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Todo sobre mi padre
3 AM. Un día cualquiera de 1995.
Se escucha a la enésima hoja del block
prepicado volar con destino al basurero, ya
saturado de papeles hechos pelota. El televisor
encendido sintoniza TV Española. Se abre la
puerta y comienza un paseo por el living que
culmina en el patio. Tras una franca
conversación con su perro pastor alemán,
ingresa a la casa, tira unos restos de hielo de su
vaso al lavaplatos. Apaga la TV y pone el CD del
artista que viene la próxima semana a Martes 13:
Poison. Marca con destacador dos de sus hits en
la caja del disco.
La batería de artistas preparados para la
temporada no es menor: todos los humoristas y
varietés que ofrece el mercado, Roxette, Tiffany,
Ace of base, Alain Delon, Fabullosos Cadillacs,
Vanilla Ice, Los Tres, Chayanne, Tito Puente,
Soda Stereo, Technotronic, Nana Mouskouri y
unos extraños españoles llamados Locomía, que
si bien le parecen espantosos, van a marcar. Por
raros.
En los últimos capítulos la competencia ha sido
dura y, pese a las reinvenciones en el formato, el
público está optando por la competencia: Mea Culpa. Ha pensado cambiar de día, pero el nombre del
estelar lo condena a mantenerse en el lugar que ha ocupado por años. Ya había pasado algo parecido
contra una serie llamada Luz de Luna. Lo mismo con un estúpido marciano en una familia de clase media
norteamericana de nombre Alf, que pese a lo ridículo, le provocaba cierta simpatía.
Es sábado y sabe que mañana viene la fase final de la rutina semanal de creación del programa: sentarse de
madrugada con su mujer a diseñar y escribir tarjeta por tarjeta, a mano, los que serán los textos de los
animadores en pantalla. Esto, claro, luego de ir al estadio a ver a la UC, almorzar empanadas de pino y por
la noche hacer un asado junto a toda su familia.
Pese a los tiempos que se viven, cuenta con el respaldo de su jefe, don Eleodoro, para lo que son sus
próximos proyectos al aire. Un programa de conversación para los días lunes y otro con el posible nombre
"Conversábado con Raúl Alcaíno". No es un buen nombre, pero confía que se le ocurrirá algo mejor.
Intentando meter el menor ruido posible con la llave en la cerradura, llego de una fiesta. La luz de su
escritorio está encendida, pese a la hora, como de costumbre.
"¿Eduardo?", pregunta teniendo claro que soy yo.
Conversamos un rato. En ese entonces tenía una fijación con el Canal Rock and Pop, donde militaban
muchos de sus más talentosos alumnos (los que no se había llevado a su equipo). Me pregunta por Locomía.
Nos reímos.
Repasamos en 3 minutos mi vida reciente: qué estoy haciendo, qué pienso hacer en las vacaciones, cómo
me va en el colegio, si he subido las notas en los ramos desastre (más de uno), si me alcanza la mesada
(aunque no pensaba subírmela), cómo estoy preparando la Prueba de Aptitud, las observaciones que tenía
subrayadas sobre el boletín que editaba mensualmente en mi colegio, si traigo olor a pucho, cómo va la
relación con mi polola, lo bien (o mal) que me queda la polera que tengo puesta, lo que pienso estudiar, un
beso y chao.
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Generalmente los encuentros con mi padre se daban en estos insólitos espacios del día.
A veces también por las mañanas, pero ahí había que tener cuidado. Al despertar era muy amable y
divertido, pero la ducha ya lo conectaba con su quehacer diario y convenía no meterse en su camino.
Y créanme, si decidía que una camisa no le gustaba porque le picaba la etiqueta o un pantalón parecía
tener una mancha rara en alguna parte, no se lo iba a poner.
Así era en sus decisiones. Costaba que cambiara de opinión y su primera reacción a un cambio de planes
era casi siempre negativa. Especialmente en las situaciones que se escapaban de su control. Odiaba los
temblores y terremotos, por ejemplo. Conocida fue en Canal 13 su insólita maniobra de emergencia: saltar
por la ventana de un tercer piso a las plantas. O los aviones. Odiaba volar, pese a que lo hacía al menos tres
veces al año. En los viejos tiempos en que se fumaba en la parte trasera de la cabina, montaba un bar con
los otros pasajeros, para terminar convenciendo al piloto de aterrizar supervisando la maniobra sentado en
el asiento del sobrecargo.
No le importaba lo tortuoso que fuese quedarse en la oficina hasta que saliesen ideas, nadie se paraba de
ahí hasta que en la pizarra el programa fuese convincente. Durante las vacaciones, en el lugar del planeta
que estuviéramos, se las arreglaba para tener la última tecnología en comunicaciones para supervisar.
Pasamos del télex a los celulares del tamaño de un refrigerador. Amaba la innovación y las posibilidades
que daban los avances.
Como el 69, cuando fue uno de los fundadores de TVN. O cuando tiró al aire el mítico comercial "1984" en
que presentaban el computador Apple Macintosh en Chile a la mitad de un programa. O los primeros
experimentos de televisión 3D (¿recuerdan esos anteojos negros y blancos que había que comprar en una
bomba?), o cuando transmitieron en estéreo a través de una radio para lograr ser uno de los primeros
programas de la tv iberoamericana en incorporar la nueva norma de sonido a los televisores.
Todo siempre al servicio de lo que más le importaba en la pega: el público, con el que tenía un contacto y
respeto extrañísimo, mezcla entre tendencias internacionales, intuición y talento.
Por eso la crítica siempre le molestó. No podía comprender a estas personas que nunca habían hecho nada
en el medio y desde su trono influían sobe lo "bueno y malo". En las encuestas nadie decía que le gustase
Viva el Lunes. Era un programa de 40 puntos que nadie asumía ver y eso, para él, fue causa del doble
estándar de los medios. Golpeaban sin piedad el programa, pero, bueno, era número uno hace 5 años en
todas sus emisiones y llenaba de noticias sus páginas.
Siempre tuvo esa confusa relación con la prensa. Los veía como colegas, gente necesaria para
promocionar su trabajo, pero no era dado a las entrevistas
Y por tormentoso que suene todo esto, lo disfrutaba. Lo pasaba bien en esta frecuencia, la misma con que
llevaba su vida personal.
Nada era sencillo. Si yo quería un pájaro, podíamos viajar hasta Tacna buscando el pájaro perfecto.
Sabíamos donde partía un veraneo, nunca donde terminaba. Un Día de la Madre pasaba de ser un almuerzo
familiar a un megaevento. La Navidad era un espectáculo. No quedó nunca nadie fuera. Debíamos encerar
el 25 la casa completa desde las 8 de la mañana para que todo estuviese perfecto, como debía ser.
Pero no sólo se hacía cargo de nosotros, sino de toda la gente que, por algún motivo, lograba ingresar a uno
de sus círculos de confianza.
Durante una época llegaban a mi casa los personajes más insólitos a pedir su consejo, como si se tratara de
un chamán al que visitan de todas las tribus: políticos, gente ligada al fútbol, personalidades de todos los
canales, amigos ni tan cercanos contándole sus separaciones o problemas con sus hijos. Lo que querían
era saber qué pensaba al respecto. Con eso se iban felices a sus casas.
Recuerdo, por ejemplo, que mi nana abrió la puerta y al otro lado estaba Michael Jackson. Quedó
congelada. Era el doble, claro, pero su representante no encontró nada mejor que presentarle el
espectáculo en el living de la casa para conocer su opinión.
Vivía inventando negocios inexistentes con sus amigos más cercanos (era de pocos, pero fundamentales)
mientras jugaban dominó, cacho o juegos de frentón infantiles como "adivinen el nombre de la canción", "la
mímica" o bingos que él mismo prolongaba infinitamente.
Era en esos juegos en que uno podía captar un punto fundamental de su ADN: perder no era su fuerte. El
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fracaso no estaba entre las opciones y cuando venía la nube negra había que estar atento, porque no se
dejaba apoyar fácilmente y la tormenta era con rayos, truenos, granizos y uno que otro huracán.
Por eso cuando supo que estaba enfermo, no le creyó a la naturaleza, ni a Dios, ni a las energías, ni a
ninguna fuerza superior que eso le podía pasar a éL.
Pero le pasó. Porque a todos nos puede pasar.
Yo era muy chico cuando le explicaron que tenía una extraña leucemia que no le permitiría vivir mucho
tiempo más (algo así como 4 meses de vida) y él, dándose cuenta de la edad de todos nosotros, pensó: "No.
No me puedo morir". Y no se murió. Logró repactar el crédito en casi 20 años, pero sabía que con eso no
hay plazo que no se cumpla, ni interés que soporte semejante préstamo.
Curiosamente, la conciencia sobre su salud lo hizo alguien más frágil (aunque preocupado de que nadie lo
notara), más sensible, pero también mucho más acelerado por abarcar la vida en toda su inmensidad
AHORA. Había algo dentro de él que lo obligaba a recordar que cada día era un regalo y había que estrujarlo
hasta que no quedase nada pendiente, al lote. Que pasada la tormenta había que disfrutar el sol.
Comenzó a observar todo lo que siempre tuvo a su alrededor desde una perspectiva diferente. A disfrutar
viajar, estar con su gente, reírse mucho más, darse cuenta que no todo era el fin del mundo. Que había otras
cosas importantes, aunque no cedió a su carácter explosivo nunca, algo que sin darse cuenta lo llevó a una
caricatura de monstruosidad por sus detractores y que fue captado con mucho humor por Andrés Rillón en
Mediomundo.
Pero nada de eso le importaba mucho.
Estaba en otra. De hecho, empezó a ver su propia vida desde otro ángulo.
Los recuerdos que invadían las paredes de mi casa comenzaron a tomar otro matiz. De nombres y fechas a
un legado que debíamos conocer detalladamente.
Recordaba a su abuelo Francisco, inmigrante español llegado desde Santander, admiraba los logros de su
padre Nemesio como fundador de la Falange Nacional y el Club Deportivo Universidad Católica pero, por
sobre todo, el aguante de su madre en los tiempos difíciles. A ella la respetaba profundamente con su
carácter tosco y un sentido del humor que a algunos les hacía perder la paciencia. Un humor parecido al de
él, que rozaba con lo absurdo e infantil.
Alucinaba con España, su cultura y costumbres. Siguió desde siempre con profundo interés el mundo
político. De hecho, siempre sospeché que si no hubiese sido porque le encantaba su pega, se hubiese
metido en política. Pese a estudiar en la Chile, escuela en la que tuvo un protagonismo insólito para un
alumno, dio la vida por la UC como institución. Trabajó en su canal, pero especialmente en el club deportivo
donde fue dirigente y (creo) nunca dejó de ir al estadio o al menos escuchar todos los partidos por una
radio AM de espantoso sonido en el auto, la piscina, la ducha o donde fuese necesario.
Debe haber sido para él una tremenda frustración que el fútbol me pareciera aburrido, porque de que le
hizo empeño, se lo hizo. Conocí cada uno de los estadios de Chile, participé de la inauguración de San
Carlos de Apoquindo, conocí a Gorosito, Reinoso, Acosta, Tupper, Tudor, Lepe, pero nunca fui un niño
bueno para la pelota.
De hecho, estando inscrito en los talleres de Ucelandia, Nestor Isella se le acercó y le dijo "Gonzalo, sacá al
niño, este es... no sé... un poeta o algo, pero aquí no pasa nada".
Y así, cuando decidí estudiar literatura en Blas Cañas, ni chistó. Sólo me recomendó ser el mejor. Y fui
pésimo, así que me ayudó a encontrar una carrera más cercana a mis intereses. De inmediato me acerqué a
las comunicaciones, pese al miedo gigantesco que le daba que trabajáramos en lo mismo y a que sufriera el
rigor de "el hijo de...".
Yo ni me lo cuestioné. No pensaba mucho en el futuro a los 19.
Ahora, claro, soy mucho más consciente y agradecido.
Agradecido que al final haya aprendido a apoyarse en todos tanto como apoyó en su momento a todos. A
tener mi espacio de hijo en su histérica agenda. A permitir que su mujer pudiese ver su lado optimista /
soleado en sus buenos momentos y pesimista / nublado en los malos. A abrirles la puerta a los cercanos, a
mis hermanos y sus hermanas y compartir la desgracia igual como compartió su éxito. A todo lo que se
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apuró en aprender para poder entregarlo a tiempo a los suyos.
Si ustedes creen que mi padre fue una persona gravitante en la TV, no se pueden imaginar cómo lo fue para
la familia, sus amigos, su equipo y, en general, todo el que tuviese la suerte de entrar en su universo.
Un universo caótico, vertiginoso, adrenalínico, a ratos plácido, en otros imposible de sobrellevar, pero por
sobre todo, un universo que no se repetiría jamás el día que se fuera y había que aprovechar al máximo.
El último mes he comenzado a hablar con diferentes personas que lo rodearon en lo que quiero transformar
en un libro de conversaciones sobre mi padre. Si bien todos me cuentan historias completamente insólitas,
alucinantes y nubladas en puntos de vista, hay algo que encuentro en todos los testimonios por igual: es
como si nunca se hubiese ido.
Al despertar era muy amable, pero la ducha ya lo conectaba con su quehacer diario y convenía no meterse
en su camino.
"La conciencia sobre su salud lo hizo más frágil, pero más acelerado por abarcar la vida en toda su
inmensidad".
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