cortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahua
Haití, Dios y el mal según Torres Queiruga
1. Haití, Dios, el mal… y de nuevo el dilema de Epicuro
Andrés Torres Queiruga, teólogo
“El concepto de un mundo sin mal es tan contradictorio como un círculo-
cuadrado”. El teólogo Andrés Torres Queiruga explica a Dios después del
terremoto.
La catástrofe ha sido terrible: como un mazazo en la conciencia del
mundo, ya castigado por la crisis económica. Por fortuna, la reacción
ha sido casi sorprendentemente buena. Se ha producido una especie de
salto cualitativo en la solidaridad mundial, tanto en los individuos como
sobre todo en los estados que, como nunca antes, comprendieron la
necesidad, en estricta de justicia, de unirse para reconstruir un país
destrozado y, antes, esquilmado (¿lo cumplirán?).
También la teología, en la casi totalidad de los artículos publicados,
supo apuntar a algo fundamental: no remitir el problema a Dios
centrándose en la catástrofe natural, sino insistir en nuestra
responsabilidad humana, en el hecho de que, por nuestra culpa, los
males causados hayan afectado ante todo y sobre todo a los pobres.
Ellos han sufrido y sufren mayoritariamente las peores y más dolorosas
consecuencias.
Lo que se espera no es, pues, el puro lamento o la simple compasión,
sino la ayuda efectiva y la presión política.
Como es natural, personalmente también sentí deseos de escribir algo,
pues al problema del mal he dedicado una parte importante de mi
reflexión y un buen puñado de trabajos. Por fortuna, el hecho de estar
acabando un libro al respecto, y sobre todo la reacción tan positiva que
se percibía por todas partes hicieron que me conformase con ver y
saborear el claro avance que se ha producido en las reacciones. A pesar
de todo, no me abandonaba mi vieja sospecha de que algo faltaba.
Todo eso es verdad, pero el terremoto no lo hemos producido nosotros,
y sin él el problema habría desaparecido de raíz: ¿por qué Dios no lo ha
evitado? Latet anguis in herba, pensaba, “la víbora sigue oculta entre la
hierba”.
“Misterio”, acaban respondiendo en general los artículos. Pero
¿misterio por qué? ¿Misterio real o contradicción producida por
nuestras ideas y presupuestos? Miles de hombres y mujeres estuvieron
en Haití, renunciando al sueño y exponiendo la vida por ayudar a las
2. víctimas. Si en su mano estuviera la posibilidad de evitar previamente el
terremoto, ¿habría siquiera uno solo que dejase de hacerlo?
Sin embargo, demasiados creyentes y teólogos siguen dando por
supuesto que Dios sí podría, pero que no lo hace; pero, siendo
omnipotente, eso, en definitiva, significa que no quiere. Otros, menos,
se atreven a decir que no puede; pero entonces ¿qué “dios” es ese, y
quien podrá darnos esperanza?
Epicuro lo había preguntado hace ya muchos siglos. Y, como era de
esperar, la víbora levantó la cabeza. Martín Caparrós, en El País
07/02/2010, sin aludir al famoso dilema -tal vez sin conocerlo siquiera-
y refiriéndose primero al terremoto de Lisboa (1755), afirma con toda
crudeza: “La existencia -la insistencia- del mal hacía que ese dios fuera
un ineficiente o un vicioso: o lo hacía a voluntad y era el mayor canalla,
o no podía evitarlo y era un perfecto inútil”.
Y después, dando un salto, se ensaña hablando de Haití: “Así que, a
pesar del mal despendolado -a pesar de terremotos y de hambrunas,
matanzas y tsunamis-, millones siguen arrodillándose ante un dios que
lo hace o lo permite. Y, para más inri, lo proclaman; no deja de
extrañarme. Si yo creyera que ese dios existe -si creyera que en algún
lugar del infinito pulula un ente todopoderoso que no usa su todopoder
para impedir estos desastres-, si yo creyera que hay un dios tan hijo de
puta como para matar de un golpe a cien mil muertos de hambre, y si
ese dios fuera mi dios, mi amo, intentaría protegerlo: me pasaría la vida
negándolo, diciendo a todo el mundo que no hay tal cosa, que cómo se
le ocurre, ¿dios?, ¿un dios?, ¿eso qué significa? Frente a desgracias
como ésta, el verdadero creyente no tiene más remedio que fingirse
ateo -y, quizá, viceversa. Así que hay que dudar de casi todo, como
siempre”.
He dudado en reproducir un texto tan abrupto. Quiero pensar que al
escribir dios con minúscula y poner el condicional -”si yo creyera que
ese dios existe”- está atacando un ídolo. En todo caso, lo afirmo yo. Y,
no sin lamentar esas expresiones que pueden herir tan brutalmente la fe
de los creyentes, quiero tomarlas como un serio y urgente aviso para la
teología.
Lo he repetido muchas veces: es preciso deshacer con rigor crítico el
dilema de Epicuro, descubriendo su trampa y mostrando su falsedad.
En tiempos de religiosidad común y compartida, la fe en Dios podía
sostenerse apoyándose en una confianza radical que era capaz de
desafiar la lógica, porque presentía que ésta tenía que cojear por algún
punto. Eso ya no es posible en nuestra “era crítica”.
3. Debemos reconocerlo, si no por honestidad intelectual, al menos
porque nos lo reprochan con argumentos contundentes: creer en un
“dios” que, pudiendo, no quisiera acabar con el mal del mundo o que,
queriendo, no pudiese, resulta hoy sencillamente imposible.
Por fortuna, la misma agudeza crítica de la modernidad abre el camino
de la respuesta. La autonomía de las leyes que rigen el funcionamiento
del mundo y las inevitables contradicciones de la finitud, hacen que el
concepto (no la fantasía) de un mundo sin mal sea tan contradictoria
como un círculo-cuadrado. El dilema de Epicuro tiene trampa:
sustitúyase mundo-sin-mal por círculo-cuadrado y hágase la prueba; o
pregúntese, como a veces hago en mis explicaciones, si Dios puede o
no puede dividir en aula en tres-mitades.
No es, pues, que Dios “no quiera” o “no pueda”, sino que simplemente
la pregunta carece de sentido. Dios quiere el bien, únicamente el bien,
para el bien y la felicidad nos crea.
Hablemos humanamente: podría no haber creado el mundo, y sabe
que, si lo crea, tendrá que ser finito (si no, se crearía a sí mismo). En
consecuencia, la imperfección, la carencia, el conflicto -el mal- lo
acompañarán como una sombra terrible.
Pero la experiencia religiosa más profunda ha intuido siempre que si
Dios ha creado, es porque valía la pena; que Él, como Anti-mal de amor
infinito, acompaña y sostiene nuestra aventura, convocándonos a
colaborar con Él en el trabajo del amor y la justicia; y siempre,
asegurando el sentido y abriendo la esperanza.
Contra lo que en la superficie puede parecer, nada menos “moderno”
que deducir el ateísmo de la existencia del mal en el mundo. Sería
desconocer la autonomía de sus leyes y la dignidad de nuestra libertad.
La tontería del telepredicador Pat Robertson, aclarando que el
terremoto de Haití que no tiene nada que ver con las placas tectónicas,
porque es un castigo divino, ha hecho un gran favor a la inteligencia.
En el mismo periódico Galeano lo recuerda y Jared Diamond avisa -
permítaseme recordarlo para que el humor dulcifique un poco el
horror- que “cuando el teleevangelista Pat Robertson dice que la ira de
Dios ha caído sobre ellos se olvida que es la misma que cae sobre Italia,
EEUU o Japón, la misma ira que debería caer sobre él por ser tan
estúpido”. Y, mantengamos el tono, también sobre nosotros, si
seguimos manteniendo teologías que dan pie a tanto malentendido.