1. REVOLUCIÓN MEXICANA (I)
Paul Wanderwood señala que cada vez es más difícil explicar la revolución
mexicana.
Existen importantes desacuerdos que se basan en problemas de
conceptualización y que afectan a cuestiones tan básicas como la propia
noción de revolución.
INTERPRETACIONES SOBRE LA REVOLUCIÓN:
Cronología de las tendencias
Laura Giraudo, introducción Anuario, (2010):
1. fines años 60 surgió una perspectiva revisionista, cuando una nueva
generación de estudiosos, sensible a los acontecimientos políticos del
período y de la crisis del Estado mexicano, se apartó de la interpretación
tradicional de la Revolución mexicana y del Estado postrevolucionario,
cuestionando su carácter popular y democrático.
2. años 80 se produjo una profusión de estudios sobre la experiencia
revolucionaria en el ámbito regional lo que hizo a los investigadores
replantearse la idea de la fuerza del Estado y su capacidad de
manipulación, mostrando la complejidad por un parte de los procesos
revolucionarios y, por otra de la participación popular a nivel regional y
local.
3. Perspectiva postrevisionista: Interés especial por el papel de los
mediadores y de los subalternos, reconocimiento de la multiplicidad de
poderes inmersos en una intensa movilización social y política-
campesinos, obreros, elites, autoridades locales y nacionales negociaban
en distintos niveles y participaban de la construcción de los significados
y prácticas del nuevo Estado.
4. En los ultimos años se ha abandonado la idea de una revolución
contrapuesta a una sociedad “tradicional”, una dicotomía poco apta para
captar la complejidad de las relaciones entre el gobierno federal, los
Estados y los distintos actores políticos, sociales y etnicos que actuaban
en los diferentes ambitos.
5. El estudio de las realidades locales, por un lado, y la nueva mirada hacia
“Lo político” legada por la historia cultural, por el otro, nos han
permitido ajustar la perspectiva, adoptar una mirada diferente que
cuestiona la imagen de un estado federal posrevolucionario omnipotente
y autoritario. Lejos de ser un Estado leviatán, este tropezaba con
notables dificultades a la hora de presentarse como un actor legítimo en
el ámbito local y necesitaba de múltiples mediaciones y negociaciones
para poder llevar a cabo sus políticas y proyectos. Por otro lado, la
1
2. práctica de negociación pragmática se transformó en fuente de fuerza
par ale Estado posrevolucionario e instrumento eficaz para la
construcción del consenso. El proyecto cultural y de construcción
nacional de la revolución fue según los casos resistido, negociado y
redefinido por los distintos actores, lugares y prácticas con los que tuvo
que confrontarse, en dinámicas de conflictos y negociaciones que
terminaron por transformar tanto a los destinatarios del proyecto como
al Estado mismo.
Interpretaciones clásicas de la revolución:
1- John Hart: lucha de clases y penetración económica externa. La
revolución, entonces, habría sido un acto de liberación nacional. Otorga
al trabajo uno de los principales roles en el proceso de la batalla.
Ramon Ruiz y John Womack consideran que la revolución cambió
poco las estructuras existentes. Para este último la revolución implicó
más aspectos políticos que movimientos sociales.
2- Alan Knight: considera la revuelta como popular y ubica sus
orígenes en asuntos concernientes a la tierra y la autonomía local.
3- François Xavier Guerra. La revolución mexicana fue
principalmente ideológica. Habría sido una expresión más de una
tensión que se reproduce en la historia mexicana en la larga duración
entre pensamiento tradicional anclado en la estructura y mentalidad del
período colonial y contradicho por las ideas modernas de los
reformadores liberales del XIX.
1. Sobre la revolución como lucha de clases: consideran que no fue una
revolución, porque fracasó, no consiguió cambiar….
La revolución como lucha de clases: Ramón Ruiz, La gran rebelión, en el
caso mexicano, a diferencia de la revolución bolchevique, etc… no se
produjeron cambios tan significativos ( “una transformación de la
estructura básica de la sociedad", cambiando radicalmente “la estructura de
clase y los patrones de riqueza y de distribución de las ganancias”,y además
“modificando la naturaleza de la dependencia económica del país respecto
al mundo exterior.2. Según este autor se trató más bien de una forma de
“Protesta burguesa” que solo podía perfeccionar el capitalismo existente. )
como para ser considerada Revolución.
Ruiz, Cockcroft y Gilly rechazan la noción de 1910 como una
revolución burguesa: apenas logró derrocar a Porfirio Díaz y modificar
parte de la ideología de cambio social”.
2
3. ”9 No hubo “cambios radicales en la estructura de clases ni en las
relaciones de poder entre ellas". Sin embargo, la Revolución sí fue el
producto de un conflicto de clases: de la “explosiva confrontación entre
proletarios y capitalistas”. Fue, en efecto, una revolución
proletario/socialista fallida, que desafió, pero no pudo vencer, a un orden
burgués establecido, y que ha dejado como herencia un “intenso conflicto
de clases”. La tarea del historiador (radical) consiste entonces en subrayar
el papel del Movimiento Precursor (especialmente el Partido Liberal
Mexicano) y asimilarlo a una tradición, ininterrumpida de protesta
revolucionaria que va de Flores Magón hasta Zapata y el Sindicato
Petrolero de los años treinta, hasta Lucio Cabañas.
La tesis de la revolución interrumpida de Adolfo Gilly es sustancialmente
la misma.10 Aunque esta interpretación tiene el mérito de enfatizar el papel
central de las fuerzas populares —y de verlas actuar de manera
independiente, no como el “material inerte moldeado por la voluntad de
unos cuantos líderes”— es poco crítica y a menudo romántica en su
representación de estas fuerzas.
Esta interpretación debe acentuar el carácter fallido —o “interrumpido”—
de la Revolución. La Revolución es importante no por lo que hizo, sino por
lo que no hizo (no estableció el socialismo); o por lo que, en un tiempo
futuro, después de una larga “interrupción”, podria hacer todavía “En lugar
de teorías basadas en el análisis de la acumulación y la lucha de clases”, se
ha señalado, los exponentes de este acercamiento “utilizan los conceptos
políticos de Poulantzas —‘bloque de poder’, ‘hegemonía’, ‘clase
gobernante’, etcétera— como casilleros que pueden rellenarse con los
conceptos relevantes de un análisis político de la estructura de clases de
cualquier Estado”.24 También son usuales análisis similares de la
Revolución, en que facciones políticas como el villismo y el carrancismo se
reducen a clases o a fracciones de clase, por lo general con base en obiter
dicta ideológicos y/o una débil prosopografía.
Dos variantes en particular de esta interpretación de la “fracción de
clase” de la revolución merecen ser examinadas más atentamente.
Primero, existe una moda de explicaciones bonapartistas (que, de nuevo,
exhibe la influencia de Poulantzas y de su escuela).26 Según este análisis,
la Revolución estableció un régimen bonapartista en el que el
estancamiento de las fuerzas de clase permitió que el liderazgo
revolucionario —el “caudillismo revolucionario” de los sonorenses—
asumiera el control político, relativamente autónomo de la fuerza de
clases(aunque, en última instancia, en el interés de la burguesía).
Vinculada a esta interpretación está la noción común de un gran giro —
logrado por la Revolución— de la hegemonía del comprador a la de la
3
4. burguesía nacional. La Revolución pudo no haber desmantelado el
feudalismo, pero le arrebató el poder a una fracción de clase y se lo otorgó
a otra cuyo "proyecto" difería radicalmente respecto a la política económica
y las actitudes hacia el comercio y la inversión extranjeros
Ni bonapartismo ni revolución de la burguesía nacional representan
hipótesis convincentes.
2. Los viejos historiadores “populistas” (como Tannenbaum) y —a pesar de
sus errores—, los nuevos marxistas (Cockcroft, Gilly, Semo) por lo menos
comprenden que la Revolución fue, como sus participantes comprendían de
sobra, un movimiento popular masivo en que se enfrentaron grupos
hostiles, clases e ideologías, y que reveló, de manera dramática, la quiebra
del antiguo régimen.
3.- Sobre Guerra y las críticas: Empezamos a asentar algunos puntos
básicos de interpretación- comprensión.
Para considerar que el movimiento fue revolucionario, se plantea el
problema del zapatismo, porque como dice Arnaldo Córdova.
“¿Podemos hablar legítimamente de una revolución en el caso del
movimiento zapatista? Mucho de lo que ahora sabemos acerca de Zapata y
del zapatismo [...] sugiere que no. El retorno al pasado en el que se basó el
localismo del movimiento, la falta tanto de un proyecto de desarrollo
nacional como de una concepción del Estado, son elementos que nos
impiden concebirlo como una revolución. Una revolución, social o política,
nunca es local, nunca busca restaurar el pasado; una revolución es nacional
y por esa misma razón la toma del poder político es su objetivo primordial.
El zapatismo, y muchos movimientos menores similares, luchaban por la
implementación de una visión alternativa que pudiera obtener una
acendrada lealtad popular (lo mismo se aplica a ciertos grupos serranos). Si
la visión era nostálgica, la acción era revolucionaria; a menudo
revolucionaria con conciencia de clase. Y no es extraño que visiones
nostálgicas y “tradicionales” se transmuten —especialmente al calor de la
revolución— en ideologías con una visión más adelantada y radical.
En México las rebeliones locales e inarticuladas de 1910-15 a menudo
abrieron el camino a mejores y más complejas protestas posteriores,
especialmente en los años treinta.
yo justificaría el uso del término “revolucionario” para describir a los
movimientos populares que tienen poderosas visiones rivales y se enfrascan
en una lucha sostenida (política, militar, ideológica), en una situación de
soberanía múltiple.
4
5. Ya he sugerido en otra parte que la Revolución Mexicana puede analizarse
mejor en términos no de dos contendientes (antiguo régimen y revolución),
sino de cuatro: antiguo régimen (el porfiriato y el huertismo); los
reformistas liberales (principalmente, aunque no exclusivamente, la clase
media urbana); los movimientos populares (subdivididos en agraristas y
serranos); y la síntesis nacional, el carrancismo/constitucionalismo, que se
convirtió, sin una innovación genética significativa, en la coalición
gobernante de los años veinte.
De inmediato se notará que estas no son categorías homólogas, por
ejemplo, regímenes, clases, ideologías. Son, más bien, actores históricos,
que representan conjuntos de intereses en los que la clase es crucial, pero
otras lealtades —ideológicas, regionales, clientelistas— también compiten;
son útiles a este nivel muy general de análisis, pero, por supuesto, deben
descomponerse para otros propósitos analíticos. La clase social puede
considerarse central para algunas de estas divisiones básicas; por ejemplo,
nacionalmente entre el antiguo régimen y el movimiento popular y
localmente, en casos específicos como Morelos, La Laguna, el Valle del
Yaqui, la Huasteca. Otras divisiones, tales como aquellas entre el villismo
(una sección hipertrofiada del movimiento popular) y el carrancismo (una
categoría por derecho propio). No pueden ser reducidas a intereses de clase,
ni siquiera en “el último análisis”. Tampoco lo puede ser la cristiada de los
años veinte.
Algunos niegan o minimizan seriamente la importancia de la rebelión
campesina, subrayando en cambio la pasividad de los campesinos; otros
enfatizan más bien el papel revolucionario de la clase media, las gentes con
recursos, o los ahora populares rancheros (los rancheros y los campesinos
son conveniente pero inexactamente segregados, merced nada menos al
signo del “comunalismo”).55
El propio Alan Kinght, otro de los grandes especialistas en la revolución,
habla de que “muchas Méxicos dieron origen a muchas revoluciones”.
Fueron movimientos predominantemente rurales, esto es, la mayoría de los
que tomaron parte en la lucha armada procedía del campo. Sin embargo,
los que resultaron triunfadores procedían de la ciudad.
Actualmente ya no se ve la revolución como un proceso de la historia
político militar que abarcó los años 1910-1917, sino que tiende a incluirse
en un panorama más amplio, de finales del XIX a mediados del XX.
Historia política, militar, diplomática, historia social, historiografía.
5
6. A menudo se entiende que la revolución mexicana fue un movimiento
norteño:
En Chihuahua, Pascual Orozco fue pieza clave para la caida de Dïaz.
Cohauila, el lider del primer período de la revolución, Francisco I. Madero
Los gobernadores de Cohauila y de Sonora fueron los que desconocieron a
Victoriano Huerta e iniciaron el movimiento que culmino con su caída.
En Chihuahua se conformó la base social de apoyo a Francisco Villa.
Perspectiva postrevisionista que ha determinado un cambio sustancial en
las interpretaciones del Estado postrevolucionario y de sus tentativas de
construir nacion, poniendo énfasis en los problemas de reconstrucción de
un territorio tan vasto y sujeto a una multiplicidad de poderes inmersos en
una intensa movilización social y política. Historiografía interesada en el
proceso de formación del Estado nación postrevolucionario y en el
papel de los subalternos: sus aportes, fundados en intensas
investigaciones de archivo e indican que campesinos, obreros, elites,
autoridades locales y nacionales negociaban en distintos niveles y
participaban de la construcción de los significados y prácticas del nuevo
Estado. Qué clase de revolución fue la mexicana?
Los asuntos centrales para entender la revolución remiten a tres cuestiones:
1.la naturaleza de las comunidades campesinas en el México
prerrevolucionario
2.la estructura política del sistema político porfiriano
3.la búsqueda de los cambios y continuidades históricas en el interior de
la revolución.
1. conceptualización idealizada sobre las comunidades indígenas que las
presentan como corporaciones esencialmente cerradas y comunidades
autodefensivas (presupuestos sobre los que asientan sus interpretaciones
Hart, Knight o Guerra). Visión refutada por estudios de caso
desarrollados por Eric Van Young o William Taylor o Paul
Wanderwood.
Durante el Porfiriato, podría considerarse que algunas villas indias
continuaban siendo relativamente cerradas y comunales, aunque no era
así para el caso de ciudades ampliamente pobladas por campesinos
mestizos. No se puede generalizar ni sobre su nivel de apertura ni sobre
su implicación con la política nacional. No respondieron tanto a esta ide
6
7. de cerradas y colectivas, y por tanto tampoco al modelo de economía
moral que se les atribuía (el elaborado por James C Scott).
Tampoco la distinción social sirve como evidencia. De hecho, cuando la
rebelión se acercaba a la región, los pobladores nunca respondieron de
manera unívoca. Algunos veían la disrupción ocasionada por la revolución
como una oportunidad, como una ocasión única para alcanzar sus objetivos
aunque fuera a pesar de la solidaridad de la villa; otros optaron por
mantener el status quo. Las ciudades no se rebelaron como entidades, sino
que sus formas de respuesta tenían que ver con la naturaleza de la vida en
la villa.
Algunas revueltas tenían que ver más con mirar hacia adelante que con una
mirada defensiva sobre su pasado. Surgieron en torno a la autonomía local:
En algunos casos, como Florencia Mallow ha mostrado para Puebla, tenían
que ver con el reclamo de los campesinos de demandas que los propios
miemnbro s del partido liberal nacional estaban dispuestos a otorgarles:
demandaron igual y completa participación en la nueva sociedad prometida
por los liberales. El desarrollo económico habría abierto un campo de
nuevas posibilidades, de competición fuerte que acabarían creado
tensiones. Estos campesinos no se veían como miembros de comunidades
cerradas y corporativas.
Aunque se han buscado explicaciones a por qué participaron en la
revolución, más bien habría que ver qué fue lo que les permitió participar
en ella. Esto remite al punto 2.
2.- El sistema político porfiriano.
Proceso de envejecimiento del sistema porfirista. Otros factores: problema
de la sucesión, transformaciones del capitalismo internacional, o incluso la
explicación de Guerra que aúna los factores culturales y políticos. Hart,
Knight, Guerra están impresionados por la participación de las elites
locales y regionales en la revolución.
Se tiende a ver el sistema porfirista más monolítico, burocrático y
coercitivo de lo que se suele pensar.
Probablemente los estudiosos han confundido la insistencia y la
perseverancia con el control efectivo: Díaz tenía limites por parte de los
grupos dominantes, pero también por sus relaciones con los campesinos.
Transigió en cuestiones que probablemente no haría.
7
8. Aunque se ha incidido mucho en la centralización del régimen, pero ¿qué
implicó realmente?
Viendo cómo se desarrolló la revolución podría decirse que las elites, las
no elites que disfrutaron de cierto poder tenían su parte de disputa con el
régimen.
Algunas disputas remitian
- al control del poder local, los hacendados a menudo protestaron la
obligación de sus trabajadores en el servicio militar. Algunos llegaron a
aconsejar a sus hombres apelar al amparo.
- sobre quién iba a beneficiarse de los procedimientos de esta economía
comercial agaria. Los mejores locales y regionales querían mantener el
control sobre su habitual poder de base, una posición que podía colocarlos
en oposición con los objetivos del gobierno nacional. Esta fue la disputa
que disparó a los constitucionalistas. Los lideres de Zarranza y de sonora
estaban dispuestos a entenderse con Huerta, tal y como habían hecho por
Diaz. Demandaban el derecho para regular y beneficiarse en sus propias
regiones, pero Huerta no se comprometió así que las elites regionales
fueron a la guerra. Huerta quería centralizar su gobierno como si se tratara
de una dictadura militar, y esta obstinación política le costó la presoidencia.
Un año después de la intransigencia de Huerta, las tornas habían cambiado.
Los constitucinalistas enfrentaron una oposición regional en un esfuerzo
por consolidar su movimiento. Pero contaban con el apoyo de las fuerzas
militares? Alicia Hernández opina que Carranza tuvo que respetar a sus
lideres militares; tuvo que garantizarles autonomía sobre las regiones que
los generales querían dominar. En definitiva, parece que la revolución
parece revelar la tensión que existió siempre entre el gobierno y los grupos
dominantes, especialmente aquellos dirigidos por el incentivo de la
ganancia.
Tensión entre los grupos dominantes y el gobierno federal del Porfiriato.
Esto se puede apreciar en el estudio de los jefes políticos. Parece ser que
los jefes políticos y los caciques atendían más a los intereses de las elites
nacionales y regionales que a los del gobierno nacional. Diaz trató de
controlar esto imponiendo su criterio en la elección de estos jefes, aunque
aún falta mucho por averiguar si realmente lo consiguió.
Los archivos a menudo muestra que el jefe político estaba en desacuerdo
con el gobernador y era reacio de cumplir las ordenes de la autoridad
superior. Hay un cambio importante en torno a 1890: hasta entonces los
jefes políticos era elegidos por sus poblaciones, y después ratificados por el
gobernador. Hubo revueltas en 1890 pero pareció que la transformación en
la manera de seleccionar al personal no afectó de manera significativa a las
personas implicadas. El gobernador de Chihuahua designaba a
8
9. representantes que no estaban lejos de la actividad social y política de la
región-. Los anterioremente elegidos jefes ahora eran designados por
nombramiento oficial. En ocasiones cuando los jefes políticos dejaban su
oficina eran pagados por los campensinos para representar sus intereses en
escalones oficiales más altos.
Los jefes hacían un trabajo sucio. Su principal tarea era mantener el orden
para proteger los intereses de aquellos que estaban bajo control. Pero ello
no implicaba únicamente una opresión cruda, sino a menudo empleaban
medios más sutiles. No solo intervenían atendiendo la quejas por fraudes
electorales, o formaban la milica local para combatir a los grupos rebeldes,
los apaches, los ladrones de ganado, sino que también estaban intimamente
implicados en los aspectos más sensibles de las relaciones y
comportamientos personales.
El jefe político podía hacerse muchos enemigos en el cumplimiento de su
deber, pero a menudo era muy considerado por la gente local como un
representante de sus asuntos personales y de los intereses de la comunidad.
Esto permite comprender por qué fue el blanco de la hostilidad rabiosa
cuando estalló la revolución, y también opr qué algunas ciudades
mantuvieron sus jefes incluso en momentos de lucha, y reconocieron su
autoridad durante los momentos de calma y algunas ciudades estaban
divididas en torno a esta cuestión. Por supuesto, nuevos individuos fueron
jefes; ellos sustituyeron a los antiguos a medida que la revolución iba
ganando la partida. Pero los nuevos trataron de ejercer su autoridad para
favorecer las comunidades locales, construir o reconstruir su autoridad
desde la base, donde la gente común estaba mejor organizada y más
determinada.
A lo largo del período de Díaz se aprecia un aumento del deseo de
controlar esta institución para sus propios propósitos nacionales.
Progresivamente el jefe habría venido a constituir un punto de
contención fundamental entre las elites regionales y el gobierno federal
quienes rivalizaban por controlar el populacho rural en sentido
político y en el sentido de la producción de su trabajo. A diferencia de
las consideraciones tradicionales, que lo presentaban como un
personaje oscuro, ahora se ve cómo el jefe político seguía determinado
a servir al pueblo local de donde le venía buena parte de su poder y de
sus beneficios.
La centralización de Porfirio Diaz tendría que ver con esta tendencia a
llegar a acuerdos con los jefes políticos.
9
10. El resultado final de la revolución dio lugar a un estado más
burocratizado, más centralizado, y más poderosos que su predecesor
porfiriano.
Se ha prestado demasiada atención al liderazgo de los norteños y aliados
con los trabajadores urbanos organizados para aplastar la autonomía local y
regional.
Si aceptamos que el regimen de Porfirio Diaz colapsó principalmente
por el fracaso en la relación con los grupos dominantes nacionales y
locales.
La revolución no solo implicó un cambio de personas en los cargos, sino
también de mentalidad entre los que sobrevivieron a los cambios.
Que había cambiado?
- los campesinos habían desarrollado una conciencia de militancia de
grupo: si inicialmente a la ocupación de propiedades se les había
denominado invasión de tierras, ahora ellos continuaron ocupando las
tierras de las haciendas, pero también trataron de disputar las relaciones de
propiedad anteriores;
- nuevos lideres aparecieron de la filas de los campesinos para organizarse
- oficiales locales, las autoridades estatales y finalmente el gobierno
nacional fueron obligados a defender los deseos de los campesinos
los oficiales nacionales y las autoridades de Chihuahua no estaban de
acuerdo entre sí, sino que estaban enfrentados por el control de los
campesinos para obtener distintos recursos de ellos. Pero todos ellos
parecen haber sido obligados a establecer una dificil alianza por la
insistencia de los campesinos y sus organizadores. Es esta tensión la que
refleja un cambio importante con la revolución. Precismamente lo que
precisa explicarse ahora es como estos conflictos e intereses cruzados
estaban implicados en la construcción de una nueva verdadera
burocracia y en un estado mucho más autoritario. Implicada, por
supuesto, estuvo la eventual alianza entre los jefes regionales y los
gobiernos estatales con la empresa nacional, todos en detrimento de los
campesinos.
La historiografía sobre la revolución mexicana coincide en la
emergencia de nuevos poderes locales y una mentalidad nueva en los
niveles locales y regionales.
Consecuencias
10
11. Alan Knight, La revolución mexicana: ¿burguesa, nacionalista, o
simplemente “gran rebelión”?
Las consecuencias políticas de la Revolución, a corto plazo, fueron
profundas: las antiguas instituciones fueron destrozadas, nació la
organización masiva, las élites circularon, la retórica cambió. Todo ello
contribuyó a corto plazo (esto es, hasta los años treinta, si no es que hasta
los cuarenta), a un debilitamiento, no a un fortalecimiento, del Estado, en
comparación con su predecesor porfiriano.
Si el Estado revolucionario aventajó a su predecesor porfirista en su fuerza
potencial, su autoridad real estaba circunscrita y a veces era hasta precaria
(porque, además, durante el riesgoso periodo de transición de la edificación
estatal, ese mismo proceso suscitaba antagonismo y resistencia) la
Revolución revirtió la tendencia porfirista a la concentración de la tierra y,
lo que no es menos importante, inició un largo proceso de movilización
agraria. El poder y la legitimidad de la clase terrateniente —que había
sostenido al régimen porfiriano— nunca se recuperaron.
Los sentimientos radicales e igualitarios generados —o revelados— por la
Revolución de 1910 hicieron imposible el régimen de los antiguos
terratenientes. El mundo puesto de cabeza, aun si fue parcialmente
ordenado después de 1915, jamás volvió a ser el mismo.
La mayor pérdida de la clase terrateniente fue política más que económica.
Los oligarcas terratenientes ya no dominaban en los estados; en el mejor de
los casos colaboraban con los generales revolucionarios electos y se
esforzaban por contener el desafío de los grupos recién movilizados. La
devolución al por mayor que Carranza hizo de los terrenos confiscados
permitió una recuperación territorial, al menos en papel. Pero la riqueza
basada en la explotación de la tierra, separada del poder político, fue
severamente dañada. De manera similar, aun una modesta transgresión del
monopolio territorial de un terrateniente (y para 1934 la quinta parte de la
propiedad privada había sido enajenada bajo la “modesta” reforma
sonorense), podía tener un impacto desproporcionado.108 La clase
terrateniente del porfiriato había dependido del creciente monopolio de la
tierra (y del agua), reforzado por el poder político; afectado este
monopolio, restringido este poder, el interés terrateniente se vio seriamente
amenazado y obligado a escoger entre la extinción o la rápida adaptación al
nuevo ambiente. Por lo tanto, donde sobrevivieron los hacendados
porfirianos lo hicieron en virtud del cambio, no del conservadurismo (el
ejemplo clásico es el de William Jenkins en Atencingo).109 La
11
12. supervivencia individual o familiar no debe cegarnos ante el cambio
colectivo inducido por la Revolución.
Los hacendados porfirianos habían confiado en una combinación de
coerción directa (o “extraeconómica”), sobre todo en las regiones sureñas
de peonaje por deuda; y de monopolio territorial, que a su vez dependía del
poder legal, financiero y político. Ambos fueron significativamente
afectados por la Revolución.
No todos los cambios fueron permanentes, y la Revolución no eliminó de
un solo golpe este tipo de peonaje por deuda servil, característico del sur.
En lo concerniente a las restricciones y contradicciones agrarias del
porfiriato, la Revolución tuvo un impacto decisivo, si bien no inmediato.
Entre sus efectos principales está el debilitamiento y, en última instancia, la
destrucción del sistema hacendario. Esto no quiere decir que el liderazgo
revolucionario fuera fervorosamente agrarista o que el campesinado
emergiese como un beneficiario absoluto de la Revolución. Al contrario,
gran parte del debilitamiento y de la destrucción no estaban planeados (y
aun esto fue lamentado por los líderes), y no fue sino hasta mediados de los
años treinta que la política oficial se adhirió a objetivos netamente
agraristas.
Tampoco la desaparición de las haciendas benefició uniformemente a los
campesinos, algunos de los cuales perdieron la relativa seguridad de su
estatus de acasillados; otros, al adquirir parcelas inadecuadas,
intercambiaron el dominio del hacendado por el de cacique ejidal.145 Por
lo tanto, en algunos distritos, la reforma agraria fue impuesta sobre un
campesinado recalcitrante.146 Pero es erróneo negar por ello los cambios
agrarios iniciados por la Revolución.
Los terratenientes, que a menudo perdían su influencia política, también
veían amenazada su supervivencia económica. La destrucción física
acarreada por la Revolución (que afectó a la agricultura más que a la
industria) no debería subestimarse.
De este modo, mucho antes de que Cárdenas tomara la ofensiva contra las
grandes haciendas comerciales de Yucatán, La Laguna y el Valle del Yaqui
y así impulsara las cifras de la reforma formal a niveles sin precedente, las
haciendas de todo el país habían sido sometidas a presiones inexorables.
Algunos terratenientes huyeron durante la Revolución y no volvieron
nunca; otros emigraron (de Morelos a Jalisco, por ejemplo); algunos más
fueron obligados a vender parcial o totalmente sus propiedades a causa de
la presión campesina o de las fuerzas del mercado: en el Bajío, donde la
12
13. parcelización fue acelerada por la Revolución, o en la Sierra Alta de
Hidalgo, donde las ventas apresuradas de los hacendados en decadencia
ayudaron a alentar la formación de una nueva clase de campesinos
medios.156 Un buen número de terratenientes, orillados a las ciudades y
privados de su patrimonio, establecieron negocios y formaron nuevas
fortunas.157 Mientras tanto, los muchos que se quedaron (y algunas veces
prosperaron), lo hicieron gracias a su monopolio territorial y su apoyo
político (que, a pesar de la compra de generales revolucionarios, nunca fue
tan grande como en tiempos de Díaz), más que por medio de la innovación
y la racionalización económica.
En México, como en América Latina, por lo tanto, la consecuencia
económica más grande y más clara de la reforma agraria fue la
racionalización de la agricultura de los fundos; la conversión obligada de
los hacendados “tradicionales” (esto es, “feudales”, “semifeudales” o
“precapitalistas”) en empresarios “modernos”, capitalistas.160 Fue una
conversión que los líderes revolucionarios favorecieron, aunque sin
mención explícita. Cárdenas protegió a Jenkins; Calles, él mismo un buen
exponente de la agricultura comercial, instó: “los latifundistas ganarán si
conceden tierras a los pueblos de la República, de manera que [los
latifundistas], al explotar esa parte de la tierra que les quede, se volverán
verdaderos agricultores [...] y dejarán de ser explotadores de hombres”.161
Es decir: la explotación seguiría a través del anonimato del mercado, más
que mediante la coerción y el monopolio palpable.
Aunque Calles, Cárdenas y otros trabajaron para apresurar esta transición,
no la echaron a andar, ni sus esfuerzos fueron necesariamente los más
eficaces. La disolución de la propiedad, iniciada entre el caos de la
Revolución y sin precedente en América Latina en este tiempo, formó parte
(la parte más importante) de la convulsión socioeconómica general,
caracterizada por la rebelión armada, la movilización popular y los
trastornos económicos (inflación rampante, así como destrucción física.
Según Maria Aparecida Lopes (Historia mexicana, la revolución no
promovió una alteración radical en el modelo económico puesto en práctica
por el Porfiriato. El avance de la agricultura comercial del algodón en el
Valle Bajo del Rio Bravo se explicó por la manutención por parte de los
jefes posrevolucionarios de proyectos similares a los implementados en las
últimas décadas del XIX.
La ascensión de Carranza estuvo relacionada con la manutención de la
actividad economica en ciertas areas del país. Despues del reconocimiento
estadounidense del gobierno constitucionalista en 1915, las exportaciones
13
14. regulares de henequén y café por ejemplo permitieron al ejercito
carrancista mantener preeminencia sobre los demás grupos a partir de
entonces declarados rebeldes: villistas y zapatistas
El impacto de la revolución fue desigual en los diferentes sectores
económicos y regiones del país, con variaciones año tras año.
El comercio exterior y los sectores industriales, minero y agrícola para la
exportación y de la banca sufrieron altibajos. El comercio exterior se
fortaleció en 1914-1915 para mantener a las facciones en lucha y también
por la primera guerra mundial.
En el sector productivo, la revolución afectó a la industria mexicana, pero
no como movimiento de guerra capaz de paralizar la actividad productiva,
sino como fuerza promotora de cambios institucionales:
- reordenamiento de las relaciones entre los industriales y el gobierno, a
partir del cual aquellos deberían negociar con la nueva elite, ávida por
incrementar su base social
- fortalecimiento de los trabajadores organizados en pos de mejoras
salariales y de demandas sociales en general.
14