El documento presenta una entrevista al ex juez Julio Alberto García Lagares. García Lagares opina que la politización de la justicia no es buena para los ciudadanos ni para el país, y que un juez debería abandonar la profesión si decide entrar en política. También cree que la independencia es una cualidad esencial para un juez, y que no deberían depender de la administración pública. Relata algunos de los casos más destacados de su carrera como juez en Asturias.
1. ENTREVISTA A D. JULIO ALBERTO GARCÍA LAGARES
EDITORIAL PRENSA ASTURIANA Director: Isidoro Nicieza
AVILÉS
Julio alberto García Lagares: «No es buena ni para los ciudadanos ni
para la marcha del país la politización de la justicia»
«Tan pronto se pasa un juez a la política debería abandonar la profesión; pienso
que es una actividad respetable, pero centrada en su ámbito»
Salinas, Saúl FERNÁNDEZ
Cae la lluvia y el viento inclemente convierte en salvajes las olas que van a morir a la
playa de Salinas. El ex juez Julio Alberto García Lagares (La Coruña, 1931) conduce en
busca de una cafetería abierta y tranquila. Se jubiló hace tres años como presidente del
Tribunal Superior de Justicia de Asturias (TSJA), pero esta jubilación no le ha llevado al
retiro absoluto. Es árbitro en cuestiones nacionales e internacionales, vicepresidente de la
Fundación Jueces de España, miembro de la ejecutiva de la asociación Amage
(magistrados jubilados) «... y además ejerzo como abogado, pero no en los estrados»,
explica.
-¿Qué es un juez?
-Definir esta profesión es fácil y difícil a la vez. Le diré, de momento, lo que debe ser:
una persona comprometida con la sociedad, que debe tener gran equilibrio emocional y
un elemento importantísimo de sentido común que, como sabe, es el menos común de los
sentidos.
-Si esto es lo que debe ser, ¿qué es entonces?
-Déjeme terminar: aparte de todo eso que le dije, claro, debe ser un gran conocedor del
derecho. Otra cualidad es la de la independencia, en el sentido más amplio del término. O
sea, independiente de todo, incluso de la política.
-¿Qué no debe ser un juez?
-Un funcionario público, en el sentido de que no puede depender de la Administración
pública. Su única dependencia es del poder judicial porque, no lo olvide, un juez detenta
uno de los tres poderes básicos del Estado.
-¿Por qué se hizo juez?
-Me gustaba. Soy la persona más afortunada del mundo, porque siempre disfruté de mi
profesión. Ahora, aunque esté jubilado, soy árbitro en asuntos nacionales e
internacionales, escribo dictámenes como abogado, aunque no ejerzo en los estrados. No
me parecería normal hacerlo ahora habiendo sido antes presidente del TSJA.
-Usted estudió en Santiago de Compostela?
-Cuando terminé me quedé como ayudante de un catedrático, Fairén, preparando las
oposiciones. Lo de ser ayudante era algo así como llevar la carpeta del profesor y poco
más. No me convencía la enseñanza, no me gustaba la dependencia de la Administración.
Mi padre había sido un alto funcionario de Hacienda y algo sabía. Decidí entonces
meterme en la carrera judicial, hacerme juez.
-¿Y su primer destino?
2. -En la provincia de Orense, en el partido judicial de Bande, en la línea con Portugal.
Estuve allí ocho o nueve años. Al llegar de nuevo no sabía nada y donde aprendí fue en
los archivos del Juzgado. Recién licenciado siempre anda uno despistado: muchos
conocimientos pero ninguna experiencia. La esencia de este trabajo es la experiencia. Mi
primer procedimiento fue el de un aborto. Una señora, Amelia, «la de la Mula».
Practicaba abortos: unas veces de este lado de la línea y otras del otro. La detuvieron una
vez en España. Además, también juzgábamos a los sinvergüenzas que cargaban en sus
camiones a portugueses con la promesa de llevarlos a Francia. Lo que hacían era darles
veinte vueltas y abandonarlos a cuarenta kilómetros de la frontera.
-Antes de llegar a Avilés ejerció en Luarca.
-Estuve otros siete u ocho años. Luego en Avilés nos encontramos con dos Juzgados de
primera instancia e instrucción. Trabajábamos en Las Meanas, en un edificio con los
cristales rotos, con poco personal. Avilés era una ciudad de unos 100.000 habitantes y
con cierta delincuencia. Había una mafia, los Castiñeira, que extorsionaba a los
comerciantes. Digo mafia porque amenazaban con jaleo si no les pagaban protección. En
una ocasión mataron en Sabugo a un policía, con una navaja escondida en un bastón.
Nadie quería denunciar, pero logramos convencer a los comerciantes. Luego también
estaban los grupos de Fuerza Nueva, muy organizados. Me llamaban comunista. Eran los
primeros años de la democracia. En Luarca me estaban preparando un banquete de
despedida el día que murió Franco. Alguno pensó, por eso, en no hacerlo, pero al final lo
celebramos.
-¿Y cuál fue el caso que todavía recuerda, que más le marcó en su etapa avilesina?
-El de la Peñona, el de la madre que mató a sus hijos tirándolos al mar, una mujer
maltratada que quedó deshecha, que cuando intentó suicidarse fue incapaz. Levanté los
cadáveres, el mar tardó en devolverlos? Le dije al fiscal que debíamos salir a la opinión
pública porque se decían barbaridades. Una de las cosas que hicimos en el TSJA fue
crear una oficina de prensa, porque la información debe ser de los periodistas, que son los
que relacionan el poder judicial con los ciudadanos. Bueno, mandé que los psiquiatras
hicieran un dictamen. Dijeron que estaba en sus cabales, pero yo sigo creyendo que no,
que eso no era así. Estuve en Villabona, poco antes de que cumpliera la pena. No quería
salir, estaba en el jardín. Me mandó tarjetas que pintaba ella misma: por Navidad, por mi
santo, cuando me veía en la prensa. Quedó fuera de sí.
-Otro caso llamativo de entonces fue el asesinato de Nuño Rato, el fotógrafo.
-Sí, que luego no se supo qué pasó.
-¿Qué opina de que el Consejo del Poder Judicial lleve tres meses en funciones por
desacuerdo de los políticos?
-Los políticos no deberían tener nada que decir, pero lo dicen. Antes de 1982 los
miembros del Poder Judicial no eran elegidos por los políticos. Había, eso sí,
representantes de las cámaras legislativas, pero lo fundamental era que los jueces elegían
a los jueces. Cuando se aprobó la reforma el Constitucional dijo que no era ilegal, pero
tampoco conveniente, porque dejaba en manos de los partidos políticos otro poder del
Estado. Ahí empezó a politizarse la política y eso no está bien: no es bueno para el
ciudadano ni tampoco para la marcha del país. Metimos la política en un órgano que no
debe ser político: la justicia no debe tener apellidos.
-¿No le llama la atención el fenómeno de los jueces estrella? Garzón, Gómez de Liaño?
-Es un fenómeno de la politización. Lo que hizo Gómez de Liaño no fue prevaricación?
-Pero por eso le condenaron.
-Lo que hizo fue tocar a los poderes que no se pueden tocar y en el Constitucional
hicieron por primera vez una interpretación sobre la prevaricación. ¿Qué hubiera pasado
si en vez de a Polanco hubiera tocado a otro?
3. -Pues no sé. ¿Es normal que un juez salte a la política y que después vuelva a juzgar?
-Tan pronto se pasa a la política uno debe abandonar la profesión; pienso que la política
es respetable, pero en el ámbito político. Fui tentado para entrar en la política. Cuando se
discutía el nombramiento del Procurador General yo les dije a los dos partidos que sólo
aceptaría si había unanimidad. Aunque, como sabe, eso no llegó a producirse.
-Por cierto, ¿qué partidos le tentaron?
-Los dos.