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contemporanea/
Reflexiones en torno al que se vayan todos. Los
partidos políticos y su crisis de representación en
la etapa contemporánea
Gabriel Carrizo
I. Introducción:
“En las democracias occidentales establecidas (…) se puede observar cada vez más
la presunción de que la era de la política partidista ha terminado. Los propios partidos,
que tiempo atrás se consideraban como garantes de la democracia, comienzan a
estar pasados de moda”. [1]
Estas palabras bien podrían haberse escuchado de la boca de los numerosos
analistas que observaron con cierta estupefacción los sucesos acaecidos en la
Argentina durante los fatídicos días de Diciembre del 2001. Esa frase, también podría
haber estado en la mente de numerosos ciudadanos que observaban absortos a
través de los medios de comunicación aquello que comenzaba a instalarse en el
imaginario social: la crisis de representación de los partidos políticos en Argentina.
Sin embargo, la reflexión que encabeza el presente artículo corresponde al politólogo
inglés Peter Mair, en el que hace referencia al sistema político de su país. Es por ello
que esta aseveración nos obliga a asumir la complejidad que presentan los partidos
políticos en la actualidad y además, nos permite considerar a la crisis de
representación como un problema universal.
Sin embargo, todas las promesas incumplidas de la democracia no han dado como
resultado(al menos hasta ahora) el desprecio hacia la misma y la búsqueda de
soluciones autoritarias para los problemas, pero ponen de manifiesto el quiebre de la
legitimidad de la representación en la cual se basa la democracia. La frase “que se
vayan todos“, situaba en su nivel más bajo la legitimidad de la representación política
y mostraba disminuida la convicción de la sociedad acerca de la necesidad de los
partidos políticos. Estos comenzaron a ser vistos como los grandes responsables del
fracaso colectivo lo que evidenciaba una gran decepción de los ciudadanos que no los
consideraba como mecanismos de representación ni órgano de gestión, sino aliado o
cómplices del mercado, en perjuicio de la sociedad que los votó. [2] Para otros
autores, la pérdida de la democracia como centro de decisiones sería lo que se ha
perdido, mientras que crece la idea de que es afuera de la sociedad, particularmente
en el mercado, donde se toman las decisiones que afectan a los habitantes. [3] Es en
la brecha abierta entre lo que los ciudadanos demandan y el comportamiento efectivo
de los partidos donde ha cobrado forma la crisis de la representación partidaria.
En el presente artículo, haremos alusión en primer lugar al escenario actual que
presentan los partidos políticos, haciendo hincapié en aquellos rasgos que los han
separado de la confianza de la ciudadanía. En segundo lugar, realizaremos un breve
repaso por los aportes teóricos que han intentado dilucidar el proceso de
transformación que viven actualmente los partidos políticos y que explican, en gran
parte, la merma en la capacidad de generar expectativas en la sociedad con respecto
a su funcionamiento e importancia. Finalmente, expondremos las reflexiones finales a
las cuales hemos arribado.
II. El problema: los partidos políticos y sus crisis de representación
En el presente año 2005, la democracia argentina completó su más prolongado ciclo
de vida. Sus veintidós años de existencia la transforman en una fase única dentro de
la historia política del país. Llegado este punto, la pregunta por el saldo de este
ciclo novedoso para nuestra vida institucional se vuelve inevitable.
Un primer balance de estas dos décadas nos habla de un régimen democrático
legitimado, estabilizado, que ha sabido superar (no sin altos costos) la presencia de
los generales y sus proyectos mesiánicos. Sin embargo, la democracia debió afrontar
cuatro asonadas militares, dos momentos hiperinflacionarios, un endeudamiento
espectacular del Estado, hiperdesocupación con la consecuente exclusión social,
además de una crisis política inédita en el 2001.
Frente a tantos sucesos, en el país se siguieron desarrollando con normalidad
elecciones competitivas, en las que los ciudadanos pudieron seleccionar desde sus
preferencias distintos candidatos que lo prometieron todo. Sin embargo, la democracia
recuperada luego de la última tormenta dictatorial fue incapaz, en sus dos decenios de
vida, de ofrecer un conjunto de satisfacciones en el terreno de la distribución de la
riqueza y el bienestar, dejando, consecuentemente, una extensa agenda de asuntos
pendientes para gran parte de la sociedad. Es vasto el consenso acerca de un
balance que nos habla de un déficit en sentido ético y republicano de nuestra clase
política y de las instituciones, y un saldo negativo en las promesas de equidad y
justicia distributiva.
Así surge de este cuadro dramático una pregunta inevitable: ¿qué calidad de
democracia puede sostenerse por más tiempo si los derechos sociales y civiles faltan
en la vida cotidiana de millones de argentinos?. ¿Cuál es el grado de responsabilidad
que presentan los partidos políticos ante tamaña desventura?.
En principio, debemos afirmar que los partidos políticos son responsables de la
distancia que ha alejado desde hace un tiempo a los ciudadanos de las elites
políticas. los partidos políticos que gobernaron en los últimos años no lograron
revertir, y ni siquiera moderar, las tendencias sociales y económicas iniciadas por la
última dictadura militar. Este proceso se ha visto profundizado aún más en sociedades
periféricas y subdesarrolladas, en donde la brecha social se ha ampliado y en donde
los partidos políticos nunca llegaron a obtener una efectiva institucionalización,
cuestión que ahonda la poca legitimidad del sistema democrático. Abal Medina, al
referirse a la esencia de la crisis de representación sostiene que actualmente, existen
“sociedades que son difícilmente representables y organizaciones partidarias
incapaces de hacerlo que generan en los electorados la apatía y el distanciamiento de
la política…” [4]
Algunos autores [5] comienzan a poner en duda la viabilidad representativa de los
partidos políticos. Alertan acerca de la desinstitucionalización de los sistemas de
partido a partir de que los partidos políticos tendrían serios problemas para superar la
crisis de representación. Observan un sistema abierto y fragmentado, consecuencia
de la desconfianza y el rechazo hacia los partidos políticos. Se han reducido las
distinciones ideológicas y se ha acrecentado la personalización del poder, lo que trae
aparejado que el éxito de un partido político dependa de la suerte personal del
líder. [6] Solamente el carisma se presenta como el único capital de legitimación de
los políticos, ante la declinación de las ideologías y lealtades partidarias, cuestión que
se traduce en la dispersión del electorado cautivo a través del aumento de la
abstención y volatilidad del voto.
Por otra parte, los partidos políticos ya no encarnan el canal más adecuado para la
representación política, muestran cierta incapacidad para decodificar las
transformaciones de la realidad social. La creciente diferenciación social deriva en una
segmentación de intereses que son imposibles de ser captados por los partidos
políticos provocando que la política se convierta en el lugar más inadecuado para la
expresión de tal diversidad de intereses. Las sociedades actuales estarían
enfrentadas a un dilema de difícil resolución:
“se requiere eficacia del sistema político en el mismo momento en que éste no
dispone de condiciones para serlo; la urgencia de las demandas ciudadanas no da
tiempo para trabajar en una verdadera reforma de lo político”. [7]
Para Ines Pousadela, existen dos procesos [8] que afectan a los partidos políticos en
Argentina. En primer lugar, estaríamos inmersos en un proceso de metamorfosis de la
representación, es decir, un formato de representación está siendo sustituido por otro.
En este sentido, lo que parece estar en vías de desaparición no son los partidos en sí,
sino la forma que detentaban a partir de los cambios que estos están adquiriendo
actualmente.
En segundo lugar, Pousadela sostiene que el terreno configurado por la metamorfosis
de la representación constituye un terreno fértil para la emergencia de situaciones de
crisis de representación. Este sería el segundo escenario, que en parte explicaría los
sucesos del 2001 en Argentina. Esta idea de crisis hace referencia a la falla del lazo
representativo por ausencia de reconocimiento de ese vínculo por parte de los propios
representados. Si bien los representantes “son” de hecho representantes, no son, sin
embargo, suficientemente representativos.
Juan Carlos Torre [9] por su parte pone en duda el amplio alcance de la crisis de
representación porque según su observación, la misma tiene una envergadura
diferente entre las distintas familias políticas del país (por ejemplo, el partido
justicialista no ha dañado los vínculos con el electorado que representa).
Cuando Torre se pregunta por la naturaleza de la crisis, señala que una de sus
causas estaría dada en la progresiva consolidación desde 1983 de una masa crítica
de ciudadanos que poseen altas expectativas con respecto al sistema democrático.
Este malestar con respecto a la calidad de representación que ofrecen los partidos
políticos también se explica por los cambios operados en la cultura política de franjas
significativas del electorado. Para Torre, estos cambios han puesto en circulación
nuevas claves interpretativas dadas a partir de una redefinición de la relación entre
representante y representado, que comienza a juzgar como inmorales e injustos
aquellos comportamientos de los políticos que eran previamente considerados en
algunos casos hasta tolerables.
Torre considera que desde la instauración de la democracia en Argentina, se han
sedimentado en la estructura social un importante grupo de asociaciones que, desde
sus prácticas, han colaborado a conformar esa nueva cultura política: desde los
organismos de Derechos Humanos hasta las movilizaciones de grupos de ciudadanos
exigiendo justicia, pasando por organismos que defienden los derechos del
consumidor o la protección del medio ambiente y aquellos cuya actividad principal
radica en el fomento de la participación cívica y el control de las acciones
gubernamentales. Con el transcurrir de este proceso,
“a la visión del vínculo como una pura operación de autorización, sostenida por fuertes
lazos de identidad entre representantes y representados, los movimientos de
ciudadanos crearon las condiciones para una visión alternativa, basada en la
demanda de la rendición de cuentas de los representantes de sus actos y sus
promesas”.[10]
El fruto de este cambio cultural consistiría para Torre en una actual presencia de un
electorado más exigente y más atento a las ofertas partidarias que ofrece la arena
política. Contemporáneamente a este proceso, los partidos políticos se mostraron
incapaces para planificar políticas públicas, al responder a presiones externas más
que a los puntos del programa partidario presentado a los electores.
Finalmente debemos señalar que, como sosteníamos al principio, la pretensión de
prescindencia de los partidos políticos parece ser una tendencia por la cual atraviesan
también los sistemas políticos de otras latitudes. Peter Mair[11] sostiene que el Nuevo
Laborismo de Tony Blair apunta a la marginación del partido, desplazándolo fuera del
escenario político, por medio de un férreo control de todos los niveles de su vida
interna. Al negar las disensiones internas, el Nuevo Laborismo busca la conformación
de una democracia sin partidos. La tradición del sistema político británico se
manifestaba con los siguientes rasgos:
“los partidos proponían programas alternativos a los votantes, y el partido que
resultaba ganador recibía el mandato popular para aplicar su política, poniéndola en
práctica el gobierno con la aprobación de un parlamento que disfrutaba de un mando
sin disputa dentro del orden constitucional. La democracia británica era una
democracia vertebrada por los partidos, y apoyada en la soberanía
parlamentaria”. [12]
Este sistema político, que presentaba la relación entre ciudadanos y gobierno
mediatizada por los partidos políticos y el parlamento, tiende a quedar en el pasado.
Según Mair, Tony Blair no se plantea como meta fortalecer la democracia de partidos,
sino que por el contrario, anticipa el establecimiento de una democracia despolitizada.
Asimismo, el politólogo inglés alerta acerca del hecho de que dentro del Nuevo
Laborismo sólo se puede oír una sola voz y la existencia de un creciente desdén hacia
el partido y la militancia.
III. Los partidos políticos: entre la transformación y el desencanto
La ciencia política ha estudiado la forma que presentan la organización de los
partidos, en donde podemos encontrar según Alan Ware [13] tres tradiciones. El
primer modelo de organización responde al modelo de competición electoral, en
donde el análisis se centra en el efecto generado por la competición con otros partidos
que los empuja a adoptar tipos concretos de organización. El segundo tipo responde
al modelo institucional, en donde se concede mayor prioridad a la dinámica que
explica cómo se creó una organización y qué relación existe entre los diferentes
elementos del partido. El tercer modelo que menciona Ware responde al modelo
sociológico, que vincula la organización de los partidos políticos con el tipo de
recursos con los que disponen.
A mediados de la década del 60, Otto Kirchheimer [14] conceptualizó a las nuevas
características que comenzaban a presentar los partidos políticos como catch all party
o partidos atrapa – todos. Estos intentan captar a todos los sectores de la población,
poniendo énfasis en aspectos de su programa que los favorezcan y apelando a fines
sociales que se sitúan más allá de intereses sectoriales. Consiste en un llamamiento
amplio, cargado de postulados vagos y flexibles, intentando atraer el apoyo de
diversas capas sociales. Los rasgos mencionados generan una creciente
desideologización de los partidos políticos, cuestión que ha favorecido su
ampliación. [15]
Este tipo de configuración partidaria, según Kirchheimer es observable en sociedades
desarrolladas, en las cuales se ha alcanzado un alto nivel de bienestar económico y
de seguridad social, cuestión que ha aplacado las diferencias de clase. Esta
particularidad facilitaría la constitución de partidos atrapa – todos. En palabras de
Kirchheimer, este tipo de partido,
“renuncia a los intentos de incorporar moral y espiritualmente a las masas y dirige su
atención ante todo hacia el electorado; sacrifica, por tanto, una penetración ideológica
más profunda a una irradiación más amplia y a un éxito electoral más rápido”. [16]
Estos partidos se convierten en productos que pueden ser intercambiables en el
mercado electoral, al presentarse como estandarizado, ampliamente conocido y de
uso general.
En este sentido, Cesar Tcach realiza una distinción: mientras en Europa los partidos
atrapa todos surgieron paralelamente a la constitución de un estado alto de desarrollo
económico, elevación de niveles de bienestar y atenuación de la perceptibilidad de las
diferencias de clase, en América Latina el catch all party responde a otra realidad.
Emerge de los restos del Estado de compromiso y es la expresión de su bancarrota,
traducida en crisis y ajustes económicos y descomposición del sistema de
estratificación y movilidad social. [17]
De hecho, el pasaje de un formato partidario basado en fracciones permanentes con
un alto nivel de organización y provistas de componentes ideológico – políticos
definidos, a otro apoyado en agrupaciones más laxas en lo organizativo y en lo
ideológico, analizado por Kirchheimer, también es posible observarlo en la Córdoba
de los años 60. César Tcach [18] observa que la UCRP va adquiriendo rasgos que lo
acercan al formato de Catch all party. Hasta la mitad del siglo XX, es posible observar
en el radicalismo cordobés características de un partido moderno tales como la
exigencia de una carrera partidaria interna, la dependencia del gobierno con respecto
al partido, el predominio del aparato organizativo y una disciplina partidaria
pronunciada, con sanciones incluida. Dentro de la estructura partidaria, habían
existido distintas fracciones del radicalismo cordobés, que se diferenciaban a partir de
determinados preceptos ideológicos. Es a partir de fines de la década del 50 que este
tipo de organización partidaria va manifestando algunas transformaciones. En un
Congreso Provincial de 1959, se determinaría que las distintas fracciones deberían
distinguirse por medio de los colores que presenten las boletas, dejando de lado
lemas o emblemas distintivos.
Esta serie de novedades que desembocarían en un nuevo formato partidario, se vería
reforzada por lo que Tcach denomina, un agotamiento biológico de una generación de
políticos que habían tenido clara incidencia en la política cordobesa, por lo menos
desde la década del 30. Además, a partir de la década del 60 comenzarían a ganar
influencia en la UCRP de Córdoba, una serie de jóvenes militantes (los abogados
César Angeloz, Víctor Martinez y Fernando de la Rúa) que pronto ocuparían espacios
estratégicos y que profundizarían los cambios dentro del partido. El predominio de los
parlamentarios por sobre los notables del comité en los comicios internos de 1963
comenzaría a delimitar la frontera entre el viejo partido moderno y la nueva
organización partidaria. Todos estos cambios pueden ser interpretados
“como un punto de inflexión en el proceso que tendría como puerto la conversión de
aquella vieja estructura partidaria basada en la preeminencia indiscutida de los
comités y los punteros, en un partido electoral tipo catch all en el que la nueva elite
acumulaba poder en base al reconocimiento personal generado por la función pública
y lo concentraba detentando, simultáneamente, la dirección partidaria”. [19]
Por otro lado, autores como Bernard Manin [20] han señalado que los partidos
políticos se han visto arrastrados por un proceso coetáneo de mutación de la
representación política relacionado con el pasaje de la democracia de partidos a la
denominada democracia de audiencia. A los fines de nuestra reflexión, nos
referiremos sólo a las transformaciones provocadas por la denominada democracia de
audiencia y sus efectos en la representación política. [21]
En este tipo de democracia, los políticos tienden a prescindir de los partidos políticos.
Ya no necesitan de los programas partidarios ni de los militantes. La personalización
de la política ha generado que los electores se inclinen a apoyar a líderes según su
habilidad mediática y estos, por medio de los medios de comunicación, entran en
contacto directamente con el electorado sin hacer uso de las redes sociales de los
partidos.
Asimismo, la complejidad que ha ido adquiriendo el mundo contemporáneo durante el
siglo XX, fruto de la creciente interdependencia económica, convierte a su vez a la
política en algo absolutamente impredecible. Este nuevo contexto hace que los
políticos no se comprometan a cumplir con programas detallados. Solo ofrecen al
electorado cualidades personales y aptitudes para tomar decisiones, conformando
solamente en capital político la confianza personal que puedan generar. En las
democracias de audiencia existe una gran volatilidad electoral y en ellas adquiere una
enorme importancia la oferta electoral, personalizada en las figuras de los candidatos.
Al ser elegidos los representantes a partir de imágenes esquemáticas, tienen cierta
libertad de acción una vez en el cargo. Por lo tanto, lo que conduce a su elección es
un compromiso relativamente difuso que se presta necesariamente a varias
interpretaciones.
Por otro lado, Manin hace referencia a que luego de los cambios vertiginosos en la
estructura social, ninguna división socio económica o cultural es evidentemente más
estable o importante que otras. Las líneas divisorias sociales y culturales son
numerosas, se entrecruzan y cambian con rapidez. Son los políticos los que han de
decidir cuál de esas divisiones será más eficaz y ventajosa para ellos, apareciendo
como constructores de la escena y de las opciones políticas. En este nuevo esquema
que propone este tipo de democracia, el electorado aparece como una audiencia que
responde a los términos que se le presentan en el escenario político.
Según Manin, lo que es percibido como crisis de la representación no es otra cosa
que la crisis de la forma particular de gobierno representativo surgida a fines del siglo
XIX con los partidos de masas.
“Más que la sustitución de una elite por otra, lo que ha provocado la sensación de
crisis es la persistencia, posiblemente incluso la agravación, de la brecha entre
gobernados y la elite gobernante. Los actuales acontecimientos desmienten la idea de
que la representación estaba destinada a avanzar cada vez más hacia una identidad
entre gobernantes y gobernados”. [22]
A la hora de establecer cuál sería el tipo partidario propio de la democracia de
audiencia, se sostiene generalmente que el nuevo formato de representación se
caracteriza por la disolución de todo aquello que caracterizaba al precedente. No
habría un único formato partidario que resulte propio de la democracia de audiencia.
La abundancia de nuevas propuestas de conceptualización parece deberse al simple
hecho de que la disolución del viejo formato de representación ha originado la
diversificación de experimentos partidarios en busca de adaptación a las nuevas
condiciones. [23]
Manuel Antonio Garretón señala que en las últimas décadas, el panorama político a
escala mundial se ha visto alterado por la emergencia de la tecnocracia política y el
desarrollo de los medios de comunicación que generan que el sistema político
interpele a los electores en tanto consumidores y no como actores políticos
participativos. Estos hechos son los que, para algunos analistas, provocarían el
debilitamiento de los lazos entre los partidos políticos y la sociedad civil. Por ello, el
sociólogo chileno sostiene:
“Más que el autoritarismo y la presencia de otros regímenes no democráticos, el gran
riesgo es la irrelevancia de las democracias frente a los poderes fácticos y la
descomposición de las instituciones estatales y las estructuras de acción
colectiva”. [24]
Sin embargo, y esta es la principal conclusión de Garretón, no se conoce un mejor
sistema de representación que los partidos políticos, ya que han demostrado ser
protagonistas claves en los procesos políticos de las sociedades democráticas. La
función esencial de los partidos políticos, esto es, articular las diversas demandas de
la sociedad y trasladarlas a la arena política, pareciera ser insustituible. Así quedó
demostrado a través del debut y despedida de las denominadas Asambleas barriales
nacidas al calor de los sucesos del 2001. Fueron varios los factores [25] que
conformaron un bloqueo fundamental para el desarrollo de una estrategia política
fundada en la autonomía. A partir de una concepción romántica y a veces ingenua de
la autonomía, fracasaron al no poder presentar reales alternativas a la ciudadanía.
Inclusive, las asambleas terminaron con frecuencia entregándose a las estrategias de
coordinación y unificación de los partidos políticos porque ofrecían al menos una
aparente fortaleza y materialidad. Los participantes de las Asambleas pronto
advirtieron que para trascender el espacio local debían confiar en estrategias de
representación que ellos mismos repudiaban. [26]
Así, la función de los partidos políticos pareciera ser indispensable, y, mientras la
democracia sea representativa, se necesitarán vehículos de representación, y los
partidos políticos son los únicos que pueden realizar tal función. Inclusive, la ausencia
de partidos políticos produciría males mucho más profundos. Es por ello que
Pousadela sostiene que
“…los partidos, cada vez más diversos en cuanto a sus formatos y peculiares
combinaciones de rasgos heterogéneos, indudablemente siguen en pie. Todo lo que
se puede afirmar en ese sentido es, entonces, que los partidos, al igual que las
dinastías, no desaparecen con la muerte de uno de sus exponentes(tales como el
extinto y llorado partido de masas) sino que se perpetúan con la entronización de su
sucesor”.
En síntesis, estaríamos observando un doble proceso: transformación de los viejos
partidos y surgimiento y proliferación de partidos con rasgos novedosos. Estos últimos
están centrados en personalidades, algunas de carisma mediático, otras,
representantes de saberes técnicos considerados de valor; asentadas todas ellas, sin
excepción, en el lazo de confianza generado con la ciudadanía devenida audiencia.
IV. Reflexiones finales
Juan Abal Medina [27], haciendo un balance acerca de la experiencia de los partidos
políticos en Argentina, sostenía que el funcionamiento de los mismos es perfectible
con el paso del tiempo. Cuanta mayor capacidad tenga la ciudadanía de controlarlos,
mejor será su desempeño. Es posible resaltar algunos aspectos positivos de dicha
experiencia: existencia de varios liderazgos; creciente búsqueda de acuerdos políticos
genuinos; la percepción de la necesidad de capacitar y formar a dirigentes; creciente
participación de las mujeres como elemento de cambio y renovación y creciente
voluntad ciudadana de participar en lo político a través de la opinión, la crítica o el
control. Sin embargo, el nuestro, es un tiempo de cambios y trasformaciones, y los
partidos políticos son las instituciones de la política que en gran medida están
inmersos en esta mutación general. Sin embargo para varios autores, a pesar de que
los partidos políticos estén generando cierta incertidumbre, esto no significa que
exista una crisis de lo político.
Para finalizar, quisiera referirme a un reciente artículo de Luis Alberto Romero [28], en
donde realizaba un balance acerca de los veinte años de democracia en nuestro país.
En dicho escrito, Romero consideraba que en nuestra reciente democracia, se
observaban tres déficit en la clase política. Un déficit de vigilancia, provocado por el
gradual avasallamiento de las instituciones republicanas, y en particular de la división
de poderes. Los excesos del Poder Ejecutivo avanzaron porque los que debían velar
por su control (la justicia y el parlamento), no lo hicieron. Un déficit de debate, que
implica que se estableció un modo de conducta en el que el debate de opciones o
alternativas debía ser evitado o postergado, dada la urgencia de ciertas decisiones.
Esta falta pareciera reforzarse a partir de una elite política poco preparada para
afrontar discusiones complejas. Asimismo, aquellas decisiones que podían dividir a
sectores de la sociedad, en lo posible eran evitadas. Para Romero, la adopción sin
mayores críticas del modelo neoliberal, es un ejemplo concreto de déficit de debate.
Por último, un déficit de conducta, manifestado a través de la conformación de
corporaciones por parte de los políticos, tendientes a perpetuarse en la función
pública sin importar los medios.
Sin embargo, Romero resalta la afirmación de que si la crisis política vivida en la
Argentina reciente tomó ribetes escandalosos, es porque también gran parte de la
ciudadanía es cómplice de tal situación. En palabras de Romero,
“los políticos acusados repitieron, en su escala y con los medios a su alcance,
conductas que son habituales en esta sociedad, largamente acostumbrada a
organizarse en corporaciones para vivir, de alguna manera, a costa del estado.
Convertir a los políticos en el chivo expiatorio de la crisis fue a la vez un acto de
ingenuidad y de hipocresía”. [29]
Estas ideas están en sintonía con una aseveración hecha hace poco tiempo por Tulio
Halperin Donghi en donde manifestaba que “la sociedad argentina es escéptica en
todo, salvo sobre ella misma: es siempre la víctima inocente de calamidades en las
que nunca tuvo nada que ver”. [30] Creo que esta última observación, (acertada por
cierto) es la que no debemos perder de vista para que entre todos los ciudadanos, a
través de una activa participación, contribuyamos a solidificar un sistema que no sin
altos costos se logró instaurar en Argentina.

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  • 1. https://papeles.tecnologiaycultura.com.ar/reflexion es-en-torno-al-que-se-vayan-todos-los-partidos- politicos-y-su-crisis-de-representacion-en-la-etapa- contemporanea/ Reflexiones en torno al que se vayan todos. Los partidos políticos y su crisis de representación en la etapa contemporánea Gabriel Carrizo I. Introducción: “En las democracias occidentales establecidas (…) se puede observar cada vez más la presunción de que la era de la política partidista ha terminado. Los propios partidos, que tiempo atrás se consideraban como garantes de la democracia, comienzan a estar pasados de moda”. [1] Estas palabras bien podrían haberse escuchado de la boca de los numerosos analistas que observaron con cierta estupefacción los sucesos acaecidos en la Argentina durante los fatídicos días de Diciembre del 2001. Esa frase, también podría haber estado en la mente de numerosos ciudadanos que observaban absortos a través de los medios de comunicación aquello que comenzaba a instalarse en el imaginario social: la crisis de representación de los partidos políticos en Argentina. Sin embargo, la reflexión que encabeza el presente artículo corresponde al politólogo inglés Peter Mair, en el que hace referencia al sistema político de su país. Es por ello que esta aseveración nos obliga a asumir la complejidad que presentan los partidos políticos en la actualidad y además, nos permite considerar a la crisis de representación como un problema universal. Sin embargo, todas las promesas incumplidas de la democracia no han dado como resultado(al menos hasta ahora) el desprecio hacia la misma y la búsqueda de soluciones autoritarias para los problemas, pero ponen de manifiesto el quiebre de la legitimidad de la representación en la cual se basa la democracia. La frase “que se vayan todos“, situaba en su nivel más bajo la legitimidad de la representación política y mostraba disminuida la convicción de la sociedad acerca de la necesidad de los partidos políticos. Estos comenzaron a ser vistos como los grandes responsables del fracaso colectivo lo que evidenciaba una gran decepción de los ciudadanos que no los
  • 2. consideraba como mecanismos de representación ni órgano de gestión, sino aliado o cómplices del mercado, en perjuicio de la sociedad que los votó. [2] Para otros autores, la pérdida de la democracia como centro de decisiones sería lo que se ha perdido, mientras que crece la idea de que es afuera de la sociedad, particularmente en el mercado, donde se toman las decisiones que afectan a los habitantes. [3] Es en la brecha abierta entre lo que los ciudadanos demandan y el comportamiento efectivo de los partidos donde ha cobrado forma la crisis de la representación partidaria. En el presente artículo, haremos alusión en primer lugar al escenario actual que presentan los partidos políticos, haciendo hincapié en aquellos rasgos que los han separado de la confianza de la ciudadanía. En segundo lugar, realizaremos un breve repaso por los aportes teóricos que han intentado dilucidar el proceso de transformación que viven actualmente los partidos políticos y que explican, en gran parte, la merma en la capacidad de generar expectativas en la sociedad con respecto a su funcionamiento e importancia. Finalmente, expondremos las reflexiones finales a las cuales hemos arribado. II. El problema: los partidos políticos y sus crisis de representación En el presente año 2005, la democracia argentina completó su más prolongado ciclo de vida. Sus veintidós años de existencia la transforman en una fase única dentro de la historia política del país. Llegado este punto, la pregunta por el saldo de este ciclo novedoso para nuestra vida institucional se vuelve inevitable. Un primer balance de estas dos décadas nos habla de un régimen democrático legitimado, estabilizado, que ha sabido superar (no sin altos costos) la presencia de los generales y sus proyectos mesiánicos. Sin embargo, la democracia debió afrontar cuatro asonadas militares, dos momentos hiperinflacionarios, un endeudamiento espectacular del Estado, hiperdesocupación con la consecuente exclusión social, además de una crisis política inédita en el 2001. Frente a tantos sucesos, en el país se siguieron desarrollando con normalidad elecciones competitivas, en las que los ciudadanos pudieron seleccionar desde sus preferencias distintos candidatos que lo prometieron todo. Sin embargo, la democracia recuperada luego de la última tormenta dictatorial fue incapaz, en sus dos decenios de vida, de ofrecer un conjunto de satisfacciones en el terreno de la distribución de la riqueza y el bienestar, dejando, consecuentemente, una extensa agenda de asuntos pendientes para gran parte de la sociedad. Es vasto el consenso acerca de un balance que nos habla de un déficit en sentido ético y republicano de nuestra clase política y de las instituciones, y un saldo negativo en las promesas de equidad y justicia distributiva. Así surge de este cuadro dramático una pregunta inevitable: ¿qué calidad de democracia puede sostenerse por más tiempo si los derechos sociales y civiles faltan
  • 3. en la vida cotidiana de millones de argentinos?. ¿Cuál es el grado de responsabilidad que presentan los partidos políticos ante tamaña desventura?. En principio, debemos afirmar que los partidos políticos son responsables de la distancia que ha alejado desde hace un tiempo a los ciudadanos de las elites políticas. los partidos políticos que gobernaron en los últimos años no lograron revertir, y ni siquiera moderar, las tendencias sociales y económicas iniciadas por la última dictadura militar. Este proceso se ha visto profundizado aún más en sociedades periféricas y subdesarrolladas, en donde la brecha social se ha ampliado y en donde los partidos políticos nunca llegaron a obtener una efectiva institucionalización, cuestión que ahonda la poca legitimidad del sistema democrático. Abal Medina, al referirse a la esencia de la crisis de representación sostiene que actualmente, existen “sociedades que son difícilmente representables y organizaciones partidarias incapaces de hacerlo que generan en los electorados la apatía y el distanciamiento de la política…” [4] Algunos autores [5] comienzan a poner en duda la viabilidad representativa de los partidos políticos. Alertan acerca de la desinstitucionalización de los sistemas de partido a partir de que los partidos políticos tendrían serios problemas para superar la crisis de representación. Observan un sistema abierto y fragmentado, consecuencia de la desconfianza y el rechazo hacia los partidos políticos. Se han reducido las distinciones ideológicas y se ha acrecentado la personalización del poder, lo que trae aparejado que el éxito de un partido político dependa de la suerte personal del líder. [6] Solamente el carisma se presenta como el único capital de legitimación de los políticos, ante la declinación de las ideologías y lealtades partidarias, cuestión que se traduce en la dispersión del electorado cautivo a través del aumento de la abstención y volatilidad del voto. Por otra parte, los partidos políticos ya no encarnan el canal más adecuado para la representación política, muestran cierta incapacidad para decodificar las transformaciones de la realidad social. La creciente diferenciación social deriva en una segmentación de intereses que son imposibles de ser captados por los partidos políticos provocando que la política se convierta en el lugar más inadecuado para la expresión de tal diversidad de intereses. Las sociedades actuales estarían enfrentadas a un dilema de difícil resolución: “se requiere eficacia del sistema político en el mismo momento en que éste no dispone de condiciones para serlo; la urgencia de las demandas ciudadanas no da tiempo para trabajar en una verdadera reforma de lo político”. [7] Para Ines Pousadela, existen dos procesos [8] que afectan a los partidos políticos en Argentina. En primer lugar, estaríamos inmersos en un proceso de metamorfosis de la representación, es decir, un formato de representación está siendo sustituido por otro. En este sentido, lo que parece estar en vías de desaparición no son los partidos en sí,
  • 4. sino la forma que detentaban a partir de los cambios que estos están adquiriendo actualmente. En segundo lugar, Pousadela sostiene que el terreno configurado por la metamorfosis de la representación constituye un terreno fértil para la emergencia de situaciones de crisis de representación. Este sería el segundo escenario, que en parte explicaría los sucesos del 2001 en Argentina. Esta idea de crisis hace referencia a la falla del lazo representativo por ausencia de reconocimiento de ese vínculo por parte de los propios representados. Si bien los representantes “son” de hecho representantes, no son, sin embargo, suficientemente representativos. Juan Carlos Torre [9] por su parte pone en duda el amplio alcance de la crisis de representación porque según su observación, la misma tiene una envergadura diferente entre las distintas familias políticas del país (por ejemplo, el partido justicialista no ha dañado los vínculos con el electorado que representa). Cuando Torre se pregunta por la naturaleza de la crisis, señala que una de sus causas estaría dada en la progresiva consolidación desde 1983 de una masa crítica de ciudadanos que poseen altas expectativas con respecto al sistema democrático. Este malestar con respecto a la calidad de representación que ofrecen los partidos políticos también se explica por los cambios operados en la cultura política de franjas significativas del electorado. Para Torre, estos cambios han puesto en circulación nuevas claves interpretativas dadas a partir de una redefinición de la relación entre representante y representado, que comienza a juzgar como inmorales e injustos aquellos comportamientos de los políticos que eran previamente considerados en algunos casos hasta tolerables. Torre considera que desde la instauración de la democracia en Argentina, se han sedimentado en la estructura social un importante grupo de asociaciones que, desde sus prácticas, han colaborado a conformar esa nueva cultura política: desde los organismos de Derechos Humanos hasta las movilizaciones de grupos de ciudadanos exigiendo justicia, pasando por organismos que defienden los derechos del consumidor o la protección del medio ambiente y aquellos cuya actividad principal radica en el fomento de la participación cívica y el control de las acciones gubernamentales. Con el transcurrir de este proceso, “a la visión del vínculo como una pura operación de autorización, sostenida por fuertes lazos de identidad entre representantes y representados, los movimientos de ciudadanos crearon las condiciones para una visión alternativa, basada en la demanda de la rendición de cuentas de los representantes de sus actos y sus promesas”.[10] El fruto de este cambio cultural consistiría para Torre en una actual presencia de un electorado más exigente y más atento a las ofertas partidarias que ofrece la arena
  • 5. política. Contemporáneamente a este proceso, los partidos políticos se mostraron incapaces para planificar políticas públicas, al responder a presiones externas más que a los puntos del programa partidario presentado a los electores. Finalmente debemos señalar que, como sosteníamos al principio, la pretensión de prescindencia de los partidos políticos parece ser una tendencia por la cual atraviesan también los sistemas políticos de otras latitudes. Peter Mair[11] sostiene que el Nuevo Laborismo de Tony Blair apunta a la marginación del partido, desplazándolo fuera del escenario político, por medio de un férreo control de todos los niveles de su vida interna. Al negar las disensiones internas, el Nuevo Laborismo busca la conformación de una democracia sin partidos. La tradición del sistema político británico se manifestaba con los siguientes rasgos: “los partidos proponían programas alternativos a los votantes, y el partido que resultaba ganador recibía el mandato popular para aplicar su política, poniéndola en práctica el gobierno con la aprobación de un parlamento que disfrutaba de un mando sin disputa dentro del orden constitucional. La democracia británica era una democracia vertebrada por los partidos, y apoyada en la soberanía parlamentaria”. [12] Este sistema político, que presentaba la relación entre ciudadanos y gobierno mediatizada por los partidos políticos y el parlamento, tiende a quedar en el pasado. Según Mair, Tony Blair no se plantea como meta fortalecer la democracia de partidos, sino que por el contrario, anticipa el establecimiento de una democracia despolitizada. Asimismo, el politólogo inglés alerta acerca del hecho de que dentro del Nuevo Laborismo sólo se puede oír una sola voz y la existencia de un creciente desdén hacia el partido y la militancia. III. Los partidos políticos: entre la transformación y el desencanto La ciencia política ha estudiado la forma que presentan la organización de los partidos, en donde podemos encontrar según Alan Ware [13] tres tradiciones. El primer modelo de organización responde al modelo de competición electoral, en donde el análisis se centra en el efecto generado por la competición con otros partidos que los empuja a adoptar tipos concretos de organización. El segundo tipo responde al modelo institucional, en donde se concede mayor prioridad a la dinámica que explica cómo se creó una organización y qué relación existe entre los diferentes elementos del partido. El tercer modelo que menciona Ware responde al modelo sociológico, que vincula la organización de los partidos políticos con el tipo de recursos con los que disponen. A mediados de la década del 60, Otto Kirchheimer [14] conceptualizó a las nuevas características que comenzaban a presentar los partidos políticos como catch all party o partidos atrapa – todos. Estos intentan captar a todos los sectores de la población, poniendo énfasis en aspectos de su programa que los favorezcan y apelando a fines sociales que se sitúan más allá de intereses sectoriales. Consiste en un llamamiento
  • 6. amplio, cargado de postulados vagos y flexibles, intentando atraer el apoyo de diversas capas sociales. Los rasgos mencionados generan una creciente desideologización de los partidos políticos, cuestión que ha favorecido su ampliación. [15] Este tipo de configuración partidaria, según Kirchheimer es observable en sociedades desarrolladas, en las cuales se ha alcanzado un alto nivel de bienestar económico y de seguridad social, cuestión que ha aplacado las diferencias de clase. Esta particularidad facilitaría la constitución de partidos atrapa – todos. En palabras de Kirchheimer, este tipo de partido, “renuncia a los intentos de incorporar moral y espiritualmente a las masas y dirige su atención ante todo hacia el electorado; sacrifica, por tanto, una penetración ideológica más profunda a una irradiación más amplia y a un éxito electoral más rápido”. [16] Estos partidos se convierten en productos que pueden ser intercambiables en el mercado electoral, al presentarse como estandarizado, ampliamente conocido y de uso general. En este sentido, Cesar Tcach realiza una distinción: mientras en Europa los partidos atrapa todos surgieron paralelamente a la constitución de un estado alto de desarrollo económico, elevación de niveles de bienestar y atenuación de la perceptibilidad de las diferencias de clase, en América Latina el catch all party responde a otra realidad. Emerge de los restos del Estado de compromiso y es la expresión de su bancarrota, traducida en crisis y ajustes económicos y descomposición del sistema de estratificación y movilidad social. [17] De hecho, el pasaje de un formato partidario basado en fracciones permanentes con un alto nivel de organización y provistas de componentes ideológico – políticos definidos, a otro apoyado en agrupaciones más laxas en lo organizativo y en lo ideológico, analizado por Kirchheimer, también es posible observarlo en la Córdoba de los años 60. César Tcach [18] observa que la UCRP va adquiriendo rasgos que lo acercan al formato de Catch all party. Hasta la mitad del siglo XX, es posible observar en el radicalismo cordobés características de un partido moderno tales como la exigencia de una carrera partidaria interna, la dependencia del gobierno con respecto al partido, el predominio del aparato organizativo y una disciplina partidaria pronunciada, con sanciones incluida. Dentro de la estructura partidaria, habían existido distintas fracciones del radicalismo cordobés, que se diferenciaban a partir de determinados preceptos ideológicos. Es a partir de fines de la década del 50 que este tipo de organización partidaria va manifestando algunas transformaciones. En un Congreso Provincial de 1959, se determinaría que las distintas fracciones deberían distinguirse por medio de los colores que presenten las boletas, dejando de lado lemas o emblemas distintivos.
  • 7. Esta serie de novedades que desembocarían en un nuevo formato partidario, se vería reforzada por lo que Tcach denomina, un agotamiento biológico de una generación de políticos que habían tenido clara incidencia en la política cordobesa, por lo menos desde la década del 30. Además, a partir de la década del 60 comenzarían a ganar influencia en la UCRP de Córdoba, una serie de jóvenes militantes (los abogados César Angeloz, Víctor Martinez y Fernando de la Rúa) que pronto ocuparían espacios estratégicos y que profundizarían los cambios dentro del partido. El predominio de los parlamentarios por sobre los notables del comité en los comicios internos de 1963 comenzaría a delimitar la frontera entre el viejo partido moderno y la nueva organización partidaria. Todos estos cambios pueden ser interpretados “como un punto de inflexión en el proceso que tendría como puerto la conversión de aquella vieja estructura partidaria basada en la preeminencia indiscutida de los comités y los punteros, en un partido electoral tipo catch all en el que la nueva elite acumulaba poder en base al reconocimiento personal generado por la función pública y lo concentraba detentando, simultáneamente, la dirección partidaria”. [19] Por otro lado, autores como Bernard Manin [20] han señalado que los partidos políticos se han visto arrastrados por un proceso coetáneo de mutación de la representación política relacionado con el pasaje de la democracia de partidos a la denominada democracia de audiencia. A los fines de nuestra reflexión, nos referiremos sólo a las transformaciones provocadas por la denominada democracia de audiencia y sus efectos en la representación política. [21] En este tipo de democracia, los políticos tienden a prescindir de los partidos políticos. Ya no necesitan de los programas partidarios ni de los militantes. La personalización de la política ha generado que los electores se inclinen a apoyar a líderes según su habilidad mediática y estos, por medio de los medios de comunicación, entran en contacto directamente con el electorado sin hacer uso de las redes sociales de los partidos. Asimismo, la complejidad que ha ido adquiriendo el mundo contemporáneo durante el siglo XX, fruto de la creciente interdependencia económica, convierte a su vez a la política en algo absolutamente impredecible. Este nuevo contexto hace que los políticos no se comprometan a cumplir con programas detallados. Solo ofrecen al electorado cualidades personales y aptitudes para tomar decisiones, conformando solamente en capital político la confianza personal que puedan generar. En las democracias de audiencia existe una gran volatilidad electoral y en ellas adquiere una enorme importancia la oferta electoral, personalizada en las figuras de los candidatos. Al ser elegidos los representantes a partir de imágenes esquemáticas, tienen cierta libertad de acción una vez en el cargo. Por lo tanto, lo que conduce a su elección es un compromiso relativamente difuso que se presta necesariamente a varias interpretaciones.
  • 8. Por otro lado, Manin hace referencia a que luego de los cambios vertiginosos en la estructura social, ninguna división socio económica o cultural es evidentemente más estable o importante que otras. Las líneas divisorias sociales y culturales son numerosas, se entrecruzan y cambian con rapidez. Son los políticos los que han de decidir cuál de esas divisiones será más eficaz y ventajosa para ellos, apareciendo como constructores de la escena y de las opciones políticas. En este nuevo esquema que propone este tipo de democracia, el electorado aparece como una audiencia que responde a los términos que se le presentan en el escenario político. Según Manin, lo que es percibido como crisis de la representación no es otra cosa que la crisis de la forma particular de gobierno representativo surgida a fines del siglo XIX con los partidos de masas. “Más que la sustitución de una elite por otra, lo que ha provocado la sensación de crisis es la persistencia, posiblemente incluso la agravación, de la brecha entre gobernados y la elite gobernante. Los actuales acontecimientos desmienten la idea de que la representación estaba destinada a avanzar cada vez más hacia una identidad entre gobernantes y gobernados”. [22] A la hora de establecer cuál sería el tipo partidario propio de la democracia de audiencia, se sostiene generalmente que el nuevo formato de representación se caracteriza por la disolución de todo aquello que caracterizaba al precedente. No habría un único formato partidario que resulte propio de la democracia de audiencia. La abundancia de nuevas propuestas de conceptualización parece deberse al simple hecho de que la disolución del viejo formato de representación ha originado la diversificación de experimentos partidarios en busca de adaptación a las nuevas condiciones. [23] Manuel Antonio Garretón señala que en las últimas décadas, el panorama político a escala mundial se ha visto alterado por la emergencia de la tecnocracia política y el desarrollo de los medios de comunicación que generan que el sistema político interpele a los electores en tanto consumidores y no como actores políticos participativos. Estos hechos son los que, para algunos analistas, provocarían el debilitamiento de los lazos entre los partidos políticos y la sociedad civil. Por ello, el sociólogo chileno sostiene: “Más que el autoritarismo y la presencia de otros regímenes no democráticos, el gran riesgo es la irrelevancia de las democracias frente a los poderes fácticos y la descomposición de las instituciones estatales y las estructuras de acción colectiva”. [24] Sin embargo, y esta es la principal conclusión de Garretón, no se conoce un mejor sistema de representación que los partidos políticos, ya que han demostrado ser protagonistas claves en los procesos políticos de las sociedades democráticas. La función esencial de los partidos políticos, esto es, articular las diversas demandas de
  • 9. la sociedad y trasladarlas a la arena política, pareciera ser insustituible. Así quedó demostrado a través del debut y despedida de las denominadas Asambleas barriales nacidas al calor de los sucesos del 2001. Fueron varios los factores [25] que conformaron un bloqueo fundamental para el desarrollo de una estrategia política fundada en la autonomía. A partir de una concepción romántica y a veces ingenua de la autonomía, fracasaron al no poder presentar reales alternativas a la ciudadanía. Inclusive, las asambleas terminaron con frecuencia entregándose a las estrategias de coordinación y unificación de los partidos políticos porque ofrecían al menos una aparente fortaleza y materialidad. Los participantes de las Asambleas pronto advirtieron que para trascender el espacio local debían confiar en estrategias de representación que ellos mismos repudiaban. [26] Así, la función de los partidos políticos pareciera ser indispensable, y, mientras la democracia sea representativa, se necesitarán vehículos de representación, y los partidos políticos son los únicos que pueden realizar tal función. Inclusive, la ausencia de partidos políticos produciría males mucho más profundos. Es por ello que Pousadela sostiene que “…los partidos, cada vez más diversos en cuanto a sus formatos y peculiares combinaciones de rasgos heterogéneos, indudablemente siguen en pie. Todo lo que se puede afirmar en ese sentido es, entonces, que los partidos, al igual que las dinastías, no desaparecen con la muerte de uno de sus exponentes(tales como el extinto y llorado partido de masas) sino que se perpetúan con la entronización de su sucesor”. En síntesis, estaríamos observando un doble proceso: transformación de los viejos partidos y surgimiento y proliferación de partidos con rasgos novedosos. Estos últimos están centrados en personalidades, algunas de carisma mediático, otras, representantes de saberes técnicos considerados de valor; asentadas todas ellas, sin excepción, en el lazo de confianza generado con la ciudadanía devenida audiencia. IV. Reflexiones finales Juan Abal Medina [27], haciendo un balance acerca de la experiencia de los partidos políticos en Argentina, sostenía que el funcionamiento de los mismos es perfectible con el paso del tiempo. Cuanta mayor capacidad tenga la ciudadanía de controlarlos, mejor será su desempeño. Es posible resaltar algunos aspectos positivos de dicha experiencia: existencia de varios liderazgos; creciente búsqueda de acuerdos políticos genuinos; la percepción de la necesidad de capacitar y formar a dirigentes; creciente participación de las mujeres como elemento de cambio y renovación y creciente voluntad ciudadana de participar en lo político a través de la opinión, la crítica o el control. Sin embargo, el nuestro, es un tiempo de cambios y trasformaciones, y los partidos políticos son las instituciones de la política que en gran medida están inmersos en esta mutación general. Sin embargo para varios autores, a pesar de que
  • 10. los partidos políticos estén generando cierta incertidumbre, esto no significa que exista una crisis de lo político. Para finalizar, quisiera referirme a un reciente artículo de Luis Alberto Romero [28], en donde realizaba un balance acerca de los veinte años de democracia en nuestro país. En dicho escrito, Romero consideraba que en nuestra reciente democracia, se observaban tres déficit en la clase política. Un déficit de vigilancia, provocado por el gradual avasallamiento de las instituciones republicanas, y en particular de la división de poderes. Los excesos del Poder Ejecutivo avanzaron porque los que debían velar por su control (la justicia y el parlamento), no lo hicieron. Un déficit de debate, que implica que se estableció un modo de conducta en el que el debate de opciones o alternativas debía ser evitado o postergado, dada la urgencia de ciertas decisiones. Esta falta pareciera reforzarse a partir de una elite política poco preparada para afrontar discusiones complejas. Asimismo, aquellas decisiones que podían dividir a sectores de la sociedad, en lo posible eran evitadas. Para Romero, la adopción sin mayores críticas del modelo neoliberal, es un ejemplo concreto de déficit de debate. Por último, un déficit de conducta, manifestado a través de la conformación de corporaciones por parte de los políticos, tendientes a perpetuarse en la función pública sin importar los medios. Sin embargo, Romero resalta la afirmación de que si la crisis política vivida en la Argentina reciente tomó ribetes escandalosos, es porque también gran parte de la ciudadanía es cómplice de tal situación. En palabras de Romero, “los políticos acusados repitieron, en su escala y con los medios a su alcance, conductas que son habituales en esta sociedad, largamente acostumbrada a organizarse en corporaciones para vivir, de alguna manera, a costa del estado. Convertir a los políticos en el chivo expiatorio de la crisis fue a la vez un acto de ingenuidad y de hipocresía”. [29] Estas ideas están en sintonía con una aseveración hecha hace poco tiempo por Tulio Halperin Donghi en donde manifestaba que “la sociedad argentina es escéptica en todo, salvo sobre ella misma: es siempre la víctima inocente de calamidades en las que nunca tuvo nada que ver”. [30] Creo que esta última observación, (acertada por cierto) es la que no debemos perder de vista para que entre todos los ciudadanos, a través de una activa participación, contribuyamos a solidificar un sistema que no sin altos costos se logró instaurar en Argentina.