González Faus con su refelxión nos puede iluminar acerca de nuestra pertenencia a una determinada sociedad, en un tramo concreto de la historia, sabiéndonos hereder@s y constructor@s de esa misma Historia... siendo patria, o matria?
1. José Ignacio González Faus
16/04/2018 01:10
Las teologías feministas han puesto de relieve una trágica
patriarcalización del lenguaje sobre Dios que origina una imagen
deformada de Dios, con consecuencias nefastas para la fe. El lenguaje
llega a nosotros configurado por una historia y por las limitaciones de esa
historia que muchas veces ya no podemos cambiar, pero, al menos,
deberíamos comprender, aclarar y esquivar. En el tema de Dios nuestro
cristianismo ha deformado el segundo precepto del decálogo, diluyendo la
prohibición radical de “hacer imágenes de Dios” en un “no tomar el nombre
de Dios en vano”.
Esta deformación arranca de la lucha contra los iconoclastas (siglo
VIII) que, exagerando el segundo mandamiento, prohibían también las
imágenes de Cristo. Les condenó el segundo concilio de Nicea (año 787)
porque, con la encarnación, Cristo se convierte en verdadera imagen de
Dios. Y porque, en un mundo casi analfabeto, las imágenes sustituían a la
lectura y eran una forma de catequesis, como vemos en tantos capiteles de
las catedrales medievales. La condena de los iconoclastas permitía
imágenes de Cristo y de los personajes bíblicos, no de Dios.
En la historia de la Iglesia antigua, era frecuente que cada concilio
provocara exageraciones que había de corregir un concilio posterior. Esta
vez ya no hubo otro concilio (por el cisma de Focio) y las exageraciones
brotaron como hongos, dando lugar a mil imágenes de Dios, todas
masculinas (porque eso pedía el lenguaje corriente). Sirva como único
ejemplo ese abuelo venerable del cuadro de la creación de Miguel Ángel.
Bueno sería que los responsables de la Iglesia nos hicieran recuperar
aquel segundo mandamiento tan decisivo del Decálogo: no te harás ninguna
imagen de Dios. Porque si el mejor nombre que podemos dar a Dios es el de
2. “Indecible” (Tomás de Aquino), a fortiori Dios ha de ser inimaginable y
toda imagen de Dios tendrá algo de blasfema. Pero eso queda para los
profesionales de la teología.
Hoy, tras la oportuna huelga feminista del 8-M, quizá interesa más
alertar sobre otras formas de nefasto patriarcalismo que, en mi humilde
opinión, deberían preocupar más a las mujeres.
En todas las lenguas que conozco la tierra es femenina: ¡hasta en el
alemán que invierte tantos géneros haciendo masculina a la luna y femenino
al sol! Y es que hay una experiencia universal que asimila la propia tierra a
todas nuestras experiencias maternas. En ella nacemos como nacemos de la
madre, su paisaje es el primer marco que reconocemos como nos pasa con
el rostro materno, sus alimentos marcaron nuestro paladar como el pecho
de la madre. A ella nos referimos con diminutivos de ternura como
hablamos a veces de la mamita (la terreta, la tierruca de Pereda, el
terruño…). La expresión madre tierra es algo más que una metáfora: por
eso está presente tanto en el canto de las criaturas de Francisco de Asís
como en la Pachamama sudamericana. Y todos conocemos (y hemos
disfrutado) esa experiencia como de fraternidad que se produce cuando,
estando fuera de nuestra tierra, encontramos algún paisano.
Según este paralelismo, la tierra que nos vio nacer debería ser
nuestra matria. Eso de la madre patria es un oxímoron al que nos hemos
acostumbrado, donde se cuela otra vez un patriarcalismo nefasto, que
convierte en agresiva la dulzura de la madre tierra. La raíz y el arraigo que
todos necesitamos se deforman así en autoafirmación. En la infancia, que
tanto nos configura y en la que echamos nuestras raíces humanas, la madre
sugiere sobre todo ternura y fraternidad, el padre sugiere más poder y
competitividad. Así nació esa expresión machista de orgullo patrio y el
entrañable amor a la propia tierra se deformó tanto como la imagen de
Dios masculinizada. Donald Trump es el ejemplo más triste de ese amor
patrio machista.
El resultado es que las patrias, en vez de abrazarse, no paran de
enfrentarse. Ya los romanos cantaban que es dulce morir por la patria. Las
denuncias que hacemos hoy contra la sociedad patriarcal, deberíamos
hacerlas también contra la patria patriarcal. ¿Habría tantas guerras en la
3. historia humana si la tierra hubiese sido experienciada maternalmente y no
patriarcalmente? ¿O si los patriotismos no se hubieran convertido en
nacionalismos machistas?
Esa perversión del amor patrio ha sido bien descrita por grandes
filósofos de nuestros días, curiosamente ambos de la tierra del
chauvinismo: “El ‘nosotros’ que serviría para liberar al yo de sí mismo, se
subordina a un ‘nosotros’ que sirve para exaltar al propio yo” (Jean
Nabert). “Las pasiones suelen camuflar la inocencia de la diferencia bajo la
capa orgullosa y fatal de la preferencia” (P. Ricoeur). Y el patriotismo se
convierte en excusa para ignorar (y hasta exaltar) los propios defectos en
lugar de reconocerlos.
Por eso creo más importante luchar por la matria que por la
portavoza: porque, poniendo género a las letras, no podremos comernos una
nueza, y se quedarían sin cantar muchas mujeres por no tener buena voza…