1. SEMBLANZA EMPRESARIAL<br />José María Sierra Sierra nació en Girardota Antioquia en 1847. Fue el segundo hijo de una típica familia de campesinos antioqueños: alto grado de consanguinidad entre los padres y más tratándose de blancos, muy católicos, muchos hijos con poca escuela, pero eso sí, muy aficionados a las riñas de gallos, al aguardiente y a los problemas de faldas. Varias actividades ocupaban a los Sierra Sierra: la agricultura, la pequeña ganadería, la arriería y la molienda de caña.<br />Pepe Sierra tuvo su primera parcela a los catorce años debido a la partición de la finca familiar hecha por don Evaristo Sierra entre sus siete hijos. Desde entonces trabajó incansablemente como arriero, agricultor y trapichero. En poco tiempo acumuló lo suficiente para comprarles la tierra a todos sus hermanos, quienes definitivamente terminaron trabajando para él. Desde niño dominó todos los oficios relacionados con la siembra de caña de azúcar, producción y comercialización de la panela. Para lo último organizó en Girardota pequeñas arrierías de caña, melaza y dulce hacia regiones de tierra fría, donde pagaban a buen precio estos productos. El negocio fue tan lucrativo que rápidamente pudo comprar muías y bueyes para formar recuas que conducían carga a Puerto Berrío, oriente, norte y_ nordeste de Antioquia.<br />Cuando tuvo una regular capacidad económica incorporó y extendió a sus fincas el trapiche hidráulico en reemplazo del tradicional trapiche de sangre. La Pelton fue la novedad técnica que revolucionó la industria azucarera de Antioquia, así como el molino de bocartes desarrolló la minería.<br />«Yo no fui del todo pendejo [le dijo a Bernardo Jaramillo]; la panela me dio muchas alas, especialmente cuando después de duras luchas logré aumentar el rendimiento, fui muy constante desde un principio con la agricultura; —hay que sembrar, pero mucho, mucho— repetía con énfasis».<br />El montaje de los trapiches fue seguido de la compra de tierras de cultivo para satisfacer la voracidad de la nueva maquinaria. Además del Zacatín y San Esteban, sus primeras fincas, constituyó paulatinamente las haciendas Barbosa, Potrerito de San Diego, Graciano, Canaán, Llano Grande, Guasimal, El León y Niquía con la compra progresiva de pequeñas y medianas parcelas diseminadas a lo largo de los municipios de Bello», Copacabana, Girardota y Barbosa.<br />UN CAMPESINO MILLONARIO<br />El éxito de su expansión fue rotundo. Pudo demostrar en un medio muy escéptico que las empresas agrícolas o «empresas al sol y al agua» a gran escala, eran un negocio lucrativo en Antioquia. Más adelante se extendió a Medellín e Itagüí, donde por medio de la compra de fincas y lotes conformó las haciendas La Floresta, La América, Guayabal, La Fe y San Pablo.<br />En 1885, aproximadamente, centralizó sus actividades en Medellín. Desde allí empezó a controlar el precio de la panela, la melaza para aguardiente y la vara de tierra en el Valle de Aburra. En 1888 se trasladó a Bogotá y de inmediato puso a funcionar el método con el cual había terminado de enriquecerse en Antioquia: rematar rentas oficiales (licores, degüello de ganado, cuero, sal, etc.) y con las jugosas ganancias que daban, comprar tierras suburbanas. En vista de que en la Sabana de Bogotá y en el resto del altiplano era imposible el cultivo de la caña, desarrolló otro negocio aún más lucrativo y del cual tenía también algún conocimiento: la ganadería. Organizó compañías ganaderas con hacendados locales como Marciano Rozo (de quien don Pepe aprendió los intríngulis de la explotación de fincas lecheras y cerealeras en la Sabana, actividades poco comunes en Antioquia). Además del altiplano, extendió el negocio a tierra caliente (Anapoima y el valle del Magdalena). La marca 2C («Dos Compañeros») la lucían miles de cabezas en verdes y bien cuidados pastizales. En Cundinamarca incursionó con el ganado Holstein, del que ya se habían importado varias cabezas, que propagó con avidez. Quedaba atrás el «blanco orejinegro», hoy prácticamente extinguido en Antioquia y que él mejoró a través de un proceso de rigurosa selección que le tomó varios años: «sepan que éste es el gran ganado para esta tierra [...]. Tiene la ventaja que sirve para todo [...]. No hay como una buena yunta, los bueyes hasta ya viejos dan plata engordándolos»,6 le dijo alguna vez a sus nietos y peones reunidos en un potrero de Girardota. Sus ganados eran en ese entonces tal vez los mejores del país.<br />Su lugar predilecto para invertir en tierra fue el norte de Bogotá. Compró una gran hacienda en Zipaquirá (contigua a la propiedad de la familia de los presidentes Holguín). A ella anexó después la hacienda Tibitó (convertida a veces en su residencia transitoria), uniendo así 3.000 fanegadas que se extendían a lo largo de tres municipios; formó otra en Sopó por medio de la compra de pequeñas parcelas y en Nemocón adquirió otra sin conocerla. Sobre esta última manera de adquirir existe una de las muchas anécdotas protagonizadas por don Pepe. Cuentan que al pasar por un terreno que le gustó, le ordenó al trabajador que lo acompañaba: «averigüeme esa finca para comprarla». Pero el peón le replicó inmediatamente: «para qué, don Pepe, si esa finca es suya». La extensión de sus propiedades era tal que ni él mismo podía dimensionar la magnitud de su imperio particular.<br />Su hacienda más famosa en la Sabana fue El Chicó, hoy completamente urbanizada con los barrios residenciales más valorizados de Bogotá. Cuando la compró pagó un precio muy alto, hecho inspirador del comentario general de los especuladores de propiedad raíz: «Por fin alguien engañó a ese viejo zorro». Pero la explicación de Pepe Sierra fue sencilla y contundente: «[...] Yo compré 300 fanegas a Saíz (por $30.000), pero están situadas en la carrera Séptima». Así se popularizó en Bogotá un famoso proverbio de don Pepe: «La carrera Séptima empieza en la Plaza de Bolívar y termina en el puente del Común». Aquello que entonces era absurdo, es hoy la gran realidad urbanística de Bogotá.<br />Durante su residencia en la capital fundó Sierra Hermanos en compañía de su hermano Apolinar, con quien había tenido negocios de arriería en el viejo Caldas y remate de rentas en el Cauca. Dicha compañía se dedicó básicamente a la ganadería, al cultivo de caña y a la producción de aguardiente. Se montó para ello la gran hacienda San José de Palmira y otras de menor envergadura en Cali y Yumbo. También se hicieron dueños a través de remate de la famosa hacienda Salento, expropiada al ciudadano italiano Ernesto Cerruti, piedra de un escándalo internacional y del rompimiento de relaciones entre Colombia e Italia, como se ilustra en el capítulo sobre Juan Bautista Mainero. Como gran conocedor de la explotación rentable de la tierra, Pepe Sierra no gustaba de los terrenos de ladera o poco fértiles porque obviamente el beneficio que producían era muy bajo a causa del empleo de brazos para su sostenimiento; la ganadería y el cultivo de la caña, por el contrario, requerían pocos trabajadores y producían rápidamente. Quizás en esto radicó su desprecio por el café, al que consideró siempre un «negocio de pobres». Sacó notable beneficio de la introducción, a mediados de siglo XIX, de los pastos de engorde. Fueron famosas las deforestaciones emprendidas por los mayordomos en sus fincas para propagarlos, dado que el carácter extensivo de la ganadería así lo exigía; el cultivo y explotación de la yerba debía hacerse a gran escala, para que el pastoreo fuera eficiente y rentable. Varias son las razones que permiten explicar por qué don Pepe Sierra se convirtió en coleccionista de haciendas. Se debe precisar que las tierras que adquirió eran productivas, de carácter urbano y suburbano o aledañas a las principales vías de acceso o de tráfico entre los centros de consumo del país. En Colombia existió una fuerte tendencia de la población a emplear sus ahorros y utilidades en la compra de tierras para evitar la desvalorización de las fortunas que provocaba la permanente crisis política y económica del país en el siglo XIX. La gran demanda ocasionó un notable aumento del precio de los inmuebles, y más aún si éstos eran productivos y bien situados, es decir, próximos a los centros de consumo. El capital inmovilizado en la tierra estaba libre de los peligros de las frecuentes devaluaciones que asaltaron al país entre 1885 y 1905, y, por el contrario, ofrecía ventajas como la valorización espontánea. Pero en el caso de don Pepe había otro factor que redondeaba el negocio de inversión: la producción. El carácter suburbano de sus propiedades era condición indispensable para tenerlas protegidas de sus enemigos naturales: «chusma», abigeato y saqueos indiscriminados en tiempos de guerras civiles, principales azotes de la agricultura y la ganadería en muchas regiones. Sus productos agropecuarios alcanzaban gran rentabilidad, dada la cercanía a las grandes ciudades.<br />Don Pepe Sierra no llevó su dinero a los bancos, a no ser que fueran suyos, porque a los ajenos nunca les tuvo confianza. Tampoco lo prestó a particulares; lo invirtió en tierra, o lo dio a interés al Estado, porque éstos eran los únicos que en Colombia ofrecían garantías y seguridad a la inversión, a falta de industrias desarrolladas o de un sistema financiero sólido y organizado.8<br />En los negocios agropecuarios sólo incursionó en aquellos sobre los cuales tenía conocimientos suficientes, y de ahí su afición por explotaciones autóctonas de productos con amplio consumo interno (carne, panela, fríjol, maíz, etc.).<br />