuración de la sociedad y de ejercicio del poder para lograr implementar una nueva forma de hacer política. Mas, por supuesto, existen intereses de clase irreconciliables y para superarlos es necesaria la modificación estructural de las diferencias sociales. Durante el proceso de transformación, para avanzar en ese sentido, se requiere fijar mínimos a partir de los cuales se impulsarán los resultados armoniosos entre posiciones ideológicas distintas, la base es el respeto y cumplimiento de los derechos humanos, la democracia, la paz, el sentido de sociedad y bien colectivo. Las concepciones en torno a la política son importantes para
  • 19. comprender el rol de la conciliación en el proceso de su desarrollo, entre las que resalta la comprensión de la política, en gran medida, como el grado de persuasión para construir el sentido de acuerdo, la capacidad de seducción del discurso, muy distante de la política entendida como la imposición de criterios sobre otros que difieren de los propios. Al mismo tiempo, la política debe enfrentarse a la realidad no desde la utopía sino desde la verdad marxista sobre la existencia de conflictos antagónicos reales y, entonces, cobra sentido resaltar que son las fuerzas de la base social quienes pueden dar garantía de aciertos en el rumbo que toma el proyecto, son las únicas capaces de procurar que el hacer de la política sea ético y no se desvíe del propósito de avanzar hacia el Buen Vivir. En consecuencia, no se encontrarán posibilidades de conciliación si se da una evolución hacia una democracia que incluya al ciudadano en todo el ciclo de la política pública y fortalezca la organización y participación de la sociedad. De la lucha ideológica y las bases para una verdadera democracia: uno de los legados del sistema capitalista es el verticalismo y autoritarismo presente en todo orden de relaciones. La nueva convivencia requiere practicar el diálogo y debate permanente, la negociación y el establecimiento de acuerdos. El diálogo permanente va de la mano de la construcción de una cultura de paz, de la modificación de la eliminación de la otredad como forma de hacer política. Se valora que el instrumento de lucha ideológica más apropiado es el debate ideológico y la movilización. Como elementos para realizarlo se encuentran: democratizar los medios de comunicación y ampliar la participación que, actualmente, es reducida y sesgada. La dirección de la política de diálogo permanente es lograr disminuir la confrontación en la sociedad buscando construir un proyecto compartido que trascienda al proyecto individual, el diálogo permanente debe permitir ir haciendo a todos parte de un horizonte conjunto. La forma de avanzar hacia este comedido es plantear en el debate de la discusión del país los problemas centrales, elevando el diálogo como ejercicio de construcción colectiva de la solución y decisión sobre tales problemas. Además, esta democracia debe respetar y validar a las minorías, sus propuestas y su organización, de manera que la regla de la mayoría como único mecanismo de toma de decisiones deja de ser acertada para la construcción de una democracia legítima. La democracia de mayoría es más la
  • 20. dictadura del voto. Debemos comprender que el rol de las mayorías es, fundamentalmente, abrir los debates, debatir con entereza y buscar amplios acuerdos, generar una política de alianzas con las bases sociales. Sobre el Estado como entidad que detenta el monopolio de la fuerza: se concibe que las fuerzas coercitivas, policía y fuerzas armadas, deben emprender profundas transformaciones tanto en sus bases teóricas como en su plan de acción. Es central en este proceso de cambio, la superación de la doctrina norteamericana de la seguridad nacional cuya penetración se identifica como un destacado obstáculo para adaptar a las fuerzas a lo que la sociedad ecuatoriana y el proyecto político requiere, constituye, incluso, un riesgo o amenaza. En términos generales, se aspira a una formación de estas fuerzas para la construcción de paz y el servicio a la ciudadanía. Con respecto a la policía, se enfatiza su orientación hacia la comunidad con la intención de vincularla con la base social tanto en su formación (policía procedente del territorio) como en la gestión de orden y seguridad, por medio de la identificación y búsqueda de soluciones con participación ciudadana. Otro aspecto a atender consiste en reforzar la prevención y reducir las prácticas basadas en la sanción-castigo, y perfeccionar los sistemas de inteligencia para evitar, en todo caso, el empleo de la fuerza e incrementos de los círculos de violencia. Con relación a las fuerzas armadas, es menester transformar su concepto y estrategias de defensa y seguridad. Se manifiesta la importancia de reflexionar sobre nuevos roles y responsabilidades. Aunque se identifica una tendencia por estrechar el rol de las fuerzas armadas con actividades que favorezcan el desarrollo del país, dicha asociación es motivo de disenso cuando se trata de áreas estratégicas como son los recursos naturales dada la represión que pudieran ejecutar ante enfrentamientos con movimientos sociales (que se vuelvan contra el pueblo). Teóricamente, se concibe deseable y posible la eliminación de las fuerzas armadas, no obstante, las condiciones coyunturales lo tornan irrealizable, al menos en el corto plazo. Una de las estrategias para ganar cercanía hacia dicho objetivo lo constituyen los avances realizados en el orden regional con la UNASUR y los proyectos en defensa y seguridad regional que en su seno se encuentran gestando. Esta alternativa es apreciada como un paso cierto para conseguir la reconfiguración de las fuerzas armadas en base a una concepción regional de seguridad y una nueva
  • 21. estrategia militar, la cual deberá guardar coherencia con la vocación pacífica que ha demandado la región y la cultura de paz que exigen sus sociedades. Finalmente, si bien se concibe una perspectiva diferente de la mirada seguritista del Estado y territorio, se reconoce ausente la definición de una visión y misión común que tome posiciones sobre el gasto militar, la carrera armamentista y la defensa y seguridad subcontinental. Del desarme como el camino necesario y posible para alcanzar la paz: el desarme se reconoce como un proceso de largo aliento y dificultoso, pero en lo absoluto desechable como aspiración que debe y puede hacerse realidad. Algunas consideraciones de trascendencia versan sobre la actualización de esta demanda a nivel internacional desde una lógica de desarme desigual: condicionada al desarme en primera instancia, de las potencias mundiales más dotadas. La carrera armamentista resulta claramente incoherente con el propósito del desarme, por lo cual su disminución se propone como una de las acciones a promover en la ruta de incitar una transformación de la tendencia militarista actual. La estrategia más concreta para aterrizar dicho objetivo lo constituye el proceso de integración (UNASUR) con la intención de desarrollar una propuesta programática de política regional que permita disputar geopolíticamente con miras de evitar la proliferación del belicismo. Además, se reconoce urgente emprender una total reconfiguración de la ONU, del consejo de seguridad y el mecanismo de votación, eliminando el derecho a veto y permitiendo la votación por bloques como una posibilidad. El multilateralismo como política exterior y la integración Sur-Sur se impulsan como estrategias para favorecer el rediseño del sistema internacional. De cualquier modo, de cara a las condiciones del presente, el rearme, aunque mínimo, se considera una mal necesario dada la resistencia y agresión que ha demostrado tener la hegemonía imperialista por conservar sus intereses y, en particular, apropiarse de los recursos minerales y fuentes de agua dulce que contiene nuestro subcontinente. En ese sentido, un desarme unilateral (o regional) se valora como un posible atentado a otros tantos derechos de los pueblos, ante las amenazas agresivas del contexto político mundial, el desarme sería contraproducente. De los cuestionamientos a la hegemonía del Sumak Kawsay: la desconfianza e incluso el rechazo que despierta el concepto de hegemonía se entiende por su
  • 22. asociación inmediata con el ejercicio de imposición de un pensamiento único en perjuicio del pluralismo, la diversidad, el pensamiento crítico y el ejercicio de la crítica en el quehacer de la política, que se aprecian como valores esenciales de la convivencia armónica y plena. El Sumak Kawsay, como aspiración, que conquiste conscientemente no sólo la adhesión nacional sino de la humanidad, se concibe como un proceso histórico cuya hegemonía consiste en garantizar la irreversibilidad del proceso transformador hasta lograr la evolución hacia una organización social superior. El Sumak Kawsay, entonces, es hegemonía en tanto cosmovisión y paradigma asumido por la gente con respeto a las diferencias y como ejercicio de una convivencia de diálogo permanente, en tanto propuesta que no se cierra a fronteras, que es postnacional y postestatal. La labranza y sostenibilidad del proceso sólo es posible desde abajo: el cambio viene desde abajo, desde el acumulado de luchas sociales históricas y se mantendrá por el apoyo y la gestión de los sectores organizados y no organizados de la sociedad. El proyecto revolucionario, por lo tanto, está obligado a ser inclusivo para ser eficaz y para tener continuidad. La carencia de espacio de debate, de actitud de tolerancia y apertura al diálogo son, en la actualidad, debilidades del proceso ecuatoriano reconocidas tanto por sectores sociales como por actores críticos que, en buena medida, contribuyen con su trabajo intelectual delineando los horizontes posibles en la trayectoria del cambio. El propio carácter juvenil de la propuesta ecuatoriana deja múltiples asuntos por definir, por disputar, conquistas incluso en riesgo de no materializarse, en cuyo intento surge como una amenaza mayor el no hacer del proyecto una construcción colectiva. En tal enfoque, se plantea necesario pensar más allá del gobierno y los líderes y no desvincular a los fines del proceso que se transita para alcanzarlos. Toda esa creación, desarrollo y maduración de las condiciones de posibilidad para esa organización social deseada tiene un único camino -superando así la dicotomía de medios y fines- que es el ético y la ética en la política, implica asumirla y exigirla como un ejercicio de servicio a la colectividad que, de nuevo, conservará tal esencia a partir del control y participación cercana de la sociedad en la cosa pública. La recuperación de la confianza en la política favorecerá la cohesión social, la construcción de puentes para el intercambio ideológico, que debe, además, motivarse en el plano internacional. Los movimientos sociales tendrán, más
  • 23. que ahora, extraordinario protagonismo en la definición de acciones para enfrentar los principales problemas mundiales: la crisis climática y la proliferación de la violencia v/s la paz. Bibliografía. Acosta, Alberto. “El Buen Vivir, una oportunidad por construir”, en la Revista Ecuador Debate N° 75, CAAP, Quito, 2008. Calvo, Jordi. “El movimiento 15-M una posibilidad para la desmilitarización”, disponible en www.rebelio.org, artículo publicado en War Profiteers´News, 28- 10-2011. Cante, Freddy y Ortiz Luisa. Acción política no-violenta, una opción para Colombia, Centro Editorial Universidad del Rosario, Bogotá, 2005. Fisas, Vicenc. Cultura de paz y gestión de conflictos. UNESCO, 1998. Franco Restrepo, Vilma. 2008. Guerras civiles. Introducción al problema de su justificación, Editorial Universidad de Antioquia, Colombia, 2008. Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel y otros textos, multimedia realizada por el Instituto cubano de investigación cultural “Juan Marinello”, 2008. Lorenzo Cadarso, Pedro. Fundamentos teóricos del conflicto social, Editorial Siglo veintiuno, España, 2001. Martínez Heredia, Fernando. “Socialismo”, en Autocríticas. Un diálogo al interior de la tradición socialista, Ed. RUTH, La Habana, 2008. Varios autores. Plan nacional para el Buen Vivir 2009-2013, Secretaría Nacional de Planificación, SENPLADES, Quito, 2011. Varios autores. Socialismo y sumak kawsay – Los nuevos retos de América Latina, SENPLADES, Quito, 2010. Vinyamata, Eduard. Conflictología. Teoría y práctica en Resolución de Conflictos, Editorial Ariel, España, 2001. Von Clausewitz, Carl. De la Guerra, traducción de Carlos Fortea, Editorial La esfera de los libro, España, 2005. Otras fuentes: Entrevistas directas realizadas a varios actores políticos y sociales del Ecuador. A quienes se dedican lo más sinceros agradecimientos.