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1
Las Cuatro Campañas
DE
La Guerra del Pacífico
Por
FRANCISCO A. MACHUCA
(CAPTAIN)
TENIENTE CORONEL RETIRADO
Relación y crítica militar de Captain,
autor de La Guerra Anglo-Boer, de La Guerra Ruso-japonesa,
y de La Gran Guerra Mundial de 1914 -1917.
TOMO III.
1929
Imprenta VICTORIA, Valparaíso
Casilla 163.
2
A la memoria del General
Don Manuel Baquedano
Vencedor en Los Ángeles, Tacna, Arica,
San Juan, Chorrillos,
Y Miraflores
3
4
LAS CUATRO CAMPAÑAS
DE LA GUERRA DEL PACIFICO
I. TARAPACÁ, II. TACNA,
III. LIMA, IV. LA SIERRA.
____________
Tomo Tercero.
Campaña de Lima.
_____________
Índice:
Capítulos. Materia.
I. La situación del Perú después de la toma de Arica…………….. 018
II. Situación de Bolivia después de la toma de Arica……………… 028
III. La Confederación Perú – Boliviana…………………………….. 037
IV. Expediciones secundarias después de la toma de Arica………… 054
V. Operaciones Navales……………………………………………. 068
VI. La Guerra en Santiago………………………………………….. 079
VII. La Expedición Lynch…………………………………………… 089
VIII. En el ejército de operaciones……………………………………. 110
IX. Vergara y Baquedano……………………………………………. 124
X. La Guerra en el Exterior…………………………………………. 136
XI. Preparativos para la tercera Campaña……………………………. 153
XII. Reorganización de los servicios anexos………………………….. 167
XIII. La mediación norteamericana…………………………………….. 176
XIV. Las Conferencias de Arica………………………………………… 186
XV. La nación en armas………………………………………………… 202
XVI. En la Escuadra……………………………………………………… 215
XVII. Preparativos bélicos de los aliados…………………………………. 225
XVIII. Movilización de la 1ª División……………………………………… 239
XIX. Nubarrones allende Los Andes……………………………………. 251
XX. La Vanguardia estratégica………………………………………… 260
XXI. Embarco del grueso del Ejército…………………………………. 274
XXII. El gran convoy…………………………………………………… 286
XXIII. Marcha de la Brigada Lynch…………………………………….. 298
XXIV. El desembarco en Curayaco……………………………………… 308
XXV. Concentración en Lurín…………………………………………… 321
XXVI. El ejército Peruano……………………………………………….. 333
5
XXVII. Reconocimientos de las líneas enemigas…………………………. 343
XXVIII. Posiciones del Ejército Peruano…………………………………… 353
XXIX. Últimos preparativos en el ejército Chileno………………………. 362
XXX. Orden de batalla del Ejército Chileno…………………………….. 376
XXXI. En demanda del enemigo………………………………………… 394
XXXII. San Juan………………………………………………………….. 404
XXXIII. Chorrillos………………………………………………………… 416
XXXIV. Al día siguiente de las batallas…………………………………… 425
XXXV. La línea de Miraflores…………………………………………… 434
XXXVI. Batalla de Miraflores……………………………………………. 443
XXXVII. Entrada a Lima; ocupación del Callao………………………….. 457
XXXVIII. Fin de la tercera Campaña………………………………………. 470
___________________
6
BIBLIOGRAFÍA.
(Continuación de los Tomos I. y II.)
LA GUERRA ENTRE EL PERÚ Y CHILE (1879 – 1883), por el Mariscal don Andrés
Avelino, Cáceres. – Editora Internacional. Madrid, Berlín, Méjico, Buenos Aires. 1928.
MANUAL DEL SOLDADO, por el teniente coronel don Carlos Lluncar. Litografía e Imprenta
T. Scheuch, Calle Amazonas 183, Lima. 1927.
LITERATURA MILITAR, por Hermógenes Pérez de Arce. Imprenta y Litografía, Esmeralda.
Santiago 1901.
CHILE EN LA GUERRA DEL PACIFICO, por el R. P. Benedicto Spila de Subiaco. Tipografía
Antigianelli de San Giuseppe. Roma. 1887.
IL PERÚ E I SUOI TREMENDI GIORNI, por E. Perolari – Malmignati, secretario de la
Legación Italiana en Lima. (Durante la guerra). Roma. 1884.
VIAGGIO DELLA GARIBALDI, por el doctor R. Santini, médico de la nave. (Durante la
guerra). Roma. 1885.
GLOSARIO ETIMOLÓGICO, por fray Pedro Armengol Valenzuela, arzobispo de Gangras.
Dos volúmenes. Imprenta Universitaria. Santiago. 1918.
MEMORIAS MILITARES DEL GENERAL DON ESTANISLAO DEL CANTO, con un
prólogo de don Carlos Silva Vildósola. Imprenta La Tracción. Santiago. 1927.
CORRESPONDENCIA DE DON ANTONIO VARAS, SOBRE LA GUERRA DEL
PACIFICO. Imprenta Universitaria, Santiago. 1918.
RECUERDO DE UNA MISIÓN EN EL EJERCITO CHILENO, por el teniente de navío de la
Marina Francesa, Agregado al Estado Mayor General del Ejército Chileno, en la campaña de Lima.-
Paris 1880.
CRÓNICAS DE LA MARINA CHILENA, por el Almirante D. Alberto Silva Palma. Santiago.-
Talleres del E. M. G.- 1913.
REPLICAS A LA PSICOLOGÍA DEL MILITAR PROFESIONAL, DE A. HANNON, por
Raimundo Ibarra y Pedro Onetti.- Montevideo. Imprenta del Siglo Ilustrado.- 1907.
CUADRO GENERAL PARA EL TERMINO DE DISTANCIA JUDICIAL, CIVIL Y
MILITAR, DENTRO DE LA REPUBLICA Y AUN DEL EXTRANJERO, por don Segundo Briceño y
Salinas – Lima, 1927.
MEMORIA DEL EX MINISTRO DE LA GUERRA, DON JOSÉ FRANCISCO VERGARA.-
Santiago.- Imprenta Nacional.- 1881.
7
Juicios Críticos relativos a
Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacifico
Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico
Por Francisco A. Machuca
(Captain)
Teniente Coronel retirado
Nada es más interesante para nosotros que la lectura de asuntos guerreros en mar
o en tierra; nada es más digna de admiración que la vida de los próceres de la
independencia; nada es más grandioso que el recuerdo de los héroes. Nuestra actitud, de
suyo pacífica y eral ientos a, no tarda en transformarse en pugnaz actitud cuando
hay algún resquemor antipatriótico. Nuestro amor a la Patria es inmenso. Está en la
sangre, y ello, es herencia de nuestros antepasados. Gústanos escribir historias y las
leemos con fruición, y esto es también tradicional y legendario: Ercilla, con su
“Araucana”, nos trazó el camino; de lo cual resulta que Chile es el país de América más
fecundo en historiadores; la constelación es considerable: entre tantos, se destacan con
más brillo y magnitud Barros Arana, Amunátegui, Vicuña Mackenna, Crescente
Errázuriz, Búlnes, Sotomayor Valdés y Medina, que es el insigne polígrafo viviente de
la Historia Hispanoamericana.
Las bibliotecas y archivos nacionales registrados han sido con empeño singular,
con lecturas frecuentes, con la compulsa más minuciosa de innúmeros documentos, a la
clara luz de las disquisiciones y de la cronología; pero, ¡cuánto queda aún por investigar,
cuánto por decir, cuánto por rectificar!
Ahora ha comenzado el examen de valores en la historia: se hacen nuevas
investigaciones, se descubren nuevos documentos, resaltan nuevas figuras, que estaban
menoscabadas en sus reputaciones o enredadas en el telar de ciertos historiadores
acelerados. Razón hay, y grande, para leer, ineludiblemente, las nuevas obras históricas
que salen de las estampas tipográficas, ya en América, ya en España, porque todas se
aúnan y se compenetran, formando el común acervo historial político, civil, religioso,
idiomático y racial,
Estas y otras reflexiones nos hemos hecho, al terminar la lectura de los dos
primeros tomos de “Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico”, por don Francisco
A. Machuca, quién, a pesar de su avanzada edad y de haber trabajado tanto en el
Ejército, en el profesorado, y en el periodismo, se consagra ahora a escribir esta obra de
mérito enorme y de interés trascendental para la República.
Como avezado militar y veterano del 79, como actor y testigo ocular en el teatro
mismo de la guerra del Pacífico, desde más de 30 años atrás ha venido, con sagacidad y
paciencia de benedictino, leyendo, investigando y acumulando materiales para su obra,
no obstante de publicar, en diversas ocasiones, otros trabajos de relación y crítica
militar, firmados con el seudónimo de Captain, autor de “La Guerra Anglo Boer”, de
“La Guerra Ruso – Japonesa” y de “La Gran Guerra Mundial de 1914 a 1917”.
8
La obra que nos ocupa en esta bibliografía está dedicada a S. E. el Presidente de la
República, general don Carlos Ibañez del Campo. Los dos tomos son voluminosos, de
nutrida lectura y exornados con muchos mapas y planos estratégicos; estos últimos
hechos de ex profeso, para esta publicación por el inteligente y distinguido capitán de
navío en retiro don Wenceslao Becerra Soto Aguilar, habiendo sido impresa con esmero
en los talleres de la Imprenta “Victoria” de esta ciudad.
El señor Machuca ha sido todo honradez, todo gratitud, todo prudencia al citar, las
fuentes de sus informaciones históricas. Sus dos bibliografías comprenden 67 obras de
consultas, que tratan de la Guerra del Pacífico, fuera de muchos manuscritos y
documentos inéditos que ha reunido en su larga labor investigadora.
Comienza por hacer la historia del límite que había entre Chile y el Perú, que era
el desierto de Atacama. Se remonta al año 1740, en que el rey de España ordenó levantar
la carta de las costas de Chile entre los grados 38 y 22 de latitud sur. Reseña
minuciosamente los tratados y convenios hechos en diferentes épocas hasta la víspera de
la declaración de la guerra al Perú y Bolivia.
Conocedor perfecto de nuestro idioma, como que ha sido profesor de castellano y
de latín, el señor Machuca escribe con toda corrección, empleando un estilo cortado,
conciso, pero vivo y pintoresco. Narra los preparativos de la guerra, ya de parte de
Chile, ya del Perú y Bolivia, la ocupación de Antofagasta, la toma de Calama, los
preparativos bélicos y la organización del ejército; pero las páginas más emocionantes
del libro son las que dedica a relatar y describir el combate naval de Iquique. ¡Con qué
sencillez y claridad nos pinta a la imaginación aquel vasto escenario en el mar, en el
amanecer del día 21 de Mayo, que fue terso y brillante, bajo un cielo de purísimo azul,
sobre la esplendente llanura de las aguas, que apenas ondeaban en leve murmullo!
Parecía que la Naturaleza ostentaba sus más ricas galas para presenciar el heroísmo y el
sacrificio de Prat y sus intrépidos compañeros en tan magno combate homérico, “que
vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”, recordando la célebre frase
cervantesca. Esas páginas no pueden leerse sin sentir la más honda emoción y sin que las
lágrimas furtivas asomen a los ojos. Ese combate, naval, que trazó el camino de nuestras
victorias y de nuestras más puras glorias, causó asombro en el mundo, y el mundo nos
ensalzó y nos hizo justicia en la noble causa que defendíamos con nuestros débiles
barcos y con nuestra tajante espada; y, sin embargo, no ha mucho, un mal hijo de la
América libre tuvo la avilantes de ofendernos por este glorioso triunfo, ¡y así fue su
castigo para vergüenza suya!
El resto del libro se ocupa de las operaciones marítimas chilenas y peruanas, de la
batalla de Angamos, del asalto a Pisagua, hasta terminar la cruenta campaña de
Tarapacá. Su autor a veces rectifica errores geográficos, dice las desavenencias que
había entre algunos jefes, los vaivenes de la política del Gobierno de entonces y de los
partidos, juzga a hombres y acontecimientos con miras elevadas y justas, y ameniza el
relato, en ambos tomos, con dichos del pueblo, de soldados en campaña, con anécdotas
divertidas, en que el folklore campea a cada paso a flor de labio.
9
En el tomo segundo, hallará el lector mayor interés en el relato, y gran acopio de
documentos, que en verdad asombra la acucia del autor en la búsqueda y reunión de
tantos curiosos pormenores que los va entretejiendo en la malla prodigiosa de su obra.
Después de 48 años, aquellos sucesos aparecen ahora narrados con suma viveza y
colorido. En ninguna de sus páginas se encuentra la aridez de la historia documental de
Ahumada Moreno, ni el tecnicismo, ni la disconformidad de datos del coronel
asimilado, y pro eral de la Academia de Guerra señor Eckdahl.
El señor Machuca narra, pues, con llaneza la situación en que se hallaba Chile
ante el conflicto Perú – boliviano: de encontrarse indefenso, casi sin ejército, sin
escuadra eficiente, en presencia de la superioridad bélica del enemigo; cuenta los
trabajos que originó la reorganización del ejército y de las unidades navales; la
sangrienta expedición sobre Pacocha y sus espléndidos resultados para las armas
chilenas; pero ¡ay! Con las pérdidas irreparables de Thompson, de Goicolea, de
Ramírez, Garretón y Cuevas, cuyos restos fueron traídos a Valparaíso, y, en seguida,
llevados a Santiago, con el homenaje más grandioso y solemne ¡que merecieron aquellos
héroes. Muchos discursos se pronunciaron en sus inhumaciones. Don Benjamín Vicuña
Mackenna dijo en aquella ocasión, estas frases elocuentes: “¡Héroes de Chile! En la
cima del monte y de la ola, luce la estrella de la Patria ausente, que al morir vosotros,
destelló en la bóveda del cielo el rayo, de luz que hacia él todavía os guía. ¡Héroes de
Chile! ¡Sea vuestra memoria enaltecida más allá! De la montaña… más allá de los
siglos!”.
Son muy interesantes las páginas que dedica a la batalla de Los Ángeles, en las
cuales estudia el plan estratégico y la actitud que asumió entonces el general Baquedano,
tomando como suyas las apreciaciones científicas y profesionales del coronel Eckdahl.
En seguida intercala el acalorado debate que se suscitó en la Cámara de Diputados en
1880, con motivo de haber presentado el Supremo Gobierno un proyecto de ley que
concedía al Ejército y la Marina, el uso de una medalla por las campañas de Tarapacá y
Tacna. En aquellas sesiones se oyó, con indecible emoción, la palabra cálida, elocuente,
arrebatadora de don José Manuel Balmaceda, de nuestro ex Presidente Mártir. Ningún
chileno podrá jamás olvidar esta parte de su discurso:
“¡Cuántos episodios guerreros en aquel día de imperecederos recuerdos! ¡Ah,
señores, si en vez de escribir los hechos a grandes rasgos, los hiciera desfilar en detalle,
acaso se despertaría junto con nuestra gratitud toda la admiración que los buenos
tributan a las buenas acciones! Evocaré algunos. Ramírez acomete al enemigo, al frente
de su regimiento. Una bala le destroza un brazo; bañado en sangre, continúa mandando,
como si el dolor no afligiera su espíritu y como si la sangre no postrara sus fuerzas.
Herido nuevamente, cae de su caballo, más no cae de su energía; continúa mandando y
continúa combatiendo. Arrastrado a un edificio donde se hace fuerte con algunos
soldados, exhorta a sus gentes, les estimula al sacrificio, y acompañado de sus bravos y
hasta de sus cantineras, perece en medio de las llamas, cuyos resplandores alumbran
para siempre aquella figura inmortal… ¿Son éstas las páginas que se querría arrancar de
nuestra historia? Si el sacrifico de Prat y compañeros fijó a nuestros marinos el rumbo
10
del heroísmo, la pujanza, el indomable brío de Ramírez y sus compañeros mostraron al
Ejército el camino de la gloria… Puede matarse a nuestros soldados, puede abrasarse en
llamas a nuestros jefes, puede aniquilarse a nuestro Ejército; pero a los soldados de
Chile, no se les vence, ni se les derrota jamás!...”
Para abreviar, decimos que el segundo tomo termina con los capítulos sobre “La
batalla de Tacna”, “Después de la batalla” y “El asalto de Arica”. Como corolario de la
campaña de Tacna, agrega los capítulos “Reminiscencias históricas” y “Abnegación y
caridad”. En el primero, señala el señor Machuca muchos errores históricos hace
rectificaciones y ataca ciertas apreciaciones de algunos historiadores. En el segundo,
lamenta la destrucción del archivo del Tribunal de Cuentas, de “incalculable valor
histórico, en especial respecto al movimiento de fondos durante la campaña”; trata de la
movilización de las ambulancias chilenas, peruanas y bolivianas; de la actitud que
asumió la Masonería durante la guerra; de la madre chilena, que motiva conmovedores
episodios; y pone un broche de oro final a su relato con la inserción del hermoso artículo
de Vicuña Mackenna: “¡No soltéis el Morro!”
Además, hace completa justicia a Escala, Arteaga, Williams, Stuven y otros jefes
de nuestro, Ejército: resaltan sus figuras, sus actividades, su valentía, su patriotismo.
Para la mujer chilena tiene párrafos que conmueven: se distingue por la belleza, bondad,
valor en las horas de peligro, de lucha, de sacrificio, siempre amante del esposo y de sus
hijos, con sublimes abnegaciones. No olvida tampoco al clero chileno, que le
correspondió desempeñar un papel importantísimo en aquellas prolongadas y
sangrientas campañas: ahí se ve al sacerdote ejemplar, lleno de fe, de sentimiento
humanitario, de sagrada unción evangélica, asistiendo a los heridos e infundiendo valor
a las huestes defensoras del honor y de la libertad de la patria.
Nada, nada absolutamente ha olvidado el autor en sus extensas narraciones. Con
su peculiar estilo, ora enérgico y vibrante, como descarga de artillería; ora delicado y
tierno, como el canto quejumbroso del ave, cuando el asunto lo requiere; narra, describe,
diserta, censura, rectifica, ensalza, glorifica. En todo, el relato hay vida y movimiento,
proyectos en acción, hechos inesperados, órdenes y cambios de jefes, la balanza de la
política en el Gobierno y en el Ejército, que sube y baja, en continuo vaivén, en medio
de inquietudes y zozobras, conmoviendo o entusiasmando al país, tal como decía un
poeta de que “¡el hombre es un péndulo entre una sonrisa y una lágrima!”.
En resumen, esta historia, estas “Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico”, que
está escribiendo don Francisco A. Machuca, cuyo segundo tomo acaba de ver la luz
pública, es obra altamente recomendable y digna de ser leída por chilenos y extranjeros
y de ocupar sitio de preferencia en toda biblioteca, particular y pública, porque es la
historia sucinta y verídica de aquella guerra, en que, por parte de Chile, tiene todo el
esplendor de una epopeya, admirada ya por el mundo entero y cantada por los poetas;
porque es una de las grandes glorias de “¡este noble Chile, como dijo Montalvo, el
egregio pensador ecuatoriano, tan digna de la simpatía de los buenos, tan singular en
honra, orden, valor y más virtudes!”.
11
Leonardo Eliz.
Valparaíso, a 26 de junio de 1928.
Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico.
(De “La Mañana”, de Iquique).
Acaba de publicarse el II tomo de esta interesante obra, de que es autor el
Teniente Coronel don Francisco A. Machuca.
El expresado comandante hizo todas estas campañas y con una documentación
acumulada durante varios años, de paciente labor, ha formado un cuerpo sólido de
verdad histórica, que pone de relieve hechos ignorados o desvanece prejuicios tenidos
hasta la fecha como artículos de fe.
El II tomo abarca el período comprendido entre la conquista definitiva de la
Provincia de Tarapacá y la caída de Arica, hecho culminante que entregó a las armas de
la República, el dominio absoluto de la provincia de Tacna, desbaratando la Alianza
Perú – Boliviana con la derrota de sus fuerzas en el campo de la Alianza.
En 37 capítulos narra el autor en estilo fácil y sencillo las peripecias de esta
importante época de nuestra historia nacional en que Chile entero, la nación en armas,
hizo el esfuerzo necesario para destruir a los ejércitos del almirante Montero y del
coronel Camacho, comandados por el generalísimo don Narciso Campero.
Numerosos planos ilustran este tomo y en especial los de las principales acciones
de guerra y algunas ilustraciones de hechos culminantes como la fotografía tomada el
día siguiente de la batalla de Tacna, de un piquete chileno encargado de enterrar
muertos, amigos y enemigos, caídos en la acción del 79.
Esta fotografía destruye la falsa acusación hecha por la prensa peruana de que el
ejército chileno, no se preocupó de dar piadosa sepultura a los cadáveres que sembraban
el campo de batalla y que sirvieron de pasto a las aves de rapiña.
Este II tomo hace una relación detallada de los importantes servicios prestados por
la sanidad militar, de incalculable valor.
Se da también a conocer los trabajos de la masonería para mitigar los horrores de
la guerra y de la conducta fraternal de los masones de Chile, con respecto a los
miembros de la Orden que se batían en las filas de la alianza.
El libro está dedicado a su excelencia el Presidente de la República, cumpliendo el
autor un deber de gratitud para con el primer magistrado, merced a cuya benevolencia ha
podido publicarse este libro. Adorna a la portada un acabado retrato de su Excelencia el
General Ibañez, hecho a varias tintas por los talleres de la Imprenta Victoria, editora de
la obra.
Dada la importancia de “Las Cuatro Campañas”, no dudamos que este segundo
tomo tendrá la misma aceptación que el primero que se hizo acreedor a calurosos y
lisonjeros aplausos de los profesionales, que han calificado el libro del comandante
Machuca, como una obra de crítica militar.
12
Señor Francisco A. Machuca.
Viña del Mar.
Mí estimado compañero de armas y amigo:
Quiero empezar ésta manifestándole mi más vivo reconocimiento por haberme
proporcionado el placer de saborear su obra “Las Cuatro Campañas de la Guerra del
Pacífico”.
Permítame, ahora, darle de grosso modo, la impresión que me ha dejado la lectura,
hecha de un tirón, sin soltar el libro de las manos, a causa del interés más y más
creciente que ella me producía.
Así como Manuel Concha levantó un monumento a la historia patria, Ud. Mi
amigo, honrará las letras nacionales con su trabajo tesonero, por su dedicación laboriosa
de juntar materiales durante veinte años.
Al leer los primeros capítulos, me imaginé que se trataba de una crónica
minuciosa y detallada de la situación producida por la declaratoria de guerra del Perú y
Bolivia: la narración tan viva y animada que hace su pluma, trasporta a esos instantes
inolvidables, verdadera explosión de patriotismo que conmovía todos los corazones de
norte a sur de la República.
Pero poco a poco el autor se va deslizando en la historia general de la guerra, con
hechos bien circunstanciados y documentos. En narraciones sobrias, con vigorosas
pinceladas, narra el avance de nuestras tropas en el territorio enemigo, exponiendo los
acontecimientos con toda verdad.
El asalto a Pisagua, las marchas en el desierto, la concentración en Dolores, la
acción de Germania y las batallas de San Francisco y Tarapacá, están referidas en todos
sus detalles y relieves y con juicio técnico, profesional, a tal punto que la creo la mejor
exposición hecha hasta el presente, de la odisea militar de 1879 con la más absoluta
imparcialidad.
Esto proviene, de que el autor narra lo que vio y observó personalmente; lo que
oyó decir y comentar al calor de los hechos recientemente ocurridos por los mismos
actores, en los comentarios de los campamentos; a lo que ha agregado documentos
valiosos, como las órdenes del día de los comandos y los diarios de campaña de algunos
jefes y oficiales, redactados íntimamente como meros recuerdos, sin pretensiones de
publicidad.
El lector encontrará aquí muchos detalles que servirán para aclarar puntos oscuros
o dudosos cuya explicación no se encuentran, ni en documentos oficiales, ni en los
historiadores de la campaña; especialmente Búlnes que no es justo con los jefes del
ejército que actuaron en la guerra, concretándose al panegírico de S. E. don Aníbal
Pinto, en torno del cual todo se mueve armónicamente, cuyas memorias le han hecho
cambiar la realidad de los hechos.
A esto debe agregarse el papel o actuación siempre perturbadora y en momentos
nefasta, del elemento civil enviado con grados elevados o simplemente de intrusos al
amparo superior. Y naturalmente, estos perturbadores, trataron de sincerarse en sus
13
diarios de campaña, de los males efectivos hechos al ejército, y al país, documentos que
forman la base de la historia del señor Búlnes.
Por lo que he leído, considero al compañero Machuca, como el más exacto
historiador de la campaña; y lo felicito por el doble motivo, de comprovinciano y de
oficial del Coquimbo.
Su libro es digno de los antecedentes de Captain, tan conocidos en el país por los
artículos militares de la Gran Guerra, la ruso japonesa y la Anglo Boer.
Guillermo Arroyo.
General en retiro.
Santiago, Marzo de 1928.
Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico
Por Francisco A. Machuca (Captain).
Veterano del 79, Teniente Coronel Retirado,
Ex –Inspector del Liceo de La Serena.
Hace muchos años que conozco al coronel Machuca, tantos que yo no tenía más
de once. El era inspector de internos del Liceo de La Serena, y yo alumno de la segunda
de preparatoria. El me castigó duro varias veces, y yo… no escarmenté. Penetramos en
tiempo más de seis años y se nos vino encima la guerra. Yo no pude ir a ella: no quiso
admitirme en el Coquimbo Nº 2 su jefe, ex vice rector, don Bernardo Argomedo. “Muy
chico y muy enfermo, me dijo en el cuartel de Ovalle. Váyase por aquí a su casa y
acuéstese”; y me empujó afectuosamente hacia la calle.
Machuca, que no tenía buena salud pero sí una tenacidad de acero, ya se había ido
a la guerra y en ella peleó hasta el fin; y así pudo escribir su historia como testigo o muy
poco menos de lo que relata, como lo acabo de comprobar leyendo en su libro la marcha
del ejército de Pacocha a Tacna, trayecto que anduve y desanduve diez años más tarde, y
no en busca de enemigos con quien pelear, como el autor de esta historia, sino de plata,
oro y cobre, que eran pocos, y de carbón, que era mucho y de muy buena calidad y que
serpentea desde Moquegua hasta las goteras de Arequipa.
¡Qué distinto de otros historiógrafos del mismo tema, que no vieron nada de lo
que relatan y que si no anduvieron los campos de batalla en medio de las balas, como
Machuca, tampoco se dignaron hacerlo después!
No es Machuca como, los historiadores a que me refiero arriba sin nombrarlos, y
por no serlo, entra en materia como Pedro por su casa, como quien está familiarizado
con el tema: antecedentes, teatro y hechos, aunque no tanto con las personas. El debió
actuar por los campos de batalla desde los veinticinco años de su edad, muy poca para
tratar de cerca o íntimamente a los grandes macucos que iban a la guerra.
14
Refiere esa historia cómo la guerra se nos vino encima ostensiblemente, sin
ningún recato de los propagandistas, particularmente de la prensa, y le salimos al
encuentro en mangas de camisa, tomándoles Antofagasta. Y si no lo hubiéramos
ocupado, pocos días después, no bien Chile hubiese declarado, la guerra, el Perú habría
traído allí su escuadra, dando tiempo a Bolivia a que moviese sus tropas hacia su único
puerto hábil y las operaciones militares habrían tomado un sesgo muy diverso.
En este caso, el 21 de mayo, habría acontecido en Antofagasta; pero la
“Independencia” no habría tenido en qué encallar. Estas conjeturas y reflexiones no se
contienen en la Historia en comento; nos las hacíamos menos de diez años más tarde en
La Paz, con el general Zapata, jefe político del litoral cuando la toma de Antofagasta.
Afirmado el Perú en el litoral boliviano, habría sido difícil para Bolivia hacérselo
abandonar. Tal vez habría habido un cambio por otro puerto de más al norte y sin salitre,
Arica, sin duda. No hay que olvidar que Daza era el dictador de Bolivia, y que con el
cable que le anunciaba la guerra en el bolsillo, no interrumpió la orgía del Carnaval.
El Perú tenía no pocos estadistas, los que, aunque pervertidos por el salitre y el
guano, aun veían más lejos que los nuestros, que en seis años ni siquiera vislumbraron el
tratado Perú boliviano del 73, no ignorado por ningún político de fuste peruano o
boliviano ni por muchos, muchísimos argentinos, como es sabido.
Por recobrar del Perú su puerto, no habría Bolivia hecho más de lo que hizo para
quitárselo a Chile: poco más que nada. Hace cuarenta años que periódicamente amenaza
al Paraguay con hacer un estraga en él si no le devuelve ciertas tierras que disputan. En
1889, recién llegado a La Paz, leí en “El Imparcial”, diario de los Ascarrunes redactado
por Zoilo Flores, dos artículos de fondo: uno maldiciendo al Araucano porque había
violado a la Virgen de América, y el otro amenazando a los paraguayos con el
exterminio por haber puesto la mano en la misma virgen. Han pasado cuarenta años y la
expedición punitiva prometida no se ha columbrado por los guaraníes. Por este lado,
tampoco.
Cosa parecida, aunque con mayor fundamento, habría sucedido con Antofagasta si
no hubieran el Perú y Bolivia celebrado, el pacto del 73, o le hubiera aquel país
considerado nulo después del 74, como lo quería Prado; pero convencido el Perú que el
monopolio del salitre valía la pena de vencer a los chilenos, no quiso la paz sino
guerrear con ellos.
Todo eso lo cuenta, explica y comenta con claridad, concisión y lógica el Señor
Machuca, porque, parece, que en el cuartel aprendió a razonar y olvidó raciocinar que es
enredar y estorbar, como en el régimen parlamentario sin freno. En consecuencia, un
extranjero que desee imponerse pronto y bien de los orígenes de esta guerra, la mejor
fuente es la historia del Señor Machuca. No necesitaría más de dos horas de lectura del
primer tomo. Toldo lo que el autor afirma lo prueba, y lo que niega también.
“Libro de tesis” llama a esta historia el Señor Araya Bennett, y no le falta razón,
como tampoco carece de ella el Señor Machuca al inclinarse con poco pudor a los
militares. Si Captain hubiese escrito su libro, palpitante aún la Guerra, no le habría
15
cargado la mano a los civiles, que desde entonces acá se han hecho querer tanto, que al
país no se duele de que los militares se hayan posesionado del Poder.
Hemos andado en el tiempo casi medio siglo, y los militares crecido mucho por
obra de la Revolución del 91, de la labor de Körner y cooperadores y continuadores, y
por el no contenido empequeñecimiento de los civiles, sobre todo del XXI acá, hasta
culminar en la imprescindible asunción al poder de los militares. Envuelto en esta
atmósfera ha escrito su obra Machuca.
El ejército de línea cuando estalló la guerra era proporcionado al país, a su
población y recursos: poca cosa. ¿Había uno que otro oficial instruido en Europa y
alguno que olió la pólvora allá mismo? Perfectamente; pero para trasmitirle su
instrucción y experiencia a sus subalternos, habrían necesitado mucho tiempo, escuelas
y campos adecuados, armamento moderno, etc.; y en cuanto a la práctica, mejor la
tenían los aliados en sus revoluciones y quimeras que nosotros con los araucanos, ya que
no podían enseñarnos el valor, común a todos los chilenos, indios o no.
Siendo tan poca la ciencia militar de nuestro ejército en aquella sazón, no es de
sorprendernos de que los civiles, pertenecientes también a la misma raza heredera de la
ciencia infusa, quisiesen manejar la guerra en su propio teatro, y planeasen campañas,
batallas y escaramuzas; pero como quiera que fuese la intervención de los civiles en las
operaciones bélicas, desde los dirigentes más copetudos abajo, tenía necesariamente que
ser inferior a la de los militares, porque más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la
ajena porque estaban o debieron estar en su elemento; y todavía, en aquellos tiempos, la
cordura de los civiles estaba muy perturbada por la politiquería, a lo menos en las
alturas, y hasta por las divergencias religiosas. A Riveros y a Escala, por ejemplo, se les
empequeñeció, desairó y anuló porque querían divinizar demasiado lo humano, lo que
en campaña no era aceptable, según aquellos civiles.
La guerra, provocada con tanta alharaca por los peruanos, y no vista más a tiempo
por la miopía chilena, nos sorprendió al natural, sin aderezo alguno y, por cierto aspecto,
en paños menores: a los civiles, con su idiosincrasia mestiza, y a los militares... con la
misma, y todos ponderados por el choque eléctrico del patriotismo.
Entre los aliados acontecía cosa parecida, aunque el ruido militar era más fácil de
producirse en ellos por la frecuencia con que se iban a las manos los bandos políticos,
que improvisaban himnos y cantatas de los que encabritan los nervios e irritan las
meninges hasta alborotar los más dormidos instintos. Ellos habían hecho mucho más uso
de la pólvora que nosotros, que no habíamos de proveer de ella a nuestro secular
enemigo, el indio araucano para que matase a nuestros soldados con menos peligro y
con más expedición. Teníamos que preferir el arma blanca: lanza, bayoneta, sable y
corvo. A tantos años de la guerra que historia, con más de setenta a cuestas, encorvada la
espalda, pálido el rostro y casi cubierto de nieve, y los ojos tristes y mirando tanto por
adentro como por de fuera y con no se qué indefinible ansia interrogante, Machuca se
restriega las manos con fruición y se relame, el mostacho al describir una carga de
caballería, un ataque a la bayoneta o una arremetida a corvo. Eso, era lo decisivo, lo que
daba indubitablemente el triunfo, lo que ajustaba a plena satisfacción de nuestros
16
soldados las grandes cuentas pendientes con sus enemigos. Todo modo de pelear que no
fuese leal se vengaba durante la acción a sable, bayoneta o corvo.
Con la poca cultura militar que alcanzábamos, con un enemigo que no nos
presentaba batallas campales y con el que jamás peleamos a la defensiva, la estrategia ni
la táctica debieron de ser geniales. Acá, en nuestra América, no cabían genios ni hacían
falta; no había una sola célula de que pudiese brotar un Napoleón. Más tarde, mucho
más tarde la inconmensurable infatuación mestiza quiso forjar algunos genios del tipo
napoleónico, agrandándolos y desfigurándolos con astillas arrancadas al Coloso; pero
nosotros, los chilenos, a lo menos hasta terminada la guerra del 79 no incurrimos en esa
insensatez; sólo después de la Revolución y en el período funesto que se inició en 1921,
hubo mentecatos que con estirarse a hurtadillas el copete frontal, después de disolver
una huelga, creían que se parecían como un dedo al otro, al Gran Genio.
Siendo el medio inadecuado, los generales no podían superarlo: no podía dar peras
el olmo. Si los peruanos o los bolivianos hubiesen tenido alguno superior a su época, es
decir, a su medio, que era tal como el nuestro, desde el comienzo de nuestra campaña de
Tarapacá nos habrían despedazado; y les conquistamos esa provincia porque Escala y
coronel Sotomayor, por donde se les mirase, eran superiores a Buendía, Villegas y
Suárez.
En la ocupación de Tacna y Arica aconteció otro tanto: Baquedano, que no sabía
de grandes concepciones estratégicas e ingeniosas jugadas tácticas, como cualquier
caballero medieval, se puso al frente de sus huestes y avanzó sobre el enemigo hasta
rendirlo.
¡Qué hermoso modelo de guerrero nacional fue Baquedano! A él deparó la suerte
a nuestro país para que lo salvase; él fue derecho, imperturbable a la victoria,
despreciando miserias, desviando con la suela de la bota las zancadillas; sordo a los
gruñidos de los lobos y zorros y, sobre todo, a las venenosas caricias de las alimañas
domésticas que lo rodeaban para que los cobijara bajo su ala inquebrantable.
Serio, a veces hasta adusto; de poquísimas palabras, infatigable, de probidad no
igualada por ninguno, hasta rayar en la honradez absoluta, sólo sabía vencer, y para
alcanzar la victoria, peleó como se sabía pelear en su país.
Si los aliados hubiesen tenido un general como, Baquedano, nos habrían detenido,
por lo menos, en nuestra marcha triunfal hacia el norte. Es una necedad jactanciosa y
pueril decir que nuestros enemigos fueron cobardes. Sáquese la cuenta de las bajas que
tuvieron en las batallas que pelearon con nosotros y se verá que fueron iguales y aún
mayores que las de las grandes batallas europeas entre los primeros generales y soldados
del mundo.
Pues bien: a ese gran soldado, cuyo nombre debe pronunciarse con veneración, los
civiles, palpitante aún el vencimiento del Perú, le regatearon en sus barbas la gloria. A
Baquedano, que no tenía ambiciones, por más que los conservadores trataron de
atizárselas para oponerlo a Santamaría, le dijeron en su cara que su espada la habían
manejado ellos desde Santiago. San Martín y O’Higgins, precursores de Baquedano,
hicieron bien en expatriarse después de la victoria.
17
Cuando discurro, como lo estoy haciendo es porque le doy la razón a los
historiógrafos de la Guerra del Pacífico que se inclinan a los militares, porque, en
resumidas cuentas, fueron armada y ejército los que la ganaron en constante cooperación
con los civiles, que no observaron siempre el decimoprimero mandamiento: NO
ESTORBAR.
En fin, señor Captain, esa Guerra del Pacífico en que Ud. Peleó, la hicieron contra
peruanos y bolivianos todos los chilenos, civiles y militares, y se desarrolló con todas las
tachas añejas a países atrasados, no con relación a sus colegas de Ibero América, sino a
la Europa Central. Pero, como en guerra entre estos países, Chile se desempeñó por
modo insuperable. No se olvide que estábamos desprevenidos, desarmados, pobres, y
que desde el primer momento hasta Huamachuco, hizo Chile una guerra ofensiva por
caminos y climas de los peores del mundo. Los errores cometidos por los victoriosos son
bien poca cosa comparados con sus aciertos. Supieron vencer, y la Patria, sin hacer
distingos póstumos, debe saber agradecer.
Valparaíso, Julio 28 de 1928.
PEDRO LEÓN PARODI
(P. Lyon)
_________________
18
CAPITULO I
La situación del Perú después de la toma de Arica.
Los derrotados peruanos se dirigieron por diversos caminos, a Puno, ciudad
designada para la concentración de los fugitivos del Campo de la Alianza, en virtud del
acuerdo del Consejo de Guerra celebrado en Tarata. Otros grupos, más pequeños,
tomaron la dirección de Moquegua y Arequipa, a voluntad, porque no hubo disciplina
para la unidad de la marcha.
El almirante Montero distribuyó dos reales por cabeza a los jefes, oficiales y
tropa, último estrujón a la Caja de la Comisaría de Guerra. Antes de abandonar a Tarata,
el general en jefe del I Ejército del Sur, cumple con el penoso deber de comunicar al
Supremo Gobierno, el desastre de las armas aliadas el 26 de mayo.
Con franqueza y lealtad, eleva a la Secretaría de Guerra, el parte oficial de la
batalla, sin comentarios, ni recriminaciones de ninguna especie. No culpa a nadie del
mal éxito de la jornada. Expone: “El desgraciado resultado del 26 no se debe a la mala
calidad de nuestras tropas, sino al excesivo número de nuestros enemigos. Tan cierto es
que el ejército peruano ha luchado con bizarría, que de los doce batallones que tenía bajo
mis órdenes, han muerto seis primeros jefes y un comandante general, cuyos nombres
guardará con orgullo la historia patria”.
El señor Montero estaba en la verdad. Cayeron sobre el campo, el jefe de la IV
División coronel don Jacinto Mendoza; los comandantes de cuerpo, coronel don Samuel
Luna, de los Cazadores del Misti; coronel don Julio Barriga, del Huáscar, Nº 13;
coronel don Víctor Fajardo, del batallón Rimac; comandante don Carlos Llosa, del
Batallón Zepita; (el 1º Jefe, coronel Cáceres mandaba la División); el comandante don
Julio Mac-Lean, del Arica Nº 13; y el comandante don Samuel Alcazar, de la Columna
Para.
Muy distinta conducta observa el Prefecto don Pedro Alejandrino del Solar, al
noticiar directamente a su amigo el Dictador Piérola, el resultado de la acción.
Con ánimo ligero, echa sombras sobre la dirección superior de la batalla y culpa
de la derrota al ejército boliviano, por su defección en pleno campo.
Talvez el señor del Solar procedería por ofuscamiento, pues sus aseveraciones con
respecto a la conducta de los jefes, oficiales y tropa del ejército del coronel Camacho
son enteramente contrarios a la verdad. El mariscal Cáceres se encarga de desmentir, en
sus Memorias, esta temeraria afirmación: “Nunca podrá decirse que en esta batalla faltó
decisión y valor por parte de peruanos y bolivianos, pues todos igualmente cumplieron
la misión honrosa que la Patria les encomendara, distinguiéndose los batallones Zepita y
Colorados, que parecían rivalizar en denuedo, escribiendo así una nueva y memorable
página en sus gloriosas tradiciones”. (“Guerra entre el Perú y Chile”, por el Mariscal Andrés
Cáceres, pág. 73 y 74.- Editora Internacional)
19
He aquí la comunicación del señor Prefecto del Solar:
“Tarata, mayo 26 de 1880.
(Reservada).
En el campo han peleado nuestras fuerzas con valor heroico; pero los cuerpos
bolivianos se dispersaron ante de los 10 minutos, de una manera incontenible; yo los he
hecho lacear y he tratado de contenerlos a riendazos, y con revólver en mano; era
imposible, nos hacían fuego.
A un mayor boliviano llamado Marcial, después de abofetearlo para hacerlo
regresar al combate, se arrodilló suplicándome que no lo obligara, ni lo matara; le hice
arrancar las presillas que conservo en mi poder.
Pero hay algo mucho más grave; cuatro días antes del combate, practicó el
enemigo un reconocimiento bastante atrevido, y desde ese día mandó el general
Campero llevar su equipaje y algunos víveres a Palca. El día del combate, él y los suyos,
la primera orden que dieron, fue poner a salvo sus carpas y equipajes y hacerlos
conducir en esa dirección.
Terminado el combate, ha abandonado el campo antes que yo y muchos otros; y
cuando llegué a la población, todo su empeño era salir en esa dirección. Designó
primero el Alto de Lima, luego Pocollay; cuando estuvieron ahí, Pachía, y al llegar a
este punto, me manifestó su resolución de irse a Bolivia, por Palca; entonces me separé
de él, y seguí mi camino, con la fuerza que llevaba, para Tarata.
Dos jefes lo acompañaron; hoy han regresado de Palca, y ambos me afirman que
cuando llegó Campero, lo esperaban sus mozos con un magnífico equipaje y buenas
provisiones.
Las tropas bolivianas han hecho un saqueo devastador; por donde han pasado, se
han llevado brigadas enteras, cargadas con cuanto encontraban y hacían fuego a los que
se defendían. La segunda edición de San Francisco, corregida y aumentada.
La opinión unánime en el ejército, y la mía, y la de todos, es no volver a pelear
más juntos con los bolivianos”.
Tan pronto como el señor de Piérola tiene cabal conocimiento de los hechos, se
apresura a lanzar una ardiente proclama para levantar el ánimo de los ciudadanos y
estimular el patriotismo de la Nación.
Entresacamos de este documento, las partes más esenciales:
“Conciudadanos:
Nuestro patriotismo acaba de experimentar un severo golpe.
El inesperado rechazo sufrido por nuestro I Ejército del Sur, originado por una
serie de errores, que solo pueden explicarse por la impaciencia de nuestro ejército para
encontrar al enemigo, ha dado a éste, con grandes pérdidas, la inútil ocupación de Tacna
y Arica, después de la más heroica y memorable resistencia.
20
Un pueblo firme y severo que siente que merece el triunfo, recibe con orgullo,
como lo hace el Perú, estos golpes que solo desalientan a los débiles. Está bien. Con el
pesar con que contamos nuestras víctimas, se forjará la espada de la justicia con la cual
expulsaremos a nuestros invasores.
La sangre derramada clama venganza y la tendrá amplia y completa. El ejemplo
de nuestros mártires hará brotar soldados a millares por todas partes, y no hay uno solo
en el Perú, que no se sienta orgulloso de ello.
……………………………………………………………………………………………..
Que quemen, que arrasen nuestras indefensas poblaciones, que talen nuestros
campos, si pueden; estamos resueltos a todo, no renunciaremos la vindicación de nuestro
derecho, no cederemos una pulgada de nuestro suelo, no aceptaremos la paz que nunca
serán capaces de imponernos.
Compatriotas:
Me habéis confiado la recuperación de los derechos nacionales pisoteados sin
siquiera pretexto.
Mi deber es por lo tanto, perseguir la recuperación de nuestros derechos sin
descanso, perseguirlos a cualquier costa, perseguirlos hasta obtenerlos.
Me sostienen 6.000.000 de hombres, y cuando yo caiga, la fortuna, que me podrá
impedir presenciar el triunfo de mi país, no me podrá impedir, no, el derecho de morir
en su defensa.
La justicia está de nuestra parte. La victoria jamás abandona a los que,
combatiendo por su honor y su patria, se hacen dignos de ella, por su resolución y
sacrificio.
Lima, junio 13 de 1880.- Nicolás de Piérola.
La palabra del Dictador ejercía influencia en las masas populares, que le creían
predestinado a lavar la vergüenza de las derrotas, arrojando del suelo patrio al odiado
invasor.
Los pierolistas, proscritos del poder durante algunos años, se agrupaban en torno
del jefe; alababan su patriotismo, su actividad, y su bravura nunca desmentida; y el
clero, veía en él, la sólida columna del partido conservador, por lo cual lo ensalzaba
desde el púlpito, llamándole padre del pueblo y salvador de la Patria.
El Dictador no se da un momento de reposo, para levantar tropas, adquirir armas,
municiones y dinero para sostener la guerra y dictar medidas destinadas a levantar el
sentimiento nacional. Por decreto especial, crea el Gran Libro de la República, para
consignar en él los hechos más notables, realizados por los hijos del Perú; en sus páginas
se estamparán sus nombres, por orden cronológico, con expresión de las condiciones
personales de los agraciados y el motivo de la distinción.
El 28 de julio de cada año, se publicarán solemnemente en todas las ciudades del
país, los nombres de los personajes inscritos, junto con los más notables precedentes.
21
Los alumnos de las escuelas del país, leerán las efemérides en las respectivas
fechas, y aprenderán de memoria las más notables; y los pedagogos tomarán de
preferencia sus ejemplos en el Gran Libro para la educación de la juventud.
Mientras tanto, los retratos de Miguel Grau, Elías Aguirre y Enrique Palacios, se
conservarán en la sala de Sesiones de La Legión Peruana, condecorados, el primero con
la cruz de acero de 2ª clase y los dos últimos, con la de primera; y se acuerda cruz de
acero de tercera clase, al entonces capitán de fragata don Melitón Carvajal.
Al término del proceso, se resolverá respecto a los tripulantes.
La prensa, especialmente la limeña, secunda calurosamente la acción del ejecutivo
para levantar la moral del pueblo y excitarlo a continuar la guerra, hasta obtener la
victoria.
La Patria de Lima de 2 de junio, decía en un editorial titulado ¡Adelante!:
“Tal es la consigna del patriotismo retemplado con el valor de los reveses.
Aún hay millares de hombres ansiosos de batirse con el más pérfido de los
enemigos, de la patria; aún hay multitud de corazones capaces de los grandes sacrificios;
aún hay ejércitos, en fin, que arma al brazo han esperado con impaciencia del patriota la
hora suprema del peligro.
Chile no puede soportar la prolongación de la guerra; sino le faltan recursos, le
faltan hombres; y hombres y recursos le sobran al Perú para llevar la guerra o hasta el
triunfo definitivo o hasta su desaparición completa.
¡Qué! ¿La generación presente no será digna de la generación pasada?
¡Adelante! Hagamos ver al mundo que los desastres no sirven sino para darnos
lecciones en el camino de la victoria”.
El Nacional de Lima se expresa con mayor energía en su editorial del 8 de junio.
Después de exponer las desgracias ocurridas en el sur, agrega:
“Cualquiera que sean nuestros presentimientos, no debemos dejarnos anonadar, ni
ofuscar por ellos.
Chile vencedor y poseedor de todo el departamento de Tacna, nos exigiría la paz:
la paz, con el desmembramiento del territorio nacional; con el desmantelamiento de
nuestras fortalezas; con la entrega o el desarme de los pocos buques que nos quedan; con
el deber de pagar una indemnización; con la ocupación del territorio que se reconociese
nuestro y, por sus soldados, como garantía del cumplimiento del tratado; el tutelaje, en
fin de Chile ejercido sobre el Perú, hasta que nuestros nietos, después de 50 años de
haber arrastrado las cadenas de una esclavitud ignominiosa, se decidiesen a recomenzar
la lucha de hoy.
Si nuestro país está destinado a sucumbir, sea en buena hora; pero que sucumba
defendiendo su vida y su honor y no suscribiendo el mismo su sentencia de muerte. Que
sucumba, después que Lima, Arequipa, Cuzco, Puno, y los otros grandes centros de la
República hayan sufrido, como los departamentos de Tarapacá, Tacna y Moquegua. Que
sucumba, cuando estemos reducidos verdaderamente a la nada”.
22
El Dictador había anunciado públicamente, su intención de ponerse a la cabeza del
ejército, en caso que los chilenos continuaran su avance hacia el norte.
Ante del evento, dispone por decreto de 22 de mayo, que le subrogue como Jefe
del Poder Ejecutivo, el ciudadano que él designe, asistido por los Ministros del
Despacho. Si no le fuera posible hacer esta designación, la harán los Secretarios de
Estado, dentro de las 24 horas. En caso de vacancia, se apelará al voto popular.
Este decreto lleva la refrendación de los Ministros señores Pedro J. Calderón, de
Relaciones y Culto; Nemesio Orbegoso, de Gobierno y Policía; Federico Panizo, de
Justicia e Instrucción; Miguel Iglesias, de Guerra; Manuel A. Barinaga, de Hacienda y
Comercio; y Manuel Mariano Echegaray, de Fomento.
El mismo día, la Secretaría de Guerra promulga un decreto, por el cual se priva a
don Mariano Ignacio Prado, del título y derechos de ciudadano del Perú y se le condena
a la degradación militar pública tan pronto como sea habido.
Dispone igualmente que los señores general Ramón López Lavalle, coronel José
Rueda, capitanes de fragata Antonio Guerra y Antonio Pimentel, queden borrados del
escalafón militar, separados del servicio e inhábiles en adelante para él.
Las pensiones a que tenían antes derecho le serán pagadas en la lista civil.
Así mismo separa perpetuamente del ejército nacional y borra del escalafón
militar como indignos de pertenecer a la Institución, por cobardía, a los coroneles
Manuel Velarde, Manuel A. Prado y Manuel E. Mori Ortiz, quedando privados de las
pensiones y derechos de que gozaban, sin lugar a reparación.
Por otro decreto, une a su carácter de jefe supremo, de la República, el de
Protector de la Raza Indígena, título y funciones que llevará y ejercerá en adelante.
Los individuos y corporaciones de esta raza tienen derecho para dirigirse
directamente al Jefe del Estado, de palabra o por escrito y para denunciar todo atropello
que le irroguen las autoridades o particulares.
Además de los medios usuales de publicación, los párrocos darán lectura solemne
a este decreto, a lo menos tres veces, en sus respectivas doctrinas. Además, se traducirá
y repartirá en las lenguas quechua y aimará.
El Dictador no desperdicia un momento para poner al país en estado de defensa.
Ordena por telégrafo al almirante Montero que se traslade a Lima, entregando las
tropas a sus órdenes al coronel don Justo Pastor Dávila.
Efectuada la transmisión del mando, el almirante cruza el Titicaca en uno de los
vapores del lago, y desembarca en Puno. De esta plaza continúa la marcha a la capital,
por los departamentos del interior, en muchos de cuyos pueblos recibe tan marcada
hostilidad, que las autoridades necesitan dar fuerte escolta a su persona.
El Coronel Dávila llega a Puno como con 500 hombres, de los cuales 200 cargan
insignias de jefes u oficiales. De estos, los veteranos, reciben orden de continuar viaje a
Lima, por Cuzco, Huancayo y Oroya; el resto, con la tropa siguen por ferrocarril a
Arequipa, en donde se les da de alta en el II Ejército del Sur.
23
Piérola no hace distinción como antes, del color político de los jefes. A medida
que arriban a la capital, les coloca en el ejército en puestos de confianza. Llama al
coronel Cáceres apenas entra a Lima, le recibe cordialmente y le comunica su
nombramiento para el comando de una División que se organiza en Huaral, al norte de
Ancón, destinada a resguardar a Lima por esa zona.
Cáceres se pone a la cabeza de la División, y durante cuatro meses organiza y
disciplina esas tropas, hasta ponerlos en condiciones de batirse con éxito.
Los coroneles Iglesias, Suárez y Dávila, veteranos que se baten desde el
Departamento de Tarapacá, reciben sendas Divisiones, encargados de cerrar a los
chilenos el camino de Lima.
El ejército activo trabaja sin descanso; el Dictador se apresta para movilizarlo.
Para ello, necesita ante todo dejar guarnecidas las plazas de Lima y Callao, libres de un
golpe de mano.
Decreta la formación de una Reserva, para esta tarea, a la cual dota de elementos
bélicos suficientes para resistir cualquiera agresión.
Empieza por declarar a la provincia de Lima en estado de Defensa Militar. Llama
al servicio a la reserva movilizable y sedentaria, de dicha provincia. Los peruanos
existentes en ella que no han cumplido sesenta años, ni sean menores de diez y seis, sin
distinción de condición, clase o empleo, proceden a reconocer jefe, en el improrrogable
término de quince días.
Los individuos pertenecientes a la reserva movilizable y sedentaria, vacan
diariamente y de hecho a toda ocupación ordinaria desde las 10 a.m. hasta las 2 p.m.,
debiendo presentarse de uniforme y en los lugares designados por sus respectivos jefes,
con el fin de consagrarse durante dos horas a la instrucción y ejercicios militares
correspondientes. Los talleres y oficinas de industria y tráfico comercial cierran de las
diez a las dos de la tarde.
Se exceptúan de este ejercicio, los clérigos, médicos, farmacéuticos, practicantes y
empleados en el servicio de los hospitales, casas de beneficencia y sanidad militar. Así
mismo los empleados de la administración pública correspondientes a las Secretarías de
Guerra y Gobierno, y a la Prefectura del Departamento y subprefectura de la provincia.
Los físicamente incapacitados para la toma de armas, serán dados de baja,
posteriormente, por el tribunal de calificación que se establecerá al efecto.
Los que no cumpliesen con reconocer batallón en el término prefijado o rehuyesen
el cumplimiento de los deberes anexos al servicio a que son llamados, pasarán
inmediatamente al ejército activo. Los extranjeros residentes en la provincia de Lima
son invitados a constituirse y organizarse en cuerpos de la guardia urbana, destinada a
guardar el orden y la propiedad mientras los ciudadanos se emplean en el servicio de
defensa militar, pudiendo para ello, escoger y proponer los jefes y oficiales que deban
comandarlos.
Ningún habitante podrá dejar la capital ni salir fuera de la provincia de Lima, sin
el respectivo pasaporte expedido por la autoridad militar, a menos de ser proveedores o
24
transportadores de víveres, registrados como tales y provistos de la boleta
correspondiente.
Todo poseedor de armas está obligado, a presentarlas, en el preciso término de 15
días, ante la Prefectura, recibiendo por ellas un documento que acredite su entrega, a fin
de recobrar iguales armas o su valor tan pronto como pasen las circunstancias actuales.-
Los que no cumpliesen con entregarlas o declarar su existencia en ajeno poder, serán
considerados como traidores a la República y sujetos a las penas correspondientes a
estos.
Las fuerzas de defensa de Lima que no pertenezcan al ejército activo o a la reserva
movilizada, usarán por uniforme blusa azul ceñida por cinturón de cuero, con tahalí y
cartuchera, gorra también de paño azul, de visera derecha, y con el número del batallón
en metal amarillo. El uniforme de los oficiales será el mismo, con la sola diferencia de
llevar vivos blancos en la gorra y blusa y el número del batallón en metal blanco. Las
insignias de clase en estos, será de paño rojo en los hombros y botamanga. La espada en
tahalí, al cinturón.
La tropa y oficiales de artillería llevarán vivos rojos, siendo blancos las insignias
de clase en los oficiales; todo conforme a los modelos, que suministrará el Estado
Mayor, de estas fuerzas. El señor Piérola está resuelto a formar un gran ejército para la
defensa de la capital, cuyo sostenimiento exige fuertes desembolsos. Empieza por
convertir en dinero las propiedades del Estado y Municipalidades, y los objetos muebles
de fácil enajenación. Después, el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, don Pedro
José Calderón, se dirige al Arzobispado, solicitando en préstamos los tesoros de la
Iglesia, con el único fin de cooperar a la defensa nacional, y bajo la solemne promesa del
Gobierno de que esta deuda sagrada se pagará de toda preferencia y tan pronto como
termine la presente guerra.
Al efecto, dice el señor Ministro: “Urgidos de acumular nuestros recursos
naturales, y no obstante los que nos vengan de otras fuentes, cree el Gobierno, que antes
de apelar a los ciudadanos, debía dirigirse a V. S. Ilustrísima y Rdma., y en su persona al
clero nacional, para demandarle la cooperación que inmediatamente puede darle con el
tesoro de la iglesia, cuyo empleo en este caso no se apartaría de lo prescrito por sus
propias leyes en casos tales”.
El Ilustrísimo y Redmo., señor arzobispo, don Francisco Orueta y Castrillón,
contesta en el mismo día, 27 de junio de 1880, manifestando que la convicción del
Gobierno de que la Iglesia se desprenda de sus tesoros para salvar a la Patria, es también
la del Arzobispado, la de los ilustrísimos obispos residentes en Lima, y de las más altas
representaciones del clero de la capital, consultados por S. S., por lo cual “la Iglesia
ofrece las joyas de sus templos, como tiene la seguridad de que las señoras ofrecerán las
suyas, y los acaudalados una parte de su fortuna, todos algo, por pequeño que sea, para
conservar limpia la frente de la Patria, y circundarla de nuevos laureles al fin de la
jornada”.
25
Después de haber conferenciado con los obispos del Cuzco y Arequipa, con el
Venerable Capítulo Metropolitano, los curas rectores de la capital, los superiores de los
conventos religiosos, y distinguidos miembros del clero, el señor Arzobispo decreta que
los curas rectores, párrocos, superiores de conventos de ambos sexos, rectores de
iglesias particulares, cofradías, asociaciones piadosas, entreguen al Gobierno, en calidad
de préstamo, la parte de los objetos preciosos que no sea necesaria para la celebración
decorosa del culto divino.
La extenuación de los objetos necesarios o innecesarios, se hace por una comisión
compuesta de los canónigos doctor don Manuel S. Medina, don Pablo Ortiz y cura del
Sagrario doctor don Andrés Tobar. Dicha comisión recibe y avalúa los tesoros de la
Iglesia peruana, la más rica de América, y los entrega bajo inventario al señor Antonio
Berlín, delegado del Gobierno.
Obtenidos los tesoros de la Iglesia, el Dictador se incauta de los legados del ex
arzobispo doctor don José Sebastián de Goyeneche y Barreda, a favor de las ciudades de
Lima y Arequipa.
El señor arzobispo, por testamento de 31 de diciembre de 1871, protocolizado por
el escribano público don Claudio José Suárez, deja 150.000 pesos a la ciudad de
Arequipa y 50.000 a la ciudad de Lima, para obras de beneficencia y culto.
El señor Piérola establece que el Jefe Supremo de la República, autorizado con
facultades omnímodas, tiene por lo mismo las de legislador, al cual corresponde, en
casos como el actual, declarar la voluntad interpretativa de los testadores, cuyas últimas
disposiciones no han sido ejecutadas, y aún dar a las mismas una aplicación equivalente
a la expresada en ellas, o que conduzca a mejor fin, tomando por norma el fin de la
sociedad, que es la regla suprema a que todo debe estar en ella subordinado, mucho más
si se propone hacer más tarde la aplicación específica de las mencionadas disposiciones,
ordena hacer efectivos inmediatamente los 200.000 pesos de los legados, computándose
en metálico, según el valor de la circulación monetaria en la época del testamento. Por
esta razón, los albaceas entregaron cerca de medio millón de pesos de buena moneda.
Los prefectos siguen en provincias el ejemplo del Dictador; recaudan los dineros
de la iglesia y lanzan, en cambio, proclamas patrióticas para levantar el ánimo de los
pueblos.
Piérola trabaja con fe y comunica su febril entusiasmo a cuantos le rodean. El
Perú se convierte en un inmenso campamento, en que todos los individuos hábiles, sin
distinción de clases, ingresan a las filas. Dentro de su patriotismo, acepta los proyectos
más descabellados, con tal que tengan visos de éxito.
Concede recursos al capitán de ingenieros y antiguo oficial de la armada, don
Pedro J. De Beauxjour, para fabricar un torpedo de su invención, que el inventor
considera infalible para echar a pique a la armada chilena.
Ensayado el artificio, falla por sus cuatro costados, como se dice familiarmente, se
“chinga”, según la expresión de don José Joaquín Pérez.
26
Alguien propone al Gobierno aumentar el andar de los transportes por medio de
disparos no interrumpidos hacia delante de la proa, por tres cañones de retrocarga, bajo
la línea de flotación. Desarrollando el proyectil con su movimiento una corriente de agua
que sigue la misma dirección del buque, este encuentra mayor facilidad para moverse. El
aparato no alcanza a funcionar, fracasa en los ensayos.
Otro proyecto muy viable, consistía en someter a 100 voluntarios de cada
batallón, a un entrenamiento especial de tiro, por cuatro o seis horas diarias, para que al
entrar el batallón en combate, estos tiradores escogidos, a cubierto en fila exterior,
apunten con tranquilidad, procurando echar por tierra un enemigo, cada cinco minutos.
Se ejercitan estos voluntarios rifleros; se baten en Chorrillos y Miraflores;
ignoramos con que resultados.
Algunos agentes europeos, deseosos de obtener buenas primas, le comunican que
en Francia se encontraban dos fabricantes del fuego griego, descubierto por unos frailes
de Constantinopla en el siglo VI, y con el cual el ingeniero Asirio Colínico quemó con
aquel líquido, al que daba mayor pábulo el agua, la flota de los sarracenos en tiempo de
las cruzadas; agregaban que se podían adquirir los libros en que figuraba la receta de
fabricación de tan terrible invento.
Piérola ordena al representante financiero del Perú en Europa, don Toribio Saenz,
radicado en París, Avenue d`Iena, 52, que le envíe algunas toneladas de dicho líquido, o
al menos la receta de los frailes bizantinos, o al hombre o mujer que pudiera ejecutarla,
pues le habían comunicado que existía una cierta viuda llamada Becoines, fabricante de
semejante líquido.
La siguiente nota oficial del Agente Financiero, comprueba la verdad de esta
mistificación del Dictador, de parte de algunos explotadores que le vendieron el secreto:
“Agencia Financiera del Perú en Europa, París, julio 31 de 1880.
Señor Secretario:
Oportunamente recibí la comunicación que se sirvió V. S., dirigirme el 18 de
mayo último, y desde entonces me he ocupado de ejecutar lo que por él me ordena V. S.
Con gran dificultad he logrado la obra en la librería a que V. S., se refería; la
remito por el presente correo.
Todas las medidas adoptadas hasta hoy, que no han sido pocas, no han dado a
conocer la existencia del señor Beaume, ni de la viuda de Becoines; se les busca en
Marsella, en donde se dice residían, informaré a V. S., del resultado de esa averiguación,
así como de las que continuaré haciendo. El comité que se formó para propagar el
descubrimiento a que V. S., se ha referido, no existe ya, y en los Ministerios respectivos
no han podido darme ninguna noticia sobre Beaume. No dude V. S., que si logro
ponerme en contacto con éste, trataré de ejecutar lo que V. S., ha ordenado, tan luego
que posea los medios de hacerlo. Dios guarda a V. S., señor Secretario. Toribio Saenz.
Al señor Secretario de Guerra. Lima”.
27
Se cree que el libro enviado por el señor Saenz, comprado naturalmente a peso de
oro, era uno publicado por M. Labaune en 1840; o el de los señores Fané y Reinaud, que
apareció cinco años más tarde. Ambas obras tratan de la materia; pero no arriban a
resultado práctico alguno.
_____________________
28
CAPITULO II
Situación de Bolivia después de la toma de Arica.
El general Campero, consumado el desastre del 26 de mayo, se dirige al interior,
acompañado de los señores Pedro Alejandrino del Solar, Prefecto de Tacna, y coronel
Manuel Velarde, con los cuales pasa por los pueblos de Pocollay, Calana y Pachía, sin
detenerse a reunir dispersos, ni menos intentar una defensa contra el enemigo, que
naturalmente debía destacar fuerzas tras los fugitivos.
Sigue camino a Bolivia, dando por terminada la campaña y perdida la provincia
de Tacna.
La comitiva llega a San Francisco, en la misma tarde del 26. El general se separa
de los señores Solar y Velarde: éstos toman rumbo a Tarata, por Calientes; y el general a
Palca, en donde existía una concentración de víveres remitidos por el gobierno
boliviano, para sus tropas acantonadas en Tacna.
Llega a Palca a las 6 p.m.; ordena confeccionar rancho para los dispersos y
descansar la noche. Había hecho una dura jornada de 60 kilómetros de Tacna a Palca, en
tres horas, por caminos ásperos y quebrados, especialmente desde San Francisco al
oriente. No obstante tan rápida marcha, cierto número de jefes y oficiales le habían
precedido.
He aquí lo que dice un oficial de Los Colorados:
“Una vez en Tacna, contribuyo con otros oficiales de diversos cuerpos, a impedir
que los dispersos bolivianos y peruanos, se fusilen mutuamente y sigo hasta Pocollay,
donde tengo la suerte de encontrar una mula aparejada que marcha suelta. Monto en ella
y desde ese momento –cinco de la tarde- no me detengo hasta Jarapalca, al amanecer del
día siguiente.
Encontré allí tres coroneles y dos tenientes coroneles que habían llegado en las
primeras horas de la noche anterior, entre los cuales se encontraba un deudo mío, el
coronel X”. (Daniel Ballivián. “Los Colorados de Bolivia”. Imprenta y Litografía. Americana.
Valparaíso. 1919)
El señor Campero, se dirige a Jarapalca, en las primeras horas del 27; en este
poblacho establece el cuartel general, y la concentración de los derrotados; prohíbe con
severas penas el avance de los fugitivos al interior, donde sembrarían la alarma en las
poblaciones del tránsito.
De este punto envía a la Convención Nacional reunida en la Paz el 25 de mayo, el
parte oficial de la batalla. Establece con verdad la derrota del ejército aliado, y promete
ampliar su comunicación al regresar a la capital.
Como hubiesen quedado en San Francisco dos cañones Krupp, salvados
abnegadamente del campo de batalla, comisiona al coronel don Lucio Padilla, para
trasladarlos a Jarapalca, lo que este jefe efectúa con extremado celo.
29
Organizados los restos del ejército en este poblacho, emprende la marcha por el
paso del Tacora, rumbo a Corocoro, mineral de recursos al otro lado de la cordillera, en
donde podía con seguridad refrescar la gente. Mientras tanto, la expectación en Bolivia
es terrible. La Convención Nacional, reunida en la Paz el 25, se concreta a aprobar el
statu quo gubernativo, es decir, el funcionamiento del presidente provisorio en Tacna; y
en La Paz, el secretario general don Ladislao Cabrera, investido del poder supremo, en
tanto dura la ausencia del primer magistrado.
La Convención continúa en funciones, para la resolución de múltiples asuntos de
gobierno, y en especial, para estudiar la nueva Constitución Boliviana.
El 30 de mayo la Convención se reúne presurosa, pues corren rumores alarmantes
respecto al ejército unido acantonado en Tacna.
El doctor Ladislao Cabrera, encargado del Poder Ejecutivo, se presenta a la
Asamblea y expone que por oficios recibidos a las 11 p.m., tiene conocimiento de que
los pasajeros Spidie, Bler y otros, dan en Chililaya la noticia de que el ejército aliado ha
sido derrotado en Tacna. Un telegrama del Prefecto de la Paz confirma la noticia. Añade
el señor Cabrera que el general Campero se encuentra en Jarapalca.
El presidente de la Convención señor Belisario Salinas, poniéndose de pie, se
dirige al señor Cabrera, y le dice:
“Conmovida escucha la Convención el parte que acabáis de darnos. Bolivia se
presentará a la altura de su patriotismo, confiado en que el orden interno no será
alterado; os puedo asegurar que mantendrá el orden inalterable.
Hago votos porque la Providencia permita retemplar nuestro espíritu, para
ponernos a la altura de la tremenda situación porque atravesamos; nuestro mal se
remediará, señor secretario, y la Convención secundará todos vuestros propósitos.”
El señor Cabrera asegura que se han tomado todas las medidas para asegurar el
orden público; y se retira.
La Convención Nacional continúa sesionando, con el objeto de darse un gobierno
provisorio, o declarar en vigencia alguna de las constituciones anteriores de la
República.
Después de largas y acaloradas discusiones, se declara vigente la constitución del
año 1878; y se suspenden los trabajos. Reabiertos a las 9:40 p.m., se procede a efectuar
la elección de presidente de la República, y para ponerse de acuerdo sobre tan grave
materia, se acuerda sesionar secretamente.
A las 11 p.m., se reabre sesión pública para la elección de Presidente y dos Vice-
presidentes de la República. El señor Presidente.- “Permitidme que haga uso de la
palabra; vais a elegir a tres individuos que formen el poder; que Dios ilumine vuestras
conciencias y El os pida cuenta de este acto.”
Se nombran escrutadores a los señores Aguirre y José Manuel Gutiérrez.
Votan 64 convencionales en esta forma:
Por el señor general D. Narciso Campero 46 votos
Por el señor doctor D. Aniceto Arce 08 votos
Por el señor doctor Ladislao Cabrera 06 votos
30
Por el coronel Eleodoro Camacho 03 votos
Por el doctor Mariano Baptista 01 votos
A las 11:35 p.m., la Convención proclama presidente de la República al general
don Narciso Campero.
Se procede a la elección de primer vice-presidente, y después de cinco votaciones
repetidas, y cuatro anuladas, el escrutinio da el siguiente resultado:
Por el doctor Aniceto Arce 44 votos
Por el doctor Ladislao Cabrera 20 votos
A las 2:15 de la mañana se proclama al doctor Arce Primer Vicepresidente de la
República. Sigue la elección de segundo Vicepresidente, y después de tres votaciones, el
escrutinio arroja este resultado:
Por el doctor Belisario Salinas 47 votos
Por el doctor Mariano Baptista 12 votos
Por el doctor Ladislao Cabrera 05 votos
A las tres de la mañana, el señor Belisario Boeto, primer secretario de la
Convención, proclama segundo Vicepresidente al doctor Belisario Salinas.
El Señor Presidente.- (Poniéndose de pie).- Señores: Quedo anonadado por el alto
como inmerecido honor que acabáis de hacerme. Bolivia, señores, nuestra querida
patria, no está sobre un lecho de flores; hay que levantarla, esa es nuestra obra. Si la vice
presidenta fuera simplemente un puesto de honor, la renunciaría en este momento; pero
como es de sacrificio, para salvar a nuestra patria, la acepto. (Aplausos y vivas en el
auditorio).
El 1º de junio sesiona nuevamente la Convención para proceder a la investidura de
los señores 1º y 2º Vicepresidentes, bajo la presidencia del señor Belisario Salinas.
Apenas abierta la sesión, el señor Presidente manifiesta que en ese momento
recibe el parte del general Campero, datado en Jarapalca el 27 de mayo; anuncia que el
ejército unido fue derrotado, no obstante que por momentos la suerte balanceó el triunfo;
pero tuvieron que ceder al número de enemigos y a la superioridad de las armas.
La impresión es dolorosa; muchos convencionales y asistentes a la barra derraman
lágrimas abrasadoras, al tenerse confirmación oficial de la derrota.
Se levanta la sesión por algunos minutos.
Reabierta, el señor Salinas toma juramento al señor Aniceto Arce, y le dice:
“Señor Vicepresidente, en los momentos más supremos me cabe el alto honor de
investiros del poder. A nombre de la ley y del pueblo boliviano os invisto de las
insignias; levantaos a la altura de la situación, haceos digno de ella, y de merecer la
gratitud de vuestros compatriotas.”
Después da las gracias al Secretario General señor Cabrera, encargado hasta
entonces del gobierno, por su comportamiento como guerrero y patriota; y le rinde un
voto de complacencia por su conducta, a nombre de la Convención.
El señor Arce responde al Presidente en los siguientes términos: “El deber me
impone esta terrible situación; acepto, mientras el señor Campero se restituya a ésta;
acepto el poder en medio de la más terrible como azarosa situación; mi programa será el
31
más sencillo en lo transitorio de mi gobierno: sumisión completa a la ley para devolver
con honra estas insignias.”
La Convención nombra en seguida presidente ad-hoc al señor Mariano Baptista,
para recibir el juramento del señor don Belisario Salinas, que hasta ese momento
presidía la Asamblea.
Tomado el juramento, el señor Baptista manifiesta a los señores vicepresidentes
que jamás se había visto elección hecha con más confianza y seguridad; que la misión de
ellos se reduce a propender a la reconstitución del país; que la reconstitución moral y
política del país debe ser el testamento de los padres, el encargo y legado de las madres,
el pensamiento que germine y crezca en el corazón de los niños, de esos patriotas que
deben vengarnos.
Le da lectura al parte del general Campero, y se acuerda nombrar una comisión
que vaya a su encuentro y ponga en sus manos el nombramiento de Presidente de la
República, y le manifieste que tiene fe en sus actos y está segura de su conducta; y que
interpretando el sentir del pueblo boliviano, ha acordado un voto de confianza y gratitud
al ejército de la patria, por su bizarro comportamiento en la batalla campal del 26 de
mayo último.
Componen la Comisión los doctores señores Emilio Fernández Costa, Fernando
E. Guachalla y Melchor Chavarría, bajo la presidencia del primero.
Aprueba igualmente el envío a Tacna de cuatro médicos y seis practicantes, para
ayudar a la atención de los heridos.
Hemos dicho que el general Campero, reunidos los dispersos en Jarapalca,
emprende marcha al paso del Tacora, el 29 de mayo, por fragoso camino de herradura, a
4.030 metros sobre el nivel del mar. No obstante el cansancio de la tropa, alimentada
únicamente con maíz tostado, hace una jornada de 30 kilómetros en ese día.
El horroroso frío del Tacora aumenta los sufrimientos de los derrotados muchos
de los cuales van heridos.
El capitán argentino don Florencio del Mármol, alistado voluntariamente en el
ejército boliviano, relata los sufrimientos de esta marcha, con notable colorido. “Como a
las 3 a.m., dice, llegamos a San Francisco. Hallamos reunidos unos 100 hombres, jefes,
oficiales y soldados; había también dos piezas de artillería boliviana, salvadas con toda
abnegación.
En la madrugada del 27, continuamos la marcha, empezando el ascenso de la
gigante cordillera. ¡Que marcha! ¡Que fríos! ¡Que noches! ¡Que alimento! Éramos
verdaderos derrotados.
En el paso del Tacora, dos o tres jóvenes amanecieron duros. Hubo necesidad de
machacar sus brazos a golpes de puño, de restregar con fuerza todo su cuerpo para
conseguir la circulación de la sangre.
En esta retirada, atacado diariamente por la terciana, siempre a la intemperie, sin
más comida que maíz tostado y chancaca, la marcha no podía ser muy placentera.
32
Había algunos que inspiraban compasión. Un joven gravemente afectado del
pulmón, murió sin amparo a pocas leguas del Tacora, después de haber pasado a mi lado
la noche anterior.
Otro joven llegó a la Paz con los pies enteramente llagados, cada paso le originaba
un terrible martirio. Había pasado las aguas del camino con medias y botines; y no había
tenido la precaución de secarlos oportunamente. El cuero del botín se encogió; la media
se pudrió y los pies se hincharon y llagaron horriblemente”. (Florencio del Mármol.
“Recuerdos de Bolivia”. Buenos Aires.)
El 29, el general continuó la marcha del Tacora, a 4.230 metros sobre el nivel del
mar, a Copas, 4.130 metros, lo que acusaba el descenso de la cordillera. Se hicieron 25
kilómetros.
El 30, jornada de Copas a Charaña, 4.038 metros, en la cual se ganaron 25
kilómetros. Los fugitivos pisan ya el suelo patrio; expresan su contento con vivas a
Bolivia y a su general.
La marcha resulta más fácil; se efectúa por el camino carretero del Mineral de
Corocoro, en las siguientes jornadas:
31.- De Charaña a Río Mauri, 4.026 metros, 25 kilómetros.
1º de junio.- De Río Mauri a Estancia, 25 kilómetros.
2 de junio.- De Estancia a Tambo, 25 kilómetros.
3.- De Tambo a Calacato, 33 kilómetros.
4.- Descanso.
5.- De Calacato, 3.807 metros, a Corocoro, 22 kilómetros.
El general acampa un día en este mineral para dar descanso a la tropa, proveerla
de víveres y atender a la delegación enviada por la Convención Nacional, portadora de
su nombramiento de Presidente de la República.
Los restos del ejército boliviano formaron en batalla en la plaza del pueblo, para
recibir con los honores correspondientes a la Comisión de la Convención Nacional que
venía a saludar a los gloriosos tercios del ejército que combatió como bueno en el
Campo de la Alianza.
La Comisión avanza hacia el centro de la línea, y su presidente, doctor Emilio
Fernández Costa, en un brillante discurso saluda a S. E., el Presidente de la República
general don Narciso Campero, a los jefes, oficiales y tropa que se batieron en el campo
de batalla, cumpliendo como buenos su deber.
Hace entrega al general de su nombramiento de Presidente, que la concurrencia
saluda con entusiastas hurras.
En el mismo sentido hablan los delegados Guachalla y Chavarría.
El general responde conmovido en un breve discurso, que se resume en estas
palabras: “Volvía hoy al seno de mi familia para consagrarle mi postrer momento. Pero
venís vosotros honorables señores, y me decís que la representación del pueblo
boliviano me pide mis últimos días. Sea. Decid a esos ilustres patriotas, que mi vida, que
mi voluntad y mi brazo pertenecen a la patria; que quiero morir por ella, y que acepto el
nuevo deber que hoy me imponen.
33
Pronto conocerá el país cómo han cumplido su deber los defensores de sus
derechos.
Y vosotros, señores jefes, oficiales y soldados, no olvidéis las palabras que os
dirige el pueblo boliviano; constancia y fe, que os recomendé en estas otras:
subordinación y fe.”
Terminadas las salutaciones, el general continúa su marcha hacia la capital.
Día 7.- De Corocoro a Comanche, 31 kilómetros.
8.- De Comanche a Coniri, 24 kilómetros.
9.- De Coniri a Viacha, 23 kilómetros.
10.- De Viacha a la Paz, 30 kilómetros.
El 10 de junio, el general don Narciso Campero entra a la Paz, a la cabeza de sus
tropas, unos mil hombres, con dos cañones, aclamado por el pueblo, que le recibe con
los honores de general victorioso.
El 19 del mismo mes, el Presidente de la Convención don Belisario Salinas, le
inviste del poder supremo con el ceremonial de estilo.
Durante la investidura, se cambian conceptuosos discursos, entre los señores
Salinas y Campero, impregnados en el más puro patriotismo.
S. E., después de exponer su programa de gobierno, aprovecha la circunstancia
para proclamar enfáticamente la continuación de la Alianza, o sea la guerra con Chile.
El nuevo gobierno inicia sus labores con el siguiente Ministerio:
Doctor don Juan Crisóstomo Carrillo, ministro de Gobierno y Relaciones
Exteriores.
Doctor don José María Calvo, ministro de Instrucción Pública, Justicia y Culto.
Doctor don Antonio Quijarro, ministro de Hacienda.
Doctor Belisario Salinas, 2º Vice-presidente de la República, ministro de Guerra.
Mientras los señores Carrillo, Calvo y Quijarro se posesionan de sus carteras,
encarga interinamente del despacho de ellas, a los señores Genaro Sanginés, Belisario
Boeto y Eleodoro Villazón, en los respectivos ramos.
Reina la más perfecta tranquilidad política; pero una fuerte oposición se prepara
seriamente para cruzar los planes del ejecutivo.
No todos los bolivianos apoyan la orientación de los negocios extranjeros, hacia
una lucha sin cuartel con Chile. Hay dos partidos: el de la paz inmediata y el de la
continuación de la guerra.
Se da sotto voce como caudillo del primero, al señor Aniceto Arce, primer vice-
presidente de la República. El señor Campero encabeza el partido de la guerra.
“En aquellos tiempos, dice el señor Daniel Ballivián, como ahora y como siempre,
la opinión pública boliviana estaba –en lo que a política internacional se refiere- dividida
en dos bandos contrarios: el chilenófilo y el peruanófilo.
Elementos diplomáticos extranjeros acreditados en el país, alentaban con hábil e
insólita audacia, la tendencia de aquellos, cuyo objetivo era poner término inmediato a la
alianza Perú – boliviana; la segunda, por su parte, se agrupaba en torno del gobierno.
34
Suerte grande ha sido para Bolivia, en verdad, que nuestras relaciones con el Brasil, la
República Argentina y el Paraguay no hayan llegado a complicarse más de lo que lo
están o de lo que estuvieron, porque ello nos ha librado de tener en vez de dos, cinco
partidos políticos con otras tantas orientaciones internacionales, y como lógica
consecuencia, un número igual de exóticos cucharones enteramente metidos, con o sin
nuestra voluntad, en la marmita en que cocemos nuestra magra sopa.
Porque debemos convencernos, de que somos el pueblo más original de la tierra.
El único tal vez, que para saber lo que quiere, lo que le conviene, ha necesitado que se lo
digan los de afuera, los extraños”. (Ballivián. “Los Colorados de Bolivia”.)
Para limpiar de estorbos el camino, y desarrollar su política belicosa, el gobierno
declaró el territorio de la república en estado de sitio, en 3 de julio de 1880.
Algunos jefes y oficiales no hacen misterio de su hostilidad al gobierno; y aún
tratan de levantar actas de adhesión, a favor de algunos prominentes hombres públicos,
en quienes cifraban sus esperanzas de bien público.
Ante tales rumores, el Presidente de la República manda publicar en la orden del
día, una Orden General dictada el 22 de marzo de 1860, no derogada, que decía así:
Orden General.- Ministerio de la Guerra.- La Paz, julio 1º de 1880.
Artículo 1º.- El señor General Presidente de la República manda que se publique y
de conocimiento al ejército, del texto de la Orden General dictada el 22 de marzo de
1860, cuyo contenido es el siguiente:
“”S. E., el Presidente de la República, que conoce el ardor y entusiasmo del
ejército, y de sus dignos jefes y oficiales, no puede dejar de estimar tan laudables
sentimientos conociendo de lo que son capaces los militares de la república, cuando se
trata de defender la nacionalidad de la patria; sin embargo, sentando muy mal en el
soldado la deliberación en público, cuando por su carácter sólo le toca obedecer y obrar,
y correspondiendo únicamente en guerra a dos naciones amigas, se dispone:
Artículo único.- Es prohibido a todo jefe del ejército publicar en su nombre, ni en
el de sus subordinados, actas, protestas, proclamas u otros escritos. Los jefes que quieran
una de estas manifestaciones, recabarán antes la autorización de esta Secretaría, o
Ministerio de la Guerra.
Lo que se comunica en la Orden General para conocimiento del ejército.
El General en Jefe.”
La Convención Nacional aprueba algunos proyectos de ley, que pasa al Ejecutivo
para su sanción y promulgación, de trascendental importancia.
Uno de ellos priva al general Daza de la calidad y derechos de ciudadano
boliviano y lo declara indigno de tal nombre. Lo borra igualmente del escalafón militar,
condenándolo a degradación pública cuando sea habido, sin perjuicio de las demás
penas a que fuere condenado por las leyes o resolución que dictare la Convención
Nacional, referentes a los delitos de peculado que hubiere cometido.
Una media docena de diputados fogosos, presenta la siguiente moción, que con
mejor acuerdo, detuvo la prudencia de la Comisión de Guerra de la Cámara.
35
“La Convención Nacional, decreta:
Siempre que con motivo de la presente guerra que sostiene el país con Chile,
tuviere lugar una defensa o ataque contra el enemigo, los soldados, jefes u oficiales que
abandonaren el campo cobardemente, previa una sumaria información de dos testigos
idóneos, serán pasados por las armas, dándoseles fuego como a traidores por la espalda.
Artículo 2º.- La sentencia se pronunciará, cuando más, en el término de cuatro
horas, contadas desde la terminación del juicio.
Artículo 3º.- Los jueces que conozcan en la causa, serán aquellos que designa el
Código Militar en los asuntos verbales.
Artículo 4º.- Tan luego como se vaya a iniciar la defensa o el ataque contra los
enemigos exteriores de Bolivia, el jefe de las fuerzas, cualquiera que sea, hará jurar a
todo el ejército con esta fórmula: “¿Juráis por Dios y la cruz de vuestra espada (y el
soldado por vuestra arma) que habéis de defender palmo a palmo, el santo suelo de la
patria, sellando vuestra misión con la victoria, o con la muerte, sin volver paso atrás?”
Contestará: “Sí, juro”; y el jefe: “si así lo hicieses, Dios os ayude, y si no, él, la Patria, y
la ley os lo demanden”.
Artículo 5º y último.- Sin perjuicio de lo que prescribe el anterior artículo, el
Ejecutivo, después de organizar cualquiera fuerza, la obligará a que preste igual
juramento, despidiendo inmediatamente a los que se resistieren.
Comuníquese al Poder Ejecutivo para su sanción, en La Paz, junio 25 de 1880”.
La Convención Nacional despacha varias leyes de subsidios, destinadas a proporcionar
fondos al Presidente para la continuación de la campaña.
Por una, se autoriza al Ejecutivo para hipotecar o vender los bienes nacionales.
Se autoriza igualmente a las municipalidades para la venta o hipoteca de sus
bienes y los de Instrucción Pública y entrega del producto al gobierno, en calidad de
préstamo.
Por otra, se autoriza al Ejecutivo para emitir obligaciones del Estado por la suma
de 500 mil bolivianos (pesos), con carácter de empréstito forzoso, y 10 por ciento de
interés.
Las oficinas fiscales quedan obligadas a recibir estas obligaciones en pago de la
contribución sobre la renta, y la extracción de la quina.
Se faculta al gobierno para hacer nuevas emisiones por la cantidad que crea
necesaria, señalando nuevas garantías.
El funcionario que impida o eluda la aplicación de los impuestos destinados a la
amortización de las obligaciones, será reputado reo de defraudación, quedando reatados
sus bienes y los de sus cómplices como hipoteca legal al pago de las obligaciones no
amortizadas, sin que tal hipoteca pueda extinguirse por prescripción.
Una tercera ley impone el pago de un peso por semestre a todo boliviano o
extranjero residente en el país, que no sea indigente o tenga más de 60 años de edad.
36
Quedan eximidos de la capitación los individuos de tropa en servicio activo y las
mujeres.
Por fin, el ministro de Hacienda don Eleodoro Villazón, se dirige a S. S., el
Arzobispo de la Plata, proponiéndole la clausura del Monasterio de Santa Mónica, que
tiene sólo seis religiosas, y la enajenación de la propiedad y fincas anexas, para subvenir
a los gastos de la guerra, por vía de préstamo al tesoro nacional.
Con fondos suficientes para los gastos públicos, el general Campero decreta la
organización de cuerpos cívicos en los departamentos vecinos a los territorios ocupados
por las fuerzas chilenas, como auxiliares de las tropas de línea.
Todos los bolivianos de 18 a 50 años quedan obligados a enrolarse:
La Paz organiza tres cuerpos: uno de propietarios, comerciantes y empresarios de
industrias; otro de empleados de justicia, de instrucción y otros ramos; y el tercero de los
artesanos.
Oruro y Potosí, dos cada departamento: uno de empleados, abogados y
estudiantes, y otro de artesanos.
Quedan exceptuados los eclesiásticos y los empleados de los ministerios del
estado, de la prefectura, correos y hospitales. Los ciudadanos que dejaren de alistarse
serán enrolados en el ejército de línea.
Se designa el 1º de agosto como fecha para la inscripción.
La Convención decreta igualmente algunas recompensas por servicios
importantes:
Asciende al grado de General de Brigada al Coronel don Eleodoro Camacho.
Concede una medalla de honor y título de benemérito de la patria al ciudadano
don Ladislao Cabrera, por la heroica defensa de Calama y sus relevantes servicios.
Una medalla de honor a don Belisario Salinas, por su comportamiento patriótico.
Declara que los defensores de Arica han merecido bien de la Alianza, por haber
sucumbido heroicamente en defensa de sus derechos; y que el coronel Bolognesi quede
inscrito en el escalafón militar boliviano, con igual graduación de que goza en el ejército
del Perú.
Y por fin, declara traidor a la patria, al boliviano que inicie, haga o proponga la
paz con Chile sin la concurrencia de la república aliada.
No obstante hechos tan crudos, queda todavía en Chile un grupo de políticos
influyentes, que creen hacedero un tratado de paz con Bolivia, sin intervención del
gobierno del Perú.
_____________________
37
CAPITULO III
La Confederación Perú-Boliviana.
El pueblo chileno, enardecido con las victorias de Tacna y Arica, lanza un solo
grito, de norte a sur de la República: ¡A Lima! Todas las clases sociales estaban de
acuerdo en que el Perú no se allanaría a firmar un tratado de paz oneroso, mientras
tuviera numerosas fuerzas, en las plazas, de Lima y Callao, que aumentaban día a día
bajo la férrea dirección del doctor Piérola, que sabía levantar el ánimo de sus
connacionales, con la promesa de no firmar tratado alguno que cercenara la integridad
territorial.
Piérola se muestra infatigable; reduce a dinero las propiedades del Estado y de la
Iglesia, dobla y triplica las contribuciones; adquiere armas, municiones y equipo, que le
llegan en abundancia por la vía de Panamá, cuyo Gobernador subvenciona el Gobierno
del Perú.
El reclutamiento, voluntario y forzado, aumenta considerablemente sus fuerzas, a
punto que considera asegurada la defensa de la capital.
El Dictador obra en la conciencia de que el ejército enemigo avanzará sobre Lima;
conoce por la prensa de Chile el estado de la opinión pública, que unánime manifiesta la
convicción de que la paz debe imponerse en la capital del Perú, resultando ineficaces
otros medios para llegar a este fin, toda vez que Piérola se muestra infatigable en sus
aprestos de lucha, y el pueblo le acompaña entusiasta.
Piérola reúne todas las condiciones de un conductor de pueblos; se impone a las
masas por la palabra, por el valor, por la energía para la lucha, y más que todo, por la
enseña que despliega ante el país, de morir y hundirse combatiendo al invasor, antes que
entregar una pulgada del suelo patrio, como imposición de guerra.
Y mientras agrupa importantes fuerzas en Lima y Callao, persigue entre
bastidores la unión de los destinos del Perú y Bolivia, por medio de una Confederación,
al estilo de la que el general Búlnes deshizo en los campos de Yungay.
Antes que se decidiera la suerte del I Ejército aliado en Tacna y Arica, el Dictador
había entrado en tratos con el Gobierno boliviano, hasta el extremo de nombrar ambos
presidentes Delegados especiales para estudiar las bases capitales del negociado.
El Gobierno de Bolivia envió a Lima en misión especial, al doctor don Miguel
Terrazas; y el Perú comisionó para entenderse con él, al doctor don Pedro José Calderón,
Ministro de Relaciones Exteriores.
Los señores Terrazas y Calderón estudian detenidamente la Confederación Perú-
Boliviana en todos sus detalles, y echan los fundamentos de la fusión de ambos Estados,
con plena aceptación de las altas partes contratantes, los señores Piérola y Campero.
Una vez terminada la misión especial del doctor Terrazas, e doctor Ladislao
Cabrera, encargado accidental del Poder Ejecutivo en Bolivia, retira a su Ministro en
38
Lima doctor don Zoilo Flores, y le reemplaza por el doctor Terrazas, en carácter de
Ministro Plenipotenciario.
La recepción de este caballero en su elevado carácter de representante boliviano
en Lima, reviste aparatosa ostentación militar en el palacio de los virreyes.
Los discursos cambiados en la importante ceremonia, anuncian la próxima fusión
de ambas repúblicas, envueltas ahora por las sombras de una dolorosa adversidad; pero
que Chile, dice Terrazas, sin haberlo previsto y a despecho suyo, va a ser el providencial
resorte del nacimiento y grandeza de los Estados Unidos del Pacífico, a la vez que el
factor predestinado de su propia expiación.
El señor Piérola se regocija que en breve se verán borrados los linderos políticos
existentes, para volver a estrecharse en el íntimo abrazo de la Unión Federal, los pueblos
del Alto y Bajo Perú, bajo el estandarte victorioso de los Estados Unidos Perú-
Bolivianos.
El 16 de junio de 1880 el señor Piérola se presenta personalmente al Consejo de
Estado a leer el Mensaje, en el cual da cuenta de los protocolos elaborados por los
Ministros Plenipotenciarios ad hoc, para la formación de la Confederación de los
Estados Unidos del Pacífico.
“S. E., encarece al Excmo. Consejo la aprobación de ambas piezas, pues ellas
constituirán en adelante una sola entidad nacional, o lo que es lo mismo, las dos
fracciones del pueblo que el acto puramente político de 1824 dividió, debilitándolas,
volverán a reunirse; pero no por la absorción de la una en la otra, sino por el hermoso
abrazo de la libertad, duplicando así una y otra, su personalidad y su poder, por el hecho
solo de su unión.”
Después de demostrar las ventajas de la fusión de ambos países bajo el régimen
federal, agrega el Dictador:
“Nuestros padres nos hicieron libres. A nosotros nos toca hacernos grandes.
Después de la Independencia, yo no conozco empresa igual a la que acometemos
en los días que corren”.
El Ilustrísimo señor Arzobispo, presidente del Consejo de Estado, contesta a S. E.,
de que la Corporación, considerando los graves e importantes objetos sometidos a su
consideración, deliberará lo que fuere conforme a las exigencias del patriotismo, a los
intereses de la Alianza y al triunfo de las armas nacionales.
He aquí las piezas en estudio:
PROTOCOLO.
Sobre las Bases Preliminares de la Unión Federal del Perú y Bolivia.
En Lima, capital de la República peruana, a los once días del mes de junio del año
de mil ochocientos ochenta, reunidos en el salón de audiencia pública de la Secretaria de
Relaciones Exteriores y Culto, los infrascritos plenipotenciarios del Perú y Bolivia, y
después de haberse manifestado sus respectivos poderes y de haberlos hallado
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suficientes y en buena y debida forma para proceder y acordar y estipular lo que mejor
convenga al propósito de estrechar los vínculos de fraternidad que la naturaleza y los
hechos históricos han creado entre ambas Repúblicas; de consolidar su paz interior y
proveer a su seguridad exterior; de asegurar el bienestar general de sus habitantes y
hacer más amplios los beneficios de la independencia y de la libertad para las presentes
y futuras generaciones; de promover, en fin, la prosperidad y el engrandecimiento a que,
por común destino, están llamadas las ricas y hermosas regiones comprendidas en sus
vastos territorios, de conformidad con las aspiraciones generalmente manifestadas por la
opinión en los dos estados, respecto a la necesidad de adoptar una nueva organización
política que, modificando su actual constitución interna, y uniendo al mismo tiempo sus
fuerzas y elementos en una sola nacionalidad, responda de una manera amplia y eficaz a
los expresados fines, convinieron, a nombre de sus Gobiernos, y para que sean
sometidos previamente a la aprobación de los pueblos del Perú y Bolivia, en las
siguientes bases de unión de ambos países:
I.- El Perú y Bolivia formarán una sola nación denominada “Estados Unidos perú-
bolivianos”. Esta unión descansa sobre el derecho público de América, y es formada
para afianzar la independencia y la inviolabilidad, la paz interior y la seguridad exterior
de los estados comprendidos en ella, y para promover el desenvolvimiento y la
prosperidad de éstos.
II.- Los actuales departamentos de cada una de las dos Repúblicas, salvo las
modificaciones que sancione la Asamblea Constituyente, se erigirán en estados
autónomos, con instituciones y leyes propias, pero que no se opongan a la constitución
ni a las leyes de la Unión.
Sin embargo, los departamentos de Tacna y de Oruro, de Potosí y de Tarapacá,
formarán los Estados denominados “Tacna de Oruro” y “Potosí de Tarapacá”.
Las regiones del Chaco y del Beni, en Bolivia, y la llamada de la Montaña, en el
Perú, lo mismo que otros territorios que se hallen en condiciones análogas, formarán
distritos federales, sujetos a un régimen especial y al Gobierno directo del de la Unión.
III.- Los Estados reglarán su soberanía conforme a los principios del sistema
representativo republicano, a las declaraciones y garantías de la constitución nacional, y
a las leyes de la Unión que aseguren su administración de justicia, su régimen municipal,
la educación primaria y el progreso material, costeado todo con sus propios recursos.
IV.- La Unión de los Estados es indisoluble por el mismo principio de su
institución. Por consiguiente, ninguno podrá separarse de ella.
V.- Los Estados son iguales en derechos. El de ciudadanía es común a todos ellos.
VI.- No podrá erigirse un nuevo Estado en el territorio de otro u otros, ni formarse
uno solo de dos o más, sin el voto de las legislaturas de cada uno de los Estados
interesados, y sin la sanción del Congreso Nacional, expedidas en dos legislaturas, cuyo
personal haya sido enteramente renovado.
VII.- Los Estados no pueden celebrar tratados entre sí, sino para fines de
administración de justicia, de intereses económicos y trabajos de utilidad común, con
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Francisco Machuca: Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico. Tomo 3. 1929.

  • 1. 1 Las Cuatro Campañas DE La Guerra del Pacífico Por FRANCISCO A. MACHUCA (CAPTAIN) TENIENTE CORONEL RETIRADO Relación y crítica militar de Captain, autor de La Guerra Anglo-Boer, de La Guerra Ruso-japonesa, y de La Gran Guerra Mundial de 1914 -1917. TOMO III. 1929 Imprenta VICTORIA, Valparaíso Casilla 163.
  • 2. 2 A la memoria del General Don Manuel Baquedano Vencedor en Los Ángeles, Tacna, Arica, San Juan, Chorrillos, Y Miraflores
  • 3. 3
  • 4. 4 LAS CUATRO CAMPAÑAS DE LA GUERRA DEL PACIFICO I. TARAPACÁ, II. TACNA, III. LIMA, IV. LA SIERRA. ____________ Tomo Tercero. Campaña de Lima. _____________ Índice: Capítulos. Materia. I. La situación del Perú después de la toma de Arica…………….. 018 II. Situación de Bolivia después de la toma de Arica……………… 028 III. La Confederación Perú – Boliviana…………………………….. 037 IV. Expediciones secundarias después de la toma de Arica………… 054 V. Operaciones Navales……………………………………………. 068 VI. La Guerra en Santiago………………………………………….. 079 VII. La Expedición Lynch…………………………………………… 089 VIII. En el ejército de operaciones……………………………………. 110 IX. Vergara y Baquedano……………………………………………. 124 X. La Guerra en el Exterior…………………………………………. 136 XI. Preparativos para la tercera Campaña……………………………. 153 XII. Reorganización de los servicios anexos………………………….. 167 XIII. La mediación norteamericana…………………………………….. 176 XIV. Las Conferencias de Arica………………………………………… 186 XV. La nación en armas………………………………………………… 202 XVI. En la Escuadra……………………………………………………… 215 XVII. Preparativos bélicos de los aliados…………………………………. 225 XVIII. Movilización de la 1ª División……………………………………… 239 XIX. Nubarrones allende Los Andes……………………………………. 251 XX. La Vanguardia estratégica………………………………………… 260 XXI. Embarco del grueso del Ejército…………………………………. 274 XXII. El gran convoy…………………………………………………… 286 XXIII. Marcha de la Brigada Lynch…………………………………….. 298 XXIV. El desembarco en Curayaco……………………………………… 308 XXV. Concentración en Lurín…………………………………………… 321 XXVI. El ejército Peruano……………………………………………….. 333
  • 5. 5 XXVII. Reconocimientos de las líneas enemigas…………………………. 343 XXVIII. Posiciones del Ejército Peruano…………………………………… 353 XXIX. Últimos preparativos en el ejército Chileno………………………. 362 XXX. Orden de batalla del Ejército Chileno…………………………….. 376 XXXI. En demanda del enemigo………………………………………… 394 XXXII. San Juan………………………………………………………….. 404 XXXIII. Chorrillos………………………………………………………… 416 XXXIV. Al día siguiente de las batallas…………………………………… 425 XXXV. La línea de Miraflores…………………………………………… 434 XXXVI. Batalla de Miraflores……………………………………………. 443 XXXVII. Entrada a Lima; ocupación del Callao………………………….. 457 XXXVIII. Fin de la tercera Campaña………………………………………. 470 ___________________
  • 6. 6 BIBLIOGRAFÍA. (Continuación de los Tomos I. y II.) LA GUERRA ENTRE EL PERÚ Y CHILE (1879 – 1883), por el Mariscal don Andrés Avelino, Cáceres. – Editora Internacional. Madrid, Berlín, Méjico, Buenos Aires. 1928. MANUAL DEL SOLDADO, por el teniente coronel don Carlos Lluncar. Litografía e Imprenta T. Scheuch, Calle Amazonas 183, Lima. 1927. LITERATURA MILITAR, por Hermógenes Pérez de Arce. Imprenta y Litografía, Esmeralda. Santiago 1901. CHILE EN LA GUERRA DEL PACIFICO, por el R. P. Benedicto Spila de Subiaco. Tipografía Antigianelli de San Giuseppe. Roma. 1887. IL PERÚ E I SUOI TREMENDI GIORNI, por E. Perolari – Malmignati, secretario de la Legación Italiana en Lima. (Durante la guerra). Roma. 1884. VIAGGIO DELLA GARIBALDI, por el doctor R. Santini, médico de la nave. (Durante la guerra). Roma. 1885. GLOSARIO ETIMOLÓGICO, por fray Pedro Armengol Valenzuela, arzobispo de Gangras. Dos volúmenes. Imprenta Universitaria. Santiago. 1918. MEMORIAS MILITARES DEL GENERAL DON ESTANISLAO DEL CANTO, con un prólogo de don Carlos Silva Vildósola. Imprenta La Tracción. Santiago. 1927. CORRESPONDENCIA DE DON ANTONIO VARAS, SOBRE LA GUERRA DEL PACIFICO. Imprenta Universitaria, Santiago. 1918. RECUERDO DE UNA MISIÓN EN EL EJERCITO CHILENO, por el teniente de navío de la Marina Francesa, Agregado al Estado Mayor General del Ejército Chileno, en la campaña de Lima.- Paris 1880. CRÓNICAS DE LA MARINA CHILENA, por el Almirante D. Alberto Silva Palma. Santiago.- Talleres del E. M. G.- 1913. REPLICAS A LA PSICOLOGÍA DEL MILITAR PROFESIONAL, DE A. HANNON, por Raimundo Ibarra y Pedro Onetti.- Montevideo. Imprenta del Siglo Ilustrado.- 1907. CUADRO GENERAL PARA EL TERMINO DE DISTANCIA JUDICIAL, CIVIL Y MILITAR, DENTRO DE LA REPUBLICA Y AUN DEL EXTRANJERO, por don Segundo Briceño y Salinas – Lima, 1927. MEMORIA DEL EX MINISTRO DE LA GUERRA, DON JOSÉ FRANCISCO VERGARA.- Santiago.- Imprenta Nacional.- 1881.
  • 7. 7 Juicios Críticos relativos a Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacifico Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico Por Francisco A. Machuca (Captain) Teniente Coronel retirado Nada es más interesante para nosotros que la lectura de asuntos guerreros en mar o en tierra; nada es más digna de admiración que la vida de los próceres de la independencia; nada es más grandioso que el recuerdo de los héroes. Nuestra actitud, de suyo pacífica y eral ientos a, no tarda en transformarse en pugnaz actitud cuando hay algún resquemor antipatriótico. Nuestro amor a la Patria es inmenso. Está en la sangre, y ello, es herencia de nuestros antepasados. Gústanos escribir historias y las leemos con fruición, y esto es también tradicional y legendario: Ercilla, con su “Araucana”, nos trazó el camino; de lo cual resulta que Chile es el país de América más fecundo en historiadores; la constelación es considerable: entre tantos, se destacan con más brillo y magnitud Barros Arana, Amunátegui, Vicuña Mackenna, Crescente Errázuriz, Búlnes, Sotomayor Valdés y Medina, que es el insigne polígrafo viviente de la Historia Hispanoamericana. Las bibliotecas y archivos nacionales registrados han sido con empeño singular, con lecturas frecuentes, con la compulsa más minuciosa de innúmeros documentos, a la clara luz de las disquisiciones y de la cronología; pero, ¡cuánto queda aún por investigar, cuánto por decir, cuánto por rectificar! Ahora ha comenzado el examen de valores en la historia: se hacen nuevas investigaciones, se descubren nuevos documentos, resaltan nuevas figuras, que estaban menoscabadas en sus reputaciones o enredadas en el telar de ciertos historiadores acelerados. Razón hay, y grande, para leer, ineludiblemente, las nuevas obras históricas que salen de las estampas tipográficas, ya en América, ya en España, porque todas se aúnan y se compenetran, formando el común acervo historial político, civil, religioso, idiomático y racial, Estas y otras reflexiones nos hemos hecho, al terminar la lectura de los dos primeros tomos de “Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico”, por don Francisco A. Machuca, quién, a pesar de su avanzada edad y de haber trabajado tanto en el Ejército, en el profesorado, y en el periodismo, se consagra ahora a escribir esta obra de mérito enorme y de interés trascendental para la República. Como avezado militar y veterano del 79, como actor y testigo ocular en el teatro mismo de la guerra del Pacífico, desde más de 30 años atrás ha venido, con sagacidad y paciencia de benedictino, leyendo, investigando y acumulando materiales para su obra, no obstante de publicar, en diversas ocasiones, otros trabajos de relación y crítica militar, firmados con el seudónimo de Captain, autor de “La Guerra Anglo Boer”, de “La Guerra Ruso – Japonesa” y de “La Gran Guerra Mundial de 1914 a 1917”.
  • 8. 8 La obra que nos ocupa en esta bibliografía está dedicada a S. E. el Presidente de la República, general don Carlos Ibañez del Campo. Los dos tomos son voluminosos, de nutrida lectura y exornados con muchos mapas y planos estratégicos; estos últimos hechos de ex profeso, para esta publicación por el inteligente y distinguido capitán de navío en retiro don Wenceslao Becerra Soto Aguilar, habiendo sido impresa con esmero en los talleres de la Imprenta “Victoria” de esta ciudad. El señor Machuca ha sido todo honradez, todo gratitud, todo prudencia al citar, las fuentes de sus informaciones históricas. Sus dos bibliografías comprenden 67 obras de consultas, que tratan de la Guerra del Pacífico, fuera de muchos manuscritos y documentos inéditos que ha reunido en su larga labor investigadora. Comienza por hacer la historia del límite que había entre Chile y el Perú, que era el desierto de Atacama. Se remonta al año 1740, en que el rey de España ordenó levantar la carta de las costas de Chile entre los grados 38 y 22 de latitud sur. Reseña minuciosamente los tratados y convenios hechos en diferentes épocas hasta la víspera de la declaración de la guerra al Perú y Bolivia. Conocedor perfecto de nuestro idioma, como que ha sido profesor de castellano y de latín, el señor Machuca escribe con toda corrección, empleando un estilo cortado, conciso, pero vivo y pintoresco. Narra los preparativos de la guerra, ya de parte de Chile, ya del Perú y Bolivia, la ocupación de Antofagasta, la toma de Calama, los preparativos bélicos y la organización del ejército; pero las páginas más emocionantes del libro son las que dedica a relatar y describir el combate naval de Iquique. ¡Con qué sencillez y claridad nos pinta a la imaginación aquel vasto escenario en el mar, en el amanecer del día 21 de Mayo, que fue terso y brillante, bajo un cielo de purísimo azul, sobre la esplendente llanura de las aguas, que apenas ondeaban en leve murmullo! Parecía que la Naturaleza ostentaba sus más ricas galas para presenciar el heroísmo y el sacrificio de Prat y sus intrépidos compañeros en tan magno combate homérico, “que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”, recordando la célebre frase cervantesca. Esas páginas no pueden leerse sin sentir la más honda emoción y sin que las lágrimas furtivas asomen a los ojos. Ese combate, naval, que trazó el camino de nuestras victorias y de nuestras más puras glorias, causó asombro en el mundo, y el mundo nos ensalzó y nos hizo justicia en la noble causa que defendíamos con nuestros débiles barcos y con nuestra tajante espada; y, sin embargo, no ha mucho, un mal hijo de la América libre tuvo la avilantes de ofendernos por este glorioso triunfo, ¡y así fue su castigo para vergüenza suya! El resto del libro se ocupa de las operaciones marítimas chilenas y peruanas, de la batalla de Angamos, del asalto a Pisagua, hasta terminar la cruenta campaña de Tarapacá. Su autor a veces rectifica errores geográficos, dice las desavenencias que había entre algunos jefes, los vaivenes de la política del Gobierno de entonces y de los partidos, juzga a hombres y acontecimientos con miras elevadas y justas, y ameniza el relato, en ambos tomos, con dichos del pueblo, de soldados en campaña, con anécdotas divertidas, en que el folklore campea a cada paso a flor de labio.
  • 9. 9 En el tomo segundo, hallará el lector mayor interés en el relato, y gran acopio de documentos, que en verdad asombra la acucia del autor en la búsqueda y reunión de tantos curiosos pormenores que los va entretejiendo en la malla prodigiosa de su obra. Después de 48 años, aquellos sucesos aparecen ahora narrados con suma viveza y colorido. En ninguna de sus páginas se encuentra la aridez de la historia documental de Ahumada Moreno, ni el tecnicismo, ni la disconformidad de datos del coronel asimilado, y pro eral de la Academia de Guerra señor Eckdahl. El señor Machuca narra, pues, con llaneza la situación en que se hallaba Chile ante el conflicto Perú – boliviano: de encontrarse indefenso, casi sin ejército, sin escuadra eficiente, en presencia de la superioridad bélica del enemigo; cuenta los trabajos que originó la reorganización del ejército y de las unidades navales; la sangrienta expedición sobre Pacocha y sus espléndidos resultados para las armas chilenas; pero ¡ay! Con las pérdidas irreparables de Thompson, de Goicolea, de Ramírez, Garretón y Cuevas, cuyos restos fueron traídos a Valparaíso, y, en seguida, llevados a Santiago, con el homenaje más grandioso y solemne ¡que merecieron aquellos héroes. Muchos discursos se pronunciaron en sus inhumaciones. Don Benjamín Vicuña Mackenna dijo en aquella ocasión, estas frases elocuentes: “¡Héroes de Chile! En la cima del monte y de la ola, luce la estrella de la Patria ausente, que al morir vosotros, destelló en la bóveda del cielo el rayo, de luz que hacia él todavía os guía. ¡Héroes de Chile! ¡Sea vuestra memoria enaltecida más allá! De la montaña… más allá de los siglos!”. Son muy interesantes las páginas que dedica a la batalla de Los Ángeles, en las cuales estudia el plan estratégico y la actitud que asumió entonces el general Baquedano, tomando como suyas las apreciaciones científicas y profesionales del coronel Eckdahl. En seguida intercala el acalorado debate que se suscitó en la Cámara de Diputados en 1880, con motivo de haber presentado el Supremo Gobierno un proyecto de ley que concedía al Ejército y la Marina, el uso de una medalla por las campañas de Tarapacá y Tacna. En aquellas sesiones se oyó, con indecible emoción, la palabra cálida, elocuente, arrebatadora de don José Manuel Balmaceda, de nuestro ex Presidente Mártir. Ningún chileno podrá jamás olvidar esta parte de su discurso: “¡Cuántos episodios guerreros en aquel día de imperecederos recuerdos! ¡Ah, señores, si en vez de escribir los hechos a grandes rasgos, los hiciera desfilar en detalle, acaso se despertaría junto con nuestra gratitud toda la admiración que los buenos tributan a las buenas acciones! Evocaré algunos. Ramírez acomete al enemigo, al frente de su regimiento. Una bala le destroza un brazo; bañado en sangre, continúa mandando, como si el dolor no afligiera su espíritu y como si la sangre no postrara sus fuerzas. Herido nuevamente, cae de su caballo, más no cae de su energía; continúa mandando y continúa combatiendo. Arrastrado a un edificio donde se hace fuerte con algunos soldados, exhorta a sus gentes, les estimula al sacrificio, y acompañado de sus bravos y hasta de sus cantineras, perece en medio de las llamas, cuyos resplandores alumbran para siempre aquella figura inmortal… ¿Son éstas las páginas que se querría arrancar de nuestra historia? Si el sacrifico de Prat y compañeros fijó a nuestros marinos el rumbo
  • 10. 10 del heroísmo, la pujanza, el indomable brío de Ramírez y sus compañeros mostraron al Ejército el camino de la gloria… Puede matarse a nuestros soldados, puede abrasarse en llamas a nuestros jefes, puede aniquilarse a nuestro Ejército; pero a los soldados de Chile, no se les vence, ni se les derrota jamás!...” Para abreviar, decimos que el segundo tomo termina con los capítulos sobre “La batalla de Tacna”, “Después de la batalla” y “El asalto de Arica”. Como corolario de la campaña de Tacna, agrega los capítulos “Reminiscencias históricas” y “Abnegación y caridad”. En el primero, señala el señor Machuca muchos errores históricos hace rectificaciones y ataca ciertas apreciaciones de algunos historiadores. En el segundo, lamenta la destrucción del archivo del Tribunal de Cuentas, de “incalculable valor histórico, en especial respecto al movimiento de fondos durante la campaña”; trata de la movilización de las ambulancias chilenas, peruanas y bolivianas; de la actitud que asumió la Masonería durante la guerra; de la madre chilena, que motiva conmovedores episodios; y pone un broche de oro final a su relato con la inserción del hermoso artículo de Vicuña Mackenna: “¡No soltéis el Morro!” Además, hace completa justicia a Escala, Arteaga, Williams, Stuven y otros jefes de nuestro, Ejército: resaltan sus figuras, sus actividades, su valentía, su patriotismo. Para la mujer chilena tiene párrafos que conmueven: se distingue por la belleza, bondad, valor en las horas de peligro, de lucha, de sacrificio, siempre amante del esposo y de sus hijos, con sublimes abnegaciones. No olvida tampoco al clero chileno, que le correspondió desempeñar un papel importantísimo en aquellas prolongadas y sangrientas campañas: ahí se ve al sacerdote ejemplar, lleno de fe, de sentimiento humanitario, de sagrada unción evangélica, asistiendo a los heridos e infundiendo valor a las huestes defensoras del honor y de la libertad de la patria. Nada, nada absolutamente ha olvidado el autor en sus extensas narraciones. Con su peculiar estilo, ora enérgico y vibrante, como descarga de artillería; ora delicado y tierno, como el canto quejumbroso del ave, cuando el asunto lo requiere; narra, describe, diserta, censura, rectifica, ensalza, glorifica. En todo, el relato hay vida y movimiento, proyectos en acción, hechos inesperados, órdenes y cambios de jefes, la balanza de la política en el Gobierno y en el Ejército, que sube y baja, en continuo vaivén, en medio de inquietudes y zozobras, conmoviendo o entusiasmando al país, tal como decía un poeta de que “¡el hombre es un péndulo entre una sonrisa y una lágrima!”. En resumen, esta historia, estas “Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico”, que está escribiendo don Francisco A. Machuca, cuyo segundo tomo acaba de ver la luz pública, es obra altamente recomendable y digna de ser leída por chilenos y extranjeros y de ocupar sitio de preferencia en toda biblioteca, particular y pública, porque es la historia sucinta y verídica de aquella guerra, en que, por parte de Chile, tiene todo el esplendor de una epopeya, admirada ya por el mundo entero y cantada por los poetas; porque es una de las grandes glorias de “¡este noble Chile, como dijo Montalvo, el egregio pensador ecuatoriano, tan digna de la simpatía de los buenos, tan singular en honra, orden, valor y más virtudes!”.
  • 11. 11 Leonardo Eliz. Valparaíso, a 26 de junio de 1928. Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico. (De “La Mañana”, de Iquique). Acaba de publicarse el II tomo de esta interesante obra, de que es autor el Teniente Coronel don Francisco A. Machuca. El expresado comandante hizo todas estas campañas y con una documentación acumulada durante varios años, de paciente labor, ha formado un cuerpo sólido de verdad histórica, que pone de relieve hechos ignorados o desvanece prejuicios tenidos hasta la fecha como artículos de fe. El II tomo abarca el período comprendido entre la conquista definitiva de la Provincia de Tarapacá y la caída de Arica, hecho culminante que entregó a las armas de la República, el dominio absoluto de la provincia de Tacna, desbaratando la Alianza Perú – Boliviana con la derrota de sus fuerzas en el campo de la Alianza. En 37 capítulos narra el autor en estilo fácil y sencillo las peripecias de esta importante época de nuestra historia nacional en que Chile entero, la nación en armas, hizo el esfuerzo necesario para destruir a los ejércitos del almirante Montero y del coronel Camacho, comandados por el generalísimo don Narciso Campero. Numerosos planos ilustran este tomo y en especial los de las principales acciones de guerra y algunas ilustraciones de hechos culminantes como la fotografía tomada el día siguiente de la batalla de Tacna, de un piquete chileno encargado de enterrar muertos, amigos y enemigos, caídos en la acción del 79. Esta fotografía destruye la falsa acusación hecha por la prensa peruana de que el ejército chileno, no se preocupó de dar piadosa sepultura a los cadáveres que sembraban el campo de batalla y que sirvieron de pasto a las aves de rapiña. Este II tomo hace una relación detallada de los importantes servicios prestados por la sanidad militar, de incalculable valor. Se da también a conocer los trabajos de la masonería para mitigar los horrores de la guerra y de la conducta fraternal de los masones de Chile, con respecto a los miembros de la Orden que se batían en las filas de la alianza. El libro está dedicado a su excelencia el Presidente de la República, cumpliendo el autor un deber de gratitud para con el primer magistrado, merced a cuya benevolencia ha podido publicarse este libro. Adorna a la portada un acabado retrato de su Excelencia el General Ibañez, hecho a varias tintas por los talleres de la Imprenta Victoria, editora de la obra. Dada la importancia de “Las Cuatro Campañas”, no dudamos que este segundo tomo tendrá la misma aceptación que el primero que se hizo acreedor a calurosos y lisonjeros aplausos de los profesionales, que han calificado el libro del comandante Machuca, como una obra de crítica militar.
  • 12. 12 Señor Francisco A. Machuca. Viña del Mar. Mí estimado compañero de armas y amigo: Quiero empezar ésta manifestándole mi más vivo reconocimiento por haberme proporcionado el placer de saborear su obra “Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico”. Permítame, ahora, darle de grosso modo, la impresión que me ha dejado la lectura, hecha de un tirón, sin soltar el libro de las manos, a causa del interés más y más creciente que ella me producía. Así como Manuel Concha levantó un monumento a la historia patria, Ud. Mi amigo, honrará las letras nacionales con su trabajo tesonero, por su dedicación laboriosa de juntar materiales durante veinte años. Al leer los primeros capítulos, me imaginé que se trataba de una crónica minuciosa y detallada de la situación producida por la declaratoria de guerra del Perú y Bolivia: la narración tan viva y animada que hace su pluma, trasporta a esos instantes inolvidables, verdadera explosión de patriotismo que conmovía todos los corazones de norte a sur de la República. Pero poco a poco el autor se va deslizando en la historia general de la guerra, con hechos bien circunstanciados y documentos. En narraciones sobrias, con vigorosas pinceladas, narra el avance de nuestras tropas en el territorio enemigo, exponiendo los acontecimientos con toda verdad. El asalto a Pisagua, las marchas en el desierto, la concentración en Dolores, la acción de Germania y las batallas de San Francisco y Tarapacá, están referidas en todos sus detalles y relieves y con juicio técnico, profesional, a tal punto que la creo la mejor exposición hecha hasta el presente, de la odisea militar de 1879 con la más absoluta imparcialidad. Esto proviene, de que el autor narra lo que vio y observó personalmente; lo que oyó decir y comentar al calor de los hechos recientemente ocurridos por los mismos actores, en los comentarios de los campamentos; a lo que ha agregado documentos valiosos, como las órdenes del día de los comandos y los diarios de campaña de algunos jefes y oficiales, redactados íntimamente como meros recuerdos, sin pretensiones de publicidad. El lector encontrará aquí muchos detalles que servirán para aclarar puntos oscuros o dudosos cuya explicación no se encuentran, ni en documentos oficiales, ni en los historiadores de la campaña; especialmente Búlnes que no es justo con los jefes del ejército que actuaron en la guerra, concretándose al panegírico de S. E. don Aníbal Pinto, en torno del cual todo se mueve armónicamente, cuyas memorias le han hecho cambiar la realidad de los hechos. A esto debe agregarse el papel o actuación siempre perturbadora y en momentos nefasta, del elemento civil enviado con grados elevados o simplemente de intrusos al amparo superior. Y naturalmente, estos perturbadores, trataron de sincerarse en sus
  • 13. 13 diarios de campaña, de los males efectivos hechos al ejército, y al país, documentos que forman la base de la historia del señor Búlnes. Por lo que he leído, considero al compañero Machuca, como el más exacto historiador de la campaña; y lo felicito por el doble motivo, de comprovinciano y de oficial del Coquimbo. Su libro es digno de los antecedentes de Captain, tan conocidos en el país por los artículos militares de la Gran Guerra, la ruso japonesa y la Anglo Boer. Guillermo Arroyo. General en retiro. Santiago, Marzo de 1928. Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico Por Francisco A. Machuca (Captain). Veterano del 79, Teniente Coronel Retirado, Ex –Inspector del Liceo de La Serena. Hace muchos años que conozco al coronel Machuca, tantos que yo no tenía más de once. El era inspector de internos del Liceo de La Serena, y yo alumno de la segunda de preparatoria. El me castigó duro varias veces, y yo… no escarmenté. Penetramos en tiempo más de seis años y se nos vino encima la guerra. Yo no pude ir a ella: no quiso admitirme en el Coquimbo Nº 2 su jefe, ex vice rector, don Bernardo Argomedo. “Muy chico y muy enfermo, me dijo en el cuartel de Ovalle. Váyase por aquí a su casa y acuéstese”; y me empujó afectuosamente hacia la calle. Machuca, que no tenía buena salud pero sí una tenacidad de acero, ya se había ido a la guerra y en ella peleó hasta el fin; y así pudo escribir su historia como testigo o muy poco menos de lo que relata, como lo acabo de comprobar leyendo en su libro la marcha del ejército de Pacocha a Tacna, trayecto que anduve y desanduve diez años más tarde, y no en busca de enemigos con quien pelear, como el autor de esta historia, sino de plata, oro y cobre, que eran pocos, y de carbón, que era mucho y de muy buena calidad y que serpentea desde Moquegua hasta las goteras de Arequipa. ¡Qué distinto de otros historiógrafos del mismo tema, que no vieron nada de lo que relatan y que si no anduvieron los campos de batalla en medio de las balas, como Machuca, tampoco se dignaron hacerlo después! No es Machuca como, los historiadores a que me refiero arriba sin nombrarlos, y por no serlo, entra en materia como Pedro por su casa, como quien está familiarizado con el tema: antecedentes, teatro y hechos, aunque no tanto con las personas. El debió actuar por los campos de batalla desde los veinticinco años de su edad, muy poca para tratar de cerca o íntimamente a los grandes macucos que iban a la guerra.
  • 14. 14 Refiere esa historia cómo la guerra se nos vino encima ostensiblemente, sin ningún recato de los propagandistas, particularmente de la prensa, y le salimos al encuentro en mangas de camisa, tomándoles Antofagasta. Y si no lo hubiéramos ocupado, pocos días después, no bien Chile hubiese declarado, la guerra, el Perú habría traído allí su escuadra, dando tiempo a Bolivia a que moviese sus tropas hacia su único puerto hábil y las operaciones militares habrían tomado un sesgo muy diverso. En este caso, el 21 de mayo, habría acontecido en Antofagasta; pero la “Independencia” no habría tenido en qué encallar. Estas conjeturas y reflexiones no se contienen en la Historia en comento; nos las hacíamos menos de diez años más tarde en La Paz, con el general Zapata, jefe político del litoral cuando la toma de Antofagasta. Afirmado el Perú en el litoral boliviano, habría sido difícil para Bolivia hacérselo abandonar. Tal vez habría habido un cambio por otro puerto de más al norte y sin salitre, Arica, sin duda. No hay que olvidar que Daza era el dictador de Bolivia, y que con el cable que le anunciaba la guerra en el bolsillo, no interrumpió la orgía del Carnaval. El Perú tenía no pocos estadistas, los que, aunque pervertidos por el salitre y el guano, aun veían más lejos que los nuestros, que en seis años ni siquiera vislumbraron el tratado Perú boliviano del 73, no ignorado por ningún político de fuste peruano o boliviano ni por muchos, muchísimos argentinos, como es sabido. Por recobrar del Perú su puerto, no habría Bolivia hecho más de lo que hizo para quitárselo a Chile: poco más que nada. Hace cuarenta años que periódicamente amenaza al Paraguay con hacer un estraga en él si no le devuelve ciertas tierras que disputan. En 1889, recién llegado a La Paz, leí en “El Imparcial”, diario de los Ascarrunes redactado por Zoilo Flores, dos artículos de fondo: uno maldiciendo al Araucano porque había violado a la Virgen de América, y el otro amenazando a los paraguayos con el exterminio por haber puesto la mano en la misma virgen. Han pasado cuarenta años y la expedición punitiva prometida no se ha columbrado por los guaraníes. Por este lado, tampoco. Cosa parecida, aunque con mayor fundamento, habría sucedido con Antofagasta si no hubieran el Perú y Bolivia celebrado, el pacto del 73, o le hubiera aquel país considerado nulo después del 74, como lo quería Prado; pero convencido el Perú que el monopolio del salitre valía la pena de vencer a los chilenos, no quiso la paz sino guerrear con ellos. Todo eso lo cuenta, explica y comenta con claridad, concisión y lógica el Señor Machuca, porque, parece, que en el cuartel aprendió a razonar y olvidó raciocinar que es enredar y estorbar, como en el régimen parlamentario sin freno. En consecuencia, un extranjero que desee imponerse pronto y bien de los orígenes de esta guerra, la mejor fuente es la historia del Señor Machuca. No necesitaría más de dos horas de lectura del primer tomo. Toldo lo que el autor afirma lo prueba, y lo que niega también. “Libro de tesis” llama a esta historia el Señor Araya Bennett, y no le falta razón, como tampoco carece de ella el Señor Machuca al inclinarse con poco pudor a los militares. Si Captain hubiese escrito su libro, palpitante aún la Guerra, no le habría
  • 15. 15 cargado la mano a los civiles, que desde entonces acá se han hecho querer tanto, que al país no se duele de que los militares se hayan posesionado del Poder. Hemos andado en el tiempo casi medio siglo, y los militares crecido mucho por obra de la Revolución del 91, de la labor de Körner y cooperadores y continuadores, y por el no contenido empequeñecimiento de los civiles, sobre todo del XXI acá, hasta culminar en la imprescindible asunción al poder de los militares. Envuelto en esta atmósfera ha escrito su obra Machuca. El ejército de línea cuando estalló la guerra era proporcionado al país, a su población y recursos: poca cosa. ¿Había uno que otro oficial instruido en Europa y alguno que olió la pólvora allá mismo? Perfectamente; pero para trasmitirle su instrucción y experiencia a sus subalternos, habrían necesitado mucho tiempo, escuelas y campos adecuados, armamento moderno, etc.; y en cuanto a la práctica, mejor la tenían los aliados en sus revoluciones y quimeras que nosotros con los araucanos, ya que no podían enseñarnos el valor, común a todos los chilenos, indios o no. Siendo tan poca la ciencia militar de nuestro ejército en aquella sazón, no es de sorprendernos de que los civiles, pertenecientes también a la misma raza heredera de la ciencia infusa, quisiesen manejar la guerra en su propio teatro, y planeasen campañas, batallas y escaramuzas; pero como quiera que fuese la intervención de los civiles en las operaciones bélicas, desde los dirigentes más copetudos abajo, tenía necesariamente que ser inferior a la de los militares, porque más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena porque estaban o debieron estar en su elemento; y todavía, en aquellos tiempos, la cordura de los civiles estaba muy perturbada por la politiquería, a lo menos en las alturas, y hasta por las divergencias religiosas. A Riveros y a Escala, por ejemplo, se les empequeñeció, desairó y anuló porque querían divinizar demasiado lo humano, lo que en campaña no era aceptable, según aquellos civiles. La guerra, provocada con tanta alharaca por los peruanos, y no vista más a tiempo por la miopía chilena, nos sorprendió al natural, sin aderezo alguno y, por cierto aspecto, en paños menores: a los civiles, con su idiosincrasia mestiza, y a los militares... con la misma, y todos ponderados por el choque eléctrico del patriotismo. Entre los aliados acontecía cosa parecida, aunque el ruido militar era más fácil de producirse en ellos por la frecuencia con que se iban a las manos los bandos políticos, que improvisaban himnos y cantatas de los que encabritan los nervios e irritan las meninges hasta alborotar los más dormidos instintos. Ellos habían hecho mucho más uso de la pólvora que nosotros, que no habíamos de proveer de ella a nuestro secular enemigo, el indio araucano para que matase a nuestros soldados con menos peligro y con más expedición. Teníamos que preferir el arma blanca: lanza, bayoneta, sable y corvo. A tantos años de la guerra que historia, con más de setenta a cuestas, encorvada la espalda, pálido el rostro y casi cubierto de nieve, y los ojos tristes y mirando tanto por adentro como por de fuera y con no se qué indefinible ansia interrogante, Machuca se restriega las manos con fruición y se relame, el mostacho al describir una carga de caballería, un ataque a la bayoneta o una arremetida a corvo. Eso, era lo decisivo, lo que daba indubitablemente el triunfo, lo que ajustaba a plena satisfacción de nuestros
  • 16. 16 soldados las grandes cuentas pendientes con sus enemigos. Todo modo de pelear que no fuese leal se vengaba durante la acción a sable, bayoneta o corvo. Con la poca cultura militar que alcanzábamos, con un enemigo que no nos presentaba batallas campales y con el que jamás peleamos a la defensiva, la estrategia ni la táctica debieron de ser geniales. Acá, en nuestra América, no cabían genios ni hacían falta; no había una sola célula de que pudiese brotar un Napoleón. Más tarde, mucho más tarde la inconmensurable infatuación mestiza quiso forjar algunos genios del tipo napoleónico, agrandándolos y desfigurándolos con astillas arrancadas al Coloso; pero nosotros, los chilenos, a lo menos hasta terminada la guerra del 79 no incurrimos en esa insensatez; sólo después de la Revolución y en el período funesto que se inició en 1921, hubo mentecatos que con estirarse a hurtadillas el copete frontal, después de disolver una huelga, creían que se parecían como un dedo al otro, al Gran Genio. Siendo el medio inadecuado, los generales no podían superarlo: no podía dar peras el olmo. Si los peruanos o los bolivianos hubiesen tenido alguno superior a su época, es decir, a su medio, que era tal como el nuestro, desde el comienzo de nuestra campaña de Tarapacá nos habrían despedazado; y les conquistamos esa provincia porque Escala y coronel Sotomayor, por donde se les mirase, eran superiores a Buendía, Villegas y Suárez. En la ocupación de Tacna y Arica aconteció otro tanto: Baquedano, que no sabía de grandes concepciones estratégicas e ingeniosas jugadas tácticas, como cualquier caballero medieval, se puso al frente de sus huestes y avanzó sobre el enemigo hasta rendirlo. ¡Qué hermoso modelo de guerrero nacional fue Baquedano! A él deparó la suerte a nuestro país para que lo salvase; él fue derecho, imperturbable a la victoria, despreciando miserias, desviando con la suela de la bota las zancadillas; sordo a los gruñidos de los lobos y zorros y, sobre todo, a las venenosas caricias de las alimañas domésticas que lo rodeaban para que los cobijara bajo su ala inquebrantable. Serio, a veces hasta adusto; de poquísimas palabras, infatigable, de probidad no igualada por ninguno, hasta rayar en la honradez absoluta, sólo sabía vencer, y para alcanzar la victoria, peleó como se sabía pelear en su país. Si los aliados hubiesen tenido un general como, Baquedano, nos habrían detenido, por lo menos, en nuestra marcha triunfal hacia el norte. Es una necedad jactanciosa y pueril decir que nuestros enemigos fueron cobardes. Sáquese la cuenta de las bajas que tuvieron en las batallas que pelearon con nosotros y se verá que fueron iguales y aún mayores que las de las grandes batallas europeas entre los primeros generales y soldados del mundo. Pues bien: a ese gran soldado, cuyo nombre debe pronunciarse con veneración, los civiles, palpitante aún el vencimiento del Perú, le regatearon en sus barbas la gloria. A Baquedano, que no tenía ambiciones, por más que los conservadores trataron de atizárselas para oponerlo a Santamaría, le dijeron en su cara que su espada la habían manejado ellos desde Santiago. San Martín y O’Higgins, precursores de Baquedano, hicieron bien en expatriarse después de la victoria.
  • 17. 17 Cuando discurro, como lo estoy haciendo es porque le doy la razón a los historiógrafos de la Guerra del Pacífico que se inclinan a los militares, porque, en resumidas cuentas, fueron armada y ejército los que la ganaron en constante cooperación con los civiles, que no observaron siempre el decimoprimero mandamiento: NO ESTORBAR. En fin, señor Captain, esa Guerra del Pacífico en que Ud. Peleó, la hicieron contra peruanos y bolivianos todos los chilenos, civiles y militares, y se desarrolló con todas las tachas añejas a países atrasados, no con relación a sus colegas de Ibero América, sino a la Europa Central. Pero, como en guerra entre estos países, Chile se desempeñó por modo insuperable. No se olvide que estábamos desprevenidos, desarmados, pobres, y que desde el primer momento hasta Huamachuco, hizo Chile una guerra ofensiva por caminos y climas de los peores del mundo. Los errores cometidos por los victoriosos son bien poca cosa comparados con sus aciertos. Supieron vencer, y la Patria, sin hacer distingos póstumos, debe saber agradecer. Valparaíso, Julio 28 de 1928. PEDRO LEÓN PARODI (P. Lyon) _________________
  • 18. 18 CAPITULO I La situación del Perú después de la toma de Arica. Los derrotados peruanos se dirigieron por diversos caminos, a Puno, ciudad designada para la concentración de los fugitivos del Campo de la Alianza, en virtud del acuerdo del Consejo de Guerra celebrado en Tarata. Otros grupos, más pequeños, tomaron la dirección de Moquegua y Arequipa, a voluntad, porque no hubo disciplina para la unidad de la marcha. El almirante Montero distribuyó dos reales por cabeza a los jefes, oficiales y tropa, último estrujón a la Caja de la Comisaría de Guerra. Antes de abandonar a Tarata, el general en jefe del I Ejército del Sur, cumple con el penoso deber de comunicar al Supremo Gobierno, el desastre de las armas aliadas el 26 de mayo. Con franqueza y lealtad, eleva a la Secretaría de Guerra, el parte oficial de la batalla, sin comentarios, ni recriminaciones de ninguna especie. No culpa a nadie del mal éxito de la jornada. Expone: “El desgraciado resultado del 26 no se debe a la mala calidad de nuestras tropas, sino al excesivo número de nuestros enemigos. Tan cierto es que el ejército peruano ha luchado con bizarría, que de los doce batallones que tenía bajo mis órdenes, han muerto seis primeros jefes y un comandante general, cuyos nombres guardará con orgullo la historia patria”. El señor Montero estaba en la verdad. Cayeron sobre el campo, el jefe de la IV División coronel don Jacinto Mendoza; los comandantes de cuerpo, coronel don Samuel Luna, de los Cazadores del Misti; coronel don Julio Barriga, del Huáscar, Nº 13; coronel don Víctor Fajardo, del batallón Rimac; comandante don Carlos Llosa, del Batallón Zepita; (el 1º Jefe, coronel Cáceres mandaba la División); el comandante don Julio Mac-Lean, del Arica Nº 13; y el comandante don Samuel Alcazar, de la Columna Para. Muy distinta conducta observa el Prefecto don Pedro Alejandrino del Solar, al noticiar directamente a su amigo el Dictador Piérola, el resultado de la acción. Con ánimo ligero, echa sombras sobre la dirección superior de la batalla y culpa de la derrota al ejército boliviano, por su defección en pleno campo. Talvez el señor del Solar procedería por ofuscamiento, pues sus aseveraciones con respecto a la conducta de los jefes, oficiales y tropa del ejército del coronel Camacho son enteramente contrarios a la verdad. El mariscal Cáceres se encarga de desmentir, en sus Memorias, esta temeraria afirmación: “Nunca podrá decirse que en esta batalla faltó decisión y valor por parte de peruanos y bolivianos, pues todos igualmente cumplieron la misión honrosa que la Patria les encomendara, distinguiéndose los batallones Zepita y Colorados, que parecían rivalizar en denuedo, escribiendo así una nueva y memorable página en sus gloriosas tradiciones”. (“Guerra entre el Perú y Chile”, por el Mariscal Andrés Cáceres, pág. 73 y 74.- Editora Internacional)
  • 19. 19 He aquí la comunicación del señor Prefecto del Solar: “Tarata, mayo 26 de 1880. (Reservada). En el campo han peleado nuestras fuerzas con valor heroico; pero los cuerpos bolivianos se dispersaron ante de los 10 minutos, de una manera incontenible; yo los he hecho lacear y he tratado de contenerlos a riendazos, y con revólver en mano; era imposible, nos hacían fuego. A un mayor boliviano llamado Marcial, después de abofetearlo para hacerlo regresar al combate, se arrodilló suplicándome que no lo obligara, ni lo matara; le hice arrancar las presillas que conservo en mi poder. Pero hay algo mucho más grave; cuatro días antes del combate, practicó el enemigo un reconocimiento bastante atrevido, y desde ese día mandó el general Campero llevar su equipaje y algunos víveres a Palca. El día del combate, él y los suyos, la primera orden que dieron, fue poner a salvo sus carpas y equipajes y hacerlos conducir en esa dirección. Terminado el combate, ha abandonado el campo antes que yo y muchos otros; y cuando llegué a la población, todo su empeño era salir en esa dirección. Designó primero el Alto de Lima, luego Pocollay; cuando estuvieron ahí, Pachía, y al llegar a este punto, me manifestó su resolución de irse a Bolivia, por Palca; entonces me separé de él, y seguí mi camino, con la fuerza que llevaba, para Tarata. Dos jefes lo acompañaron; hoy han regresado de Palca, y ambos me afirman que cuando llegó Campero, lo esperaban sus mozos con un magnífico equipaje y buenas provisiones. Las tropas bolivianas han hecho un saqueo devastador; por donde han pasado, se han llevado brigadas enteras, cargadas con cuanto encontraban y hacían fuego a los que se defendían. La segunda edición de San Francisco, corregida y aumentada. La opinión unánime en el ejército, y la mía, y la de todos, es no volver a pelear más juntos con los bolivianos”. Tan pronto como el señor de Piérola tiene cabal conocimiento de los hechos, se apresura a lanzar una ardiente proclama para levantar el ánimo de los ciudadanos y estimular el patriotismo de la Nación. Entresacamos de este documento, las partes más esenciales: “Conciudadanos: Nuestro patriotismo acaba de experimentar un severo golpe. El inesperado rechazo sufrido por nuestro I Ejército del Sur, originado por una serie de errores, que solo pueden explicarse por la impaciencia de nuestro ejército para encontrar al enemigo, ha dado a éste, con grandes pérdidas, la inútil ocupación de Tacna y Arica, después de la más heroica y memorable resistencia.
  • 20. 20 Un pueblo firme y severo que siente que merece el triunfo, recibe con orgullo, como lo hace el Perú, estos golpes que solo desalientan a los débiles. Está bien. Con el pesar con que contamos nuestras víctimas, se forjará la espada de la justicia con la cual expulsaremos a nuestros invasores. La sangre derramada clama venganza y la tendrá amplia y completa. El ejemplo de nuestros mártires hará brotar soldados a millares por todas partes, y no hay uno solo en el Perú, que no se sienta orgulloso de ello. …………………………………………………………………………………………….. Que quemen, que arrasen nuestras indefensas poblaciones, que talen nuestros campos, si pueden; estamos resueltos a todo, no renunciaremos la vindicación de nuestro derecho, no cederemos una pulgada de nuestro suelo, no aceptaremos la paz que nunca serán capaces de imponernos. Compatriotas: Me habéis confiado la recuperación de los derechos nacionales pisoteados sin siquiera pretexto. Mi deber es por lo tanto, perseguir la recuperación de nuestros derechos sin descanso, perseguirlos a cualquier costa, perseguirlos hasta obtenerlos. Me sostienen 6.000.000 de hombres, y cuando yo caiga, la fortuna, que me podrá impedir presenciar el triunfo de mi país, no me podrá impedir, no, el derecho de morir en su defensa. La justicia está de nuestra parte. La victoria jamás abandona a los que, combatiendo por su honor y su patria, se hacen dignos de ella, por su resolución y sacrificio. Lima, junio 13 de 1880.- Nicolás de Piérola. La palabra del Dictador ejercía influencia en las masas populares, que le creían predestinado a lavar la vergüenza de las derrotas, arrojando del suelo patrio al odiado invasor. Los pierolistas, proscritos del poder durante algunos años, se agrupaban en torno del jefe; alababan su patriotismo, su actividad, y su bravura nunca desmentida; y el clero, veía en él, la sólida columna del partido conservador, por lo cual lo ensalzaba desde el púlpito, llamándole padre del pueblo y salvador de la Patria. El Dictador no se da un momento de reposo, para levantar tropas, adquirir armas, municiones y dinero para sostener la guerra y dictar medidas destinadas a levantar el sentimiento nacional. Por decreto especial, crea el Gran Libro de la República, para consignar en él los hechos más notables, realizados por los hijos del Perú; en sus páginas se estamparán sus nombres, por orden cronológico, con expresión de las condiciones personales de los agraciados y el motivo de la distinción. El 28 de julio de cada año, se publicarán solemnemente en todas las ciudades del país, los nombres de los personajes inscritos, junto con los más notables precedentes.
  • 21. 21 Los alumnos de las escuelas del país, leerán las efemérides en las respectivas fechas, y aprenderán de memoria las más notables; y los pedagogos tomarán de preferencia sus ejemplos en el Gran Libro para la educación de la juventud. Mientras tanto, los retratos de Miguel Grau, Elías Aguirre y Enrique Palacios, se conservarán en la sala de Sesiones de La Legión Peruana, condecorados, el primero con la cruz de acero de 2ª clase y los dos últimos, con la de primera; y se acuerda cruz de acero de tercera clase, al entonces capitán de fragata don Melitón Carvajal. Al término del proceso, se resolverá respecto a los tripulantes. La prensa, especialmente la limeña, secunda calurosamente la acción del ejecutivo para levantar la moral del pueblo y excitarlo a continuar la guerra, hasta obtener la victoria. La Patria de Lima de 2 de junio, decía en un editorial titulado ¡Adelante!: “Tal es la consigna del patriotismo retemplado con el valor de los reveses. Aún hay millares de hombres ansiosos de batirse con el más pérfido de los enemigos, de la patria; aún hay multitud de corazones capaces de los grandes sacrificios; aún hay ejércitos, en fin, que arma al brazo han esperado con impaciencia del patriota la hora suprema del peligro. Chile no puede soportar la prolongación de la guerra; sino le faltan recursos, le faltan hombres; y hombres y recursos le sobran al Perú para llevar la guerra o hasta el triunfo definitivo o hasta su desaparición completa. ¡Qué! ¿La generación presente no será digna de la generación pasada? ¡Adelante! Hagamos ver al mundo que los desastres no sirven sino para darnos lecciones en el camino de la victoria”. El Nacional de Lima se expresa con mayor energía en su editorial del 8 de junio. Después de exponer las desgracias ocurridas en el sur, agrega: “Cualquiera que sean nuestros presentimientos, no debemos dejarnos anonadar, ni ofuscar por ellos. Chile vencedor y poseedor de todo el departamento de Tacna, nos exigiría la paz: la paz, con el desmembramiento del territorio nacional; con el desmantelamiento de nuestras fortalezas; con la entrega o el desarme de los pocos buques que nos quedan; con el deber de pagar una indemnización; con la ocupación del territorio que se reconociese nuestro y, por sus soldados, como garantía del cumplimiento del tratado; el tutelaje, en fin de Chile ejercido sobre el Perú, hasta que nuestros nietos, después de 50 años de haber arrastrado las cadenas de una esclavitud ignominiosa, se decidiesen a recomenzar la lucha de hoy. Si nuestro país está destinado a sucumbir, sea en buena hora; pero que sucumba defendiendo su vida y su honor y no suscribiendo el mismo su sentencia de muerte. Que sucumba, después que Lima, Arequipa, Cuzco, Puno, y los otros grandes centros de la República hayan sufrido, como los departamentos de Tarapacá, Tacna y Moquegua. Que sucumba, cuando estemos reducidos verdaderamente a la nada”.
  • 22. 22 El Dictador había anunciado públicamente, su intención de ponerse a la cabeza del ejército, en caso que los chilenos continuaran su avance hacia el norte. Ante del evento, dispone por decreto de 22 de mayo, que le subrogue como Jefe del Poder Ejecutivo, el ciudadano que él designe, asistido por los Ministros del Despacho. Si no le fuera posible hacer esta designación, la harán los Secretarios de Estado, dentro de las 24 horas. En caso de vacancia, se apelará al voto popular. Este decreto lleva la refrendación de los Ministros señores Pedro J. Calderón, de Relaciones y Culto; Nemesio Orbegoso, de Gobierno y Policía; Federico Panizo, de Justicia e Instrucción; Miguel Iglesias, de Guerra; Manuel A. Barinaga, de Hacienda y Comercio; y Manuel Mariano Echegaray, de Fomento. El mismo día, la Secretaría de Guerra promulga un decreto, por el cual se priva a don Mariano Ignacio Prado, del título y derechos de ciudadano del Perú y se le condena a la degradación militar pública tan pronto como sea habido. Dispone igualmente que los señores general Ramón López Lavalle, coronel José Rueda, capitanes de fragata Antonio Guerra y Antonio Pimentel, queden borrados del escalafón militar, separados del servicio e inhábiles en adelante para él. Las pensiones a que tenían antes derecho le serán pagadas en la lista civil. Así mismo separa perpetuamente del ejército nacional y borra del escalafón militar como indignos de pertenecer a la Institución, por cobardía, a los coroneles Manuel Velarde, Manuel A. Prado y Manuel E. Mori Ortiz, quedando privados de las pensiones y derechos de que gozaban, sin lugar a reparación. Por otro decreto, une a su carácter de jefe supremo, de la República, el de Protector de la Raza Indígena, título y funciones que llevará y ejercerá en adelante. Los individuos y corporaciones de esta raza tienen derecho para dirigirse directamente al Jefe del Estado, de palabra o por escrito y para denunciar todo atropello que le irroguen las autoridades o particulares. Además de los medios usuales de publicación, los párrocos darán lectura solemne a este decreto, a lo menos tres veces, en sus respectivas doctrinas. Además, se traducirá y repartirá en las lenguas quechua y aimará. El Dictador no desperdicia un momento para poner al país en estado de defensa. Ordena por telégrafo al almirante Montero que se traslade a Lima, entregando las tropas a sus órdenes al coronel don Justo Pastor Dávila. Efectuada la transmisión del mando, el almirante cruza el Titicaca en uno de los vapores del lago, y desembarca en Puno. De esta plaza continúa la marcha a la capital, por los departamentos del interior, en muchos de cuyos pueblos recibe tan marcada hostilidad, que las autoridades necesitan dar fuerte escolta a su persona. El Coronel Dávila llega a Puno como con 500 hombres, de los cuales 200 cargan insignias de jefes u oficiales. De estos, los veteranos, reciben orden de continuar viaje a Lima, por Cuzco, Huancayo y Oroya; el resto, con la tropa siguen por ferrocarril a Arequipa, en donde se les da de alta en el II Ejército del Sur.
  • 23. 23 Piérola no hace distinción como antes, del color político de los jefes. A medida que arriban a la capital, les coloca en el ejército en puestos de confianza. Llama al coronel Cáceres apenas entra a Lima, le recibe cordialmente y le comunica su nombramiento para el comando de una División que se organiza en Huaral, al norte de Ancón, destinada a resguardar a Lima por esa zona. Cáceres se pone a la cabeza de la División, y durante cuatro meses organiza y disciplina esas tropas, hasta ponerlos en condiciones de batirse con éxito. Los coroneles Iglesias, Suárez y Dávila, veteranos que se baten desde el Departamento de Tarapacá, reciben sendas Divisiones, encargados de cerrar a los chilenos el camino de Lima. El ejército activo trabaja sin descanso; el Dictador se apresta para movilizarlo. Para ello, necesita ante todo dejar guarnecidas las plazas de Lima y Callao, libres de un golpe de mano. Decreta la formación de una Reserva, para esta tarea, a la cual dota de elementos bélicos suficientes para resistir cualquiera agresión. Empieza por declarar a la provincia de Lima en estado de Defensa Militar. Llama al servicio a la reserva movilizable y sedentaria, de dicha provincia. Los peruanos existentes en ella que no han cumplido sesenta años, ni sean menores de diez y seis, sin distinción de condición, clase o empleo, proceden a reconocer jefe, en el improrrogable término de quince días. Los individuos pertenecientes a la reserva movilizable y sedentaria, vacan diariamente y de hecho a toda ocupación ordinaria desde las 10 a.m. hasta las 2 p.m., debiendo presentarse de uniforme y en los lugares designados por sus respectivos jefes, con el fin de consagrarse durante dos horas a la instrucción y ejercicios militares correspondientes. Los talleres y oficinas de industria y tráfico comercial cierran de las diez a las dos de la tarde. Se exceptúan de este ejercicio, los clérigos, médicos, farmacéuticos, practicantes y empleados en el servicio de los hospitales, casas de beneficencia y sanidad militar. Así mismo los empleados de la administración pública correspondientes a las Secretarías de Guerra y Gobierno, y a la Prefectura del Departamento y subprefectura de la provincia. Los físicamente incapacitados para la toma de armas, serán dados de baja, posteriormente, por el tribunal de calificación que se establecerá al efecto. Los que no cumpliesen con reconocer batallón en el término prefijado o rehuyesen el cumplimiento de los deberes anexos al servicio a que son llamados, pasarán inmediatamente al ejército activo. Los extranjeros residentes en la provincia de Lima son invitados a constituirse y organizarse en cuerpos de la guardia urbana, destinada a guardar el orden y la propiedad mientras los ciudadanos se emplean en el servicio de defensa militar, pudiendo para ello, escoger y proponer los jefes y oficiales que deban comandarlos. Ningún habitante podrá dejar la capital ni salir fuera de la provincia de Lima, sin el respectivo pasaporte expedido por la autoridad militar, a menos de ser proveedores o
  • 24. 24 transportadores de víveres, registrados como tales y provistos de la boleta correspondiente. Todo poseedor de armas está obligado, a presentarlas, en el preciso término de 15 días, ante la Prefectura, recibiendo por ellas un documento que acredite su entrega, a fin de recobrar iguales armas o su valor tan pronto como pasen las circunstancias actuales.- Los que no cumpliesen con entregarlas o declarar su existencia en ajeno poder, serán considerados como traidores a la República y sujetos a las penas correspondientes a estos. Las fuerzas de defensa de Lima que no pertenezcan al ejército activo o a la reserva movilizada, usarán por uniforme blusa azul ceñida por cinturón de cuero, con tahalí y cartuchera, gorra también de paño azul, de visera derecha, y con el número del batallón en metal amarillo. El uniforme de los oficiales será el mismo, con la sola diferencia de llevar vivos blancos en la gorra y blusa y el número del batallón en metal blanco. Las insignias de clase en estos, será de paño rojo en los hombros y botamanga. La espada en tahalí, al cinturón. La tropa y oficiales de artillería llevarán vivos rojos, siendo blancos las insignias de clase en los oficiales; todo conforme a los modelos, que suministrará el Estado Mayor, de estas fuerzas. El señor Piérola está resuelto a formar un gran ejército para la defensa de la capital, cuyo sostenimiento exige fuertes desembolsos. Empieza por convertir en dinero las propiedades del Estado y Municipalidades, y los objetos muebles de fácil enajenación. Después, el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, don Pedro José Calderón, se dirige al Arzobispado, solicitando en préstamos los tesoros de la Iglesia, con el único fin de cooperar a la defensa nacional, y bajo la solemne promesa del Gobierno de que esta deuda sagrada se pagará de toda preferencia y tan pronto como termine la presente guerra. Al efecto, dice el señor Ministro: “Urgidos de acumular nuestros recursos naturales, y no obstante los que nos vengan de otras fuentes, cree el Gobierno, que antes de apelar a los ciudadanos, debía dirigirse a V. S. Ilustrísima y Rdma., y en su persona al clero nacional, para demandarle la cooperación que inmediatamente puede darle con el tesoro de la iglesia, cuyo empleo en este caso no se apartaría de lo prescrito por sus propias leyes en casos tales”. El Ilustrísimo y Redmo., señor arzobispo, don Francisco Orueta y Castrillón, contesta en el mismo día, 27 de junio de 1880, manifestando que la convicción del Gobierno de que la Iglesia se desprenda de sus tesoros para salvar a la Patria, es también la del Arzobispado, la de los ilustrísimos obispos residentes en Lima, y de las más altas representaciones del clero de la capital, consultados por S. S., por lo cual “la Iglesia ofrece las joyas de sus templos, como tiene la seguridad de que las señoras ofrecerán las suyas, y los acaudalados una parte de su fortuna, todos algo, por pequeño que sea, para conservar limpia la frente de la Patria, y circundarla de nuevos laureles al fin de la jornada”.
  • 25. 25 Después de haber conferenciado con los obispos del Cuzco y Arequipa, con el Venerable Capítulo Metropolitano, los curas rectores de la capital, los superiores de los conventos religiosos, y distinguidos miembros del clero, el señor Arzobispo decreta que los curas rectores, párrocos, superiores de conventos de ambos sexos, rectores de iglesias particulares, cofradías, asociaciones piadosas, entreguen al Gobierno, en calidad de préstamo, la parte de los objetos preciosos que no sea necesaria para la celebración decorosa del culto divino. La extenuación de los objetos necesarios o innecesarios, se hace por una comisión compuesta de los canónigos doctor don Manuel S. Medina, don Pablo Ortiz y cura del Sagrario doctor don Andrés Tobar. Dicha comisión recibe y avalúa los tesoros de la Iglesia peruana, la más rica de América, y los entrega bajo inventario al señor Antonio Berlín, delegado del Gobierno. Obtenidos los tesoros de la Iglesia, el Dictador se incauta de los legados del ex arzobispo doctor don José Sebastián de Goyeneche y Barreda, a favor de las ciudades de Lima y Arequipa. El señor arzobispo, por testamento de 31 de diciembre de 1871, protocolizado por el escribano público don Claudio José Suárez, deja 150.000 pesos a la ciudad de Arequipa y 50.000 a la ciudad de Lima, para obras de beneficencia y culto. El señor Piérola establece que el Jefe Supremo de la República, autorizado con facultades omnímodas, tiene por lo mismo las de legislador, al cual corresponde, en casos como el actual, declarar la voluntad interpretativa de los testadores, cuyas últimas disposiciones no han sido ejecutadas, y aún dar a las mismas una aplicación equivalente a la expresada en ellas, o que conduzca a mejor fin, tomando por norma el fin de la sociedad, que es la regla suprema a que todo debe estar en ella subordinado, mucho más si se propone hacer más tarde la aplicación específica de las mencionadas disposiciones, ordena hacer efectivos inmediatamente los 200.000 pesos de los legados, computándose en metálico, según el valor de la circulación monetaria en la época del testamento. Por esta razón, los albaceas entregaron cerca de medio millón de pesos de buena moneda. Los prefectos siguen en provincias el ejemplo del Dictador; recaudan los dineros de la iglesia y lanzan, en cambio, proclamas patrióticas para levantar el ánimo de los pueblos. Piérola trabaja con fe y comunica su febril entusiasmo a cuantos le rodean. El Perú se convierte en un inmenso campamento, en que todos los individuos hábiles, sin distinción de clases, ingresan a las filas. Dentro de su patriotismo, acepta los proyectos más descabellados, con tal que tengan visos de éxito. Concede recursos al capitán de ingenieros y antiguo oficial de la armada, don Pedro J. De Beauxjour, para fabricar un torpedo de su invención, que el inventor considera infalible para echar a pique a la armada chilena. Ensayado el artificio, falla por sus cuatro costados, como se dice familiarmente, se “chinga”, según la expresión de don José Joaquín Pérez.
  • 26. 26 Alguien propone al Gobierno aumentar el andar de los transportes por medio de disparos no interrumpidos hacia delante de la proa, por tres cañones de retrocarga, bajo la línea de flotación. Desarrollando el proyectil con su movimiento una corriente de agua que sigue la misma dirección del buque, este encuentra mayor facilidad para moverse. El aparato no alcanza a funcionar, fracasa en los ensayos. Otro proyecto muy viable, consistía en someter a 100 voluntarios de cada batallón, a un entrenamiento especial de tiro, por cuatro o seis horas diarias, para que al entrar el batallón en combate, estos tiradores escogidos, a cubierto en fila exterior, apunten con tranquilidad, procurando echar por tierra un enemigo, cada cinco minutos. Se ejercitan estos voluntarios rifleros; se baten en Chorrillos y Miraflores; ignoramos con que resultados. Algunos agentes europeos, deseosos de obtener buenas primas, le comunican que en Francia se encontraban dos fabricantes del fuego griego, descubierto por unos frailes de Constantinopla en el siglo VI, y con el cual el ingeniero Asirio Colínico quemó con aquel líquido, al que daba mayor pábulo el agua, la flota de los sarracenos en tiempo de las cruzadas; agregaban que se podían adquirir los libros en que figuraba la receta de fabricación de tan terrible invento. Piérola ordena al representante financiero del Perú en Europa, don Toribio Saenz, radicado en París, Avenue d`Iena, 52, que le envíe algunas toneladas de dicho líquido, o al menos la receta de los frailes bizantinos, o al hombre o mujer que pudiera ejecutarla, pues le habían comunicado que existía una cierta viuda llamada Becoines, fabricante de semejante líquido. La siguiente nota oficial del Agente Financiero, comprueba la verdad de esta mistificación del Dictador, de parte de algunos explotadores que le vendieron el secreto: “Agencia Financiera del Perú en Europa, París, julio 31 de 1880. Señor Secretario: Oportunamente recibí la comunicación que se sirvió V. S., dirigirme el 18 de mayo último, y desde entonces me he ocupado de ejecutar lo que por él me ordena V. S. Con gran dificultad he logrado la obra en la librería a que V. S., se refería; la remito por el presente correo. Todas las medidas adoptadas hasta hoy, que no han sido pocas, no han dado a conocer la existencia del señor Beaume, ni de la viuda de Becoines; se les busca en Marsella, en donde se dice residían, informaré a V. S., del resultado de esa averiguación, así como de las que continuaré haciendo. El comité que se formó para propagar el descubrimiento a que V. S., se ha referido, no existe ya, y en los Ministerios respectivos no han podido darme ninguna noticia sobre Beaume. No dude V. S., que si logro ponerme en contacto con éste, trataré de ejecutar lo que V. S., ha ordenado, tan luego que posea los medios de hacerlo. Dios guarda a V. S., señor Secretario. Toribio Saenz. Al señor Secretario de Guerra. Lima”.
  • 27. 27 Se cree que el libro enviado por el señor Saenz, comprado naturalmente a peso de oro, era uno publicado por M. Labaune en 1840; o el de los señores Fané y Reinaud, que apareció cinco años más tarde. Ambas obras tratan de la materia; pero no arriban a resultado práctico alguno. _____________________
  • 28. 28 CAPITULO II Situación de Bolivia después de la toma de Arica. El general Campero, consumado el desastre del 26 de mayo, se dirige al interior, acompañado de los señores Pedro Alejandrino del Solar, Prefecto de Tacna, y coronel Manuel Velarde, con los cuales pasa por los pueblos de Pocollay, Calana y Pachía, sin detenerse a reunir dispersos, ni menos intentar una defensa contra el enemigo, que naturalmente debía destacar fuerzas tras los fugitivos. Sigue camino a Bolivia, dando por terminada la campaña y perdida la provincia de Tacna. La comitiva llega a San Francisco, en la misma tarde del 26. El general se separa de los señores Solar y Velarde: éstos toman rumbo a Tarata, por Calientes; y el general a Palca, en donde existía una concentración de víveres remitidos por el gobierno boliviano, para sus tropas acantonadas en Tacna. Llega a Palca a las 6 p.m.; ordena confeccionar rancho para los dispersos y descansar la noche. Había hecho una dura jornada de 60 kilómetros de Tacna a Palca, en tres horas, por caminos ásperos y quebrados, especialmente desde San Francisco al oriente. No obstante tan rápida marcha, cierto número de jefes y oficiales le habían precedido. He aquí lo que dice un oficial de Los Colorados: “Una vez en Tacna, contribuyo con otros oficiales de diversos cuerpos, a impedir que los dispersos bolivianos y peruanos, se fusilen mutuamente y sigo hasta Pocollay, donde tengo la suerte de encontrar una mula aparejada que marcha suelta. Monto en ella y desde ese momento –cinco de la tarde- no me detengo hasta Jarapalca, al amanecer del día siguiente. Encontré allí tres coroneles y dos tenientes coroneles que habían llegado en las primeras horas de la noche anterior, entre los cuales se encontraba un deudo mío, el coronel X”. (Daniel Ballivián. “Los Colorados de Bolivia”. Imprenta y Litografía. Americana. Valparaíso. 1919) El señor Campero, se dirige a Jarapalca, en las primeras horas del 27; en este poblacho establece el cuartel general, y la concentración de los derrotados; prohíbe con severas penas el avance de los fugitivos al interior, donde sembrarían la alarma en las poblaciones del tránsito. De este punto envía a la Convención Nacional reunida en la Paz el 25 de mayo, el parte oficial de la batalla. Establece con verdad la derrota del ejército aliado, y promete ampliar su comunicación al regresar a la capital. Como hubiesen quedado en San Francisco dos cañones Krupp, salvados abnegadamente del campo de batalla, comisiona al coronel don Lucio Padilla, para trasladarlos a Jarapalca, lo que este jefe efectúa con extremado celo.
  • 29. 29 Organizados los restos del ejército en este poblacho, emprende la marcha por el paso del Tacora, rumbo a Corocoro, mineral de recursos al otro lado de la cordillera, en donde podía con seguridad refrescar la gente. Mientras tanto, la expectación en Bolivia es terrible. La Convención Nacional, reunida en la Paz el 25, se concreta a aprobar el statu quo gubernativo, es decir, el funcionamiento del presidente provisorio en Tacna; y en La Paz, el secretario general don Ladislao Cabrera, investido del poder supremo, en tanto dura la ausencia del primer magistrado. La Convención continúa en funciones, para la resolución de múltiples asuntos de gobierno, y en especial, para estudiar la nueva Constitución Boliviana. El 30 de mayo la Convención se reúne presurosa, pues corren rumores alarmantes respecto al ejército unido acantonado en Tacna. El doctor Ladislao Cabrera, encargado del Poder Ejecutivo, se presenta a la Asamblea y expone que por oficios recibidos a las 11 p.m., tiene conocimiento de que los pasajeros Spidie, Bler y otros, dan en Chililaya la noticia de que el ejército aliado ha sido derrotado en Tacna. Un telegrama del Prefecto de la Paz confirma la noticia. Añade el señor Cabrera que el general Campero se encuentra en Jarapalca. El presidente de la Convención señor Belisario Salinas, poniéndose de pie, se dirige al señor Cabrera, y le dice: “Conmovida escucha la Convención el parte que acabáis de darnos. Bolivia se presentará a la altura de su patriotismo, confiado en que el orden interno no será alterado; os puedo asegurar que mantendrá el orden inalterable. Hago votos porque la Providencia permita retemplar nuestro espíritu, para ponernos a la altura de la tremenda situación porque atravesamos; nuestro mal se remediará, señor secretario, y la Convención secundará todos vuestros propósitos.” El señor Cabrera asegura que se han tomado todas las medidas para asegurar el orden público; y se retira. La Convención Nacional continúa sesionando, con el objeto de darse un gobierno provisorio, o declarar en vigencia alguna de las constituciones anteriores de la República. Después de largas y acaloradas discusiones, se declara vigente la constitución del año 1878; y se suspenden los trabajos. Reabiertos a las 9:40 p.m., se procede a efectuar la elección de presidente de la República, y para ponerse de acuerdo sobre tan grave materia, se acuerda sesionar secretamente. A las 11 p.m., se reabre sesión pública para la elección de Presidente y dos Vice- presidentes de la República. El señor Presidente.- “Permitidme que haga uso de la palabra; vais a elegir a tres individuos que formen el poder; que Dios ilumine vuestras conciencias y El os pida cuenta de este acto.” Se nombran escrutadores a los señores Aguirre y José Manuel Gutiérrez. Votan 64 convencionales en esta forma: Por el señor general D. Narciso Campero 46 votos Por el señor doctor D. Aniceto Arce 08 votos Por el señor doctor Ladislao Cabrera 06 votos
  • 30. 30 Por el coronel Eleodoro Camacho 03 votos Por el doctor Mariano Baptista 01 votos A las 11:35 p.m., la Convención proclama presidente de la República al general don Narciso Campero. Se procede a la elección de primer vice-presidente, y después de cinco votaciones repetidas, y cuatro anuladas, el escrutinio da el siguiente resultado: Por el doctor Aniceto Arce 44 votos Por el doctor Ladislao Cabrera 20 votos A las 2:15 de la mañana se proclama al doctor Arce Primer Vicepresidente de la República. Sigue la elección de segundo Vicepresidente, y después de tres votaciones, el escrutinio arroja este resultado: Por el doctor Belisario Salinas 47 votos Por el doctor Mariano Baptista 12 votos Por el doctor Ladislao Cabrera 05 votos A las tres de la mañana, el señor Belisario Boeto, primer secretario de la Convención, proclama segundo Vicepresidente al doctor Belisario Salinas. El Señor Presidente.- (Poniéndose de pie).- Señores: Quedo anonadado por el alto como inmerecido honor que acabáis de hacerme. Bolivia, señores, nuestra querida patria, no está sobre un lecho de flores; hay que levantarla, esa es nuestra obra. Si la vice presidenta fuera simplemente un puesto de honor, la renunciaría en este momento; pero como es de sacrificio, para salvar a nuestra patria, la acepto. (Aplausos y vivas en el auditorio). El 1º de junio sesiona nuevamente la Convención para proceder a la investidura de los señores 1º y 2º Vicepresidentes, bajo la presidencia del señor Belisario Salinas. Apenas abierta la sesión, el señor Presidente manifiesta que en ese momento recibe el parte del general Campero, datado en Jarapalca el 27 de mayo; anuncia que el ejército unido fue derrotado, no obstante que por momentos la suerte balanceó el triunfo; pero tuvieron que ceder al número de enemigos y a la superioridad de las armas. La impresión es dolorosa; muchos convencionales y asistentes a la barra derraman lágrimas abrasadoras, al tenerse confirmación oficial de la derrota. Se levanta la sesión por algunos minutos. Reabierta, el señor Salinas toma juramento al señor Aniceto Arce, y le dice: “Señor Vicepresidente, en los momentos más supremos me cabe el alto honor de investiros del poder. A nombre de la ley y del pueblo boliviano os invisto de las insignias; levantaos a la altura de la situación, haceos digno de ella, y de merecer la gratitud de vuestros compatriotas.” Después da las gracias al Secretario General señor Cabrera, encargado hasta entonces del gobierno, por su comportamiento como guerrero y patriota; y le rinde un voto de complacencia por su conducta, a nombre de la Convención. El señor Arce responde al Presidente en los siguientes términos: “El deber me impone esta terrible situación; acepto, mientras el señor Campero se restituya a ésta; acepto el poder en medio de la más terrible como azarosa situación; mi programa será el
  • 31. 31 más sencillo en lo transitorio de mi gobierno: sumisión completa a la ley para devolver con honra estas insignias.” La Convención nombra en seguida presidente ad-hoc al señor Mariano Baptista, para recibir el juramento del señor don Belisario Salinas, que hasta ese momento presidía la Asamblea. Tomado el juramento, el señor Baptista manifiesta a los señores vicepresidentes que jamás se había visto elección hecha con más confianza y seguridad; que la misión de ellos se reduce a propender a la reconstitución del país; que la reconstitución moral y política del país debe ser el testamento de los padres, el encargo y legado de las madres, el pensamiento que germine y crezca en el corazón de los niños, de esos patriotas que deben vengarnos. Le da lectura al parte del general Campero, y se acuerda nombrar una comisión que vaya a su encuentro y ponga en sus manos el nombramiento de Presidente de la República, y le manifieste que tiene fe en sus actos y está segura de su conducta; y que interpretando el sentir del pueblo boliviano, ha acordado un voto de confianza y gratitud al ejército de la patria, por su bizarro comportamiento en la batalla campal del 26 de mayo último. Componen la Comisión los doctores señores Emilio Fernández Costa, Fernando E. Guachalla y Melchor Chavarría, bajo la presidencia del primero. Aprueba igualmente el envío a Tacna de cuatro médicos y seis practicantes, para ayudar a la atención de los heridos. Hemos dicho que el general Campero, reunidos los dispersos en Jarapalca, emprende marcha al paso del Tacora, el 29 de mayo, por fragoso camino de herradura, a 4.030 metros sobre el nivel del mar. No obstante el cansancio de la tropa, alimentada únicamente con maíz tostado, hace una jornada de 30 kilómetros en ese día. El horroroso frío del Tacora aumenta los sufrimientos de los derrotados muchos de los cuales van heridos. El capitán argentino don Florencio del Mármol, alistado voluntariamente en el ejército boliviano, relata los sufrimientos de esta marcha, con notable colorido. “Como a las 3 a.m., dice, llegamos a San Francisco. Hallamos reunidos unos 100 hombres, jefes, oficiales y soldados; había también dos piezas de artillería boliviana, salvadas con toda abnegación. En la madrugada del 27, continuamos la marcha, empezando el ascenso de la gigante cordillera. ¡Que marcha! ¡Que fríos! ¡Que noches! ¡Que alimento! Éramos verdaderos derrotados. En el paso del Tacora, dos o tres jóvenes amanecieron duros. Hubo necesidad de machacar sus brazos a golpes de puño, de restregar con fuerza todo su cuerpo para conseguir la circulación de la sangre. En esta retirada, atacado diariamente por la terciana, siempre a la intemperie, sin más comida que maíz tostado y chancaca, la marcha no podía ser muy placentera.
  • 32. 32 Había algunos que inspiraban compasión. Un joven gravemente afectado del pulmón, murió sin amparo a pocas leguas del Tacora, después de haber pasado a mi lado la noche anterior. Otro joven llegó a la Paz con los pies enteramente llagados, cada paso le originaba un terrible martirio. Había pasado las aguas del camino con medias y botines; y no había tenido la precaución de secarlos oportunamente. El cuero del botín se encogió; la media se pudrió y los pies se hincharon y llagaron horriblemente”. (Florencio del Mármol. “Recuerdos de Bolivia”. Buenos Aires.) El 29, el general continuó la marcha del Tacora, a 4.230 metros sobre el nivel del mar, a Copas, 4.130 metros, lo que acusaba el descenso de la cordillera. Se hicieron 25 kilómetros. El 30, jornada de Copas a Charaña, 4.038 metros, en la cual se ganaron 25 kilómetros. Los fugitivos pisan ya el suelo patrio; expresan su contento con vivas a Bolivia y a su general. La marcha resulta más fácil; se efectúa por el camino carretero del Mineral de Corocoro, en las siguientes jornadas: 31.- De Charaña a Río Mauri, 4.026 metros, 25 kilómetros. 1º de junio.- De Río Mauri a Estancia, 25 kilómetros. 2 de junio.- De Estancia a Tambo, 25 kilómetros. 3.- De Tambo a Calacato, 33 kilómetros. 4.- Descanso. 5.- De Calacato, 3.807 metros, a Corocoro, 22 kilómetros. El general acampa un día en este mineral para dar descanso a la tropa, proveerla de víveres y atender a la delegación enviada por la Convención Nacional, portadora de su nombramiento de Presidente de la República. Los restos del ejército boliviano formaron en batalla en la plaza del pueblo, para recibir con los honores correspondientes a la Comisión de la Convención Nacional que venía a saludar a los gloriosos tercios del ejército que combatió como bueno en el Campo de la Alianza. La Comisión avanza hacia el centro de la línea, y su presidente, doctor Emilio Fernández Costa, en un brillante discurso saluda a S. E., el Presidente de la República general don Narciso Campero, a los jefes, oficiales y tropa que se batieron en el campo de batalla, cumpliendo como buenos su deber. Hace entrega al general de su nombramiento de Presidente, que la concurrencia saluda con entusiastas hurras. En el mismo sentido hablan los delegados Guachalla y Chavarría. El general responde conmovido en un breve discurso, que se resume en estas palabras: “Volvía hoy al seno de mi familia para consagrarle mi postrer momento. Pero venís vosotros honorables señores, y me decís que la representación del pueblo boliviano me pide mis últimos días. Sea. Decid a esos ilustres patriotas, que mi vida, que mi voluntad y mi brazo pertenecen a la patria; que quiero morir por ella, y que acepto el nuevo deber que hoy me imponen.
  • 33. 33 Pronto conocerá el país cómo han cumplido su deber los defensores de sus derechos. Y vosotros, señores jefes, oficiales y soldados, no olvidéis las palabras que os dirige el pueblo boliviano; constancia y fe, que os recomendé en estas otras: subordinación y fe.” Terminadas las salutaciones, el general continúa su marcha hacia la capital. Día 7.- De Corocoro a Comanche, 31 kilómetros. 8.- De Comanche a Coniri, 24 kilómetros. 9.- De Coniri a Viacha, 23 kilómetros. 10.- De Viacha a la Paz, 30 kilómetros. El 10 de junio, el general don Narciso Campero entra a la Paz, a la cabeza de sus tropas, unos mil hombres, con dos cañones, aclamado por el pueblo, que le recibe con los honores de general victorioso. El 19 del mismo mes, el Presidente de la Convención don Belisario Salinas, le inviste del poder supremo con el ceremonial de estilo. Durante la investidura, se cambian conceptuosos discursos, entre los señores Salinas y Campero, impregnados en el más puro patriotismo. S. E., después de exponer su programa de gobierno, aprovecha la circunstancia para proclamar enfáticamente la continuación de la Alianza, o sea la guerra con Chile. El nuevo gobierno inicia sus labores con el siguiente Ministerio: Doctor don Juan Crisóstomo Carrillo, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Doctor don José María Calvo, ministro de Instrucción Pública, Justicia y Culto. Doctor don Antonio Quijarro, ministro de Hacienda. Doctor Belisario Salinas, 2º Vice-presidente de la República, ministro de Guerra. Mientras los señores Carrillo, Calvo y Quijarro se posesionan de sus carteras, encarga interinamente del despacho de ellas, a los señores Genaro Sanginés, Belisario Boeto y Eleodoro Villazón, en los respectivos ramos. Reina la más perfecta tranquilidad política; pero una fuerte oposición se prepara seriamente para cruzar los planes del ejecutivo. No todos los bolivianos apoyan la orientación de los negocios extranjeros, hacia una lucha sin cuartel con Chile. Hay dos partidos: el de la paz inmediata y el de la continuación de la guerra. Se da sotto voce como caudillo del primero, al señor Aniceto Arce, primer vice- presidente de la República. El señor Campero encabeza el partido de la guerra. “En aquellos tiempos, dice el señor Daniel Ballivián, como ahora y como siempre, la opinión pública boliviana estaba –en lo que a política internacional se refiere- dividida en dos bandos contrarios: el chilenófilo y el peruanófilo. Elementos diplomáticos extranjeros acreditados en el país, alentaban con hábil e insólita audacia, la tendencia de aquellos, cuyo objetivo era poner término inmediato a la alianza Perú – boliviana; la segunda, por su parte, se agrupaba en torno del gobierno.
  • 34. 34 Suerte grande ha sido para Bolivia, en verdad, que nuestras relaciones con el Brasil, la República Argentina y el Paraguay no hayan llegado a complicarse más de lo que lo están o de lo que estuvieron, porque ello nos ha librado de tener en vez de dos, cinco partidos políticos con otras tantas orientaciones internacionales, y como lógica consecuencia, un número igual de exóticos cucharones enteramente metidos, con o sin nuestra voluntad, en la marmita en que cocemos nuestra magra sopa. Porque debemos convencernos, de que somos el pueblo más original de la tierra. El único tal vez, que para saber lo que quiere, lo que le conviene, ha necesitado que se lo digan los de afuera, los extraños”. (Ballivián. “Los Colorados de Bolivia”.) Para limpiar de estorbos el camino, y desarrollar su política belicosa, el gobierno declaró el territorio de la república en estado de sitio, en 3 de julio de 1880. Algunos jefes y oficiales no hacen misterio de su hostilidad al gobierno; y aún tratan de levantar actas de adhesión, a favor de algunos prominentes hombres públicos, en quienes cifraban sus esperanzas de bien público. Ante tales rumores, el Presidente de la República manda publicar en la orden del día, una Orden General dictada el 22 de marzo de 1860, no derogada, que decía así: Orden General.- Ministerio de la Guerra.- La Paz, julio 1º de 1880. Artículo 1º.- El señor General Presidente de la República manda que se publique y de conocimiento al ejército, del texto de la Orden General dictada el 22 de marzo de 1860, cuyo contenido es el siguiente: “”S. E., el Presidente de la República, que conoce el ardor y entusiasmo del ejército, y de sus dignos jefes y oficiales, no puede dejar de estimar tan laudables sentimientos conociendo de lo que son capaces los militares de la república, cuando se trata de defender la nacionalidad de la patria; sin embargo, sentando muy mal en el soldado la deliberación en público, cuando por su carácter sólo le toca obedecer y obrar, y correspondiendo únicamente en guerra a dos naciones amigas, se dispone: Artículo único.- Es prohibido a todo jefe del ejército publicar en su nombre, ni en el de sus subordinados, actas, protestas, proclamas u otros escritos. Los jefes que quieran una de estas manifestaciones, recabarán antes la autorización de esta Secretaría, o Ministerio de la Guerra. Lo que se comunica en la Orden General para conocimiento del ejército. El General en Jefe.” La Convención Nacional aprueba algunos proyectos de ley, que pasa al Ejecutivo para su sanción y promulgación, de trascendental importancia. Uno de ellos priva al general Daza de la calidad y derechos de ciudadano boliviano y lo declara indigno de tal nombre. Lo borra igualmente del escalafón militar, condenándolo a degradación pública cuando sea habido, sin perjuicio de las demás penas a que fuere condenado por las leyes o resolución que dictare la Convención Nacional, referentes a los delitos de peculado que hubiere cometido. Una media docena de diputados fogosos, presenta la siguiente moción, que con mejor acuerdo, detuvo la prudencia de la Comisión de Guerra de la Cámara.
  • 35. 35 “La Convención Nacional, decreta: Siempre que con motivo de la presente guerra que sostiene el país con Chile, tuviere lugar una defensa o ataque contra el enemigo, los soldados, jefes u oficiales que abandonaren el campo cobardemente, previa una sumaria información de dos testigos idóneos, serán pasados por las armas, dándoseles fuego como a traidores por la espalda. Artículo 2º.- La sentencia se pronunciará, cuando más, en el término de cuatro horas, contadas desde la terminación del juicio. Artículo 3º.- Los jueces que conozcan en la causa, serán aquellos que designa el Código Militar en los asuntos verbales. Artículo 4º.- Tan luego como se vaya a iniciar la defensa o el ataque contra los enemigos exteriores de Bolivia, el jefe de las fuerzas, cualquiera que sea, hará jurar a todo el ejército con esta fórmula: “¿Juráis por Dios y la cruz de vuestra espada (y el soldado por vuestra arma) que habéis de defender palmo a palmo, el santo suelo de la patria, sellando vuestra misión con la victoria, o con la muerte, sin volver paso atrás?” Contestará: “Sí, juro”; y el jefe: “si así lo hicieses, Dios os ayude, y si no, él, la Patria, y la ley os lo demanden”. Artículo 5º y último.- Sin perjuicio de lo que prescribe el anterior artículo, el Ejecutivo, después de organizar cualquiera fuerza, la obligará a que preste igual juramento, despidiendo inmediatamente a los que se resistieren. Comuníquese al Poder Ejecutivo para su sanción, en La Paz, junio 25 de 1880”. La Convención Nacional despacha varias leyes de subsidios, destinadas a proporcionar fondos al Presidente para la continuación de la campaña. Por una, se autoriza al Ejecutivo para hipotecar o vender los bienes nacionales. Se autoriza igualmente a las municipalidades para la venta o hipoteca de sus bienes y los de Instrucción Pública y entrega del producto al gobierno, en calidad de préstamo. Por otra, se autoriza al Ejecutivo para emitir obligaciones del Estado por la suma de 500 mil bolivianos (pesos), con carácter de empréstito forzoso, y 10 por ciento de interés. Las oficinas fiscales quedan obligadas a recibir estas obligaciones en pago de la contribución sobre la renta, y la extracción de la quina. Se faculta al gobierno para hacer nuevas emisiones por la cantidad que crea necesaria, señalando nuevas garantías. El funcionario que impida o eluda la aplicación de los impuestos destinados a la amortización de las obligaciones, será reputado reo de defraudación, quedando reatados sus bienes y los de sus cómplices como hipoteca legal al pago de las obligaciones no amortizadas, sin que tal hipoteca pueda extinguirse por prescripción. Una tercera ley impone el pago de un peso por semestre a todo boliviano o extranjero residente en el país, que no sea indigente o tenga más de 60 años de edad.
  • 36. 36 Quedan eximidos de la capitación los individuos de tropa en servicio activo y las mujeres. Por fin, el ministro de Hacienda don Eleodoro Villazón, se dirige a S. S., el Arzobispo de la Plata, proponiéndole la clausura del Monasterio de Santa Mónica, que tiene sólo seis religiosas, y la enajenación de la propiedad y fincas anexas, para subvenir a los gastos de la guerra, por vía de préstamo al tesoro nacional. Con fondos suficientes para los gastos públicos, el general Campero decreta la organización de cuerpos cívicos en los departamentos vecinos a los territorios ocupados por las fuerzas chilenas, como auxiliares de las tropas de línea. Todos los bolivianos de 18 a 50 años quedan obligados a enrolarse: La Paz organiza tres cuerpos: uno de propietarios, comerciantes y empresarios de industrias; otro de empleados de justicia, de instrucción y otros ramos; y el tercero de los artesanos. Oruro y Potosí, dos cada departamento: uno de empleados, abogados y estudiantes, y otro de artesanos. Quedan exceptuados los eclesiásticos y los empleados de los ministerios del estado, de la prefectura, correos y hospitales. Los ciudadanos que dejaren de alistarse serán enrolados en el ejército de línea. Se designa el 1º de agosto como fecha para la inscripción. La Convención decreta igualmente algunas recompensas por servicios importantes: Asciende al grado de General de Brigada al Coronel don Eleodoro Camacho. Concede una medalla de honor y título de benemérito de la patria al ciudadano don Ladislao Cabrera, por la heroica defensa de Calama y sus relevantes servicios. Una medalla de honor a don Belisario Salinas, por su comportamiento patriótico. Declara que los defensores de Arica han merecido bien de la Alianza, por haber sucumbido heroicamente en defensa de sus derechos; y que el coronel Bolognesi quede inscrito en el escalafón militar boliviano, con igual graduación de que goza en el ejército del Perú. Y por fin, declara traidor a la patria, al boliviano que inicie, haga o proponga la paz con Chile sin la concurrencia de la república aliada. No obstante hechos tan crudos, queda todavía en Chile un grupo de políticos influyentes, que creen hacedero un tratado de paz con Bolivia, sin intervención del gobierno del Perú. _____________________
  • 37. 37 CAPITULO III La Confederación Perú-Boliviana. El pueblo chileno, enardecido con las victorias de Tacna y Arica, lanza un solo grito, de norte a sur de la República: ¡A Lima! Todas las clases sociales estaban de acuerdo en que el Perú no se allanaría a firmar un tratado de paz oneroso, mientras tuviera numerosas fuerzas, en las plazas, de Lima y Callao, que aumentaban día a día bajo la férrea dirección del doctor Piérola, que sabía levantar el ánimo de sus connacionales, con la promesa de no firmar tratado alguno que cercenara la integridad territorial. Piérola se muestra infatigable; reduce a dinero las propiedades del Estado y de la Iglesia, dobla y triplica las contribuciones; adquiere armas, municiones y equipo, que le llegan en abundancia por la vía de Panamá, cuyo Gobernador subvenciona el Gobierno del Perú. El reclutamiento, voluntario y forzado, aumenta considerablemente sus fuerzas, a punto que considera asegurada la defensa de la capital. El Dictador obra en la conciencia de que el ejército enemigo avanzará sobre Lima; conoce por la prensa de Chile el estado de la opinión pública, que unánime manifiesta la convicción de que la paz debe imponerse en la capital del Perú, resultando ineficaces otros medios para llegar a este fin, toda vez que Piérola se muestra infatigable en sus aprestos de lucha, y el pueblo le acompaña entusiasta. Piérola reúne todas las condiciones de un conductor de pueblos; se impone a las masas por la palabra, por el valor, por la energía para la lucha, y más que todo, por la enseña que despliega ante el país, de morir y hundirse combatiendo al invasor, antes que entregar una pulgada del suelo patrio, como imposición de guerra. Y mientras agrupa importantes fuerzas en Lima y Callao, persigue entre bastidores la unión de los destinos del Perú y Bolivia, por medio de una Confederación, al estilo de la que el general Búlnes deshizo en los campos de Yungay. Antes que se decidiera la suerte del I Ejército aliado en Tacna y Arica, el Dictador había entrado en tratos con el Gobierno boliviano, hasta el extremo de nombrar ambos presidentes Delegados especiales para estudiar las bases capitales del negociado. El Gobierno de Bolivia envió a Lima en misión especial, al doctor don Miguel Terrazas; y el Perú comisionó para entenderse con él, al doctor don Pedro José Calderón, Ministro de Relaciones Exteriores. Los señores Terrazas y Calderón estudian detenidamente la Confederación Perú- Boliviana en todos sus detalles, y echan los fundamentos de la fusión de ambos Estados, con plena aceptación de las altas partes contratantes, los señores Piérola y Campero. Una vez terminada la misión especial del doctor Terrazas, e doctor Ladislao Cabrera, encargado accidental del Poder Ejecutivo en Bolivia, retira a su Ministro en
  • 38. 38 Lima doctor don Zoilo Flores, y le reemplaza por el doctor Terrazas, en carácter de Ministro Plenipotenciario. La recepción de este caballero en su elevado carácter de representante boliviano en Lima, reviste aparatosa ostentación militar en el palacio de los virreyes. Los discursos cambiados en la importante ceremonia, anuncian la próxima fusión de ambas repúblicas, envueltas ahora por las sombras de una dolorosa adversidad; pero que Chile, dice Terrazas, sin haberlo previsto y a despecho suyo, va a ser el providencial resorte del nacimiento y grandeza de los Estados Unidos del Pacífico, a la vez que el factor predestinado de su propia expiación. El señor Piérola se regocija que en breve se verán borrados los linderos políticos existentes, para volver a estrecharse en el íntimo abrazo de la Unión Federal, los pueblos del Alto y Bajo Perú, bajo el estandarte victorioso de los Estados Unidos Perú- Bolivianos. El 16 de junio de 1880 el señor Piérola se presenta personalmente al Consejo de Estado a leer el Mensaje, en el cual da cuenta de los protocolos elaborados por los Ministros Plenipotenciarios ad hoc, para la formación de la Confederación de los Estados Unidos del Pacífico. “S. E., encarece al Excmo. Consejo la aprobación de ambas piezas, pues ellas constituirán en adelante una sola entidad nacional, o lo que es lo mismo, las dos fracciones del pueblo que el acto puramente político de 1824 dividió, debilitándolas, volverán a reunirse; pero no por la absorción de la una en la otra, sino por el hermoso abrazo de la libertad, duplicando así una y otra, su personalidad y su poder, por el hecho solo de su unión.” Después de demostrar las ventajas de la fusión de ambos países bajo el régimen federal, agrega el Dictador: “Nuestros padres nos hicieron libres. A nosotros nos toca hacernos grandes. Después de la Independencia, yo no conozco empresa igual a la que acometemos en los días que corren”. El Ilustrísimo señor Arzobispo, presidente del Consejo de Estado, contesta a S. E., de que la Corporación, considerando los graves e importantes objetos sometidos a su consideración, deliberará lo que fuere conforme a las exigencias del patriotismo, a los intereses de la Alianza y al triunfo de las armas nacionales. He aquí las piezas en estudio: PROTOCOLO. Sobre las Bases Preliminares de la Unión Federal del Perú y Bolivia. En Lima, capital de la República peruana, a los once días del mes de junio del año de mil ochocientos ochenta, reunidos en el salón de audiencia pública de la Secretaria de Relaciones Exteriores y Culto, los infrascritos plenipotenciarios del Perú y Bolivia, y después de haberse manifestado sus respectivos poderes y de haberlos hallado
  • 39. 39 suficientes y en buena y debida forma para proceder y acordar y estipular lo que mejor convenga al propósito de estrechar los vínculos de fraternidad que la naturaleza y los hechos históricos han creado entre ambas Repúblicas; de consolidar su paz interior y proveer a su seguridad exterior; de asegurar el bienestar general de sus habitantes y hacer más amplios los beneficios de la independencia y de la libertad para las presentes y futuras generaciones; de promover, en fin, la prosperidad y el engrandecimiento a que, por común destino, están llamadas las ricas y hermosas regiones comprendidas en sus vastos territorios, de conformidad con las aspiraciones generalmente manifestadas por la opinión en los dos estados, respecto a la necesidad de adoptar una nueva organización política que, modificando su actual constitución interna, y uniendo al mismo tiempo sus fuerzas y elementos en una sola nacionalidad, responda de una manera amplia y eficaz a los expresados fines, convinieron, a nombre de sus Gobiernos, y para que sean sometidos previamente a la aprobación de los pueblos del Perú y Bolivia, en las siguientes bases de unión de ambos países: I.- El Perú y Bolivia formarán una sola nación denominada “Estados Unidos perú- bolivianos”. Esta unión descansa sobre el derecho público de América, y es formada para afianzar la independencia y la inviolabilidad, la paz interior y la seguridad exterior de los estados comprendidos en ella, y para promover el desenvolvimiento y la prosperidad de éstos. II.- Los actuales departamentos de cada una de las dos Repúblicas, salvo las modificaciones que sancione la Asamblea Constituyente, se erigirán en estados autónomos, con instituciones y leyes propias, pero que no se opongan a la constitución ni a las leyes de la Unión. Sin embargo, los departamentos de Tacna y de Oruro, de Potosí y de Tarapacá, formarán los Estados denominados “Tacna de Oruro” y “Potosí de Tarapacá”. Las regiones del Chaco y del Beni, en Bolivia, y la llamada de la Montaña, en el Perú, lo mismo que otros territorios que se hallen en condiciones análogas, formarán distritos federales, sujetos a un régimen especial y al Gobierno directo del de la Unión. III.- Los Estados reglarán su soberanía conforme a los principios del sistema representativo republicano, a las declaraciones y garantías de la constitución nacional, y a las leyes de la Unión que aseguren su administración de justicia, su régimen municipal, la educación primaria y el progreso material, costeado todo con sus propios recursos. IV.- La Unión de los Estados es indisoluble por el mismo principio de su institución. Por consiguiente, ninguno podrá separarse de ella. V.- Los Estados son iguales en derechos. El de ciudadanía es común a todos ellos. VI.- No podrá erigirse un nuevo Estado en el territorio de otro u otros, ni formarse uno solo de dos o más, sin el voto de las legislaturas de cada uno de los Estados interesados, y sin la sanción del Congreso Nacional, expedidas en dos legislaturas, cuyo personal haya sido enteramente renovado. VII.- Los Estados no pueden celebrar tratados entre sí, sino para fines de administración de justicia, de intereses económicos y trabajos de utilidad común, con