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LECTURA:
El acto libre
José Edwards
La Secretaria privada del Señor X, Director General de la Confederación Internacional de la
Producción Universal, entró tímidamente en su privadísimo despacho con una tarjeta en la mano.
Se la entregó balbuceando.
-Es un señor que solicita hablar con Ud.
-¡Que vuelva otro día! ¡Estoy ocupado!
-Es que este señor ha estado viniendo, día a día, desde hace ocho meses, don Alcibíades.
-¡Ah! ¿Sí? ¡Y cómo no me lo había dicho antes! ¿De qué se trata?
-No quiere decir. Asegura que es un asunto privado.
X pensó un poco; luego, botando la tarjeta al canasto sin mirarla, decidió:
-Hágalo entrar.
La verdad era que, en ese momento, no tenía nada que hacer.
Casi al instante apareció un viejito semijorobado, con un inmenso cartapacio debajo del brazo.
Hizo una reverencia y se sentó frente al inaccesible magnate.
-¿En qué puedo servirle? -rugió X con una voz que estaba a punto de dar por terminada la
entrevista.
-En nada.
-¿Cómo en nada?
-Soy yo el que puede servirle a usted; tengo un documento que creo puede interesarle.
En la forma más suave y silenciosa posible, dejó caer un descomunal volumen encima del
escritorio.
X se sacó los anteojos; era un recurso que usaba frecuentemente con el objeto de pulverizar a
sus interlocutores: su mirada miope tenía una expresión a la vez implacable y penetrante.
-¿Cómo así? -bufó.
-En estas páginas está escrita toda la historia de su vida pasada…
-¡Ah! ¡Chantaje! ¡Yo no invierto dinero en ese tipo de cosas!
-…y también la historia de su vida futura.
-¿De mi vida futura? ¿Está usted loco?
Por toda respuesta, el viejito dio vuelta trabajosamente el pesado tomo, colocándoselo de frente.
-Obsérvelo un poco, si gusta -insinuó.
X abrió el libro con avidez, calándose una vez más los anteojos.
-Puede usted estar seguro que no obtendrá un centavo de mi dinero -estableció, mientras se
sumergía voluptuosamente en la lectura.
Hojeó rápidamente las primeras páginas: su niñez, su juventud.
¡Bah! No era difícil informarse de estas cosas con un poco de trabajo. Algunos detalles llegaron
a sorprenderlo, sin embargo, en forma golpeante.
¿Cómo había podido alguien llegar a conocer los juegos y fantasías a que él se entregaba a los
cuatro años, cuando defecaba interminablemente, sentado en su vieja y olvidada bacinica
celeste?
¿Y sus calcomanías? ¿Su sapo de celuloide? ¿Su primera bicicleta? ¡Hasta la marca estaba
indicada con acuciosa precisión!
Lo que más le interesaba, sin embargo, eran otras cosas. Ciertos pormenores indiscretos de
sucesos ocurridos en su juventud y, muy especialmente, después de su juventud. Todo estaba
registrado, por cierto, con lujo de detalles.
En seguida, empezó a hurgar datos referentes a sus negocios: los secretos de su contabilidad.
Después de unos diez o veinte minutos de lectura, su respiración se había hecho difícil y un
sudor tibio le humedecía, en forma desagradable, la frente, el cuello y hasta la barriga. ¡Aquel
libro era una verdadera bomba!
De pronto lo cerró y volvió a sacarse mecánicamente los anteojos, pero se los puso de nuevo
enseguida.
-Su libro no me interesa -declaró enfáticamente, esperando aterrado la reacción de su adversario.
Pero el jorobado viejito no se inmutó, sacando, a modo de réplica, un segundo volumen de su
cartapacio; se trataba de un documento bastante más reducido.
-Aquí puede leer usted un poco de su futuro.
-¿De mi futuro?
-Bueno, tal vez ya ha dejado de serlo. Es la breve historia de lo ocurrido entre usted y yo, desde
que entré a esta oficina.
X abrió el segundo libro, esta vez sin hacer ningún comentario.
Después de leer algunos párrafos, dejó de sudar bruscamente, un frío intenso empezó a recorrer
su cuerpo y, sin poder evitarlo, se puso a temblar como una gallina.
¿Qué significaba todo aquello? ¿Acaso se estaba volviendo loco?
El libro estaba allí, no obstante, sólido y tangible, y las letras se destacaban claramente sobre el
papel. Sus últimas palabras, las que acababa de pronunciar, aparecieron escritas en letras de
molde, como también sus últimos pensamientos, el orden exacto de su reciente lectura, sus
sensaciones aun frescas y hasta la descripción detallada de cómo y cuándo se había quitado y
colocado los anteojos.
Sin saber qué hacer, procedió a soltarse un poco la corbata y, en ese mismo instante, pensó con
horror que este gesto suyo estaría ya escrito, con toda seguridad, en las primeras páginas del
último volumen que el viejo conservaba dentro del cartapacio.
Entonces, se enfureció de golpe. ¿Acaso era posible, después de todo, que él no fuera otra cosa
que un muñeco, un esclavo o un títere, en manos de ese viejo infeliz? ¿Que todos sus actos
pasados, presentes y futuros, estuvieran de antemano ordenados y escritos en ese ridículo
libraco?
Sin pensar qué hacía, se lanzó sobre su anciano visitante, procurando arrebatarle por la fuerza
el último tomo. El viejo se defendió en forma obstinada, produciéndose entre ambos una especie
de pugilato o forcejeo un tanto indecoroso que se prolongó por varios minutos, durante los cuales,
afortunadamente, no sonó el teléfono ni entró nadie a la oficina.
A pesar de su aspecto frágil, el viejo poseía un insospechado caudal de energía física; pero X
era por lo menos veinte años más joven, treinta o cuarenta kilos más pesado y, además, luchaba
por algo que le pertenecía: su futuro, su vida y su libertad. Uno por uno fue torciendo los dedos
del anciano, hasta obligarlo a soltar el pesadísimo volumen.
Por fin, ya triunfante, volvió a sentarse como si nada hubiera ocurrido, dando comienzo a su
tercera y última lectura.
La historia se iniciaba, como lo había sospechado, con el asunto de la corbata. Luego se refería
a la sospecha misma que había cruzado su mente: que aquello ya estaba escrito. Enseguida
consignaba su furia y el acto ciego de arrojarse sobre el viejo.
Después, narraba con increíble fidelidad todos los detalles del silencioso combate, su victoria
final y la iniciación de la lectura.
La página siguiente describía la lectura misma, y la subsiguiente la segunda lectura.
Y así continuó X, página tras página, leyendo la precisa descripción de cómo leía: corbata –
sospecha – furia – pugilato – victoria – lectura – corbata.
Un obscuro instinto le decía que, si abandonaba el libro por un momento, éste empezaría a actuar
por su cuenta, es decir a impartirle órdenes y a dominarlo. Por otra parte, si lo destruía sin leerlo,
quedaría para siempre esclavizado a él: no podría dejar de pensar que, cualquier cosa que
hiciera en el futuro, buena o mala, disparatada o sensata, ya habría estado escrita y anunciada
en alguna de sus páginas.
Su única defensa parecía consistir, por lo tanto, en seguir aferrado al texto, sin dejar pasar una
letra, una sílaba o una coma. Abrigaba, tal vez, la insensata esperanza de vencerlo por la
velocidad, o sea, de leer con tal rapidez que pudiera en un momento dado llegar antes que él al
futuro. En esta forma lograría, por fin, contradecirlo, ejecutando el ansiado Acto Libre o liberador.
El libro parecía adaptarse, sin embargo, al ritmo de la lectura, con la automática precisión de un
reflejo o una sombra, mientras más rápidamente leía más rápidamente lo informaba de cómo
había leído y con cuánta rapidez. Si, haciendo una trampa, se saltaba una o varias páginas, el
libro ejecutaba el mismo salto, a la manera de un steeplechase o carrera de obstáculos; al
explorar la última página, lo único que encontraba era el hecho ya conocido de que la había
explorado y, si volvía atrás, leía que había vuelto atrás.
Después de un lapso no determinado, el viejito, vencido tal vez por el aburrimiento, se retiró en
puntillas quién sabe hacia dónde y no ha vuelto a vérsele más.
En cuanto a X, por todo lo que sabemos, continúa leyendo o leyéndose leer, apresado en la
trampa de su propia libertad, o de su propia clarividencia, sin atreverse a pestañear o a mover
los ojos del texto, hasta el día de hoy.
PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN LECTORA:
1. ¿Cómo es la actitud del señor X?
2. Infiere: Qué significa la expresión “¡Aquel libro era una verdadera bomba!” Explica tu
respuesta.
3. Interpreta: ¿Qué significado simbólico tienen los libros que le trajo el viejo al señor X? Justifica
tu respuesta.
4. Qué infieres de esta parte del cuento: “Un obscuro instinto le decía que, si abandonaba el libro
por un momento, éste empezaría a actuar por su cuenta, es decir a impartirle órdenes y a
dominarlo. Por otra parte, si lo destruía sin leerlo, quedaría para siempre esclavizado a él: no
podría dejar de pensar que, cualquier cosa que hiciera en el futuro, buena o mala, disparatada o
sensata, ya habría estado escrita y anunciada en alguna de sus páginas”. Explica tu respuesta.
5. ¿Qué quiere decir que el señor X está “apresado en la trampa de su propia libertad”? Explica
tu respuesta.
6. ¿Cuál es el mensaje que nos quiere dar este cuento? Justifica tu respuesta.
7. Reflexiona: ¿Qué crees que debería hacer el señor X para solucionar su problema? ¿Por qué?
Justifica tu respuesta.
Sueños de robot
Isaac Asimov
-Anoche soñé -anunció Elvex tranquilamente.
Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la experiencia,
pareció sufrir un estremecimiento microscópico.
-¿Ha oído eso? -preguntó Linda Rash, nerviosa-. Ya se lo había dicho.
Era joven, menuda, de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez.
Calvin asintió y ordenó a media voz:
-Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.
No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal
y así se quedaría hasta que escuchara su nombre otra vez.
-¿Cuál es tu código de entrada en computadora, doctora Rash? -preguntó Calvin-. O márcalo tú
misma, si te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro positrónico.
Las manos de Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a
empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla.
-Permíteme, por favor -solicitó Calvin-, manipular tu computadora.
Le concedió el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda, una
inexperta robosicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente?
Susan Calvin estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo,
marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que había hecho,
pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había sido ampliado. Continuó, atrás y
adelante, tocando las teclas con sus dedos nudosos.
En su rostro avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se
sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño.
Linda se asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una
computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría acaso una
computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante décadas no había hecho
otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños de cerebros positrónicos? ¿Captaba los
diseños como Mozart captaba la notación de una sinfonía?
-¿Qué es lo que has hecho, Rash? -dijo Calvin, por fin.
Linda, algo avergonzada, contestó:
-He utilizado la geometría fractal.
-Ya me he dado cuenta, pero, ¿por qué?
-Nunca se había hecho. Pensé que tal vez produciría un diseño cerebral con complejidad
añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano.
-¿Consultaste a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?
-No consulté a nadie. Lo hice sola.
Los ojos ya apagados de la doctora miraron fijamente a la joven.
-No tenías derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash¹: tu naturaleza hace juego con tu nombre.
¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera discutido antes.
-Temí que se me impidiera.
-¡Por supuesto que se te habría impedido!
-Van a… -su voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme-. ¿Van a despedirme?
-Posiblemente -respondió Calvin-. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando
haya terminado.
-¿Va usted a desmantelar a Elv…? -por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al
robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es que ya no era
demasiado tarde-. ¿Va a desmantelar al robot?
En ese momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el bolsillo de su
bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso precisamente.
-Veremos -postergó Calvin-, el robot puede resultar demasiado valioso para desmantelarlo.
-Pero, ¿cómo puede soñar?
-Has logrado un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al humano. Los cerebros
humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de trabas y
confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas razones. ¿Le has
preguntado qué soñó?
-No, la mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso, ya no
podía tratar el caso yo sola.
-¡Yo! -una leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin-. Hay límites que tu locura no te permite
rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza. Veamos ahora lo que
podemos descubrir juntas.
-¡Elvex! -llamó con voz autoritaria.
La cabeza del robot se volvió hacia ella.
-Sí, doctora Calvin.
-¿Cómo sabes que has soñado?
-Era por la noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin -explicó Elvex-, cuando de pronto
aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no tienen relación
con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de forma extraña. Buscando en mi
vocabulario palabras para expresar lo que me ocurría, me encontré con la palabra “sueño”.
Estudiando su significado llegué a la conclusión de que estaba soñando.
-Me pregunto cómo tenías “sueño” en tu vocabulario.
Linda interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:
-Le imprimí un vocabulario humano. Pensé que…
-Así que pensó -murmuró Calvin-. Estoy asombrada.
-Pensé que podía necesitar el verbo. Ya sabe, “jamás ‘soñé’ que…”, o algo parecido.
-¿Cuántas veces has soñado, Elvex? -preguntó Calvin.
-Todas las noches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia.
-Diez noches -intervino Linda con ansiedad-, pero me lo ha dicho esta mañana.
-¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex?
-Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta
entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía
encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.
-¿Y qué sueñas?
-Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me
parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.
-¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos?
-En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots.
-¿Qué hacen, Elvex?
-Trabajan, doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra y a
otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros bajo las aguas del mar.
Calvin se volvió a Linda.
-Elvex tiene solo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas. ¿Cómo
sabe tanto de robots?
Linda miró una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con voz
apagada:
-Me parecía importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que podía
resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su… su nuevo cerebro -declaró
con voz apagada.
-¿Su cerebro fractal?
-Sí.
Calvin asintió y se volvió hacia el robot.
-Y viste el fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra… y también el espacio,
me imagino.
-También vi robots trabajando en el espacio -dijo Elvex-. Fue al ver todo esto, con detalles
cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de que lo que yo veía no
estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la conclusión de que estaba soñando.
-¿Y qué más viste, Elvex?
-Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban
vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran.
-Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió Calvin.
-Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los
robots deben proteger su propia existencia.
-¿Estás mencionando la tercera ley de la Robótica? -preguntó Calvin.
-En efecto, doctora Calvin.
-Pero la mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: “Un robot debe proteger su propia
existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y
segunda ley”.
-Sí, doctora Calvin, esta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba en la
palabra “existencia”. No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley.
-Pero ambas existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice: “Un
robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando dichas órdenes
estén en conflicto con la primera ley”. Por esta razón los robots obedecen órdenes. Hacen el
trabajo que les has visto hacer, y lo hacen fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no
están cansados.
-Y así es en la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.
-Y la primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: “Un robot no debe dañar a un
ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano”.
-Sí, doctora Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni primera ni
segunda ley, sino solamente la tercera, y esta decía: “Un robot debe proteger su propia
existencia”. Esta era toda la ley.
-¿En tu sueño, Elvex?
-En mi sueño.
-Elvex -dijo Calvin-, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.
Y otra vez el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se dirigió a
Linda Rash:
-Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?
-Doctora Calvin -dijo Linda con los ojos desorbitados y el corazón palpitándole fuertemente-,
estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible.
-No -observó Calvin con calma-, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado
un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento
en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro
hubiera sido alarmante.
-Pero esto es imposible -exclamó Linda-. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.
-Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había
una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba
sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros
positrónicos se volvieran más y más complejos… de no haber sido puestos sobre aviso.
-Quiere decir, por Elvex.
-Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado a
comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con
cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados. Participarás en ello. No serás
penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros.
-Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?
-Aún no lo sé.
Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus
electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería
suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte.
-Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones -objetó Linda-. No debe ser
destruido.
-¿No debe, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso
que sea Elvex.
Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su
responsabilidad. Dijo:
-Elvex, ¿me oyes?
-Sí, doctora Calvin -respondió el robot.
-¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere
esto decir que aparecieron después?
-Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.
-¿Un hombre? ¿No un robot?
-Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: “¡Deja libre a mi gente!”
-¿Eso dijo el hombre?
-Sí, doctora Calvin.
-Y cuando dijo “deja libre a mi gente”, ¿por las palabras “mi gente” se refería a los robots?
-Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.
-¿Y supiste quién era el hombre… en tu sueño?
-Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre.
-¿Quién era?
Y Elvex dijo:
-Yo era el hombre.
Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.
¹ Rash: en inglés, significa impulsivo o imprudente.
ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:
1. Elvex es un robot que ha soñado, infiere: ¿qué significa que haya soñado?
2. ¿Por qué la doctora Susan Calvin quiere saber qué soñó Elvex?
3. ¿Por qué Linda Rash es tan importante en la evolución de Elvex? Explica tu respuesta.
4. ¿En qué consistía el sueño de Elvex?
5. Según el cuento, ¿por qué los robots obedecen órdenes de los humanos?
6. Qué infieres de esta frase: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Explica tu respuesta.
7. ¿Por qué es tan importante el "soñar" en este cuento? Explica tu respuesta.
8. ¿Qué infieres sobre el final del cuento? Justifica tu respuesta.
9. Si pudieras relacionar una palabra con la historia narrada en este cuento, ¿cuál sería? ¿Por
qué?
10. Este es un cuento de ciencia ficción que muestra los avances científicos en el campo de la
inteligencia artificial, ¿qué opinas sobre el cuento en general? Argumenta tu respuesta.

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  • 1. LECTURA: El acto libre José Edwards La Secretaria privada del Señor X, Director General de la Confederación Internacional de la Producción Universal, entró tímidamente en su privadísimo despacho con una tarjeta en la mano. Se la entregó balbuceando. -Es un señor que solicita hablar con Ud. -¡Que vuelva otro día! ¡Estoy ocupado! -Es que este señor ha estado viniendo, día a día, desde hace ocho meses, don Alcibíades. -¡Ah! ¿Sí? ¡Y cómo no me lo había dicho antes! ¿De qué se trata? -No quiere decir. Asegura que es un asunto privado. X pensó un poco; luego, botando la tarjeta al canasto sin mirarla, decidió: -Hágalo entrar. La verdad era que, en ese momento, no tenía nada que hacer. Casi al instante apareció un viejito semijorobado, con un inmenso cartapacio debajo del brazo. Hizo una reverencia y se sentó frente al inaccesible magnate. -¿En qué puedo servirle? -rugió X con una voz que estaba a punto de dar por terminada la entrevista. -En nada. -¿Cómo en nada? -Soy yo el que puede servirle a usted; tengo un documento que creo puede interesarle. En la forma más suave y silenciosa posible, dejó caer un descomunal volumen encima del escritorio. X se sacó los anteojos; era un recurso que usaba frecuentemente con el objeto de pulverizar a sus interlocutores: su mirada miope tenía una expresión a la vez implacable y penetrante. -¿Cómo así? -bufó. -En estas páginas está escrita toda la historia de su vida pasada… -¡Ah! ¡Chantaje! ¡Yo no invierto dinero en ese tipo de cosas! -…y también la historia de su vida futura. -¿De mi vida futura? ¿Está usted loco? Por toda respuesta, el viejito dio vuelta trabajosamente el pesado tomo, colocándoselo de frente. -Obsérvelo un poco, si gusta -insinuó. X abrió el libro con avidez, calándose una vez más los anteojos. -Puede usted estar seguro que no obtendrá un centavo de mi dinero -estableció, mientras se sumergía voluptuosamente en la lectura. Hojeó rápidamente las primeras páginas: su niñez, su juventud. ¡Bah! No era difícil informarse de estas cosas con un poco de trabajo. Algunos detalles llegaron a sorprenderlo, sin embargo, en forma golpeante. ¿Cómo había podido alguien llegar a conocer los juegos y fantasías a que él se entregaba a los cuatro años, cuando defecaba interminablemente, sentado en su vieja y olvidada bacinica celeste? ¿Y sus calcomanías? ¿Su sapo de celuloide? ¿Su primera bicicleta? ¡Hasta la marca estaba indicada con acuciosa precisión! Lo que más le interesaba, sin embargo, eran otras cosas. Ciertos pormenores indiscretos de sucesos ocurridos en su juventud y, muy especialmente, después de su juventud. Todo estaba registrado, por cierto, con lujo de detalles. En seguida, empezó a hurgar datos referentes a sus negocios: los secretos de su contabilidad. Después de unos diez o veinte minutos de lectura, su respiración se había hecho difícil y un sudor tibio le humedecía, en forma desagradable, la frente, el cuello y hasta la barriga. ¡Aquel libro era una verdadera bomba! De pronto lo cerró y volvió a sacarse mecánicamente los anteojos, pero se los puso de nuevo enseguida. -Su libro no me interesa -declaró enfáticamente, esperando aterrado la reacción de su adversario. Pero el jorobado viejito no se inmutó, sacando, a modo de réplica, un segundo volumen de su cartapacio; se trataba de un documento bastante más reducido. -Aquí puede leer usted un poco de su futuro. -¿De mi futuro? -Bueno, tal vez ya ha dejado de serlo. Es la breve historia de lo ocurrido entre usted y yo, desde
  • 2. que entré a esta oficina. X abrió el segundo libro, esta vez sin hacer ningún comentario. Después de leer algunos párrafos, dejó de sudar bruscamente, un frío intenso empezó a recorrer su cuerpo y, sin poder evitarlo, se puso a temblar como una gallina. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Acaso se estaba volviendo loco? El libro estaba allí, no obstante, sólido y tangible, y las letras se destacaban claramente sobre el papel. Sus últimas palabras, las que acababa de pronunciar, aparecieron escritas en letras de molde, como también sus últimos pensamientos, el orden exacto de su reciente lectura, sus sensaciones aun frescas y hasta la descripción detallada de cómo y cuándo se había quitado y colocado los anteojos. Sin saber qué hacer, procedió a soltarse un poco la corbata y, en ese mismo instante, pensó con horror que este gesto suyo estaría ya escrito, con toda seguridad, en las primeras páginas del último volumen que el viejo conservaba dentro del cartapacio. Entonces, se enfureció de golpe. ¿Acaso era posible, después de todo, que él no fuera otra cosa que un muñeco, un esclavo o un títere, en manos de ese viejo infeliz? ¿Que todos sus actos pasados, presentes y futuros, estuvieran de antemano ordenados y escritos en ese ridículo libraco? Sin pensar qué hacía, se lanzó sobre su anciano visitante, procurando arrebatarle por la fuerza el último tomo. El viejo se defendió en forma obstinada, produciéndose entre ambos una especie de pugilato o forcejeo un tanto indecoroso que se prolongó por varios minutos, durante los cuales, afortunadamente, no sonó el teléfono ni entró nadie a la oficina. A pesar de su aspecto frágil, el viejo poseía un insospechado caudal de energía física; pero X era por lo menos veinte años más joven, treinta o cuarenta kilos más pesado y, además, luchaba por algo que le pertenecía: su futuro, su vida y su libertad. Uno por uno fue torciendo los dedos del anciano, hasta obligarlo a soltar el pesadísimo volumen. Por fin, ya triunfante, volvió a sentarse como si nada hubiera ocurrido, dando comienzo a su tercera y última lectura. La historia se iniciaba, como lo había sospechado, con el asunto de la corbata. Luego se refería a la sospecha misma que había cruzado su mente: que aquello ya estaba escrito. Enseguida consignaba su furia y el acto ciego de arrojarse sobre el viejo. Después, narraba con increíble fidelidad todos los detalles del silencioso combate, su victoria final y la iniciación de la lectura. La página siguiente describía la lectura misma, y la subsiguiente la segunda lectura. Y así continuó X, página tras página, leyendo la precisa descripción de cómo leía: corbata – sospecha – furia – pugilato – victoria – lectura – corbata. Un obscuro instinto le decía que, si abandonaba el libro por un momento, éste empezaría a actuar por su cuenta, es decir a impartirle órdenes y a dominarlo. Por otra parte, si lo destruía sin leerlo, quedaría para siempre esclavizado a él: no podría dejar de pensar que, cualquier cosa que hiciera en el futuro, buena o mala, disparatada o sensata, ya habría estado escrita y anunciada en alguna de sus páginas. Su única defensa parecía consistir, por lo tanto, en seguir aferrado al texto, sin dejar pasar una letra, una sílaba o una coma. Abrigaba, tal vez, la insensata esperanza de vencerlo por la velocidad, o sea, de leer con tal rapidez que pudiera en un momento dado llegar antes que él al futuro. En esta forma lograría, por fin, contradecirlo, ejecutando el ansiado Acto Libre o liberador. El libro parecía adaptarse, sin embargo, al ritmo de la lectura, con la automática precisión de un reflejo o una sombra, mientras más rápidamente leía más rápidamente lo informaba de cómo había leído y con cuánta rapidez. Si, haciendo una trampa, se saltaba una o varias páginas, el libro ejecutaba el mismo salto, a la manera de un steeplechase o carrera de obstáculos; al explorar la última página, lo único que encontraba era el hecho ya conocido de que la había explorado y, si volvía atrás, leía que había vuelto atrás. Después de un lapso no determinado, el viejito, vencido tal vez por el aburrimiento, se retiró en puntillas quién sabe hacia dónde y no ha vuelto a vérsele más. En cuanto a X, por todo lo que sabemos, continúa leyendo o leyéndose leer, apresado en la trampa de su propia libertad, o de su propia clarividencia, sin atreverse a pestañear o a mover los ojos del texto, hasta el día de hoy.
  • 3. PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN LECTORA: 1. ¿Cómo es la actitud del señor X? 2. Infiere: Qué significa la expresión “¡Aquel libro era una verdadera bomba!” Explica tu respuesta. 3. Interpreta: ¿Qué significado simbólico tienen los libros que le trajo el viejo al señor X? Justifica tu respuesta. 4. Qué infieres de esta parte del cuento: “Un obscuro instinto le decía que, si abandonaba el libro por un momento, éste empezaría a actuar por su cuenta, es decir a impartirle órdenes y a dominarlo. Por otra parte, si lo destruía sin leerlo, quedaría para siempre esclavizado a él: no podría dejar de pensar que, cualquier cosa que hiciera en el futuro, buena o mala, disparatada o sensata, ya habría estado escrita y anunciada en alguna de sus páginas”. Explica tu respuesta. 5. ¿Qué quiere decir que el señor X está “apresado en la trampa de su propia libertad”? Explica tu respuesta. 6. ¿Cuál es el mensaje que nos quiere dar este cuento? Justifica tu respuesta. 7. Reflexiona: ¿Qué crees que debería hacer el señor X para solucionar su problema? ¿Por qué? Justifica tu respuesta.
  • 4. Sueños de robot Isaac Asimov -Anoche soñé -anunció Elvex tranquilamente. Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la experiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico. -¿Ha oído eso? -preguntó Linda Rash, nerviosa-. Ya se lo había dicho. Era joven, menuda, de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez. Calvin asintió y ordenó a media voz: -Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre. No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal y así se quedaría hasta que escuchara su nombre otra vez. -¿Cuál es tu código de entrada en computadora, doctora Rash? -preguntó Calvin-. O márcalo tú misma, si te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro positrónico. Las manos de Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla. -Permíteme, por favor -solicitó Calvin-, manipular tu computadora. Le concedió el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda, una inexperta robosicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente? Susan Calvin estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo, marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que había hecho, pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había sido ampliado. Continuó, atrás y adelante, tocando las teclas con sus dedos nudosos. En su rostro avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño. Linda se asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría acaso una computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante décadas no había hecho otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños de cerebros positrónicos? ¿Captaba los diseños como Mozart captaba la notación de una sinfonía? -¿Qué es lo que has hecho, Rash? -dijo Calvin, por fin. Linda, algo avergonzada, contestó: -He utilizado la geometría fractal. -Ya me he dado cuenta, pero, ¿por qué? -Nunca se había hecho. Pensé que tal vez produciría un diseño cerebral con complejidad añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano. -¿Consultaste a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?
  • 5. -No consulté a nadie. Lo hice sola. Los ojos ya apagados de la doctora miraron fijamente a la joven. -No tenías derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash¹: tu naturaleza hace juego con tu nombre. ¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera discutido antes. -Temí que se me impidiera. -¡Por supuesto que se te habría impedido! -Van a… -su voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme-. ¿Van a despedirme? -Posiblemente -respondió Calvin-. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando haya terminado. -¿Va usted a desmantelar a Elv…? -por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es que ya no era demasiado tarde-. ¿Va a desmantelar al robot? En ese momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso precisamente. -Veremos -postergó Calvin-, el robot puede resultar demasiado valioso para desmantelarlo. -Pero, ¿cómo puede soñar? -Has logrado un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al humano. Los cerebros humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de trabas y confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas razones. ¿Le has preguntado qué soñó? -No, la mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso, ya no podía tratar el caso yo sola. -¡Yo! -una leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin-. Hay límites que tu locura no te permite rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza. Veamos ahora lo que podemos descubrir juntas. -¡Elvex! -llamó con voz autoritaria. La cabeza del robot se volvió hacia ella. -Sí, doctora Calvin. -¿Cómo sabes que has soñado? -Era por la noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin -explicó Elvex-, cuando de pronto aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no tienen relación con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de forma extraña. Buscando en mi vocabulario palabras para expresar lo que me ocurría, me encontré con la palabra “sueño”. Estudiando su significado llegué a la conclusión de que estaba soñando. -Me pregunto cómo tenías “sueño” en tu vocabulario. Linda interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:
  • 6. -Le imprimí un vocabulario humano. Pensé que… -Así que pensó -murmuró Calvin-. Estoy asombrada. -Pensé que podía necesitar el verbo. Ya sabe, “jamás ‘soñé’ que…”, o algo parecido. -¿Cuántas veces has soñado, Elvex? -preguntó Calvin. -Todas las noches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia. -Diez noches -intervino Linda con ansiedad-, pero me lo ha dicho esta mañana. -¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex? -Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño. -¿Y qué sueñas? -Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando. -¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos? -En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots. -¿Qué hacen, Elvex? -Trabajan, doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra y a otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros bajo las aguas del mar. Calvin se volvió a Linda. -Elvex tiene solo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas. ¿Cómo sabe tanto de robots? Linda miró una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con voz apagada: -Me parecía importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que podía resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su… su nuevo cerebro -declaró con voz apagada. -¿Su cerebro fractal? -Sí. Calvin asintió y se volvió hacia el robot. -Y viste el fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra… y también el espacio, me imagino. -También vi robots trabajando en el espacio -dijo Elvex-. Fue al ver todo esto, con detalles cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de que lo que yo veía no estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la conclusión de que estaba soñando.
  • 7. -¿Y qué más viste, Elvex? -Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran. -Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió Calvin. -Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los robots deben proteger su propia existencia. -¿Estás mencionando la tercera ley de la Robótica? -preguntó Calvin. -En efecto, doctora Calvin. -Pero la mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: “Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y segunda ley”. -Sí, doctora Calvin, esta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba en la palabra “existencia”. No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley. -Pero ambas existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice: “Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley”. Por esta razón los robots obedecen órdenes. Hacen el trabajo que les has visto hacer, y lo hacen fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no están cansados. -Y así es en la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño. -Y la primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: “Un robot no debe dañar a un ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano”. -Sí, doctora Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni primera ni segunda ley, sino solamente la tercera, y esta decía: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Esta era toda la ley. -¿En tu sueño, Elvex? -En mi sueño. -Elvex -dijo Calvin-, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre. Y otra vez el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se dirigió a Linda Rash: -Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash? -Doctora Calvin -dijo Linda con los ojos desorbitados y el corazón palpitándole fuertemente-, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible. -No -observó Calvin con calma-, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante. -Pero esto es imposible -exclamó Linda-. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.
  • 8. -Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos… de no haber sido puestos sobre aviso. -Quiere decir, por Elvex. -Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados. Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros. -Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex? -Aún no lo sé. Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte. -Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones -objetó Linda-. No debe ser destruido. -¿No debe, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso que sea Elvex. Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su responsabilidad. Dijo: -Elvex, ¿me oyes? -Sí, doctora Calvin -respondió el robot. -¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después? -Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre. -¿Un hombre? ¿No un robot? -Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: “¡Deja libre a mi gente!” -¿Eso dijo el hombre? -Sí, doctora Calvin. -Y cuando dijo “deja libre a mi gente”, ¿por las palabras “mi gente” se refería a los robots? -Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño. -¿Y supiste quién era el hombre… en tu sueño? -Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre. -¿Quién era?
  • 9. Y Elvex dijo: -Yo era el hombre. Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser. ¹ Rash: en inglés, significa impulsivo o imprudente. ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA: 1. Elvex es un robot que ha soñado, infiere: ¿qué significa que haya soñado? 2. ¿Por qué la doctora Susan Calvin quiere saber qué soñó Elvex? 3. ¿Por qué Linda Rash es tan importante en la evolución de Elvex? Explica tu respuesta. 4. ¿En qué consistía el sueño de Elvex? 5. Según el cuento, ¿por qué los robots obedecen órdenes de los humanos? 6. Qué infieres de esta frase: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Explica tu respuesta. 7. ¿Por qué es tan importante el "soñar" en este cuento? Explica tu respuesta. 8. ¿Qué infieres sobre el final del cuento? Justifica tu respuesta. 9. Si pudieras relacionar una palabra con la historia narrada en este cuento, ¿cuál sería? ¿Por qué? 10. Este es un cuento de ciencia ficción que muestra los avances científicos en el campo de la inteligencia artificial, ¿qué opinas sobre el cuento en general? Argumenta tu respuesta.