1. Saber educar: un arte y una vocación.
RAMIRO MARQUES
La escuela se ha convertido en el legado por excelencia para las generaciones,
ese legado más preciado que el mismo oro, aquello que otorga un mejor futuro
a quién se roza con ella, aquello que es lo único que y más valioso en la
formación de una persona.
Es de esperarse que en tal joya se encuentren algunas imperfecciones, eso que
hace su belleza aún más innata, por ejemplo, la igualdad de oportunidades
educativas no consiste en solo conceder a toda la misma cantidad de educación,
sino, sobre todo, en dar la misma calidad de educación o, dicho de otra manera,
la mejor educación para los más aptos es la mejor educación para todos
Se habla de una escuela multiorganizada y multidisciplinar, compuesta de
múltiples componentes y que persiga múltiples finalidades, puede aspirar a estar
al servicio de un proyecto de crecimiento integral de una persona.
La educación formal existe desde que hay comunidades con cierta complejidad
cultural; y la forma de organizar cada comunidad la educación varía con el
tiempo.
Es propio de todas las sociedades organizadas querer conservar y transmitir una
determinada herencia cultural que, por regla general, incluye lo mejor que las
generaciones anteriores fueron produciendo, inventando y descubriendo en
todos los campos del conocimiento y las artes.
La escuela siempre fue un espacio de conservación de creación, en el que
tradición e innovación se cruzan y se dan la mano.
Cuando los sistemas educativos consiguen ese cruce con equilibrio, podemos
afirmar que la escuela está cumpliendo con sus finalidades, y cuando los
sistemas educativos privilegian uno del polo en prejuicio del otro, sea la tradición,
sea la innovación, no es erróneo decir que hay finalidades que no cumple.