1. UNA DULCE HISTORIA DE PERSECUCION<br />Recuerdo aquel día en aquel pueblo de verano eterno, cuando golpeaba con mis pies una piedrecilla en el mar de asfalto de aquella carretera que conducía a todas partes, y al alzar la mirada te vi a lo lejos ya no como una de tanta mujeres que conocía sino como aquella que debería acompañarme el resto de mis días, y te miré como si fuera la primera vez, tal vez por mi soledad o destino, no lo sé, pero pude observar al detalle tu cabello oscuro siempre recogido, tu figura esbelta, firme y rebelde, tus mejillas con rosa artificial, y tus ojos enmarcados en tupidas cejas acentuando con profundidad esa mirada diáfana como el agua, y sin querer me dejaste ese sabor a nostalgia por todos los años vividos sin ti, perdidos entre decenas de amores fútiles que al final me dejaron tan vacio como antes. <br />Ahora estoy seguro que tú también sentiste lo mismo, pero más que al amor viste en mi un drenaje que te haría volver a una realidad sensible, a la cual le habías instalado un dique para retener todas tus emociones, tu sensualidad y esas tus necesidades de mujer. Tras años de no dejar pasar a nadie, recuerdo que con solo mi murmullo en tu oído y un roce sutil de mis manos fuertes pero temerosas, te desbordaste cual represa en invierno, y desde ese momento supe que lo encontraría todo en ti, todo lo que buscaba, virtudes, acciones, sensaciones…y algo mas.<br />Desde allí empezó mi viaje hacia lugares desconocidos, dibujados en tus palabras pulcras y rebosantes de imágenes deslumbrantes y llenas de color, que me mostraban mundos de ensueño, donde la gente era buena y confiable, honesta y leal, donde a los malos les iba mal aunque tuvieran grandes riquezas y a los buenos se les da la victoria, donde la fe siempre triunfa y Dios tiene el control de todo, historias sin fin que incluían apariciones, fantasmas y visiones de animales impensables, de hombres y mujeres tan bellos como ángeles, de destinos familiares fatales, de embrujos infernales, y de niños y niñas sabios que lloraron en el vientre antes de nacer, y mucha…mucha historia patria, como la visita de Gaitán a la casa de tu abuela para dar su discurso de campaña presidencial, cuando el pueblo aún no conocía la guerrilla y tu ni siquiera habías nacido, en fin todo era perfecto…me contabas tus historias de niña, de joven y adulta con una candidez tal que solo podía pensar que estaba en ese momento contigo viviéndolas, en todas las épocas, y ahora entiendo que fue desde que allí que empecé a sentir que te conocía de siempre, que siempre estuviste en mi espíritu y en mi mente. Y terminé conociéndote tanto que podía predecir tus palabras y pensamientos, como el día en que sabía que me propondrías, sin hablar de matrimonio, que compráramos dos argollas como símbolo de nuestro amor, ¡infinito como el alfa y el omega!, dijiste,…sin principio ni fin. El amarillo inundó aquel atardecer de septiembre decorado con ramos de girasoles y cintas de seda color mostaza, ¡símbolo de riqueza y prosperidad!, dijiste emocionada al pastor que presidió la ceremonia, yo como se esperaba asentí con la cabeza; recuerdo que te veías radiante como el oro del Brasil. Sin testigos ni invitados, todo terminó como debía…siendo un solo cuerpo hasta el amanecer. <br />Algún día depresivo de enero, como muchos tuvimos nuestra primera discusión, acalorada…o mejor aún apasionada, no recuerdo porqué empezó, tal vez por algo que dije o que no, o por lo que tu creíste entender, la verdad no lo recuerdo, lo único que recuerdo fue el final tan predecible y lo que se me ha convertido en utopía...utilizar todo lo que creí aprendido para tratar de entender lo que ahora estoy seguro ningún hombre podrá jamás…a la mujer, por eso desde ese día lo sigo haciendo sin ningún logro, más por terquedad que por razón.<br />Después de todo eso seguiste con un capricho tan tuyo como mío, tener un hijo, y tras largas y constantes faenas, y de llenar las paredes de la habitación de fotografías de niños y niñas de todos los colores, buscando entre miles de nombres cristianos, musulmanes, griegos, ingleses, hasta vikingos y criollos, dos que aunque no rimaran significaran algo que fuera importante para ti, entre todas esas letras y consonantes encontraste al fin en una noche fresca de noviembre, dos que serían según tú los que encarnarían el valor y la sabiduría dignas de toda mujer del mundo actual, Valeria Sofía la llamaste, y yo como esperabas lo aprobé, porque como siempre pensaba prácticamente lo mismo.<br />El día de su nacimiento fue igual al día en que me encontré con tu mirada, tan cierto pero tan mágico, tan agitado pero tan cálido, deslumbrante y tan esperado a la vez, llegó con sus ojitos totalmente abiertos, observándolo todo como evaluando lo que habría de comenzar, sin tanto llanto, sin afanes y con un sequito de admiradores que se turnaban para entrar, ella simplemente miraba y miraba como quien ya sabe lo que se espera y simplemente lo da, desde ese día te compartí y me compartiste, totalmente ajenos al egoísmo o a los celos, como quien planta un árbol, lo cerca, lo riega y lo poda, siendo su única satisfacción verlo crecer, dar frutos y que otros obtengan de él todo lo que una vez le dimos…es esa pequeñita semilla sonriente quien encarna ahora mi concepto de altruismo.<br />Creo que eso de ser tan parecidos, tan el uno para el otro, despertó en mí ese interés por entender y empezar a caminar caminando por tus mismos caminos del saber, así terminé enredado entre conceptos y teorías,…Kant, Foucault, Freud, Piaget…, dándole consejos a los amigos sobre asuntos que no podía entender, leyendo libros tan gordos como el de Petete y cualquier artículo en periódicos o revistas que sonara a revelación de la conducta humana o a enfermedad y trastorno mental. Recuerdo que la mañana nublada de un sábado en enero me llevaste a un lugar muy sencillo pero repleto de gente, gente de muchos estratos, revelados en sus maneras de vestir, hablar y caminar; y tú lo llamaste claustro, en ese momento no lo entendí, ahora más que nunca lo entiendo, pues al siguiente mes estaba preso entre paredes invisibles construidas por el deseo de aprender y de reconocer quien soy, donde estoy y por qué; desde entonces han pasado como un ferrocarril tres años, transportando cientos de ilusiones a través de curvas dibujadas por deseos, afanes y tropiezos, sin embargo, ahí voy prendido con un hilo de la razón, aturdido por el viento recio de los encuentros y desencuentros de mi alma, mi espíritu y mi mente, luchando por no caerme y quedarme allí tirado, aporreado, maltrecho, en un mundo implacable que no da marcha atrás; persiguiendo algo aún más grande que un sueño.<br />Si te hubiera conocido antes, tal vez no hubiese sido igual, seguramente te hubiera dejado pasar como arena entre los dedos, no porque te faltara atractivo o porque no te necesitara, sino porque estoy seguro que fueron mis vivencias las que abrieron el camino que me condujo a ti, o como explicar que después de conocerte y hablar contigo tantas veces no hubiera visto lo que hallé, eso que aún sigo descubriendo cada día en las mañanas cuando al voltear en la cama no te encuentro, o cuando escucho tu respiración agitada al recordarte en las noches de pasión febril, o al presentir el eco de tu voz en la casa aunque ya no estás, o cuando huelo tus fragancias promiscuas divagando en todas partes y que me llevan cual sabueso a terminar con la nariz metida entre el cajón del armario donde aún guardo tu ropa interior… ahora comprendo que más que ir tras tu recuerdo solo me queda perseguir tu mirada de ojos negros.<br />El tiempo pasa y distante me encuentro esta noche, ya no hay dolor, solamente quedan recuerdos dibujados como paisajes impresionistas, difusos pero con trazos profundos que no me permiten imaginarme en otra situación, sin embargo soy feliz en la soledad de mis recuerdos, en la compañía de tu imagen siempre joven, igual al día aquel en que te vi después de verte tantas veces, sintiendo el mismo calor en este pueblo árido y quieto donde vinimos a parar, y puedo asegurar mejor que tu que también sientes lo mismo… ¿ó dime si en tu lecho frio aun puedes pensar?…, respóndeme quizás con un guiño que haga parpadear la luz tenue de la lámpara en la mesita de noche al lado de la cama donde solías estar en este momento tan igual a tantos otros, o quizás con un soplo fresco que levante el velo de la cortina en la habitación, o solo mete tu aura sutil debajo de las sábanas para sentir nuevamente la dimensión de tu cuerpo a mi lado, por esta noche nada más, y solo por esta noche quizás dejar de perseguirte.<br />