1. LA IGLESIA 1/4
UN MISTERIO DE FE
La realidad mistérica de la Iglesia posee una peculiar complejidad puesto
que la Iglesia, al igual que Jesucristo, del que es la prolongación histórica, es
una realidad divina y humana a la vez. En cuanto realidad divina la Iglesia nace
de la Trinidad, es santa y santificadora, es seno maternal y redil donde las
ovejas son acogidas, curadas, restauradas y santificadas. En cuanto realidad
humana la Iglesia nace de la agrupación de unos hombres que no son santos,
sino pecadores que van siendo santificados: es una fraternidad, un pueblo, un
rebaño. Atendiendo al primer aspecto la Iglesia viene sólo de Dios, es santa,
pura e inmaculada, sin mancha ni arruga (Ef 5, 27), es la Trinidad misma
invitando a su mesa: el lugar libre en el icono de Rublev. Atendiendo al
segundo aspecto la Iglesia es la oveja perdida que el Buen Pastor carga sobre
su espalda, la esposa siempre frágil que él no cesa de arrancar de su
prostitución espiritual y de purificar. Es un tesoro llevado en vasos de barro (2
Co 4, 7). El misterio de la Iglesia comporta, indisolublemente unidos, ambos
aspectos. Y aquí también valen las palabras del Señor: que no separe el
hombre lo que Dios ha unido (Mt 19, 6). Por eso los Padres de la Iglesia hablan
de ella como de la "casta meretrix": Soy negra pero hermosa (Ct 1, 5).
Al ser la Iglesia un misterio, no hay ningún concepto, ni ningún conjunto
de conceptos, que pueda expresar adecuadamente su esencia. De ahí que
sólo sea posible describir el misterio de la Iglesia con la ayuda de diferentes
imágenes que se corrigen, se complementan y se iluminan entre sí: pueblo de
Dios, plantación y heredad de Dios, grey, edificio, templo, casa de Dios, familia
de Dios; Iglesia de Jesucristo, cuerpo de Cristo, esposa de Cristo, templo del
Espíritu Santo etc.(cfr. Lumen Gentium 6). En el Nuevo testamento
encontramos alrededor de unas ochenta imágenes de la Iglesia, de las que el
concilio Vaticano II utiliza unas treinta y cinco. De todas ellas hay tres que nos
remiten a lo que de más profundo encontramos en la Iglesia, al misterio
trinitario. Son estas tres: "Pueblo de Dios", "Cuerpo de Cristo" y "Templo del
Espíritu".
PUEBLO DE DIOS
La descripción de la Iglesia como Pueblo de Dios pone de relieve el
hecho de que la salvación no se entrega a cada uno por separado, sino a una
comunidad, a un pueblo, en el que el individuo es recibido y acogido para poder
participar personalmente de la acción salvadora de Dios. Subraya también que
la Iglesia existe antes que el individuo: éste es aceptado y cuidado por ella.
Pero se trata del pueblo de Dios, es decir, del pueblo que Dios crea,
mediante su elección, llamando a hombres de todos los pueblos de la tierra,
según el misterioso designio de amor del Padre (Ef 1,3-6).
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Lo determinante en este pueblo no es una raza ni una cultura humana, ni
.una historia común puramente humana, sino la elección de Dios y la historia
que esa elección crea entre quienes acogen su llamada. Por eso no se
pertenece a la Iglesia en virtud del- nacimiento o de la nacionalidad o de la
cultura, sino de la libre acogida del don de Dios: es la fe y el bautismo quienes
nos hacen miembros de ese pueblo. Ni tampoco se trata de un pueblo que trata
de imponerse y afirmarse en el concierto de los demás pueblos como un
pueblo más, puesto que su razón de ser no es la afirmación de sí mismo, sino
el testimonio de una Alianza que nace de Dios -Él nos eligió en la persona de
Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables
ante Él por el amor (Ef 1,4)-, la proclamación de sus maravillas -vosotros sois
linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar
las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz (1
Pe 2,9)- y el anuncio de la salvación que se nos ha dado en Cristo -Id por todo
el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación (Mc 16,15).
En cuanto signo e instrumento de la salvación de Dios ofrecida a toda la
humanidad, la Iglesia es un pueblo siempre en camino, que mientras ofrece la
salvación de Dios, realizada en Cristo, a todos los hombres, vive en la
esperanza de la gloriosa venida de Nuestro Señor Jesucristo. Su estar aquí en
id tierra es un estar provisional, caracterizado por el peregrinar y el exilio, sin
morada fiia, esperando nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la
justicia (2 Pe 3, 13). Pues la apariencia de este mundo pasa (1 Co 7, 31) y
nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como salvador al
Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en cuerpo
glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a si todas las
cosas (Fp 3, 20-21).
CUERPO DE CRISTO
Que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo significa que entre Cristo y la
Iglesia existe una vinculación orgánica, es decir, que la Iglesia no es la mera
agrupación de los seguidores extrínsecos de un Maestro, sino que entre cada
uno de los creyentes y Cristo existe una unión íntima, espiritual, ontológica, y
no simplemente jurídica, social o moral: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo? (1 Co 6,15). La relación que existe entre el cuerpo
resucitado de Cristo y su cuerpo eclesial es una relación intrínseca e
indisoluble, ya que el cuerpo glorioso de Cristo es la fuente del cuerpo eclesial,
al cual comunica su propia vida y en el cual se extiende y se prolonga: Cabeza
suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en
todo (Ef 1, 22-23).
Así pues la unidad existente entre Cristo y la Iglesia es una unidad vital,
operada por el Espíritu Santo en el bautismo -porque en un solo Espíritu hemos
sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo (1 Co 12,13)- y
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alimentada en la eucaristía: La copa de bendición que bendecimos ¿no es
acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es
comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos un solo pan y
un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (1 Co 10, 16-
17). La participación común del cuerpo de Cristo, muerto y resucitado, hace
que la unión de los cristianos entre sí y con Cristo, sea la unión propia de "un
solo cuerpo", del cual Cristo es la Cabeza: Él es también la Cabeza del Cuerpo,
de la Iglesia (Col 1, 18).
Una primera consecuencia de este hecho es que cada vez que Cristo se
hace presente en la eucaristía de la Iglesia local, se hacen también presentes
con Él todos los miembros de su Cuerpo. De ahí que recibir y unirse a Cristo en
la eucaristía comporte el recibir y unirse también a todos sus miembros, es
decir, a todos los cristianos. Y por eso en cada eucaristía, de un modo invisible
pero real, está presente toda la Iglesia. Incluso hay más: al hacerse presente
Cristo como Cabeza del Cuerpo, se hacen presentes todos los que "están con
Él": su Santa Madre, los ángeles y los santos y justos de todos los tiempos. La
eucaristía es, así, no sólo memorial de la muerte y resurrección del Señor, sino
también anticipación escatológica, "memorial" del tiempo futuro, -"nos
acordamos de lo que vendrá"-, participación en la liturgia celestial, de la que
cantamos el Santo que entonan los serafines según Isaías 6, 2-3.
Una segunda consecuencia de este hecho es la ética que de él se
desprende y que configura el obrar cristiano en un doble sentido: como
solidaridad ineludible entre todos los miembros del Cuerpo y como necesaria
conciencia de ser tan sólo "un miembro" de la totalidad del Cuerpo. Muchos
son los miembros, más uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: "¡No
te necesito!". Ni la cabeza a los pies: "¡No os necesito!" (...) Si sufre un
miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los
demás toman parte en su gozo (1 Co 12, 21 y 26). De ahí que la caridad sea la
ley suprema que gobierna la vida de este Cuerpo, tanto en el sentido de que
ella nos obliga a la solidaridad, como en el sentido de que ella relativiza todos
los carismas que el Espíritu concede a los diferentes miembros del Cuerpo,
obligándoles a ser ejercidos de tal manera que todo sea para la edificación del
único cuerpo (1 Co 14, 26).
TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO
Las tres imágenes trinitarias no sólo se complementan sino que se inter-
penetran, de tal manera que hay que afirmar que porque el pueblo de Dios es
obra del Espíritu Santo constituye un cuerpo. En la tercera plegaria eucarística
pedimos que llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un
solo espíritu. Es, en efecto, el Espíritu Santo quien nos incorpora al cuerpo de
Cristo, pues todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para no formar
más que un cuerpo (1 Co 12,13), hasta el punto de que el que no tiene el
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Espíritu de Cristo, no le pertenece (Rm 8,9). Es tal la vinculación entre el
Espíritu Santo y la Iglesia que los Padres de la Iglesia no temen afirmar que allí
donde está la Iglesia, está el Espíritu de Dios, y allí donde está el Espíritu de
Dios, está la Iglesia y toda gracia (San Ireneo) o que en la misma medida en
que se ama a la Iglesia de Cristo, se posee también el Espíritu Santo (San
Agustín).
"Templo" significa el lugar de la presencia activa de Dios en el mundo.
Describir la Iglesia como "templo de-Dios" significa, pues, definirla como el
lugar donde Dios actúa en la historia, donde Dios se hace presente en medio
de nosotros: Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy
yo en medio de ellos (Mt 18, 20). La Iglesia es así "morada de Dios", lugar
donde Dios se hace presente en medio de los hombres, donde Jesucristo
alcanza de manera concreta la existencia de cada hombre que viene a este
mundo: Maestro, ¿dónde vives?. Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron,
pues, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día (Jn 1, 38-39). La
Iglesia es el lugar donde vive Jesucristo, donde se puede encontrar a
Jesucristo como alguien vivo -y no como un simple recuerdo, o una referencia
meramente ideal para construir un mundo nuevo.
El Espíritu Santo es el que unifica a todos los miembros de la Iglesia
creando entre ellos una unidad tan fuerte como la de "un solo cuerpo", siendo
Él mismo el principio de la unidad de la Iglesia (Unitatis Redintegratio 2). Pero
lo hace diferenciando a cada miembro con un don o unos dones distintos:
admirable constructor de la unidad por la abundancia de sus dones como
proclama la liturgia (Prefacio de la misa por la unidad de los cristianos).
De ahí la súplica constante, invocando el don del Espíritu, que la Iglesia
realiza en cada plegaria eucarística. El símbolo de los apóstoles atribuye la
creación al Padre, la salvación al Hijo y la Iglesia al Espíritu Santo. El Espíritu
Santo es el "alma de la Iglesia" (San Agustín) porque es su principio de vida y
su principio de unidad. "Sin Él la Iglesia sería una simple organización, el
ejercicio de la autoridad una forma de dominio, la misión una propaganda, el
culto una simple evocación y el obrar cristiano una moral de esclavos. Con Él,
en cambio, la Iglesia es expresión de la vida trinitaria, el ejercicio de la
autoridad se hace en ella servicio liberador, la misión se convierte en un
Pentecostés, la liturgia en memorial y anticipación y el obrar cristiano en una
deificación del obrar humano" (I. Hazim).