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PATERNIDAD

(UN CUENTO DE NAVIDAD)




                                Por José Gregorio del Sol Cobos

        Irún, 25-31 de diciembre de 2012, con LibreOffice Writer




             1
I
(LA PALABRA) Gabriel.

Y Gabriel aparece, porque todo lo que dice La Palabra, sucede, se hace, se cumple, se encarna.
Gabriel no está ni viene de ningún sitio. La Palabra lo hace al pronunciarlo.

(GABRIEL) Mi Señor.

(LA PALABRA) ¿Está todo listo?

La chica había aceptado. De nuevo La Palabra había dado en el clavo, aunque Gabriel no entiende
que le pregunte más por ello. Gabriel es finito y no se puede entender a sí mismo fuera del flujo de
sonido de La Palabra, pero le parece que siendo aquélla infinita no debe de haber más diálogos ni
viajes a aquel pobre mundo.

(GABRIEL) Mi Señor, así es. La Llena de Gracia ha aceptado, como vos previsteis.

(LA PALABRA) Gabriel, tú eres uno de mis sonidos, eres cuando hablo y tus pensamientos no son
sino míos. Por eso obedeces. No está en tu naturaleza pensar ni por tanto dudar. Uno como tú lo
hizo, para desgracia suya y de los humanos, y en consecuencia ahora en lugar de disponer como
con otros seres a voluntad de mi son, he de enviarte para que me escuchen y, si quieren, obedezcan.
Libre albedrío, lo llamarán, y a veces juego a olvidar si los creé con ello o si se lo impuso el
Malvado. Quiero que vuelvas. Naceré, de ella, sí, pero seré un simple niño en una época en que los
simples niños son seres desvalidos.

Todo suena a locura en los oídos de Gabriel, quizá una extensión más de La Palabra, pero el plan
está prefijado. Demasiados lo intentaron antes, imbuyéndose de gran poder para lograr sólo la gloria
humana. Sin duda La Palabra quiere algo más, pero como acababa de decir -y de obrarse- ni
pensamiento ni duda algunos anidan en lo que sea la mente de Gabriel.

(LA PALABRA) ¿Qué hará su esposo?

(GABRIEL) Oh, sin duda la repudiará.

Gabriel simplemente sabe, como sabe La Palabra, que ésa es la más benigna costumbre de aquella
parte del mundo en lo tocante a lo que los vecinos sólo podrían entender como adulterio. Un
mundo posible nace en La Palabra pero fuera del Tiempo. Así, los puede explorar todos, y en todos
los que José repudia a María, Jesús no llega a la adolescencia ni se cumple el plan que La Palabra
había prefijado. Pero quizá había una mayor probabilidad en los que José aceptaba el milagro.

(LA PALABRA) José se tiene por un hombre bueno, pero esa categoría cambiará tras mi llegada.
Ése será tu deber: enseñarle la verdadera Bondad más allá de las “buenas” costumbres de su
pueblo.

(GABRIEL) ¿Mi Señor?

(LA PALABRA) ¡Ve!

                                                 2
II
Aunque los hombres lo van olvidando, no es fácil el oficio de enviado del Señor. Los más longevos
de los pueblos más auténticos, primitivos y aislados, lo comprenden mejor que los jóvenes de las
urbes romanas y romanizadas. El enviado no tiene un mapa con una dirección, ni unas instrucciones
claras en papiro o, antaño, en cera con dibujitos. A veces, ni siquiera sabe cuál es su tarea y debe
limitarse a observar: ser los ojos de una Palabra perpleja ante lo complicada que la Cuántica 1 ha
hecho a su creación más querida.


Otras, debe acercarse en formas inverosímiles a quienes nunca creerían que a partir de cierto día
arderían como profetas en la oscuridad del mundo, desatados tras una palabra ocasional, entregados
a tan peligrosa tarea tras aspirar el espíritu adecuado dejado allí por el ángel, invisible o apenas
dibujado en una mente marcada de antemano, antes de nacer.


Pero todos los enviados saben algo que los humanos ignoran: que sin darse cuenta están
continuamente en contacto con La Palabra. Si lo supieran arderían espontáneamente, lo que tal vez
explique casos sin explicar de un futuro muy lejano, pero de la infinidad de impulsos que mantienen
esa conexión y de cómo los maneja a un nivel muy básico cada alma-mente, surgen algunas
cualidades definitorias.


Hay humanos a los que el Maligno dota de un muy eficaz filtro: sus propios pensamientos, y es
tanto mejor aquél cuanto más ligados a la inmediatez están aquéllos. El caudal de su verborrea
interior les esconde las verdades más profundas con casi igual eficacia que la hora del día les oculta
la eternidad. Su muy querida vida interior los aparta de las reflexiones en que mejores cuñas pueden
introducir los enviados. Éstos, especialmente dotados para la detección de esos individuos, los
rehuyen cuanto pueden, pues cerca puede andar el ingeniero del filtro, y por lo general los
encuentros entre enviados y Maligno suelen acabar tectónicamente mal...


Otros humanos, en cambio, puede que no lo sepan, pero se dejan envolver interiormente por el calor
que La Palabra destila en lo profundo de todos. Son como teas de brea aún apagadas que en medio
de un huracán tienen a su alrededor una campana de aire tranquilo en el que encenderse ante el
aliento flamígero de un enviado. Atienden sin sospecharlo siquiera a las grandes ideas de siempre, y
suelen brillar y ser admirados entre los suyos por lo que éstos llamarán sabiduría, serenidad,
tranquilidad o, incluso, beatitud. Habrá una época, sin Palabra ni enviados, en que su descreída
gente aún los distinguirá por lo que llamarán “sentido común”.


Gabriel sabe que todos los humanos se hallan en alguna situación intermedia entre ambos extremos,
y también que el hombre que tiene delante está bastante más cerca del segundo que del primero.
José, próximo a los provectos cuarenta años que denotan las sienes ya blanqueantes, es uno de esos
poseedores de una sabiduría natural que no necesita de lógicas, álgebras ni grandilocuencias.

1    Hay seres especiales para los que el Tiempo no es un río, sino una tela, de modo que en cada instante tienen acceso
     a los saberes de todos los momentos. La Palabra, el Maligno o los enviados, así como a limitada escala este
     narrador, pueden, sin perjudicar la integridad de esta historia, saber qué es la Cuántica o a qué se parece un huracán
     incluso en el Oriente Medio del comienzo de la Era de quien la lee.

                                                             3
Simplemente, es un hombre que se aviene a razones.


José no sabe que Gabriel, arcángel de los ejércitos de enviados de Dios, pulula cerca, ni su
comprensión natural de las cosas le ayudaría a entender por qué un ente con tantos mundos
visitados en su atemporal vida se detiene a escudriñar su mente. Entre otras cosas, José no lo podría
comprender porque se encuentra dormido.


Es durante el sueño cuando más fina es la separación que mantiene cuerdos a los hombres ante la
locura de la palabra divina, y cuando los enviados pueden hacer su trabajo más eficientemente. José
duerme al lado de su nueva y joven esposa, María, en un descanso de su viaje al censo. Dichosos
romanos. María duerme beatíficamente, pero José parece una fragua. El lugar, la cuadra de una
hospedería, se ha vaciado: un buey y una mula se han ido afuera a intentar dormir ante la invasión
sonora de los ronquidos del futuro santo.


Aparte del sistema respiratorio propio de un casi anciano, los acontecimientos del día perturban el
sueño de José. Gabriel ve en ellos el relato que de su encuentro con María meses atrás ha recibido
de ésta José. Ve la incredulidad primera, modulada por su amor por María después, pero sabe que
debe intervenir, de modo que llamando a una imagen que de él se harán los artistas de unos quince
siglos más adelante en la Historia, se cuela en los sueños del hombre, que reacciona dejando de
roncar, como si estuviera despierto, atendiendo:


(GABRIEL)José... No debes rechazar a tu esposa.


Y una bandada de imágenes recordadas por José hace nido en su mente. La joven piel de su rostro.
Los pocos cabellos que a veces escapan de su tocado. La vida que le transmiten sus ojos.


(GABRIEL) Acuérdate del inesperado Juan, ya nacido.


José ha visto ya al pequeño Juan, un verdadero milagro de Dios, un regalo a una pareja fiel que
estaba marcada empero por la infertilidad. Pero no, allí estaba Juan, alterando felizmente el sueño
de su padre con su llanto, como pronto podría hacer el suyo propio... Antes de empezar el viaje
obligado por los invasores había acudido a recoger a María, que había estado sirviendo en aquella
casa,y casi lo primero que quiso para su futuro hogar fue el ambiente de felicidad familiar que notó
nada más llegar.


Pero Gabriel conoce la naturaleza humana. José necesita algo más, de modo que arruga a
conveniencia la tela del tiempo y le enseña a José regiones de aquél que sólo son visibles para los
humanos cuando constituyen su tiempo presente.




                                                  4
José se ve llevando de la mano al hijo, siente en su palma el calor de la de Jesús en busca de su
protección y guía. Más adelante,se ve a sí mismo en el mercado y sin bajar la vista, sabe en cambio
de la mirada inquisidora de su hijo aprendiendo de él qué productos son los mejores y cuándo hay
que regatear, tal vez aún inconsciente de lo que deparará su Vida.


En su sueño, con los arreglos del ángel para que ocupe todo el tiempo de la vida futura de José y
Jesús que Gabriel necesita para su misión, José se ve con Jesús en la sinagoga, incluso “pre-
recuerda” alguna pregunta incómoda de aquél tras la escucha de la lectura del Talmud. Ve a los dos
personajes del futuro rezando juntos, con María e incluso con los hijos de sus dos esposas
anteriores, con los que ahora no se lleva todo lo bien que ansiaría. Y nota en esa escena una fuente
infinita de paz y calor divino que acaba por despertarlo.


Gabriel sabe que va por el buen camino. Aquel hombre sólo necesita una leve rasgadura en el fino
tejido que aún lo separa de La Palabra para ser un gran profeta, aunque lo mismo que Juan -la
anterior misión de Gabriel- su papel en los planes de La Palabra es muchísimo más importante:
cuidar de Aquél que terminará el hilo de profetas de Israel.



III

Han pasado los meses. José y María caminan por la pista de tierra que lleva a Egipto. Noticias
horrorosas y auténticos milagros han jalonado los últimos tiempos. María lleva segura a su Niño.
Sabe ya que ha sido doblemente bendecida pues José no la ha repudiado. Pero el muy humano
temor al futuro los acecha a ambos. María no sabe por qué, pero José ha decidido bajar a Egipto a
presentar a Jesús a una lejana rama de su familia. De paso -se da cuenta- se alejan de gobernantes
sin escrúpulos ni humanidad.


José no le ha dicho a María nada de sus sueños, quizá porque ni él mismo está seguro de su
significado. Recuerda vagamente a una figura majestuosa que le aconseja, y de algún modo por la
mañana esos consejos se han convertido en sus propias ideas. Ahora, por ejemplo, tiene la de pasar
una temporada en el Delta del Nilo, donde sabe que vive un primo lejano.


Le recuerda como un hombre sumamente sabio. Estudió con los esenios mientras vivió cerca del
Mar Negro, y sus estudios -o tal vez un Plan prefijado en el comienzo del Tiempo- lo habrían
llevado a Egipto quince años atrás. Nada hace pensar a José que esté listo o quiera cuidar de ellos,
pero Gabriel se ha encargado de asegurárselo.


En un alto en el camino, mientras María amamanta al Bebé, éste fija su mirada entre las copas de
los árboles:


(LA PALABRA) Gabriel.

                                                 5
Una brisa ligera inquieta algunas hojas, y la mirada del Niño cruza ahora una naturaleza etérea, que
responde:


(GABRIEL) Mi Señor.


Una nueva brisa anuncia el desvanecimiento en el Tiempo de Gabriel. El Niño suspira alegre y
satisfecho, y José recibe en su hombro a María.




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Paternidad

  • 1. PATERNIDAD (UN CUENTO DE NAVIDAD) Por José Gregorio del Sol Cobos Irún, 25-31 de diciembre de 2012, con LibreOffice Writer 1
  • 2. I (LA PALABRA) Gabriel. Y Gabriel aparece, porque todo lo que dice La Palabra, sucede, se hace, se cumple, se encarna. Gabriel no está ni viene de ningún sitio. La Palabra lo hace al pronunciarlo. (GABRIEL) Mi Señor. (LA PALABRA) ¿Está todo listo? La chica había aceptado. De nuevo La Palabra había dado en el clavo, aunque Gabriel no entiende que le pregunte más por ello. Gabriel es finito y no se puede entender a sí mismo fuera del flujo de sonido de La Palabra, pero le parece que siendo aquélla infinita no debe de haber más diálogos ni viajes a aquel pobre mundo. (GABRIEL) Mi Señor, así es. La Llena de Gracia ha aceptado, como vos previsteis. (LA PALABRA) Gabriel, tú eres uno de mis sonidos, eres cuando hablo y tus pensamientos no son sino míos. Por eso obedeces. No está en tu naturaleza pensar ni por tanto dudar. Uno como tú lo hizo, para desgracia suya y de los humanos, y en consecuencia ahora en lugar de disponer como con otros seres a voluntad de mi son, he de enviarte para que me escuchen y, si quieren, obedezcan. Libre albedrío, lo llamarán, y a veces juego a olvidar si los creé con ello o si se lo impuso el Malvado. Quiero que vuelvas. Naceré, de ella, sí, pero seré un simple niño en una época en que los simples niños son seres desvalidos. Todo suena a locura en los oídos de Gabriel, quizá una extensión más de La Palabra, pero el plan está prefijado. Demasiados lo intentaron antes, imbuyéndose de gran poder para lograr sólo la gloria humana. Sin duda La Palabra quiere algo más, pero como acababa de decir -y de obrarse- ni pensamiento ni duda algunos anidan en lo que sea la mente de Gabriel. (LA PALABRA) ¿Qué hará su esposo? (GABRIEL) Oh, sin duda la repudiará. Gabriel simplemente sabe, como sabe La Palabra, que ésa es la más benigna costumbre de aquella parte del mundo en lo tocante a lo que los vecinos sólo podrían entender como adulterio. Un mundo posible nace en La Palabra pero fuera del Tiempo. Así, los puede explorar todos, y en todos los que José repudia a María, Jesús no llega a la adolescencia ni se cumple el plan que La Palabra había prefijado. Pero quizá había una mayor probabilidad en los que José aceptaba el milagro. (LA PALABRA) José se tiene por un hombre bueno, pero esa categoría cambiará tras mi llegada. Ése será tu deber: enseñarle la verdadera Bondad más allá de las “buenas” costumbres de su pueblo. (GABRIEL) ¿Mi Señor? (LA PALABRA) ¡Ve! 2
  • 3. II Aunque los hombres lo van olvidando, no es fácil el oficio de enviado del Señor. Los más longevos de los pueblos más auténticos, primitivos y aislados, lo comprenden mejor que los jóvenes de las urbes romanas y romanizadas. El enviado no tiene un mapa con una dirección, ni unas instrucciones claras en papiro o, antaño, en cera con dibujitos. A veces, ni siquiera sabe cuál es su tarea y debe limitarse a observar: ser los ojos de una Palabra perpleja ante lo complicada que la Cuántica 1 ha hecho a su creación más querida. Otras, debe acercarse en formas inverosímiles a quienes nunca creerían que a partir de cierto día arderían como profetas en la oscuridad del mundo, desatados tras una palabra ocasional, entregados a tan peligrosa tarea tras aspirar el espíritu adecuado dejado allí por el ángel, invisible o apenas dibujado en una mente marcada de antemano, antes de nacer. Pero todos los enviados saben algo que los humanos ignoran: que sin darse cuenta están continuamente en contacto con La Palabra. Si lo supieran arderían espontáneamente, lo que tal vez explique casos sin explicar de un futuro muy lejano, pero de la infinidad de impulsos que mantienen esa conexión y de cómo los maneja a un nivel muy básico cada alma-mente, surgen algunas cualidades definitorias. Hay humanos a los que el Maligno dota de un muy eficaz filtro: sus propios pensamientos, y es tanto mejor aquél cuanto más ligados a la inmediatez están aquéllos. El caudal de su verborrea interior les esconde las verdades más profundas con casi igual eficacia que la hora del día les oculta la eternidad. Su muy querida vida interior los aparta de las reflexiones en que mejores cuñas pueden introducir los enviados. Éstos, especialmente dotados para la detección de esos individuos, los rehuyen cuanto pueden, pues cerca puede andar el ingeniero del filtro, y por lo general los encuentros entre enviados y Maligno suelen acabar tectónicamente mal... Otros humanos, en cambio, puede que no lo sepan, pero se dejan envolver interiormente por el calor que La Palabra destila en lo profundo de todos. Son como teas de brea aún apagadas que en medio de un huracán tienen a su alrededor una campana de aire tranquilo en el que encenderse ante el aliento flamígero de un enviado. Atienden sin sospecharlo siquiera a las grandes ideas de siempre, y suelen brillar y ser admirados entre los suyos por lo que éstos llamarán sabiduría, serenidad, tranquilidad o, incluso, beatitud. Habrá una época, sin Palabra ni enviados, en que su descreída gente aún los distinguirá por lo que llamarán “sentido común”. Gabriel sabe que todos los humanos se hallan en alguna situación intermedia entre ambos extremos, y también que el hombre que tiene delante está bastante más cerca del segundo que del primero. José, próximo a los provectos cuarenta años que denotan las sienes ya blanqueantes, es uno de esos poseedores de una sabiduría natural que no necesita de lógicas, álgebras ni grandilocuencias. 1 Hay seres especiales para los que el Tiempo no es un río, sino una tela, de modo que en cada instante tienen acceso a los saberes de todos los momentos. La Palabra, el Maligno o los enviados, así como a limitada escala este narrador, pueden, sin perjudicar la integridad de esta historia, saber qué es la Cuántica o a qué se parece un huracán incluso en el Oriente Medio del comienzo de la Era de quien la lee. 3
  • 4. Simplemente, es un hombre que se aviene a razones. José no sabe que Gabriel, arcángel de los ejércitos de enviados de Dios, pulula cerca, ni su comprensión natural de las cosas le ayudaría a entender por qué un ente con tantos mundos visitados en su atemporal vida se detiene a escudriñar su mente. Entre otras cosas, José no lo podría comprender porque se encuentra dormido. Es durante el sueño cuando más fina es la separación que mantiene cuerdos a los hombres ante la locura de la palabra divina, y cuando los enviados pueden hacer su trabajo más eficientemente. José duerme al lado de su nueva y joven esposa, María, en un descanso de su viaje al censo. Dichosos romanos. María duerme beatíficamente, pero José parece una fragua. El lugar, la cuadra de una hospedería, se ha vaciado: un buey y una mula se han ido afuera a intentar dormir ante la invasión sonora de los ronquidos del futuro santo. Aparte del sistema respiratorio propio de un casi anciano, los acontecimientos del día perturban el sueño de José. Gabriel ve en ellos el relato que de su encuentro con María meses atrás ha recibido de ésta José. Ve la incredulidad primera, modulada por su amor por María después, pero sabe que debe intervenir, de modo que llamando a una imagen que de él se harán los artistas de unos quince siglos más adelante en la Historia, se cuela en los sueños del hombre, que reacciona dejando de roncar, como si estuviera despierto, atendiendo: (GABRIEL)José... No debes rechazar a tu esposa. Y una bandada de imágenes recordadas por José hace nido en su mente. La joven piel de su rostro. Los pocos cabellos que a veces escapan de su tocado. La vida que le transmiten sus ojos. (GABRIEL) Acuérdate del inesperado Juan, ya nacido. José ha visto ya al pequeño Juan, un verdadero milagro de Dios, un regalo a una pareja fiel que estaba marcada empero por la infertilidad. Pero no, allí estaba Juan, alterando felizmente el sueño de su padre con su llanto, como pronto podría hacer el suyo propio... Antes de empezar el viaje obligado por los invasores había acudido a recoger a María, que había estado sirviendo en aquella casa,y casi lo primero que quiso para su futuro hogar fue el ambiente de felicidad familiar que notó nada más llegar. Pero Gabriel conoce la naturaleza humana. José necesita algo más, de modo que arruga a conveniencia la tela del tiempo y le enseña a José regiones de aquél que sólo son visibles para los humanos cuando constituyen su tiempo presente. 4
  • 5. José se ve llevando de la mano al hijo, siente en su palma el calor de la de Jesús en busca de su protección y guía. Más adelante,se ve a sí mismo en el mercado y sin bajar la vista, sabe en cambio de la mirada inquisidora de su hijo aprendiendo de él qué productos son los mejores y cuándo hay que regatear, tal vez aún inconsciente de lo que deparará su Vida. En su sueño, con los arreglos del ángel para que ocupe todo el tiempo de la vida futura de José y Jesús que Gabriel necesita para su misión, José se ve con Jesús en la sinagoga, incluso “pre- recuerda” alguna pregunta incómoda de aquél tras la escucha de la lectura del Talmud. Ve a los dos personajes del futuro rezando juntos, con María e incluso con los hijos de sus dos esposas anteriores, con los que ahora no se lleva todo lo bien que ansiaría. Y nota en esa escena una fuente infinita de paz y calor divino que acaba por despertarlo. Gabriel sabe que va por el buen camino. Aquel hombre sólo necesita una leve rasgadura en el fino tejido que aún lo separa de La Palabra para ser un gran profeta, aunque lo mismo que Juan -la anterior misión de Gabriel- su papel en los planes de La Palabra es muchísimo más importante: cuidar de Aquél que terminará el hilo de profetas de Israel. III Han pasado los meses. José y María caminan por la pista de tierra que lleva a Egipto. Noticias horrorosas y auténticos milagros han jalonado los últimos tiempos. María lleva segura a su Niño. Sabe ya que ha sido doblemente bendecida pues José no la ha repudiado. Pero el muy humano temor al futuro los acecha a ambos. María no sabe por qué, pero José ha decidido bajar a Egipto a presentar a Jesús a una lejana rama de su familia. De paso -se da cuenta- se alejan de gobernantes sin escrúpulos ni humanidad. José no le ha dicho a María nada de sus sueños, quizá porque ni él mismo está seguro de su significado. Recuerda vagamente a una figura majestuosa que le aconseja, y de algún modo por la mañana esos consejos se han convertido en sus propias ideas. Ahora, por ejemplo, tiene la de pasar una temporada en el Delta del Nilo, donde sabe que vive un primo lejano. Le recuerda como un hombre sumamente sabio. Estudió con los esenios mientras vivió cerca del Mar Negro, y sus estudios -o tal vez un Plan prefijado en el comienzo del Tiempo- lo habrían llevado a Egipto quince años atrás. Nada hace pensar a José que esté listo o quiera cuidar de ellos, pero Gabriel se ha encargado de asegurárselo. En un alto en el camino, mientras María amamanta al Bebé, éste fija su mirada entre las copas de los árboles: (LA PALABRA) Gabriel. 5
  • 6. Una brisa ligera inquieta algunas hojas, y la mirada del Niño cruza ahora una naturaleza etérea, que responde: (GABRIEL) Mi Señor. Una nueva brisa anuncia el desvanecimiento en el Tiempo de Gabriel. El Niño suspira alegre y satisfecho, y José recibe en su hombro a María. 6