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La unidad de la iglesia
T.B. Larimore, un predicador del evangelio, cuyo espíritu de mansedumbre y cristianismo era
reconocido por todos los que le conocían, ilustraba la unidad familiar de la iglesia de Cristo con lo
que dice Salmos 133.1: «¡Mirad cuán bueno y cuán [agradable] es habitar los hermanos juntos en
armonía!».
Decía que algunas cosas son buenas; pero no agradables. Por ejemplo, una cirugía para extirpar un
crecimiento canceroso le salva la vida a uno y por ello es buena; pero no agradable para el paciente.
Decía, además, que lo contrario también se da, es decir, que algunas cosas son agradables; pero no
buenas. La recreación es agradable y se disfruta de ella en ocasiones especiales; sin embargo, la
continua recreación sería disolución. Por último, el hermano Larrimore hacía notar que pocas cosas
hay en este mundo, que se las pueda considerar buenas y, a la vez, agradables; es decir, cosas que
sean verdaderamente beneficiosas para nosotros, y que al mismo tiempo se disfrute de ellas al
experimentarlas. La conclusión a la cual llegó, es que ambas cualidades se encuentran en la unidad
de Cristo, en los hermanos que moran juntos en armonía.1 ¿Quién de nosotros se atrevería a estar en
desacuerdo con T.B. Larimore?
Según el Nuevo Testamento, la unidad en Cristo no sólo es buena y agradable para nosotros, sino
que, aún más importante, es buena y agradable para Dios. Justo antes de que Jesús fuera traicionado
y entregado en mano de hombres inicuos, en la noche más oscura de la historia de la humanidad, Él
oró por la unidad de aquellos que creerían en Él en el futuro. Esto fue lo que pidió en oración a Su
Padre: «Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí
por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también
ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Juan 17.20–21).
Si a usted lo tuvieran programando para ser ejecutado el día de mañana, y se arrodillara a orar esta
noche, ¿qué diría en oración? ¿Pediría que se le cumplieran sueños triviales, sin importancia? ¿No
oraría, más bien, pidiendo para usted la más soñada e importante de las aspiraciones del mundo?
Cuando leemos la oración en la que Cristo rogó por la unidad, la noche antes de ser crucificado
¿seremos capaces de apreciar cuánto valoró Él tal unidad? La unidad de los creyentes debió de
haber sido el más acariciado e importante de los anhelos del corazón de Jesús; de lo contrario, no
hubiera orado pidiendo por ella la noche anterior a Su muerte.
Cuando Pablo le escribió a la terriblemente dividida iglesia que estaba en Corinto, la cual adolecía
de numerosos problemas y debilidades, comenzó por hacerles un vehemente llamado a la unidad:
«Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una
misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una
misma mente y en un mismo parecer» (1 Corintios 1.10). En los tiempos que Pablo les escribió
a los corintios, entre el 54 y el 56 d.C., no existían las sectas. La única iglesia que existía era la
iglesia del Señor, y Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, les decía a los miembros de la iglesia de
Dios que estaba en Corinto, que habitaran juntos en unidad. Hay que notar que no solamente rogó
por esta unidad, sino que rogó por ella en el nombre mismo de Jesucristo.
Echémosle una mirada a la unidad de la iglesia con mayor detalle. De los dos pasajes ya citados, se
desprende, obviamente, que la iglesia de Cristo ha de distinguirse por una hermosa unidad, pero,
¿qué clase de unidad es la que debe tener? ¿Cuáles son las características de ella? Un
entendimiento más claro de esta unidad por la que Jesús oró, debería ayudarnos a tener una
comprensión más profunda de la iglesia en sí.
UNIDAD POR LLEGAR A SER PARTE DE UN CUERPO
En primer lugar, tratemos de entender la unidad que Dios le da al cuerpo de Cristo; unidad que hace
que este cuerpo sea un solo pueblo. El Nuevo Testamento habla de una unidad que resulta
naturalmente del hecho de estar en Cristo, y que es, además, el fundamento de esta relación. Esta
unidad ocurre por la gracia de Dios cuando uno llega a formar parte del cuerpo de Cristo.
Cualquiera que verdaderamente haya llegado a ser miembro del cuerpo de Cristo, ha sido bendecido
con esta unidad.
Las dos comunidades más importantes en que se dividía el mundo del Nuevo Testamento, eran la
gentil y la judía. La brecha que separaba a estos dos grupos era tan amplia como cualquiera que
podría existir entre dos razas de hoy día. A pesar de ello, Pablo afirmaba que los judíos y los
gentiles habían llegado a ser uno en Cristo:
Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, (Efesios 2.14).
“para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz
reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (Efe. 2.15–16)
Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús (Gálatas 3.28).
Cristo, por medio de Su muerte en la cruz, ha hecho de todos los pueblos que vienen a Él, uno solo,
independientemente de los antecedentes y de la raza de ellos. Los judíos y los gentiles, dos razas
distintas, fueron creadas otra vez para formar una nueva raza de hombres, a los cuales se les ha
llamado cristianos. Cristo no hizo gentiles a los judíos, ni judíos a los gentiles. Él no elevó al
gentil a la posición de privilegio que ocupa el judío; y tampoco rebajó al judío a la posición del
gentil. Elevó a los dos, al judío y al gentil, a una posición celestial en Cristo, la cual trasciende todo
privilegio o posición que se les haya prometido, o haya poseído alguno de los dos. El judío había de
olvidar que era judío, y el gentil, que era gentil.
Lo mismo ocurre en la iglesia de hoy día. Lo único que debe ocupar la mente de cada persona es su
identidad en Cristo. Cristo es el Salvador y el Señor de todos los cristianos. En esta divina unidad,
toda diferencia nacional, racial, social y familiar, es eliminada.
Por medio de Cristo, las personas son reconciliadas —o unidas nuevamente— con Dios (Colosenses
1.20).
También, por medio de la reconciliación, los cristianos son reconciliados entre sí y están siendo
«edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Efesios 2.22). Para que una persona pueda ser
unida con otra, las dos deben ser unidas, primero, con Dios.
La historia de la humanidad está repleta de ejemplos de pueblos, tales como los normandos y los
sajones, los cuales estuvieron continuamente en guerra el uno contra el otro. La hostilidad y el odio
era lo que perpetuamente los caracterizaba. Con el paso de los siglos, no obstante, tales pueblos
llegaron a mezclarse y se dieron entre ellos casamientos, hasta que, pasado un tiempo, las dos
comunidades llegaron a ser una sola. Así, las naciones separadas, como comunidades con
características propias, dejaban de existir. Las guerras, por supuesto, terminaban, pues cesaba la
división que había entre ellas. El entremezclado de las dos comunidades producía una nueva
comunidad de personas que se amaban y se respetaban unas a otras.
De modo parecido, en Cristo son derribadas todas las divisiones y barreras humanas; un nuevo
cuerpo de personas es creado por la maravillosa gracia de Dios. En su cuerpo, la gente ya no ve
judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni rico ni pobre, ni hombre ni mujer, ni blanco ni negro. Los
cristianos sólo ven que todos son «uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3.28b).
Para entender la unidad que hay en Cristo debemos, pues, conocer primero acerca de la unidad con
que los cristianos son bendecidos cuando entran en Su cuerpo.
Es apropiado e, incluso necesario, decirles a los nuevos cristianos, cuando entran en el cuerpo de
Cristo, que ahora son uno con todos los demás miembros de Su cuerpo. La iglesia debe pensar y
actuar en consonancia con esta verdad. Dejan de tener importancia los rangos, las barreras, las
divisiones y las tribus, cuando se forma parte del cuerpo de Cristo. Todos los miembros han
llegado a ser uno con Cristo y uno entre ellos.
UNIDAD EN LO QUE SE ENSEÑA
En segundo lugar, en Cristo hay unidad en la enseñanza. Es una unidad que, aunque el Espíritu
Santo la da cuando las personas entran en el cuerpo de Cristo; es mantenida por la obediencia de
cada miembro a las enseñanzas de las Escrituras.
A los cristianos los une el hecho de seguir una misma enseñanza y tener una misma fe. Lejos está el
cuerpo de Cristo de ser una agrupación de personas a las que guíen creencias infundadas acerca de
Dios, y vagas especulaciones acerca de la vida. Los miembros de Su cuerpo están unidos por la
divina revelación que Dios hizo de la verdad. Cuando Pablo se refirió a la unidad de la iglesia de
Cristo, instó a los cristianos a preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Mencionó
siete «unos», los cuales constituyen el fundamento de enseñanzas que mantiene la unidad del
cuerpo de Cristo. Dijo: «[Hay] un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una
misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el
cual es sobre todos, y por todos, y en todos» (Efesios 4.4–6).
El cuerpo al cual se refiere es el cuerpo espiritual de Cristo, la iglesia (Efesios 1.22–23). El Espíritu
del que habla, es el tercer miembro de la Deidad, quien nos dio la revelación de las Escrituras.
Cuando habla de «una misma esperanza», se está refiriendo a la esperanza eterna que ha sido
sembrada en el corazón de todo cristiano por medio del evangelio (Colosenses 1.23).
Cuando dice «un Señor», es de Cristo, el Hijo del Dios viviente, de quien está hablando; el Único
que murió por nuestros pecados y que fue resucitado para nuestra justificación. También habla de
«una fe», la cual es la creencia en Cristo y en Su palabra, la fe que viene por oír el testimonio de las
Escrituras (Romanos 10.17). Cuando dice «un bautismo», se trata del mismo bautismo que Cristo
ordena en la gran comisión y que seguirá vigente hasta el fin de la era cristiana (Mateo 28.19–20).
Aquel al que llama «un Dios» es, por supuesto, el Dios eterno, el Creador y Sustentador de la tierra,
el único y verdadero Dios viviente. R.C. Bell, hablando acerca de los siete «unos», dijo: «Ante estos
hechos definitivos e inalterables, sólo cabe una de dos respuestas: o se los repudia; o se los acepta.
No hay otra reacción posible; no se podrá autodenominar cristiano el hombre que rechace uno solo
de ellos».
Una cosa es la unión; y otra, la unidad. La unión bien puede lograrse por la fuerza; pero la unidad,
sólo en la devoción puede hallarse. La unión puede crearse atando con cuerdas a una persona con
otra; pero la unidad, sólo se produce cuando los corazones son atados con la fe y el amor. Las
personas que están divididas por su manera de pensar y su voluntad, bien pueden experimentar
cierto grado de unión; sin embargo, la única manera de lograr plena convivencia en un mismo
parecer, es mediante el hablar las mismas verdades y el adoptar todos un mismo pensamiento y
criterio. Pablo no se limitó a rogar por la unidad en 1 Corintios 1.10; sino que fue más allá y precisó
la clase de unidad por la cual rogó: una unidad que les permitiera hablar una sola cosa; una unidad
completa, en la que no hubiera divisiones, y en la que todos fueran de una misma mente y un mismo
parecer. Es la clase de unidad que se produce mediante la sumisión a la voluntad de Cristo. Según
se narra en Hechos 2, el día que la iglesia fue establecida, todas y cada una de las personas
convertidas se sometieron al mensaje del Espíritu que presentaron hombres inspirados. Esta
sumisión dio como resultado una unidad cuyo fundamento lo constituía el hecho de que todos
tenían una misma fe en la enseñanza dada por Dios: «Y perseveraban en la doctrina de los
apóstoles […]. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas»
(Hechos 2.42– 44). Precisamente porque buscaba reforzar tal unidad, Pablo les escribió a los
hermanos que estaban en Filipos: «Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla,
sintamos una misma cosa» (Filipenses 3.16).
UNIDAD EN LA VIDA DIARIA
En tercer lugar, la unidad debe observarse en la vida cotidiana del cuerpo de Cristo. La unidad que
da el Espíritu Santo cuando formamos parte de Cristo, es preservada, no sólo mediante la
obediencia de cada miembro a las llanas enseñanzas de las Escrituras, sino también, mediante la
adopción, por parte de cada miembro, de un enfoque práctico, de sentido común, al convivir juntos
en un sólo acuerdo en Cristo.
Pablo exhortó a los hermanos filipenses a convivir juntos en amor y armonía. Les dijo: «Completad
mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa»
(Filipenses 2.2). Más adelante dijo: «Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en
el Señor» (Filipenses 4.2). Para aplicar estos versículos es necesario que cada miembro del cuerpo
de Cristo viva según las enseñanzas de la Biblia. Para preservar la unidad los cristianos, a veces,
tienen que reservarse para sí mismos sus opiniones y deseos.
La iglesia no debe exigir jamás que un hermano haga algo que viole su conciencia. Pablo dijo:
Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u
ocasión de caer al hermano (Romanos 14.13).
Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a
nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.
Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que
te vituperaban, cayeron sobre mí (Romanos 15.1–3).
Para que la unidad sea una realidad en la práctica, a menudo se requiere hacer concesiones mutuas.
El egoísta jamás podrá experimentar unidad con los demás. Vivirá siempre encerrado en las cuatro
paredes del mundillo de sus exigencias egoístas. No podrá él salir de ese mundo, para tener
verdadera comunión con los demás, y nadie podrá entrar allí para tener verdadera comunión
con él.
Se trata de una unidad práctica, la cual se origina en el esfuerzo que hace cada miembro del cuerpo
de Cristo, por considerar a su hermano o a su hermana con amor y bondad. El cristiano debe ser
menos exigente en cuanto a sus opiniones y deseos. Se abstendrá de hacer cualquier
cosa que nazca del egoísmo o de la vanagloria, y en lugar de ello ha de considerar, humildemente, a
los demás como superiores a él mismo (Filipenses 2.3).
Debe abstenerse de mirar por lo suyo propio; y mirará por lo de los otros (Filipenses 2.4). Al vivir
así, estará mostrando, de modo singular, el sentir de Cristo (Filipenses 2.5–8).
CONCLUSIÓN
El cuerpo de Cristo ha de caracterizarse, por lo tanto, por la unidad.
Esta unidad es de carácter triple: los cristianos están unidos:
1.- por formar un sólo cuerpo,
2.- por creer en una sola enseñanza …y
3.- por tratarse entre sí con consideración en su vida cotidiana.
Se trata de la unidad que se produce por la gracia de Dios, cuando los nuevos cristianos llegan a
formar parte de Su cuerpo. Se preserva y se experimenta por medio del compromiso que adquiere la
totalidad del cuerpo con las enseñanzas de las Escrituras. La unidad es una realidad en la iglesia
cuando todos y cada uno de los miembros se preocupan por la vida espiritual de sus semejantes
cristianos. Dios se ha propuesto subsanar toda la escandalosa discordia que hay en el mundo,
mediante la realidad de la armonía que se puede hallar en Cristo: «Por cuanto agradó al Padre que
en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están
en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz»
(Colosenses 1.19–20). Cristo nos llama, mediante Su evangelio, a esta unidad que hay en Su
cuerpo. Dios la planeó (Efesios
3.6), Cristo oró por ella e hizo lo necesario para que fuese posible (Juan 17.21; Efesios 2.16), Pablo
rogó por ella (1 Corintios 1.10), y el Espíritu la realiza (Efesios 4.1–6).
¿No deberíamos aceptar esta unidad mediante el recibir la bendición que ella significa y el vivir en
ella?
1. ¿Por qué es agradable y buena la unidad en Cristo?
2. ¿Qué ruego especial hizo Cristo por Su iglesia, cuando oró la noche anterior a Su crucifixión?
(Vea Juan 17.21–24.)
3. Comente sobre el ruego que hace Pablo por la unidad en 1 Corintios 1.10.
4. Explique la unidad que tiene la iglesia de Cristo al ser un solo cuerpo.
5. ¿Cuándo es que la unidad de la iglesia se le otorga a la persona que llega a formar parte de la
iglesia?
6. Defina la unidad que tiene la iglesia en la enseñanza. ¿Cuál es la diferencia entre la unidad que se
tiene por ser un solo cuerpo y la que se tiene por observar una misma
enseñanza?
7. ¿Qué relación hay entre la unidad y la sumisión a la voluntad de Cristo?
8. ¿Cuál es la diferencia entre la unidad que se tiene por observar una misma enseñanza y la que se
manifiesta en la vida cotidiana?
9. ¿Cuáles son algunos pasos que los cristianos deben a veces dar para preservar la unidad práctica
de la iglesia?

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La unidad de la iglesia

  • 1. La unidad de la iglesia T.B. Larimore, un predicador del evangelio, cuyo espíritu de mansedumbre y cristianismo era reconocido por todos los que le conocían, ilustraba la unidad familiar de la iglesia de Cristo con lo que dice Salmos 133.1: «¡Mirad cuán bueno y cuán [agradable] es habitar los hermanos juntos en armonía!». Decía que algunas cosas son buenas; pero no agradables. Por ejemplo, una cirugía para extirpar un crecimiento canceroso le salva la vida a uno y por ello es buena; pero no agradable para el paciente. Decía, además, que lo contrario también se da, es decir, que algunas cosas son agradables; pero no buenas. La recreación es agradable y se disfruta de ella en ocasiones especiales; sin embargo, la continua recreación sería disolución. Por último, el hermano Larrimore hacía notar que pocas cosas hay en este mundo, que se las pueda considerar buenas y, a la vez, agradables; es decir, cosas que sean verdaderamente beneficiosas para nosotros, y que al mismo tiempo se disfrute de ellas al experimentarlas. La conclusión a la cual llegó, es que ambas cualidades se encuentran en la unidad de Cristo, en los hermanos que moran juntos en armonía.1 ¿Quién de nosotros se atrevería a estar en desacuerdo con T.B. Larimore? Según el Nuevo Testamento, la unidad en Cristo no sólo es buena y agradable para nosotros, sino que, aún más importante, es buena y agradable para Dios. Justo antes de que Jesús fuera traicionado y entregado en mano de hombres inicuos, en la noche más oscura de la historia de la humanidad, Él oró por la unidad de aquellos que creerían en Él en el futuro. Esto fue lo que pidió en oración a Su Padre: «Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Juan 17.20–21). Si a usted lo tuvieran programando para ser ejecutado el día de mañana, y se arrodillara a orar esta noche, ¿qué diría en oración? ¿Pediría que se le cumplieran sueños triviales, sin importancia? ¿No oraría, más bien, pidiendo para usted la más soñada e importante de las aspiraciones del mundo? Cuando leemos la oración en la que Cristo rogó por la unidad, la noche antes de ser crucificado ¿seremos capaces de apreciar cuánto valoró Él tal unidad? La unidad de los creyentes debió de haber sido el más acariciado e importante de los anhelos del corazón de Jesús; de lo contrario, no hubiera orado pidiendo por ella la noche anterior a Su muerte. Cuando Pablo le escribió a la terriblemente dividida iglesia que estaba en Corinto, la cual adolecía de numerosos problemas y debilidades, comenzó por hacerles un vehemente llamado a la unidad: «Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer» (1 Corintios 1.10). En los tiempos que Pablo les escribió a los corintios, entre el 54 y el 56 d.C., no existían las sectas. La única iglesia que existía era la iglesia del Señor, y Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, les decía a los miembros de la iglesia de Dios que estaba en Corinto, que habitaran juntos en unidad. Hay que notar que no solamente rogó por esta unidad, sino que rogó por ella en el nombre mismo de Jesucristo. Echémosle una mirada a la unidad de la iglesia con mayor detalle. De los dos pasajes ya citados, se desprende, obviamente, que la iglesia de Cristo ha de distinguirse por una hermosa unidad, pero, ¿qué clase de unidad es la que debe tener? ¿Cuáles son las características de ella? Un
  • 2. entendimiento más claro de esta unidad por la que Jesús oró, debería ayudarnos a tener una comprensión más profunda de la iglesia en sí. UNIDAD POR LLEGAR A SER PARTE DE UN CUERPO En primer lugar, tratemos de entender la unidad que Dios le da al cuerpo de Cristo; unidad que hace que este cuerpo sea un solo pueblo. El Nuevo Testamento habla de una unidad que resulta naturalmente del hecho de estar en Cristo, y que es, además, el fundamento de esta relación. Esta unidad ocurre por la gracia de Dios cuando uno llega a formar parte del cuerpo de Cristo. Cualquiera que verdaderamente haya llegado a ser miembro del cuerpo de Cristo, ha sido bendecido con esta unidad. Las dos comunidades más importantes en que se dividía el mundo del Nuevo Testamento, eran la gentil y la judía. La brecha que separaba a estos dos grupos era tan amplia como cualquiera que podría existir entre dos razas de hoy día. A pesar de ello, Pablo afirmaba que los judíos y los gentiles habían llegado a ser uno en Cristo: Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, (Efesios 2.14). “para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (Efe. 2.15–16) Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gálatas 3.28). Cristo, por medio de Su muerte en la cruz, ha hecho de todos los pueblos que vienen a Él, uno solo, independientemente de los antecedentes y de la raza de ellos. Los judíos y los gentiles, dos razas distintas, fueron creadas otra vez para formar una nueva raza de hombres, a los cuales se les ha llamado cristianos. Cristo no hizo gentiles a los judíos, ni judíos a los gentiles. Él no elevó al gentil a la posición de privilegio que ocupa el judío; y tampoco rebajó al judío a la posición del gentil. Elevó a los dos, al judío y al gentil, a una posición celestial en Cristo, la cual trasciende todo privilegio o posición que se les haya prometido, o haya poseído alguno de los dos. El judío había de olvidar que era judío, y el gentil, que era gentil. Lo mismo ocurre en la iglesia de hoy día. Lo único que debe ocupar la mente de cada persona es su identidad en Cristo. Cristo es el Salvador y el Señor de todos los cristianos. En esta divina unidad, toda diferencia nacional, racial, social y familiar, es eliminada. Por medio de Cristo, las personas son reconciliadas —o unidas nuevamente— con Dios (Colosenses 1.20). También, por medio de la reconciliación, los cristianos son reconciliados entre sí y están siendo «edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Efesios 2.22). Para que una persona pueda ser unida con otra, las dos deben ser unidas, primero, con Dios. La historia de la humanidad está repleta de ejemplos de pueblos, tales como los normandos y los sajones, los cuales estuvieron continuamente en guerra el uno contra el otro. La hostilidad y el odio era lo que perpetuamente los caracterizaba. Con el paso de los siglos, no obstante, tales pueblos llegaron a mezclarse y se dieron entre ellos casamientos, hasta que, pasado un tiempo, las dos
  • 3. comunidades llegaron a ser una sola. Así, las naciones separadas, como comunidades con características propias, dejaban de existir. Las guerras, por supuesto, terminaban, pues cesaba la división que había entre ellas. El entremezclado de las dos comunidades producía una nueva comunidad de personas que se amaban y se respetaban unas a otras. De modo parecido, en Cristo son derribadas todas las divisiones y barreras humanas; un nuevo cuerpo de personas es creado por la maravillosa gracia de Dios. En su cuerpo, la gente ya no ve judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni rico ni pobre, ni hombre ni mujer, ni blanco ni negro. Los cristianos sólo ven que todos son «uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3.28b). Para entender la unidad que hay en Cristo debemos, pues, conocer primero acerca de la unidad con que los cristianos son bendecidos cuando entran en Su cuerpo. Es apropiado e, incluso necesario, decirles a los nuevos cristianos, cuando entran en el cuerpo de Cristo, que ahora son uno con todos los demás miembros de Su cuerpo. La iglesia debe pensar y actuar en consonancia con esta verdad. Dejan de tener importancia los rangos, las barreras, las divisiones y las tribus, cuando se forma parte del cuerpo de Cristo. Todos los miembros han llegado a ser uno con Cristo y uno entre ellos. UNIDAD EN LO QUE SE ENSEÑA En segundo lugar, en Cristo hay unidad en la enseñanza. Es una unidad que, aunque el Espíritu Santo la da cuando las personas entran en el cuerpo de Cristo; es mantenida por la obediencia de cada miembro a las enseñanzas de las Escrituras. A los cristianos los une el hecho de seguir una misma enseñanza y tener una misma fe. Lejos está el cuerpo de Cristo de ser una agrupación de personas a las que guíen creencias infundadas acerca de Dios, y vagas especulaciones acerca de la vida. Los miembros de Su cuerpo están unidos por la divina revelación que Dios hizo de la verdad. Cuando Pablo se refirió a la unidad de la iglesia de Cristo, instó a los cristianos a preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Mencionó siete «unos», los cuales constituyen el fundamento de enseñanzas que mantiene la unidad del cuerpo de Cristo. Dijo: «[Hay] un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos» (Efesios 4.4–6). El cuerpo al cual se refiere es el cuerpo espiritual de Cristo, la iglesia (Efesios 1.22–23). El Espíritu del que habla, es el tercer miembro de la Deidad, quien nos dio la revelación de las Escrituras. Cuando habla de «una misma esperanza», se está refiriendo a la esperanza eterna que ha sido sembrada en el corazón de todo cristiano por medio del evangelio (Colosenses 1.23). Cuando dice «un Señor», es de Cristo, el Hijo del Dios viviente, de quien está hablando; el Único que murió por nuestros pecados y que fue resucitado para nuestra justificación. También habla de «una fe», la cual es la creencia en Cristo y en Su palabra, la fe que viene por oír el testimonio de las Escrituras (Romanos 10.17). Cuando dice «un bautismo», se trata del mismo bautismo que Cristo ordena en la gran comisión y que seguirá vigente hasta el fin de la era cristiana (Mateo 28.19–20). Aquel al que llama «un Dios» es, por supuesto, el Dios eterno, el Creador y Sustentador de la tierra, el único y verdadero Dios viviente. R.C. Bell, hablando acerca de los siete «unos», dijo: «Ante estos hechos definitivos e inalterables, sólo cabe una de dos respuestas: o se los repudia; o se los acepta. No hay otra reacción posible; no se podrá autodenominar cristiano el hombre que rechace uno solo de ellos».
  • 4. Una cosa es la unión; y otra, la unidad. La unión bien puede lograrse por la fuerza; pero la unidad, sólo en la devoción puede hallarse. La unión puede crearse atando con cuerdas a una persona con otra; pero la unidad, sólo se produce cuando los corazones son atados con la fe y el amor. Las personas que están divididas por su manera de pensar y su voluntad, bien pueden experimentar cierto grado de unión; sin embargo, la única manera de lograr plena convivencia en un mismo parecer, es mediante el hablar las mismas verdades y el adoptar todos un mismo pensamiento y criterio. Pablo no se limitó a rogar por la unidad en 1 Corintios 1.10; sino que fue más allá y precisó la clase de unidad por la cual rogó: una unidad que les permitiera hablar una sola cosa; una unidad completa, en la que no hubiera divisiones, y en la que todos fueran de una misma mente y un mismo parecer. Es la clase de unidad que se produce mediante la sumisión a la voluntad de Cristo. Según se narra en Hechos 2, el día que la iglesia fue establecida, todas y cada una de las personas convertidas se sometieron al mensaje del Espíritu que presentaron hombres inspirados. Esta sumisión dio como resultado una unidad cuyo fundamento lo constituía el hecho de que todos tenían una misma fe en la enseñanza dada por Dios: «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles […]. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas» (Hechos 2.42– 44). Precisamente porque buscaba reforzar tal unidad, Pablo les escribió a los hermanos que estaban en Filipos: «Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa» (Filipenses 3.16). UNIDAD EN LA VIDA DIARIA En tercer lugar, la unidad debe observarse en la vida cotidiana del cuerpo de Cristo. La unidad que da el Espíritu Santo cuando formamos parte de Cristo, es preservada, no sólo mediante la obediencia de cada miembro a las llanas enseñanzas de las Escrituras, sino también, mediante la adopción, por parte de cada miembro, de un enfoque práctico, de sentido común, al convivir juntos en un sólo acuerdo en Cristo. Pablo exhortó a los hermanos filipenses a convivir juntos en amor y armonía. Les dijo: «Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa» (Filipenses 2.2). Más adelante dijo: «Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor» (Filipenses 4.2). Para aplicar estos versículos es necesario que cada miembro del cuerpo de Cristo viva según las enseñanzas de la Biblia. Para preservar la unidad los cristianos, a veces, tienen que reservarse para sí mismos sus opiniones y deseos. La iglesia no debe exigir jamás que un hermano haga algo que viole su conciencia. Pablo dijo: Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano (Romanos 14.13). Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí (Romanos 15.1–3). Para que la unidad sea una realidad en la práctica, a menudo se requiere hacer concesiones mutuas. El egoísta jamás podrá experimentar unidad con los demás. Vivirá siempre encerrado en las cuatro paredes del mundillo de sus exigencias egoístas. No podrá él salir de ese mundo, para tener verdadera comunión con los demás, y nadie podrá entrar allí para tener verdadera comunión con él.
  • 5. Se trata de una unidad práctica, la cual se origina en el esfuerzo que hace cada miembro del cuerpo de Cristo, por considerar a su hermano o a su hermana con amor y bondad. El cristiano debe ser menos exigente en cuanto a sus opiniones y deseos. Se abstendrá de hacer cualquier cosa que nazca del egoísmo o de la vanagloria, y en lugar de ello ha de considerar, humildemente, a los demás como superiores a él mismo (Filipenses 2.3). Debe abstenerse de mirar por lo suyo propio; y mirará por lo de los otros (Filipenses 2.4). Al vivir así, estará mostrando, de modo singular, el sentir de Cristo (Filipenses 2.5–8). CONCLUSIÓN El cuerpo de Cristo ha de caracterizarse, por lo tanto, por la unidad. Esta unidad es de carácter triple: los cristianos están unidos: 1.- por formar un sólo cuerpo, 2.- por creer en una sola enseñanza …y 3.- por tratarse entre sí con consideración en su vida cotidiana. Se trata de la unidad que se produce por la gracia de Dios, cuando los nuevos cristianos llegan a formar parte de Su cuerpo. Se preserva y se experimenta por medio del compromiso que adquiere la totalidad del cuerpo con las enseñanzas de las Escrituras. La unidad es una realidad en la iglesia cuando todos y cada uno de los miembros se preocupan por la vida espiritual de sus semejantes cristianos. Dios se ha propuesto subsanar toda la escandalosa discordia que hay en el mundo, mediante la realidad de la armonía que se puede hallar en Cristo: «Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz» (Colosenses 1.19–20). Cristo nos llama, mediante Su evangelio, a esta unidad que hay en Su cuerpo. Dios la planeó (Efesios 3.6), Cristo oró por ella e hizo lo necesario para que fuese posible (Juan 17.21; Efesios 2.16), Pablo rogó por ella (1 Corintios 1.10), y el Espíritu la realiza (Efesios 4.1–6). ¿No deberíamos aceptar esta unidad mediante el recibir la bendición que ella significa y el vivir en ella? 1. ¿Por qué es agradable y buena la unidad en Cristo? 2. ¿Qué ruego especial hizo Cristo por Su iglesia, cuando oró la noche anterior a Su crucifixión? (Vea Juan 17.21–24.) 3. Comente sobre el ruego que hace Pablo por la unidad en 1 Corintios 1.10. 4. Explique la unidad que tiene la iglesia de Cristo al ser un solo cuerpo. 5. ¿Cuándo es que la unidad de la iglesia se le otorga a la persona que llega a formar parte de la iglesia? 6. Defina la unidad que tiene la iglesia en la enseñanza. ¿Cuál es la diferencia entre la unidad que se tiene por ser un solo cuerpo y la que se tiene por observar una misma enseñanza? 7. ¿Qué relación hay entre la unidad y la sumisión a la voluntad de Cristo? 8. ¿Cuál es la diferencia entre la unidad que se tiene por observar una misma enseñanza y la que se manifiesta en la vida cotidiana? 9. ¿Cuáles son algunos pasos que los cristianos deben a veces dar para preservar la unidad práctica de la iglesia?