Corrupción sanitaria en República Democrática del Congo
1. KILIMA 76 Marzo 2008
Queridos amigos:
Por cambiar de tema y dejar de un lado toda la problemática concerniente a los
camiones, las autoridades, etc., con la que ya os he cansado a lo largo de los últimos
números, hoy vamos a comenzar otro tema que también puede durar un par de
números. Me refiero a la situación sanitaria del país. Somos mucho más sensibles en lo
concerniente a la sanidad porque es algo que está estrechamente relacionado con la vida,
que es el bien más preciado que disponemos.
A pesar de contar con un gobierno libremente elegido por el pueblo, el país sigue
caminando por unos derroteros semejantes a los de los tiempos del Presidente Mobutu.
La autoridad es un ente intocable que puede actuar libremente sin que nadie pueda
pretender, sin correr riesgos, conocer los detalles del dinero confiado al Ministerio de
Sanidad o a los demás Ministerios. Al final, siempre aparece algún periodista
aventurero que publica los presupuestos del Estado para el año en curso y el personal
sanitario se interroga sobre cuántos millones se quedarán en los bolsillos del Ministro y
dónde irá a parar el resto.
La dificultad que tiene el pueblo congoleño para llevar a cabo una sana gestión del
dinero confiado, consiste en que por cultura, el individuo en sí mismo no existe sino
que es considerado como parte de un grupo, bien sea la familia, el clan o la tribu, que
son capaces de ejercer una fuerte presión sobre el individuo afortunado – porque sea
propietario de una fortuna o simplemente su administrador, - y se siente moralmente
obligado a repartir con los suyos una parte del dinero, con el consiguiente detrimento de
aquellos a los que en un principio se les había destinado.
Esta forma de obrar se ha convertido en práctica corriente, hasta el punto que debido a
la corrupción generalizada, aunque lo critiquen y consideren que está mal actuar de esa
manera, quien esto lo dice, si algún día llega a ocupar un puesto de responsabilidad,
cometerá el mismo delito. No se hacen auditorías en los ministerios ni en las empresas
estatales, con lo cual se consideran libres para actuar “de la mejor manera” que crean
oportuno.
Dicen de Mobutu, que sabedor de lo que ocurría en los ministerios y en las altas esferas
de la administración, comentaba en una ocasión que “cuando él tenía que viajar al
extranjero, solicitaba un millón de dólares al Ministro del Interior, quien a su vez pedía
dos millones al de Hacienda, éste pedía tres al director del Banco Central, el cual
sacaba cuatro para sufragar los gastos del viaje del Presidente” y nadie iba a la cárcel
por haber actuado de esta manera. Aunque en teoría conocen a la perfección que el
dinero del estado pertenece a los ciudadanos, en la práctica consideran que los
afortunados a dirigir el país tienen unos derechos superiores a los del resto de los
mortales y aunque ven con malos ojos sus actuaciones ya que ellos son las víctimas, sin
embargo, comprenden el que actúen de esa manera, ya que según dicen ellos “el que
trabaja en el hotel, come del hotel”, es decir, quien trabaja en el gobierno, “come” del
gobierno.
El Ministro de Defensa recibió varios millones de dólares para mejorar el ridículo
sueldo de los militares y estimular de esta forma, a los soldados que están luchando en
2. el frente contra los guerrilleros que continuamente atacan por el Este del país. Una vez
más, ese dinero no llegó a los sufridos combatientes que tienen que hacer frente al
enemigo con cinco balas y una lata de sardinas y en esas condiciones no están
dispuestos a poner su vida en peligro cuando también ellos tienen mujer e hijos, y por
eso, no ofrecen resistencia al enemigo, con lo cual las guerras se eternizan y los que más
sufren de esta situación son la población, que para escapar del asedio de unos y de los
robos y violaciones de los otros, viven refugiados en la espesura de la selva expuestos a
contraer todo tipo de enfermedades debido a las condiciones en las que viven. La ONU
publicó este hecho y las autoridades le advirtieron que se estaba intrometiendo en los
problemas internos del país y que podían ser expulsados.
El rector de la universidad o los directores de las escuelas cobran el dinero que deben
distribuir a sus catedráticos o a sus profesores, ya que son muy pocos los que poseen
una cuenta bancaria. Sus escasos salarios no dan para tanto, y se dedican a hacer
negocios rápidos con ese capital en lugar de hacerlo llegar directamente a los
interesados, con la idea de hacer algunas inversiones o negocios rápidos, para quedarse
con esos beneficios y distribuir más tarde los salarios.
Alquilan algunos camiones para hacer transporte o compran pescado o maíz a los
mayoristas para revenderlo en los mercados. A veces los planes salen perfectos y
entonces pagan a los maestros. Otras veces, el camión se ha averiado y se estropea el
cargamento de tomates que llevaba y tiene que hacer frente a las quejas de los clientes.
Entonces, los maestros reciben sus salarios con retraso y a veces tan sólo parcialmente,
lo cual da lugar a protestas, descontentos, ausencias de las aulas, cartas en los
periódicos, etc., pero que no sirven de gran cosa porque todo sigue igual.
Todos estos preámbulos son para comprender mejor cuanto ocurre en la sanidad. Dicen
que el gobierno reparte medicinas en los centros hospitalarios, pero éstas no llegan a los
pacientes. Las autoridades sanitarias, es decir, los directores de los hospitales, médicos,
enfermeras, etc., se encargan de desviarlas hacia sus farmacias privadas a las que tiene
que acudir los enfermos si disponen de recursos para ello.
Puede ocurrir que se trate de medicinas indispensables para hacer frente a una epidemia:
cólera, disentería, etc., cuto tratamiento es totalmente imprescindible para poder
salvaguardar la vida, y con este fin el gobierno ha enviado unos lotes de medicinas con
urgencia para hacer frente al foco de esa enfermedad, que quizás también ellos lo han
recibido como un don de algún organismo internacional, pero el sufrimiento ha
levantado como callos en la capacidad de sensibilidad de los responsables directos, y
hacen oídos sordos al clamor de los que lloran la pérdida de sus seres queridos.
Las medicinas o las vacunas que recibieron gratis para poder atender a las personas
atacadas por la enfermedad, se venden en los mercados y quien no dispone de medios
para adquirirlos se ve abocado a la muerte, ante la insensibilidad de quienes los
contemplan. Se suelen denunciar algunos casos pero muchas veces estas denuncias
terminan en el cesto de los papeles porque no son tenidas en consideración por las
autoridades sanitarias, tal vez porque practican las mismas costumbres o porque un buen
sobre enviado a tiempo puede hacer olvidar el drama que está ocurriendo.
La impunidad reina en el ambiente. Hasta hace unos pocos años, se puede decir que los
hospitales estaban equipados para combatir cualquier tipo de enfermedad. Los
3. quirófanos disponían del instrumental necesario para toda clase de operaciones, los
laboratorios contaban con microscopios y un equipamiento, que aunque no fuera tan
sofisticado como los que se disponen en el primer mundo, pero servía para hacer frente
a todo tipo de enfermedades, accidentes, etc.
Sin embargo, la anarquía o el pasotismo que reina, debido todo ello a la ridiculez de sus
salarios, ha hecho que cada cual se ha servido como ha podido y por aquello que
decíamos anteriormente, “el que trabaja en el hospital vive del hospital”. Cada cual ha
ido cobrando según sus posibilidades, y han ido aligerando de instrumental la sala de
operaciones o los laboratorios guardan el recuerdo del material desaparecido.
Actualmente, los cirujanos conservan su propio instrumental bajo candado – que es del
hospital –, porque lo que queda para uso común de todos ellos, poco a poco va cogiendo
rumbos distintos, hasta ir a parar a alguna de las numerosas clínicas privadas que van
surgiendo como hongos y en los que éstos médicos ejercen la medicina privada y en los
que obtienen unas ganancias superiores con mucho a lo que obtienen en los centros
oficiales en los que trabajan, en perjuicio de las clases necesitadas que difícilmente
pueden hacer frente a las tarifas que aparecen en la puerta de sus establecimientos.
No solamente ha desaparecido una buena parte del instrumental, sino también
colchones, sábanas, los uniformes de los enfermos y las batas de los enfermeros. Todo
ha sido “desplazado” a esos lugares en los que médicos y enfermeros, practican la
sanidad privada. Todo el mundo está al corriente de cuanto acontece pero nadie toma
cartas en el asunto para intentar poner punto final a esta situación.
En las salas de los hospitales, bien sea el médico o el enfermero, cuentan con la
colaboración de un enfermo a quien han depositado un paquete de medicinas,
normalmente las que va a recetar el médico cuando pase la visita, antibióticos,
calmantes, aspirinas, etc., y éste se encarga de venderlas entre los pacientes en lugar de
que éstos se vean obligados a comprarlas en las farmacias. Normalmente, su precio
sobrepasa los del mercado, y esto les permite obtener unos beneficios que les ayudan a
redondear sus reducidos salarios. El enfermo será tratado con más consideración si ha
comprado en la sala las medicinas prescritas por el doctor y ha participado de esta
manera en el negocio del médico.
La desorganización reinante es de tal categoría, que durante largos períodos de tiempo
los hospitales han carecido incluso de aspirinas, alcohol, hilos de sutura, etc., y cuando
un paciente aquejado de una dolencia fuerte acudía a la consulta del cirujano y éste
consideraba que la mejor manera de atajar el mal era la de intervenirle, le pasaba al
paciente una larga lista de cuanto necesitaba para que la operación tuviera lugar: suero,
anestesia, antibióticos, hilos de sutura, compresas, analgésicos, etc., y sólo cuando el
enfermo se presentaba de nuevo con la totalidad de lo solicitado, el cirujano le fijaba el
día para la intervención.
Esto hace que muchos no se presenten por segunda vez ante el cirujano porque no
disponen de medios para comprar lo necesario y otros lo retardarán durante días o
semanas porque como no cuentan con los medios para comprar todo lo señalado, tienen
que hacer una cuestación entre todos los miembros de la familia o vender algunos
enseres, parte de la cosecha, una cabra, etc., hasta completar lo necesario.
4. Los salarios del personal sanitario que trabaja en los hospitales o clínicas de las
empresas son superiores con mucho a los que trabajan en el hospital del estado. Si en la
empresa privada un médico puede ganar hasta 300 $ al mes y un enfermero con años de
experiencia, algo más de unos 100 $, en el hospital del estado, este último salario puede
ser el de los médicos y un enfermero podrá rondar los 50 $, que no siempre los perciben
mensualmente por las razones antes señaladas o debido al retraso del Ministerio a la
hora de cumplir con sus obligaciones.
La permisividad o la anarquía, se han convertido en algo normal y quien dispone de
medios económicos procura abrir una “clínica” por su cuenta. Una casa normal, de las
ya existentes, que no son de grandes dimensiones, se convierte de la noche a la mañana,
en un flamante ambulatorio, maternidad o clínica, según lo quiera llamar el médico que
quiera instalarse en ella y llamar la atención de la gente del vecindario, que se
encargarán de hacer correr la voz en su entorno anunciándose la aparición de un nuevo
Centro de Salud.
La casa puede constar de cuatro o cinco huecos y en cada una de las habitaciones se
colocan tres camas, con apenas espacio entre ellas para que una persona se pueda
acercar a la cabecera de la cama. Una habitación queda reservada para las consultas,
registros de los enfermos, hacer los ingresos, etc. Si la casa fuera más pequeña, los
enfermos se verán obligados a compartir la misma cama entre dos y puede ocurrir que
una mujer a la que le han extirpado la matriz tenga que compartir el colchón con otra
que ha sido operada de una hernia.
Esto no es ninguna invención porque me ha tocado ir a visitar a la de la matriz y tuve
que interesarme también de la que había sido operada de la hernia, con el agravante de
que estos enfermos habían sido intervenidos en el hospital, que les permite “alquilar” la
sala de operaciones los domingos, y al devolverles a la clínica, no en una ambulancia,
sino en un coche ordinario, tuvo que aparcar el vehículo a unos 20 metros de la puerta
de entrada porque el acceso estaba obstaculizado por unos árboles que habían sido
plantados por el propietario anterior. Las enfermas, ayudadas por sus familiares y
agarrándose la reciente herida con las dos manos, poco a poco consiguieron llegar a la
habitación que les habían asignado.
Una pequeña construcción exterior de un metro cuadrado de base por dos de altura
constituye el único W.C. de la clínica que es frecuentada tanto por los pacientes como
por sus acompañantes o el personal sanitario. Es una letrina, cuya base está constituida
por una losa que tiene un agujero central por el que pasan los desperdicios humanos,
sólidos o líquidos, al igual que las guatas, compresas, vendas, y todo lo que se ha
utilizado en las curas y no sirve para nada.
Otra pequeña construcción, de las mismas dimensiones sirve como ducha, pero para que
cumpla este servicio, cada cual tendrá que haberse tomado la molestia de llenar un balde
en la fuente más próxima y servirse de esa agua porque la “clínica” carece de ella.
Siguiendo con este desbarajuste, nos encontramos con un personal sanitario en el que no
todos tienen unos estudios y una formación adecuada. Algunos, han adquirido sus
conocimientos a la vera de un médico al que han asistido durante muchos años y han
visto los diferentes casos que se presentaban, han redactado las fichas de los enfermos,
han repartido las medicinas e incluso después de un cierto tiempo les han dejado poner
5. inyecciones. La gente los ha conocido siempre junto a los médicos, vestidos con una
bata blanca y ahora que han dejado el hospital la siguen utilizando en sus casas para
atender a los pacientes que se presentan porque son considerados como “médicos” por
la gente sencilla que siempre los ha visto de blanco.
En estas condiciones, no es de extrañar que la edad media de vida no pase de los 45
años. Seguiremos en el próximo número para tener una idea más completa de cómo se
“goza” de la sanidad en otros continentes.
Un abrazo.
Xabier