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Dr. Máximo Ravenna
Más vida menos kilos
Los juegos del hambre y las trampas del comer
Grijalbo
2
SÍGUENOS EN
@Ebooks
@megustaleerarg
3
A mi esposa, María Gilda, a mis hijos, Pablo, Luciano, Lila y Sofía,
y a mis hermanos por estar siempre atentos a mis pasos, brindándome su
amor y apoyo constantes.
4
AGRADECIMIENTOS
Un libro no es solo la obra de quien lo escribe sino también de aquellos que inspiran
la escritura. Por eso, les agradezco especialmente a mis pacientes, a su vez dadores y
receptores; sus logros me permiten constatar la solidez de esta luz terapéutica y me
impulsan a expandirla y transmitirla.
Sin embargo, tantos buenos resultados no serían posibles sin la dedicación y el
profesionalismo de todo el equipo de colegas y colaboradores que trabajan en los
distintos Centros Terapéuticos del país y del exterior, enriqueciendo y consolidando
diariamente este eficaz método integral, que no solo ayuda a adelgazar sino a vivir
más y mejor. A ellos, mi especial reconocimiento y agradecimiento.
Por último, agradezco a mi colaboradora de siempre, Laura Laporta, quien me
ayudó a seleccionar, ordenar y disponer en este libro las piezas de los juegos del
hambre y las trampas del comer.
¡Gracias a todos!
5
PRÓLOGO
Escribo este prólogo en agradecimiento y reconocimiento profesional a quien me
enseñó a luchar para vivir en un mundo mejor, con más salud física y mental y
mejores perspectivas de vida.
Ambos somos médicos psicoterapeutas y compartimos nuestra experiencia; por mi
parte, desde la sexología clínica, y el doctor Máximo Ravenna, desde su especialidad.
Así como yo me dedico hace más de cincuenta años a ayudar para que la gente tenga
una mejor sexualidad, con el consiguiente cambio en su calidad de vida, Ravenna
persigue el mismo objetivo mediante el descenso de peso de sus pacientes. Porque,
sin duda, la calidad de vida de quien adelgaza mejora notablemente.
Recuerdo que una vez un colega me dijo que tener un sobrepeso de 25 a 50 kilos
equivalía a cargar permanentemente una bolsa de cal o de cemento. ¡Y no nos damos
cuenta! Si a esa pesada bolsa le agregamos hipertensión, diabetes y sedentarismo,
entramos en una zona riesgosa para la salud como resultado de no poder parar con el
círculo vicioso que tan bien plantea Ravenna: la obesidad es consecuencia de un
proceso adictivo sumado a la falta de actividad. El título de este libro dice todo
respecto de estas cuestiones y resume así su filosofía básica:
Cuanto más comemos, más hambre tenemos.
Cuanto menos comemos, más nos alcanza.
Por otra parte, para vivir más, es fundamental no solo comer menos sino cuidar la
calidad de los alimentos que ingerimos. Se sabe que los pueblos con más gente
longeva son los que consumen alimentos naturales, de la zona y no industrializados,
es decir, con poblaciones que han seguido los mandatos de la naturaleza más que
otras. Al respecto, la licenciada Soledad González, antropóloga, especialista en
nutrición natural y reeducación alimentaria, nos dice que nuestro cuerpo está
diseñado para tener necesidades biológicas específicas: oxígeno, agua, luz solar,
descanso, movimiento y una alimentación determinada. Cuando, por diversos
motivos, no podemos satisfacer estas necesidades nutricionales, se enciende la señal
6
de alarma y nos enfermamos.
El doctor Ravenna viene implementando hace más de veinte años un exitoso
método para adelgazar basado en la siguiente concepción de la obesidad: cada vez
engordamos más porque somos adictos a determinadas sustancias, a movernos cada
vez menos —ya que nos desplazamos siempre en automóvil y vivimos capturados por
la tecnología, televisores, computadoras, teléfonos— y somos dependientes de las
comidas industriales con su exceso de harinas, azúcares, grasas y sal. Por lo tanto,
cuando tratamos la obesidad, tenemos que tener en cuenta que los kilos de más son la
expresión de un problema de conducta, de una adicción o tendencia a comer más
de lo necesario.
El método Ravenna es sencillo y se basa en las siguientes premisas:
Seguimiento de dietas de bajas o muy bajas calorías.
Eliminación de sustancias adictivas (hidratos de carbono refinados) y medición
del índice glucémico de los alimentos.
Control médico permanente de los pacientes.
Trabajo grupal donde se instrumenta una psicoterapia cognitivo-conductual
tendiente a modificar hábitos y comportamientos que llevan a comer de más.
Implementación de tres pautas conductuales básicas: el corte inmediato con la
comida y los excesos, la medida en la porción, el cuerpo y la ropa, y la
distancia entre las comidas y con la comida, porque se puede estar sin comer
tanto o tantas veces… ¡y no pasa nada!
Mantenimiento de los logros: una vez que se llega al peso deseado y se inicia el
mantenimiento, es necesario comenzar a trabajar en profundidad sobre el
reconocimiento de la nueva imagen corporal. Es decir, consolidar la relación del
paciente consigo mismo y con el medio.
En definitiva, esta original propuesta involucra todos los aspectos vinculados con
la obesidad: ser gordo es ser “excesivo” en conducta, en cuerpo, en plato y en talle.
Lo que comienza siendo una costumbre se transforma en un hábito que, a su vez,
deviene en dependencia y de esta se genera una adicción. Y ¿qué es la adicción? Es
“manotear” más de lo mismo e ignorar cómo se puede “sacar” de adentro lo propio,
lo sano, lo inteligente, lo tranquilizador y lo creativo.
El doctor Máximo Ravenna reúne varias condiciones profesionales, es médico,
psicoterapeuta, especialista en obesidad y educador. Provisto de un magnetismo
especial, característico de quienes se apasionan por su trabajo, es también un
7
excelente propagador de todas las novedades que conciernen a su especialidad. Son
incontables las notas, entrevistas, artículos de divulgación y libros en los que
transmite sus conocimientos y da a conocer las características y beneficios de su
exitoso método, con el fin de ayudar a la gente en su lucha contra la “gran”
enfermedad del siglo XXI.
Los miles de pacientes que pasan por sus clínicas, sus discípulos y sus colegas le
estamos muy agradecidos por su hombría de bien, su capacidad para transmitirnos sus
ideas y, fundamentalmente, por ayudarnos a tener una vida más sana.
Dr. LEÓN ROBERTO GINDIN
Presidente de FLASSES (Federación Latinoamericana
de Sociedades de Sexología y Educación Sexual)
8
PALABRAS PRELIMINARES
Hoy llevamos una dieta muy variada que excede en calorías nuestras necesidades
vitales y, a la vez, no se corresponde con nuestro ritmo de vida. Por eso estamos tan
gordos. Y nos resulta muy difícil bajar de peso porque vivimos en un medio muy
adverso en el que todo conspira para que comamos cada vez más: la oferta
desmesurada, el bombardeo publicitario, el estrés, la falta de sueño, el sedentarismo,
los avances tecnológicos, la búsqueda de satisfacciones inmediatas…
Es necesario, entonces, que modifiquemos las reglas de estos arbitrarios juegos del
hambre y desbaratemos las seductoras trampas que nos llevan a comer en exceso. Y
podremos lograrlo, si tenemos en cuenta que:
Cuanto más comemos, más hambre tenemos.
Cuanto menos comemos, más nos alcanza.
El hambre es, muchas veces, ganas de comer.
Las ganas de comer son, en muchos casos,
deseos de otra cosa.
La dieta es una pequeña parte de un plan integral.
Consumiendo pocas calorías, quemamos grasas
y sentimos saciedad.
Cuando nos sentimos saciados, podemos pensar
con tranquilidad.
La tranquilidad nos permite cortar con la comida.
Si cortamos con la comida, podemos adelgazar.
Cuando adelgazamos, empezamos a trabajar
con los hábitos.
Si cambiamos los hábitos, podemos mantener
la delgadez.
Estar delgados es más saludable.
Con menos kilos, vivimos más.
9
INTRODUCCIÓN
Hace cincuenta años, el 10% de la población del mundo estaba gorda —entre obesos
y gente con sobrepeso—; de ese total, el 80% correspondía a personas gordas desde
la infancia y el 20% restante había engordado entre la adolescencia y la adultez joven.
Hoy el 35% de la población del mundo está gorda —en los Estados Unidos el 75% y
en la Argentina el 65%—, pero se ha alterado notablemente el orden de los
porcentajes: el 70% corresponde a gente “engordada” y solo el 30% a quienes son
gordos desde chicos. Estas estadísticas impactan y nos llevan a preguntarnos qué
provocó que engordáramos tanto y casi todos… ¿O acaso usted tiene este libro en sus
manos solo por curiosidad? Me arriesgaría a decir que es porque no puede creer qué
le pasó a su cuerpo, por qué se agrandó tanto, por qué usted ahora es gordo si siempre
fue flaco.
Sin embargo, no debe sentirse culpable, ya que engordar es un proceso “natural”
hoy en día y, a pesar de los grandes esfuerzos que hacemos los especialistas para
detener la epidemia, no es fácil lograrlo. Aun con un método efectivo como el
nuestro, hay factores que frenan el proceso y hacen que solo entre el 30 y el 40% de
la gente que alcanza su peso pueda mantenerlo al cabo de cinco años. Y no es un mal
pronóstico, ya que hay datos que revelan cifras de mantenimiento mucho menores,
según la técnica terapéutica. De todas maneras, en general, con los reengordes no se
vuelve a alcanzar el peso inicial, ya que la alarma suena a tiempo gracias al trabajo
intenso y completo de aprendizaje y entrenamiento que se ha realizado. Pero, aun así,
los reengordes existen, y hay que aprovechar la molestia que producen esos kilos
engordados que, aunque no sean tantos, conviene bajar cuanto antes.
Ante esta situación, el gran interrogante que se plantea hoy es:
¿Por qué no podemos parar de comer?
Al estilo del marcapasos, bajamos la energía y volvemos a empezar, porque el
“hambre” ya no es más una alarma que nos dice que el cuerpo necesita alimentarse;
por el contrario, se ha transformado en un monstruo con mil caras que juega con
10
nosotros activándose en cada momento y por cualquier motivo; cuando estamos
tristes o alegres, cansados o eufóricos, o en el trabajo, o haciendo un viaje…
transformamos todo en un permiso para comer, comer y comer. Por eso, en lugar de
“morirnos de hambre”, o de “morirnos de gordos”, vivimos como gordos
hambrientos, insaciables, excesivos y, generalmente, enfermos.
De todas maneras, a pesar de este complejo panorama, quienes nos dedicamos a
investigar y a tratar la obesidad y los desórdenes alimentarios no debemos bajar los
brazos; al contrario, nuestro desafío crece al mismo tiempo que el tamaño de los
cuerpos, y estamos convencidos de que hay una solución para este problema. La
cuestión es ponernos de acuerdo con los pasos a seguir y las medidas a tomar para
frenar la pandemia de obesidad que invade el mundo, porque, aunque parezcan
exageradas o tomadas de un relato de ciencia ficción, las estadísticas revelan que hoy
en el planeta hay, al menos, más de un billón de personas con sobrepeso, de las cuales
de trescientos a cuatrocientos millones son obesas; es decir, más de un tercio de la
humanidad está engordando o ya lo hizo.
Pertenecer al grupo de los que siguen dedicados a desentrañar los misterios que
signan estos tiempos hambrientos resulta una linda tarea. Y es por eso que escribo
nuevamente, para contarles en estas páginas buenas y malas noticias sobre
alimentación, porque, a pesar de los puntos de desencuentro entre los abordajes, las
novedades son indiscutibles y se están imponiendo a la hora de diseñar planes
alimentarios, tanto de descenso como de mantenimiento de un peso saludable.
Veremos, en algunos años, si se logra disminuir la tendencia.
Las investigaciones avanzan día a día, y la sorpresa radica, en principio, en que
muchos de los avances sobre el tema confirman las intuiciones, ideas y observaciones
que venimos trabajando hace aproximadamente treinta años, cuando replanteamos los
fundamentos de las dietas tradicionales porque ya no eran tan efectivas, no servían,
en tanto el hambre persistía, el descenso resultaba exasperantemente lento o
peligrosamente brutal, y los pacientes perdían la esperanza, la paciencia y a veces la
vida, en lugar de los kilos de más.
Así, mediante la observación, el estudio y el trabajo constantes, se fue generando y
consolidando este método, ayudado por un grupo de colegas que colaboraron con sus
propias ideas, enriquecidas con elementos de las propuestas de los más avezados
especialistas de la Argentina y del mundo.
Las nuevas investigaciones ya no demonizan las grasas saturadas y dudan del
efecto de los carbohidratos simples y refinados (harina, azúcar y arroz), a la vez que
11
cuestionan la eficacia de los productos light o ensalzan las virtudes de complementos
tales como el café o el huevo, en línea con el criterio en el que siempre creímos, por
lógico y basado en la evidencia.
También observamos cómo se utilizan cada vez más, y en todo el mundo, los
tratamientos para adelgazar que incluyen dietas de bajas y de muy bajas calorías
(LCD y VLCD), con bajos niveles de índice glucémico y niveles consistentes de
proteínas (carnes, huevo, palta y soja, por ejemplo). Los buenos resultados finales dan
cuenta de una seguridad terapéutica indudable.
Asimismo, cuando el foco de las investigaciones comenzó a orientarse hacia el rol
de la industria alimentaria en la estimulación de un tipo de alimentación procesada,
hedónica, excitante, engordante y, por sobre todas las cosas, “adictiva”, se vio a la
obesidad como la más visible de las consecuencias de la “adicción a la comida”, en
casi el 47% de los obesos. Dicha adicción es un fenómeno que en la actualidad está
fisiológicamente comprobado y demostrado por métodos científicos (resonancia
magnética, por ejemplo), que revelan cómo los pacientes se comportan como adictos
a las drogas al consumir ciertos alimentos específicos y quedan literalmente
“pegados” a ellos.
Como verán, la ciencia avanza hacia lugares novedosos para la mayoría y nos
permite comprobar las sospechas que ya teníamos hace tiempo quienes
considerábamos que el circuito nutricional, hormonal y cerebral era uno y que el
cerebro era la matriz de los desfases alimentarios. Por ende, empezamos a ahondar en
los mecanismos neuronales y hormonales implicados en el acto de comer.
Igualmente, todavía resta un largo camino por recorrer, en tanto un tratamiento
exitoso puede ser el primer paso pero no la solución al problema. Es necesario tomar
conciencia de que existe una tendencia mundial que, si no se está muy atento, resulta
más poderosa que todos los intentos para frenarla, porque estamos frente a un cambio
de paradigma alimentario, coincidente con el proceso de globalización que atraviesa
el planeta.
Es indudable, entonces, que hay varios protagonistas en el escenario de los juegos
del hambre y las trampas del comer, y los ubicaremos en las distintas etapas que
conforman este libro. Y aunque el panorama parezca bastante gris, a medida que
vayamos atravesando dichas etapas, veremos que es posible obtener resultados claros
y concretos, si estamos atentos y tomamos en serio los conceptos de corte, medida y
distancia.
En primer lugar, veremos cuáles son las características del entorno que nos llevan a
12
ser tan voraces, cómo las tentaciones nos acechan y las demandas nos apabullan, y
hasta qué punto nuestro estilo de vida determina la forma en que nos alimentamos.
También nos detendremos en el tipo de relación que tenemos con nuestro espejo y los
estereotipos de belleza que circulan en la sociedad.
En la segunda etapa, el cerebro nos tenderá sus trampas. Saldrá a escena con todos
sus requerimientos energéticos y hedónicos, estimulados por los componentes
secretos del pan, el azúcar, la sal y las grasas. Asimismo, descubriremos de qué
manera ciertos factores como la falta de sueño y el estrés influyen negativamente en
nuestra salud y provocan, entre otros problemas, obesidad.
Las grandes desesperanzas en que nos sumergimos cuando estamos gordos serán
las protagonistas de la tercera etapa o huellas del descuido. En ella analizaremos el
fenómeno de la obesidad desde el punto de vista clínico. Observaremos, también, las
marcas que los kilos de más dejan en nuestro organismo y las consecuencias
indeseadas pero evitables que arrastra el sobrepeso.
La cuarta etapa de este abordaje nos brindará información sobre las distintas
tendencias o dietas tradicionales y de moda, los estilos de alimentación, las cirugías
para la obesidad y las drogas que se utilizan para frenar el hambre.
A continuación, emprenderemos la aventura antitentación, en la que las pautas
básicas de nuestro método serán las protagonistas, y veremos cómo, a partir de tres
nociones conductuales fundamentales, el corte, la medida y la distancia, podremos
generar un mecanismo de adherencia al desapego, respecto del exceso, y al equilibrio
emocional. Y nos sorprenderemos al observar verdaderas transformaciones.
Viajaremos, entonces, al centro de la dieta, un dispositivo que nos permitirá
incorporar recursos tendientes a perder peso y mantenerlo en el tiempo. Sumaremos
una rica información que comprenderá datos tales como el valor energético de ciertos
alimentos y sus combinaciones más acertadas, que nos permitirán consumir porciones
acordes con el plan de adelgazamiento propuesto, recordando siempre que usamos la
palabra “dieta” porque es habitual, pero que, en realidad, la dieta básica de la
humanidad es hoy la del engorde. Por lo tanto, la idea es hablar de un replanteo
alimentario que involucre la cantidad, la calidad y la frecuencia.
Abordaremos los mecanismos emocionales implicados en el descenso, en la quinta
etapa de nuestro recorrido. Haremos hincapié en las conductas tóxicas, nocivas, que
nos llevan a comer de más y postularemos diversas tácticas y estrategias tendientes a
controlar el desborde. Las terapias grupales nos permitirán evaluar el modo en que
nos relacionamos con todas las tentaciones que el entorno nos ofrece y nos brindarán
13
herramientas muy valiosas a la hora de lidiar con nuestro “interno” que no puede
parar de comer. Al ser terapias intensivas y repetitivas le dan pulseada, como
contrapartida, a un modelo de comer también intensivo y repetitivo.
La rebeldía no desaparecerá totalmente, pero encararemos la sexta etapa más
lúcidos y con menos kilos. Solo así podremos sumergirnos en el verdadero
tratamiento, que consiste en un entrenamiento permanente para mantener los logros
ganados, los kilos bajados y la mente despejada.
Asimismo, veremos que el gordo que dejamos atrás querrá volver a ocupar su casa,
insistirá tenazmente para que lo dejemos entrar y volver a instalarse. Desplegará toda
la seducción que esté a su alcance, y esta será la prueba de fuego para nuestras
fuerzas.
Sin embargo, notaremos que alcanzar los logros y mantenerlos resulta muy difícil
si no realizamos una actividad física regular y una conexión adecuada entre
sentimientos y emociones, acorde con nuestro nuevo estilo de vida. Descubriremos,
entonces, cuán importantes son los hábitos saludables y el movimiento para hacer un
verdadero “camino al andar”.
Por último, seguiremos siendo habitantes de este mundo en estos tiempos
“hambrientos”, y llegaremos victoriosos al final del juego, en que las jugadas ya no
dependerán del azar sino de un riguroso compromiso con nuestra salud y autoestima.
Ya no seremos inocentes como para caer nuevamente en las trampas del comer,
porque tendremos que entrenar y aplicar lo que aprendimos. Habremos transformado
nuestra conducta descontrolada e indebida en una nueva filosofía de vida, al generar
un hilo conductor que quiebre el otro hilo conductor de la ingesta sin límite y los
hábitos negativos, que desmonte el espectáculo que propone al exceso como el centro
de la puesta en escena.
¿Cómo lo lograremos?
Desbaratando todas y cada una de las estrategias que posibilitan el engorde y el
desborde, mediante la incorporación de recursos y herramientas que permitan
cambiar las reglas del juego hasta ponerle un punto final y emprender un tratamiento
de un modo honesto, serio, ordenado, eficaz, dinámico y concreto. De ese modo, las
trampas no entrarán en escena, y estaremos en condiciones de mantener los logros
durante toda la vida.
Recuerde: usted no tiene la culpa de estar gordo, su familia tampoco. No sabemos
si alguien tiene la culpa, pero sí sabemos que usted es el responsable de resolverlo.
Entonces comience por nutrirse con estas páginas y póngase en nuestras manos.
14
Entienda que la transgresión resulta monótona y ya no tiene sentido, porque lo único
válido para un gordo es ser flaco alguna vez. Y para ello, el plan debe continuar.
Porque, en definitiva, la única transgresión con sentido para un gordo es cumplir
con la dieta, mantener la presencia, entrenar el mantenimiento y reconocer la propia
fragilidad.
Hoy y con nosotros, ¿se anima a ser obediente y libre?
15
La humanidad aumentó en
promedio un kilo y medio por
cada década en los últimos
cuarenta años. La obesidad
aumentó en hombres más de
PRIMERA ETAPA
Tiempos hambrientos
Tenemos abundancia, pero no llevamos una vida placentera.
Somos más ricos, pero tenemos menos libertad.
Consumimos más, pero estamos más vacíos.
Tenemos más armas atómicas, pero estamos más indefensos.
ERICH FROMM1
Si nos preguntamos cuáles son hoy las claves para no subir de peso, tendremos que
enfrentarnos con una respuesta bastante desalentadora, pues la clave está en no vivir
en este planeta, haber nacido en la Luna o en Marte, porque acá, en la Tierra, se sube
de peso, irremediable, indefectible, sistemática, cotidiana y progresivamente. Y al ser
“natural” y pasivo el avance, el cambio debe ser activo. Es posible si mantenemos la
guardia atenta, la cintura ágil y la mirada de lince.
La gordura aumenta en promedio un 1,3% en el mundo por año, más allá de las
pastillas, de las cirugías y de las dietas. Y lo más asombroso es que cada vez hay más
niños que engordan desde más pequeños, y los ya gordos están aun más gordos. O sea
que el panorama futuro no es muy prometedor en lo que al peso y la salud de las
personas se refiere.
Es llamativo, pero hasta en los países más
pobres están aumentando los índices de
sobrepeso y obesidad, es decir, se está
instalando una cultura del comer de más que,
nacida en las naciones ricas, se expande sin
cesar por todo el mundo. Si bien hay países
pobres, sus pequeños han cambiado la
16
tres veces y en mujeres más de
dos veces.
extrema delgadez por el sobrepeso, gracias a
las dietas hipercalóricas bajas en nutrientes,
el aumento del sedentarismo y el abandono
creciente de la lactancia materna.
Hago hincapié en la niñez porque me parece el mejor ejemplo para demostrar que
el problema de la obesidad está fuera de control a nivel mundial. En definitiva, los
niños son meros reproductores de conductas y no pueden explicar por qué engordan.
Entonces, cuando nos referimos a que hoy el mundo es escenario de los juegos del
hambre, queremos decir que se trata de un hambre inducida, con alimentos de sobra
que no generan saciedad y hacen que caigamos en las trampas del comer, las que, a
su vez, sostenidas por el engaño de la comida “saludable”, hacen desastres en nuestra
salud.
Sin embargo, hace cuarenta años, la situación en el mundo era muy diferente, ya
que el porcentaje entre sobrepeso y obesidad oscilaba entre el 10 y el 15%. Con el
comienzo de la globalización se produjo también la globalización alimentaria y la
irrupción de comidas rápidas fue haciendo estragos en las dietas tradicionales, tales
como la mediterránea en Occidente o las dietas orientales. Y hoy los porcentajes
alcanzan el 40%.
Un claro ejemplo es lo que sucedió con McDonald’s, empresa que, si bien surgió
en los Estados Unidos en 1940, abrió sus primeros locales en Europa (cerca de
Amsterdam) y en Asia (en Tokio) en 1971 y desde entonces comenzó su penetración
internacional. Hoy atiende por día a 58 millones de personas en 33.000
establecimientos ubicados en 119 países alrededor del mundo. Igualmente, ha perdido
el liderazgo frente a Subway, otra cadena norteamericana de comidas rápidas que
cuenta con unas 40.000 franquicias en todo el mundo.
El 31 de enero de 1990 en Moscú, con temperaturas bajo cero, unas cinco mil
personas hicieron una fila que rodeaba la plaza Pushkin cuando se inauguró el primer
McDonald’s.
A partir de los años ochenta, la población mundial comenzó a engordar de un
modo alarmante. Hasta ese momento, los médicos atendían a algunos pacientes
obesos y podían determinar sin problemas las causas de la gordura, por genética, por
hiperingesta o por sedentarismo. Socialmente, la gordura era un síntoma de dejadez,
de abandono y descuido. Los gordos eran pocos, y era posible tratarlos; su gordura
provenía, en un 80% de los casos, de la infancia o la pubertad.
Sin embargo, a esos tres motivos que señalamos se fueron agregando
17
paulatinamente otros que, hoy en día, han transformado a la obesidad en una
enfermedad policausal muy difícil de tratar. Porque el esquema básico
se ha transformado hoy en el siguiente:
Con estos resultados:
18
La genética tiene hoy menos peso porque no se modificó, no tuvo tiempo; el
sedentarismo aumentó gracias a los avances tecnológicos, y también se cuantificó la
hiperingesta, porque hay hiperoferta de alimentos y la industria de la alimentación
junto con los laboratorios medicinales trabajan voluntaria o involuntariamente para
que se perpetúen ciertas patologías. Si a esto le sumamos el ritmo de vida
aceleradísimo en el que vivimos, la falta de tiempo y de sueño, el aumento de
conflictos emocionales y el estrés crónico, producido por la imposibilidad de
descargar adecuadamente nuestros sentimientos, pensamientos y sensaciones,
obtenemos un combo nada saludable y muy difícil de digerir. De ese modo, entramos
en un circuito en el que lo efímero convive con el exceso; olvidos rápidos, presencias
fugaces, actividades múltiples y angustias repetidas ocupan un lugar privilegiado en
nuestra existencia.
Ahora bien, es cierto e indiscutible que hay múltiples factores que hacen que en el
mundo haya cada vez más gordos. Analizar dichos elementos es clave para entender
por qué la obesidad sigue siendo hoy en día una pandemia, a pesar de los grandes
esfuerzos que hacemos los especialistas en el tema para detener su crecimiento. Sin
embargo, el análisis de esos factores no es suficiente, porque podemos entender
19
La obesidad se presenta como la
gran pandemia del siglo XXI.
Datos recientes apuntan a que
más de un billón de adultos en
el mundo padece sobrepeso, de
los cuales al menos 300 millones
son clínicamente obesos.
Según la última Encuesta
Nacional de Factores de Riesgo,
realizada en 2013, “en la
Argentina, seis de cada diez
personas registraron exceso de
peso y dos de cada diez
presentaron obesidad”.
absolutamente todo, ahondar en cada uno de los aspectos implicados y, a pesar de
eso, seguir gordos. Es más, en muchos casos, el hecho de saber que el entorno resulta
tóxico, o que los genes pueden jugar en contra, se transforma en pesados e
infranqueables ladrillos en esa muralla de contención de la gordura.
Lo difícil es “tomar cartas en el asunto” y,
en general, hacemos todo lo contrario,
armamos una muralla defensiva que para lo
único que nos sirve es para seguir comiendo
y estar cada vez más y más gordos. Es así
como nos convencemos de que nuestro
cuerpo se ha inflado en los últimos años o
meses por motivos totalmente ajenos a
nosotros. Porque subyace un engaño en quien
dice, por ejemplo, que no entiende por qué
engorda si come muy poco y vive haciendo
actividad física, ya que la ecuación no cierra:
o bien come muy poco, pero de todo y
muchas veces al día, o ese poco no es tan
“poco”, sino demasiado, y no hace tanto
ejercicio como cree. Entonces, crecen las
excusas al mismo tiempo que aumenta el
peso de nuestro cuerpo y, de repente, nos
encontramos atrapados en esa red que nos
asfixia, pero sin darnos cuenta de hasta qué
punto es nociva, ya que seguimos ideando trampas para seguir comiendo.
¿Qué es, entonces, lo que nos lleva a desviarnos tanto del camino? Porque
podemos negar, negar y seguir negando, pero en algún punto siempre vamos a saber
cuán negadores somos, más aún, cuando la imagen que nos devuelve el espejo no
condice con lo que decimos acerca de cuánto comemos. Y en ese momento se
derrumba la muralla y no encontramos argumentos para justificar por qué tenemos
brazos que parecen piernas, y piernas que parecen garrafas. Algo pasó, en el camino,
que no advertimos porque estábamos muy ocupados en hacer desastres con nuestra
alimentación creyendo que hacíamos las cosas bien.
Los kilos de más no vienen volando y se instalan en nuestros cuerpos porque sí,
mientras nosotros ayunamos. Es cierto que no somos totalmente culpables de nuestro
20
engorde porque —como dije antes— es casi inevitable engordar si vivimos en este
mundo. Sin embargo, más allá de todos los estímulos externos que nos llevan a comer
de más, hay algo en nosotros que hace que nos “peguemos” a la comida, en tanto…
La gordura es la expresión de un desequilibrio en la conducta que se manifiesta en
una ingesta descontrolada, o no deseada, o no consciente, regida por mecanismos
de autocomplacencia y autoengaño.
A la vez, podríamos trasladar el mismo interrogante a otras conductas que nos
complican la vida. Si franqueáramos las mil excusas que usamos para seguir
fumando, drogándonos, conectándonos a Internet durante las veinticuatro horas del
día, tomando alcohol, jugando compulsivamente, etcétera, etcétera, nos daríamos
cuenta de que esas conductas excesivas se sustentan gracias a una insospechada falta
de freno y confrontación con la realidad. Tal es así que siempre “el gordo” es el otro.
Por lo tanto, con otra actitud más positiva en este camino, comencemos por
hacernos la siguiente pregunta:
¿Hasta qué punto el entorno es responsable de nuestros cuerpos engordados?
En principio, podemos responder que existen quienes sostienen que, en realidad,
estamos gordos porque gracias al mundo:
21
Y los que así piensan tienen gran parte de razón, porque es verdad que este mundo
se ha transformado en “el reino del revés” en tanto —como ya dijimos— se ha
producido una revolución muy profunda en el estilo de vida del hombre. Sin
embargo, no podemos hacernos los inocentes y pensar que no tuvimos nada que ver
con este proceso de cambio, porque si el mundo llegó a esta situación se debe a que el
hombre lo permitió. Es decir, el estado actual del mundo es la consecuencia y el
reflejo de lo hecho por el hombre, quien fue creando paralelamente recursos para
sobrevivir y elementos para malvivir.
Hemos personificado al mundo en tanto le atribuimos cualidades tales como
“quieto” “obesogénico”, adictivo, tóxico, y tiene lógica porque es nuestra manera de
simplificar lo excesivo, lo que escapa de nuestras manos y no podemos controlar.
Nuestro enemigo es “el mundo”, un contrincante demasiado poderoso como para
derrotarlo. La idea consiste, entonces, en ir por partes, no dejarnos vencer por la
inmensidad del desafío e incorporar estrategias que nos permitan superar las trampas
que se nos presentan día tras día y nos impiden bajar de peso o mantenernos.
22
Veamos, entonces, qué le hicimos a este mundo y cómo nos comportamos dentro
de él.
23
A pesar de las campañas
gubernamentales, el boom de las
dietas y la concientización sobre
la íntima relación entre salud y
comida, el consumo de los
alimentos menos sanos aumentó
en casi todos los países.
1.1. La insoportable voracidad del ser
Si observamos nuestro entorno, nos damos cuenta de que lo hemos cargado de
objetos y sustancias que prometen el elixir del placer y la felicidad plena, un placer
que nos cuesta encontrar en las cosas simples y que buscamos desesperadamente en
el consumo. Es así como las inmensas vidrieras del mundo globalizado nos atraen
cual imanes, y llenamos bolsas y cuerpos sin parar, sin detenernos a pensar en lo que
estamos haciendo. Entramos en un circuito irracional, sin límites, o con límites solo
impuestos por las tarjetas de crédito: cuando no tienen más fondos, no nos queda otra
alternativa que hacer un paréntesis, pagar y esperar que se acredite el pago para
volver a consumir.
Mientras, todo complota contra cualquier
intento de frenar; nos ofrecen descuentos
descomunales, miles de cuotas, premios,
millas, cupones… Los dispositivos
publicitarios nos atacan por todos los frentes
y, al brindarnos tantas facilidades, nos dejan
sin excusas, a tal punto que terminamos
comprando objetos repetidos o inútiles, que
solo sirven para provocarnos cada vez más
insatisfacción.
Vivimos en un mundo que genera
necesidades superfluas y las transforma en indispensables. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué
sucumbimos tan fácilmente ante todas las tentaciones?
Cabe preguntarse, entonces, cómo llegamos a este punto, en qué estado estamos
dentro de la “evolución biológica” y cuáles son las verdaderas necesidades del ser
humano. Por ejemplo, ¿quién se iba a imaginar hace quince años que hoy su vida
carecería de sentido sin Whatsapp, Twitter, Facebook, Instagram? Yo creo que nadie;
era impensable en aquel entonces.
Ahora bien, cuando hablamos de evolución humana nos referimos al proceso de
evolución biológica de la especie, desde sus ancestros hasta la actualidad. Si bien el
estudio de dicho proceso abarca varias disciplinas, me interesa detenerme, en
particular, en los aspectos que, a lo largo de la historia, han favorecido a generar
24
vínculos adictivos en el hombre.
El planteo es el siguiente: ¿Por qué hoy el hombre es tan voraz? Y al hablar de
voracidad no solo me refiero a lo que concierne a comer de más —punto en el que me
detendré más adelante—, sino al consumo excesivo de todo lo que existe, drogas,
alcohol, pastillas, sexo, tecnología, trabajo, juego, compras, comida… El mundo se
ha transformado en una gran máquina que da y quita, que ofrece y pide sin cesar. La
situación es, sin lugar a dudas, bastante crítica.
Asimismo, si revisamos el concepto de “evolución”, vemos que encierra,
inevitablemente, la idea de progreso y crecimiento; por ende, tendríamos que pensar
que es muy bueno todo lo que nos está pasando, que los avances tecnológicos han
mejorado nuestra vida, que vivimos cada vez mejor. Y, en algunos aspectos, es cierto,
ya que hubo descubrimientos y avances notables. Sin embargo, hay varias cuestiones
que no condicen con la idea de evolución; por el contrario, el hombre ha
involucionado al crear un entorno cada vez más y más tóxico que lo está
consumiendo día a día y, lo más curioso, del cual no se siente en absoluto
responsable. El mundo tiene la culpa de todo, lo hemos transformado en una entidad
abstracta que se impone ante nosotros con sus dispositivos de consumo y nos seduce
hasta abrumarnos.
El mundo condiciona al hombre, y el hombre crea el mundo, no hay lugar a dudas;
pero si el proceso fue siempre el mismo, desde los orígenes, ¿qué pasa ahora que las
adicciones están ganando la batalla? ¿Qué puede hacer el hombre para cambiar los
mecanismos destructivos que el mundo, y él mismo, le imponen?
La solución no es sencilla. Si detenemos nuestra mirada en el pasado, vemos que a
lo largo de la historia el ser humano fue agotando todos los recursos que tuvo a su
disposición para sobrevivir, para adaptarse a entornos naturales hostiles, para
producir sus propios alimentos. Fue adquiriendo fuerza y sabiduría para alcanzar un
estado de “civilización” más o menos aceptable. Es cierto, también, que el impulso
destructivo le es inherente; si no, no se explicarían tantas y tantas guerras. Sin
embargo, hoy se observa un fenómeno bastante paradójico: el hombre se ha
transformado en un antropófago de sí mismo, se come a sí mismo, se autodestruye.
25
El medio cada vez pide más, exige más y ofrece más; se crean, entonces,
necesidades “innecesarias”, demandas excesivas y agotamiento prematuro.
Por lo tanto, el individuo empieza a experimentar un comportamiento anómalo
sujeto a un nivel de exigencia cada vez mayor, por el que obtiene ciertos premios
externos que, supuestamente, compensan la exigencia. Las dos salidas posibles ante
tanta presión son, por un lado, la depresión o algún tipo de enfermedad nerviosa y,
por otro, la búsqueda de estímulos externos para poder sobrellevar esa vida que se ha
transformado en una gran demanda. Es en ese punto cuando las emociones se
trastocan y aparece claramente la necesidad de completarse con algo, o bien
declararse en quiebra, situación que deviene en la pérdida del rol social, familiar y,
principalmente, de la autoestima.
En realidad, el hombre de hoy es un hombre quieto, negador, que fabrica
complementos para parecerse al hombre de ayer, creyendo que nada cambió. Anclado
en la fantasía de que nada cambió, cree que todo va a mejorar. Pero eso no sucede, y
es entonces cuando aparecen los “satisfactores de rápido alivio”, que brindan amplia
satisfacción pero tienen un efecto efímero y limitado, efecto que hace que las
personas se tornen dependientes. Y uno de esos “satisfactores de rápido alivio” es la
comida.
Por lo tanto, asumir que nos cuesta, y mucho, abandonar esa sensación de alivio es
enfrentarnos con uno de los principales motivos que nos impiden adelgazar, el
hedonismo.
El hedonismo es la tendencia que considera al placer la finalidad o el objetivo de la
26
vida. Los hedonistas viven para disfrutar de los placeres (principalmente,
sensoriales e inmediatos) e intentan evitar el dolor.2
La actitud hedónica es, por un lado, una de las causas del desborde y, por el otro,
un importante obstáculo para adelgazar, en tanto lo primero que hacemos, cuando
intentamos frenar, es buscar soluciones fáciles e inmediatas (pastillas, dietas mágicas)
para un problema difícil y de larga data. Intentamos evitar el “dolor” que produce la
falta del alivio que obtenemos al comer en exceso, sin tener en cuenta cuánto más
dolor sentimos cuando nos miramos al espejo. Optamos, entonces, por evitar los
espejos y seguir comiendo.
Cuando miramos a nuestro alrededor, encontramos que en el mundo cada día hay
más gente insatisfecha, deprimida, triste o eufórica. Resulta complicado sobrellevar
durante mucho tiempo esos estados anímicos sin recurrir a paliativos externos que
nos brinden alivio, paz, equilibrio. Sin embargo, no nos damos cuenta del carácter
efímero de esos atenuantes de lo que realmente nos sucede, porque jamás buceamos
en las verdaderas causas y seguimos adelante sostenidos por el bastón del
autoengaño.
El ritmo vertiginoso en el que vivimos hoy en día no nos deja pensar y, entonces,
sucumbimos ante los encantos de lo inmediato y vamos posponiendo u olvidando
nuestros verdaderos deseos. Entramos, de ese modo, en un circuito en el que lo
importante queda tapado por lo urgente, lo innecesario se torna imprescindible y el
automatismo es nuestro modus operandi. Todo lo que sea reflexivo y pausado es mal
visto, está fuera de las leyes de este entorno en el que el estrés ha aumentado, el
sedentarismo se ha duplicado, la oferta se ha triplicado y la demanda, cuadruplicado.
No tenemos tiempo y necesitamos de ingestas y objetos compensatorios para
estimularnos.
Vivimos en la era del Homo consumens que, de acuerdo con Erich Fromm, “es el
hombre cuyo objetivo fundamental no es principalmente poseer cosas, sino consumir
cada vez más, compensando así su vacuidad, pasividad, soledad y ansiedad
interiores” y “al mismo tiempo, la necesidad de lucro de las grandes industrias de
consumo recurre a la publicidad y lo transforma en un hombre voraz, un lactante a
perpetuidad que desea consumir más y más”. Es un hombre que “se sumerge en la
ilusión de felicidad” y “confunde emoción y excitación con alegría y felicidad”.3
Es así como, en tanto “consumidores”, quedamos atrapados en la zona gris, en la
cual el deseo ha quedado sepultado, ya no por el placer sino por el goce, un goce que
27
El goce empieza y termina, pero
el bienestar continúa. Y se
obtiene paso a paso, todos los
días.
es solo presente, que “acaba” en sí mismo y está teñido de impulsividad, falta de
escrúpulos, desinhibición, fantasía de omnipotencia, “yoísmo” y, fundamentalmente,
“yaísmo”.
Asimismo, cuando se habla de la desaparición de las terapias tradicionales —
fundamentalmente, la psicoanalítica—, más allá de todas las teorías que intenten
fundamentar su extinción, lo que está en juego es la dimensión temporal:, pues la
falta de tiempo anula la posibilidad de acceso a este tipo de terapias. Es decir, resulta
muy difícil tomarse un tiempo para indagar en aquello “de lo que no se habla”,
porque cambió la forma de expresarnos, de comunicarnos, se revirtió la fórmula del
racionalismo: hago y, después, si puedo, pienso. O directamente, hago y hago sin
parar.
Por lo tanto, estamos en una carrera
permanente que nos lleva a alejarnos cada
vez más de nosotros mismos. Y ¿quiénes
somos nosotros mismos? Es más fácil
escaparle a esa pregunta que plantearnos, por
ejemplo, que tal vez seamos depresivos o
melancólicos o masoquistas o narcisistas o
fetichistas. Somos “gordos”, nominación que deja a todas las otras fuera de escena
por ser, en definitiva, “más abarcativa”, pero carece de identidad porque, en concreto,
describe solo el síntoma.
28
1.2. La conjura de los vicios
¿Qué es, entonces, lo que está agazapado detrás del goce? Porque el goce es el
componente esencial de toda adicción y, a la vez, podemos pensar que en todo adicto
probablemente se esconda un depresivo, alguien que en lugar de quedarse solo
prefiera vivir mal acompañado, no importa de qué objeto, persona o sustancia. Es una
hipótesis, pero se sustenta en la característica que tienen en común estas actitudes: la
evasión. El depresivo se encierra, duerme todo el día, no soporta el contacto con los
otros; el adicto necesita estimularse para salir, para hacer, para sentirse vivo.
La euforia no nos permite detenernos a pensar, no tenemos permiso para los
duelos, tenemos que seguir evitando, evadiendo. Estamos más acostumbrados a
obturar que a sacar.
¿Cuál es el lugar del bienestar en este panorama?
El tópico del Carpe diem, tempus fugit 4 se hace presente veinte siglos después,
pero con otro tipo de connotaciones. Para los antiguos, implicaba “aprovechar el día”,
porque el tiempo huía y con él las posibilidades de llevar a cabo las cuestiones
pendientes. Es decir, se le daba un valor al presente que se sustentaba en la
importancia de no dejarse estar.
Por el contrario, la inmediatez que se vive hoy tiene más que ver con la parálisis
que con el movimiento. Hacemos, hacemos y hacemos pero estamos siempre en el
mismo lugar. ¿Por qué? Porque lo hacemos mal, no profundizamos en las causas y las
consecuencias de nuestros actos y hábitos, y solo nos importa satisfacernos
rápidamente. De ese modo, caemos inevitablemente en el siguiente circuito:
Tenemos que plantearnos, entonces, qué nos lleva a traspasar la línea, por qué
sucumbimos tan fácilmente, por ejemplo, ante sustancias que siempre han existido.
Porque siempre hubo droga, alcohol y tabaco; pero el tabaco era para las ceremonias,
el alcohol se tomaba de vez en cuando y la droga no suponía un uso constante; o sea,
29
todo era “cada tanto”. Por supuesto, siempre hubo drogadictos, alcohólicos y
fumadores, pero en menor grado. Y también hubo gordos, pero eran pocos. Sin
embargo, cuando estas sustancias se consumen todo el tiempo porque se accede a
ellas con demasiada facilidad, uno se excede como persona en las supuestas
capacidades que tiene y, entonces, recurre todo el tiempo a los alimentos, al alcohol, a
la droga o a las actividades compulsivas, hasta que queda atrapado, no puede
despegarse más y vive con esa dependencia y para ella.
Existe un recorrido que parte del consumo ocasional y termina en el consumo
continuo. La impulsividad me lleva a consumir en forma ocasional cuando necesito
algo inmediato que me sostenga. Si reitero esa conducta con frecuencia, el impulso se
transforma en compulsión y, enseguida, irrumpe el descontrol. Entro, entonces, en
un circuito de consumo continuo que se caracteriza por la cronicidad, la repetición y
la negación. La insensatez gobierna mis actos, y mi único objetivo es fugarme de la
realidad. La consecuencia es la pérdida de alternativas.
El nexo entre el consumo ocasional y el continuo está dado por un proceso de
dependencia física, en el que sustancias externas al organismo y de diverso tipo
(nicotina, alcohol e hidratos de carbono, entre otras), así como ciertas situaciones o
conductas, afectan los neurotransmisores5 de manera tal que el cerebro los produce
en modo excesivo o insuficiente. Estos cambios, unidos a otros factores tales como
estructura de personalidad, modo de vida y herencia genética, producen una conducta
particular, adictiva, reflejo de un desequilibrio bioquímico persistente.
En un primer momento se crea un circuito que después deviene en crónico y se
torna vicioso.
De una costumbre se hace un hábito; de un hábito se hace una dependencia y, por
último, de una dependencia se genera una adicción.
Cuando hablamos de adicción, es muy amplio el espectro que esta abarca, ya que
nos referimos no solo a sustancias sino también a conductas. Si bien desarrollé
extensamente la temática de las adicciones en La telaraña adictiva, resulta importante
describir aquí sus características generales.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la dependencia a partir de los
siguientes criterios:
30
En principio, podemos clasificar los objetos de adicción en dos grandes grupos,
aunque esta clasificación sea meramente ilustrativa porque, si hablamos de vínculos
nocivos con objetos o actividades, las opciones son infinitas. Por el momento,
detengámonos en las más comunes:
31
En general, todos tenemos la idea de que un adicto es aquel que ingiere sustancias
y que quien se excede en una conducta es, en definitiva, un obsesivo o un
dependiente, pero no un adicto. La cuestión radica en que estamos ante un grave
problema cuando una conducta se reitera excesivamente, a tal punto que dicha
reiteración produce casi los mismos efectos devastadores que una droga en la vida de
quienes la padecen.
32
Está demostrado que, cuando practicamos ciertas actividades que nos resultan
placenteras, los circuitos neuronales se ven afectados casi del mismo modo que bajo
la influencia de una droga psicoactiva. Nuestro comportamiento manifiesta entonces
las mismas características que con el síndrome adictivo: desborde, excitación,
abstinencia y repetición del desborde. Incluso, muchas conductas adictivas están
asociadas con consumos adictivos, como el caso de los jugadores compulsivos que
son, a la vez, fumadores o bebedores, o el de obesos que también son alcohólicos.
Muchas personas van ampliando su espectro adictivo y se van transformando,
paulatinamente, en poliadictos.
33
Entre todas las alternativas que tenemos para escapar de la realidad, existen
algunas que son consideradas “ilegales”. Esto dependerá de la sociedad, de la cultura
y de los intereses involucrados en el consumo, pero lo cierto es que algunas
sustancias generan una enfermedad social llamada “toxicomanía”.
Hay una cuestión en especial que me interesa señalar respecto de este tema, la
problemática del estrés. Si bien más adelante veremos en detalle los procesos físicos
involucrados en este “malestar sociocultural contemporáneo”, es innegable que
hablamos de uno de los principales responsables del aumento de las adicciones a
nivel mundial. El estrés crónico o distrés produce insatisfacción, malestar,
agotamiento, insomnio y búsqueda de estímulos para estar animados, despiertos y
activos.
En este camino, observamos entonces que no solo la comida conjura en contra de
nuestro bienestar. Por lo tanto, deberemos estar muy atentos al modo en que
experimentamos el placer y entender que entre este y el goce también existe una
delgada línea; traspasarla, o no, resulta determinante cuando las adicciones están
permanentemente al acecho.
Pensemos, por ejemplo, en el éxito que han tenido las redes sociales,
principalmente, entre los adolescentes. El objetivo es interesante: ampliar el espectro
de comunicación de las personas, compartir gustos, afinidades, ideas, fotos, etcétera.
Sin embargo, para algunas familias esta “inocente” red social se ha transformado en
un problema inquietante, ya que son muchos los jóvenes que no pueden despegarse
de la pantalla, se comunican solo a través de ella y pasan el día viendo fotos, leyendo
frases, haciendo chistes, bajando videos, expresando sus estados de ánimo más
intrascendentes y, en definitiva, espiando la vida de los demás.
Es decir, las redes sociales, queriéndolo o no, han contribuido a la exposición
34
pública de todo lo que nos sucede y, entonces, todos saben todo de todos, y ese todo
circula para todos permanentemente, en exceso. Pero es un exceso que se ha
transformado en indispensable, a tal punto que quien no está en la red no existe.
O sea que la existencia virtual supera a la real, se ha tornado más necesaria y ha
generado una dependencia extrema en aquellos que son más vulnerables o inseguros,
con las consecuencias inevitables que trae aparejada toda dependencia, como el
fracaso escolar o laboral, la alteración de la rutina del sueño y de la alimentación y
los problemas familiares. Porque, cuando una conducta se torna excesiva, afecta
todos los aspectos de la vida. En palabras de Zygmunt Bauman: “Cuando uno pasa a
estar ‘siempre conectado’ puede que nunca esté total y verdaderamente solo, y si
nunca está solo, entonces es menos probable que uno lea un libro por placer, dibuje,
se asome a la ventana e imagine mundos distintos de los propios… Es menos
probable que uno se comunique con la gente real del entorno inmediato”.6
El proceso es, entonces, el siguiente: nos excedemos y le echamos la culpa al
mundo porque nos tienta. Es cierto, hay muchas tentaciones pero también mucha
gente que alcanza un equilibrio ante tanto acoso y logra convivir con el exceso de
oferta sin excederse en el consumo. Hay, por ejemplo, gente que utiliza las redes
sociales con moderación y disfruta del contacto con los otros, pero solo un rato al día,
no TODO el día.
La clave para vencer este obstáculo está, en definitiva, en el EQUILIBRIO; debemos
orientar nuestra mirada hacia los que lo alcanzan, para averiguar cómo lo logran y a
quiénes les basta con menos de lo mucho o demasiado que “necesitamos“ para
sentirnos bien. De ese modo le pondremos un freno a la avidez de consumo que,
según Erich Fromm, es una forma extrema de lo que Freud llamó “el carácter oral
receptivo” y se está convirtiendo en la fuerza psíquica predominante de la sociedad
industrial contemporánea.7 Por eso, los pronósticos respecto de la obesidad no son
nada alentadores; se dice que en 2030 entre el 85 y el 90% de la población mundial
va a estar gorda.
Nosotros pertenecemos a este mundo y queremos cambiar de vida, iniciar un
tratamiento. No tenemos la culpa de estar gordos, pero sí la responsabilidad de hacer
algo para que no se confirmen esos pronósticos tan desalentadores recién citados.
Todavía estamos a tiempo de revertirlos, aunque el mundo nos presione para que no
comencemos nunca y sigamos siempre en la misma historia y con la misma forma.
35
1.3. Demandas que nos comandan
Como todos sabemos, desde que somos niños nuestra vida se va organizando a partir
de necesidades, roles y horarios que cumplir. Sin embargo, a medida que vamos
creciendo, la situación cambia y las demandas tanto internas como externas
aumentan. Para algunas personas, este proceso es natural, normal, viene con la vida;
para otras, se transforma en un verdadero problema porque nunca se sienten
satisfechas y tienden a buscar compensaciones para soportar tanta presión.
Podemos pensar que es lógico, que no somos robots, que necesitamos tiempo de
esparcimiento y placer. Y es cierto, porque, de lo contrario, la vida sería muy tediosa.
Pero la cuestión se complica cuando ese placer se transforma —como venimos
diciendo— en algo que nos hace daño porque se instala como un factor que altera
todas las áreas de la vida, las desequilibra. Es entonces cuando se produce la
metamorfosis, y el cable a tierra se transforma en un exceso. Y lo que se observa es
que por debajo de esa situación de desequilibrio y exceso hay un denominador
común, la insatisfacción y la búsqueda de un placer inmediato que diluya rápida y
vorazmente aquello que nos lastima, nos angustia, nos enfurece o nos ata.
Ahora bien, todo aquello que genera esas reacciones en nosotros proviene de las
distintas áreas que conforman nuestra existencia en este mundo. Cada una de estas
áreas, para mantener su equilibrio, genera demandas ante las cuales debemos
responder. Sin embargo, ¿cómo hacemos para equilibrar, a la vez, todas las áreas?
36
La vida moderna nos impone un ritmo que, por momentos, se transforma en
asfixiante en tanto debemos responder a múltiples exigencias del entorno, situación
que, en muchos casos, nos lleva a descuidar nuestro “interno”, es decir, nuestro
mundo interior o nuestras verdaderas necesidades.
Podríamos referir miles de situaciones y notaríamos cuán difícil es alcanzar el
equilibrio ante tantas y tantas demandas. Porque en la interrelación siempre van a
faltar piezas para armar el rompecabezas, o muchas de ellas van a ser incompatibles,
no van a encastrar y vamos a tener que dejarlas a un lado.
Veamos qué piezas entran en juego en cada una de las áreas, con sus
correspondientes demandas:
En primer lugar, tenemos a la familia, no solo la que nosotros formamos sino
también la de origen y la política, con sus demandas de cuidado, atención,
cariño, ayuda económica, etcétera.
Dentro de la familia se encuentra la pareja que, a su vez, demanda
comprensión, paciencia, respeto, contención, acompañamiento y tiempo para el
amor.
37
Luego, en el trabajo, se incluyen las demandas generadas por la tarea en sí
misma, los roles y las relaciones interpersonales.
Asimismo, la vida social nos acecha y nos tienta con reuniones, hobbies,
paseos, para los cuales muchas veces no tenemos energía o tiempo.
Por su parte, el medio ambiente o espacio físico donde transcurren nuestros
días requiere de nuestra atención permanente, porque tenemos que mantener la
vivienda, cuidar las condiciones físicas del lugar de trabajo, el estado de
nuestros autos, la contaminación, los ruidos y la seguridad, entre otros.
Sin embargo, para poder sobrellevar con éxito todas estas demandas, es necesario
darle prioridad a un aspecto que, en general, más se descuida: la salud. Porque todo se
torna mucho más arduo cuando estamos enfermos.
Por lo tanto, hombres y mujeres nos hacemos cargo diariamente de todas estas
áreas de nuestras vidas con sus inevitables demandas. Y el desequilibrio en alguna de
ellas repercute inmediatamente en las otras; un problema en el trabajo puede
repercutir en la pareja o en la salud, por ejemplo. Parece sencillo pero no lo es,
porque seguramente muchos de nosotros nos hemos planteado un sinnúmero de veces
cómo hacer para ocuparnos seriamente de un área sin descuidar las otras.
Existen, entonces, quienes logran ocuparse de las demandas externas e internas sin
mayores tropiezos; pero para muchas personas resulta una tarea muy difícil, más aún,
cuando las demandas del medio se potencian a tal punto que asfixian. Y es aquí
cuando entra en escena la otra gran demanda, la demanda de consumo. Porque el
mundo —y los hombres que hacemos este mundo— nos incita a tener cada vez más y
más, a comprar, a ver, a probar, a comer de más…
Cada día que pasa se necesita más, probablemente por un desaprovechamiento y
una falta de conexión con el placer; se busca el disfrute inmediato, se goza con lo
efímero. Es decir, no podemos sostener tantas demandas naturales, autogeneradas y
generadas por el entorno, y terminamos devorándonos a nosotros mismos al escapar
de la exigencia para encontrar un plus que no logramos en estado de sobriedad. Y
transformamos ese plus en una necesidad que cubre lo poco que obtenemos a cambio
de todo lo que damos. Y en esta instancia ya superponemos tiempos, actividades,
necesidades y reclamos y, entonces, nos desconectamos, nos metemos para adentro,
dejamos de ocuparnos de nosotros mismos o nos ocupamos mal y nos dejamos
atrapar por la comida o por lo que está más a mano y, supuestamente, nos permite
“descansar”.
38
Es así como, en lugar de resolver los problemas, sumamos un drama, porque si
comemos para soltar la tensión, a la larga engordamos y nos enfermamos. Llevamos,
entonces, una vida normal, sostenida en un descontrol anormal.
¿Y si buscamos otras formas de gratificación? Porque hacer las cosas bien activa
una energía muy superadora, que nos permite sobrellevar el día a día sin sabotearnos.
39
Hoy el circuito es el siguiente:
cuando trabajo, estoy tan
cansado que pienso en el
momento en que esté en la
cama; pero cuando estoy en la
cama, pienso en todo lo que no
terminé de hacer en el día o no
logré resolver… y no puedo
dormir.
1.4. El que no corre vuela
Todas las demandas a las que aludíamos recién están inmersas, obviamente, en el
ritmo de vida actual. Esto nos sumerge, en muchos casos, en una vorágine de
compromisos y horarios y roles que cumplir. Desde que suena el despertador a la
mañana, nuestra jornada se transforma en una carrera contra el tiempo para cumplir
con distintas obligaciones, reuniones, trabajos, estudio, entregas, talleres, deportes,
exámenes, cursos, médicos, compromisos familiares… y comidas. Un sinnúmero de
situaciones que, si bien le dan sentido a nuestra existencia, por momentos nos
asfixian y reemplazan nuestra vida quitándonos lo más importante, el contacto con
nosotros mismos, principalmente cuando son demasiadas las cosas que pretendemos
hacer y el tiempo es escaso. ¿No les ha pasado, acaso, llegar a sus casas a las ocho de
la noche con la sensación de haber escalado el Aconcagua? Cuando uno vive de ese
modo, el solo hecho de pensar en el día siguiente provoca mucho cansancio de
antemano y, sin embargo, no podemos parar, seguimos asumiendo compromisos.
Es así como muchos llegan a todos lados
“con la lengua afuera” y “los pelos parados”,
con un nivel de aceleración increíble y,
probablemente, con unas “ojeras hasta el
piso” por falta de descanso. Porque es difícil
que quienes vivan muy acelerados durante el
día logren la calma cuando duermen. Al
contrario, la ansiedad provoca, en muchos
casos, insomnio, y ahí sí el grado de estrés
asciende a niveles que pocos cuerpos
aguantan.
Ahora bien, pensemos en el rol que ocupa
la alimentación en la gente que no para, es
decir, qué lugar y qué tiempo le destinan al acto de comer. Habrá quienes hayan
encontrado la manera de alimentarse bien sin engordar o adelgazar en extremo, y
quienes, por el contrario, se alimenten muy mal. La mala alimentación no solo está
relacionada con la cantidad sino con la calidad de lo que comemos, y se vincula tanto
con el sobrepeso y la obesidad como con la delgadez extrema. Por lo tanto, lo más
40
Un informe de la Organización
Mundial de la Salud sostiene
que el 6% de las muertes en
todo el mundo se vincula al
hábito de no moverse. En la
Argentina, la baja actividad
física afecta al 55,1% de la
población.
probable es que quienes corren todo el día pertenezcan a alguno de esos dos grupos.
Tenemos que preguntarnos, entonces, qué es lo que hace que una persona corra
todo el día y, a la vez, engorde. En principio, lo más probable es que durante el día
coma afuera y tenga poco tiempo para hacerlo. Entonces, optará por algún menú
rápido y, en general, muy calórico. Otra posibilidad es que, en lugar de sentarse a
comer tranquilo, coma parado y velozmente u opte por picar durante todo el día
muchos snacks, golosinas o galletitas. Este último caso es muy común y esconde una
gran trampa, pues muchos creen que picar no es comer y se engañan cuando dicen
“hoy no almorcé”, pero obvian contar todo lo que comieron a lo largo del día. Por
eso, cuando se horrorizan al verse más gordos, no se dan cuenta o no quieren ver el
gran error que cometen día a día, cuando creen que se “matan de hambre” y, sin
embargo, no paran de picar.
Otra situación que se da mucho en estos casos es que comamos muy poco durante
el día y lleguemos extremadamente voraces a la cena. Es comprensible que, quien
corre todo el día, se distienda cuando llega a su casa y disfrute del placentero
momento de comer; sin embargo, el error consiste en comer en un solo momento el
equivalente a todas las comidas diarias. Quienes lo hacen creen que compensan, pero
esa compensación no existe en lo biológico y, entonces, se produce el inevitable
engorde. Además, en general, se consumen demasiadas calorías debido al hambre que
se ha acumulado.
En fin, la idea es que tomemos conciencia
de la importancia de alimentarnos bien,
aunque nuestra vida parezca una carrera de
fórmula uno. Porque el estrés y la obesidad
conforman una pareja con un futuro muy
incierto. Lo conveniente es parar por un
momento y pensar en cómo nos alimentamos,
es decir, qué comemos y cuánto tiempo le
dedicamos al acto de comer.
Si vivimos a mil y comemos mal, tratemos
de cambiar nuestra forma y de incluir las
comidas como otro compromiso, no como
momentos “sándwich” en los que nos llenamos de calorías, sino como tiempos
esenciales para poder sobrellevar ese ritmo y, a la vez, darnos la posibilidad de un
recreo que contribuya a nuestro bienestar.
41
Entonces, desaceleremos, bajemos algunos cambios, estacionemos y démosle
también un tiempo y un espacio a la comida en su justa medida.
42
1.5. Movete, chiquita, movete
El caso contrario al recién expuesto es el de quienes se mueven muy poco y, en
consecuencia, engordan. El sedentarismo es uno de los grandes males de esta época,
porque parece que todo se confabulara para que estemos cada vez más quietos y, por
ende, cada vez más gordos. A la vez, esta disminución del movimiento está
acompañada por los avances tecnológicos y por el aumento del poder adquisitivo, en
tanto todo es cada vez más automático y más fácil de adquirir.
No solo son sedentarias aquellas personas que pasan todo el día en la cama, o
mirando televisión, sino también aquellos que trabajan en una oficina y están todo el
día sentados frente a una computadora. O quienes van a todos lados en auto y nunca
caminan y, por supuesto, los que jamás hacen actividad física.
Del ascensor pasamos al auto, luego a la escalera mecánica o a la cinta
transportadora… o al teléfono para encargar delivery. Y estamos horas y horas frente
a máquinas que nos ofrecen, por ejemplo, transitar por las calles de Roma sin
movernos de nuestro confortable sillón. Es un fenómeno que se da desde la infancia,
porque los niños también van cayendo progresivamente en las redes del sedentarismo,
a tal punto que cuando están en sus casas no se despegan de las computadoras, las
Play-Stations o esas máquinas que ofrecen, por ejemplo, jugar un partido de tenis sin
esfuerzo alguno. “Es una alternativa y, por lo menos, se mueven un poco”, dirán
algunos; pero la realidad es que, en general, las máquinas están alejando a los chicos
del deporte al aire libre, del movimiento físico, del trabajo en grupo, de la conexión
con contrincantes reales. Además, es común que, durante el juego virtual, consuman
calorías innecesarias y vayan generando hábitos nocivos sin darse cuenta. Pero no son
ellos los responsables, sino los adultos que, por comodidad, falta de tiempo,
cansancio y otras mil excusas, cedemos ante esas soluciones fáciles, mucho más
fáciles que llevarlos a un club o a una plaza. “Son nativos tecnológicos y no podemos
ir en contra de la corriente”, nos decimos y hasta nos convencemos de que hacemos
lo correcto, cuando sabemos que algo raro está pasando, algo se nos está yendo de las
manos. En muchos casos, nos damos cuenta cuando los análisis de sangre de nuestros
hijos revelan que, con tan solo ocho o diez años, tienen altos los niveles de colesterol
y de triglicéridos, es decir, se están enfermando y es muy probable que tengan
sobrepeso. Son los obesos del futuro, sin lugar a dudas, porque conviven desde
43
pequeños con un entorno tóxico que los condena.
Ahora bien, volvemos al tema de la responsabilidad, ¿quiénes crean el entorno
tóxico? Sin duda, no son los marcianos sino todos nosotros, los adultos que poblamos
la Tierra y no sabemos qué más inventar o consumir para sentirnos bien.
44
1.6. Habla tu espejo
Cuando hablamos de obesidad, sabemos que el síntoma evidente es el exceso de grasa
corporal, un exceso que se determina a partir de diferentes tipos de estándares y con
distintas mediciones. Dichos estándares varían en cada época y con cada cultura y se
corresponden con la manera en que se define en un momento dado lo que se
considera un “cuerpo ideal”.
Si pensamos, por ejemplo, en las opulentas mujeres representadas en las obras
renacentistas, notamos que en la actualidad estamos en las antípodas en lo que
respecta al ideal estético. Sin embargo, podemos decir que el “real estético” se
asemeja más a los rollizos cuerpos del pasado que a los cuerpos esbeltos y perfectos
que los dispositivos publicitarios intentan imponernos como “ideales”. Porque, si el
fenómeno fuera el contrario, no estaríamos hablando de la actual “epidemia mundial
de obesidad”.
¿Qué es, entonces, lo que sucede? Intuyo que si definimos a la obesidad como una
entidad multifactorial, el tema del ideal estético ocupa un lugar clave entre dichos
factores porque, cuando la meta es imposible, la gente en muchos casos se rinde y se
deja estar: “Si no soy igual a una modelo, nadie me mira, así que no me torturo más y
me doy todos los gustos”. Por otro lado están aquellos que se obsesionan con alcanzar
un cuerpo “perfecto” y dejan, también, su salud en el camino, porque sucumben bajo
las redes de la anorexia, la bulimia, la alcohorexia, la vigorexia o la orthorexia, entre
los trastornos más frecuentes.
Todos estos comportamientos son generados, en muchos casos, por ese ideal de
belleza que no condice en absoluto con las posibilidades reales de la gente, con los
límites del propio cuerpo. Y no hay duda de que el ideal de perfección es irreal y
enferma tanto como la obesidad.
Paradójicamente, en nuestra sociedad es más visible lo más reducido en tamaño, lo
que se muestra sobre las pasarelas, lo que enorgullece. Y no es visto como
enfermedad, sino como un pasaje al éxito.
¿Qué sucede, entonces, con los cuerpos en este siglo que recién comienza?
Cuerpos gordos, cuerpos enfermos, cuerpos anoréxicos expresan puro desequilibrio.
Como todos sabemos, la obesidad no siempre ha connotado enfermedad, sino que
también ha sido vinculada con la salud y la opulencia. Pensemos, por ejemplo, en la
45
relación automática que hacemos cuando vemos a un bebé gordo, creemos que es
muy sano pero estamos equivocados. En épocas en que la desnutrición y las
enfermedades por falta de vacunas incidían en la mortalidad infantil, la gordura era
vista como una protección ante los males y, por eso, se la sobrevaloraba. Pero ahora
la cuestión es diferente, y las repercusiones del exceso de peso en la salud de los
niños pueden ser muy graves
Además, tenemos que reconocer que, a lo largo de la historia, los kilos de más le
han servido al hombre para soportar los embates del clima y como reserva ante la
hambruna, es decir, han cumplido un rol protagónico en el proceso de supervivencia.
Sin embargo, esas reservas se usaban para soportar el frío o para subsistir casi sin
alimentos, situación que ahora no se produce en absoluto.
Por otra parte, en lo concerniente a las representaciones sociales del poder, la
gordura se ha impuesto, en ciertos casos, como símbolo de autoridad y riqueza.
Pensemos en los roles masculinos potentes que el cine o la televisión ofrecen, suelen
ser gordos, con Don Corleone a la cabeza. Padres, abuelos, jefes, jueces, todos se
imponen gracias a una “ineludible” presencia. Cuanto más espacio ocupan, más se les
teme. Y, en el caso de las mujeres, el recorrido es similar: el ama de casa regordeta,
símbolo de fertilidad y fidelidad; la gorda pulposa, símbolo de atractivo sexual. Como
contrapartida, aparece la figura del gordo o gorda bonachones, casi tontos, blancos de
todas las burlas de quienes los rodean.
El gordo adquiere, por consiguiente, mayor o menor visibilidad a partir de los
dispositivos que la sociedad deposita en él, salud, seducción, poder, fertilidad, por un
lado, e impotencia, estupidez, dejadez y enfermedad, por el otro.
Asimismo, en la actualidad la obesidad es considerada un problema de índole
estética y no un factor de riesgo para la salud; por consiguiente, se postergan las
soluciones, tanto desde el abordaje individual como en lo que respecta al diseño
políticas sociales preventivas.
46
Del exceso pasando a la nada, la imagen del cuerpo se transforma en “obscena”, en
tanto queda fuera (“ob”) de escena (“scena”). Porque, ¿qué exhiben estos cuerpos?
Exhiben algo monstruoso en tanto “aquello que se muestra” y “no puede ocultarse de
las miradas”.8 El cuerpo oscila aquí “realmente” y no imaginariamente entre los
extremos de la visibilidad, la hipervisibilidad de la obesidad, por un lado, y la
invisibilidad de la anorexia. Sin embargo, eso que se muestra exhibe, más allá de una
distorsión estética, un riesgo, el de la enfermedad.
Ahora bien, si nos detenemos en el término “enfermedad”, este despierta en
nosotros una inevitable sensación de rechazo, en tanto nos angustia. Tal como explica
Bauman,9 es “un concepto conocido en todas las culturas y lenguas que permite
designar una ausencia de ‘bienestar’, es decir, una molestia, una incomodidad, una
dolencia o aflicción psíquica o física. Esa palabra indica que el estado de la persona a
la que se aplica no es el que debería ser o el que cabría esperar en condiciones
normales. La enfermedad denota la anormalidad del estado de la persona enferma”. Y
hay enfermedades cuyos signos físicos permanecen ocultos pero, en los casos de la
obesidad y de la extrema delgadez, los cuerpos hablan, gritan esa ausencia de
bienestar, ausencia que se “muestra” a partir de un estado, “demasiado lleno” o
“demasiado vacío”, de un alimento que nunca alcanza o que, a la inversa, siempre
falta.
Entonces, cuando hablamos de ideal estético es necesario que entendamos que en
la sociedad en la cual vivimos resulta una noción bastante controversial, ya que
47
parece confabularse con otros factores para generar más y más incertidumbre y
potenciar, en muchos casos, estados extremos que no hacen más que reflejar una
sensación de impotencia ante lo inalcanzable.
Por lo tanto, si usted piensa que el tema del ideal estético es una traba para su
adelgazamiento, tenga en cuenta que son muy pocos los que logran tener esos cuerpos
perfectos que las publicidades venden y ostentan, ya que el costo es muy grande,
además de efímero. Sin embargo, sí existen los cuerpos armónicos, saludables,
deseables, y todos, más allá del sobrepeso que tengamos, estamos en condiciones de
alcanzarlos.
Como conclusión de esta primera etapa, podemos decir que —de acuerdo con los
distintos aspectos que venimos analizando— ya no tenemos dudas de que vivimos en
un mundo en el que todo está dislocado, desordenado, exagerado. Creado por
nosotros, por supuesto. Sin embargo, el análisis de esos factores no es suficiente para
emprender el camino del descenso, porque podemos entender absolutamente todo,
ahondar en cada una de las cuestiones implicadas y, a pesar de eso, seguir gordos. Tal
como vimos, en muchos casos el hecho de saber que el entorno es tóxico se
transforma en otra gran trampa para seguir comiendo.
Porque, si el mundo reconoce sus razones, ¿qué puedo hacer yo para no someterme
a las razones de este mundo?
En principio —como fuimos señalando—, ante cada situación problemática, puedo
cambiar de estrategia:
Si el entorno es desmesurado en su oferta, tengo que tratar de encontrar mi
medida y no ser tan voraz.
Ante las demandas que me comandan, me puedo organizar en pos de un
equilibrio de las áreas.
Si vivo a mil, tengo que reducir la velocidad y darme tiempo para lo que
realmente importa: mi salud.
Si soy sedentario, ¡a moverme de una vez! Abandonar los controles remotos, los
ascensores y las escaleras mecánicas puede ser el primer paso.
Cuando me sienta invisible, podré desprenderme de los nefastos estereotipos
sociales que promueven una perfección inalcanzable y pensar en el bienestar
general y la visibilidad que se genera al estar “normalmente” delgado.
Es hora, entonces, de distanciarnos de ese loco mundo que nos devora, explorar
otras posibilidades y encarar otros desafíos.
48
Lo lograremos cambiando las reglas del juego, transformando la tentación en
antitentación, mediante la exploración de nuestro “mundo” interno. En definitiva,
haciéndonos responsables del cambio, porque la gordura es un problema que, si no se
resuelve, va “agrandándose” con los años y genera destrucción anímica, falta de
confianza y poca autoestima. Si uno resuelve este tema, puede solucionar después las
pequeñas cosas que lo perturban; es más fácil, sin tanto “peso”, todo lo demás se
limpia, incluso la percepción del mundo.
En el siguiente capítulo, los mecanismos fisiológicos implicados en el desborde
entrarán en escena. El cerebro se está preparando para explicarnos qué le sucede
cuando comemos de más. ¿Lo escuchamos?
1 Fromm, Erich, Sobre la desobediencia, Buenos Aires, Paidós, 2013, p. 95.
2 El hedonismo (hedone: placer; ~ismos: cualidad o doctrina) como doctrina de la filosofía fue impulsado
por los filósofos griegos Aristipo y Epicuro de Samos (siglos IV y III a.C.).
3 Fromm, op. cit., pp. 33-34.
4 “Disfruta el presente; el tiempo huye.”
5 Sustancias químicas cerebrales responsables de la transmisión de estímulos tales como la motivación, las
emociones y los instintos. Los principales neurotransmisores son la acetilcolina, la norepinefrina, la dopamina,
las endorfinas, la serotonina y el GABA (ácido gamma amino butírico).
6 Bauman, Zygmunt, 44 cartas desde el mundo líquido, Barcelona, Paidós, 2011, p. 17.
7 Fromm, op. cit., p. 34.
8 Cuadra, Olga, “Obscenidad”, Lectura A Diario de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, Nº 5, Editorial,
noviembre de 2010.
9 Bauman, op. cit., p. 87.
49
SEGUNDA ETAPA
Las trampas del cerebro
Si hacés algo por primera vez en tu vida,
estás desarrollando tu cerebro, agregando conexiones.
ESTANISLAO BACHRACH1
El conocimiento resulta más interesante cuando podemos ampliar la mirada hacia
otras áreas que hemos descuidado hasta el momento. Por ejemplo, hoy no tiene
sentido empeñarnos en atribuirle al estómago la culpa de nuestro engorde. Por eso,
tampoco son siempre exitosas las cirugías para reducir la capacidad de este órgano,
ya que el proceso que nos lleva a aumentar de peso comienza mucho antes de que el
alimento ingrese en nuestro cuerpo, y el estómago es una más entre las tantas piezas
que intervienen en la dinámica del hambre y del comer. Por lo tanto, hay que tener en
cuenta todas y cada una de esas piezas si queremos entender por qué engordamos.
No es el objetivo de este libro hacer una descripción tediosa de los órganos que
intervienen en nuestra alimentación, pero sí creemos conveniente explicar
brevemente cómo participan y cuáles son sus características y funciones principales.
Todos sabemos que el cuerpo humano es una verdadera obra de ingeniería en la
que cada elemento cumple una función, a la vez que se articula con otros para
conformar un todo; órganos, músculos, huesos, articulaciones, líquidos, etcétera,
conviven y trabajan sin cesar durante todo el tiempo que dura nuestra vida. Sin
embargo, en el cuerpo también hay jerarquías laborales, algunos órganos cumplen
funciones de mando y otros son subordinados.
Por lo tanto, si tomamos el cuerpo humano como una gran fábrica, observamos que
tres sistemas son los que ocupan los sectores principales:
50
1. El sistema nervioso, a partir del cual se desarrolla el cerebro y desde el cual
brotan nervios hacia todo el cuerpo.
2. El sistema de vasos sanguíneos, del que surge nuestro corazón como conexión
vascular central.
3. El tracto gastrointestinal, que nos atraviesa de arriba abajo.
¿Cuáles son las oficinas principales de estos sectores? La del cerebro, la del
corazón y la del intestino. Y el cargo más alto, el de mayor responsabilidad, lo ejerce,
sin lugar a dudas, el cerebro.
Sin embargo, antes de visitar la oficina del jefe principal, el cerebro, tal vez sea
conveniente revisar algunas cuestiones que tienen que ver con nuestro proceso
biológico natural de digestión, es decir, entender qué sucede, cómo trabajan nuestros
órganos una vez que el alimento entra en nuestro cuerpo. De ese modo, también
entenderemos cómo se comporta nuestro sistema digestivo cuando lo
sobreestimulamos y no lo dejamos descansar y, principalmente, cómo repercute su
funcionamiento en nuestras conductas, a tal punto que muchos especialistas llaman al
intestino “el segundo cerebro”.
51
2.1. Ingestas indigestas
Nuestro aparato digestivo trabaja sin cesar y se ocupa del transporte de los alimentos,
la secreción de los jugos digestivos, la absorción de los nutrientes y la excreción de
los desechos. Es una maquinaria compleja, en la que los distintos procesos están
encadenados y, por eso, el equilibrio resulta clave para una digestión exitosa. Por eso,
cuando nos referimos tanto a los beneficios como a los perjuicios que ciertos
alimentos ejercen sobre nuestra salud, es muy importante que tengamos en cuenta
que, gracias a la digestión, esos alimentos se transforman en unidades más sencillas y,
a su vez, son absorbidas y transportadas por la sangre. Mediante la acción de las
enzimas digestivas, los lípidos, las proteínas y los hidratos son utilizados por las
células del organismo.
Es común que nos refiramos a los alimentos de acuerdo con cómo nos “caen”, y
esta sensación tiene que ver con la digestión, por supuesto. “Yo no como melón
porque me cae muy pesado”, “Ese chocolate me cayó como una bomba”, “No lo
sentí, el asado me cayó diez puntos”, estas son algunas de las expresiones que usamos
para explicar los efectos inmediatos de nuestras ingestas. También decimos, por
ejemplo, que “la cerveza me hincha”, “la salsa me da acidez”, “la verdura me
inflama”, etcétera. A partir de cómo nos sentimos al comer tal o cual alimento,
hacemos un diagnóstico muy personal de lo que podemos o no podemos comer. Y
también medimos los tiempos de nuestro proceso digestivo: “Tengo digestión lenta”
—frase muy usada por los dietarios crónicos—, “Tengo buena digestión”, a la que
también llamamos “metabolismo”, que es rápido, lento, bueno, malo… Y gracias a
estas percepciones, muchas veces nos equivocamos, porque las sensaciones no solo
dependen de las características de ciertos alimentos, sino de las combinaciones que
hacemos con ellos y de nuestro estado de ánimo al ingerirlos.
Por eso es recomendable, antes de hacer cualquier autodiagnóstico, que nos
realicemos estudios de tolerancia para saber hasta qué punto la hinchazón que
tenemos se debe a que somos nerviosos o a que somos celíacos o no toleramos la
lactosa, por ejemplo.
Asimismo, se sabe que las emociones, como el miedo y el estrés, pueden dificultar
la dilatación de la musculatura lisa del estómago y hacer que nos saciemos
rápidamente o nos sintamos mal tras ingerir porciones pequeñas.
52
Aunque parezca mentira, el tubo digestivo mide, en total, unos once metros de
longitud, pero la mayor parte la ocupan los intestinos, que están replegados.
El proceso de digestión dura, por término medio, un día, aunque algunos lo logran
en ocho horas mientras que otros tardan hasta tres días.
En el siguiente cuadro, describiremos brevemente las funciones de los órganos
implicados en nuestra digestión; desde que captamos el alimento con los ojos hasta
que expulsamos los desechos, intervienen en el proceso la nariz, la boca, la faringe, el
esófago, el estómago, el intestino delgado y el intestino grueso. Pero además, estos
órganos reciben las secreciones del páncreas, la bilis del hígado y la actividad del
bazo, que interviene en el proceso digestivo participando en la absorción y el
transporte de nutrientes.
53
El intestino ha sido, desde siempre, el órgano más infravalorado del cuerpo
humano; sin embargo, su función es excepcional, ya que interviene en dos tercios de
54
las actividades del sistema inmunitario, obtiene energía de los alimentos y produce
más de veinte hormonas propias. Por suerte, una de las nuevas líneas de investigación
de nuestro tiempo se basa en el modo en que el intestino influye en la salud y el
bienestar.
¿Por qué hacemos tanto hincapié en nuestro aparato digestivo? Porque contiene
una red neuronal muy compleja cuya función es muy parecida a la de las neuronas
cerebrales. En el sistema nervioso entérico podemos hallar más de cien millones de
neuronas que secretan las mismas sustancias que el sistema nervioso central. Lo más
llamativo es que en las células del intestino también existen algunos
neurotransmisores, como la serotonina, la hormona vinculada con el placer, el
descanso y el bienestar. El 90% de la serotonina corporal total se sintetiza en el
intestino y repercute directamente en los síntomas gastrointestinales.
Si bien el intestino puede trabajar en forma independiente, también lo hace en
conexión con el cerebro, y en lo que respecta a la relación intestino-dieta-cerebro, la
serotonina es un factor clave. ¿Por qué? Porque se forma a partir de una sustancia
llamada triptófano, un aminoácido esencial que solo se obtiene a través de la
alimentación.
Desde siempre, hemos creído que las cuestiones emocionales —tales como el
miedo o el estrés que nombramos más arriba— causaban efectos intestinales, y
estábamos en lo cierto; no obstante esto, en los últimos años se descubrió que la
comunicación del intestino hacia el cerebro es mucho más intensa, en tanto hay un
mayor número de vías nerviosas que comunican en esa dirección. Por ende, se sabe
que el intestino también registra emociones y, si bien no piensa, se comporta como un
órgano sensorial.
En definitiva, existe una conexión entre las áreas cerebrales relacionadas con
nuestras emociones y pensamientos, el sistema inmune, el sistema endócrino y el
sistema nervioso entérico. Si se produce una perturbación en dicha conexión,
podemos presentar síntomas gastrointestinales y también emocionales.2
¿SABÍAS QUE…?
3
Ya en el útero materno comenzamos a practicar la deglución. A modo de
prueba, engullimos hasta medio litro de líquido amniótico cada día pero, como
55
nuestros pulmones están llenos de líquido, la deglución no se produce en su
sentido clásico.
En la vida adulta tragamos a diario unas seiscientas a dos mil veces, para lo cual
se activan más de veinte pares de músculos.
Cuando envejecemos, nos atragantamos a menudo porque los músculos
encargados de la coordinación ya no trabajan con tanta exactitud.
El esófago funciona de un modo tan automático que incluso podemos tragar si
estamos cabeza abajo.
Los hidratos de carbono simples, como el arroz y la pasta, pasan rápidamente al
intestino delgado, donde se digieren, y son los responsables de la inminente
subida de azúcar en sangre.
Aunque las comidas ricas en hidratos de carbono nos sacian más rápidamente,
la sensación de saciedad no dura tanto como con las proteínas o la grasa.
Muchos médicos recomiendan una alimentación rica en fibras para estimular la
digestión; las fibras alimentarias no digeribles activan la gimnasia o
peristaltismo intestinal, de modo que la comida avanza más rápidamente y
conserva una textura blanda.
A nuestro intestino delgado le gusta la pulcritud; si lo visitamos dos horas
después de la digestión, lo encontraremos reluciente.
Si picamos continuamente, no dejamos tiempo para que se realice la limpieza.
Es por eso que algunos nutricionistas recomiendan hacer una pausa de
aproximadamente cinco horas entre comidas.
56
2.2. Una mente rumiante
El cerebro es la unidad de control global de nuestro cuerpo.
Podemos decir que dentro de la oficina del cerebro hay trabajadores que cumplen
funciones específicas. En realidad, dichos trabajadores o unidades básicas son las
neuronas que, a su vez, realizan billones de conexiones o respuestas a señales
eléctricas, mediante las cuales segregan diversos compuestos químicos llamados
“neurotransmisores”.
Dichas unidades básicas se unen en componentes de mayor orden o grupos de
células especializadas en labores concretas dando lugar a las llamadas “áreas
cerebrales”. No vamos a detenernos en cada una de esas áreas, pero sí en la que
interviene en la regulación del hambre y de la saciedad, el hipotálamo.
Ubicado en el centro de las oficinas del cerebro, el hipotálamo es un conjunto
neuronal de tamaño muy reducido pero con roles muy importantes, tales como la
57
regulación de la temperatura del cuerpo, el control de los períodos de sueño y vigilia
(ritmos circadianos) y el mantenimiento de la homeostasis energética. Y a nosotros
nos importa especialmente por esta última función, ya que, cuando se descontrola, se
produce el engorde.
La homeostasis energética es la regulación de la ingesta de los alimentos para
asegurar la disponibilidad de energía en todo momento.
Por lo tanto, el hipotálamo sabe cuándo y cuánto tenemos que comer, adaptando
nuestras ganas a las necesidades calóricas de nuestro metabolismo. En definitiva, es
el centro cerebral que regula los mecanismos del hambre y de la saciedad.
Si bien parece simple, la homeostasis es un mecanismo muy complejo, resultado de
millones de años de evolución, que cuida que a nuestro metabolismo no le falte
energía. Es un sistema estable que dispone de múltiples soluciones y procesos para
conservar el equilibrio, de tal modo que si falla algún recurso, dispondrá de otros.
La cuestión es que hoy ese regulador energético ha dejado de ser eficaz, está
descontrolado, desequilibrado. Las teorías al respecto parecen insuficientes, no logran
dilucidar el porqué del aumento de la obesidad en el mundo.
De modo que pareciera que hay que ampliar la mirada —como dijimos al principio
— y ver qué otros factores intervienen en el desequilibrio homeostático.
En este punto es necesario incorporar un nuevo concepto4 que nos va a ayudar a
entender qué pasa.
Engordamos porque, además de una alimentación homeostática, nuestro cuerpo
está regido por una “alimentación hedónica”, que complementa a la primera y la
desequilibra.
Imagínese a usted mismo en una situación extrema, por ejemplo, en medio del
desierto sin nada para beber o comer. Es difícil que piense en una gaseosa para
calmar la sed o en un flan con dulce de leche para apaciguar su hambre; lo más
probable es que desee tomar agua y que se conforme, ¡y agradezca a todos los dioses
del desierto!, si encuentra un charco aún no evaporado por el sol, para agacharse y
beber. Y en cuanto a comer, cualquier raíz factible de ser masticada y tragada le
58
“Haciéndolo simple: el hambre
tiene que ver con la necesidad;
las ganas de comer, con el
deseo. Decimos ‘el problema del
hambre en el mundo’, no ‘las
ganas de comer en el mundo’.
El hambre nombra la urgencia
imperiosa, primaria e
indiscriminada de alimentarse
y, si no se satisface, compromete
la subsistencia y sus variables
asociadas.
Las ganas de comer, en cambio,
se refieren al deseo, a la
satisfacción de un gusto, y se
supone que se expresan dentro
de un marco de elección posible.
El hambre es indiscriminada;
las ganas de comer, selectivas.”
JUAN SASTURAIN
“Usos del hambre”,
Página/12, 16/7/2012
parecerá un “divino bocado”. De ese modo, si encuentra esos dos tesoros, logrará su
objetivo: incorporar energía para sobrevivir.
El ejemplo es exagerado pero ilustra en
qué consiste, en realidad, el hambre. En
definitiva, es una señal física que nos dice
que nuestro cuerpo necesita energía,
combustible. Y cuando el hambre es extrema,
no resulta selectiva; lo que importa es, si no
saciarla, calmarla. Es como cuando nos
quedamos sin nafta en la ruta, cualquier
bidón nos salva, no se nos ocurre exigir uno
sin plomo.
Cuando el hambre se orienta a un tipo
específico de comida, tenemos que dudar de
su autenticidad. ¿Se imagina en el desierto
rechazando la raíz por no tener gusto a
chocolate? Sin duda, no se le ocurriría actuar
así porque se impondría un hambre natural,
fisiológica, que le impediría pensar
disparates.
No obstante esto, podemos decir que, en
general, tenemos una forma disparatada de
comer, ya que nos regimos por una
alimentación hedónica, conformada
culturalmente, cuyo objetivo dista mucho del
equilibrio energético; por el contrario, está
gobernada por el placer, y su fin es la
satisfacción.
Entonces, en lo que respecta a la
alimentación, las zonas cerebrales implicadas
en el circuito de recompensa se encuentran
cercanas al hipotálamo y cumplen diversas
funciones.5
La corteza orbitofrontal y la amígdala codifican la información relacionada con
59
La Federación Mundial de
Obesidad y la entidad
Consumers International
pidieron un acuerdo global para
regular a las empresas que
promueven alimentos no
saludables, en el estilo del
Convenio Marco para el
Control del Tabaco, que puso
límites a las compañías
tabacaleras. El pedido,
formulado ante la Organización
Mundial de la Salud, obedece a
el valor de la recompensa de los alimentos.
La ínsula procesa información relacionada con el sabor de los alimentos y su
valoración hedónica.
El núcleo accumbens y dorsal estriado, que reciben señales desde el área
tegmental ventral y la sustancia negra, regulan las propiedades motivacionales y
de incentivos de los alimentos.
El hipotálamo lateral puede regular las respuestas gratificantes —lo que los
hace apetecibles— y lidera la motivación que nos empuja a la búsqueda de
alimentos.
Es probable que usted esté pensando en que lo importante es tener libertad para
elegir los alimentos y que el problema radica en una mala educación alimentaria. Y
tiene en gran parte razón. Sin embargo, yo iría un poco más lejos con el planteo y le
preguntaría hasta qué punto somos libres cuando elegimos nuestros alimentos, si es
real que tenemos tantas opciones diferentes.En el desierto, directamente, no había
opciones; pero cambiemos el escenario por el de un supermercado en cualquier
ciudad, donde la oferta es desmedida, nos mareamos, no sabemos qué comprar, todo
es rico, atractivo y hasta ¡lindo!
¿Por qué hemos llegado a montar esos
escenarios para, al fin de cuentas, comer?
Porque vivimos en una época en la cual lo
que más cuenta es la “percepción hedónica”6
por parte del consumidor, y las
megaempresas que acaparan la fabricación de
alimentos en el mundo operan a partir de ese
principio. Activan miles de estrategias de
marketing y publicidad que analizan las
preferencias y gustos de los futuros
compradores para así imponer con éxito sus
productos en el mercado. ¿O acaso no son
cada día más ricos y bellos los productos que
consumimos?
Lo son, es cierto, pero gracias a una serie
de procesos de transformación que los tornan
peligrosos para nuestra salud. Tanto es así
60
que los modelos dietarios
insalubres se ubican por encima
del tabaco como las principales
causas mundiales prevenibles
de enfermedades.
que la científica alemana Giulia Enders
advierte que “nunca en la historia de la
humanidad habíamos tenido que enfrentarnos
a tal oferta excesiva de azúcar. En los
supermercados americanos aproximadamente
el 80% de los productos transformados ya
tienen azúcar añadido. Desde el punto de
vista de la técnica evolutiva, nuestro cuerpo acaba de descubrir el escondite de los
dulces y, desprevenido, los devora hasta la saciedad antes de derrumbarse en el sofá
con shock hiperglucémico y dolor de estómago”.7
Las empresas alimentarias cuidan que los alimentos sean “seguros”, en tanto no
nos intoxiquen en un corto plazo; pero la obesidad se construye poco a poco y a partir
de alimentos inseguros, industrializados y dañinos.
En definitiva, “si bien la llamada ‘dieta occidental’ es segura y minimiza las
intoxicaciones alimentarias, parece que ayuda más bien poco a llegar a la vejez con la
mejor salud posible, sin sufrir de forma masiva enfermedades crónicas como la
obesidad y la diabetes. Esto se debe a que la educación en esta área tiene muy pocas
posibilidades de imponerse ante la artillería pesada del marketing alimentario”, señala
acertadamente el doctor Jiménez.8
Entonces, vemos cómo el escenario del hambre y del comer se sigue desplegando.
Han aparecido los alimentos altamente procesados que conforman el 60% de las
calorías diarias que consumimos y nos aportan muchísimo más placer que el que nos
dan los alimentos frescos o naturales.
Es pertinente entonces que nos preguntemos cuáles son los mecanismos cerebrales
implicados en este proceso cuando hablamos de alimentación, qué circuitos de
recompensa y placer se estimulan y nos llevan a comer cada vez más, y más, y más, y
más…
Ahora bien, no hay dudas de que el acto de comer, en tanto satisface una
necesidad, genera cierta sensación de alivio o placer. Sin embargo, ese componente
hedónico se podría equiparar al obtenido mediante otras funciones naturales de
nuestro organismo, tales como el descanso o la gratificación que se obtiene luego de
hacer actividad física. Es una respuesta natural del cuerpo ante la satisfacción de una
necesidad y, a diferencia de la alimentación hedónica que antes nombramos, esta
gratificación es momentánea y conforma un eslabón más en el proceso de la
alimentación.
61
Por lo tanto, en el aspecto natural del acto de comer, podemos distinguir tres
componentes básicos:
El componente fisiológico: se refiere a los circuitos del hambre y de la
saciedad.
La palatabilidad: desde el momento en que el alimento ingresa en la boca, se
activan las papilas gustativas. Es el nexo entre los otros componentes.
El componente hedónico: activa los circuitos cerebrales de recompensa y
placer.
Anteriormente, cuando nos referimos al hambre, pudimos intuir que dicha noción
es bastante compleja, en tanto se ha transformado en una entidad polifacética. Es
decir, el hambre no es más una demanda que proviene desde lo biológico y nos avisa
que nuestro cuerpo necesita combustible; por el contrario, es una sensación que ha
“tomado” nuestro cuerpo y nuestra mente y nos envía múltiples alarmas activadas por
distintos factores, el estomacal, el cerebral, el bucal, el masticatorio, el deglutorio y el
emocional.
Cuando el hambre estomacal, que requiere de la ingesta para que se llene el
estómago, está acompañada por el hambre cerebral, el comer se transforma en una
62
idea obsesiva y es cuando, a pesar de estar llenos, seguimos comiendo. Es posible,
además, que no podamos dejar de sentir cierto gusto en la boca porque esta ha
adquirido una palatabilidad excesiva ante el sabor de tal o cual comida.
Hay quienes necesitan sentir la consistencia de la comida y se les hace
imprescindible la descarga mandibular, como ejercicio repetitivo. Existen, también,
los que experimentan una gran satisfacción al tragar y transforman la deglución en
una práctica sin fin. Y, por último, están aquellos que son víctimas de un hambre
emocional, en la cual la comida tiene poco que ver, pero el comer se transforma en
una acción repetida y continua que sirve como descarga de diversos estados
emocionales.
Por supuesto, todas estas prácticas están lejos de generar en quien come una
sensación real de saciedad, si la entendemos como una respuesta homeostática del
63
organismo, dirigida a restablecer el equilibrio en cuanto la demanda de nutrientes
queda satisfecha.
La saciedad es un proceso activo que necesita de un compromiso neuronal
complejo que desencadena finalmente la inhibición de la conducta de ingesta.
Veamos cómo es, en líneas generales, el proceso biológico normal de hambre-
saciedad:
Cuando un alimento ingresa en nuestro organismo, la acción responde a un
estado previo de hambre que se manifestó mediante ciertas señales enviadas,
por un lado, por una hormona secretada por las células grasas llamada leptina,
que actúa sobre el hipotálamo al informarle al cerebro respecto del estado de
acopiamiento energético.
Asimismo, antes de comer se elevan abruptamente los niveles de ghrelina, otra
hormona secretada por el estómago y la primera porción del duodeno. Sin
embargo, en general, más allá de la sensación de hambre, hacemos una elección
previa de lo que vamos a ingerir y prevemos la gratificación que obtendremos al
comer determinado alimento y no otro. Es en ese momento cuando entra en
juego el componente hedónico antes señalado, que comienza como imagen y se
concreta en la ingesta, con la consecuente estimulación del centro del placer
cerebral —que antes describimos—; el cerebro libera dopamina, y el sujeto
siente alivio, satisfacción. Después de comer, los niveles de ghrelina descienden
súbitamente.
Una vez ingerido el alimento, el páncreas segrega insulina, hormona que
permite la captación de glucosa (azúcar sanguíneo) por parte de una variedad de
tejidos. Esta hormona, junto con la leptina, actúa lentamente para promover el
equilibrio a largo plazo de las reservas de grasa del organismo.
Después de comer, las células que tapizan el intestino delgado y el colon
secretan el llamado péptido YY3-36, en cantidad proporcional al contenido
calórico de la ingesta. Los niveles de este péptido se mantienen altos entre las
comidas y producen un efecto antihambre.
Ahora bien, el proceso recién descripto se realiza en condiciones normales de
ingesta, pero en las personas obesas, todo el mecanismo de segregación de hormonas
64
se altera notablemente; aumenta la secreción de leptina, se produce hiperinsulinemia9
y se altera la función del péptido, ya que este no logra informar al hipotálamo los
efectos de la ingesta.
Con respecto a la estimulación de los centros de placer, tanto la dopamina como la
serotonina10 son los neurotransmisores que regulan los centros de motivación y
recompensa, por lo tanto, la deficiencia en su acción puede perpetuar conductas
patológicas de alimentación. Al respecto, hay que estar atentos a los momentos del
día en que estamos más vulnerables, porque —como yo siempre digo— la bala de
plata que sirve para matar al hombre gordo es la de la noche, debido a que a la tarde
bajan el magnesio, la dopamina y la serotonina, lo que produce en el cuerpo un estado
de serenidad que activa las ganas de comer, sin hambre, como reflejo condicionado
por un hábito.
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  • 1.
  • 2. Dr. Máximo Ravenna Más vida menos kilos Los juegos del hambre y las trampas del comer Grijalbo 2
  • 4. A mi esposa, María Gilda, a mis hijos, Pablo, Luciano, Lila y Sofía, y a mis hermanos por estar siempre atentos a mis pasos, brindándome su amor y apoyo constantes. 4
  • 5. AGRADECIMIENTOS Un libro no es solo la obra de quien lo escribe sino también de aquellos que inspiran la escritura. Por eso, les agradezco especialmente a mis pacientes, a su vez dadores y receptores; sus logros me permiten constatar la solidez de esta luz terapéutica y me impulsan a expandirla y transmitirla. Sin embargo, tantos buenos resultados no serían posibles sin la dedicación y el profesionalismo de todo el equipo de colegas y colaboradores que trabajan en los distintos Centros Terapéuticos del país y del exterior, enriqueciendo y consolidando diariamente este eficaz método integral, que no solo ayuda a adelgazar sino a vivir más y mejor. A ellos, mi especial reconocimiento y agradecimiento. Por último, agradezco a mi colaboradora de siempre, Laura Laporta, quien me ayudó a seleccionar, ordenar y disponer en este libro las piezas de los juegos del hambre y las trampas del comer. ¡Gracias a todos! 5
  • 6. PRÓLOGO Escribo este prólogo en agradecimiento y reconocimiento profesional a quien me enseñó a luchar para vivir en un mundo mejor, con más salud física y mental y mejores perspectivas de vida. Ambos somos médicos psicoterapeutas y compartimos nuestra experiencia; por mi parte, desde la sexología clínica, y el doctor Máximo Ravenna, desde su especialidad. Así como yo me dedico hace más de cincuenta años a ayudar para que la gente tenga una mejor sexualidad, con el consiguiente cambio en su calidad de vida, Ravenna persigue el mismo objetivo mediante el descenso de peso de sus pacientes. Porque, sin duda, la calidad de vida de quien adelgaza mejora notablemente. Recuerdo que una vez un colega me dijo que tener un sobrepeso de 25 a 50 kilos equivalía a cargar permanentemente una bolsa de cal o de cemento. ¡Y no nos damos cuenta! Si a esa pesada bolsa le agregamos hipertensión, diabetes y sedentarismo, entramos en una zona riesgosa para la salud como resultado de no poder parar con el círculo vicioso que tan bien plantea Ravenna: la obesidad es consecuencia de un proceso adictivo sumado a la falta de actividad. El título de este libro dice todo respecto de estas cuestiones y resume así su filosofía básica: Cuanto más comemos, más hambre tenemos. Cuanto menos comemos, más nos alcanza. Por otra parte, para vivir más, es fundamental no solo comer menos sino cuidar la calidad de los alimentos que ingerimos. Se sabe que los pueblos con más gente longeva son los que consumen alimentos naturales, de la zona y no industrializados, es decir, con poblaciones que han seguido los mandatos de la naturaleza más que otras. Al respecto, la licenciada Soledad González, antropóloga, especialista en nutrición natural y reeducación alimentaria, nos dice que nuestro cuerpo está diseñado para tener necesidades biológicas específicas: oxígeno, agua, luz solar, descanso, movimiento y una alimentación determinada. Cuando, por diversos motivos, no podemos satisfacer estas necesidades nutricionales, se enciende la señal 6
  • 7. de alarma y nos enfermamos. El doctor Ravenna viene implementando hace más de veinte años un exitoso método para adelgazar basado en la siguiente concepción de la obesidad: cada vez engordamos más porque somos adictos a determinadas sustancias, a movernos cada vez menos —ya que nos desplazamos siempre en automóvil y vivimos capturados por la tecnología, televisores, computadoras, teléfonos— y somos dependientes de las comidas industriales con su exceso de harinas, azúcares, grasas y sal. Por lo tanto, cuando tratamos la obesidad, tenemos que tener en cuenta que los kilos de más son la expresión de un problema de conducta, de una adicción o tendencia a comer más de lo necesario. El método Ravenna es sencillo y se basa en las siguientes premisas: Seguimiento de dietas de bajas o muy bajas calorías. Eliminación de sustancias adictivas (hidratos de carbono refinados) y medición del índice glucémico de los alimentos. Control médico permanente de los pacientes. Trabajo grupal donde se instrumenta una psicoterapia cognitivo-conductual tendiente a modificar hábitos y comportamientos que llevan a comer de más. Implementación de tres pautas conductuales básicas: el corte inmediato con la comida y los excesos, la medida en la porción, el cuerpo y la ropa, y la distancia entre las comidas y con la comida, porque se puede estar sin comer tanto o tantas veces… ¡y no pasa nada! Mantenimiento de los logros: una vez que se llega al peso deseado y se inicia el mantenimiento, es necesario comenzar a trabajar en profundidad sobre el reconocimiento de la nueva imagen corporal. Es decir, consolidar la relación del paciente consigo mismo y con el medio. En definitiva, esta original propuesta involucra todos los aspectos vinculados con la obesidad: ser gordo es ser “excesivo” en conducta, en cuerpo, en plato y en talle. Lo que comienza siendo una costumbre se transforma en un hábito que, a su vez, deviene en dependencia y de esta se genera una adicción. Y ¿qué es la adicción? Es “manotear” más de lo mismo e ignorar cómo se puede “sacar” de adentro lo propio, lo sano, lo inteligente, lo tranquilizador y lo creativo. El doctor Máximo Ravenna reúne varias condiciones profesionales, es médico, psicoterapeuta, especialista en obesidad y educador. Provisto de un magnetismo especial, característico de quienes se apasionan por su trabajo, es también un 7
  • 8. excelente propagador de todas las novedades que conciernen a su especialidad. Son incontables las notas, entrevistas, artículos de divulgación y libros en los que transmite sus conocimientos y da a conocer las características y beneficios de su exitoso método, con el fin de ayudar a la gente en su lucha contra la “gran” enfermedad del siglo XXI. Los miles de pacientes que pasan por sus clínicas, sus discípulos y sus colegas le estamos muy agradecidos por su hombría de bien, su capacidad para transmitirnos sus ideas y, fundamentalmente, por ayudarnos a tener una vida más sana. Dr. LEÓN ROBERTO GINDIN Presidente de FLASSES (Federación Latinoamericana de Sociedades de Sexología y Educación Sexual) 8
  • 9. PALABRAS PRELIMINARES Hoy llevamos una dieta muy variada que excede en calorías nuestras necesidades vitales y, a la vez, no se corresponde con nuestro ritmo de vida. Por eso estamos tan gordos. Y nos resulta muy difícil bajar de peso porque vivimos en un medio muy adverso en el que todo conspira para que comamos cada vez más: la oferta desmesurada, el bombardeo publicitario, el estrés, la falta de sueño, el sedentarismo, los avances tecnológicos, la búsqueda de satisfacciones inmediatas… Es necesario, entonces, que modifiquemos las reglas de estos arbitrarios juegos del hambre y desbaratemos las seductoras trampas que nos llevan a comer en exceso. Y podremos lograrlo, si tenemos en cuenta que: Cuanto más comemos, más hambre tenemos. Cuanto menos comemos, más nos alcanza. El hambre es, muchas veces, ganas de comer. Las ganas de comer son, en muchos casos, deseos de otra cosa. La dieta es una pequeña parte de un plan integral. Consumiendo pocas calorías, quemamos grasas y sentimos saciedad. Cuando nos sentimos saciados, podemos pensar con tranquilidad. La tranquilidad nos permite cortar con la comida. Si cortamos con la comida, podemos adelgazar. Cuando adelgazamos, empezamos a trabajar con los hábitos. Si cambiamos los hábitos, podemos mantener la delgadez. Estar delgados es más saludable. Con menos kilos, vivimos más. 9
  • 10. INTRODUCCIÓN Hace cincuenta años, el 10% de la población del mundo estaba gorda —entre obesos y gente con sobrepeso—; de ese total, el 80% correspondía a personas gordas desde la infancia y el 20% restante había engordado entre la adolescencia y la adultez joven. Hoy el 35% de la población del mundo está gorda —en los Estados Unidos el 75% y en la Argentina el 65%—, pero se ha alterado notablemente el orden de los porcentajes: el 70% corresponde a gente “engordada” y solo el 30% a quienes son gordos desde chicos. Estas estadísticas impactan y nos llevan a preguntarnos qué provocó que engordáramos tanto y casi todos… ¿O acaso usted tiene este libro en sus manos solo por curiosidad? Me arriesgaría a decir que es porque no puede creer qué le pasó a su cuerpo, por qué se agrandó tanto, por qué usted ahora es gordo si siempre fue flaco. Sin embargo, no debe sentirse culpable, ya que engordar es un proceso “natural” hoy en día y, a pesar de los grandes esfuerzos que hacemos los especialistas para detener la epidemia, no es fácil lograrlo. Aun con un método efectivo como el nuestro, hay factores que frenan el proceso y hacen que solo entre el 30 y el 40% de la gente que alcanza su peso pueda mantenerlo al cabo de cinco años. Y no es un mal pronóstico, ya que hay datos que revelan cifras de mantenimiento mucho menores, según la técnica terapéutica. De todas maneras, en general, con los reengordes no se vuelve a alcanzar el peso inicial, ya que la alarma suena a tiempo gracias al trabajo intenso y completo de aprendizaje y entrenamiento que se ha realizado. Pero, aun así, los reengordes existen, y hay que aprovechar la molestia que producen esos kilos engordados que, aunque no sean tantos, conviene bajar cuanto antes. Ante esta situación, el gran interrogante que se plantea hoy es: ¿Por qué no podemos parar de comer? Al estilo del marcapasos, bajamos la energía y volvemos a empezar, porque el “hambre” ya no es más una alarma que nos dice que el cuerpo necesita alimentarse; por el contrario, se ha transformado en un monstruo con mil caras que juega con 10
  • 11. nosotros activándose en cada momento y por cualquier motivo; cuando estamos tristes o alegres, cansados o eufóricos, o en el trabajo, o haciendo un viaje… transformamos todo en un permiso para comer, comer y comer. Por eso, en lugar de “morirnos de hambre”, o de “morirnos de gordos”, vivimos como gordos hambrientos, insaciables, excesivos y, generalmente, enfermos. De todas maneras, a pesar de este complejo panorama, quienes nos dedicamos a investigar y a tratar la obesidad y los desórdenes alimentarios no debemos bajar los brazos; al contrario, nuestro desafío crece al mismo tiempo que el tamaño de los cuerpos, y estamos convencidos de que hay una solución para este problema. La cuestión es ponernos de acuerdo con los pasos a seguir y las medidas a tomar para frenar la pandemia de obesidad que invade el mundo, porque, aunque parezcan exageradas o tomadas de un relato de ciencia ficción, las estadísticas revelan que hoy en el planeta hay, al menos, más de un billón de personas con sobrepeso, de las cuales de trescientos a cuatrocientos millones son obesas; es decir, más de un tercio de la humanidad está engordando o ya lo hizo. Pertenecer al grupo de los que siguen dedicados a desentrañar los misterios que signan estos tiempos hambrientos resulta una linda tarea. Y es por eso que escribo nuevamente, para contarles en estas páginas buenas y malas noticias sobre alimentación, porque, a pesar de los puntos de desencuentro entre los abordajes, las novedades son indiscutibles y se están imponiendo a la hora de diseñar planes alimentarios, tanto de descenso como de mantenimiento de un peso saludable. Veremos, en algunos años, si se logra disminuir la tendencia. Las investigaciones avanzan día a día, y la sorpresa radica, en principio, en que muchos de los avances sobre el tema confirman las intuiciones, ideas y observaciones que venimos trabajando hace aproximadamente treinta años, cuando replanteamos los fundamentos de las dietas tradicionales porque ya no eran tan efectivas, no servían, en tanto el hambre persistía, el descenso resultaba exasperantemente lento o peligrosamente brutal, y los pacientes perdían la esperanza, la paciencia y a veces la vida, en lugar de los kilos de más. Así, mediante la observación, el estudio y el trabajo constantes, se fue generando y consolidando este método, ayudado por un grupo de colegas que colaboraron con sus propias ideas, enriquecidas con elementos de las propuestas de los más avezados especialistas de la Argentina y del mundo. Las nuevas investigaciones ya no demonizan las grasas saturadas y dudan del efecto de los carbohidratos simples y refinados (harina, azúcar y arroz), a la vez que 11
  • 12. cuestionan la eficacia de los productos light o ensalzan las virtudes de complementos tales como el café o el huevo, en línea con el criterio en el que siempre creímos, por lógico y basado en la evidencia. También observamos cómo se utilizan cada vez más, y en todo el mundo, los tratamientos para adelgazar que incluyen dietas de bajas y de muy bajas calorías (LCD y VLCD), con bajos niveles de índice glucémico y niveles consistentes de proteínas (carnes, huevo, palta y soja, por ejemplo). Los buenos resultados finales dan cuenta de una seguridad terapéutica indudable. Asimismo, cuando el foco de las investigaciones comenzó a orientarse hacia el rol de la industria alimentaria en la estimulación de un tipo de alimentación procesada, hedónica, excitante, engordante y, por sobre todas las cosas, “adictiva”, se vio a la obesidad como la más visible de las consecuencias de la “adicción a la comida”, en casi el 47% de los obesos. Dicha adicción es un fenómeno que en la actualidad está fisiológicamente comprobado y demostrado por métodos científicos (resonancia magnética, por ejemplo), que revelan cómo los pacientes se comportan como adictos a las drogas al consumir ciertos alimentos específicos y quedan literalmente “pegados” a ellos. Como verán, la ciencia avanza hacia lugares novedosos para la mayoría y nos permite comprobar las sospechas que ya teníamos hace tiempo quienes considerábamos que el circuito nutricional, hormonal y cerebral era uno y que el cerebro era la matriz de los desfases alimentarios. Por ende, empezamos a ahondar en los mecanismos neuronales y hormonales implicados en el acto de comer. Igualmente, todavía resta un largo camino por recorrer, en tanto un tratamiento exitoso puede ser el primer paso pero no la solución al problema. Es necesario tomar conciencia de que existe una tendencia mundial que, si no se está muy atento, resulta más poderosa que todos los intentos para frenarla, porque estamos frente a un cambio de paradigma alimentario, coincidente con el proceso de globalización que atraviesa el planeta. Es indudable, entonces, que hay varios protagonistas en el escenario de los juegos del hambre y las trampas del comer, y los ubicaremos en las distintas etapas que conforman este libro. Y aunque el panorama parezca bastante gris, a medida que vayamos atravesando dichas etapas, veremos que es posible obtener resultados claros y concretos, si estamos atentos y tomamos en serio los conceptos de corte, medida y distancia. En primer lugar, veremos cuáles son las características del entorno que nos llevan a 12
  • 13. ser tan voraces, cómo las tentaciones nos acechan y las demandas nos apabullan, y hasta qué punto nuestro estilo de vida determina la forma en que nos alimentamos. También nos detendremos en el tipo de relación que tenemos con nuestro espejo y los estereotipos de belleza que circulan en la sociedad. En la segunda etapa, el cerebro nos tenderá sus trampas. Saldrá a escena con todos sus requerimientos energéticos y hedónicos, estimulados por los componentes secretos del pan, el azúcar, la sal y las grasas. Asimismo, descubriremos de qué manera ciertos factores como la falta de sueño y el estrés influyen negativamente en nuestra salud y provocan, entre otros problemas, obesidad. Las grandes desesperanzas en que nos sumergimos cuando estamos gordos serán las protagonistas de la tercera etapa o huellas del descuido. En ella analizaremos el fenómeno de la obesidad desde el punto de vista clínico. Observaremos, también, las marcas que los kilos de más dejan en nuestro organismo y las consecuencias indeseadas pero evitables que arrastra el sobrepeso. La cuarta etapa de este abordaje nos brindará información sobre las distintas tendencias o dietas tradicionales y de moda, los estilos de alimentación, las cirugías para la obesidad y las drogas que se utilizan para frenar el hambre. A continuación, emprenderemos la aventura antitentación, en la que las pautas básicas de nuestro método serán las protagonistas, y veremos cómo, a partir de tres nociones conductuales fundamentales, el corte, la medida y la distancia, podremos generar un mecanismo de adherencia al desapego, respecto del exceso, y al equilibrio emocional. Y nos sorprenderemos al observar verdaderas transformaciones. Viajaremos, entonces, al centro de la dieta, un dispositivo que nos permitirá incorporar recursos tendientes a perder peso y mantenerlo en el tiempo. Sumaremos una rica información que comprenderá datos tales como el valor energético de ciertos alimentos y sus combinaciones más acertadas, que nos permitirán consumir porciones acordes con el plan de adelgazamiento propuesto, recordando siempre que usamos la palabra “dieta” porque es habitual, pero que, en realidad, la dieta básica de la humanidad es hoy la del engorde. Por lo tanto, la idea es hablar de un replanteo alimentario que involucre la cantidad, la calidad y la frecuencia. Abordaremos los mecanismos emocionales implicados en el descenso, en la quinta etapa de nuestro recorrido. Haremos hincapié en las conductas tóxicas, nocivas, que nos llevan a comer de más y postularemos diversas tácticas y estrategias tendientes a controlar el desborde. Las terapias grupales nos permitirán evaluar el modo en que nos relacionamos con todas las tentaciones que el entorno nos ofrece y nos brindarán 13
  • 14. herramientas muy valiosas a la hora de lidiar con nuestro “interno” que no puede parar de comer. Al ser terapias intensivas y repetitivas le dan pulseada, como contrapartida, a un modelo de comer también intensivo y repetitivo. La rebeldía no desaparecerá totalmente, pero encararemos la sexta etapa más lúcidos y con menos kilos. Solo así podremos sumergirnos en el verdadero tratamiento, que consiste en un entrenamiento permanente para mantener los logros ganados, los kilos bajados y la mente despejada. Asimismo, veremos que el gordo que dejamos atrás querrá volver a ocupar su casa, insistirá tenazmente para que lo dejemos entrar y volver a instalarse. Desplegará toda la seducción que esté a su alcance, y esta será la prueba de fuego para nuestras fuerzas. Sin embargo, notaremos que alcanzar los logros y mantenerlos resulta muy difícil si no realizamos una actividad física regular y una conexión adecuada entre sentimientos y emociones, acorde con nuestro nuevo estilo de vida. Descubriremos, entonces, cuán importantes son los hábitos saludables y el movimiento para hacer un verdadero “camino al andar”. Por último, seguiremos siendo habitantes de este mundo en estos tiempos “hambrientos”, y llegaremos victoriosos al final del juego, en que las jugadas ya no dependerán del azar sino de un riguroso compromiso con nuestra salud y autoestima. Ya no seremos inocentes como para caer nuevamente en las trampas del comer, porque tendremos que entrenar y aplicar lo que aprendimos. Habremos transformado nuestra conducta descontrolada e indebida en una nueva filosofía de vida, al generar un hilo conductor que quiebre el otro hilo conductor de la ingesta sin límite y los hábitos negativos, que desmonte el espectáculo que propone al exceso como el centro de la puesta en escena. ¿Cómo lo lograremos? Desbaratando todas y cada una de las estrategias que posibilitan el engorde y el desborde, mediante la incorporación de recursos y herramientas que permitan cambiar las reglas del juego hasta ponerle un punto final y emprender un tratamiento de un modo honesto, serio, ordenado, eficaz, dinámico y concreto. De ese modo, las trampas no entrarán en escena, y estaremos en condiciones de mantener los logros durante toda la vida. Recuerde: usted no tiene la culpa de estar gordo, su familia tampoco. No sabemos si alguien tiene la culpa, pero sí sabemos que usted es el responsable de resolverlo. Entonces comience por nutrirse con estas páginas y póngase en nuestras manos. 14
  • 15. Entienda que la transgresión resulta monótona y ya no tiene sentido, porque lo único válido para un gordo es ser flaco alguna vez. Y para ello, el plan debe continuar. Porque, en definitiva, la única transgresión con sentido para un gordo es cumplir con la dieta, mantener la presencia, entrenar el mantenimiento y reconocer la propia fragilidad. Hoy y con nosotros, ¿se anima a ser obediente y libre? 15
  • 16. La humanidad aumentó en promedio un kilo y medio por cada década en los últimos cuarenta años. La obesidad aumentó en hombres más de PRIMERA ETAPA Tiempos hambrientos Tenemos abundancia, pero no llevamos una vida placentera. Somos más ricos, pero tenemos menos libertad. Consumimos más, pero estamos más vacíos. Tenemos más armas atómicas, pero estamos más indefensos. ERICH FROMM1 Si nos preguntamos cuáles son hoy las claves para no subir de peso, tendremos que enfrentarnos con una respuesta bastante desalentadora, pues la clave está en no vivir en este planeta, haber nacido en la Luna o en Marte, porque acá, en la Tierra, se sube de peso, irremediable, indefectible, sistemática, cotidiana y progresivamente. Y al ser “natural” y pasivo el avance, el cambio debe ser activo. Es posible si mantenemos la guardia atenta, la cintura ágil y la mirada de lince. La gordura aumenta en promedio un 1,3% en el mundo por año, más allá de las pastillas, de las cirugías y de las dietas. Y lo más asombroso es que cada vez hay más niños que engordan desde más pequeños, y los ya gordos están aun más gordos. O sea que el panorama futuro no es muy prometedor en lo que al peso y la salud de las personas se refiere. Es llamativo, pero hasta en los países más pobres están aumentando los índices de sobrepeso y obesidad, es decir, se está instalando una cultura del comer de más que, nacida en las naciones ricas, se expande sin cesar por todo el mundo. Si bien hay países pobres, sus pequeños han cambiado la 16
  • 17. tres veces y en mujeres más de dos veces. extrema delgadez por el sobrepeso, gracias a las dietas hipercalóricas bajas en nutrientes, el aumento del sedentarismo y el abandono creciente de la lactancia materna. Hago hincapié en la niñez porque me parece el mejor ejemplo para demostrar que el problema de la obesidad está fuera de control a nivel mundial. En definitiva, los niños son meros reproductores de conductas y no pueden explicar por qué engordan. Entonces, cuando nos referimos a que hoy el mundo es escenario de los juegos del hambre, queremos decir que se trata de un hambre inducida, con alimentos de sobra que no generan saciedad y hacen que caigamos en las trampas del comer, las que, a su vez, sostenidas por el engaño de la comida “saludable”, hacen desastres en nuestra salud. Sin embargo, hace cuarenta años, la situación en el mundo era muy diferente, ya que el porcentaje entre sobrepeso y obesidad oscilaba entre el 10 y el 15%. Con el comienzo de la globalización se produjo también la globalización alimentaria y la irrupción de comidas rápidas fue haciendo estragos en las dietas tradicionales, tales como la mediterránea en Occidente o las dietas orientales. Y hoy los porcentajes alcanzan el 40%. Un claro ejemplo es lo que sucedió con McDonald’s, empresa que, si bien surgió en los Estados Unidos en 1940, abrió sus primeros locales en Europa (cerca de Amsterdam) y en Asia (en Tokio) en 1971 y desde entonces comenzó su penetración internacional. Hoy atiende por día a 58 millones de personas en 33.000 establecimientos ubicados en 119 países alrededor del mundo. Igualmente, ha perdido el liderazgo frente a Subway, otra cadena norteamericana de comidas rápidas que cuenta con unas 40.000 franquicias en todo el mundo. El 31 de enero de 1990 en Moscú, con temperaturas bajo cero, unas cinco mil personas hicieron una fila que rodeaba la plaza Pushkin cuando se inauguró el primer McDonald’s. A partir de los años ochenta, la población mundial comenzó a engordar de un modo alarmante. Hasta ese momento, los médicos atendían a algunos pacientes obesos y podían determinar sin problemas las causas de la gordura, por genética, por hiperingesta o por sedentarismo. Socialmente, la gordura era un síntoma de dejadez, de abandono y descuido. Los gordos eran pocos, y era posible tratarlos; su gordura provenía, en un 80% de los casos, de la infancia o la pubertad. Sin embargo, a esos tres motivos que señalamos se fueron agregando 17
  • 18. paulatinamente otros que, hoy en día, han transformado a la obesidad en una enfermedad policausal muy difícil de tratar. Porque el esquema básico se ha transformado hoy en el siguiente: Con estos resultados: 18
  • 19. La genética tiene hoy menos peso porque no se modificó, no tuvo tiempo; el sedentarismo aumentó gracias a los avances tecnológicos, y también se cuantificó la hiperingesta, porque hay hiperoferta de alimentos y la industria de la alimentación junto con los laboratorios medicinales trabajan voluntaria o involuntariamente para que se perpetúen ciertas patologías. Si a esto le sumamos el ritmo de vida aceleradísimo en el que vivimos, la falta de tiempo y de sueño, el aumento de conflictos emocionales y el estrés crónico, producido por la imposibilidad de descargar adecuadamente nuestros sentimientos, pensamientos y sensaciones, obtenemos un combo nada saludable y muy difícil de digerir. De ese modo, entramos en un circuito en el que lo efímero convive con el exceso; olvidos rápidos, presencias fugaces, actividades múltiples y angustias repetidas ocupan un lugar privilegiado en nuestra existencia. Ahora bien, es cierto e indiscutible que hay múltiples factores que hacen que en el mundo haya cada vez más gordos. Analizar dichos elementos es clave para entender por qué la obesidad sigue siendo hoy en día una pandemia, a pesar de los grandes esfuerzos que hacemos los especialistas en el tema para detener su crecimiento. Sin embargo, el análisis de esos factores no es suficiente, porque podemos entender 19
  • 20. La obesidad se presenta como la gran pandemia del siglo XXI. Datos recientes apuntan a que más de un billón de adultos en el mundo padece sobrepeso, de los cuales al menos 300 millones son clínicamente obesos. Según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, realizada en 2013, “en la Argentina, seis de cada diez personas registraron exceso de peso y dos de cada diez presentaron obesidad”. absolutamente todo, ahondar en cada uno de los aspectos implicados y, a pesar de eso, seguir gordos. Es más, en muchos casos, el hecho de saber que el entorno resulta tóxico, o que los genes pueden jugar en contra, se transforma en pesados e infranqueables ladrillos en esa muralla de contención de la gordura. Lo difícil es “tomar cartas en el asunto” y, en general, hacemos todo lo contrario, armamos una muralla defensiva que para lo único que nos sirve es para seguir comiendo y estar cada vez más y más gordos. Es así como nos convencemos de que nuestro cuerpo se ha inflado en los últimos años o meses por motivos totalmente ajenos a nosotros. Porque subyace un engaño en quien dice, por ejemplo, que no entiende por qué engorda si come muy poco y vive haciendo actividad física, ya que la ecuación no cierra: o bien come muy poco, pero de todo y muchas veces al día, o ese poco no es tan “poco”, sino demasiado, y no hace tanto ejercicio como cree. Entonces, crecen las excusas al mismo tiempo que aumenta el peso de nuestro cuerpo y, de repente, nos encontramos atrapados en esa red que nos asfixia, pero sin darnos cuenta de hasta qué punto es nociva, ya que seguimos ideando trampas para seguir comiendo. ¿Qué es, entonces, lo que nos lleva a desviarnos tanto del camino? Porque podemos negar, negar y seguir negando, pero en algún punto siempre vamos a saber cuán negadores somos, más aún, cuando la imagen que nos devuelve el espejo no condice con lo que decimos acerca de cuánto comemos. Y en ese momento se derrumba la muralla y no encontramos argumentos para justificar por qué tenemos brazos que parecen piernas, y piernas que parecen garrafas. Algo pasó, en el camino, que no advertimos porque estábamos muy ocupados en hacer desastres con nuestra alimentación creyendo que hacíamos las cosas bien. Los kilos de más no vienen volando y se instalan en nuestros cuerpos porque sí, mientras nosotros ayunamos. Es cierto que no somos totalmente culpables de nuestro 20
  • 21. engorde porque —como dije antes— es casi inevitable engordar si vivimos en este mundo. Sin embargo, más allá de todos los estímulos externos que nos llevan a comer de más, hay algo en nosotros que hace que nos “peguemos” a la comida, en tanto… La gordura es la expresión de un desequilibrio en la conducta que se manifiesta en una ingesta descontrolada, o no deseada, o no consciente, regida por mecanismos de autocomplacencia y autoengaño. A la vez, podríamos trasladar el mismo interrogante a otras conductas que nos complican la vida. Si franqueáramos las mil excusas que usamos para seguir fumando, drogándonos, conectándonos a Internet durante las veinticuatro horas del día, tomando alcohol, jugando compulsivamente, etcétera, etcétera, nos daríamos cuenta de que esas conductas excesivas se sustentan gracias a una insospechada falta de freno y confrontación con la realidad. Tal es así que siempre “el gordo” es el otro. Por lo tanto, con otra actitud más positiva en este camino, comencemos por hacernos la siguiente pregunta: ¿Hasta qué punto el entorno es responsable de nuestros cuerpos engordados? En principio, podemos responder que existen quienes sostienen que, en realidad, estamos gordos porque gracias al mundo: 21
  • 22. Y los que así piensan tienen gran parte de razón, porque es verdad que este mundo se ha transformado en “el reino del revés” en tanto —como ya dijimos— se ha producido una revolución muy profunda en el estilo de vida del hombre. Sin embargo, no podemos hacernos los inocentes y pensar que no tuvimos nada que ver con este proceso de cambio, porque si el mundo llegó a esta situación se debe a que el hombre lo permitió. Es decir, el estado actual del mundo es la consecuencia y el reflejo de lo hecho por el hombre, quien fue creando paralelamente recursos para sobrevivir y elementos para malvivir. Hemos personificado al mundo en tanto le atribuimos cualidades tales como “quieto” “obesogénico”, adictivo, tóxico, y tiene lógica porque es nuestra manera de simplificar lo excesivo, lo que escapa de nuestras manos y no podemos controlar. Nuestro enemigo es “el mundo”, un contrincante demasiado poderoso como para derrotarlo. La idea consiste, entonces, en ir por partes, no dejarnos vencer por la inmensidad del desafío e incorporar estrategias que nos permitan superar las trampas que se nos presentan día tras día y nos impiden bajar de peso o mantenernos. 22
  • 23. Veamos, entonces, qué le hicimos a este mundo y cómo nos comportamos dentro de él. 23
  • 24. A pesar de las campañas gubernamentales, el boom de las dietas y la concientización sobre la íntima relación entre salud y comida, el consumo de los alimentos menos sanos aumentó en casi todos los países. 1.1. La insoportable voracidad del ser Si observamos nuestro entorno, nos damos cuenta de que lo hemos cargado de objetos y sustancias que prometen el elixir del placer y la felicidad plena, un placer que nos cuesta encontrar en las cosas simples y que buscamos desesperadamente en el consumo. Es así como las inmensas vidrieras del mundo globalizado nos atraen cual imanes, y llenamos bolsas y cuerpos sin parar, sin detenernos a pensar en lo que estamos haciendo. Entramos en un circuito irracional, sin límites, o con límites solo impuestos por las tarjetas de crédito: cuando no tienen más fondos, no nos queda otra alternativa que hacer un paréntesis, pagar y esperar que se acredite el pago para volver a consumir. Mientras, todo complota contra cualquier intento de frenar; nos ofrecen descuentos descomunales, miles de cuotas, premios, millas, cupones… Los dispositivos publicitarios nos atacan por todos los frentes y, al brindarnos tantas facilidades, nos dejan sin excusas, a tal punto que terminamos comprando objetos repetidos o inútiles, que solo sirven para provocarnos cada vez más insatisfacción. Vivimos en un mundo que genera necesidades superfluas y las transforma en indispensables. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué sucumbimos tan fácilmente ante todas las tentaciones? Cabe preguntarse, entonces, cómo llegamos a este punto, en qué estado estamos dentro de la “evolución biológica” y cuáles son las verdaderas necesidades del ser humano. Por ejemplo, ¿quién se iba a imaginar hace quince años que hoy su vida carecería de sentido sin Whatsapp, Twitter, Facebook, Instagram? Yo creo que nadie; era impensable en aquel entonces. Ahora bien, cuando hablamos de evolución humana nos referimos al proceso de evolución biológica de la especie, desde sus ancestros hasta la actualidad. Si bien el estudio de dicho proceso abarca varias disciplinas, me interesa detenerme, en particular, en los aspectos que, a lo largo de la historia, han favorecido a generar 24
  • 25. vínculos adictivos en el hombre. El planteo es el siguiente: ¿Por qué hoy el hombre es tan voraz? Y al hablar de voracidad no solo me refiero a lo que concierne a comer de más —punto en el que me detendré más adelante—, sino al consumo excesivo de todo lo que existe, drogas, alcohol, pastillas, sexo, tecnología, trabajo, juego, compras, comida… El mundo se ha transformado en una gran máquina que da y quita, que ofrece y pide sin cesar. La situación es, sin lugar a dudas, bastante crítica. Asimismo, si revisamos el concepto de “evolución”, vemos que encierra, inevitablemente, la idea de progreso y crecimiento; por ende, tendríamos que pensar que es muy bueno todo lo que nos está pasando, que los avances tecnológicos han mejorado nuestra vida, que vivimos cada vez mejor. Y, en algunos aspectos, es cierto, ya que hubo descubrimientos y avances notables. Sin embargo, hay varias cuestiones que no condicen con la idea de evolución; por el contrario, el hombre ha involucionado al crear un entorno cada vez más y más tóxico que lo está consumiendo día a día y, lo más curioso, del cual no se siente en absoluto responsable. El mundo tiene la culpa de todo, lo hemos transformado en una entidad abstracta que se impone ante nosotros con sus dispositivos de consumo y nos seduce hasta abrumarnos. El mundo condiciona al hombre, y el hombre crea el mundo, no hay lugar a dudas; pero si el proceso fue siempre el mismo, desde los orígenes, ¿qué pasa ahora que las adicciones están ganando la batalla? ¿Qué puede hacer el hombre para cambiar los mecanismos destructivos que el mundo, y él mismo, le imponen? La solución no es sencilla. Si detenemos nuestra mirada en el pasado, vemos que a lo largo de la historia el ser humano fue agotando todos los recursos que tuvo a su disposición para sobrevivir, para adaptarse a entornos naturales hostiles, para producir sus propios alimentos. Fue adquiriendo fuerza y sabiduría para alcanzar un estado de “civilización” más o menos aceptable. Es cierto, también, que el impulso destructivo le es inherente; si no, no se explicarían tantas y tantas guerras. Sin embargo, hoy se observa un fenómeno bastante paradójico: el hombre se ha transformado en un antropófago de sí mismo, se come a sí mismo, se autodestruye. 25
  • 26. El medio cada vez pide más, exige más y ofrece más; se crean, entonces, necesidades “innecesarias”, demandas excesivas y agotamiento prematuro. Por lo tanto, el individuo empieza a experimentar un comportamiento anómalo sujeto a un nivel de exigencia cada vez mayor, por el que obtiene ciertos premios externos que, supuestamente, compensan la exigencia. Las dos salidas posibles ante tanta presión son, por un lado, la depresión o algún tipo de enfermedad nerviosa y, por otro, la búsqueda de estímulos externos para poder sobrellevar esa vida que se ha transformado en una gran demanda. Es en ese punto cuando las emociones se trastocan y aparece claramente la necesidad de completarse con algo, o bien declararse en quiebra, situación que deviene en la pérdida del rol social, familiar y, principalmente, de la autoestima. En realidad, el hombre de hoy es un hombre quieto, negador, que fabrica complementos para parecerse al hombre de ayer, creyendo que nada cambió. Anclado en la fantasía de que nada cambió, cree que todo va a mejorar. Pero eso no sucede, y es entonces cuando aparecen los “satisfactores de rápido alivio”, que brindan amplia satisfacción pero tienen un efecto efímero y limitado, efecto que hace que las personas se tornen dependientes. Y uno de esos “satisfactores de rápido alivio” es la comida. Por lo tanto, asumir que nos cuesta, y mucho, abandonar esa sensación de alivio es enfrentarnos con uno de los principales motivos que nos impiden adelgazar, el hedonismo. El hedonismo es la tendencia que considera al placer la finalidad o el objetivo de la 26
  • 27. vida. Los hedonistas viven para disfrutar de los placeres (principalmente, sensoriales e inmediatos) e intentan evitar el dolor.2 La actitud hedónica es, por un lado, una de las causas del desborde y, por el otro, un importante obstáculo para adelgazar, en tanto lo primero que hacemos, cuando intentamos frenar, es buscar soluciones fáciles e inmediatas (pastillas, dietas mágicas) para un problema difícil y de larga data. Intentamos evitar el “dolor” que produce la falta del alivio que obtenemos al comer en exceso, sin tener en cuenta cuánto más dolor sentimos cuando nos miramos al espejo. Optamos, entonces, por evitar los espejos y seguir comiendo. Cuando miramos a nuestro alrededor, encontramos que en el mundo cada día hay más gente insatisfecha, deprimida, triste o eufórica. Resulta complicado sobrellevar durante mucho tiempo esos estados anímicos sin recurrir a paliativos externos que nos brinden alivio, paz, equilibrio. Sin embargo, no nos damos cuenta del carácter efímero de esos atenuantes de lo que realmente nos sucede, porque jamás buceamos en las verdaderas causas y seguimos adelante sostenidos por el bastón del autoengaño. El ritmo vertiginoso en el que vivimos hoy en día no nos deja pensar y, entonces, sucumbimos ante los encantos de lo inmediato y vamos posponiendo u olvidando nuestros verdaderos deseos. Entramos, de ese modo, en un circuito en el que lo importante queda tapado por lo urgente, lo innecesario se torna imprescindible y el automatismo es nuestro modus operandi. Todo lo que sea reflexivo y pausado es mal visto, está fuera de las leyes de este entorno en el que el estrés ha aumentado, el sedentarismo se ha duplicado, la oferta se ha triplicado y la demanda, cuadruplicado. No tenemos tiempo y necesitamos de ingestas y objetos compensatorios para estimularnos. Vivimos en la era del Homo consumens que, de acuerdo con Erich Fromm, “es el hombre cuyo objetivo fundamental no es principalmente poseer cosas, sino consumir cada vez más, compensando así su vacuidad, pasividad, soledad y ansiedad interiores” y “al mismo tiempo, la necesidad de lucro de las grandes industrias de consumo recurre a la publicidad y lo transforma en un hombre voraz, un lactante a perpetuidad que desea consumir más y más”. Es un hombre que “se sumerge en la ilusión de felicidad” y “confunde emoción y excitación con alegría y felicidad”.3 Es así como, en tanto “consumidores”, quedamos atrapados en la zona gris, en la cual el deseo ha quedado sepultado, ya no por el placer sino por el goce, un goce que 27
  • 28. El goce empieza y termina, pero el bienestar continúa. Y se obtiene paso a paso, todos los días. es solo presente, que “acaba” en sí mismo y está teñido de impulsividad, falta de escrúpulos, desinhibición, fantasía de omnipotencia, “yoísmo” y, fundamentalmente, “yaísmo”. Asimismo, cuando se habla de la desaparición de las terapias tradicionales — fundamentalmente, la psicoanalítica—, más allá de todas las teorías que intenten fundamentar su extinción, lo que está en juego es la dimensión temporal:, pues la falta de tiempo anula la posibilidad de acceso a este tipo de terapias. Es decir, resulta muy difícil tomarse un tiempo para indagar en aquello “de lo que no se habla”, porque cambió la forma de expresarnos, de comunicarnos, se revirtió la fórmula del racionalismo: hago y, después, si puedo, pienso. O directamente, hago y hago sin parar. Por lo tanto, estamos en una carrera permanente que nos lleva a alejarnos cada vez más de nosotros mismos. Y ¿quiénes somos nosotros mismos? Es más fácil escaparle a esa pregunta que plantearnos, por ejemplo, que tal vez seamos depresivos o melancólicos o masoquistas o narcisistas o fetichistas. Somos “gordos”, nominación que deja a todas las otras fuera de escena por ser, en definitiva, “más abarcativa”, pero carece de identidad porque, en concreto, describe solo el síntoma. 28
  • 29. 1.2. La conjura de los vicios ¿Qué es, entonces, lo que está agazapado detrás del goce? Porque el goce es el componente esencial de toda adicción y, a la vez, podemos pensar que en todo adicto probablemente se esconda un depresivo, alguien que en lugar de quedarse solo prefiera vivir mal acompañado, no importa de qué objeto, persona o sustancia. Es una hipótesis, pero se sustenta en la característica que tienen en común estas actitudes: la evasión. El depresivo se encierra, duerme todo el día, no soporta el contacto con los otros; el adicto necesita estimularse para salir, para hacer, para sentirse vivo. La euforia no nos permite detenernos a pensar, no tenemos permiso para los duelos, tenemos que seguir evitando, evadiendo. Estamos más acostumbrados a obturar que a sacar. ¿Cuál es el lugar del bienestar en este panorama? El tópico del Carpe diem, tempus fugit 4 se hace presente veinte siglos después, pero con otro tipo de connotaciones. Para los antiguos, implicaba “aprovechar el día”, porque el tiempo huía y con él las posibilidades de llevar a cabo las cuestiones pendientes. Es decir, se le daba un valor al presente que se sustentaba en la importancia de no dejarse estar. Por el contrario, la inmediatez que se vive hoy tiene más que ver con la parálisis que con el movimiento. Hacemos, hacemos y hacemos pero estamos siempre en el mismo lugar. ¿Por qué? Porque lo hacemos mal, no profundizamos en las causas y las consecuencias de nuestros actos y hábitos, y solo nos importa satisfacernos rápidamente. De ese modo, caemos inevitablemente en el siguiente circuito: Tenemos que plantearnos, entonces, qué nos lleva a traspasar la línea, por qué sucumbimos tan fácilmente, por ejemplo, ante sustancias que siempre han existido. Porque siempre hubo droga, alcohol y tabaco; pero el tabaco era para las ceremonias, el alcohol se tomaba de vez en cuando y la droga no suponía un uso constante; o sea, 29
  • 30. todo era “cada tanto”. Por supuesto, siempre hubo drogadictos, alcohólicos y fumadores, pero en menor grado. Y también hubo gordos, pero eran pocos. Sin embargo, cuando estas sustancias se consumen todo el tiempo porque se accede a ellas con demasiada facilidad, uno se excede como persona en las supuestas capacidades que tiene y, entonces, recurre todo el tiempo a los alimentos, al alcohol, a la droga o a las actividades compulsivas, hasta que queda atrapado, no puede despegarse más y vive con esa dependencia y para ella. Existe un recorrido que parte del consumo ocasional y termina en el consumo continuo. La impulsividad me lleva a consumir en forma ocasional cuando necesito algo inmediato que me sostenga. Si reitero esa conducta con frecuencia, el impulso se transforma en compulsión y, enseguida, irrumpe el descontrol. Entro, entonces, en un circuito de consumo continuo que se caracteriza por la cronicidad, la repetición y la negación. La insensatez gobierna mis actos, y mi único objetivo es fugarme de la realidad. La consecuencia es la pérdida de alternativas. El nexo entre el consumo ocasional y el continuo está dado por un proceso de dependencia física, en el que sustancias externas al organismo y de diverso tipo (nicotina, alcohol e hidratos de carbono, entre otras), así como ciertas situaciones o conductas, afectan los neurotransmisores5 de manera tal que el cerebro los produce en modo excesivo o insuficiente. Estos cambios, unidos a otros factores tales como estructura de personalidad, modo de vida y herencia genética, producen una conducta particular, adictiva, reflejo de un desequilibrio bioquímico persistente. En un primer momento se crea un circuito que después deviene en crónico y se torna vicioso. De una costumbre se hace un hábito; de un hábito se hace una dependencia y, por último, de una dependencia se genera una adicción. Cuando hablamos de adicción, es muy amplio el espectro que esta abarca, ya que nos referimos no solo a sustancias sino también a conductas. Si bien desarrollé extensamente la temática de las adicciones en La telaraña adictiva, resulta importante describir aquí sus características generales. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la dependencia a partir de los siguientes criterios: 30
  • 31. En principio, podemos clasificar los objetos de adicción en dos grandes grupos, aunque esta clasificación sea meramente ilustrativa porque, si hablamos de vínculos nocivos con objetos o actividades, las opciones son infinitas. Por el momento, detengámonos en las más comunes: 31
  • 32. En general, todos tenemos la idea de que un adicto es aquel que ingiere sustancias y que quien se excede en una conducta es, en definitiva, un obsesivo o un dependiente, pero no un adicto. La cuestión radica en que estamos ante un grave problema cuando una conducta se reitera excesivamente, a tal punto que dicha reiteración produce casi los mismos efectos devastadores que una droga en la vida de quienes la padecen. 32
  • 33. Está demostrado que, cuando practicamos ciertas actividades que nos resultan placenteras, los circuitos neuronales se ven afectados casi del mismo modo que bajo la influencia de una droga psicoactiva. Nuestro comportamiento manifiesta entonces las mismas características que con el síndrome adictivo: desborde, excitación, abstinencia y repetición del desborde. Incluso, muchas conductas adictivas están asociadas con consumos adictivos, como el caso de los jugadores compulsivos que son, a la vez, fumadores o bebedores, o el de obesos que también son alcohólicos. Muchas personas van ampliando su espectro adictivo y se van transformando, paulatinamente, en poliadictos. 33
  • 34. Entre todas las alternativas que tenemos para escapar de la realidad, existen algunas que son consideradas “ilegales”. Esto dependerá de la sociedad, de la cultura y de los intereses involucrados en el consumo, pero lo cierto es que algunas sustancias generan una enfermedad social llamada “toxicomanía”. Hay una cuestión en especial que me interesa señalar respecto de este tema, la problemática del estrés. Si bien más adelante veremos en detalle los procesos físicos involucrados en este “malestar sociocultural contemporáneo”, es innegable que hablamos de uno de los principales responsables del aumento de las adicciones a nivel mundial. El estrés crónico o distrés produce insatisfacción, malestar, agotamiento, insomnio y búsqueda de estímulos para estar animados, despiertos y activos. En este camino, observamos entonces que no solo la comida conjura en contra de nuestro bienestar. Por lo tanto, deberemos estar muy atentos al modo en que experimentamos el placer y entender que entre este y el goce también existe una delgada línea; traspasarla, o no, resulta determinante cuando las adicciones están permanentemente al acecho. Pensemos, por ejemplo, en el éxito que han tenido las redes sociales, principalmente, entre los adolescentes. El objetivo es interesante: ampliar el espectro de comunicación de las personas, compartir gustos, afinidades, ideas, fotos, etcétera. Sin embargo, para algunas familias esta “inocente” red social se ha transformado en un problema inquietante, ya que son muchos los jóvenes que no pueden despegarse de la pantalla, se comunican solo a través de ella y pasan el día viendo fotos, leyendo frases, haciendo chistes, bajando videos, expresando sus estados de ánimo más intrascendentes y, en definitiva, espiando la vida de los demás. Es decir, las redes sociales, queriéndolo o no, han contribuido a la exposición 34
  • 35. pública de todo lo que nos sucede y, entonces, todos saben todo de todos, y ese todo circula para todos permanentemente, en exceso. Pero es un exceso que se ha transformado en indispensable, a tal punto que quien no está en la red no existe. O sea que la existencia virtual supera a la real, se ha tornado más necesaria y ha generado una dependencia extrema en aquellos que son más vulnerables o inseguros, con las consecuencias inevitables que trae aparejada toda dependencia, como el fracaso escolar o laboral, la alteración de la rutina del sueño y de la alimentación y los problemas familiares. Porque, cuando una conducta se torna excesiva, afecta todos los aspectos de la vida. En palabras de Zygmunt Bauman: “Cuando uno pasa a estar ‘siempre conectado’ puede que nunca esté total y verdaderamente solo, y si nunca está solo, entonces es menos probable que uno lea un libro por placer, dibuje, se asome a la ventana e imagine mundos distintos de los propios… Es menos probable que uno se comunique con la gente real del entorno inmediato”.6 El proceso es, entonces, el siguiente: nos excedemos y le echamos la culpa al mundo porque nos tienta. Es cierto, hay muchas tentaciones pero también mucha gente que alcanza un equilibrio ante tanto acoso y logra convivir con el exceso de oferta sin excederse en el consumo. Hay, por ejemplo, gente que utiliza las redes sociales con moderación y disfruta del contacto con los otros, pero solo un rato al día, no TODO el día. La clave para vencer este obstáculo está, en definitiva, en el EQUILIBRIO; debemos orientar nuestra mirada hacia los que lo alcanzan, para averiguar cómo lo logran y a quiénes les basta con menos de lo mucho o demasiado que “necesitamos“ para sentirnos bien. De ese modo le pondremos un freno a la avidez de consumo que, según Erich Fromm, es una forma extrema de lo que Freud llamó “el carácter oral receptivo” y se está convirtiendo en la fuerza psíquica predominante de la sociedad industrial contemporánea.7 Por eso, los pronósticos respecto de la obesidad no son nada alentadores; se dice que en 2030 entre el 85 y el 90% de la población mundial va a estar gorda. Nosotros pertenecemos a este mundo y queremos cambiar de vida, iniciar un tratamiento. No tenemos la culpa de estar gordos, pero sí la responsabilidad de hacer algo para que no se confirmen esos pronósticos tan desalentadores recién citados. Todavía estamos a tiempo de revertirlos, aunque el mundo nos presione para que no comencemos nunca y sigamos siempre en la misma historia y con la misma forma. 35
  • 36. 1.3. Demandas que nos comandan Como todos sabemos, desde que somos niños nuestra vida se va organizando a partir de necesidades, roles y horarios que cumplir. Sin embargo, a medida que vamos creciendo, la situación cambia y las demandas tanto internas como externas aumentan. Para algunas personas, este proceso es natural, normal, viene con la vida; para otras, se transforma en un verdadero problema porque nunca se sienten satisfechas y tienden a buscar compensaciones para soportar tanta presión. Podemos pensar que es lógico, que no somos robots, que necesitamos tiempo de esparcimiento y placer. Y es cierto, porque, de lo contrario, la vida sería muy tediosa. Pero la cuestión se complica cuando ese placer se transforma —como venimos diciendo— en algo que nos hace daño porque se instala como un factor que altera todas las áreas de la vida, las desequilibra. Es entonces cuando se produce la metamorfosis, y el cable a tierra se transforma en un exceso. Y lo que se observa es que por debajo de esa situación de desequilibrio y exceso hay un denominador común, la insatisfacción y la búsqueda de un placer inmediato que diluya rápida y vorazmente aquello que nos lastima, nos angustia, nos enfurece o nos ata. Ahora bien, todo aquello que genera esas reacciones en nosotros proviene de las distintas áreas que conforman nuestra existencia en este mundo. Cada una de estas áreas, para mantener su equilibrio, genera demandas ante las cuales debemos responder. Sin embargo, ¿cómo hacemos para equilibrar, a la vez, todas las áreas? 36
  • 37. La vida moderna nos impone un ritmo que, por momentos, se transforma en asfixiante en tanto debemos responder a múltiples exigencias del entorno, situación que, en muchos casos, nos lleva a descuidar nuestro “interno”, es decir, nuestro mundo interior o nuestras verdaderas necesidades. Podríamos referir miles de situaciones y notaríamos cuán difícil es alcanzar el equilibrio ante tantas y tantas demandas. Porque en la interrelación siempre van a faltar piezas para armar el rompecabezas, o muchas de ellas van a ser incompatibles, no van a encastrar y vamos a tener que dejarlas a un lado. Veamos qué piezas entran en juego en cada una de las áreas, con sus correspondientes demandas: En primer lugar, tenemos a la familia, no solo la que nosotros formamos sino también la de origen y la política, con sus demandas de cuidado, atención, cariño, ayuda económica, etcétera. Dentro de la familia se encuentra la pareja que, a su vez, demanda comprensión, paciencia, respeto, contención, acompañamiento y tiempo para el amor. 37
  • 38. Luego, en el trabajo, se incluyen las demandas generadas por la tarea en sí misma, los roles y las relaciones interpersonales. Asimismo, la vida social nos acecha y nos tienta con reuniones, hobbies, paseos, para los cuales muchas veces no tenemos energía o tiempo. Por su parte, el medio ambiente o espacio físico donde transcurren nuestros días requiere de nuestra atención permanente, porque tenemos que mantener la vivienda, cuidar las condiciones físicas del lugar de trabajo, el estado de nuestros autos, la contaminación, los ruidos y la seguridad, entre otros. Sin embargo, para poder sobrellevar con éxito todas estas demandas, es necesario darle prioridad a un aspecto que, en general, más se descuida: la salud. Porque todo se torna mucho más arduo cuando estamos enfermos. Por lo tanto, hombres y mujeres nos hacemos cargo diariamente de todas estas áreas de nuestras vidas con sus inevitables demandas. Y el desequilibrio en alguna de ellas repercute inmediatamente en las otras; un problema en el trabajo puede repercutir en la pareja o en la salud, por ejemplo. Parece sencillo pero no lo es, porque seguramente muchos de nosotros nos hemos planteado un sinnúmero de veces cómo hacer para ocuparnos seriamente de un área sin descuidar las otras. Existen, entonces, quienes logran ocuparse de las demandas externas e internas sin mayores tropiezos; pero para muchas personas resulta una tarea muy difícil, más aún, cuando las demandas del medio se potencian a tal punto que asfixian. Y es aquí cuando entra en escena la otra gran demanda, la demanda de consumo. Porque el mundo —y los hombres que hacemos este mundo— nos incita a tener cada vez más y más, a comprar, a ver, a probar, a comer de más… Cada día que pasa se necesita más, probablemente por un desaprovechamiento y una falta de conexión con el placer; se busca el disfrute inmediato, se goza con lo efímero. Es decir, no podemos sostener tantas demandas naturales, autogeneradas y generadas por el entorno, y terminamos devorándonos a nosotros mismos al escapar de la exigencia para encontrar un plus que no logramos en estado de sobriedad. Y transformamos ese plus en una necesidad que cubre lo poco que obtenemos a cambio de todo lo que damos. Y en esta instancia ya superponemos tiempos, actividades, necesidades y reclamos y, entonces, nos desconectamos, nos metemos para adentro, dejamos de ocuparnos de nosotros mismos o nos ocupamos mal y nos dejamos atrapar por la comida o por lo que está más a mano y, supuestamente, nos permite “descansar”. 38
  • 39. Es así como, en lugar de resolver los problemas, sumamos un drama, porque si comemos para soltar la tensión, a la larga engordamos y nos enfermamos. Llevamos, entonces, una vida normal, sostenida en un descontrol anormal. ¿Y si buscamos otras formas de gratificación? Porque hacer las cosas bien activa una energía muy superadora, que nos permite sobrellevar el día a día sin sabotearnos. 39
  • 40. Hoy el circuito es el siguiente: cuando trabajo, estoy tan cansado que pienso en el momento en que esté en la cama; pero cuando estoy en la cama, pienso en todo lo que no terminé de hacer en el día o no logré resolver… y no puedo dormir. 1.4. El que no corre vuela Todas las demandas a las que aludíamos recién están inmersas, obviamente, en el ritmo de vida actual. Esto nos sumerge, en muchos casos, en una vorágine de compromisos y horarios y roles que cumplir. Desde que suena el despertador a la mañana, nuestra jornada se transforma en una carrera contra el tiempo para cumplir con distintas obligaciones, reuniones, trabajos, estudio, entregas, talleres, deportes, exámenes, cursos, médicos, compromisos familiares… y comidas. Un sinnúmero de situaciones que, si bien le dan sentido a nuestra existencia, por momentos nos asfixian y reemplazan nuestra vida quitándonos lo más importante, el contacto con nosotros mismos, principalmente cuando son demasiadas las cosas que pretendemos hacer y el tiempo es escaso. ¿No les ha pasado, acaso, llegar a sus casas a las ocho de la noche con la sensación de haber escalado el Aconcagua? Cuando uno vive de ese modo, el solo hecho de pensar en el día siguiente provoca mucho cansancio de antemano y, sin embargo, no podemos parar, seguimos asumiendo compromisos. Es así como muchos llegan a todos lados “con la lengua afuera” y “los pelos parados”, con un nivel de aceleración increíble y, probablemente, con unas “ojeras hasta el piso” por falta de descanso. Porque es difícil que quienes vivan muy acelerados durante el día logren la calma cuando duermen. Al contrario, la ansiedad provoca, en muchos casos, insomnio, y ahí sí el grado de estrés asciende a niveles que pocos cuerpos aguantan. Ahora bien, pensemos en el rol que ocupa la alimentación en la gente que no para, es decir, qué lugar y qué tiempo le destinan al acto de comer. Habrá quienes hayan encontrado la manera de alimentarse bien sin engordar o adelgazar en extremo, y quienes, por el contrario, se alimenten muy mal. La mala alimentación no solo está relacionada con la cantidad sino con la calidad de lo que comemos, y se vincula tanto con el sobrepeso y la obesidad como con la delgadez extrema. Por lo tanto, lo más 40
  • 41. Un informe de la Organización Mundial de la Salud sostiene que el 6% de las muertes en todo el mundo se vincula al hábito de no moverse. En la Argentina, la baja actividad física afecta al 55,1% de la población. probable es que quienes corren todo el día pertenezcan a alguno de esos dos grupos. Tenemos que preguntarnos, entonces, qué es lo que hace que una persona corra todo el día y, a la vez, engorde. En principio, lo más probable es que durante el día coma afuera y tenga poco tiempo para hacerlo. Entonces, optará por algún menú rápido y, en general, muy calórico. Otra posibilidad es que, en lugar de sentarse a comer tranquilo, coma parado y velozmente u opte por picar durante todo el día muchos snacks, golosinas o galletitas. Este último caso es muy común y esconde una gran trampa, pues muchos creen que picar no es comer y se engañan cuando dicen “hoy no almorcé”, pero obvian contar todo lo que comieron a lo largo del día. Por eso, cuando se horrorizan al verse más gordos, no se dan cuenta o no quieren ver el gran error que cometen día a día, cuando creen que se “matan de hambre” y, sin embargo, no paran de picar. Otra situación que se da mucho en estos casos es que comamos muy poco durante el día y lleguemos extremadamente voraces a la cena. Es comprensible que, quien corre todo el día, se distienda cuando llega a su casa y disfrute del placentero momento de comer; sin embargo, el error consiste en comer en un solo momento el equivalente a todas las comidas diarias. Quienes lo hacen creen que compensan, pero esa compensación no existe en lo biológico y, entonces, se produce el inevitable engorde. Además, en general, se consumen demasiadas calorías debido al hambre que se ha acumulado. En fin, la idea es que tomemos conciencia de la importancia de alimentarnos bien, aunque nuestra vida parezca una carrera de fórmula uno. Porque el estrés y la obesidad conforman una pareja con un futuro muy incierto. Lo conveniente es parar por un momento y pensar en cómo nos alimentamos, es decir, qué comemos y cuánto tiempo le dedicamos al acto de comer. Si vivimos a mil y comemos mal, tratemos de cambiar nuestra forma y de incluir las comidas como otro compromiso, no como momentos “sándwich” en los que nos llenamos de calorías, sino como tiempos esenciales para poder sobrellevar ese ritmo y, a la vez, darnos la posibilidad de un recreo que contribuya a nuestro bienestar. 41
  • 42. Entonces, desaceleremos, bajemos algunos cambios, estacionemos y démosle también un tiempo y un espacio a la comida en su justa medida. 42
  • 43. 1.5. Movete, chiquita, movete El caso contrario al recién expuesto es el de quienes se mueven muy poco y, en consecuencia, engordan. El sedentarismo es uno de los grandes males de esta época, porque parece que todo se confabulara para que estemos cada vez más quietos y, por ende, cada vez más gordos. A la vez, esta disminución del movimiento está acompañada por los avances tecnológicos y por el aumento del poder adquisitivo, en tanto todo es cada vez más automático y más fácil de adquirir. No solo son sedentarias aquellas personas que pasan todo el día en la cama, o mirando televisión, sino también aquellos que trabajan en una oficina y están todo el día sentados frente a una computadora. O quienes van a todos lados en auto y nunca caminan y, por supuesto, los que jamás hacen actividad física. Del ascensor pasamos al auto, luego a la escalera mecánica o a la cinta transportadora… o al teléfono para encargar delivery. Y estamos horas y horas frente a máquinas que nos ofrecen, por ejemplo, transitar por las calles de Roma sin movernos de nuestro confortable sillón. Es un fenómeno que se da desde la infancia, porque los niños también van cayendo progresivamente en las redes del sedentarismo, a tal punto que cuando están en sus casas no se despegan de las computadoras, las Play-Stations o esas máquinas que ofrecen, por ejemplo, jugar un partido de tenis sin esfuerzo alguno. “Es una alternativa y, por lo menos, se mueven un poco”, dirán algunos; pero la realidad es que, en general, las máquinas están alejando a los chicos del deporte al aire libre, del movimiento físico, del trabajo en grupo, de la conexión con contrincantes reales. Además, es común que, durante el juego virtual, consuman calorías innecesarias y vayan generando hábitos nocivos sin darse cuenta. Pero no son ellos los responsables, sino los adultos que, por comodidad, falta de tiempo, cansancio y otras mil excusas, cedemos ante esas soluciones fáciles, mucho más fáciles que llevarlos a un club o a una plaza. “Son nativos tecnológicos y no podemos ir en contra de la corriente”, nos decimos y hasta nos convencemos de que hacemos lo correcto, cuando sabemos que algo raro está pasando, algo se nos está yendo de las manos. En muchos casos, nos damos cuenta cuando los análisis de sangre de nuestros hijos revelan que, con tan solo ocho o diez años, tienen altos los niveles de colesterol y de triglicéridos, es decir, se están enfermando y es muy probable que tengan sobrepeso. Son los obesos del futuro, sin lugar a dudas, porque conviven desde 43
  • 44. pequeños con un entorno tóxico que los condena. Ahora bien, volvemos al tema de la responsabilidad, ¿quiénes crean el entorno tóxico? Sin duda, no son los marcianos sino todos nosotros, los adultos que poblamos la Tierra y no sabemos qué más inventar o consumir para sentirnos bien. 44
  • 45. 1.6. Habla tu espejo Cuando hablamos de obesidad, sabemos que el síntoma evidente es el exceso de grasa corporal, un exceso que se determina a partir de diferentes tipos de estándares y con distintas mediciones. Dichos estándares varían en cada época y con cada cultura y se corresponden con la manera en que se define en un momento dado lo que se considera un “cuerpo ideal”. Si pensamos, por ejemplo, en las opulentas mujeres representadas en las obras renacentistas, notamos que en la actualidad estamos en las antípodas en lo que respecta al ideal estético. Sin embargo, podemos decir que el “real estético” se asemeja más a los rollizos cuerpos del pasado que a los cuerpos esbeltos y perfectos que los dispositivos publicitarios intentan imponernos como “ideales”. Porque, si el fenómeno fuera el contrario, no estaríamos hablando de la actual “epidemia mundial de obesidad”. ¿Qué es, entonces, lo que sucede? Intuyo que si definimos a la obesidad como una entidad multifactorial, el tema del ideal estético ocupa un lugar clave entre dichos factores porque, cuando la meta es imposible, la gente en muchos casos se rinde y se deja estar: “Si no soy igual a una modelo, nadie me mira, así que no me torturo más y me doy todos los gustos”. Por otro lado están aquellos que se obsesionan con alcanzar un cuerpo “perfecto” y dejan, también, su salud en el camino, porque sucumben bajo las redes de la anorexia, la bulimia, la alcohorexia, la vigorexia o la orthorexia, entre los trastornos más frecuentes. Todos estos comportamientos son generados, en muchos casos, por ese ideal de belleza que no condice en absoluto con las posibilidades reales de la gente, con los límites del propio cuerpo. Y no hay duda de que el ideal de perfección es irreal y enferma tanto como la obesidad. Paradójicamente, en nuestra sociedad es más visible lo más reducido en tamaño, lo que se muestra sobre las pasarelas, lo que enorgullece. Y no es visto como enfermedad, sino como un pasaje al éxito. ¿Qué sucede, entonces, con los cuerpos en este siglo que recién comienza? Cuerpos gordos, cuerpos enfermos, cuerpos anoréxicos expresan puro desequilibrio. Como todos sabemos, la obesidad no siempre ha connotado enfermedad, sino que también ha sido vinculada con la salud y la opulencia. Pensemos, por ejemplo, en la 45
  • 46. relación automática que hacemos cuando vemos a un bebé gordo, creemos que es muy sano pero estamos equivocados. En épocas en que la desnutrición y las enfermedades por falta de vacunas incidían en la mortalidad infantil, la gordura era vista como una protección ante los males y, por eso, se la sobrevaloraba. Pero ahora la cuestión es diferente, y las repercusiones del exceso de peso en la salud de los niños pueden ser muy graves Además, tenemos que reconocer que, a lo largo de la historia, los kilos de más le han servido al hombre para soportar los embates del clima y como reserva ante la hambruna, es decir, han cumplido un rol protagónico en el proceso de supervivencia. Sin embargo, esas reservas se usaban para soportar el frío o para subsistir casi sin alimentos, situación que ahora no se produce en absoluto. Por otra parte, en lo concerniente a las representaciones sociales del poder, la gordura se ha impuesto, en ciertos casos, como símbolo de autoridad y riqueza. Pensemos en los roles masculinos potentes que el cine o la televisión ofrecen, suelen ser gordos, con Don Corleone a la cabeza. Padres, abuelos, jefes, jueces, todos se imponen gracias a una “ineludible” presencia. Cuanto más espacio ocupan, más se les teme. Y, en el caso de las mujeres, el recorrido es similar: el ama de casa regordeta, símbolo de fertilidad y fidelidad; la gorda pulposa, símbolo de atractivo sexual. Como contrapartida, aparece la figura del gordo o gorda bonachones, casi tontos, blancos de todas las burlas de quienes los rodean. El gordo adquiere, por consiguiente, mayor o menor visibilidad a partir de los dispositivos que la sociedad deposita en él, salud, seducción, poder, fertilidad, por un lado, e impotencia, estupidez, dejadez y enfermedad, por el otro. Asimismo, en la actualidad la obesidad es considerada un problema de índole estética y no un factor de riesgo para la salud; por consiguiente, se postergan las soluciones, tanto desde el abordaje individual como en lo que respecta al diseño políticas sociales preventivas. 46
  • 47. Del exceso pasando a la nada, la imagen del cuerpo se transforma en “obscena”, en tanto queda fuera (“ob”) de escena (“scena”). Porque, ¿qué exhiben estos cuerpos? Exhiben algo monstruoso en tanto “aquello que se muestra” y “no puede ocultarse de las miradas”.8 El cuerpo oscila aquí “realmente” y no imaginariamente entre los extremos de la visibilidad, la hipervisibilidad de la obesidad, por un lado, y la invisibilidad de la anorexia. Sin embargo, eso que se muestra exhibe, más allá de una distorsión estética, un riesgo, el de la enfermedad. Ahora bien, si nos detenemos en el término “enfermedad”, este despierta en nosotros una inevitable sensación de rechazo, en tanto nos angustia. Tal como explica Bauman,9 es “un concepto conocido en todas las culturas y lenguas que permite designar una ausencia de ‘bienestar’, es decir, una molestia, una incomodidad, una dolencia o aflicción psíquica o física. Esa palabra indica que el estado de la persona a la que se aplica no es el que debería ser o el que cabría esperar en condiciones normales. La enfermedad denota la anormalidad del estado de la persona enferma”. Y hay enfermedades cuyos signos físicos permanecen ocultos pero, en los casos de la obesidad y de la extrema delgadez, los cuerpos hablan, gritan esa ausencia de bienestar, ausencia que se “muestra” a partir de un estado, “demasiado lleno” o “demasiado vacío”, de un alimento que nunca alcanza o que, a la inversa, siempre falta. Entonces, cuando hablamos de ideal estético es necesario que entendamos que en la sociedad en la cual vivimos resulta una noción bastante controversial, ya que 47
  • 48. parece confabularse con otros factores para generar más y más incertidumbre y potenciar, en muchos casos, estados extremos que no hacen más que reflejar una sensación de impotencia ante lo inalcanzable. Por lo tanto, si usted piensa que el tema del ideal estético es una traba para su adelgazamiento, tenga en cuenta que son muy pocos los que logran tener esos cuerpos perfectos que las publicidades venden y ostentan, ya que el costo es muy grande, además de efímero. Sin embargo, sí existen los cuerpos armónicos, saludables, deseables, y todos, más allá del sobrepeso que tengamos, estamos en condiciones de alcanzarlos. Como conclusión de esta primera etapa, podemos decir que —de acuerdo con los distintos aspectos que venimos analizando— ya no tenemos dudas de que vivimos en un mundo en el que todo está dislocado, desordenado, exagerado. Creado por nosotros, por supuesto. Sin embargo, el análisis de esos factores no es suficiente para emprender el camino del descenso, porque podemos entender absolutamente todo, ahondar en cada una de las cuestiones implicadas y, a pesar de eso, seguir gordos. Tal como vimos, en muchos casos el hecho de saber que el entorno es tóxico se transforma en otra gran trampa para seguir comiendo. Porque, si el mundo reconoce sus razones, ¿qué puedo hacer yo para no someterme a las razones de este mundo? En principio —como fuimos señalando—, ante cada situación problemática, puedo cambiar de estrategia: Si el entorno es desmesurado en su oferta, tengo que tratar de encontrar mi medida y no ser tan voraz. Ante las demandas que me comandan, me puedo organizar en pos de un equilibrio de las áreas. Si vivo a mil, tengo que reducir la velocidad y darme tiempo para lo que realmente importa: mi salud. Si soy sedentario, ¡a moverme de una vez! Abandonar los controles remotos, los ascensores y las escaleras mecánicas puede ser el primer paso. Cuando me sienta invisible, podré desprenderme de los nefastos estereotipos sociales que promueven una perfección inalcanzable y pensar en el bienestar general y la visibilidad que se genera al estar “normalmente” delgado. Es hora, entonces, de distanciarnos de ese loco mundo que nos devora, explorar otras posibilidades y encarar otros desafíos. 48
  • 49. Lo lograremos cambiando las reglas del juego, transformando la tentación en antitentación, mediante la exploración de nuestro “mundo” interno. En definitiva, haciéndonos responsables del cambio, porque la gordura es un problema que, si no se resuelve, va “agrandándose” con los años y genera destrucción anímica, falta de confianza y poca autoestima. Si uno resuelve este tema, puede solucionar después las pequeñas cosas que lo perturban; es más fácil, sin tanto “peso”, todo lo demás se limpia, incluso la percepción del mundo. En el siguiente capítulo, los mecanismos fisiológicos implicados en el desborde entrarán en escena. El cerebro se está preparando para explicarnos qué le sucede cuando comemos de más. ¿Lo escuchamos? 1 Fromm, Erich, Sobre la desobediencia, Buenos Aires, Paidós, 2013, p. 95. 2 El hedonismo (hedone: placer; ~ismos: cualidad o doctrina) como doctrina de la filosofía fue impulsado por los filósofos griegos Aristipo y Epicuro de Samos (siglos IV y III a.C.). 3 Fromm, op. cit., pp. 33-34. 4 “Disfruta el presente; el tiempo huye.” 5 Sustancias químicas cerebrales responsables de la transmisión de estímulos tales como la motivación, las emociones y los instintos. Los principales neurotransmisores son la acetilcolina, la norepinefrina, la dopamina, las endorfinas, la serotonina y el GABA (ácido gamma amino butírico). 6 Bauman, Zygmunt, 44 cartas desde el mundo líquido, Barcelona, Paidós, 2011, p. 17. 7 Fromm, op. cit., p. 34. 8 Cuadra, Olga, “Obscenidad”, Lectura A Diario de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, Nº 5, Editorial, noviembre de 2010. 9 Bauman, op. cit., p. 87. 49
  • 50. SEGUNDA ETAPA Las trampas del cerebro Si hacés algo por primera vez en tu vida, estás desarrollando tu cerebro, agregando conexiones. ESTANISLAO BACHRACH1 El conocimiento resulta más interesante cuando podemos ampliar la mirada hacia otras áreas que hemos descuidado hasta el momento. Por ejemplo, hoy no tiene sentido empeñarnos en atribuirle al estómago la culpa de nuestro engorde. Por eso, tampoco son siempre exitosas las cirugías para reducir la capacidad de este órgano, ya que el proceso que nos lleva a aumentar de peso comienza mucho antes de que el alimento ingrese en nuestro cuerpo, y el estómago es una más entre las tantas piezas que intervienen en la dinámica del hambre y del comer. Por lo tanto, hay que tener en cuenta todas y cada una de esas piezas si queremos entender por qué engordamos. No es el objetivo de este libro hacer una descripción tediosa de los órganos que intervienen en nuestra alimentación, pero sí creemos conveniente explicar brevemente cómo participan y cuáles son sus características y funciones principales. Todos sabemos que el cuerpo humano es una verdadera obra de ingeniería en la que cada elemento cumple una función, a la vez que se articula con otros para conformar un todo; órganos, músculos, huesos, articulaciones, líquidos, etcétera, conviven y trabajan sin cesar durante todo el tiempo que dura nuestra vida. Sin embargo, en el cuerpo también hay jerarquías laborales, algunos órganos cumplen funciones de mando y otros son subordinados. Por lo tanto, si tomamos el cuerpo humano como una gran fábrica, observamos que tres sistemas son los que ocupan los sectores principales: 50
  • 51. 1. El sistema nervioso, a partir del cual se desarrolla el cerebro y desde el cual brotan nervios hacia todo el cuerpo. 2. El sistema de vasos sanguíneos, del que surge nuestro corazón como conexión vascular central. 3. El tracto gastrointestinal, que nos atraviesa de arriba abajo. ¿Cuáles son las oficinas principales de estos sectores? La del cerebro, la del corazón y la del intestino. Y el cargo más alto, el de mayor responsabilidad, lo ejerce, sin lugar a dudas, el cerebro. Sin embargo, antes de visitar la oficina del jefe principal, el cerebro, tal vez sea conveniente revisar algunas cuestiones que tienen que ver con nuestro proceso biológico natural de digestión, es decir, entender qué sucede, cómo trabajan nuestros órganos una vez que el alimento entra en nuestro cuerpo. De ese modo, también entenderemos cómo se comporta nuestro sistema digestivo cuando lo sobreestimulamos y no lo dejamos descansar y, principalmente, cómo repercute su funcionamiento en nuestras conductas, a tal punto que muchos especialistas llaman al intestino “el segundo cerebro”. 51
  • 52. 2.1. Ingestas indigestas Nuestro aparato digestivo trabaja sin cesar y se ocupa del transporte de los alimentos, la secreción de los jugos digestivos, la absorción de los nutrientes y la excreción de los desechos. Es una maquinaria compleja, en la que los distintos procesos están encadenados y, por eso, el equilibrio resulta clave para una digestión exitosa. Por eso, cuando nos referimos tanto a los beneficios como a los perjuicios que ciertos alimentos ejercen sobre nuestra salud, es muy importante que tengamos en cuenta que, gracias a la digestión, esos alimentos se transforman en unidades más sencillas y, a su vez, son absorbidas y transportadas por la sangre. Mediante la acción de las enzimas digestivas, los lípidos, las proteínas y los hidratos son utilizados por las células del organismo. Es común que nos refiramos a los alimentos de acuerdo con cómo nos “caen”, y esta sensación tiene que ver con la digestión, por supuesto. “Yo no como melón porque me cae muy pesado”, “Ese chocolate me cayó como una bomba”, “No lo sentí, el asado me cayó diez puntos”, estas son algunas de las expresiones que usamos para explicar los efectos inmediatos de nuestras ingestas. También decimos, por ejemplo, que “la cerveza me hincha”, “la salsa me da acidez”, “la verdura me inflama”, etcétera. A partir de cómo nos sentimos al comer tal o cual alimento, hacemos un diagnóstico muy personal de lo que podemos o no podemos comer. Y también medimos los tiempos de nuestro proceso digestivo: “Tengo digestión lenta” —frase muy usada por los dietarios crónicos—, “Tengo buena digestión”, a la que también llamamos “metabolismo”, que es rápido, lento, bueno, malo… Y gracias a estas percepciones, muchas veces nos equivocamos, porque las sensaciones no solo dependen de las características de ciertos alimentos, sino de las combinaciones que hacemos con ellos y de nuestro estado de ánimo al ingerirlos. Por eso es recomendable, antes de hacer cualquier autodiagnóstico, que nos realicemos estudios de tolerancia para saber hasta qué punto la hinchazón que tenemos se debe a que somos nerviosos o a que somos celíacos o no toleramos la lactosa, por ejemplo. Asimismo, se sabe que las emociones, como el miedo y el estrés, pueden dificultar la dilatación de la musculatura lisa del estómago y hacer que nos saciemos rápidamente o nos sintamos mal tras ingerir porciones pequeñas. 52
  • 53. Aunque parezca mentira, el tubo digestivo mide, en total, unos once metros de longitud, pero la mayor parte la ocupan los intestinos, que están replegados. El proceso de digestión dura, por término medio, un día, aunque algunos lo logran en ocho horas mientras que otros tardan hasta tres días. En el siguiente cuadro, describiremos brevemente las funciones de los órganos implicados en nuestra digestión; desde que captamos el alimento con los ojos hasta que expulsamos los desechos, intervienen en el proceso la nariz, la boca, la faringe, el esófago, el estómago, el intestino delgado y el intestino grueso. Pero además, estos órganos reciben las secreciones del páncreas, la bilis del hígado y la actividad del bazo, que interviene en el proceso digestivo participando en la absorción y el transporte de nutrientes. 53
  • 54. El intestino ha sido, desde siempre, el órgano más infravalorado del cuerpo humano; sin embargo, su función es excepcional, ya que interviene en dos tercios de 54
  • 55. las actividades del sistema inmunitario, obtiene energía de los alimentos y produce más de veinte hormonas propias. Por suerte, una de las nuevas líneas de investigación de nuestro tiempo se basa en el modo en que el intestino influye en la salud y el bienestar. ¿Por qué hacemos tanto hincapié en nuestro aparato digestivo? Porque contiene una red neuronal muy compleja cuya función es muy parecida a la de las neuronas cerebrales. En el sistema nervioso entérico podemos hallar más de cien millones de neuronas que secretan las mismas sustancias que el sistema nervioso central. Lo más llamativo es que en las células del intestino también existen algunos neurotransmisores, como la serotonina, la hormona vinculada con el placer, el descanso y el bienestar. El 90% de la serotonina corporal total se sintetiza en el intestino y repercute directamente en los síntomas gastrointestinales. Si bien el intestino puede trabajar en forma independiente, también lo hace en conexión con el cerebro, y en lo que respecta a la relación intestino-dieta-cerebro, la serotonina es un factor clave. ¿Por qué? Porque se forma a partir de una sustancia llamada triptófano, un aminoácido esencial que solo se obtiene a través de la alimentación. Desde siempre, hemos creído que las cuestiones emocionales —tales como el miedo o el estrés que nombramos más arriba— causaban efectos intestinales, y estábamos en lo cierto; no obstante esto, en los últimos años se descubrió que la comunicación del intestino hacia el cerebro es mucho más intensa, en tanto hay un mayor número de vías nerviosas que comunican en esa dirección. Por ende, se sabe que el intestino también registra emociones y, si bien no piensa, se comporta como un órgano sensorial. En definitiva, existe una conexión entre las áreas cerebrales relacionadas con nuestras emociones y pensamientos, el sistema inmune, el sistema endócrino y el sistema nervioso entérico. Si se produce una perturbación en dicha conexión, podemos presentar síntomas gastrointestinales y también emocionales.2 ¿SABÍAS QUE…? 3 Ya en el útero materno comenzamos a practicar la deglución. A modo de prueba, engullimos hasta medio litro de líquido amniótico cada día pero, como 55
  • 56. nuestros pulmones están llenos de líquido, la deglución no se produce en su sentido clásico. En la vida adulta tragamos a diario unas seiscientas a dos mil veces, para lo cual se activan más de veinte pares de músculos. Cuando envejecemos, nos atragantamos a menudo porque los músculos encargados de la coordinación ya no trabajan con tanta exactitud. El esófago funciona de un modo tan automático que incluso podemos tragar si estamos cabeza abajo. Los hidratos de carbono simples, como el arroz y la pasta, pasan rápidamente al intestino delgado, donde se digieren, y son los responsables de la inminente subida de azúcar en sangre. Aunque las comidas ricas en hidratos de carbono nos sacian más rápidamente, la sensación de saciedad no dura tanto como con las proteínas o la grasa. Muchos médicos recomiendan una alimentación rica en fibras para estimular la digestión; las fibras alimentarias no digeribles activan la gimnasia o peristaltismo intestinal, de modo que la comida avanza más rápidamente y conserva una textura blanda. A nuestro intestino delgado le gusta la pulcritud; si lo visitamos dos horas después de la digestión, lo encontraremos reluciente. Si picamos continuamente, no dejamos tiempo para que se realice la limpieza. Es por eso que algunos nutricionistas recomiendan hacer una pausa de aproximadamente cinco horas entre comidas. 56
  • 57. 2.2. Una mente rumiante El cerebro es la unidad de control global de nuestro cuerpo. Podemos decir que dentro de la oficina del cerebro hay trabajadores que cumplen funciones específicas. En realidad, dichos trabajadores o unidades básicas son las neuronas que, a su vez, realizan billones de conexiones o respuestas a señales eléctricas, mediante las cuales segregan diversos compuestos químicos llamados “neurotransmisores”. Dichas unidades básicas se unen en componentes de mayor orden o grupos de células especializadas en labores concretas dando lugar a las llamadas “áreas cerebrales”. No vamos a detenernos en cada una de esas áreas, pero sí en la que interviene en la regulación del hambre y de la saciedad, el hipotálamo. Ubicado en el centro de las oficinas del cerebro, el hipotálamo es un conjunto neuronal de tamaño muy reducido pero con roles muy importantes, tales como la 57
  • 58. regulación de la temperatura del cuerpo, el control de los períodos de sueño y vigilia (ritmos circadianos) y el mantenimiento de la homeostasis energética. Y a nosotros nos importa especialmente por esta última función, ya que, cuando se descontrola, se produce el engorde. La homeostasis energética es la regulación de la ingesta de los alimentos para asegurar la disponibilidad de energía en todo momento. Por lo tanto, el hipotálamo sabe cuándo y cuánto tenemos que comer, adaptando nuestras ganas a las necesidades calóricas de nuestro metabolismo. En definitiva, es el centro cerebral que regula los mecanismos del hambre y de la saciedad. Si bien parece simple, la homeostasis es un mecanismo muy complejo, resultado de millones de años de evolución, que cuida que a nuestro metabolismo no le falte energía. Es un sistema estable que dispone de múltiples soluciones y procesos para conservar el equilibrio, de tal modo que si falla algún recurso, dispondrá de otros. La cuestión es que hoy ese regulador energético ha dejado de ser eficaz, está descontrolado, desequilibrado. Las teorías al respecto parecen insuficientes, no logran dilucidar el porqué del aumento de la obesidad en el mundo. De modo que pareciera que hay que ampliar la mirada —como dijimos al principio — y ver qué otros factores intervienen en el desequilibrio homeostático. En este punto es necesario incorporar un nuevo concepto4 que nos va a ayudar a entender qué pasa. Engordamos porque, además de una alimentación homeostática, nuestro cuerpo está regido por una “alimentación hedónica”, que complementa a la primera y la desequilibra. Imagínese a usted mismo en una situación extrema, por ejemplo, en medio del desierto sin nada para beber o comer. Es difícil que piense en una gaseosa para calmar la sed o en un flan con dulce de leche para apaciguar su hambre; lo más probable es que desee tomar agua y que se conforme, ¡y agradezca a todos los dioses del desierto!, si encuentra un charco aún no evaporado por el sol, para agacharse y beber. Y en cuanto a comer, cualquier raíz factible de ser masticada y tragada le 58
  • 59. “Haciéndolo simple: el hambre tiene que ver con la necesidad; las ganas de comer, con el deseo. Decimos ‘el problema del hambre en el mundo’, no ‘las ganas de comer en el mundo’. El hambre nombra la urgencia imperiosa, primaria e indiscriminada de alimentarse y, si no se satisface, compromete la subsistencia y sus variables asociadas. Las ganas de comer, en cambio, se refieren al deseo, a la satisfacción de un gusto, y se supone que se expresan dentro de un marco de elección posible. El hambre es indiscriminada; las ganas de comer, selectivas.” JUAN SASTURAIN “Usos del hambre”, Página/12, 16/7/2012 parecerá un “divino bocado”. De ese modo, si encuentra esos dos tesoros, logrará su objetivo: incorporar energía para sobrevivir. El ejemplo es exagerado pero ilustra en qué consiste, en realidad, el hambre. En definitiva, es una señal física que nos dice que nuestro cuerpo necesita energía, combustible. Y cuando el hambre es extrema, no resulta selectiva; lo que importa es, si no saciarla, calmarla. Es como cuando nos quedamos sin nafta en la ruta, cualquier bidón nos salva, no se nos ocurre exigir uno sin plomo. Cuando el hambre se orienta a un tipo específico de comida, tenemos que dudar de su autenticidad. ¿Se imagina en el desierto rechazando la raíz por no tener gusto a chocolate? Sin duda, no se le ocurriría actuar así porque se impondría un hambre natural, fisiológica, que le impediría pensar disparates. No obstante esto, podemos decir que, en general, tenemos una forma disparatada de comer, ya que nos regimos por una alimentación hedónica, conformada culturalmente, cuyo objetivo dista mucho del equilibrio energético; por el contrario, está gobernada por el placer, y su fin es la satisfacción. Entonces, en lo que respecta a la alimentación, las zonas cerebrales implicadas en el circuito de recompensa se encuentran cercanas al hipotálamo y cumplen diversas funciones.5 La corteza orbitofrontal y la amígdala codifican la información relacionada con 59
  • 60. La Federación Mundial de Obesidad y la entidad Consumers International pidieron un acuerdo global para regular a las empresas que promueven alimentos no saludables, en el estilo del Convenio Marco para el Control del Tabaco, que puso límites a las compañías tabacaleras. El pedido, formulado ante la Organización Mundial de la Salud, obedece a el valor de la recompensa de los alimentos. La ínsula procesa información relacionada con el sabor de los alimentos y su valoración hedónica. El núcleo accumbens y dorsal estriado, que reciben señales desde el área tegmental ventral y la sustancia negra, regulan las propiedades motivacionales y de incentivos de los alimentos. El hipotálamo lateral puede regular las respuestas gratificantes —lo que los hace apetecibles— y lidera la motivación que nos empuja a la búsqueda de alimentos. Es probable que usted esté pensando en que lo importante es tener libertad para elegir los alimentos y que el problema radica en una mala educación alimentaria. Y tiene en gran parte razón. Sin embargo, yo iría un poco más lejos con el planteo y le preguntaría hasta qué punto somos libres cuando elegimos nuestros alimentos, si es real que tenemos tantas opciones diferentes.En el desierto, directamente, no había opciones; pero cambiemos el escenario por el de un supermercado en cualquier ciudad, donde la oferta es desmedida, nos mareamos, no sabemos qué comprar, todo es rico, atractivo y hasta ¡lindo! ¿Por qué hemos llegado a montar esos escenarios para, al fin de cuentas, comer? Porque vivimos en una época en la cual lo que más cuenta es la “percepción hedónica”6 por parte del consumidor, y las megaempresas que acaparan la fabricación de alimentos en el mundo operan a partir de ese principio. Activan miles de estrategias de marketing y publicidad que analizan las preferencias y gustos de los futuros compradores para así imponer con éxito sus productos en el mercado. ¿O acaso no son cada día más ricos y bellos los productos que consumimos? Lo son, es cierto, pero gracias a una serie de procesos de transformación que los tornan peligrosos para nuestra salud. Tanto es así 60
  • 61. que los modelos dietarios insalubres se ubican por encima del tabaco como las principales causas mundiales prevenibles de enfermedades. que la científica alemana Giulia Enders advierte que “nunca en la historia de la humanidad habíamos tenido que enfrentarnos a tal oferta excesiva de azúcar. En los supermercados americanos aproximadamente el 80% de los productos transformados ya tienen azúcar añadido. Desde el punto de vista de la técnica evolutiva, nuestro cuerpo acaba de descubrir el escondite de los dulces y, desprevenido, los devora hasta la saciedad antes de derrumbarse en el sofá con shock hiperglucémico y dolor de estómago”.7 Las empresas alimentarias cuidan que los alimentos sean “seguros”, en tanto no nos intoxiquen en un corto plazo; pero la obesidad se construye poco a poco y a partir de alimentos inseguros, industrializados y dañinos. En definitiva, “si bien la llamada ‘dieta occidental’ es segura y minimiza las intoxicaciones alimentarias, parece que ayuda más bien poco a llegar a la vejez con la mejor salud posible, sin sufrir de forma masiva enfermedades crónicas como la obesidad y la diabetes. Esto se debe a que la educación en esta área tiene muy pocas posibilidades de imponerse ante la artillería pesada del marketing alimentario”, señala acertadamente el doctor Jiménez.8 Entonces, vemos cómo el escenario del hambre y del comer se sigue desplegando. Han aparecido los alimentos altamente procesados que conforman el 60% de las calorías diarias que consumimos y nos aportan muchísimo más placer que el que nos dan los alimentos frescos o naturales. Es pertinente entonces que nos preguntemos cuáles son los mecanismos cerebrales implicados en este proceso cuando hablamos de alimentación, qué circuitos de recompensa y placer se estimulan y nos llevan a comer cada vez más, y más, y más, y más… Ahora bien, no hay dudas de que el acto de comer, en tanto satisface una necesidad, genera cierta sensación de alivio o placer. Sin embargo, ese componente hedónico se podría equiparar al obtenido mediante otras funciones naturales de nuestro organismo, tales como el descanso o la gratificación que se obtiene luego de hacer actividad física. Es una respuesta natural del cuerpo ante la satisfacción de una necesidad y, a diferencia de la alimentación hedónica que antes nombramos, esta gratificación es momentánea y conforma un eslabón más en el proceso de la alimentación. 61
  • 62. Por lo tanto, en el aspecto natural del acto de comer, podemos distinguir tres componentes básicos: El componente fisiológico: se refiere a los circuitos del hambre y de la saciedad. La palatabilidad: desde el momento en que el alimento ingresa en la boca, se activan las papilas gustativas. Es el nexo entre los otros componentes. El componente hedónico: activa los circuitos cerebrales de recompensa y placer. Anteriormente, cuando nos referimos al hambre, pudimos intuir que dicha noción es bastante compleja, en tanto se ha transformado en una entidad polifacética. Es decir, el hambre no es más una demanda que proviene desde lo biológico y nos avisa que nuestro cuerpo necesita combustible; por el contrario, es una sensación que ha “tomado” nuestro cuerpo y nuestra mente y nos envía múltiples alarmas activadas por distintos factores, el estomacal, el cerebral, el bucal, el masticatorio, el deglutorio y el emocional. Cuando el hambre estomacal, que requiere de la ingesta para que se llene el estómago, está acompañada por el hambre cerebral, el comer se transforma en una 62
  • 63. idea obsesiva y es cuando, a pesar de estar llenos, seguimos comiendo. Es posible, además, que no podamos dejar de sentir cierto gusto en la boca porque esta ha adquirido una palatabilidad excesiva ante el sabor de tal o cual comida. Hay quienes necesitan sentir la consistencia de la comida y se les hace imprescindible la descarga mandibular, como ejercicio repetitivo. Existen, también, los que experimentan una gran satisfacción al tragar y transforman la deglución en una práctica sin fin. Y, por último, están aquellos que son víctimas de un hambre emocional, en la cual la comida tiene poco que ver, pero el comer se transforma en una acción repetida y continua que sirve como descarga de diversos estados emocionales. Por supuesto, todas estas prácticas están lejos de generar en quien come una sensación real de saciedad, si la entendemos como una respuesta homeostática del 63
  • 64. organismo, dirigida a restablecer el equilibrio en cuanto la demanda de nutrientes queda satisfecha. La saciedad es un proceso activo que necesita de un compromiso neuronal complejo que desencadena finalmente la inhibición de la conducta de ingesta. Veamos cómo es, en líneas generales, el proceso biológico normal de hambre- saciedad: Cuando un alimento ingresa en nuestro organismo, la acción responde a un estado previo de hambre que se manifestó mediante ciertas señales enviadas, por un lado, por una hormona secretada por las células grasas llamada leptina, que actúa sobre el hipotálamo al informarle al cerebro respecto del estado de acopiamiento energético. Asimismo, antes de comer se elevan abruptamente los niveles de ghrelina, otra hormona secretada por el estómago y la primera porción del duodeno. Sin embargo, en general, más allá de la sensación de hambre, hacemos una elección previa de lo que vamos a ingerir y prevemos la gratificación que obtendremos al comer determinado alimento y no otro. Es en ese momento cuando entra en juego el componente hedónico antes señalado, que comienza como imagen y se concreta en la ingesta, con la consecuente estimulación del centro del placer cerebral —que antes describimos—; el cerebro libera dopamina, y el sujeto siente alivio, satisfacción. Después de comer, los niveles de ghrelina descienden súbitamente. Una vez ingerido el alimento, el páncreas segrega insulina, hormona que permite la captación de glucosa (azúcar sanguíneo) por parte de una variedad de tejidos. Esta hormona, junto con la leptina, actúa lentamente para promover el equilibrio a largo plazo de las reservas de grasa del organismo. Después de comer, las células que tapizan el intestino delgado y el colon secretan el llamado péptido YY3-36, en cantidad proporcional al contenido calórico de la ingesta. Los niveles de este péptido se mantienen altos entre las comidas y producen un efecto antihambre. Ahora bien, el proceso recién descripto se realiza en condiciones normales de ingesta, pero en las personas obesas, todo el mecanismo de segregación de hormonas 64
  • 65. se altera notablemente; aumenta la secreción de leptina, se produce hiperinsulinemia9 y se altera la función del péptido, ya que este no logra informar al hipotálamo los efectos de la ingesta. Con respecto a la estimulación de los centros de placer, tanto la dopamina como la serotonina10 son los neurotransmisores que regulan los centros de motivación y recompensa, por lo tanto, la deficiencia en su acción puede perpetuar conductas patológicas de alimentación. Al respecto, hay que estar atentos a los momentos del día en que estamos más vulnerables, porque —como yo siempre digo— la bala de plata que sirve para matar al hombre gordo es la de la noche, debido a que a la tarde bajan el magnesio, la dopamina y la serotonina, lo que produce en el cuerpo un estado de serenidad que activa las ganas de comer, sin hambre, como reflejo condicionado por un hábito. 65