Este documento resume el Evangelio del domingo donde una mujer pecadora unge los pies de Jesús con perfume mientras cena en casa de un fariseo. Jesús defiende a la mujer y le dice que sus pecados están perdonados porque tiene mucho amor, a diferencia del fariseo Simón que no le ofreció agua para los pies ni besos y cuyos pecados son menores y por lo tanto su amor es menor. Al final, Jesús le dice a la mujer que su fe la ha salvado y puede irse en paz.
1. XI Domingo del Tiempo Ordinario. Evangelio (Lucas 7, 36-50). 9 de junio 2013.
Publicado por LMV en http://erealcala.blogspot.com por el Departamento de Jóvenes de Cáritas Diocesana de Alcalá de Henares.
LA PALABRA ES VIDA
Para ti… La vida que nace del Evangelio
CÁRITAS DIOCESANA DE ALCALÁ DE HENARES
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa
del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que
estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto
a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus
cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había
invitado se dijo: “Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que
es: una pecadora”. Jesús tomó la palabra y le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. Él
respondió: “Dímelo, maestro”. Jesús le dijo: “Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía
quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, les perdona a los dos.
¿Cuál de los dos lo mará más?”. Simón contestó: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”.
Jesús le dijo: “Has juzgado rectamente”. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta
mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha
lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en
cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con
ungüento, ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos
pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco
ama”. Y a ella le dijo: “Tus pecados están perdonados”. Los demás convidados empezaron a
decir entre sí: “¿Quién es este, que hasta perdona los pecados?”. Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu
fe te ha salvado, vete en paz”.
“A los ricos los despide vacíos”
Mujer, entonces fuiste. Y, como nada tenías que darle de ti –eso creías-, cogiste lo mejor que
encontraste en tu casa y lo llevaste. Y, al romper el frasco de perfume, estabas también rompiendo
en lágrimas tu corazón. Y, a la par que el buen olor que inundó la casa, cualquiera que pudiera
verte por dentro-y Él te veía- percibiría que tu corazón estaba increíblemente sano; porque de él
empezó a brotar, incontenible, otro perfume mejor: el amor.
- Tú Simón, no recibiste nada. Nada se te perdonó: porque, al creer que no tenías pecado,
nada pusiste a los pies de quien podía darte la paz. Y te quedaste con tu guerra dentro; con
tu falsa paz, que es aún peor. Y seguirías yendo y viniendo, recibiendo saludos y sonrisas,
con tu máscara de hombre bueno siempre puesta. Pero seguirías también juzgando y
condenando a diestro y siniestro. Ciego de remate.
- Tú en cambio, mujer, lo recibiste todo. Porque, al saberte pecadora, abriste de par en par tu
vida para que Él la llenara. Y la llenó de perdón, o sea, de amor misericordioso. Tú, por tu
parte, desde tu pobreza, respondiste con la misma moneda: con un inmenso amor
agradecido.
- ¡Qué pena, Simón! Perdiste la oportunidad de tu vida.
- ¡Enhorabuena, mujer! “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.
PARA TU REFLEXIÓN Y COLOQUIO:
¿Es posible que la actitud personal no nos deje ver nuestros defectos?
¿Entonces no pediremos perdón nunca?
¿Vamos a hacer un repaso y ponerle cara a las personas que debemos pedir perdón?
Proponte disfrutar de la alegría del perdón y toma la iniciativa.